martes, 22 de mayo de 2012

Los hombres buenos en la cama vs. los hombres malos en la cama


La culpa de todo la tuvo Daniel, quien decidió comportarse como lo que verdaderamente es: un cretino. Por un simple error de comunicación previo a uno de nuestros encuentros sexuales, terminamos gritándonos por teléfono y yo jurándome nunca más llamarlo. Aguantarle cosas a la gente no es mi pasatiempo favorito, mucho menos a alguien con quien lo único que tengo es sexo. Pero entonces, al estropearse mi cita, tuve que recurrir a un plan B.

Lucía bien. Nos conocimos por Internet y tuvimos la decencia de decorar nuestro inevitable sexo con una visita al cine y unas cervezas. Después de una simpática película francesa y dos Bucaneros por persona llegó el tan ansiado momento en que solo quedamos él, yo y una cama. La trilogía perfecta. Pero entonces, aún antes de que el lecho pudiera hacer su entrada en esta historia, todo comenzó a estropearse.

Besaba mal. No solo tenía los ojos abiertos, lo cual es ya de por sí imperdonable, sino que además mordía mi labio superior y su lengua no hacía nada. Era como besar a un alga mordelona que te mira fijo. Entonces, mientras mi cínico interior me decía inmediatamente: “Oh, no, otra noche perdida”, mi yo que intenta ser cada día mejor me dijo: “Vamos, la cama no lo es todo, es inteligente, agradable y puedes tener una buena conversación después del coito. Solo acuéstate con él rápido y sales de eso enseguida”. Así, con la cama a mis espaldas, mi “amante” frente a mí, mi angelito a la derecha y mi diablito a la izquierda, me puse a pensar en la pregunta más vieja del mundo: ¿cuán importante es ser bueno o malo en la cama?

Cuando uno comienza en los asuntos del amor/sexo, la primera clasificación a la que sometemos a los hombres es si son lindos o feos. Luego, cuando algo más de madurez se impone y nos dejamos llevar por la admiración y el intelecto, los dividimos en inteligentes o brutos. Más tarde, cuando ya somos completamente maduros y sabemos que la inteligencia, el talento o las apariencias no tienen nada que ver con la felicidad o la satisfacción, clasificamos a los hombres en buenos o malos. Pero cuando uno ya ha pasado por todo eso más de una vez, ha acelerado el proceso habitual de conocer/sufrir por/decepcionarse de los hombres y ya no espera mucho más de ellos que lo que esperaría de una buena película, pues la única clasificación que nos queda de los hombres es si son buenos en la cama o no.

Los seres humanos han establecido el “tener sexo” en una sola categoría. “Ayer tuve sexo”, “ayer no lo tuve”, “quiero tener sexo”, “no hay nada como tener sexo”... Esto es un error; en realidad son dos categorías diametralmente distintas que no deben ser confundidas: “tener buen sexo” y “tener mal sexo”. Si bien a los adolescentes o a las personas que rara vez se van a la cama con alguien puede no importarle la diferencia entre ambas categorías, el resto de nosotros debe aspirar a una sola: el tener buen sexo. Debemos aclarar que existe una tercera categoría llamada “tener sexo normal”, la cual es en extremo peligrosa ya que al no ser un mal sexo - y ser nosotros tan horriblemente conformistas – nos acostumbramos a ella, olvidando que hay otra categoría superior.

Pero, ¿cómo saber que hemos tenido buen sexo y no “sexo normal”? Pues es extremadamente sencillo: nos sentimos más jóvenes. Sentimos una brisa que no existe en nuestra cara, todos nuestros problemas parecen lejanos, nuestra piel luce más hidratada y en el espejo del baño lucimos bien no importa la expresión que pongamos. Cualquier otra cosa es conformismo.

Si usted piensa que no somos juzgados en la cama, pues le pido que lo analice más fríamente. Es cierto que no somos juzgados tan severamente como en el certamen de gimnasia artística de los Juegos Olímpicos, lo cual es lógico ya que si vamos a acostarnos con alguien nuestro objetivo no es precisamente criticarlo, sino disfrutarlo. Pero de ahí a pensar que no somos juzgados hay un buen trecho. Sí lo somos, y por estresante que parezca, lo somos todo el tiempo.

Hay teóricos que afirman que ir a la cama no es lo fundamental en un intercambio entre dos personas. Aún cuando puedan tener razón, el Dr. Reyes Mancebo nos alerta acerca de los peligros internos que trae pensar algo como esto. Es, generalmente, el primer paso para ser malo en la cama. Así que si alguien le dice que el sexo no es tan importante, usted debe pedir permiso en ese mismo momento, pararse de la mesa, huir por la puerta del fondo e irse a su casa sin remordimientos ya que su cita se está justificando a priori por las deficiencias que demostrará un poco más tarde. Por supuesto que en la vida hay más cosas que el sexo. De la misma forma que hay más cosas que el agua y así y todo no podemos estar sin ella.

En una relación de pareja es aún peor porque el chantaje emocional hace su aparición: tengo amor que ofrecer por un lado y no sé moverme por el otro, podremos tener un hijo juntos y tú nunca sabrás lo que es un orgasmo. Tentador, ¿no es cierto? En mi caso personal, jamás he considerado a alguien como “novio” hasta haberme acostado con él, lo cual pasa por lo general el mismo primer día. Una vez cometí el error de hacerlo a la inversa, dejándome llevar por sentimentalismos, y postergué la cama hasta dos semanas después, luego de conocimientos de familiares, cenas románticas en el Barrio Chino y gritos desde las azoteas de “¡Estoy enamorado!” Luego descubrí horrorizado que no me atraía para nada en la cama, y ante la idea de pasar una temporada teniendo una vida social ejemplar, conjugada con una ausencia de morbo en el lecho, me las arreglé para nunca volverlo a ver. Hay quien no es tan valiente.

No hay manera de darse cuenta antes de tener sexo con alguien si es bueno o malo en la cama. Lo siento: no la hay. Hay que llegar hasta ahí. Pero las personas que no tienen sexo se dedican a inventar teorías para sentirse bien consigo mismas. Así, podemos constantemente oír los mitos urbanos de que los cuarentones son mejores que los veinteañeros, los negros mejores que los blancos, los constructores mejores que los intelectuales y los cubanos mejores que el resto del universo. Patrañas. Cualquiera que haya estado con una amplia cantidad de hombres de diversas etnias, nacionalidades, coeficientes intelectuales y hasta signos zodiacales, sabe que los buenos y los malos están en iguales proporciones en todas las categorías.

Así y todo, hay algunas señas que nos pueden ayudar a darnos cuenta antes de llegar al acto. Ese muchacho hermoso que se lleva todos los días a alguien distinto de la fiesta y sin embargo ninguno le dura más de un día…sospechoso. Ese otro que jamás va al gimnasio, está jorobado y despeinado pero cada vez que uno mira para una esquina, sale de atrás de un poste con alguna de las novias de sus amigos…hay algo ahí. De todas formas, nada de esto es determinante. La verdadera pericia de un amante no se comprueba hasta llegar a la cama (o árbol, auto, closet, pasillo…)

Ser bueno o ser malo no depende, como podría pensarse, de cómo está uno dotado para la vida. Si el hombre es inteligente sabrá imponerse a las deficiencias que la vida puede haberle dado. Eyaculaciones precoces, eyaculaciones prolongadas, dimensiones… Pero lamentablemente estos hombres por lo general vienen con un complejo que los supera y que se les nota en los comentarios que hacen. Pero hay algunos que así y todo se las arreglan y triunfan ya que saben que una de las claves del éxito en la cama – como en todo en la vida -  radica en saber compensar.

Hay quien dice que la primera vez no cuenta porque uno se pone nervioso y no sale bien. Otro estereotipo erróneo. Si bien puede que sea mejor luego, debido al mayor conocimiento del otro y sus gustos, lo cierto es que desde la primera vez se encuentra el acople casi perfecto, el cual te lleva a que quieras repetir luego. En mi caso personal, tengo muchas primeras veces, ni un cuarto de las cuales llegan a una segunda vez, y muchísimas menos a una tercera. Aquellos con los que he estado más de diez veces, podrían entrar mañana mismo al Olimpo del sexo como los verdaderos dioses que son. Aunque sean cretinos como Daniel.

En el caso de las parejas, con aquellas con las que he estado por más de un año (han sido tres), he tenido sexo en todos los lugares, a todas horas, en todas las posiciones, y en todos los estados de ánimo. Y no solo estoy hablando de cantidad.

Hay quien lo estropea todo con la boca. Y no me refiero al sexo oral, sino a lo que dicen. Ejemplificaré con dos anécdotas el excesivo glosario incorrecto que me he encontrado. En una ocasión alguien empezó a gritar: “¡Soy lindo, soy lindo!” mientras teníamos sexo y se miraba en uno de los espejos de mi cuarto. Incluso alargó la mano para tocar su imagen. Casi salgo del cuarto para que pudiera seguir teniendo sexo con él mismo. Ni siquiera era lindo… Otra vez, justo después de haber eyaculado, uno se paró en la cama como si tuviera un resorte y, sin previo aviso, comenzó a cantar la canción que preparaba para su próximo disco. Yo lo miré desde la cama asombrado. Al final hice lo único que podía hacer: aplaudir. A pesar de que no me había ido mal, y que la canción no era precisamente mala, nunca más lo volví a llamar.

Yo casi nunca hablo en la cama. Me parece que es un recurso muy fácil y, enemigo que soy del facilismo, intento ser lo más habilidoso posible con otras cosas. Quizás sí pueda llevármelos a la cama con lo que diga – o escriba – pero pueden estar convencidos que no será mi arma en la cama. Ahí prefiero otras. Pero de todas formas, lingüista que soy, entiendo perfectamente la importancia del decir en la cama. Siempre y cuando no canten.

Si uno es bueno en la cama, siempre va a poder sacar algo de los demás y divertirse, a pesar de que los demás no sean buenos. Pero no vas a querer repetir luego. Si el hombre es muy lindo puede que sea horroroso en la cama y a uno no le importe. Le dirás a todos satisfecho: “Yo estuve con él”. Pero pasa lo mismo. A la segunda vez ya uno no lo ve ni tan bonito y quieres irte con otro la mitad de lindo y el doble de pervertido.

Pero ¿qué es ser buen amante? Pues bien, aunque las teorías obviamente varían, pueden sintetizarse en algo así: ser bueno en la cama incluye el tener buena técnica, control y conocimiento de su propio cuerpo, relajación, pericia y morbo. Saber dónde tocar y por cuánto tiempo, no dejar que los demás se aburran y lograr la perfecta dualidad de ser uno mismo y garantizar su placer al mismo tiempo que plegarse a los del otro. Y así y todo, teniendo todo esto, no se tiene la garantía de serlo.

No piensen que hago una apología a la técnica. Para nada. La técnica hay que aprenderla, eso es seguro, pero lo que verdaderamente te hace grande es saber cuándo dejarla de lado y pasar a la verdadera diversión, que combina los pequeños trucos técnicos que has aprendido con la relajación, el disfrute y la verdadera satisfacción.

Y generalmente, todo comienza con un beso. Por eso, si alguien no ha logrado descifrar cómo sincronizar sus labios y su lengua con los de los demás, es poco probable que sepa que a veces hay que soplar en una oreja, apretar una mano que se escapa de uno, pasar la nariz de arriba abajo por la espalda y seguir un poco más allá, parar a mitad de sexo, mirar a alguien a los ojos y pasarle la mano por el sudor de la frente justo antes de seguir. Y esto es solo en el sexo romántico. Tampoco sabrá decir groserías o dar un golpe en un momento determinado (o lo hará muy duro el muy imbécil). Tampoco sabrá encontrar un perfecto equilibro entre todo esto o darse cuenta de lo que funciona para cada cual varía según la persona o el estado de ánimo en que estén ese día. No, si no sabe dar un beso, no sabrá nada de esto tampoco.

Para cuando me di cuenta estaba acostado bocarriba con todo este post en mi cabeza aún cuando supuestamente estaba teniendo sexo. Así era de bueno aquello. Mi “amante” ya se las había arreglado para darme dos codazos, morderme un brazo sin nada de morbo y comenzar a reírse tontamente cuando le pasé los dedos por la cintura porque le hacía cosquillas. Así que justo cuando rozaba con sus dientes algo que nunca – nunca – debe ser rozado con los dientes, me harté, miré al angelito y al diablito que conversaban a mi derecha y les dije: “Recojan que nos vamos; esto se acabó”.

Mientras me ponía mi pantalón, el cual nunca debí haberme quitado, me preguntó qué pasaba. Supongo que pude haber sido comprensivo y habérselo dicho para que mejorara en el futuro. Pero hay algo con los hombres malos en la cama: nunca cambiarán ni mejorarán. Lamentable, pero cierto. Así que decírselo sería solamente ser cruel. Pero no me compadecí de él tampoco: por alguna razón desconocida para mí, los hombres malos en la cama cuando se encuentran entre ellos tienen relaciones que duran muchos años. Ni idea de cuál puede ser la causa, ya que nunca he estado en una relación de ese tipo, pero así es. Seguro se preocupan más por otras cosas. Ni idea de cuáles. Así que no sentí lástima; ya se encontrará a otro como él y durarán muchos años gritando por ahí cuán felices son, mientras yo sigo soltero. Así que lo miré y mentí: “Yo…no soy alguien muy sexual”.

De vuelta a la calle, y justo cuando regresaba a casa pensando en darle un buen uso a mi pornografía (los hombres buenos en la cama saben muy bien cómo darse placer a sí mismos), decidí hacer un acercamiento al plan A original.

“Oigo”, dijo la voz del idiota de Daniel al otro lado del teléfono. “Soy yo”, dije. “Pensé que habías dicho que nunca más llamarías”. “Pues sí, pero antes quiero decirte que eres un imbécil, un cretino, un anormal y nunca llegarás a nada en la vida, aunque creas que eres lo más grande”. “Está bien, ¿algo más?”. “Pues sí: en 20 minutos estoy en tu casa.” “Está bien, timbra cuando llegues para tirarte la llave.” “Ok.” “Vale.”

Eso quizás sea lo único malo de los hombres buenos en la cama: uno siempre termina regresando a ellos a pesar de todo.

jueves, 10 de mayo de 2012

Maritza y el hombre de su vida


Maritza Mancebo Llano, mi mamá, quedó prendida con los valores de la naciente revolución del 59. Con tan solo 15 años se vio alfabetizando y militando en sus diferentes filas, como casi todo el mundo por aquellas fechas. Imbuida en este espíritu de rechazo a lo anterior, en una misa dominical en la iglesia municipal de Güines, se levantó mientras todos rezaban y le gritó al cura de toda la vida: “¡Esbirro con sotana!”. Nadie interrumpió el rezo, pero a la salida de la iglesia, mi abuela la cogió por una mano y le dijo: “Yo sé que fuiste tú”. La cara de mi mamá se lo confirmó. Esa tarde fueron las dos a pedirle disculpas al cura.

Así era mi mamá. Irreverente, apasionada, cuestionadora, de palabra y pensamiento rápidos, inteligente, carismática. Sensible, espontánea, firme e independiente. Frágil, en ocasiones. Con defectos, por supuesto, pero no los suficientes como para empañar su carácter, que siempre le atrajo la amistad incondicional y la admiración de casi todos los que la conocieron.

Así creció mi mamá y siguió involucrada con las tareas de la revolución. No sé en qué momento llegaron los hombres a su vida pero como toda gran mujer no encontró nunca a uno que le llegara al tacón. Se mudó para la Habana y se puso a vivir en una beca para muchachas, se casó con un cretino que la engañaba con todo el mundo y se divorció. Esa manía que tenemos los grandes de enamorarnos de hombrecitos que no valen nada. La residencia fue transformada en casas individuales y así pasó a tener su casa propia en Marianao. Se hizo dirigente y como toda hermosa “divorcée” atrajo a más de uno con su encanto de mujer atractiva, independiente y liberada.

Ahí llegó mi papá a su vida. Mi papá, un hombre casado y con dos hijos, que siempre intentó aplacar el espíritu rebelde de mi mamá, pero que al final imagino que era lo que más le gustara. Su romance de varios años se vio coronado con un embarazo, que nadie quiso que fuera mucho más lejos. Mi papá y la familia de mi mamá estaban en contra de mi nacimiento, pero mi mamá se trancó, les dijo que ella tenía ya 36 años y que esa era su única oportunidad de tener un hijo y se acabó: nací yo. Quizás es por eso que tengo este odio manifiesto por el género humano, ya que nadie, salvo ella, quiso que yo naciera, pero ¿qué sería de los artistas sin los traumas del pasado?

Anécdotas de mi mamá y mías tengo miles. Una madre soltera y su hijo, viviendo solos, crean una relación extremadamente íntima de mutua protección. Mi mamá volcó absolutamente todo su carácter en mi crianza. Por eso soy como soy. Pero su trabajo también era importante. Así, regresó a trabajar cuando yo tenía tan solo 45 días de nacido, pero no me dejó muy lejos, ya que mi círculo infantil estaba en la azotea de su Ministerio y me iba a ver todo el tiempo. Quizás fuera por este espíritu laboral que la primera palabra que dije en mi vida, no fuera “mamá” como muchos otros, sino “guagua” (la cual, vista desde un punto de vista más objetivo, es una palabra bastante fácil también).

Me enseñó muchas cosas, gran parte de lo que sé, no porque se dedicara a enseñármelo, sino porque yo lo aprendí al verla. Me compró cientos de libros y nunca me leyó ninguno porque casi no tenía tiempo, lo que provocó que en cuanto pude empecé a leer yo solo y para cuando estaba a inicios de segundo grado ya leía los subtítulos de las películas sin que se me fuera ninguno. Bien hecho, mami, terminé siendo escritor. Tuvo más hombres, pero ninguno relevante, ya que ahora tenía que pensar no solo en que el hombre le llegara al tacón, sino además en que fuera buen padre. Tarea demasiado difícil para los hombres.

Sin embargo, la anécdota que quiero contar hoy, trata de cómo mi madre cambió sus valores para formar, indirectamente, en su hijo, una de sus mayores virtudes actuales: el espíritu de supervivencia.

Pues resulta que llegaron los años 90 y todo el mundo se quedó sin nada que comer. Algunos no, pero esos no son cubanos reales y a nadie les importan sus historias. Y mi mamá era cuadro y profesora, lo cual no servía para nada en aquella época en la que ser plomero y carpintero era lo que daba. Además, ya estaba retirada por problemas de salud. Así, mi mamá y yo, como muchos, nos vimos sumergidos en una terrible pobreza. Los únicos zapatos que llevaba a la escuela eran una horrible cosa negra, de la cual todo el mundo se burlaba, llamándolos “Los rompecuna”. A mí nunca me molestó que los llamaran así, pero el día en que mi mamá se enteró se echó a llorar de la humillación. De la comida y otras necesidades básicas, mejor ni hablar.

Pero una madre no es madre por gusto. El tener a un hijo en su vientre, el criarlo, el preocuparse por él como nunca supo que sabía ocuparse ni siquiera de ella misma, la vuelve una fiera que hace lo que haya que hacer para proteger a su cría.

Todo comenzó cuando alguien intentó vender algo y mi mamá le dijo que ella lo vendía por un precio algo mayor. No supo de dónde sacó la idea, pero lo hizo. Sin siquiera salir de la casa. Unas llamadas telefónicas y funcionó. Esto le dio el impulso para seguir haciéndolo. Así, algunas amigas trajeron más cosas y ella les puso un precio ligeramente superior. Las puso encima de la cama, cual vitrina, llamó a algunas jineteras del barrio, familiares de otros que estaban fuera, y alguna que otra esposa de dirigente escondida de su esposo, y así nos cayeron algunos necesarios y recientemente despenalizados dólares en el bolsillo.

Al ver que aquello funcionaba, mi mamá intentó legalizar el asunto. Pero, por supuesto, no se podía, a pesar de que los trabajos por cuenta propia acababan de hacer su entrada en el país. “Ese tipo de licencia no existe”, le dijeron. “Entonces, ¿qué puedo hacer?”, les preguntó. Obviamente, el parar de hacerlo, no era una opción. “Pues saque la licencia de vendedor de libros que es lo que más se parece”, le dijeron allí mismo. Así mi mamá sacó la licencia de vendedora de libros sin la intención de vender ninguno.

Pusimos algunos libros en la sala para camuflar y la vendedera de ropa siguió en el cuarto encima de las camas. Pero todo negocio que se respete va creciendo inmediatamente. Para cuando nos dimos cuenta toda la cuadra venía y dejaba cosas para vender. Además, ellos mismos se quedaban y compraban algo de lo que otros habían dejado. Y así fue extendiéndose a todo Marianao.

Si al principio era ropa, por lo general traída del exterior por familiares de los clientes, luego era de todo. Desde llaveros hasta Tocopanes inflables. Carteras, lámparas recargables, zapatos. Todo lo que la gente considerara que pudiera tener algún valor. Los precios iban de un dólar hasta 150. Y se vendía bastante. Tuvimos que ampliarnos y coger la sala para aquello.

Había cosas por todas partes. Y personas todo el tiempo. La gente tocaba y preguntaba “si la casa comisionista era allí”. Mi mamá llevaba una libreta con las cosas que se vendían y vigilaba que no se robaran nada. Como el negocio creció, mi tía, quien siempre protestaba pero terminaba apoyando todas las ideas de mi mamá (la mejor prueba es que me iba a buscar todos los días a la escuela y se quedó conmigo después a pesar de oponerse inicialmente a mi nacimiento) dejaba su casa en el Vedado en ocasiones e iba a ayudarla. Estamos hablando de mujeres de 48 y 56 años, respectivamente. Sandra, mi “novia” de la infancia, fue contratada como vigilante y se le pagaba la suma de un dólar al día, lo cual eran 100 pesos cubanos en esa época. Tuvimos que poner horarios que había que violar después porque la gente se acumulaba en el jardín y no podíamos llamar tanto la atención.

Yo no hacía mucho, pero como era el hombre de la casa estaba destinado a los casos de emergencia. Debía avisar si veía algún policía por la cuadra, vigilar que nadie se robara nada y estaba a cargo del ron y los jabones robados que uno de los ladrones del barrio nos suministraba. Sí: teníamos ron y todo. En el baño, en una nevera de metal (que también estaba en venta). Pues yo estaba instruido para si un día llegaba la policía, mientras mi mamá los entretenía en la sala, yo fuera al baño y abriera la pila de la nevera sobre el tragante y lo botara todito para que no nos cogieran con él encima.

Por supuesto, mi papá fue y aprovechó para meterse en su vida diciéndole que cerrara aquello, que se arriesgaban a que la cogiera. He de aclarar que yo quiero mucho a mi papá y algún día tendrá un post para él solo, pero en la historia de mi mamá no creo que sea precisamente el héroe, a no ser si tenemos en cuenta que, mal que bien, fue el hombre que más ella quiso. Mi mamá le dijo que no se metiera en su vida y él usó, por supuesto, la carta del hijo que era de los dos. Mi hermana (hija de mi papá) le dio la razón a mi mamá y compró algunas chucherías ella también, lo cual imagino haya enfurecido aún más a mi papá.

Pero lo cierto es que no pasamos más hambre. Íbamos todos los domingos, día de receso de la tienda, cual religión, a 3ra y 70 y al Comodoro y me compraban todo lo que yo quería. Absolutamente todo. En acto de repudio público, botamos simbólicamente los “rompecuna” y mi madre se sintió satisfecha de su papel como madre. Y yo también.

Un día se cuestionó sus valores. No lo hizo triste, solo lo hizo. Se dijo que ella siempre había sido revolucionaria y ahora, al igual que todo el mundo, había cambiado para “el otro lado”. Y se sintió mal por haberle dicho eso al cura treinta años atrás. Pero es que no hay un “otro lado”. El hacer algo ilegal para darle de comer a un hijo no es ningún otro lado. Es “el único lado”. Fue tan loable tener aquella tienda ilegal como irse a alfabetizar cuando tenía 15 años. En cada época hizo lo que había que hacer. Sin embargo, su cuestionamiento – y su “cambio” - de valores tuvo un sentido inmenso: mi aprendizaje de que en la vida hay que hacer lo que sea para sobrevivir.

La delegada de Marianao llegó un día y en un perfil bastante bajo le dijo que quitara la tienda. No nos decomisaron nada, que era lo que más nos temíamos, ni fue la policía. Todo terminó bastante bien, dentro de lo que cabe. Seis meses duró, lo cual si se analiza desde el punto de vista que siempre temíamos que algo pudiera pasar, es mucho tiempo. En esa tarde, al irse la mujer, mi mamá se sentó en el piso, recostada al closet, y se desesperó. ¿Qué haríamos ahora? Pero yo me crecí – recuerden que yo era el encargado en caso de emergencia - me senté a su lado y dije lo que había que decir: “No te preocupes, mami, algo inventaremos”. Y nos fuimos a 3ra y 70 y nos compramos la mitad de la tienda para celebrar lo bien que nos había ido en nuestro negocio improvisado.

Mi mamá murió menos de un año después, cuando yo tenía 12 años y ella 50, de una enfermedad que pensábamos que se había ido pero que regresó. Nunca imaginé que muriera – porque eso nunca está en la cabeza de los niños – así que al único que tomó por sorpresa aquel día extremadamente negro, fue a mí. Supongo que no soy tan inteligente, después de todo. Después de grande, he pensado en más de una ocasión que en sus últimos días probablemente se haya preocupado mucho por el futuro de su hijo, a quien dejaba solo.

Pero no quiero que nadie llore; esto no es una historia infeliz. Es la historia de una madre que cambió sus valores para alimentar a su hijo y le enseñó así a este a salir adelante en la vida. Así, aún cuando me quedé sin la única persona que quería que yo naciera, nunca me desesperé. Me quedé viviendo con mi tía, quien quedó inválida tres años después, y ni siquiera lloré.  Me asumí el dueño de mi casa y de mi vida y ha sido así desde entonces. Nunca le he pedido un kilo a nadie y he hecho de todo para sobrevivir y mantener a mi tía. He alquilado lo que ha habido que alquilar, he usado mis talentos para proporcionarme dinero y si he pasado hambre de nuevo ha sido por vagancia y no por problemas económicos. Y todo eso sin dejar de estudiar nunca. Me fui a Montreal, el cambio de mundo me dejó sin un centavo, y allí también salí adelante en brevísimo tiempo.  

Y todo esto gracias a mi mamá. Gracias a su cambio de valores que sirvió no solo para alimentarme en la época de la tienda, sino por el resto de mis días. ¿Ven?: es una historia feliz.

Nunca hablo de mi mamá porque me sale algo en la voz y no me permito esa clase de vulnerabilidades en frente de los demás. Los días de las madres miro hacia otro lado y finjo que no oigo a todo el mundo felicitando a todo el mundo. Pero escribir es diferente, ya que, como compruebo justo ahora, en este post que escribo en mi casa de Marianao, sentado en el piso, recostado en el closet y rodeado de fotos de mi mamá, uno puede seguir escribiendo aún en medio de las lágrimas.

Y es que mi mamá fue una gran mujer y llevo 17 años sin compartirlo con los demás. Uno se crea barreras para lidiar con los traumas, pero al final, analizado más fríamente, no hay nada humillante en la muerte. Mi mamá fue alguien muy especial e hizo de todo por mí, tuvo una vida plena, de la cual me enorgullezco en imitar y es un honor para mí ser su hijo único, por el cual luchó para tener primero y por mantener después.

Algunos son lo suficientemente dichosos como para tener a sus madres a su lado muchos años. Otros no. Pero si las madres hicieron bien su trabajo (y casi siempre lo hacen), la muerte no es más que una ilusión, y sus hijos, a dondequiera que vamos, llevamos a  nuestro lado sus espíritus rebeldes, irreverentes, sensibles y frágiles en ocasiones, como la mejor guía posible.


PD: Dedico este post a todas las madres que han hecho lo que sea por sus hijos. También a los hijos que conocieron poco tiempo a sus madres, pero que así y todo se han visto influenciadas por ellas. A mi tía, quien de muchas maneras es también mi mamá. Y sobre todo, a Maritza Mancebo Llano, mi mamá, a quien no solo le dedico este post, sino también mi vida entera. Mami, sé que por decir o escribir las cosas, estas no llegan siempre a sus destinatarios, pero te escribo esto de todas formas con la esperanza de que alguna forma, estas sí lo hagan: Estoy bien, siempre lo he estado y siempre lo estaré. Nunca me pasará nada porque aprendí de la mejor madre del universo a salir adelante aunque haya que cambiar los valores en el proceso. He sido yo mismo y lo seguiré siendo, porque sé que eso te haría sentirte orgullosa. Te quiero mucho y sé que como al final el hombre de tu vida fui yo, me he esforzado cada día por ser un hombre mejor para poder llegar así un poco más arriba de tus tacones. 

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jueves, 3 de mayo de 2012

De cómo comenzó todo, de mi blog y de cómo “el estúpido escribir” ya tiene un año


Supongo que todo comenzó aquella tarde de hace poco más de un año en la que puse en Facebook la siguiente pregunta: “¿Y si hago un blog?”. Lo dije más que nada por bromear, como respuesta a alguien que me había puesto en algún otro de mis pensamientos facebuquianos: “Deberías tener un blog”. Sin embargo, a pesar de que no lo dije como un intento serio de tener uno, la respuesta me sorprendió bastante. Todos decían “Yo lo leo”, “Anímate” y cosas así,  y, aunque yo no soy mucho de creer en lo que dice la gente, ante la idea de que ellos valoraran realmente la posibilidad de que yo pudiera tener un blog, pues yo también empecé a considerarlo seriamente. Pero como no sabía nada de blogs (jamás había seguido uno) ni tenía idea sobre qué tema pudiera hacerlo, dejé la idea por algún lado. Hasta un miércoles en el que me sentía particularmente apático, y decidí que algo tenía que sacarme de mi ordinaria vida.

Así, cuatro días después, escribí el primer post de este blog, titulado “De cómo comenzó todo, de los blogs y de cómo “estúpido” quiere decir precisamente lo contrario” en el que, cual génesis, contaba  una historia no conocida por ninguno de mis allegados sobre mi única experiencia como escritor 20 años atrás. Unos meses antes de este primer post, había escrito cuatro hojas de Word en la que yo mismo me daba consejos para no volverme loco y al guardarlo lo había titulado “El estúpido escribir” sin saber que esas tres palabras cambiarían mi vida en más de una manera. Pues con el título del blog y el primer post ya escrito, solo faltaba crearme uno. Casi sin preguntarle nada a nadie, me busqué un servidor, escogí una plantilla que me recordaba mucho el estilo country y los carteles de “Saloon” y “Wanted”, escogí una foto donde pareciera intelectual y desenfadado al mismo tiempo, la puse en color sepia para que se acoplara a la plantilla, y se acabó: en seis días había creado mi blog.

De esta forma, esa mañana del martes 3 de mayo publiqué por primera vez, avisé por Facebook y me fui a la escuela sin mirar atrás. Solo pedí en secreto que, al regresar, tuviera al menos 10 visitas. Tuve 42. Hoy ya son 18320. También tenía una quincena de comentarios, todos positivos. Y justo cuando los leía, me llegó un correo diciéndome que había sido escogido para un evento en Canadá. Y todos sabemos esa historia cómo terminó. ¿Casualidad o buen karma? No creo que sea necesario establecerlo, sino más bien, disfrutarlo. Pues bien, con la introducción ya hecha y la promesa de 15 visitantes de regresar, me dije: “Bueno, ¿y ahora de qué escribo?”.

Y los temas fueron apareciendo. Así, esa misma semana, escribí tres posts más (rendimiento no repetido hasta ahora, ya que me di cuenta un día que escribo más rápido de lo que la gente lee) acerca de relaciones virtuales, profesores maléficos y renuncias. Luego vinieron otros, algo más elaborados, acerca de comparaciones de los cubanos con el Imperio Romano, los amigos que se van del país y cambian, los ex por todas partes, la buena compañía de la soledad y el olor de los momentos olvidados. Y para cuando me di cuenta, ya tenía un estilo, lectores asiduos y la necesidad de seguir escribiendo.

Entonces me fui a Montreal y conté en un post escrito dos horas antes de irme acerca de la maldición de mi familia. Maldición que en las últimas dos líneas se podía leer que había roto. Así, mi blog no solo hablaba de mis pensamientos y fenómenos pasados, sino que también comenzaba a tener una importancia real en mi presente. Con este mismo espíritu describí luego con lujo de detalles mi primer viaje en avión, el evento al que había ido y otras peripecias en el hermoso primer mundo.

Y precisamente en Montreal, un día, me volví escritor. Y uno valiente. Gracias a un post en dos partes que marcó un antes y un después de mi blog. La parte de valiente la descubrí al publicar la primera parte y no importarme el lujo de detalles íntimos declarados. La de escritor no la descubrí hasta dos meses después, cuando leí por primera vez la segunda parte, después de haberla escrito durante ocho horas seguidas en una cafetería, bajo los efectos secundarios de una droga y llorando todo el tiempo. Tenía pánico ante el exceso de sensibilidad puesto en este escrito, pero al leerlo me gustó lo que leí. Mucho. Entonces, los releí todos y me gustaron todos. Y me di cuenta que mi vida ordinaria al ponerla en palabras escritas cobraba mucho más valor.

Así, en esa mezcla de “reality show” con literatura clásica, vinieron más posts, ya de nuevo en el tercer mundo. Historias de cuando era niño y me gustaban las matemáticas y los andamios, de hombres pasados y presentes que entran y salen de mi vida, de mi pasión por el deporte, de Montreal y sus fiestas nudistas y amigos salvadores, de una palabra de cinco letras que algunos servidores censuraron y que “provocó” que recibiera 1000 visitas en tan solo una semana. Después me quedé sin Internet, pero no sin pasión por escribir, así que seguí haciéndolo y publicando donde pudiera acerca de hombres en closets, huérfanos hermanos, y estudiantes y profesores que terminaron siendo desempleados. Así, mi pasión por escribir se convirtió en mi primera pasión y me llevó incluso a empezar a escribir otras cosas.

Y así llegamos al día de hoy en el que mi blog es una parte intrínseca de mí. De hecho, citando a una alumna, la gente cree que me conoce de toda la vida cuando lo lee. Y hacen bien. Además, tienen acceso a muchos pensamientos, sentimientos y maneras de expresarme completamente inéditos, ya que muchas veces uno solo enseña la cara más simpática. Ya a veces ni le cuento nada a mis amigos: espero a escribirlo y después se los mando a leer. Es más fácil.

La mayoría de las personas que me rodean han leído alguna vez mi blog. Y eso no incluye solo a mis amigos, sino también a familiares, amantes, vecinos, alumnos y, en más de una ocasión, la propia persona de la que estoy hablando en algún post. Esto ha traído alguna que otra complicación, acompañada de muchos ejercicios de retórica, cambios de nombres, géneros y circunstancias para que ni los mismos protagonistas se den cuenta de que se habla de ellos. Así he tenido que incursionar en el terreno de la ficción casi obligatoriamente. En otros casos pues no he cambiado ni el más mínimo detalle. Pero lo que nunca he cambiado es la emoción de lo que se cuenta, que al final es lo que nos interesa a todos. Y es que, aunque uno escriba para uno y sobre uno, todos los seres humanos vivimos la misma vida, lo que no nos damos cuenta y nos aislamos. Eso lo descubrí también gracias a mi blog.

He violado cuanta ley de blogs pueda haber. La longitud de mis posts, el lenguaje literario de algunos, el estilo conversacional de otros, la no inclusión de links de ningún tipo para que la lectura no sea interrumpida…de todo. A veces creo que es un libro que publico poco a poco. Un libro muy mío. He jugado con cuanto género literario he querido, desde la literatura erótica hasta la ciencia ficción, pasando por el cuento en tercera persona, el tratado lingüístico y la prosa poética. Lo seguiré haciendo. He recibido críticas y consejos, por supuesto, y en la mayoría de los casos los he ignorado también. Ya sé que el que no oye consejos no llega a viejo, pero yo soy así. Además, la vejez está sobrevalorada.

Me puse tres objetivos con el blog: hacer reír, emocionar y reflexionar. Ustedes me dirán si lo he logrado, pero lo que sí sé es que yo mismo me he reído, emocionado y reflexionado con lo que he escrito, tanto al hacerlo como muchos meses después al releerlos. Y me he divertido mucho también. Ya por ahí solamente este blog es ganancia.

Lectores he tenido siempre. No solo aquellos que empezaron el primer día, sino muchos otros que se fueron incorporando después. Y no solo los que dice mi blog que han entrado. Muchos otros los reciben  por correo electrónico o lo leen en la computadora de alguien más. De muchos solo tengo conocimiento a través de terceras y cuartas personas. Así, me gusta creer en las historias de la alta dirigente de alguna universidad del Oriente del país que atesora mi post sobre la soledad, o de ese otro en Jovellanos que se tranca en su oficina y dice que está reunido para leer mi blog. O la amiga que lo imprimió y se sentó en un parque porque no la dejaban concentrarse en el trabajo, el anónimo que lloró en un tren, el profesor que se lo leyó a sus estudiantes en clase o la amiga que se fue y llamó a otra amiga para preguntarle si ella había cambiado. Los otros que han tenido que controlarse la risa para que no los regañen en el trabajo y los que han llorado en el medio de lugares insólitos y han tenido que mentir y decir que algo les cayó en un ojo. Quiero creer que hay muchos más, cuyas historias nunca conoceré, pero que quiero que sepan que me interesan y me emocionan también.

A pesar de que este blog es acerca de mí, lo es además del mundo que me rodea. Así, protagonistas de este blog han sido también Ray, Jorge, Andrés82, Hermione y Snape, mis ex, Catalina, Alberto, Meryl Streep y Amy Winehouse, Yumicusisleidys, Analeidys y Misisleidys, los embajadores de la Francofonía de las Américas (aplauso, aplauso, aplauso), los imbéciles, el entourage de Cucu Diamantes, Amar, la Universidad de la Habana, Alexis y Marina, el bicurioso Jake, el nudista Dan, el inodoro inteligente y la perrita Dagmar, el Sr. Inaccesible, los días de lujuria, el Ciudad Habana 2, “The Andamio Kids”, Montréal, Marianao y el Vedado, la palabra “pinga”, el hombre real, el "Club de Corazones Rotos y Aburridos de lo Mismo", el Circo del Sol, Bill y Sally, el herido, mi sustituida amiga Amelia, Eduardo Bermúdez, Lulú, el estudiante, el profesor y el desempleado, Sergio y su closet, Damián y Eddy, el cojo, Héctor y sus siete hermanos, el tipo que me gustaba mucho, el pequeño Laurent, Ciudad Libertad, mi tía y mi gata. Gracias a ellos, por prestarme sus historias.

No sé que haya en el futuro, aunque imagino que cosas buenas. Pero sí sé lo que hay en el pasado. En este año entero. Esta es la hermosa historia de un ordinario profesor universitario que creó su propio blog y, gracias a él, se encontró consigo mismo, con su pasado, con sus ganas de escribir y con mucha gente capacitada para entender sus historias. De alguien que había tenido una vida rica, amigos y enemigos increíbles, peripecias extraordinarias y pensamientos profundos y divertidos a la vez, pero que nunca los notó con tanta claridad hasta aquel día en que encontró algo estúpido que escribir.


PD: Dedico este orgulloso post de aniversario a mí mismo, por tener la buena idea, la osadía y la perseverancia de tener un blog como este. También se lo dedico, con igual orgullo, a todo aquel que le haya mandado alguno de mis posts a otra persona, haya puesto “Me gusta” en Facebook, se lo haya recomendado a alguien o simplemente se haya sentado ante alguno de mis 50 posts, lo haya leído desde el “todo comenzó” inicial hasta la postdata final y en el proceso se haya reído, emocionado o reflexionado.


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