viernes, 2 de marzo de 2012

Antes


Raúl, sentado frente a su computadora, rodeado de libros y discos, leía sobre crisis financieras y construcciones de edificios que desafiaban las leyes de la gravedad, cuando se dijo a sí mismo que estaba ubicado en el siglo incorrecto. En esta era digital, tan distinta a la que reflejaban los libros que había leído desde pequeño en los que siempre se dejaba transportar a gloriosas épocas pasadas. Así, se puso a recorrer en su mente todos los lugares y tiempos en los que su presencia hubiese sido importante, en los que sus virtudes hubiesen sido aprovechadas, en los que no se hubiese sentido tan fuera de lugar.

Y pensó en cuánto le hubiese gustado ser uno de aquellos que, junto a otros, cruzaba las fronteras junto a los judíos a mediados del siglo XX. De aquellos que, aprovechando su condición de “ciudadanos respetables”, ayudaban a otros no considerados como tal a huir a lugares donde no fueran salvajemente asesinados. Uno de esos que burlaba a la Gestapo y mentía a la policía rural para acoger a familias enteras en su granero a la espera que vinieran otros amigos a llevarlos a lugares más seguros.

Y Hans Merketerz, pasador de fronteras, aquel día de octubre en que ayudaba a aquella familia a cruzar la frontera suiza, sentado bajo el árbol en el que descansaban porque los niños se sentían agotados, se puso a pensar en cuánto le hubiese gustado ser uno de aquellos que, dos siglos atrás, se habían lanzado a hacer una revolución burguesa, deponiendo y decapitando a todo aquel que se interpusiera en su paso.

Y Pierre Lescombe, aquel 14 de julio en el que corría junto a sus amigos y pedía cabezas frente a la Bastilla, por un breve momento en el que esperaban que el gobernador de esta saliera a dar explicaciones, imaginó en cómo ese intento de Revolución lo emocionaba mucho pero no tanto como aquellas lecturas de cuando era un niño y leía cómo Guillermo el Conquistador había cruzado un día la Mancha para, espada en mano, instaurar la dinastía normanda en Inglaterra.

Y Arthur Wellington, joven de 19 años, quien moría en una ciénaga en Hastings en 1066, después de la batalla, no pudo evitar pensar en sus últimos minutos en la historia que le había contado uno de sus amigos de armas la noche anterior en la que unos llamados hunos, excelentes jinetes y arqueros, veloces y decididos, de táctica impredecible, habían extendido el miedo por todo el mundo seis siglos atrás, y se dijo a sí mismo que estaba muriendo en una ciénaga de un tiempo equivocado.

Y Bleda, montado en su caballo mientras galopaba junto al resto de las hordas de Atila luego de saquear Roma en 410 no podía dejar de pensar en lo que le había contado aquella prostituta italiana la noche anterior acerca de un Pedro y un Pablo que, aunque pertenecientes a los rituales del enemigo, habían convertido a un buen número de fieles a su incipiente causa muchos siglos atrás, luego de que su maestro había sido puesto salvajemente en una cruz.

Y en el año 33, Pietro, un niño de 8 años que participaba en la conversión de San Pedro como primer Papa, luego de la muerte del ídolo Jesús, se puso a pensar en medio de la congregación en la historia que le había hecho su madre cuando él le preguntó de dónde venían los hombres y ella le contó cómo estos habían bajado de las montañas un día y se habían puesto a trabajar hasta descubrir el hierro y comenzar así lo que posteriormente llamarían “civilización”. Y Pietro pensó que aquel sí había sido un momento importante.

Y diez siglos atrás, Cust, un celta que participaba en la construcción de la tumba de la princesa de Vix, mientras forjaba figuras y cierres con su martillo, recordó con añoranza la historia que le había hecho cuando era un niño aquel extraño vagabundo en la que hablaba de una época extremadamente lejana, en la que el hierro ni siquiera existía, ni tampoco el bronce, en la que la piedra era el elemento fundamental, y en la cual el hombre vivía en las cavernas y descubrió el fuego.

Y un joven al que su familia llamaba con un gesto de cabeza, mientras el resto de su tribu pintaba toros y caballos en la pared de una cueva al abrigo de un fuego que había sido descubierto muy recientemente, recordó al ver uno de los dibujos, aquello que alguien le había contado alguna vez acerca de una avalancha de nieve que había cambiado para siempre el paisaje del mundo. Y el joven sin nombre pensó, ensimismado, en cuánto le habría gustado vivir en esa época.


PD: Este post está inspirado en los trabajos de Woody Allen y Luis Rogelio Nogueras, así como en el de muchos otros que consideraron que la nostalgia del pasado es el elemento fundamental de la vida de muchos. Se lo dedico a un joven llamado Gabriel Leichmann, que en 2634, añorará el haber vivido en esta época de computadoras e Internet.

6 comentarios:

Andres dijo...

No me gusta el genero historico, acabas de perder un lector.

Anónimo dijo...

...a nosotros nos encantó..!

tienes 3 admiradores más!!!!

Osvaldo dijo...

Espero que a Nogueras lo hayas "descubierto" en aquel libro "antológico" que te regalé un día en que estabas muy triste...

Es lindo percibir que aquel "remoto" pasado aún nutre al Raúl del "estúpidoescribir"...y otras actualidades.

Abrazos

Anónimo dijo...

El que no te quiere en todas tus facetas no te quiere en ninguna. Me sigues encantando con tus textos. Felicidades de nuevo. Cada día demuestras esa inteligencia que tienes, creo que el mundo a veces es pequeño para personas como tú, con tanto que descubrir!!!!!!!!!!!

Grisel (Niño me voy de nuevo, pero prometo que regreso a leerte jejejej)

Mylène dijo...

Simplemente bello; hace unos días pensaba justamente en esto mientras veía Medianoche en París.
Me encantó.

Moth dijo...

Mientras leo tu post no puedo evitar pensar que nací en la época correcta para conocer a ese Raúl.


Instagram