jueves, 18 de junio de 2015

El último de los Mancebo


Mi tía murió. Así de sencillo y lacerante. Y uno se queda en la distancia sin poder hacer nada. Solo drogarse y acostarse con quien sea hasta que no sienta nada y luego sienta el doble. Y se tortura, se recondena, se acuerda de lo que no se tiene que acordar, se lamenta una y mil veces de venir de ese país de mierda en el que siempre termina uno perdiendo, se tortura por no haberla llamado dos días antes "para hacerlo más tarde en la semana", se acuerda de todo el daño que ella le hizo y cómo es poco probable que otro pueda igualarlo, clasifica a los vecinos en los "que ayudaron" y en los "que no ayudaron" y constata que es inversamente proporcional a "los que opinan y piden recargas" y a "los que no se meten en nada", recuerda cómo absolutamente todo el mundo tiene más familia que él, descubre que más que una madre perdió una hija y que la gente nunca entenderá el tipo de relación que tenían porque era compleja de explicar y aún más compleja de vivir así que la llamaba "tía" a falta de un término mejor, llora de agradecimiento porque la persona que se ocupó de ella (mucho más que por lo que yo le pagaba y que aguantaba cosas que el único que había aguantado antes era yo por mi estúpido Síndrome de Estocolmo y a la que tenía que escribirle correos de psicoterapia profunda y enrevesada de cómo se debía tratar a mi tía para que no se le subiera arriba - algo que mi tía lograba de todas formas) estuvo a su lado cuando murió y lloró su muerte genuinamente, llora de dolor angustioso al recordar el último momento en que la vio, en el que ella rompió la promesa solemne que había hecho de no llorar y le dije "yo voy a salir por esa puerta y mientras más rápido me vaya más rápido regreso" y en cómo al final mi miedo de que se muriera antes que yo pudiera salir de aquí llegó dos semanas después que Canadá me aceptó oficialmente como hijo adoptado pero sin poder abandonar sus fronteras todavía por un buen tiempo y en cómo se murió sin saberlo porque no quería confundirla con términos confusos pero que Carmen se lo tradujo con un "ponte mejorcita que Raúl va y viene cualquier día de estos". Y en como mi tía siempre me fue a buscar a la escuela cuando era niño porque mi mamá trabajaba hasta tarde y su silueta en la distancia no se me olvidará jamás, y en cómo nadie nunca supo por qué yo le decía desde pequeño "Mama" (con la fuerza de pronunciación en la primera sílaba) pero al final creo que todos podemos intuir la respuesta.

Y entonces, la inevitable pregunta de siempre de por qué a mí la vida me pone estas cargas que a otros no le da.  Y en cómo la respuesta de "porque tú te sigues ríendo y eso le molesta" a veces no te satisface. De cómo ahora soy huérfano de madre por segunda vez como si no hubiese sido lo suficientemente duro la primera vez. Y te coges compasión (no lástima: esa está dedicada a los que tienen problemas de mierda y se la pasan llorando por ellos). Y pienso en lo solo que siempre he estado y siempre estaré. Que tengo que monitorear entierros desde la distancia porque soy el último de los Mancebo y no tengo quien me ayude en lo práctico ni me acompañe en lo emocional. Solo. Y sé que es para hacerme la persona más fuerte que conozco, pero sigue sin satisfacerme la respuesta.

Pero entonces viene Brian, quien sin saberlo recibió la misión de abrazarme por todos mis amigos que quisieran hacerlo pero no están cerca. Y el abrazo (sin llanto porque yo no lloro en frente de los demás) estremeció a una señora que se nos acercó luego para decirnos que "eso había hecho su día" y entonces Brian (quien tiene 20 años más que yo pero no duda en postularme como su "ídolo" en concursos de fotografía y que dice que en su mente yo no tengo 32 sino muchos más) llora, y yo le digo que qué clase de apoyo es ese a su ídolo. Y entonces lloro.

Y en el entierro se aparecieron mis amigos de la infancia, a los que yo no localicé pero que ahí estaban. Y ellos fueron al entierro por mí y le dieron el pésame a Carmen en mi nombre. Y ni Carmen ni mis amigos era Mancebo pero ese día fueron todos Mancebo.

Y la Thais, siempre reconfortante. Y la Yandro, que de pronto sacó una vena cariñosa que nadie le conoce y que me adjudico. Y la Andy, que llamó desde Cuba y dejo un mensaje en la contestadora con una voz seria que no le conozco y que me hizo reír. Y luego llorar. Pero más reír, porque esa es la misión de Andy en mi vida. Y la mamá de Olivia, quien se encargó de la gata, aunque sea por un tiempo. Y la Ray, quien a su forma era también sobrino de mi tía desde aquel día que entró a mi casa por primera vez, nos rompió el sillón y Mama lo acogió como uno más de nosotros (o sea, alguien a quien resingar, que era su manera de demostrar cariño). Y los otros, a los que se los fui diciendo poco a poco después cuando sentí que estaba capacitado para hablar de ello.

Y la Claudia - oh, la Claudia - quien me tuvo una semana en su sofá, que en la noche fungía de cama y en el día de diván de psiquiatría en el cual me quitaban el látigo de las manos cuando yo empezaba con mis culpas de Estocolmo. Y me obligó a sentirme bien sin remordimiento cuando yo quería sentirme bien pero consideraba que había que sentirse mal. Y me recordó (esa conclusión le fascina y se la dice a todo el que pueda escucharla) que yo era un niño que estaba condenado a terminar en las drogas, en la delincuencia o suicidado, por todas las cosas que la vida me había mandado desde niño, y que en cambio crecí para ser lo que soy hoy (no hay necesidad de definir eso pero podemos reducirlo en genial) sin que nunca nadie me dijera lo que tenía que hacer. Y pensé que mi tía quizás nunca se dio cuenta de ello. Y quizás alguna otra persona de mi familia. Y Claudia me quitó el látigo de nuevo y me dijo que ella - la persona más importante del mundo junto a mí - sí se había dado cuenta y eso bastaba. Y me diagnosticó otras 4 manías y padecimientos, además de 2 trastornos de la personalidad, y luego me absolvió con un "pero estás justificado así que sé feliz con ellos". Y al final me predijo el futuro (resulta que al final sí voy a terminar drogado, delincuente y suicidado pero habiendo alcanzado la grandeza en el medio, que es lo único que cuenta). También leímos en alta voz pasajes de mi propia literatura que nos erizaban los pelos para comprobar que aunque no se puedan solucionar las cosas es bueno al menos ser capaz de ponerlas en palabras. Intentó todo el tiempo ponerme las tetas en la cara para que yo "cambiara mis gustos y costumbres". Me tapó con una sábana una noche como si yo fuera un niño chiquito. Cuando se abrazaba con el marido, iba yo y los abrazaba también. Me hizo comida protestando todo el tiempo. Le enseñé a dar propinas en los hot dogs de Toronto y la llevé a gritar con los dinosaurios. Un día montamos columpios. Cuando me metí en problemas en Toronto (ese intento mío de buscarme problemas pasajeros para ignorar los reales) ella se sentó y actuó cual terapeuta profesional... Y sin lástima (esa es para los que no se han crecido nunca en la vida), me tuvo compasión en su sofá, y me hizo bien.

Mis abuelos solo tuvieron dos hijas. Solo una de ellas tuvo un hijo, con un hombre casado por otro lado. Luego murió y la otra hermana se quedó con él, en una relación más de adolescentes que viven juntos que de madre e hijo. Luego fue él quien se tuvo que encargar de ella cuando cayó inválida. Al final él se fue del país porque un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer y aunque se encargó de ella hasta el final lo más que pudo, no le dio tiempo a estar allí al final. No tengo culpas: al final todos los miembros de mi familia hicieron con su vida lo que quisieron. Es mi deber hacer lo mismo.

Pero me siento mal. Y solo. No habrá otro Mancebo. No traeré un hijo a este mundo en el que uno se puede quedar huérfano a los 12, cuidar a tías inválidas desde los 15 y luego a los 32 quedarse huérfano de nuevo, sin ni siquiera poder ir al entierro de su último familiar. Sin que nadie lo cuide si se enferma o nadie le pregunte si comió. Me niego.

Ya me recogeré del piso como siempre hago y me reiré de nuevo. Siempre lo he hecho y siempre lo haré. No sé hacer otra cosa. Volveré a mi vida normal, en la que nadie pueda notar que mi carácter está forjado por tragedias, y me sentiré orgulloso de mí mismo una vez más por no dejar que estas me definan. Un día escribiré la historia de los Mancebo - mi historia - y todos llorarán y llorarán hasta que decidan - como yo - que la mejor venganza es reír.

Por el momento, a menos de una semana para cumplir los 20 años que murió mi mamá y a poco más de una que mi tía murió, decido tenerme compasión y quererme mucho. Yo me lo merezco. Después de todo, soy el último de los Mancebo.

PD: Adiós, Mama. 


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