Todo comenzó cuando fui por segunda noche consecutiva al cine. En
las últimas semanas estoy inconcebiblemente orgulloso de mí mismo. Enfocado,
centrado, creativo, divertido, emocionado, disciplinado. Leo, escribo, no tengo
mucho sexo (no es que lo haya descartado pero no salgo a buscarlo tampoco),
hago algunas traducciones para pagar la renta, aprendo a cocinar, organizo mi
música y mis fotos, tengo mi cuarto impecable…¿Habré encontrado (finalmente) un
balance entre la vida que tengo y la que quiero tener? ¿Es este el inicio de
una estabilidad necesaria para que los excesos sean una parte importante de mi
vida y no mi vida como tal? No hablemos más de eso por ahora y dejemos que el
futuro nos diga. Sea como sea: me siento muy bien por estos días.
Pues entre las cosas a las que también he regresado está el cine.
Las últimas dos noches me fui a la última tanda del Cineplex Forum en el centro
de la ciudad (un complejo de 32 pantallas), compré mi Coca-Cola inmensa y me puse
a ver mis películas en una sala con no más de cinco personas. La soledad y el
consumismo capitalista aprovechados como debe ser. ¿He mencionado antes que
adoro mi soltería?
Así que anoche cuando salía de ver (y adorar) “Silver Linings
Playbook” (ahora que lo pienso, Jennifer Lawrence quizás sea la culpable de
todo lo que pasó después) me fui a coger el último metro (ah, Truffaut!) para
ir hasta la estación Papineau y de ahí coger un autobús hasta mi casa. Suena
complejo pero es increíblemente fácil. Al llegar a Papineau faltaba media hora
todavía para que viniera el autobús, y como esperarlo a menos 23 grados no es
una opción (como no lo es caminar hasta mi casa aunque no esté a más de un
kilómetro) me fui, en una repetición exacta de mi noche anterior, al Stud.
“Le Stud” es un bar en el village gay reservado (aunque no
solamente) para los hombres no tan jóvenes. Nunca voy pero cuando he pasado por
ahí me ha caído bien. Es gratis, está abierto hasta las tres de la mañana,
algunos de los tembas están rebuenos, nunca ningún joven entrará ahí sin que le
toquen las nalgas como mínimo dos veces y - lo más importante - está a cien
metros de la estación Papineau, lo cual lo hace el lugar perfecto para esperar
el autobús. Pero sobre todo me encanta la estabilidad aburrida que tiene. No es
como la discoteca gay, en la que los homosexuales tienen que ir a demostrar que
ellos lograron salir del closet, van al gimnasio todas las tardes y se han
acostado todos con todos. No: esto es como un bar heterosexual aburrido y
semivacío donde uno va a tomarse una cerveza sin tanto glamour. Me hace pensar
que ser gay no es ni tan relevante ni tan transgresor y que podemos dedicarnos
a pensar en otras cosas como la contaminación ambiental o la superación del
alma. Y como en Cuba todavía estamos en la fase anterior, esta dinámica de los
bares montrealenses se ajusta muchísimo más a mi persona.
Como era lunes (oficialmente inicio de martes ya) estaba mucho más
tranquilo que el día anterior. Noche de karaoke. Me senté en una esquina y
esperé mis quince minutos sin quitarme el abrigo. Uno de unos 40 años me miraba
atravesado. Yo, cual réplica del día anterior, lo ignoré olímpicamente. No sé
qué tengo, pero sé que no es malo. Es como si estuviera depurando. Ni siquiera
me importa que me miren para los efectos de la autoestima. Ah, si pudiéramos
mantener este espíritu toda la vida…
Pues bien, cuando ya me iba, él me vio y se paró. Yo decidí correr
antes de que me cayera atrás pero los guantes me jugaron una mala pasada y me
alcanzó justo cuando salía. Pero bueno, tampoco soy de los que le tiene miedo a
los hombres. “Hey”, me dijo, ya en la calle. “Hey”, dijo un lacónico yo. “¿Por
qué te vas? Acabas de llegar”. “Mi guagua se va”. “Quédate, yo te llevo luego”.
Y con estas tiernas palabras me besó. Así son los hombres de Stud. Nos besamos
y tocamos nuestros respectivos miembros viriles (que esté de vacaciones de los
hombres no quiere decir que sea frígido). “Escucha, entramos de nuevo, termino
mi cerveza, te llevo a mi casa y después a la tuya. Mi apartamento te
encantará: está cruzando el río y se ve toda la ciudad. ¡Y acabo de comprar un
telescopio!”. Yo sonreí. Había descubierto mi secreta pasión por la
arquitectura de apartamentos que uno visita una sola vez y por los telescopios
para ver las ciudades de noche.
Era argelino. Como todo aquel que ha pasado por las camas de
muchos argelinos, marroquíes, libaneses y algún que otro egipcio, tunecino y
sirio, este sexoreportero conoce perfectamente el valor de un árabe. No es
tanto que sean buenos en la cama sino lo casuales que son. Muy relajados. No
hay que estar posando para ellos ni poniendo caritas. Muy parecidos a los
cubanos (a los cubanos que no intentan lucir como un estereotipo de macho
latino, obviamente). Perfecto para una relajada noche de lunes. Y además con
carro. Ah, no hay que exagerar: no hay nada de malo en cambiar un poco los
planes si todo fluye correctamente. “Ok”, dije. “Entonces, entremos”, dijo
apresurado (recuerden que había menos 23 y él por caerme atrás no se había puesto
su abrigo).
Así que entramos de nuevo. Esta vez me senté en la barra,
quitándome ahora sí el abrigo, la bufanda, la gorra y los guantes (el invierno
es toda una aventura de trapos y más trapos). La barra era un cuadrado que
rodeaba a un fuertote con tatuajes de unos 40 años que fungía como camarero. El
árabe me invitó a una cerveza. Me puse a mirar el karaoke con una ligereza
mental envidiable. Ni siquiera me veía en la necesidad de tener que iniciar una
conversación. Solo estaba ahí, disfrutando mi espíritu y mi momento. El árabe
se puso a hablar con uno del otro lado. Uno jovencito. Ni siquiera me fijé
bien. Unos minutos después, se viró y me dijo: “¿Te molesta si va a la casa con
nosotros?”. Me incliné para mirar mejor al joven, este me sonrió pillamente, yo
le sonreí de vuelta, volví a mi posición original y le dije a mi árabe
pastelero: “Para nada”. Él sonrió como un niño al que le dejan quedarse una
mascota. “Perfecto”, dijo y siguió conversando con el muchachito mientras yo
seguía mirando el karaoke.
Después de un tiempo mis dos nuevos amigos salieron juntos a fumar
y me quedé solo. Agradablemente solo. De todas formas, no estábamos hablando
mucho antes. Un hombre muy simpático se me acercó y comenzó a hablar de cómo
prefería Toronto a Montreal. Le sonreí y le di mis razones de por qué yo
prefería lo contrario, pero entonces la protagonista de este post se subió al
pequeño tablado del karaoke y comenzó a cantar una canción de Bon Jovi.
Era linda. Si no, creo que nada habría pasado. Menuda y manuable,
aunque no tan chiquita. Extremadamente blanca. Pelo largo castaño oscuro y cara
preciosa. De esas mujeres que no amenazan con su presencia, solo encantan con
su belleza. ¿Sería lesbiana? Las dos que andaban con ella sí lo eran, pero ella
no lo parecía. No es que fuera importante tampoco. No cantaba bien (tampoco
mal), pero era simpática. Se equivocaba en la letra y ella misma se corregía.
Adorable. Nadie la miraba, ni siquiera sus amigas que se enfrascaban en una
conversación. Nadie la miraba…salvo yo, quien me había olvidado de mi cerveza y
del hombre que me hablaba y la miraba con sonrisa de bobo fija en la cara. Al
terminar creo que fui el único que la aplaudió, pero no creo que nadie lo notara
tampoco.
Al regresar a la barra se sentó al lado de sus amigas, quienes la
aplaudieron al verla llegar pero siguieron conversando entre ellas
inmediatamente después. Ella se puso a buscar unas cosas en su abrigo mientras
le daba sorbos a su trago. Yo miraba cada una de sus acciones como si fuera un
acosador. Entonces hice lo increíble. Le pedí disculpas al hombre que me
hablaba y a quien hacía mucho que no escuchaba, dejé mi cerveza casi terminada,
acomodé mis trapos en mi banqueta y le di la vuelta al cuadrado que fungía como
barra.
“Hey”, le dije como si la conociera de toda la vida, mientras me
recostaba a la barra justo a su lado. Ella se sorprendió por una milésima de
segundo, pero como toda mujer, acostumbrada a que la enamoren, lo fingió bastante
bien. “Hey”, sonrió. “Eso fue genial”, mentí, “¿tocas en una banda o algo?”.
Ella me miró con cara pícara. “Pensé que los gays flirtearían con mejores
frases”, dijo. Yo sonreí: “¿cómo sabes que soy gay?”. Ella puso cara de
decepción. “Solo lo dije con la secreta esperanza de que me dijeras que no lo
eras”. “Oh”, dije yo, con fingida sorpresa. “Lo soy”, dije, con la misma
expresión que uno dice “culpable”. Ella puso cara de resignación que quería
decir: “Bueno, estamos en un bar gay, era lógico”.
“¿Alguna opción de que seas bi?”, dijo. Negué sonriendo con la
cabeza. “No: gay gay”. Ella puso cara de “Oh, no, ya basta, deja de romperme el
corazón”. Yo reí. Ya para ese momento yo estaba completamente enamorado, quería
casarme y tener 25 hijos con ella. ¿Alguien lindo que me hacía reír? ¿Cuándo
fue la última vez? “¿Puedo invitarte a una cerveza a modo de disculpa por mis
conductas sexuales?”. “¿Un gay invitándome a una cerveza? ¡Por supuesto!”,
respondió. Cinco minutos después brindábamos. “Por los gays que se acercan a
las chicas que se aburren en un bar. Los verdaderos caballeros”, dijo ella.
Era tan linda. Podría abrazarla toda la vida. Seguro olía a limpio
como todas las mujeres. “Entonces, ¿no te gusta nadie y por eso viniste a mi
rescate?”, me dijo. “En realidad creo que tengo un trío en unos minutos”, dije,
súbitamente recordándolo. “Pero no sé dónde está el resto de los participantes
y tampoco creo que me importe mucho.” Ella abrió los ojos exageradamente. “La
vida de los gays es TAN interesante”, dijo. “La vida de los gays es la cosa más
aburrida del mundo”, le dije sonriendo y tomando de mi cerveza.
“Eres muy hermosa”, dije. “Todo en ti es hermoso. Tu cara, tu
cuerpo, tu manera de ser…creo que me gustas (en inglés suena más casual: “a
little crush on you”). Lo dije con una torpeza propia de un adolescente y una
sonrisita nerviosa al final. Ella me miró calmada. “¿Qué estás haciendo?, dijo.
“No sé. No tengo ni idea”, dije mucho más relajado. “¿Te gustan las mujeres?
¿Has estado con mujeres antes? ¿Quieres estar con una mujer porque estás
aburrido?” La miré pensativamente, sonreí silenciosamente y me puse a
reflexionar.
Durante mucho tiempo de mi vida, acostarme con una mujer fue mi
mayor anhelo. Claro que tenía 12 años, comenzaba a conocer mi sexualidad, me
masturbaba seis veces al día y acostarme con lo que fuera era visto como el
objetivo fundamental de mi vida. De ahí que también pensara en los hombres y en
acostarme con ellos, pero en mi propia cabeza me imponía lógicas limitantes. Un
día después de cumplir 15 años tuve “algo” con un hombre en una pista de
atletismo. Aquello fue tan terrible que decidí que los hombres quizás no eran
lo mío. Aclaración importante: ni me violaron ni pasó nada del otro mundo, así
que nadie ande pensando que soy gay “porque abusaron de mí en mi adolescencia
un día que me fui a correr”. Por supuesto que no. Pero fue mediocre y me dio
asco. Además de que no hice mucho, así que no cuenta como absolutamente nada en
mi rica historia sexual, salvo por el hecho de postergar por cuatro años más mi
acceso a los varones debido al trauma.
Tres meses después de aquel incidente, en la escuela al campo, un
martes 13 (¡!) tuve finalmente sexo real por primera vez. Y fue con una mujer.
Por supuesto que me gustó y por supuesto que fui bueno (escorpión, vicioso,
curioso y sin complejos desde pequeñito). Pero contrario a lo que pensé no fue
nada del otro mundo. En mi cabeza era mejor. Mis masturbaciones eran mejores.
Estrenaba desde temprano esa condición que me acompañaría para siempre de que
el mundo es mucho mejor en mi cabeza.
Luego hubo más y todas fueran tan olvidables como la primera.
Jamás me volví a interesar en ellas seriamente y dejé mis seis masturbaciones
diarias para lo prohibido (los hombres, obviamente). Hasta que a los 19 me harté
de reprimir mi sexualidad y todos sabemos lo que pasó. Y sí: tal y como lo
sospechaba, los hombres sí me gustaban con la misma intensidad con que lo hacía
en mis excesivas e intensas masturbaciones. Aún hoy, 11 años después y una
cifra de hombres inmensa para cualquier tipo de contabilidad los varones me
siguen gustando muchísimo, sin ningún sentimiento de decepción, hastío o
aburrimiento, al menos en el plano sexual. Pero problemas en la cama con las
mujeres nunca tuve. Fue solo que los hombres me llamaron mucho más la atención.
Sin embargo, el problema fundamental radicará siempre en otra
cosa. Si bien yo, como todo el mundo, puedo tener una tendencia bisexual (más
aún alguien tan sexual como yo), sentimentalmente sí me fui de un solo lado
siempre. Como diría alguien, soy homosentimental. Y contra eso sí que no se
puede hacer nada: soy gay gay.
Hay un momento vital en el sexo y es justo después que se acaba. Y
ahí me incomoda seriamente estar con una mujer. Siento que tengo la obligación
de protegerla (machismo clásico y presiones sociales), me quiero ir, cambio mi
personalidad, etc, etc. Curiosamente, no tengo ningún problema “protegiendo” a
los hombres luego de acostarme con ellos y portándome “como un hombrecito” pero
parece que como no es obligado no me estreso y me sale natural. Eso no quiere
decir que no me quiera ir justo cuando termina el sexo, pero la causa no es la
incomodidad sino el puro aburrimiento. Por todas estas cosas juntas, el hecho
de pensar en involucrarme sentimentalmente con una mujer queda fuera de toda
consideración en mi vida.
“Nos vamos en 15 minutos, ¿te parece?”, me dijo alguien, sacándome
de mis reflexiones de un pasado lejano y olvidado. El árabe. Dios, me había
olvidado de él completamente. Asentí con la cabeza como un zombie. El muchachito joven estaba de nuevo sentado
en nuestro lado de la barra. El árabe regresó a su lado y me dejó con ella. Yo
estaba serio. Ella también. No tenía ni idea de qué hablar. La miré e hice una
mueca en la que me puse bizco y saqué la lengua. Ella rió y cortamos una
tensión que no supe muy bien en qué momento había comenzado.
“Entonces ¿no hay manera de convencerte de que no tengas tu orgía
y te quedes aquí?”, dijo. En mi cabeza no había duda alguna de cuál de las dos
cosas era más relevante para mí: ella. Ejercía una fascinación sobre mí que no
creo que ninguna mujer haya logrado antes. Sin embargo, la respuesta no era tan
fácil. Y ni siquiera voy a intentar explicarlo. Confío en que algunos de
ustedes me entiendan. Contesté negativamente con la cabeza. Ella me guiño un
ojo con el que me absolvía de mi decisión.
“Tú me gustas mucho”, dije, mucho menos torpe que la primera vez.
“Creo que eres fascinante. Y no pretendo hacer nada con esta sensación, pero no
quiero dejar de decírtelo tampoco. Yo no creo estar preparado para estar con
una mujer que me guste mucho. Quizás con una que no me fascinara fuera más
fácil: fuera todo como una escapada sexual. Una escapada sexual que tampoco
tengo ganas de tener. Pero no sé cómo reaccionar a una mujer que me gusta. El
mundo gay es duro y tengo miedo que si tengo otra opción, algún día en que esté
muy desencantado me dé por creerme que puedo amar a una mujer. Y siempre he
pensando que eso es cobardía. Y lo es. Al final, cuando ya se sienten más
tranquilos, comienzan a engañarlas con todos los hombres que se encuentran y se
vienen a separar cuando ya tienen 45 años y dos hijos. Y eso está mal para él y
para ella. Yo soy un hombre. Uno que nunca haría una cosa como esa. Esa es mi
política y no la voy a cambiar solo porque me dejé deslumbrar por una mujer en
un bar una noche”.
Ella me miró seria. “Que te quedaras aquí esta noche no quería
decir que te casaras conmigo y tuviéramos hijos”. Yo me eché a reír y ella
también. Ahora fue ella quien cortó la tensión. “Lo sé, creo que más bien
necesitaba definirme. Por un momento estuve algo confuso”. Reímos. “Siempre nos
llaman “confusos” y resulta que yo nunca lo había estado, salvo hoy”, dije.
“Uff, es cierto que los gays son dramáticos”, dijo ella. Yo me eché a reír de
buen grado. “Lo somos. Somos unas niñas lloronas”. “No te preocupes; los
heteros también”. Yo sonreí y la miré fijo. “Eres fabulosa”. “Tú también”, dijo
ella.
“En mi próxima vida seré heterosexual.”, le dije. “Dedicaré toda
mi vida a correr detrás de las faldas, gastaré todas mis neuronas y perderé
todo mi tiempo en las mujeres. Incluso el título de mi autobiografía será “To
all the girls I’ve loved before” (ese es el título de una canción de Willie
Nelson)”. Ella asintió: “Ok”. “Y te buscaré”, dije. “Aquí estaré”, dijo. “En
este mismo bar”. Asentí con la cabeza. “Adiós” dije en un susurro. “Adiós” dijo
en un susurro.
Volví a mi asiento, lo que provocó que mis futuros amantes
comenzaran a vestirse. Yo me puse todos mis trapos también. La miré en la
distancia y ella a mí. Le sonreí. Y ella sonrió. “¿Todo listo?” dijo el árabe.
“Sí”, dijo el muchachito joven. “Sí”, dije yo. Al irnos, casi al llegar a la
puerta, la miré por última vez. Ella continuaba mirando. Me quedé parado en la
puerta. “¿Pasa algo?” dijo el muchachito. Ya el árabe había salido. “Dame un
segundo”, le dije.
Me acerqué y me paré frente a ella. La miré divertido. Ella
sonrió. “¿Qué sentido tendría un beso?” le dije. “Ninguno”, dijo ella. Sonreí.
“Así y todo hay algo que necesito hacer”, dije. “¿Qué?” Entonces cogí su cabeza
con mi mano y la acerqué a mi pecho, lo cual fue muy fácil porque ella estaba
sentada y yo parado. Puse mi mentón en su pelo y me quedé así por unos diez
segundos con mi mirada en algún lugar de la barra o quizás en algún lugar mucho
más lejano. Quizás en otra vida.
Al separarla suspiré. “Ahora me voy”, le dije. Ella asintió con la
cabeza. Le guiñé un ojo y me volví. Al llegar a la puerta le dije al
muchachito: “listo”.
Al salir corrimos hacia el auto por el frío y nos metimos ambos en
la parte de atrás a la carrera como adolescentes. El muchachito y yo casi ni
nos habíamos visto, así que decidí acercarnos un poco. Le di un beso largo y
duradero en cuanto arrancó el auto. “Hey, no empiecen sin mí”, dijo el árabe
sonriendo. Ambos sonreímos. El muchacho se acostó y puso su cabeza en mis
piernas. Me dio una mano y yo le apreté un dedo.
“¿Eres bi?”, me preguntó. “No: gay gay”, le dije, sabiendo
perfectamente por qué preguntaba. Él sonrió y no insistió en su pregunta. “Era
bonita”, se limitó a decir.
Yo miré por la ventanilla y recordé algo que comprobé al apretarla
contra mi pecho. “Y olía a limpio”, dije.
PD: Al igual que Willie Nelson le dedicó su canción a todas las
muchachas que amó antes, yo le dedico este post a todas aquellas que pude haber
amado. A todas esas que pudieron haber llenado mis días de adolescencia con su
sola existencia, aquellas que pude haber enamorado en juveniles discotecas,
aquellas de cuya mano pude haber caminado, cuyos hijos pude haber compartido y
cuyas historias, amores y desamores pudieron haberme servido para inspirar mis
historias y mis novelas. En mi próxima vida prometo consagrarles todo mi tiempo,
neuronas y energía. Mientras tanto les dedico este post a todas ellas y a todas
las muchachas lindas de limpios olores que andan por los bares de este mundo.
Sobre todo a una.
15 comentarios:
Me encantó la historia...Amo tú escribir escorpiano!, sin dudas voy a ser una de las que se cruce en tú próxima vida besos ;)
Patricia (MONTEVIDEO-URUGUAY)
Como todos, me gustó mucho... el final medio Lost in translation, hermoso...
Qué post tan grande viejo, me encanta ese párrafo sobre la tranquilidad del bar y lo hermoso de reconocer la belleza de una mujer (y no querer romper su hipotético futuro ni tus ideales). Un abrazo admirado desde La Habana,
R
TE ESPERO EN TU OTRA VIDA, POR FAVOR CON QUE ME DEDIQUES UNA NOCHE DE LA VIDA AGITADA QUE TENDRAS ES SUFICIENTE PARA MI. TE QUIERO GRISEEELLL
Muy lindo macho, debiste quedarte al menos con su telefono y hacerla tu amiga, pero bueno....repito muy lindo.
Qué lindo escribes
Simplemente 'wow'. Increíble la manera en que nos haces caer en la histora y sentirla. Me encanta. Saludos desde Venezuela.
Gracias por llegar a mi vida en estos momentos Raul. Tenia tiempo buscando algo bueno para leer. Soy escorpiona, me gustan las cosas de vampiros etc, no solo por lo obvio (tomando en cuenta que soy escorpiona) si no por lo tormentosas y complicadas que son esas historias y lo que mas me gusta es que se dan dentro de cada ser. Hedonismo y conflictos internos es miel para mi. En ti lo encontré todo mas tu virtuosidad para escribir. Un abrazo! P.D: Hago este comentario en este post, porque soy una chica y creo que este es mi espacio. ;)
My other Love...because you know we are a 3 with Andy ;-)!
You brought me back to San Francisco! Lovely..smooth....encantadora....
Wait a minute! Scorpion...vicioso....curioso...
Me has llamado "viciosa" lol!
Te quiero... :-* y gracias por transportarme!
lo adore..que tal si todos los hetero pensaran como lo harias tu en su caso.... ♥ U!!!!! siempre
Will you marry me? Just because i love the way u write. Please say yes.
Como me haces temblar cada vez que te leo. Hoy te amo!
Excelente texto! Como siempre! Paso por el Stud todos los días de regreso a mi casa y puedo asegurar que nunca lo miraré de la misma manera...
Como siempre, atrapante y cálida historia que despierta mi empatía.
Eres un perro.. me has hecho llorar.. ok, no es cierto, made my eyes wet, esa si.
Como carajo te agradezco tus escritos? esos pieces de ficcion real que compartes al berro con nos y otros y que me hacen pensar que el drama conocio a su nemesis contigo, y lo obligaste a entrar en caja y por eso existen historias como esa, que te dejan a 3 metros(o mas) y despues solo me quedan la mirada semiborrosa, la sonrisa en la cara y las ganas de darte las gracias.. y de unirme a tu escuela informal de superheroes "normales". Permiteme al menos un detalle:
ADSO: Maestro, ¿habéis estado alguna vez enamorado?
GUILLERMO: ¿Enamorado? Muchas veces
ADSO: ¿De veras?
GUILLERMO: Naturalmente; de Aristóteles, Ovidio, Virgilio, Tomás de…
ADSO: No... quiero decir de una…
GUILLERMO: ¡Ah! ¿No estarás confundiendo amor con lujuria?
ADSO: Tal vez, no lo sé, sólo deseo su propio bien, deseo que sea feliz, salvarla de su pobreza
GUILLERMO: ¡Oh cielos!
ADSO: ¿Por qué “Oh cielos”?
GUILLERMO: Estás enamorado
ADSO: ¿Y eso es malo?
GUILLERMO: Para un fraile represente un problema
ADSO: Pero… ¿no es cierto que Santo Tomás ensalza el amor sobre todas las demás
virtudes?
GUILLERMO: Sí… el amor a Dios Adso, el amor a Dios
ADSO: ¿Y el amor a una mujer?
GUILLERMO: De mujeres Tomás de Aquino sabía bastante poco, pero las Escrituras son
muy claras. Los Proverbios nos adviertes de que la mujer se apodera del alma del
hombre y el Eclesiastés dice: “más amarga que la muerte es la mujer”
ADSO: Si, pero ¿qué opináis vos, maestro?
GUILLERMO: Clara está que no gozo del beneficio de tu experiencia, pero me cuesta
convencerme a mí mismo de que Dios haya introducido a un ser tan inmundo en la
creación sin haberle dotado de alguna virtud. Qué pacífica será la vida sin amor, Adso, qué segura, … y qué insulsa
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