viernes, 20 de noviembre de 2015

París


Desde pequeño voy mucho a París. Podría decirse incluso que somos muy buenos amigos. Los realistas (ay, los realistas, qué personas tan aburridas) podrán decir que nunca he estado ahí, que desvarío, pero ¿qué saben ellos? Yo sí he ido. Como he ido a Egipto, Ecuador y Tuvalu. Incluso he ido a Cuba. Porque me gusta el mundo. Todo el mundo. Porque me gusta irme a otras partes lejanas cuando la vida real no marcha muy bien y escapar así de mis problemas por un tiempo en alguna ciudad exóticamente fabulosa donde nadie me conoce y donde se es feliz todo el tiempo. Y como tales viajes son casi imposibles pues tiene uno que inventárselos. Y en este mundo imaginario que yo creé, París es su capital. Creo que Nueva York tiene que ver más conmigo pero si usted le dice eso a París - o a Montreal - yo lo negaré. París no solo vale una misa, sino alguna que otra mentirilla piadosa.

Para que no crean que soy un snob les digo un secreto que no deben decir a los realistas: ningún lugar para mí es más París que Marianao. Porque fue en Marianao que yo empecé a pensar en París. No porque me molestara mi municipio natal, pero mi infancia no puede decirse que fuera de las más alegres. (¿Recuerdan eso de "los niños nacen para ser felices"? Siempre lo encontré un poquito irónico). Pero mi necesidad de evasión (además de una actitud de viajero que siempre he tenido y tendré) me llevaba a donde los niños felices de Marianao no podían ir: a París. Así que la bodega era Montmartre y Pogolotti era el arrondissement 17 (el Tesoro de la Juventud fungía como la Internet de la época). El Obelisco, por supuesto, era la Torre Eiffel. A veces Marianao era Londres o New York, y entonces el Obelisco pasaba a ser el Big Ben o el Empire State, pero casi siempre era París. Sí: ahora que leo esto me doy cuenta que soy snob. No pediré disculpas por ello: pasé gran parte de mi infancia en París.

Con el tiempo me fui haciendo un poco más feliz (en realidad no es que fuera más feliz pero con la adolescencia llegó el sexo a mi vida y cuando un hombre encuentra la vocación de su vida bien puede considerarse como la felicidad) y empecé a ir menos frecuentemente a París. Siempre la tuve presente (de hecho, la Galería de Arte de Marianao, que tiene 4 metros cuadrados y quizás dos esculturas, seguirá siendo siempre El Louvre para mí. Como la vida es una cosa irónica fabulosa, en una de nuestras Bienales de cada tres años alguien puso una pirámide de cartón en las afueras de la Galería. Ya yo era grande cuando eso pero no he parado de reír desde entonces. Ahí fue cuando finalmente comprobé que Marianao era París, y no Londres o New York), pero ya no iba tanto a los libros, me masturbaba más y empezaba a cometer errores en la vida real, así que mi mundo onírico de viajes al desierto sahariano y selvas amazónicas fue cediendo paso a desiertos y selvas más tangibles.

Pero luego cogí mi carrera de Lengua y Literatura Francesa y el resto es historia... París, la real, se solidificó como esa ciudad a la que cuando yo llegue (lo siento, amigos, esta es mi historia) sonarán trompetas, volarán palomas, se detendrá el tráfico en los Campos Elíseos (mi avión aterrizará justo en el Arco de Triunfo) y unos sorprendentemente hospitalarios parisinos cantarán a coro La Vie en Rose mientras Zidane, Dalida y Amélie me darán la Copa Mundial de Fútbol y Quasimodo leerá un poema de Camus.

De pronto todos pararán de cantar, unos tambores comenzarán a sonar en señal de antelación, me viraré, y ahí estará ella... la Eiffel. Con ese parado majestuoso que tiene desde que se plantó en ese mismo lugar en 1889 "temporalmente por unos meses" para que la llamaran fea e inapropiada y que no ha cambiado hasta la actualidad, en que no solo sigue en el mismo lugar sino que es el símbolo que usan los extraterrestres para marcar el planeta Tierra en sus mapas. Ese parado y ese garbo que solo quieren decir una cosa que ella quiere gritar desde hace 125 años pero que no podía producirse hasta que ambos fuéramos triunfadores y felices, no solo en la imaginación, sino también en la vida real: "Raúl: finalmente". Y las serpentinas caerán del cielo... Ya sé que es todo muy gay, pero ¿a quién le importa? Si usted no ha planificado su llegada a París de esa forma, ¿para qué va?  

Nunca me ha importado la impresión que tienen las personas que sí han ido a París. No dejo que me influencie. Muchos la adoran, otros la odian y otros aman odiarla, lo cual me recuerda a mí. Porque al igual que ella podemos ser muchas cosas, pero dejar indiferentes no es precisamente nuestro fuerte. Así que cuando alguien empieza con el "en cuanto llegas al Charles de Gaulle tienes que caminar como 10 kilómetros para coger un taxi con cuidado que no te roben..." mis oídos se cierran espontáneamente en señal de profundo desinterés. Los realistas y yo no somos muy compatibles.

Algún día iré a ese París y veré todas esas cosas por mí mismo. Y va y no me gusta tanto (aunque espero que sí), pero eso es secundario. La realidad siempre es secundaria. En mi cabeza caminaré por París y será mi París de siempre y así el niño que yo era será feliz. Y probablemente se dé cuenta que después de tanto tiempo las calles de París le recuerdan a las de Marianao. Y verá la bodega, y Pogolotti, y el Obelisco, y la pirámide de cartón de la Galería de Arte con sus dos esculturas. Y al cerrarse el círculo la vida demostrará una vez más que tiene sentido y los momentos tristes estarán justificados porque eran parte de un plan mayor, en el que el hombre da muchas vueltas para al final encontrarse consigo mismo en el lugar de partida. Pero para que Marianao tenga sentido, hace falta París.

Por eso nadie toca a París. Ni a la de mis sueños ni a la real. Porque es tocar a Marianao. Y en cierta medida - si usted vive con el corazón donde va - es tocar a cualquier ciudad del mundo. Y no porque sea mejor que las demás (ella lo cree, pero se lo permitimos porque ella es así y así la queremos), no porque no tenga innumerables defectos, sino porque París... es París. Ella se lo ha ganado. Es nuestra malcriada consentida. Y si usted insiste en ser realista y considera que esta ciudad debe ser otra, pues vaya y escríbalo, y trate de que en su texto haya tanto amor por una ciudad que no conoce como en el mío. Pero en mi mundo, París es la capital y si algo pasa en la capital, el resto de las ciudades están también en peligro. 

No voy a hablar de los malos en este texto. No me nace. No quiero que se confundan mis odios con los odios de otras gentes. Ahora no. No soy de perdonar así que intento enfocarme en el olvidar. No porque sea un ángel sino precisamente porque soy lo contrario y no me gusta darle a nadie que no sea bueno la satisfacción de decir que ha tenido un lugar importante ni en mi vida ni en mis letras. La inmortalidad solo para el que la merece. La inmortalidad para París.

Pero no puedo olvidar que París está triste. Así que en mi cabeza la mimo un poquito más que de costumbre porque sé que está enfermita. La voy a ver al hospital y le digo que qué linda se ve aún ahí. Le llevo empanaditas de guayaba del agromercado de 124 y ella dice que no, que ella no come eso, y entonces constato que su espíritu está todavía ahí. Es mi deber ayudarla para que se recupere rápido. Es lo único que puedo hacer para ayudar a París. Quererla más. Porque los malos sí que no van a ganar. Ni en mi París ni en otra parte. Me niego.

Siempre seremos de Marianao pero necesitamos saber que en el mundo hay un lugar muy lindo donde la gente camina con la nariz alta, luciendo un pullover a rayas, una boina y un pan debajo del brazo, mientras hablan de arte y de la salvación del alma con su egocentrismo sin culpas. Esa es mi París. Un lugar que siempre estará ahí para cuando yo me sienta que mi vida real no es la mejor, que los seres humanos ya no pueden decepcionarte más y que necesitas un viaje a un lugar feliz donde nadie te conoce. Ese paraíso feliz - porque la felicidad siempre está en otra parte - pero cuya sola existencia ya es más que suficiente para seguir viviendo.

Por eso le debo estas letras a la París que sirve de inspiración a mi París personal. Tengo que decirle que a ella, por lógica, la quiero mucho también. Como quiere uno a las madres de la gente que quiere, aún sin conocerlas. Y que se ponga buena porque los niños de Marianao y los hombres de Montreal la necesitamos. Y los niños y hombres del mundo también. Aún aquellos que no se dan cuenta. Aún a los pobres diablos de los realistas.

Todo estará bien, París. Has pasado otras cosas en tu vida y te has recuperado. Tus revoluciones, tus comunas, tus ocupaciones... Tú eres snob y creída, pero eres fuerte. Muy fuerte. Por eso niños huérfanos y maltratados por otros niños te toman de inspiración. Y - sin perder el glamour - nos hacemos fuertes con tu ejemplo.

Si nunca llego a ir a París les dejo a ustedes, los otros no realistas que leen este blog, que vayan por mí. Les dejo mi amor por París como herencia. Acuérdense de mí cuando vean la Eiffel y cuéntenle a la gente buena que había un niño en Marianao que quería ir a París. Y hablen mucho de Marianao, que es también la capital del mundo. Confío en ustedes.

Pero no: iré. Está escrito en las estrellas. Y ya estará curada. Porque nadie es más linda - y fuerte - que París. Por el momento, seguiré mirando mi cuadro de la torre Eiffel que está frente a mi cama, el cual funge como ventana a la París de mi infancia, cada vez que me haga falta recordar que la vida real no cuenta y que hay un mundo allá afuera donde uno no conoce a nadie, en el que todo es lindo y en el cual se es feliz todo el tiempo. Y para eso, siempre tendremos a París.

Un bisous, Paris. Je t'adore et tu le sais.


PD: Dedico este post a la ciudad de París y a sus habitantes. Mucho amor desde Montreal y desde Marianao.



jueves, 18 de junio de 2015

El último de los Mancebo


Mi tía murió. Así de sencillo y lacerante. Y uno se queda en la distancia sin poder hacer nada. Solo drogarse y acostarse con quien sea hasta que no sienta nada y luego sienta el doble. Y se tortura, se recondena, se acuerda de lo que no se tiene que acordar, se lamenta una y mil veces de venir de ese país de mierda en el que siempre termina uno perdiendo, se tortura por no haberla llamado dos días antes "para hacerlo más tarde en la semana", se acuerda de todo el daño que ella le hizo y cómo es poco probable que otro pueda igualarlo, clasifica a los vecinos en los "que ayudaron" y en los "que no ayudaron" y constata que es inversamente proporcional a "los que opinan y piden recargas" y a "los que no se meten en nada", recuerda cómo absolutamente todo el mundo tiene más familia que él, descubre que más que una madre perdió una hija y que la gente nunca entenderá el tipo de relación que tenían porque era compleja de explicar y aún más compleja de vivir así que la llamaba "tía" a falta de un término mejor, llora de agradecimiento porque la persona que se ocupó de ella (mucho más que por lo que yo le pagaba y que aguantaba cosas que el único que había aguantado antes era yo por mi estúpido Síndrome de Estocolmo y a la que tenía que escribirle correos de psicoterapia profunda y enrevesada de cómo se debía tratar a mi tía para que no se le subiera arriba - algo que mi tía lograba de todas formas) estuvo a su lado cuando murió y lloró su muerte genuinamente, llora de dolor angustioso al recordar el último momento en que la vio, en el que ella rompió la promesa solemne que había hecho de no llorar y le dije "yo voy a salir por esa puerta y mientras más rápido me vaya más rápido regreso" y en cómo al final mi miedo de que se muriera antes que yo pudiera salir de aquí llegó dos semanas después que Canadá me aceptó oficialmente como hijo adoptado pero sin poder abandonar sus fronteras todavía por un buen tiempo y en cómo se murió sin saberlo porque no quería confundirla con términos confusos pero que Carmen se lo tradujo con un "ponte mejorcita que Raúl va y viene cualquier día de estos". Y en como mi tía siempre me fue a buscar a la escuela cuando era niño porque mi mamá trabajaba hasta tarde y su silueta en la distancia no se me olvidará jamás, y en cómo nadie nunca supo por qué yo le decía desde pequeño "Mama" (con la fuerza de pronunciación en la primera sílaba) pero al final creo que todos podemos intuir la respuesta.

Y entonces, la inevitable pregunta de siempre de por qué a mí la vida me pone estas cargas que a otros no le da.  Y en cómo la respuesta de "porque tú te sigues ríendo y eso le molesta" a veces no te satisface. De cómo ahora soy huérfano de madre por segunda vez como si no hubiese sido lo suficientemente duro la primera vez. Y te coges compasión (no lástima: esa está dedicada a los que tienen problemas de mierda y se la pasan llorando por ellos). Y pienso en lo solo que siempre he estado y siempre estaré. Que tengo que monitorear entierros desde la distancia porque soy el último de los Mancebo y no tengo quien me ayude en lo práctico ni me acompañe en lo emocional. Solo. Y sé que es para hacerme la persona más fuerte que conozco, pero sigue sin satisfacerme la respuesta.

Pero entonces viene Brian, quien sin saberlo recibió la misión de abrazarme por todos mis amigos que quisieran hacerlo pero no están cerca. Y el abrazo (sin llanto porque yo no lloro en frente de los demás) estremeció a una señora que se nos acercó luego para decirnos que "eso había hecho su día" y entonces Brian (quien tiene 20 años más que yo pero no duda en postularme como su "ídolo" en concursos de fotografía y que dice que en su mente yo no tengo 32 sino muchos más) llora, y yo le digo que qué clase de apoyo es ese a su ídolo. Y entonces lloro.

Y en el entierro se aparecieron mis amigos de la infancia, a los que yo no localicé pero que ahí estaban. Y ellos fueron al entierro por mí y le dieron el pésame a Carmen en mi nombre. Y ni Carmen ni mis amigos era Mancebo pero ese día fueron todos Mancebo.

Y la Thais, siempre reconfortante. Y la Yandro, que de pronto sacó una vena cariñosa que nadie le conoce y que me adjudico. Y la Andy, que llamó desde Cuba y dejo un mensaje en la contestadora con una voz seria que no le conozco y que me hizo reír. Y luego llorar. Pero más reír, porque esa es la misión de Andy en mi vida. Y la mamá de Olivia, quien se encargó de la gata, aunque sea por un tiempo. Y la Ray, quien a su forma era también sobrino de mi tía desde aquel día que entró a mi casa por primera vez, nos rompió el sillón y Mama lo acogió como uno más de nosotros (o sea, alguien a quien resingar, que era su manera de demostrar cariño). Y los otros, a los que se los fui diciendo poco a poco después cuando sentí que estaba capacitado para hablar de ello.

Y la Claudia - oh, la Claudia - quien me tuvo una semana en su sofá, que en la noche fungía de cama y en el día de diván de psiquiatría en el cual me quitaban el látigo de las manos cuando yo empezaba con mis culpas de Estocolmo. Y me obligó a sentirme bien sin remordimiento cuando yo quería sentirme bien pero consideraba que había que sentirse mal. Y me recordó (esa conclusión le fascina y se la dice a todo el que pueda escucharla) que yo era un niño que estaba condenado a terminar en las drogas, en la delincuencia o suicidado, por todas las cosas que la vida me había mandado desde niño, y que en cambio crecí para ser lo que soy hoy (no hay necesidad de definir eso pero podemos reducirlo en genial) sin que nunca nadie me dijera lo que tenía que hacer. Y pensé que mi tía quizás nunca se dio cuenta de ello. Y quizás alguna otra persona de mi familia. Y Claudia me quitó el látigo de nuevo y me dijo que ella - la persona más importante del mundo junto a mí - sí se había dado cuenta y eso bastaba. Y me diagnosticó otras 4 manías y padecimientos, además de 2 trastornos de la personalidad, y luego me absolvió con un "pero estás justificado así que sé feliz con ellos". Y al final me predijo el futuro (resulta que al final sí voy a terminar drogado, delincuente y suicidado pero habiendo alcanzado la grandeza en el medio, que es lo único que cuenta). También leímos en alta voz pasajes de mi propia literatura que nos erizaban los pelos para comprobar que aunque no se puedan solucionar las cosas es bueno al menos ser capaz de ponerlas en palabras. Intentó todo el tiempo ponerme las tetas en la cara para que yo "cambiara mis gustos y costumbres". Me tapó con una sábana una noche como si yo fuera un niño chiquito. Cuando se abrazaba con el marido, iba yo y los abrazaba también. Me hizo comida protestando todo el tiempo. Le enseñé a dar propinas en los hot dogs de Toronto y la llevé a gritar con los dinosaurios. Un día montamos columpios. Cuando me metí en problemas en Toronto (ese intento mío de buscarme problemas pasajeros para ignorar los reales) ella se sentó y actuó cual terapeuta profesional... Y sin lástima (esa es para los que no se han crecido nunca en la vida), me tuvo compasión en su sofá, y me hizo bien.

Mis abuelos solo tuvieron dos hijas. Solo una de ellas tuvo un hijo, con un hombre casado por otro lado. Luego murió y la otra hermana se quedó con él, en una relación más de adolescentes que viven juntos que de madre e hijo. Luego fue él quien se tuvo que encargar de ella cuando cayó inválida. Al final él se fue del país porque un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer y aunque se encargó de ella hasta el final lo más que pudo, no le dio tiempo a estar allí al final. No tengo culpas: al final todos los miembros de mi familia hicieron con su vida lo que quisieron. Es mi deber hacer lo mismo.

Pero me siento mal. Y solo. No habrá otro Mancebo. No traeré un hijo a este mundo en el que uno se puede quedar huérfano a los 12, cuidar a tías inválidas desde los 15 y luego a los 32 quedarse huérfano de nuevo, sin ni siquiera poder ir al entierro de su último familiar. Sin que nadie lo cuide si se enferma o nadie le pregunte si comió. Me niego.

Ya me recogeré del piso como siempre hago y me reiré de nuevo. Siempre lo he hecho y siempre lo haré. No sé hacer otra cosa. Volveré a mi vida normal, en la que nadie pueda notar que mi carácter está forjado por tragedias, y me sentiré orgulloso de mí mismo una vez más por no dejar que estas me definan. Un día escribiré la historia de los Mancebo - mi historia - y todos llorarán y llorarán hasta que decidan - como yo - que la mejor venganza es reír.

Por el momento, a menos de una semana para cumplir los 20 años que murió mi mamá y a poco más de una que mi tía murió, decido tenerme compasión y quererme mucho. Yo me lo merezco. Después de todo, soy el último de los Mancebo.

PD: Adiós, Mama. 


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