martes, 9 de marzo de 2021

Las estrictas reglas de un complejo hombre soltero

 

Se singó. En la meseta, en el baño, en la butaca que se mueve. En la cama, por supuesto. Por varios de sus bordes. Dolió. No dolió. Se tuvo pudor. Se dejó ir. Se miró a los ojos. Los ojos miraron todos en la misma dirección. Se estuvo callado. Se gritó. Las manos se pusieron en la pared. Se apretaron. Se singó.

 

A las 6:35pm se acabó, pero esa hora no me convenía. "Necesito seguir un poco más", dije. "Sí", respondió. Y seguimos. Luego ya ni intentamos detenernos de nuevo. Se cayó en un trance en el que la cantidad sustituyó a la calidad y las caras de esfuerzo a las de placer. Un trance del que ya no se sale por sí solo porque ya no se quiere salir. A eso de las 9pm, de alguna forma, se terminó. 

 

Puse la cabeza encima de la puerta abierta del refrigerador. Exhausto. Ni feliz ni infeliz. Lo sentí entrar a la cocina. "No puedo más. No quiero más. No puedo más", dije. "Yo tampoco. Solo necesito abrazarte", dijo. Su cuerpo delgado y alto, que ya me era completamente familiar, se pegó al mío. Su sudor se mezcló con el mío. "Ven", dije, llevándolo de la mano a la cama. Él me siguió, obediente. Siempre prefiero a los obedientes.

Acostado en mi pecho pasaba el dedo por mis brazos mientras yo miraba al techo y metía una y otra vez los dedos en su pelo rubio. "¿Cómo te llamas?", preguntó. "Gabriel", mentí. "Jared". "Encantado". "Lo mismo". Me gustaba ese momento. Pero una hora antes, cuando dijo algo que no puedo repetir, en un tono vulnerable y masculino, me había dado cuenta que me gustaba más de lo que nos tocaba, así que decidí ahora despegarme por el bien de ambos.

Cogí su cabeza, la puse en la cama, me paré y busqué algo urgentemente banal que hacer.
"¿Juegas Nintendo?" "No soy muy bueno en los videojuegos". "Perfecto, no me gustan los hombres que son buenos en los videojuegos", dije mientras le ponía un volante de mentira en la mano. La luz del televisor nos alumbró como antes lo había hecho el refrigerador. Era lindo en la oscuridad. Era lindo cuando mis equipos lo alumbraban.

 

"Qué hermoso apartamento", dijo. "Gracias. Tú eres hermoso". Sonrió y me abrazó por detrás. "Ya suelta. Tenemos que jugar Naked Nintendo". "No puedo dejar de abrazarte. Fue mucho tiempo. Pero me gusta eso de Naked Nintendo". Nos sentamos uno al lado del otro en el borde de la cama e hicimos a Mario y compañía arrancar sus autos de carrera.

Era verdaderamente malo con aquel volante en la mano. El hombre perfecto. "¿Por qué siento que te conozco?", dijo mientras chocaba con todas las paredes. "No sé. Pero los pingazos hacen eso". Reímos ambos. "Es cierto. Nunca le hago caso a nadie que me diga que conoce a alguien si no lo ha penetrado. Amigos, familiares...nada. No les creo nada". "Estás buscando que te siga abrazando", dijo. Sonreí. "No: sigue manejando".

"¿Eres soltero?", preguntó. "No. Pero hace meses no veo a mi esposo. Fue a Londres a fotografiar cosas y con todas las fronteras cerradas no ha podido regresar." "¿Lo extrañas?" "No, por su causa hace muchos años que no me monto en una montaña rusa. Las montañas rusas son lo único que me hace feliz". "Pero ahora están cerradas, de todas formas". Lo miré. Me miró. "Todo es mentira, ¿cierto?". Asentí y sonreí.

 

"¿Y tú?", pregunté. "Casado". Obvio. "Qué bien". "Con una mujer". Entendí por qué era tan cariñoso y obediente. "Qué bien". "Pero ella sabe que estoy aquí". Mi carrito se estrelló contra algo y tuvo que venir la tortuga a rescatarlo. Aproveché para mirarlo. Tampoco es que uno conozca todo de alguien por darle un pingazo. "Pero llevas aquí cinco horas". "Sí, creo que hoy me van a gritar", dijo. "Todo es mentira, ¿cierto?. Negó con la cabeza y medio que sonrió. Medio que sonreí.

Nuestros carritos llegaron en 11no y 12mo lugar. Los últimos. Tan lindo, tan obediente, tan cariñoso, tan poco habilidoso con un mando en la mano, tan apasionado en la cama, en la meseta, en la butaca que se mueve. El hombre perfecto. Tenía que sacarlo de mi hermoso apartamento y lo sabía.

Se corrió hasta el bastidor de la cama y me miró. Supongo que podía esperar un poco más para decirle que se fuera. Solté el mando y me arrastré hasta caer perfectamente acoplado encima de su cuerpo. "Hey". Beso. "Hey". Beso. "Te extrañé". Beso. "Yo también". Beso. Beso. Beso. "No puedo sin..." "Solo quiero estar cerca de ti". "Tengo cosas que hacer". "¿Por qué me apartas de ti? Yo sé que te gusto", dijo tocándome la parte del cuerpo que lo confirmaba.

 

"Yo...tengo reglas", dije, con la actitud del que confiesa que es impotente. "¿Qué reglas?" "Son muchas". "Di una". "No me acuesto con el mismo hombre dos veces". "¿Por qué?" "Porque me aburro y me pongo a pensar en otra cosa." "Di otra". "Si me siguen gustando después que me vengo tienen que irse rápido para poner pornografía de hombres muy distintos y venirme de nuevo pensando en esos".  "Otra". "Si voy a singar intentar hacerlo al atardecer". "Otra". "Nombre falso". "Otra". "No acostarme cinco horas con nadie".

"No me gustan tus reglas". "Imagino: casado con una mujer, la mujer sabe que estás aquí, te pasas más horas de las que debes... no creo que te gusten mucho las reglas". Ya no había besos ni nada erecto. Estábamos tirados uno encima del otro por gusto. "Creo que ahora es cuando me voy". "Disculpa. Eso fue injusto". "No te preocupes". Me apartó y se levantó. No era violento ni agresivo; seguía incluso pareciendo obediente. Siempre prefiero a los obedientes. Especialmente cuando me confrontan.

"¿Siempre has sido así?", preguntó mientras se vestía. "No. Pero es un mal año", dije. "Es un mal año para todos". "Quizás para mí es peor. No sé". "Son reglas jodidas". "Quizás yo estoy jodido". Fucked-up suena más lindo. Menos jodido. Se ponía los zapatos y yo pensaba en cuánto odio ver irse para siempre a un hombre que me gusta. Me alegré de tener mis reglas para evitar este tipo de accidentes emocionales innecesarios. Me molesté por estar teniendo este.

 

"Me gustas mucho", le dije. Ya sé que no era el momento de decirlo, pero fui criado con otra estricta regla de tres: "Si te gusta un hombre, siempre díselo. Nunca se lo digas a nadie que no te gusta. Si crees que estás enamorado, espera un tiempo antes de decirlo. Casi siempre se te pasa". Reglas y más reglas.

"Adiós, Gabriel. O como quiera que te llames", me dijo en su tono vulnerable y masculino. Obediente. Perfecto.

Cuando cerré la puerta, fui a la cama. Calmado. Quise darle una patada a la cama, pero no lo hice. Quise darle otra. Y otra. Y muchas más. Pero no lo hice. Me abracé a Red, mi Angry Bird, me acosté e invoqué la regla principal del manual: "No pienses en nada, no pienses en nada, no pienses en nada...". En el televisor, nuestra carrera era repetida una y otra vez.

Luego de un tiempo y ya sintiéndome mejor, puse pornografía de hombres muy distintos.

                                                                  

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Meses después, el autor del compendio de reglas estaba en su tercer viaje del día al supermercado de la esquina, calculando el peso de lo que podía llevar en la mano en las dos cuadras que tenía que caminar luego, cuando vio unos ojos que lo miraban detrás de una mascarilla. Pelo rubio medio largo, camisa azul claro, actitud obediente.

"¿Eres tú?", dije. "Soy yo", dijo. "Hola". "Hola". "¿Somos vecinos?". "Somos vecinos". "¿Cómo estás?" "Bien. Pero tú estás en la línea equivocada". "¿Disculpa?" Señaló las flechas en el piso que indicaban que las secciones ahora son de una sola vía. "Oh, supongo que me tengo que ir de esta sección", dije. "Sí, eso". Listo: me estaban botando de la sección de pastas. Drama en el Publix. "Ok. Fue bueno verte". "Igual".

En otra sección en la que no iba contrario me detuve a pensar en los pasados dos minutos. Estaba excitado y me gustaba mucho Jared. Un hombre obediente que me aparta de su camino y me bota de lugares públicos. El antiguo yo sin reglas se hubiera lanzado de nuevo a la sección de pastas y lo tocaría por un hombro para recordarle quién mandaba allí.

 

Un minuto más tarde me lanzaba a la sección de pastas y lo tocaba por un hombro. Se viró, le bajé la mascarilla y me bajé la mía. Voy por la sección que no es, bajo mascarillas: soy todo lo que está mal con la sociedad floridiana. Una señora corrió en la otra dirección, no sabremos si por homofobia, por espíritu de preservación o para llamar a la policía.

"Hey". "Hey". "Te extrañé". "Yo también." "Siento lo que pasó". "Siento que tengas tantas reglas que no me dejan ir a jugar Naked Nintendo". Le puse la mascarilla de nuevo. Me puse la mía. Respiré hondo.

"Mi nombre es Raúl. No sé qué hago en Miami, pero aquí estoy. Hay pandemia y nunca veo a otros seres humanos. Soy la única persona sin carro en esta ciudad y tengo que venir cuatro veces al mercado. Tuve que convertir una casa donde vivían dos en una casa donde vivo yo solo, pero todo me sigue recordando al otro que vivía ahí. No hay montañas rusas en mi vida. Tengo miedo acostarme a dormir porque cuando me despierto me siento desesperado. Desde que soy niño me deprimo de 5 a 7 de la noche, y por estos días estoy peor".


Me tocó un brazo y lo apretó, con la misma energía con la que me abrazaba sin poder controlarse meses atrás.

"Así que necesito mis reglas. Porque si me dejo llevar y ser todo lo apasionado, adicto al sexo y enamoradizo que puedo ser, voy a terminar completamente descontrolado, drogado y perdido en saunas. Me ha pasado antes. Necesito mis reglas para que me controlen, para que me centren. Son reglas jodidas pero tienen sentido cuando uno está jodido. Te dan paz. Triste, pero paz".

Me apretó aún más el brazo. "Raúl, un día, cuando todo esto se acabe, te llevaré y montaremos una montaña rusa juntos". Sonreí. Mi mejor sonrisa de todo el 2020.

"¿Quieres ir a jugar Nintendo ahora? Quizás Naked Nintendo, quizás solo Nintendo", dijo el antiguo Raúl. "Mucho. Quiero ir y abrazarte y jugar Nintendo". "¿No tienes que llevar las compras a tu casa?" "Sí, así que imagino que me van a gritar". Los obedientes son muy desobedientes por otros lados. El hombre perfecto. "¿Pero y tus reglas? No quiero afectar tu paz triste".

 

Analicé seriamente su pregunta. "¿Sabes qué? Creo que puedo agregar una nueva regla. Si ya estuve con alguien y me gusta mucho y me lo encuentro en el supermercado y le confieso la causa de mis reglas raras y él ofrece montañas rusas...puedo volver a verlo".

"Finalmente una regla que me gusta". Sonreímos. "Ven", dije y le di la mano. Él me siguió, obediente. Siempre prefiero a los obedientes. Especialmente a los que no siguen las reglas.

A las 7pm nuestros carritos llegaron en unos felices 11no y 12mo lugar.

 

martes, 23 de febrero de 2021

La historia del muchacho bueno y del muchacho malo


El muchacho bueno era bueno. No tanto como para llevar el nombre, pero lo parecía físicamente y eso siempre ayuda. Lo decía siempre: "soy bueno", y empleaba horas y horas en cambiar situaciones y anécdotas para poder lucir siempre como el bueno en ellas. A veces era déspota e indiferente, pero a ambas les llamaba bondad. Era bello. El muchacho más bello. Y muy bueno. Muy muy bueno. No el más bueno, pero bueno.

El muchacho malo era bueno. Pero gritaba fácil y eso es malo. Muy malo. Narraba historias en las que era malo y los buenos notaban enseguida que era bueno. Los malos no leen, así que solo decían que era uno de ellos. Podía ser muy malo. Podía apagar la luz del sol en un segundo. Lo que era el único que podía encenderla igual de rápido. Nunca hubo un muchacho que encendiera el sol tan rápido, ni bueno ni malo. A veces lo llamaban malo y otras menos malo. Nunca bueno. Pero era bueno. Muy bueno. Lo que gritaba fácil y eso es malo.


El muchacho bueno y el muchacho malo se amaban de una forma muy buena. El muchacho bueno quería curar al malo de su maldad y lo hacía con su bondad más dedicada. El muchacho malo le encendía la luz del sol al bueno, y descubría cuánto le gustaba hacerlo para alguien específico. No había conocido el amor real hasta esa fecha, a pesar de tener miles de experiencias anteriores. El bueno solo había tenido un par de largas relaciones antes pero a todas les llamaba amor. Siempre llamó amor a cualquier cosa porque pegaba con su actitud de bueno. El malo no le llamaba amor a nada porque a nadie había querido nunca encenderle la luz del sol. Pero el de ellos era amor. Amor bueno.

El muchacho malo cambió toda su vida por el bueno, pero olvidó cambiar los gritos. Y todos oyeron los gritos, y no vieron los cambios. Las mudanzas, las renuncias, los cambios de planes futuros. Los cambios que comarcas de buenos nunca han podido hacer. El muchacho bueno no cambió mucho de su vida - salvo una cosa importante - pero aportó su bondad al hogar y fue bueno.

El malo se mudó al pueblo del bueno, y en una casita minúscula tuvieron una buena vida. El malo se volvió un muchacho común. No narró más historias, no planeó más futuros, usó su capacidad para encender el sol en arreglar la casa miles de veces al día. El bueno nunca pensó mucho en el futuro tampoco, solo iba y venía del trabajo y cocinaba. Era bueno todo aquello. Siempre decían que planearían un futuro, pero nunca lo hacían. En cambio eran felices ese día y eso es bueno. Muy bueno.

El malo gritaba y gritaba cada día más. Su renuncia a cosas lo amargaba y le hacía secretamente exigir más cosas del bueno. No era bueno eso. El bueno, por su parte, hacía cosas extrañas que nunca le hicieron cuestionarse si era bueno, pero que eran malas y afectaban a ambos. Así y todo ambos seguían siendo buenos. Pero menos buenos. Más malos.

El bueno tenía familia y amigos por todo el pueblo, y todos decían siempre "que bueno es nuestro niño bueno". El malo no tenía a nadie, así que nadie le decía nada. La familia del bueno lo trataba como bueno, pero a veces agregaban "pero grita". El bueno nunca dijo "no: él es bueno bueno", porque ser intérprete entre su familia y el malo nunca fue una de sus bondades. El malo se callaba y no les decía a ellos que su niño no era tan bueno. No tenía ningún sentido. Además, sí era bueno el bueno. Y él quería también que todos pensaran que era bueno.

Quizás ese fue siempre el problema entre ellos: que el malo quería al bueno bueno, y ayudó a cambiar situaciones y anécdotas para él mismo siempre ver al bueno como bueno. El bueno quería al malo menos bueno, no solo para ser siempre él el bueno, sino porque su atracción por lo malo - no por lo verdaderamente malo, pero sí un poquito malo - era lo que lo hacía secretamente latir el corazón. Y curar la maldad del otro con su bondad era algo que lo hacía bueno. Verdaderamente bueno, a veces.

Pero era amor real. Y era bueno. Y a veces malo.

Cuatro años pasaron y todo siguió más o menos igual. La luz del sol siguió siendo encendida a veces, pero los gritos y las cosas extrañas se fueron acumulando. Y acumular lo malo es muy malo. El bueno tuvo que hacer algo por el futuro de ambos y no lo hizo. Sin contar con el malo, solo dijo "no lo hice" cuando ya era tarde. El malo no esperaba que lo hiciera pero esas cosas del bueno le hacían mucho mucho daño. Era como si no lo amara. Entendió que nunca habría un futuro. Que siempre estarían ahí en ese pueblo. Y estuvo bien con eso. Mientras estuviera con el bueno todo estaba bien. Pero siguió gritando.

Un día se acabó. No se sabe muy bien cómo. Un día de cosas extrañas y gritos, uno dijo "vete, no vuelvas" y el otro se fue rápido. Lo habían hecho antes pero nunca nada había durado más de diez minutos. Siempre terminaban encamados y olvidando las peleas. Hasta la próxima pelea. Pero ese día pasó. Uno dijo vete y el otro se fue. Y funcionó. Supongo que fue algo bueno. Pero se sintió como malo.

Por tres meses volvieron uno al otro. No podían dejar de encamarse, no podían dejar de odiarse, no podían dejar de amarse. Tuvieron un romance oculto por una semana que fue lindo, y tranquilo, sin definiciones. Como si pudieran tener solo lo bueno y nada de lo malo. Terminó por una tontería inesperada, que podrían haber intentado arreglar, pero no tenía sentido. Al final no habían podido arreglar la vida.

Poco tiempo después se vieron una vez. No se encamaron pero se toquetearon - el muchacho bueno y el muchacho malo nunca se han visto sin toquetearse - pero era una despedida. Una triste. Uno en un sillón y otro en una cama. Ahí, en la casita buena. El bueno dijo cosas raras y el malo entendió que ya había otras cosas en su vida. Quizás planes. No le importó. Tenían que separarse y les hacía falta cosas de las que aferrarse.

"Te odio", dijo el muchacho malo, tranquila pero honestamente. "Y yo a ti también", dijo el muchacho bueno con los mismos sentimientos. Ambos sonrieron. El bueno dijo: "Yo soy bueno, y tú eres malo. A mí me gustan los malos, pero me voy a forzar a que me gusten los buenos". Qué frase tan injusta. Qué frase tan triste. Qué declaración de amor vitalicia tan triste.

"¿Qué hago cuando me sienta mal? Tú siempre me dices qué hacer cuando me siento triste", dijo el bueno. El malo se sintió triste. No importaba cuán triste estuviera él, si el bueno se sentía triste alguna vez, él corría a encender la luz del sol, a decir que era malo, a hacer lo que tuviera que hacer. Podrían pasar muchas cosas en este mundo pero que el bueno estuviera triste era una que él no podía tolerar. "Solo vete", dijo a modo de respuesta. Y el otro se fue, diciéndole adiós a través del librero como hizo por cuatro años antes de irse a trabajar y el malo se despertaba solo para decir adiós por su lado.

El malo tuvo un ataque de tristeza y desesperación esa misma noche, y decidió usar eso que sentía para empezar su recuperación. Primero 10 días sin el bueno, luego 100, luego 1000, luego toda la vida. Fueron duros al inicio - fueron horribles - pero luego fueron mejores. Sin el bueno al lado, todas las cosas buenas que el malo hacía antes las hizo para él solo y funcionaron. Ahí, en la misma casa que era un mausoleo a su pareja anterior, logró convertirla en su propia casa. Y cuando todos esperaron que tuviera una vida mala, y en un año en el que la humanidad entera las tuvo difíciles, él tuvo una vida de bueno.

No intentó buscar el amor. Su definición de amor real no lo deja conversar con un hombre dos veces. Se aburre. Él lo sabe y no lo intenta. Busca la felicidad en la calma, en otras cosas. Quizás en otro proyecto lejano en distancia. No en un intento de novio real.

En algún momento cercano el bueno se buscó otro bueno. Quizás es amor real pero nunca sabremos con los muchachos que no saben dormir solos. No sabemos mucho de su cura pero es feliz y tranquilo. Lo que no había hecho el año anterior por el futuro de él y del malo lo hizo ahora por el futuro de él y del bueno. O a lo mejor por el futuro de él, y eso es bueno. Así y todo no dedicó un minuto a pensar en cuán injusto es que lo hubiera hecho ahora cuando no lo hizo antes. Él no puede admitir esas cosas, porque es muy bueno, y ellos no dicen que sienten nada, solo dicen que no es culpa de ellos. Los buenos, que pueden ser muy malos. Pero es bueno que lo haya hecho.

Algún mensaje mandó el bueno para saber del malo. El malo respondió cortésmente. No es que no quisiera saber del bueno, pero sabe que lo mejor es que estén lejos siempre porque ni van a ser felices juntos ni van a poder dejar de hablar por horas o mandarse mensajitos de tonterías. Y eso puede llevarlos a creer que es otra cosa. Quizás sea otra cosa. Por eso mismo es mejor no hacerlos.

Algunas veces vio las fotos del nuevo. El muchacho nuevo luce borroso siempre en las fotos, el muchacho bueno ya no es tan bello y tiene un ojo triste. En las fotos con él se veía más feliz. Pero quizás esa fue su opinión de ex amante. Además, ¿a quién le importan las fotos? Y él no quiere ver al otro triste, en realidad. Todo esto duraba cinco minutos, luego cerraba la foto y volvía a su vida en la que el bueno no existía.

Y un nuevo año llegó y todo cambió. El bueno y el nuevo se mudaron para un nuevo lugar, miles de planes empezaron a fructificar, y su vida de pareja sin problemas no pareció ser una cosa mala. Quizás no hace falta drama en una relación. Quizás la tranquilidad sí puede ser amor. Quizás. Especialmente cuando uno necesita curarse.

A la vez algo le pasó al malo. No podemos definir qué. Como que se cansó de su vida. O de la vida. O de que llegara un nuevo año y nada cambiara. De ser bueno y no tener nada en su vida. De aburrirse. De no tener planes. De no poder conversar ya ni una vez con un hombre. No sabemos. Así que dejó que la maldad llenara de nuevo su vida. De una forma más honesta que antes. De una forma mucho peor que antes. Decidió que si ya le decían malo, pues iba a ser malo.

Un día se dijo que no iba a parar de bajar hasta que llegara al fondo. Y una vez allá abajo, se quedaría cuanto quisiera. Hasta que descubriera lo que quería, o se muriera. O ambas fueran lo mismo. Y bajó en espiral con la misma pasión con que antes le encendía la luz al bueno. Rápido y eficaz. Nunca ha tenido paciencia para nada.

Y un día, en un ataque, decidió que el culpable de todo era el muchacho bueno. Fue la obsesión de la semana. Muy injusto. Y le escribió y le gritó que él no era bueno. Y muchas otras cosas más. Y le apagó la luz del sol en segundos.

El muchacho bueno primero se emociónó - finalmente algo de pasión en su vida, y así tan visceral, tan hiriente - pero enseguida se asustó. Tantos meses sin violencia y ahora esto. No le gustó. Quizás no le gusten los malos, después de todo. Quizás sí es de verdad un bueno al que le gusten los buenos. Además tiene un compromiso con la bondad del nuevo y lo que han logrado. Este mensaje del malo era definitivamente malo.

Lo bloqueó de todas partes y el malo se obsesionó. Nunca se preocupó por el muchacho nuevo pero lo acusaron de querer matarlo y recuperar al bueno - él grita, no mata; y está incapacitado de recuperar algo que ya fue de él y lo perdió - pero no hay nada que hacer cuando uno tiene fama de malo. Era el malo celoso que venía a matar a los pobres buenos.

Se puso peor. Tantos meses de vida buena y ahora seguía luciendo como malo. Para colmo con el mismo que le daba la fama. Se odió mucho. Odió mucho al bueno. Lo odió todo.

Su cerebro era otro, su cuerpo era otro, anduvo por lugares extraños hasta que ya no pudo salir de su casa, la cual llenó también de energías extrañas. Ya no era la casita buena. Y un día casi muerto se dio cuenta que necesitaba hacer algo.

Como un zombie, le pidió ayuda al pueblo para poder comunicarse con el bueno. "No los mates", "No le grites", "Ya él es feliz con otro". Aguantó de todo, quedó como el malo loco celoso, pero logró que el bueno lo llamara.

El bueno sonaba raro. Lleno de consejos ensayados por meses, lleno de teorías raras y extremas, lleno de corrección política, lleno de ataques. Quizás era porque el malo no gritaba. Quizás era la cura que había funcionado. Quizás era el odio por haberse separado. El malo estaba demasiado alejado de la realidad como para entender. Pero oírlo le hacía bien.

Luego el bueno se relajó y se pareció más al de siempre. Y luego el malo ya estuvo algo más participativo y se pareció más al de siempre. Y luego hablaron demasiado y se dijeron que lo pararían antes de que se sintieran mal por hablar tanto. El malo se curó un poco y le pidió disculpas por todo lo malo que hizo. Una típica conversación para mantener los estereotipos: el bueno dando consejos y el malo pidiendo disculpas. Se sintió como siempre y creyó que con eso bastó.

Pero unos días después se puso peor. Siguió bajando y bajando hasta que llegó a un lugar que no conocía. A una persona que él no conocía. Y allá abajo, como en en el fondo del océano, se dijo que necesitaba subir. Que alguien más necesitaba decirle que subiera y que solo uno podía hacerlo.

"Estoy mal. Por favor, dime que soy bueno. Solo dime que soy bueno", escribió.

El bueno vio el mensaje y lo bloqueó. Él nunca fue el que le tenía que decir al otro qué hacer cuando estaba triste, sino al revés. Además, él siempre necesitará que el otro fuera el malo. Hizo lo correcto, de todas formas. Él tiene una buena vida y no puede dejar que el malo lo afecte por tener una mala. Es muy egoísta.

El malo subió un poco de ese lugar extraño, y se dio cuenta que su viaje en realidad no tiene que ver con el bueno. Vio lo bueno en haber hablado con él, lo agradeció, pero se dio cuenta que ya podía regresar a los 1000 días sin saber de él. A él nadie le dirá que es bueno, así que lo tiene que saber él y encenderse la luz del sol para él mismo, o no.

Esa noche, jugando su juego de samurais, el muchacho bueno se acordó de la madre del muchacho malo y en cómo en realidad siempre le gustó la parte buena del muchacho malo. En la casita linda, en la cama de siempre, el muchacho malo dormía temblando y tosiendo mientras susurraba sin cesar "yo soy bueno, yo soy bueno".

El muchacho bueno es bueno. Y yo también.


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