tag:blogger.com,1999:blog-80176719026493028132024-03-13T14:48:02.034-03:00El estúpido escribirUn blog acerca de mí y el mundo que me rodea (por ese orden)Raúl Reyes Mancebohttp://www.blogger.com/profile/03496825375191308799noreply@blogger.comBlogger88125tag:blogger.com,1999:blog-8017671902649302813.post-23716631418130348412021-03-09T17:47:00.007-04:002021-07-16T14:49:42.676-03:00Las estrictas reglas de un complejo hombre soltero<p><span style="font-family: "Times New Roman",serif; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"> </span></p><p class="MsoNormal" style="mso-margin-bottom-alt: auto; mso-margin-top-alt: auto; text-align: justify;"><span lang="ES" style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 13.5pt; mso-ansi-language: ES; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"><span lang="ES" style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 13.5pt; mso-ansi-language: ES; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";">Se singó. En la meseta, en el baño, en la butaca que se
mueve. En la cama, por supuesto. Por varios de sus bordes. Dolió. No dolió. Se
tuvo pudor. Se dejó ir. Se miró a los ojos. Los ojos miraron todos en la misma
dirección. Se estuvo callado. Se gritó. Las manos se pusieron en la pared. Se
apretaron. Se singó.</span></span></p><p class="MsoNormal" style="mso-margin-bottom-alt: auto; mso-margin-top-alt: auto; text-align: justify;"><span lang="ES" style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 13.5pt; mso-ansi-language: ES; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"><span lang="ES" style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 13.5pt; mso-ansi-language: ES; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"> </span></span></p><p class="MsoNormal" style="mso-margin-bottom-alt: auto; mso-margin-top-alt: auto; text-align: justify;"><span lang="ES" style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 13.5pt; mso-ansi-language: ES; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"><span lang="ES" style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 13.5pt; mso-ansi-language: ES; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"><span lang="ES" style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 13.5pt; mso-ansi-language: ES; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";">A las 6:35pm se
acabó, pero esa hora no me convenía. "Necesito seguir un poco más",
dije. "Sí", respondió. Y seguimos. Luego ya ni intentamos detenernos
de nuevo. Se cayó en un trance en el que la cantidad sustituyó a la calidad y
las caras de esfuerzo a las de placer. Un trance del que ya no se sale por sí
solo porque ya no se quiere salir. A eso de las 9pm, de alguna forma, se
terminó.</span> </span> </span><span lang="ES" style="font-family: "Times New Roman",serif; mso-ansi-language: ES; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"></span></p>
<p class="MsoNormal" style="mso-margin-bottom-alt: auto; mso-margin-top-alt: auto; text-align: justify;"><span lang="ES" style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 13.5pt; mso-ansi-language: ES; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"> </span></p><p class="MsoNormal" style="mso-margin-bottom-alt: auto; mso-margin-top-alt: auto; text-align: justify;"><span lang="ES" style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 13.5pt; mso-ansi-language: ES; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";">Puse la cabeza
encima de la puerta abierta del refrigerador. Exhausto. Ni feliz ni infeliz. Lo
sentí entrar a la cocina. "No puedo más. No quiero más. No puedo
más", dije. "Yo tampoco. Solo necesito abrazarte", dijo. Su
cuerpo delgado y alto, que ya me era completamente familiar, se pegó al mío. Su
sudor se mezcló con el mío. "Ven", dije, llevándolo de la mano a la
cama. Él me siguió, obediente. Siempre prefiero a los obedientes.<br />
<br />
Acostado en mi pecho pasaba el dedo por mis brazos mientras yo miraba al techo
y metía una y otra vez los dedos en su pelo rubio. "¿Cómo te
llamas?", preguntó. "Gabriel", mentí. "Jared".
"Encantado". "Lo mismo". Me gustaba ese momento. Pero una
hora antes, cuando dijo algo que no puedo repetir, en un tono vulnerable y
masculino, me había dado cuenta que me gustaba más de lo que nos tocaba, así
que decidí ahora despegarme por el bien de ambos.<br />
<br />
Cogí su cabeza, la puse en la cama, me paré y busqué algo urgentemente banal
que hacer. </span><span style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 13.5pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";">"¿Juegas Nintendo?"
"No soy muy bueno en los videojuegos". "Perfecto, no me gustan
los hombres que son buenos en los videojuegos", dije mientras le ponía un
volante de mentira en la mano. La luz del televisor nos alumbró como antes lo
había hecho el refrigerador. Era lindo en la oscuridad. Era lindo cuando mis
equipos lo alumbraban.</span><span style="font-family: "Times New Roman",serif; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"></span></p>
<p class="MsoNormal" style="mso-margin-bottom-alt: auto; mso-margin-top-alt: auto; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 13.5pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"> </span></p><p class="MsoNormal" style="mso-margin-bottom-alt: auto; mso-margin-top-alt: auto; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 13.5pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";">"Qué hermoso apartamento",
dijo. "Gracias. Tú eres hermoso". Sonrió y me abrazó por detrás.
"Ya suelta. Tenemos que jugar Naked Nintendo". "No puedo dejar
de abrazarte. Fue mucho tiempo. Pero me gusta eso de Naked Nintendo". Nos
sentamos uno al lado del otro en el borde de la cama e hicimos a Mario y
compañía arrancar sus autos de carrera.<br />
<br />
Era verdaderamente malo con aquel volante en la mano. El hombre perfecto.
"¿Por qué siento que te conozco?", dijo mientras chocaba con todas
las paredes. "No sé. Pero los pingazos hacen eso". Reímos ambos.
"Es cierto. Nunca le hago caso a nadie que me diga que conoce a alguien si
no lo ha penetrado. Amigos, familiares...nada. No les creo nada". "Estás
buscando que te siga abrazando", dijo. Sonreí. "No: sigue
manejando".<br />
<br />
"¿Eres soltero?", preguntó. "No. Pero hace meses no veo a mi
esposo. Fue a Londres a fotografiar cosas y con todas las fronteras cerradas no
ha podido regresar." "¿Lo extrañas?" "No, por su causa hace
muchos años que no me monto en una montaña rusa. Las montañas rusas son lo
único que me hace feliz". "Pero ahora están cerradas, de todas
formas". Lo miré. Me miró. "Todo es mentira, ¿cierto?". Asentí y
sonreí.</span><span style="font-family: "Times New Roman",serif; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"></span></p>
<p class="MsoNormal" style="mso-margin-bottom-alt: auto; mso-margin-top-alt: auto; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 13.5pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"> </span></p><p class="MsoNormal" style="mso-margin-bottom-alt: auto; mso-margin-top-alt: auto; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 13.5pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";">"¿Y tú?", pregunté. "Casado".
Obvio. "Qué bien". "Con una mujer". Entendí por qué era tan
cariñoso y obediente. "Qué bien". "Pero ella sabe que estoy
aquí". Mi carrito se estrelló contra algo y tuvo que venir la tortuga a rescatarlo.
Aproveché para mirarlo. Tampoco es que uno conozca todo de alguien por darle un
pingazo. "Pero llevas aquí cinco horas". "Sí, creo que hoy me
van a gritar", dijo. "Todo es mentira, ¿cierto?. Negó con la cabeza y
medio que sonrió. Medio que sonreí.<br />
<br />
Nuestros carritos llegaron en 11no y 12mo lugar. Los últimos. Tan lindo, tan
obediente, tan cariñoso, tan poco habilidoso con un mando en la mano, tan
apasionado en la cama, en la meseta, en la butaca que se mueve. El hombre
perfecto. Tenía que sacarlo de mi hermoso apartamento y lo sabía.<br />
<br />
Se corrió hasta el bastidor de la cama y me miró. Supongo que podía esperar un
poco más para decirle que se fuera. Solté el mando y me arrastré hasta caer
perfectamente acoplado encima de su cuerpo. "Hey". Beso.
"Hey". Beso. "Te extrañé". Beso. "Yo también".
Beso. Beso. Beso. "No puedo sin..." "Solo quiero estar cerca de
ti". "Tengo cosas que hacer". "¿Por qué me apartas de ti?
Yo sé que te gusto", dijo tocándome la parte del cuerpo que lo confirmaba.</span><span style="font-family: "Times New Roman",serif; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"></span></p>
<p class="MsoNormal" style="mso-margin-bottom-alt: auto; mso-margin-top-alt: auto; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 13.5pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"> </span></p><p class="MsoNormal" style="mso-margin-bottom-alt: auto; mso-margin-top-alt: auto; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 13.5pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";">"Yo...tengo reglas", dije,
con la actitud del que confiesa que es impotente. "¿Qué reglas?"
"Son muchas". "Di una". "No me acuesto con el mismo
hombre dos veces". "¿Por qué?" "Porque me aburro y me pongo
a pensar en otra cosa." "Di otra". "Si me siguen gustando
después que me vengo tienen que irse rápido para poner pornografía de hombres
muy distintos y venirme de nuevo pensando en esos".
"Otra". "Si voy a singar intentar hacerlo al atardecer".
"Otra". "Nombre falso". "Otra". "No
acostarme cinco horas con nadie".<br />
<br />
"No me gustan tus reglas". "Imagino: casado con una mujer, la
mujer sabe que estás aquí, te pasas más horas de las que debes... no creo que
te gusten mucho las reglas". Ya no había besos ni nada erecto. Estábamos
tirados uno encima del otro por gusto. "Creo que ahora es cuando me
voy". "Disculpa. Eso fue injusto". "No te preocupes".
Me apartó y se levantó. No era violento ni agresivo; seguía incluso pareciendo
obediente. Siempre prefiero a los obedientes. Especialmente cuando me
confrontan.<br />
<br />
"¿Siempre has sido así?", preguntó mientras se vestía. "No. Pero
es un mal año", dije. "Es un mal año para todos". "Quizás
para mí es peor. No sé". "Son reglas jodidas". "Quizás yo
estoy jodido". Fucked-up suena más lindo. Menos jodido. Se ponía los
zapatos y yo pensaba en cuánto odio ver irse para siempre a un hombre que me gusta.
Me alegré de tener mis reglas para evitar este tipo de accidentes emocionales
innecesarios. Me molesté por estar teniendo este.</span><span style="font-family: "Times New Roman",serif; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"></span></p>
<p class="MsoNormal" style="mso-margin-bottom-alt: auto; mso-margin-top-alt: auto; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 13.5pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"> </span></p><p class="MsoNormal" style="mso-margin-bottom-alt: auto; mso-margin-top-alt: auto; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 13.5pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";">"Me gustas mucho", le
dije. Ya sé que no era el momento de decirlo, pero fui criado con otra estricta
regla de tres: "Si te gusta un hombre, siempre díselo. Nunca se lo digas a
nadie que no te gusta. Si crees que estás enamorado, espera un tiempo antes de
decirlo. Casi siempre se te pasa". Reglas y más reglas.</span><span style="font-family: "Times New Roman",serif; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"><br />
<br />
</span><span style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 13.5pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";">"Adiós, Gabriel. O como quiera
que te llames", me dijo en su tono vulnerable y masculino. Obediente.
Perfecto.</span><span style="font-family: "Times New Roman",serif; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"><br />
<br />
</span><span style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 13.5pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";">Cuando cerré la puerta, fui a la
cama. Calmado. Quise darle una patada a la cama, pero no lo hice. Quise darle
otra. Y otra. Y muchas más. Pero no lo hice. Me abracé a Red, mi Angry Bird, me
acosté e invoqué la regla principal del manual: "No pienses en nada, no
pienses en nada, no pienses en nada...". En el televisor, nuestra carrera
era repetida una y otra vez.</span><span style="font-family: "Times New Roman",serif; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"><br />
<br />
</span><span style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 13.5pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";">Luego de un tiempo y ya sintiéndome
mejor, puse pornografía de hombres muy distintos.</span><span style="font-family: "Times New Roman",serif; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"></span></p>
<p class="MsoNormal" style="mso-margin-bottom-alt: auto; mso-margin-top-alt: auto; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 13.5pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";">
</span></p><p class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 13.5pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"> ---</span></p>
<p class="MsoNormal" style="mso-margin-bottom-alt: auto; mso-margin-top-alt: auto; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman",serif; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"> </span></p>
<p class="MsoNormal" style="mso-margin-bottom-alt: auto; mso-margin-top-alt: auto; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 13.5pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";">Meses después, el autor del
compendio de reglas estaba en su tercer viaje del día al supermercado de la
esquina, calculando el peso de lo que podía llevar en la mano en las dos cuadras
que tenía que caminar luego, cuando vio unos ojos que lo miraban detrás de una
mascarilla. Pelo rubio medio largo, camisa azul claro, actitud obediente.<br />
<br />
"¿Eres tú?", dije. "Soy yo", dijo. "Hola".
"Hola". "¿Somos vecinos?". "Somos vecinos".
"¿Cómo estás?" "Bien. Pero tú estás en la línea
equivocada". "¿Disculpa?" Señaló las flechas en el piso que
indicaban que las secciones ahora son de una sola vía. "Oh, supongo que me
tengo que ir de esta sección", dije. "Sí, eso". Listo: me
estaban botando de la sección de pastas. Drama en el Publix. "Ok. Fue
bueno verte". "Igual".<br />
<br />
En otra sección en la que no iba contrario me detuve a pensar en los pasados
dos minutos. Estaba excitado y me gustaba mucho Jared. Un hombre obediente que
me aparta de su camino y me bota de lugares públicos. El antiguo yo sin reglas
se hubiera lanzado de nuevo a la sección de pastas y lo tocaría por un hombro
para recordarle quién mandaba allí.</span><span style="font-family: "Times New Roman",serif; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"></span></p>
<p class="MsoNormal" style="mso-margin-bottom-alt: auto; mso-margin-top-alt: auto; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 13.5pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"> </span></p><p class="MsoNormal" style="mso-margin-bottom-alt: auto; mso-margin-top-alt: auto; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 13.5pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";">Un minuto más tarde me lanzaba a la
sección de pastas y lo tocaba por un hombro. Se viró, le bajé la mascarilla y
me bajé la mía. Voy por la sección que no es, bajo mascarillas: soy todo lo que
está mal con la sociedad floridiana. Una señora corrió en la otra dirección, no
sabremos si por homofobia, por espíritu de preservación o para llamar a la policía.<br />
<br />
"Hey". "Hey". "Te extrañé". "Yo
también." "Siento lo que pasó". "Siento que tengas tantas
reglas que no me dejan ir a jugar Naked Nintendo". Le puse la mascarilla
de nuevo. Me puse la mía. Respiré hondo.<br />
<br />
"Mi nombre es Raúl. No sé qué hago en Miami, pero aquí estoy. Hay pandemia
y nunca veo a otros seres humanos. Soy la única persona sin carro en esta
ciudad y tengo que venir cuatro veces al mercado. Tuve que convertir una casa
donde vivían dos en una casa donde vivo yo solo, pero todo me sigue recordando
al otro que vivía ahí. No hay montañas rusas en mi vida. Tengo miedo acostarme
a dormir porque cuando me despierto me siento desesperado. Desde que soy niño
me deprimo de 5 a 7 de la noche, y por estos días estoy peor".</span><span style="font-family: "Times New Roman",serif; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"></span></p><span style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 13.5pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"> <br /></span><p class="MsoNormal" style="margin-bottom: 12pt; mso-margin-top-alt: auto; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 13.5pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";">Me tocó un brazo y lo apretó, con la
misma energía con la que me abrazaba sin poder controlarse meses atrás.</span><span style="font-family: "Times New Roman",serif; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"><br />
<br />
</span><span style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 13.5pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";">"Así que necesito mis reglas.
Porque si me dejo llevar y ser todo lo apasionado, adicto al sexo y enamoradizo
que puedo ser, voy a terminar completamente descontrolado, drogado y perdido en
saunas. Me ha pasado antes. Necesito mis reglas para que me controlen, para que
me centren. Son reglas jodidas pero tienen sentido cuando uno está jodido. Te
dan paz. Triste, pero paz".</span><span style="font-family: "Times New Roman",serif; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"><br />
<br />
</span><span style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 13.5pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";">Me apretó aún más el brazo.
"Raúl, un día, cuando todo esto se acabe, te llevaré y montaremos una
montaña rusa juntos". Sonreí. Mi mejor sonrisa de todo el 2020.</span><span style="font-family: "Times New Roman",serif; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"></span></p>
<p class="MsoNormal" style="mso-margin-bottom-alt: auto; mso-margin-top-alt: auto; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 13.5pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";">"¿Quieres ir a jugar Nintendo
ahora? Quizás Naked Nintendo, quizás solo Nintendo", dijo el antiguo Raúl.
"Mucho. Quiero ir y abrazarte y jugar Nintendo". "¿No tienes que
llevar las compras a tu casa?" "Sí, así que imagino que me van a
gritar". Los obedientes son muy desobedientes por otros lados. El hombre
perfecto. "¿Pero y tus reglas? No quiero afectar tu paz triste".</span><span style="font-family: "Times New Roman",serif; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"></span></p>
<p class="MsoNormal" style="mso-margin-bottom-alt: auto; mso-margin-top-alt: auto; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 13.5pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"> </span></p><p class="MsoNormal" style="mso-margin-bottom-alt: auto; mso-margin-top-alt: auto; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 13.5pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";">Analicé seriamente su pregunta.
"¿Sabes qué? Creo que puedo agregar una nueva regla. Si ya estuve con
alguien y me gusta mucho y me lo encuentro en el supermercado y le confieso la
causa de mis reglas raras y él ofrece montañas rusas...puedo volver a
verlo".<br />
<br />
"Finalmente una regla que me gusta". Sonreímos. "Ven", dije
y le di la mano. Él me siguió, obediente. Siempre prefiero a los obedientes.
Especialmente a los que no siguen las reglas.<br />
<br />
A las 7pm nuestros carritos llegaron en unos felices 11no y 12mo lugar.</span></p><p class="MsoNormal" style="mso-margin-bottom-alt: auto; mso-margin-top-alt: auto; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 13.5pt; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"> </span><span style="font-family: "Times New Roman",serif; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";"></span></p>
<style>@font-face
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Los malos no leen, así que solo decían que era uno de ellos. Podía ser muy malo. Podía apagar la luz del sol en un segundo. Lo que era el único que podía encenderla igual de rápido. Nunca hubo un muchacho que encendiera el sol tan rápido, ni bueno ni malo. A veces lo llamaban malo y otras menos malo. Nunca bueno. Pero era bueno. Muy bueno. Lo que gritaba fácil y eso es malo.</p><p style="text-align: left;"><br />El muchacho bueno y el muchacho malo se amaban de una forma muy buena. El muchacho bueno quería curar al malo de su maldad y lo hacía con su bondad más dedicada. El muchacho malo le encendía la luz del sol al bueno, y descubría cuánto le gustaba hacerlo para alguien específico. No había conocido el amor real hasta esa fecha, a pesar de tener miles de experiencias anteriores. El bueno solo había tenido un par de largas relaciones antes pero a todas les llamaba amor. Siempre llamó amor a cualquier cosa porque pegaba con su actitud de bueno. El malo no le llamaba amor a nada porque a nadie había querido nunca encenderle la luz del sol. Pero el de ellos era amor. Amor bueno.<br /><br />El muchacho malo cambió toda su vida por el bueno, pero olvidó cambiar los gritos. Y todos oyeron los gritos, y no vieron los cambios. Las mudanzas, las renuncias, los cambios de planes futuros. Los cambios que comarcas de buenos nunca han podido hacer. El muchacho bueno no cambió mucho de su vida - salvo una cosa importante - pero aportó su bondad al hogar y fue bueno.<br /><br />El malo se mudó al pueblo del bueno, y en una casita minúscula tuvieron una buena vida. El malo se volvió un muchacho común. No narró más historias, no planeó más futuros, usó su capacidad para encender el sol en arreglar la casa miles de veces al día. El bueno nunca pensó mucho en el futuro tampoco, solo iba y venía del trabajo y cocinaba. Era bueno todo aquello. Siempre decían que planearían un futuro, pero nunca lo hacían. En cambio eran felices ese día y eso es bueno. Muy bueno.<br /><br />El malo gritaba y gritaba cada día más. Su renuncia a cosas lo amargaba y le hacía secretamente exigir más cosas del bueno. No era bueno eso. El bueno, por su parte, hacía cosas extrañas que nunca le hicieron cuestionarse si era bueno, pero que eran malas y afectaban a ambos. Así y todo ambos seguían siendo buenos. Pero menos buenos. Más malos.<br /><br />El bueno tenía familia y amigos por todo el pueblo, y todos decían siempre "que bueno es nuestro niño bueno". El malo no tenía a nadie, así que nadie le decía nada. La familia del bueno lo trataba como bueno, pero a veces agregaban "pero grita". El bueno nunca dijo "no: él es bueno bueno", porque ser intérprete entre su familia y el malo nunca fue una de sus bondades. El malo se callaba y no les decía a ellos que su niño no era tan bueno. No tenía ningún sentido. Además, sí era bueno el bueno. Y él quería también que todos pensaran que era bueno.<br /><br />Quizás ese fue siempre el problema entre ellos: que el malo quería al bueno bueno, y ayudó a cambiar situaciones y anécdotas para él mismo siempre ver al bueno como bueno. El bueno quería al malo menos bueno, no solo para ser siempre él el bueno, sino porque su atracción por lo malo - no por lo verdaderamente malo, pero sí un poquito malo - era lo que lo hacía secretamente latir el corazón. Y curar la maldad del otro con su bondad era algo que lo hacía bueno. Verdaderamente bueno, a veces.<br /><br />Pero era amor real. Y era bueno. Y a veces malo.<br /><br />Cuatro años pasaron y todo siguió más o menos igual. La luz del sol siguió siendo encendida a veces, pero los gritos y las cosas extrañas se fueron acumulando. Y acumular lo malo es muy malo. El bueno tuvo que hacer algo por el futuro de ambos y no lo hizo. Sin contar con el malo, solo dijo "no lo hice" cuando ya era tarde. El malo no esperaba que lo hiciera pero esas cosas del bueno le hacían mucho mucho daño. Era como si no lo amara. Entendió que nunca habría un futuro. Que siempre estarían ahí en ese pueblo. Y estuvo bien con eso. Mientras estuviera con el bueno todo estaba bien. Pero siguió gritando.<br /><br />Un día se acabó. No se sabe muy bien cómo. Un día de cosas extrañas y gritos, uno dijo "vete, no vuelvas" y el otro se fue rápido. Lo habían hecho antes pero nunca nada había durado más de diez minutos. Siempre terminaban encamados y olvidando las peleas. Hasta la próxima pelea. Pero ese día pasó. Uno dijo vete y el otro se fue. Y funcionó. Supongo que fue algo bueno. Pero se sintió como malo.<br /><br />Por tres meses volvieron uno al otro. No podían dejar de encamarse, no podían dejar de odiarse, no podían dejar de amarse. Tuvieron un romance oculto por una semana que fue lindo, y tranquilo, sin definiciones. Como si pudieran tener solo lo bueno y nada de lo malo. Terminó por una tontería inesperada, que podrían haber intentado arreglar, pero no tenía sentido. Al final no habían podido arreglar la vida.<br /><br />Poco tiempo después se vieron una vez. No se encamaron pero se toquetearon - el muchacho bueno y el muchacho malo nunca se han visto sin toquetearse - pero era una despedida. Una triste. Uno en un sillón y otro en una cama. Ahí, en la casita buena. El bueno dijo cosas raras y el malo entendió que ya había otras cosas en su vida. Quizás planes. No le importó. Tenían que separarse y les hacía falta cosas de las que aferrarse.<br /><br />"Te odio", dijo el muchacho malo, tranquila pero honestamente. "Y yo a ti también", dijo el muchacho bueno con los mismos sentimientos. Ambos sonrieron. El bueno dijo: "Yo soy bueno, y tú eres malo. A mí me gustan los malos, pero me voy a forzar a que me gusten los buenos". Qué frase tan injusta. Qué frase tan triste. Qué declaración de amor vitalicia tan triste.<br /><br />"¿Qué hago cuando me sienta mal? Tú siempre me dices qué hacer cuando me siento triste", dijo el bueno. El malo se sintió triste. No importaba cuán triste estuviera él, si el bueno se sentía triste alguna vez, él corría a encender la luz del sol, a decir que era malo, a hacer lo que tuviera que hacer. Podrían pasar muchas cosas en este mundo pero que el bueno estuviera triste era una que él no podía tolerar. "Solo vete", dijo a modo de respuesta. Y el otro se fue, diciéndole adiós a través del librero como hizo por cuatro años antes de irse a trabajar y el malo se despertaba solo para decir adiós por su lado.<br /><br />El malo tuvo un ataque de tristeza y desesperación esa misma noche, y decidió usar eso que sentía para empezar su recuperación. Primero 10 días sin el bueno, luego 100, luego 1000, luego toda la vida. Fueron duros al inicio - fueron horribles - pero luego fueron mejores. Sin el bueno al lado, todas las cosas buenas que el malo hacía antes las hizo para él solo y funcionaron. Ahí, en la misma casa que era un mausoleo a su pareja anterior, logró convertirla en su propia casa. Y cuando todos esperaron que tuviera una vida mala, y en un año en el que la humanidad entera las tuvo difíciles, él tuvo una vida de bueno.<br /><br />No intentó buscar el amor. Su definición de amor real no lo deja conversar con un hombre dos veces. Se aburre. Él lo sabe y no lo intenta. Busca la felicidad en la calma, en otras cosas. Quizás en otro proyecto lejano en distancia. No en un intento de novio real.<br /><br />En algún momento cercano el bueno se buscó otro bueno. Quizás es amor real pero nunca sabremos con los muchachos que no saben dormir solos. No sabemos mucho de su cura pero es feliz y tranquilo. Lo que no había hecho el año anterior por el futuro de él y del malo lo hizo ahora por el futuro de él y del bueno. O a lo mejor por el futuro de él, y eso es bueno. Así y todo no dedicó un minuto a pensar en cuán injusto es que lo hubiera hecho ahora cuando no lo hizo antes. Él no puede admitir esas cosas, porque es muy bueno, y ellos no dicen que sienten nada, solo dicen que no es culpa de ellos. Los buenos, que pueden ser muy malos. Pero es bueno que lo haya hecho.<br /><br />Algún mensaje mandó el bueno para saber del malo. El malo respondió cortésmente. No es que no quisiera saber del bueno, pero sabe que lo mejor es que estén lejos siempre porque ni van a ser felices juntos ni van a poder dejar de hablar por horas o mandarse mensajitos de tonterías. Y eso puede llevarlos a creer que es otra cosa. Quizás sea otra cosa. Por eso mismo es mejor no hacerlos.<br /><br />Algunas veces vio las fotos del nuevo. El muchacho nuevo luce borroso siempre en las fotos, el muchacho bueno ya no es tan bello y tiene un ojo triste. En las fotos con él se veía más feliz. Pero quizás esa fue su opinión de ex amante. Además, ¿a quién le importan las fotos? Y él no quiere ver al otro triste, en realidad. Todo esto duraba cinco minutos, luego cerraba la foto y volvía a su vida en la que el bueno no existía.<br /><br />Y un nuevo año llegó y todo cambió. El bueno y el nuevo se mudaron para un nuevo lugar, miles de planes empezaron a fructificar, y su vida de pareja sin problemas no pareció ser una cosa mala. Quizás no hace falta drama en una relación. Quizás la tranquilidad sí puede ser amor. Quizás. Especialmente cuando uno necesita curarse.<br /><br />A la vez algo le pasó al malo. No podemos definir qué. Como que se cansó de su vida. O de la vida. O de que llegara un nuevo año y nada cambiara. De ser bueno y no tener nada en su vida. De aburrirse. De no tener planes. De no poder conversar ya ni una vez con un hombre. No sabemos. Así que dejó que la maldad llenara de nuevo su vida. De una forma más honesta que antes. De una forma mucho peor que antes. Decidió que si ya le decían malo, pues iba a ser malo.<br /><br />Un día se dijo que no iba a parar de bajar hasta que llegara al fondo. Y una vez allá abajo, se quedaría cuanto quisiera. Hasta que descubriera lo que quería, o se muriera. O ambas fueran lo mismo. Y bajó en espiral con la misma pasión con que antes le encendía la luz al bueno. Rápido y eficaz. Nunca ha tenido paciencia para nada.<br /><br />Y un día, en un ataque, decidió que el culpable de todo era el muchacho bueno. Fue la obsesión de la semana. Muy injusto. Y le escribió y le gritó que él no era bueno. Y muchas otras cosas más. Y le apagó la luz del sol en segundos.<br /><br />El muchacho bueno primero se emociónó - finalmente algo de pasión en su vida, y así tan visceral, tan hiriente - pero enseguida se asustó. Tantos meses sin violencia y ahora esto. No le gustó. Quizás no le gusten los malos, después de todo. Quizás sí es de verdad un bueno al que le gusten los buenos. Además tiene un compromiso con la bondad del nuevo y lo que han logrado. Este mensaje del malo era definitivamente malo.<br /><br />Lo bloqueó de todas partes y el malo se obsesionó. Nunca se preocupó por el muchacho nuevo pero lo acusaron de querer matarlo y recuperar al bueno - él grita, no mata; y está incapacitado de recuperar algo que ya fue de él y lo perdió - pero no hay nada que hacer cuando uno tiene fama de malo. Era el malo celoso que venía a matar a los pobres buenos.<br /><br />Se puso peor. Tantos meses de vida buena y ahora seguía luciendo como malo. Para colmo con el mismo que le daba la fama. Se odió mucho. Odió mucho al bueno. Lo odió todo.<br /><br />Su cerebro era otro, su cuerpo era otro, anduvo por lugares extraños hasta que ya no pudo salir de su casa, la cual llenó también de energías extrañas. Ya no era la casita buena. Y un día casi muerto se dio cuenta que necesitaba hacer algo.<br /><br />Como un zombie, le pidió ayuda al pueblo para poder comunicarse con el bueno. "No los mates", "No le grites", "Ya él es feliz con otro". Aguantó de todo, quedó como el malo loco celoso, pero logró que el bueno lo llamara.<br /><br />El bueno sonaba raro. Lleno de consejos ensayados por meses, lleno de teorías raras y extremas, lleno de corrección política, lleno de ataques. Quizás era porque el malo no gritaba. Quizás era la cura que había funcionado. Quizás era el odio por haberse separado. El malo estaba demasiado alejado de la realidad como para entender. Pero oírlo le hacía bien.<br /><br />Luego el bueno se relajó y se pareció más al de siempre. Y luego el malo ya estuvo algo más participativo y se pareció más al de siempre. Y luego hablaron demasiado y se dijeron que lo pararían antes de que se sintieran mal por hablar tanto. El malo se curó un poco y le pidió disculpas por todo lo malo que hizo. Una típica conversación para mantener los estereotipos: el bueno dando consejos y el malo pidiendo disculpas. Se sintió como siempre y creyó que con eso bastó.<br /><br />Pero unos días después se puso peor. Siguió bajando y bajando hasta que llegó a un lugar que no conocía. A una persona que él no conocía. Y allá abajo, como en en el fondo del océano, se dijo que necesitaba subir. Que alguien más necesitaba decirle que subiera y que solo uno podía hacerlo.<br /><br />"Estoy mal. Por favor, dime que soy bueno. Solo dime que soy bueno", escribió.<br /><br />El bueno vio el mensaje y lo bloqueó. Él nunca fue el que le tenía que decir al otro qué hacer cuando estaba triste, sino al revés. Además, él siempre necesitará que el otro fuera el malo. Hizo lo correcto, de todas formas. Él tiene una buena vida y no puede dejar que el malo lo afecte por tener una mala. Es muy egoísta.<br /><br />El malo subió un poco de ese lugar extraño, y se dio cuenta que su viaje en realidad no tiene que ver con el bueno. Vio lo bueno en haber hablado con él, lo agradeció, pero se dio cuenta que ya podía regresar a los 1000 días sin saber de él. A él nadie le dirá que es bueno, así que lo tiene que saber él y encenderse la luz del sol para él mismo, o no.<br /><br />Esa noche, jugando su juego de samurais, el muchacho bueno se acordó de la madre del muchacho malo y en cómo en realidad siempre le gustó la parte buena del muchacho malo. En la casita linda, en la cama de siempre, el muchacho malo dormía temblando y tosiendo mientras susurraba sin cesar "yo soy bueno, yo soy bueno".</p><p style="text-align: left;">El muchacho bueno es bueno. Y yo también.<br /></p>Raúl Reyes Mancebohttp://www.blogger.com/profile/03496825375191308799noreply@blogger.com19tag:blogger.com,1999:blog-8017671902649302813.post-25191455282377084342019-04-18T06:04:00.002-03:002019-04-18T06:04:56.357-03:00El insoportable<br />
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Mi grupo de teatro improvisado se reunió en el centro del escenario para el "círculo feliz" del final de la clase. Es un bonito momento semanal en el que todos se toman de las manos sudadas y se dicen unos a los otros - en una mezcla de admiración, piedad, y agilidad mental para notar quién falta - las cosas que funcionaron en la clase. Tradicionalmente, es un alegre y relajante ejercicio.</div>
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Hoy no. Dos segundos después de comenzar tan sacro evento, el protagonista de este blog les gritaba a todos que eran cabras que se dejaban dominar y que si algunos pudieran ser más graciosos se les agradecería. Un acto de crueldad innecesaria enorme: yo, gritándole a 10 gringos que no me conocen de nada (y a mi novio, que ya ha oído esos gritos antes) en mi inglés accidentado. Fui, literalmente, la persona que convirtió el "círculo feliz" en una crisis de rehenes. La cara de asco, sorpresa y desprecio de uno nuevo en el grupo me acompañará por un buen rato.</div>
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Luego le grité a la profesora, quien gritó de vuelta, terminé pidiendo que me devolvieran mi dinero y saliendo del teatro a la desbandada. Tendrán que leer el post de la semana que viene a ver si regresé, porque ahora no tengo una respuesta para ello. Si buscan otras páginas de este blog, verán que esta no es la primera vez que salgo yo de un grupo de teatro dando gritos, así que eso es lo de menos ahora. Además, los escenarios se hicieron para el drama (y créanme, la destrucción de ese "círculo feliz" fue el único en esa clase de ayer).</div>
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Tuve una causa, por supuesto, y puedo defenderla arduamente, pero no solo ya lo hice demasiado esta noche, sino que además no es lo suficientemente buena. Estoy aquí, escribiendo en este blog por primera vez en más de un año, para defender arduamente otro fenómeno: el hecho de que yo soy - y cualquier otro término sería un eufemismo - insoportable.</div>
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Muchos de mis enemigos al leer esto dirán: "Dinos algo que no sepamos". Todos mis amigos dirán exactamente lo mismo. Mis conocidos casuales, que normalmente no tienen que saber de males genios por no ser ni amigos ni enemigos, seguro dicen lo mismo. Mis parejas, ni les cuento. Pero ninguno sabrá nunca lo insportable que soy más que yo mismo. </div>
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Por eso escribir es lo mío: así puedo diluir mi mal carácter entre varios renglones y parecer divertidamente neurótico. Ojalá pudiera/quisiera diluirlo en la vida real. </div>
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No tengo causa. No creo que tenga cura tampoco. Este post no será uno de esos gloriosos en el que al final descubro porque me molesto tan fácilmente, le sonrío al infinito y voy y le pido disculpas a todos los del grupo del teatro. No: este es un post para declararme literariamente "inmetible" y poder dormir, porque llevo dos horas mirando al techo (al igual que ciertas comidas, después de cierta edad uno no debe fajarse después de las 10 de la noche). </div>
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Siempre le digo a mi novio que él quiere todo lo bueno de mí sin nada de lo malo, y que eso no es posible. Que todo viene junto y que se lo tiene que comer con la misma cuchara. Y por supuesto que tengo la razón. Si no fuera tan insoportable, tampoco sería tan intenso para las cosas buenas (no estoy para dar ejemplos de ellas ahora: háganse ideas). </div>
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Puedo culpar a los genes. Y a que soy huérfano, por supuesto. Como diría mi amiga Claudia, yo tengo todo el derecho del mundo a morir ahogado en mi propio vómito en una sauna de Canadá y todo el mundo dirá: "es que ha pasado mucho en la vida". Y obvio que tiene razón. Lo mismo con ser insoportable. Estoy jus-ti-fi-ca-do.</div>
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Pero ya con la justificación en la mano, me sigue interesando la causa. ¿Por qué yo soy así? ¿Por qué esa gritería cuando veo algo que no me parece justo? ¿Por qué elevo cualquier cosita a la categoría de drama trágico (insertar la cara de asco, sorpresa y desprecio del nuevo del grupo)? Hay personas - mis héroes - que ven esas cosas igual y les resbalan. No se involucran. No se fajan. No dicen nada...</div>
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Pensándolo de nuevo, esas personas no son mis héroes. Ni de nadie. Son frígidos. Cobardicas. Chanchulleros por detrás. Indiferentes. Brutos que ni saben lo que está pasando. Cabras. Prefiero ser cómo soy y que me griten histérico que ser como ellos...</div>
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¿Ven lo que les digo? El párrafo anterior fue escrito por mi mal carácter en uno de sus momentos cumbres. No lo voy a borrar porque ¿qué mejor muestra de mi "confesión" de que soy insoportable?</div>
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Antes hacía una cosa con los dedos en los que fingía que era un dial de radio y apagaba mi mal genio. Creo que funcionaba. Debería intentarlo ahora pero no quiero. Y así se queda uno, rumiando entre querer tener paz de espíritu y vengarse de todos los mosquitos que lo han picado. Ay, qué insoportable...</div>
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No sé si fue lo del dial (lo hice después de escribir ese párrafo) pero me entró sueño. Un sueño pacífico y algo avergonzado. Ese de "Ay, chico, no seas así. Cambia un poquito. Mira lo que le hiciste a esa gente, qué pena". Mañana ya se me habrá pasado, por supuesto, y volveré a ser insoportable y a pensar en que se lo merecían.</div>
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Quizás sea que no sé cómo canalizar mi energía... O los genes... Y ser huérfano, por supuesto... No sé. Por el momento, déjenme aprovechar este momento de calma para poder dormir.</div>
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Si sueño con la cara de asco, sorpresa y desprecio del nuevo del grupo, le pediré disculpas. Ya mañana, cuando despierte, no sé qué haré. Ser insoportable es bastante insoportable.</div>
<br />Raúl Reyes Mancebohttp://www.blogger.com/profile/03496825375191308799noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-8017671902649302813.post-46395638825484203212017-12-31T14:05:00.000-04:002017-12-31T14:05:26.089-04:00Home<div style="text-align: justify;">
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<span style="font-size: large;">"Es que te falta el mar", dijo el doctor. Tantos años de estudio para terminar dando diagnósticos que parecían salir de un poemario. "¿Disculpe?". "Eres un hombre de isla y te hace falta vivir cerca de un mar. De ahí que tu nariz esté perennemente tupida: tu cuerpo extraña tu hogar". Quise repetirle que no era la nariz entera, sino la fosa nasal izquierda - derecha, si se para usted frente a mí - pero ¿de qué hubiese servido?. Por decidir abusar de la salud gratis canadiense y entrar un domingo a un hospital solo porque estaba pasando por su entrada, ahora aquel supuesto profesional de la salud me decía como si fuese Carilda que mi cuerpo extrañaba el mar. Antes de que decidiera leerme la palma de la mano izquierda, le di las gracias y me fui, sin receta, tan tupido como cuando entré y algo más contrariado.<br /><br />"Un hombre de isla". Me imaginé con mi saya de matas sentado en la arena frente al sol poniente tocando un ukelele mientras esperaba el retorno de la canoa con papá y mis doce hermanos, quienes habían salido a pescar alguna tortuga que comeríamos esa noche alrededor de la fogata. "Un hombre de isla". Debería haberle contestado que Montreal también era una isla. Una rodeada por un río, los cuales quizás no destupen narices, pero que a mí se me parecía mucho más al hogar que la otra isla en que nací. Nunca he sido de esos que adora el mar - ni para bañarse, ni para mirarlo sentado en muros legendarios, ni mucho menos para extrañarlo - ¿y ahora resulta que mi cuerpo decidió necesitar la imprescindible sal del mar? De eso nada: exijo síntomas de "hombre de continente". Me los he ganado.<br /><br />La contrariedad me tupió la fosa nasal derecha - izquierda si se para usted frente a mí - así que mi nariz quedó completamente obsoleta. Me quedé un rato sin respirar como protesta ante las situaciones absurdas en las que me pone la vida, pero terminé cediendo como siempre hago y respiré por la boca, primero como nadador, luego como mujer en parto y más tarde como maratonista ineficiente, hasta que ya más calmado llegué a la respiración normal de cualquier hombre de isla cuya nariz extraña su hogar: incompleta, pero eficaz. <br /><br />La calle estaba desierta, como todas las calles del mundo - islas o no - lo están los domingos a las cuatro de la tarde. En ese momento de la semana en que la mente prefiere hasta quedarse sin oxígeno antes que ponerse a pensar, pero que pocas veces puede evitar hacerlo. Especialmente ante esas calles vacías que tanto le recuerdan a las calles vacías de otros domingos por la tarde. <br /><br />"Extrañar el hogar". Qué interesante y molesto concepto. ¿Cuál es el hogar? ¿Mi casa de Marianao? ¿La del Vedado? ¿La de Montreal? ¿La choza de guano de mi padre y mis doce hermanos, no lejos de la fogata? Si me volviera loco y regresara a Cuba, ¿decidiría mi fosa nasal extrañar la nieve? Estuve tentado a regresar a preguntarle al doctor si me podía mudar a Madagascar o si necesitaba la sal específica del norte del litoral habanero, pero probablemente él ni supiera que eran dos islas diferentes.<br /><br />Pero aún sacando a mi nariz y a sus necesidades de todo esto, el tema está lejos de ser sencillo, especialmente un domingo. ¿Es el hogar en realidad una casa? ¿O un país? ¿Una cuadra? Los nostálgicos dirán que es alguna de estas cosas pero en el pasado y con salida al mar. Los optimistas dirán que en el futuro y con Internet incluido. Algunos, incluso, dirán que es la ciudad de su presente. Y se lo cuestionarán cuando les digan que sus fosas nasales no opinan lo mismo. Los más creativos dirán que es un lugar utópico en el que viven tus muertos del pasado con tus hijos del futuro y todos se llevan bien. Pero yo particularmente no creo que pueda vivir en una casa llena de gente con lo antisocial que soy. ¿Es entonces el hogar un lugar donde estoy solo? ¿Es Saturno mi hogar? <br /><br />Quizás el hogar es donde están tus libros. Esa definición me pareció perfecta en un inicio. Luego me di cuenta que hace siglos que no leo así que me sentí hipócrita y pretencioso. Quizás es donde esté mi televisor pero mi hipocresía no me dejó asumir esa opción. "Hola, soy Raúl y mi hogar es donde pueda ver HBO". No es falso, pero no. <br /><br />Mientras el cerebro divagaba y la nariz extrañaba al océano, decidí que al menos mis piernas tenían que hacerme caso. Así que las detuve en su marcha sin propósito y las encaminé hacia un lugar en el que pudiera buscar respuestas más concretas: el río. Como no sabía cómo acceder directamente a él, me subí al puente de siempre y calculé desde arriba por dónde coger. Media hora después, luego que bajé lo que había subido, atravesé un barrio, crucé una autopista aprovechando que no había carros, salté dos muritos y caminé por un lodo lleno de contenedores, logré llegar al río. Definitivamente bajar por la Rampa hasta Malecón era mucho más fácil.<br /><br />¿Por qué estaba haciendo todo aquello? ¿Por qué me sentía tan contrariado si ni siquiera la consulta me había costado dinero? En medio de su onirismo, ¿había diagnosticado aquel doctor un problema real? ¿No sentía yo que Montreal era mi hogar? ¿O esto no tenía nada que ver con Montreal?<br /><br />El río no se parecía a nada que yo pudiera considerar mi hogar, ni presente ni pasado. Era agresivo, aburrido y poco idílico. Pero el recorrido hacia él me había hecho recordar - no sé ni siquiera por qué; seguro porque todo es igual los domingos - a Ciudad Libertad. Y esta familiaridad se sintió bien. Fue una mezcla de "este lugar me lo conozco de memoria" con "sé que no ha cambiado nada y eso es lo que me gusta de él", "aquí puedo ser yo mismo aunque no siempre haya sido yo mismo aquí", "si me siento mal puedo venir a este lugar a curarme"... Listo: Ciudad Libertad es mi hogar. ¡Encontrado!<br /><br />Dos segundos después deseché esa teoría. ¿Cuándo fui yo feliz en Ciudad Libertad? ¿Es el hogar un lugar donde uno tiene que ser feliz o es el masoquismo parte de la ecuación? ¿Es Estocolmo el verdadero y único hogar? Ni siquiera tuve que esperar al lunes para darme cuenta que "Ciudad Libertad es mi hogar" sonaba ridículo. Así y todo, la sensación provocada mientras pensaba en ella sí me pareció lo más cercano a una respuesta que había logrado en toda la tarde.<br /><br />"¡Ahí no se puede estar!", gritó alguien en mal inglés. Busqué con la vista y encontré al guardia que cuidaba contenedores. Desde la distancia le pregunté con las manos si me hablaba a mí. "Yes! You can't be there! Go home!" Todo el mundo en Montreal estaba obsesionado con mi hogar. Le dije que sí con la cabeza y me fui. Después de todo ese río no había hecho mucho por mí.<br /><br />Un rato más tarde, caminando una vez más sin propósito, justo cuando me cuestionaba si en vez de "hogar" era "extrañar" la palabra que debía estar analizando para encontrar la causa de mi conflicto, llegó el ocaso. El ocaso es el orgasmo de la melancolía dominguera. El momento en que uno o se mata o sobrevive para siempre. Donde decides que ya nada vale la pena y te tiras a la depresión profunda o donde las preguntas se convierten en segundos en convicciones que en otros días te es más difícil responder. <br /><br />Así que mirando el ocaso me di cuenta que el hogar es donde uno se siente bien el domingo por la tarde. A veces es tu casa del pasado, a veces un estado de ánimo, a veces Ciudad Libertad, a veces donde están tus libros y a veces donde sientes que te comprenden. A veces es en el futuro y otras en algún planeta del sistema solar no habitado todavía. A veces es "hogar" y a veces es "home". A veces es donde estás solo y otras donde estás con tus muertos del pasado y tus hijos del futuro. A veces es donde amas y a veces es donde ves alguna serie de HBO donde la gente se ama. A veces es el mar, a veces la nieve. A veces tú mismo serás tu propio hogar y a veces tu cuerpo te mandará síntomas para que salgas a buscarlo. <br /><br />Si ante el ocaso dominguero no sientes que debes estar en otra parte, estás ahí. Y con esta convicción sobreviví para siempre. Incluso podría asegurar que en ese momento mi fosa nasal izquierda - derecha si se para usted frente a mí - dejó pasar un ligero aire hogareño. <br /><br />Las noches de los domingos son siempre más relajadas que sus tardes. La mente deja de cuestionarse cosas, cancela oficialmente búsquedas que momentos antes parecían vitales y empieza ya a quejarse del lunes. Así que entré a un bar. Quizás el hogar sea difícil de definir, pero el bar de la esquina no. Cuando me trajo mi cerveza roja de siempre - algo que solo he visto en Canadá pero que grita "hogar" como pocas cosas - el cantinero de siempre me preguntó "¿qué hiciste hoy?". "Tengo esta fosa nasal tupida así que fui al doctor. Pero no...". "Es por la leche de vaca", me espetó. "¿Disculpa?". "La leche de vaca te tupe la nariz". Montreal: donde los doctores son poetas y los cantineros son doctores.<br /><br />Me eché a reír de buen grado. Quizás fue el temor a perder mi desayuno diario - quizás fue algo más - pero negué vehementemente con la cabeza, levanté mi trago, brindé en el aire y con un profundo acento isleño dije: "Es que me falta el mar".</span></div>
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<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
Raúl Reyes Mancebohttp://www.blogger.com/profile/03496825375191308799noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-8017671902649302813.post-10267815927426196342016-04-29T17:43:00.001-03:002016-04-29T17:43:35.892-03:0023 de abril de un año terminado en 16<div style="text-align: justify;">
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</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US" style="font-size: 14.0pt;">Tenía 10 años
cuando descubrí que Cervantes y Shakespeare habían muerto el mismo día. Ahora
se habla de que fue con un día de diferencia pero en aquel Tesoro de la
Juventud donde lo descubrí decía exactamente la misma fecha (que para colmo era
también la fecha de nacimiento de Shakespeare - se usa ahora la de su bautizo,
tres días después, pero en aquel Tesoro de la Juventud era también un 23 de
abril).</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US" style="font-size: 14.0pt;">Ese día en que me
sentí arqueólogo, vi aquel 1616 en la muerte de Cervantes y pensé que se
parecía mucho al número que había en mi cabeza que indicaba la muerte de
Shakespeare. Busqué en otro tomo destartalado y lo encontré. Y no solo era el
mismo año, sino el mismo día. Y me asusté. Me asusté de ser la única persona en
el mundo que supiera eso. Ese miedo a descubrir algo grande que tenemos los
mortales.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US" style="font-size: 14.0pt;">Se lo dije a mi
mamá, quien asintió con la cabeza y se puso a hacer otras cosas. Se lo dije a
alguien en el aula pero sin mucho lío. En los años por venir se lo dije a
algunas personas que me parecían interesantes pero nadie nunca lo vio tan
trascendente. Había cosas más importantes en la vida. Como vivirla.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US" style="font-size: 14.0pt;">Y mientras tanto,
en mi cabeza, no podía evitar pensar en aquel día de 1616 en que Shakespeare y
Cervantes decidieron irse juntos para pasarse la posteridad haciéndose bromas
mutuas de "ser o no ser" o "dime, cabrón, el nombre de aquel
lugar de la Mancha" mientras la lengua española y la lengua inglesa (que
no son cualquier lengua) se quedaban huérfanas a la misma vez.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US" style="font-size: 14.0pt;">Nunca en 33 años
he encontrado a alguien cuya primera frase sea "¡Shakespeare y Cervantes
murieron el mismo día!". Todo el mundo parece más interesado en otras
cosas. Así que yo me lo guardé también. Escondí mi gran descubrimiento. Cuando
llegó la Internet a mi vida y vi las fechas ya con un día de diferencia me dije
que era mejor así. Que yo no había descubierto nada y que podía morir en paz
como todo buen mortal al que no se le concedió ningún secreto extraordinario.
Tenía permiso para ser mortal. Ese miedo que le tenemos los simples a la grandeza.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US" style="font-size: 14.0pt;">Pero secretamente
siempre he sabido que sí se fueron juntos. Como también sé que no soy el único
que lo descubrió por sí solo, pero eso no hace mi descubimiento menos
relevante. Es mío. Y me hizo sentirme solo pero también grande. Y grande es más
importante que solo.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US" style="font-size: 14.0pt;">Hoy se celebran
400 años de aquel día. Y me pasé el día haciendo otras cosas. Cosas
irrelevantes y estúpidas. Si hubiese sido el niño de 10 años habría esperado
este día rodeado de mis libros pero me lo pasé haciendo tonterías. Pensando en
que estoy solo más que en que no soy grande. Prueba evidente de que soy un
mortal y no me merezco la grandeza de haber descubierto que esos dos se fueron
juntos.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US" style="font-size: 14.0pt;">Pero ahora, al
final del día, esa cifra con tantos ceros me cayó encima. Me di cuenta que
cuando se cumplan 500 ya yo estaré muerto, así que dejé lo mundano que estaba
haciendo y me puse a pensar en qué estarán haciendo esos dos allá arriba 400
años después. Si ya habrán revelado el nombre del lugar en la Mancha y si se
habrán puesto de acuerdo en si ser o no ser.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US" style="font-size: 14.0pt;">Y tuve 10 años de
nuevo. Y me sentí grande por un rato. Como debe ser.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US" style="font-size: 14.0pt;">Ya son las 2:00 am
del 24 de abril pero no importa. Como no importa que oficialmente Cervantes se
haya ido realmente un día antes o que yo no llegue nunca a ningún lado. Yo soy
como el Quijote y vivo en mi cabeza que altera datos para hacerse el héroe, así
que lo único importante es que Shakespeare y Cervantes se fueron juntos y yo lo
descubrí cuando tenía 10 años. Y hoy lo conmemoro rodeado de mis tomos del Tesoro
de la Juventud y haciendo finalmente público mi gran descubrimiento.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US" style="font-size: 14.0pt;">"Shakespeare
y Cervantes murieron el mismo día".</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
Raúl Reyes Mancebohttp://www.blogger.com/profile/03496825375191308799noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-8017671902649302813.post-41525240925924895832016-03-18T16:13:00.000-03:002016-03-18T16:16:32.429-03:00Los maestros<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-size: small;">“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, <br />el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo” – Gabriel García Márquez</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: large;"><br />Uno cree que nació sabiendo. Que la habilidad de escribir la tiene porque la tiene, porque estaba destinado para ello, porque siempre había estado redactado en algunas estrellas sin nombre. Que todo fluyó con naturalidad desde la primera vez que escribió un cuento porque era su secreta misión en la vida. Que es autodidacta porque los verbos y los complementos circunstanciales le vienen con soltura a la cabeza para luego combinarlos estratégicamente en poderosos predicados sin que nunca nadie le dijera: "mira, muchacho: esto se hace así".<br /><br />Pero entonces un día, buscando algo irrelevante, imperecedero, se encuentra con el libro de Gabriel, el cual siempre está cerca pero no siempre se nota porque uno está ocupado pensando en sus supuestas virtudes innatas. El libro que mientras Gabriel escribía lo hacía tan feliz que soñaba estar inventando la literatura. El libro que llegó a tu vida una tarde remota y que te hizo tan feliz que soñaste que estabas descubriendo la literatura. Sin verborrea, sin tanto aparente respeto a la forma, sin párrafos interminables para describir la muerte de sus entrañables protagonistas. Una mala palabra en el momento preciso, otra frase dicha como al descuido pero que encerraba la indefinible esencia de la vida, una huérfana que se comía la tierra y la cal de las paredes, y ya estaba: habías llegado a Macondo y forzosamente nunca serías el mismo.<br /><br />Entonces uno constata, con aleccionadora humildad, que no nació sabiendo. Hojeando el libro se llega incluso a preguntar si en realidad sabe algo o no es más que otro imitador de las grandezas de los grandes. ¿Quién te enseñó, si no fue él, que no hay reglas en el escribir? ¿Que no hay reglas en la vida? ¿Que lo real se define mucho mejor si se acude a lo mágico para ello? ¿Que estamos destinados a existencias de infinitas – o al menos centenarias – soledades pero que eso no quiere decir que no podamos pasárnoslas templando como conejos, llamando a las cosas por su nombre y haciendo lo que nos pida el cuerpo, aún cuando esto sea comer tierra y cal de las paredes? Puedes fingir que ese onirismo te es nato, que las estrellas anónimas lo quisieron así, pero sabes perfectamente que lo sacaste del libro de Gabriel.<br /><br />De ese y de otros de sus libros, en donde también aprendiste - o quizás ya lo sabías pero no sabías definirlo, no sabías que otros también lo sentían, y este descubrimiento, este saber que no se está tan solo y que hay otros más brillantes que pueden ponerlo en palabras es aún más importante que aprender - que la muerte llega en un segundo, sin avisar, dejando apenas un rastro de sangre en la nieve, que la apatía colectiva solo necesita de la belleza de un ahogado para desaparecer, que hay quien tiene ángeles con alas enormes viviendo en cochinos gallineros, que con cólera o sin cólera el amor (y el desamor) florece en cualquier tiempo, que hay comarcas en las que el hijo de puta se da silvestre y que las putas – con hijos y sin ellos – son vitales para el mundo y, sobre todo, para la literatura.<br /><br />Entonces, con este espíritu nostálgico de alumno eterno, como si también te los hubieses encontrado a ellos mientras buscabas cosas secundarias, te sientas en los escalones del pedestal que tú mismo te habías construido y recuerdas a otros, cuyas carátulas no están tan cerca pero cuyos contenidos nunca están muy lejos de tu intelecto o de tus sentimientos – los mejores estantes –, que también te ilustraron cómo se ha de escribir, cómo se ha de pensar, cómo se ha de vivir.<br /><br />Como el libro de Alejo - cuya primera página tuviste que leer decenas de veces antes de entenderla visceralmente pero que desde la segunda hasta la última fue sin interrupciones – sobre aquel hombre sin nombre que se aburría sin saberlo hasta que reencontró y volvió a recorrer los pasos que hacía mucho había perdido. Y lo bien que te sentiste años después cuando lo releíste y descubriste no solo que te sabías la primera página de memoria sino que desde hacía algunos años intentabas que tus propios pasos fueran más grandes y visibles para el día en que tuvieras que salir a reencontrarlos, y luchar así contra el inconsciente aburrimiento que puede ser el cursar por este mundo, todo fuera mucho más fácil.<br /><br />O el libro monumental, leído primero en español y revisitado luego en francés, de Víctor, que te enseñó magistralmente, con multitud de verbos y de párrafos que describían batallas, cloacas y barricadas, que la miseria del bolsillo engendra la miseria del alma, que unos candelabros pueden ser el punto de giro en la existencia de un hombre y que pocos son más devotos a su profesión como los policías nacidos en cárceles.<br /><br />El libro – que nunca fue uno solo sino cuatro revistas, una novela, algunos cuentos, decenas de ensayos, cientos de cartas y 42 años de inagotable iluminación – de José Julián, que te mostró que había otros niños tristes llamados Raúl, que regresar a casa descalzo no es malo si eso alivia en algo a los que lloran en cuartos oscuros, y que la libertad – la real: esa que te lleva a lugares a donde ningún captor podrá ir a atraparte jamás – solo puede venir con la cultura y el conocimiento.<br /><br />O el de Rogelio, que tan inesperadamente llegó a tu vida sin poesía - conservado a la cabecera de la cama desde el día en que un amigo que se apiadó de tus recientes heridas te lo ofreció - donde se explicaba claramente que al cisne salvaje has de amarlo salvaje o no amarlo, que la felicidad de un segundo puede quedar inmortalizada para siempre en una foto eterna – en un texto eterno - y que en la vida hay muchos, muchísimos, modos de jugar. <br /><br />El libro de Sir Walter, que tantas y tantas veces leíste acostado en el piso de granito de tu sala acomodado a la luz del sol que entraba por los cristales, sintiéndote mucho más cerca de la Inglaterra del medioevo que de tu propia realidad, donde ya te ibas dando cuenta que el amor clásico de Ivanhoe y Rowena nunca podría marcarte tanto como la ilícita y condenada pasión de la judía Rebeca y el caballero templario.<br /><br />El de Mark, gracias al cual bajaste el Mississippi en balsa junto a Huck y el negro Jim siendo testigo sin saberlo de una identidad racial llena de conflictos de otras épocas y de otros países pero que curiosamente no estaban tan lejos de los tuyos como podría pensarse. O el de Margaret, en el que Scarlett - oh, Scarlett - te enseñó mientras comías tierra a prometerte que nunca más pasarías hambre y que no importa cuánto te hayas equivocado o cuánto hayan salido mal las cosas, mañana será otro día en el que siempre se puede volver a empezar de nuevo.<br /><br />Los de J.R.R, en los que el ser más pequeño hizo toda la diferencia, o los de J.K, que llegaron cuando ya yo era adulto pero que me hicieron sentir feliz de que los niños huérfanos también podemos ser los héroes de todo un universo mágico en el que a su manera todos cuidan de él. Donde también aprendiste que todo Gollum fue Sméagol alguna vez - incluso todavía lo es - pero eso no quiere decir que podamos salvarlo ya, y que gracias a la sed de conocimientos la hija de dentistas muggles puede llegar a ser la más talentosa de los magos.<br /><br />El de Fiodor, por enseñarte que ningún crimen tiene peor castigo que el de la propia conciencia, los de Charles por presentarte a Oliver, David y Philip, el de William, que te mostró que los niños más buenos se convierten en las fieras más desalmadas si no hay hombres sin moscas que los controlen o las obras de teatro del otro William donde se te exponía ya el gran dilema de si debemos ser o no ser.<br /><br />El de Oscar, en el que fuiste testigo que aún cuando los demás no la vean y solo se refleje en una pintura escondida en el sótano, el alma siempre cambia con todo lo bueno o lo malo que le pasa. O las crónicas del barrio donde vives ahora, de Michel, que te hicieron desear escribir las crónicas del barrio donde vivías antes y del cual te refugiabas en el medioevo sajón. El libro de Edgar, que te dio la terrible opción de elegir entre un pozo y un péndulo o el de Ernest que te enseñó que las campanas siempre doblan por ti, que es lo mismo que doblar por todos los hombres.<br /><br />Y los de Ágata, Jorge Luis, Anónimo, Virginia, Esopo, Marcel, Albert, Arthur, Hans Christian, Jacob y Wilhem, Emily y Charlotte, Homero, Antón, Senel, José, Rudyard, Dora, Mirta, Honoré, Edmundo, Leo, Gustave, Franz, Tennessee, los que escribieron el Tesoro de la Juventud, los traductores de todos esos libros, otros cuyos nombres no me acuerdo pero cuyas enseñanzas sí...<br /><br />Tantos. Tantos maestros que vinieron, dieron su lección magistral, te dijeron "mira, muchacho: esto se hace así" y luego se fueron a seguir con sus vidas, o a acabarlas, o a lo que sea que quisieron hacer esos hombres y mujeres inmortales. Esos maestros cuyos apellidos no tienes que mencionar porque sabes muy bien quiénes son y sabes que el resto de sus alumnos también.<br /><br />Y así, completamente desmoronado ya el supuesto pedestal en el que creíste estar alguna vez, solo queda el piso de granito donde eres una vez más el discípulo más feliz del mundo y con la luz del sol que entra por la ventana te vas de nuevo al medioevo inglés, a París, a New York, al Amazonas, al siglo XVIII, al país de las sombras largas, al asteroide B612, a Mordor, a Nunca Jamás o a algún lugar de la Mancha cuyo nombre el Autor eligió no acordarse para hacerlo así eterno.<br /><br />Te vas de nuevo a ser un mafioso que le lleva el cuerpo de su hijo lleno de balas a su amigo funerario para que se lo arregle y que su madre no lo vea así, te vas a ser una negra sentada en su portal que ve en la distancia a su hermana después de 30 años y grita un "¡Nettie!" eterno, te vas a tener las quince mil vidas de todo caminante que ha leído.<br /><br />Te vas a ser ese hombre que el día que le llegue su turno frente al pelotón de fusilamiento, entre su último pensamiento dedicado a su madre - quien le enseñó a leer - y su grito de "Disparen, cojones" para ponerle un final literario a su insignificante vida, dedicará un segundo a recordar - con una sonrisa en su cara - aquella tarde remota en la que el padre del coronel Aureliano Buendía lo llevó junto a su hijo a conocer el hielo.<br /><br />¿Autodidacta? Para nada: he tenido los mejores maestros.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
Raúl Reyes Mancebohttp://www.blogger.com/profile/03496825375191308799noreply@blogger.com7tag:blogger.com,1999:blog-8017671902649302813.post-5635825066930595602016-03-11T16:21:00.001-04:002016-03-11T22:46:15.952-04:00La pareja más linda de todo Marianao <div style="text-align: justify;">
<div style="text-align: justify;">
<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
<span style="font-size: large;">Primera parte</span></div>
<br />
<span style="font-size: large;">René e Inés se conocieron en la Universidad de la Habana en 1993. Ambos coincidieron en la desierta cafetería y él preguntó "¿por qué seguimos viniendo a este lugar si sabemos que no hay nada?". "Supongo que cuando perdamos la esperanza es que estaremos verdaderamente desesperados", dijo ella. Y él se enamoró. Menos de una semana después, eran novios.</span><br />
<br />
<span style="font-size: large;">No había mucho en 1993 así que estar enamorado era lo mejor que podía pasar. Cuando se está en esa etapa, todo lo que no sea el amor es secundario. Ni siquiera hambre se siente. Y cualquier molestia, escasez o miseria se anula cuando te dicen que "tu novia está en la sala, ve a verla".</span><br />
<br />
<span style="font-size: large;">Como ambos eran de Marianao, iban y venían juntos a la universidad y en más de una ocasión, cansados de esperar una guagua que quizás no llegaría nunca, regresaban caminando. Ya por el puente Almendares ella amenazaba con tirarse debido a la fatiga, y él le respondía que si ella se tiraba se tenía que tirar él también, y ese día no tenía ganas de morirse porque tenía que tocar en una peña de rock por la noche. Entonces la cargaba por unos 100 metros y ella decía que estaba bien, que se suicidarían otro día que no hubiera peña. Y seguían el largo camino a casa.</span><br />
<br />
<span style="font-size: large;">Cuando no había luz - o sea: todos los días - ella, en vez de poner a quejarse con los padres y la hermana se iba a los ensayos de él y fungía como público junto al resto de las novias de los "Marianao's Death Metal Troopers" que tocaban sus instrumentos sin electricidad. Y luego del simulacro de ensayo se quedaban abrazados hasta que los botaban.</span><br />
<br />
<span style="font-size: large;">Hacían el amor en alguna parte que no consta en los archivos del municipio ya que ninguno de los dos tenía dónde. Pero lo hacían. Quizás no tanto como hubieran deseado, pero lo hacían. </span><br />
<br />
<span style="font-size: large;">Un día él le dijo que lo que sentía por ella nunca lo había sentido por nadie. Más que eso: lo que sentía nunca lo sentiría por nadie porque era demasiado lindo como para que se repitiera de nuevo. Ella contestó que sentía lo mismo, que solo pensaba en él y que si ambos sentían lo mismo nadie ni nada podría separarlos nunca.</span><br />
<br />
<span style="font-size: large;">Y mientras todo un país gritaba porque no había comida, luz, transporte o esperanza, ellos se paseaban de la mano hablando de amor y tonterías. Como debe ser.</span><br />
<br />
<span style="font-size: large;">Un día llevaron a un vecinito de René al Parque Lenin y durante todo el día entrenaron así para cuando tuvieran un hijo. Como los aparatos no funcionaban terminaron en la esquina de algún bosque jugando a los escondidos. Fue un lindo día. Al entregar al niño en su casa, la madre de este, a la que el hambre nunca le impidió notar lo que de veras importa en este mundo, les agradeció y les dijo que "eran la pareja más linda de todo Marianao".</span><br />
<br />
<span style="font-size: large;">El padre de Inés preparaba una balsa y para mediados de 1994 ya estaba casi todo listo. Inés, enamorada, dijo que ella no se iba a ninguna parte. La madre, el padre y la hermana pusieron el grito en el cielo. "Tú no te vas a quedar aquí por un macho", dijo alguno. "¡No es un macho! ¡Es mi novio! ¡El hombre que amo!" "Sí, y ¿cuándo se acabe el amor?", dijo otro. "Este amor no se va a acabar", dijo ella. "¡Además mejor morirse de amor que en una balsa!".</span><br />
<br />
<span style="font-size: large;">René no supo qué decir. Claro que quería que se quedara - desde que la había conocido pensar en no estar con ella ya no era una opción - pero sentía que era su responsabilidad decirle que se fuera. Porque la seguridad económica es mejor que el amor. ¿No? Entonces ella le dijo que la obligara a quedarse, que ella solo necesitaba que él le dijera "no te vayas". Y él le dijo "no te vayas". Y agregó "yo te haré feliz siempre, te lo prometo. Con seguridad económica o sin ella. Este amor es para siempre".</span><br />
<br />
<span style="font-size: large;">Entonces fue él quien se tuvo que ir. A Oriente. Su padre estaba enfermo desde hacía mucho tiempo y lo inevitable estaba ya al pasar. La noche antes de irse, en aquel muro de 116, todo parecía normal, aunque por alguna razón no paraban de llorar. "¿Y por qué lloramos?" "¿Y yo qué sé?" "Te amo", le dijo él al final. "Yo más", dijo ella. "Te veo en unos días", dijo alguno.</span><br />
<br />
<span style="font-size: large;">El viaje a Oriente duró mucho más de lo previsto. Llegar allá había sido una verdadera locura pero por suerte le había dado tiempo a hacerlo antes que el padre muriera. Luego se tuvo que quedar un tiempo lógico con la madre, que estaba inconsolable. </span><br />
<br />
<span style="font-size: large;">Nadie tenía teléfono en aquella época. Uno por cuadra en el mejor de los casos. Finalmente un día lograron comunicarse gracias a una vecina de él y a un familiar de ella y a muchas llamadas de larga distancia previas para poder ponerse de acuerdo en el horario. Ella fue rápida. "Me voy. Tengo que hacerlo. Yo no quiero, pero tengo que irme. Tengo que irme." Él se sintió morir pero se lo tragó. Como un hombre. O algo así. "Quiero verte antes de que te vayas". "Ven, aquí estaré". "Espérame". "Sí". "Te amo". "Yo más".</span><br />
<br />
<span style="font-size: large;">Él dejó todo y salió para la Habana, lo cual era mucho más fácil de decir que de hacer. Luego de dos días de camino terminó en alguna parada abandonada en el medio de una carretera en Camagüey, por donde absolutamente nada pasaba. Ni siquiera personas. Entonces se dijo que se iba corriendo para la Habana, rememorando los lejanamente felices días del largo camino de la universidad a Marianao. </span><br />
<br />
<span style="font-size: large;">A los dos kilómetros, como si fuera el Puente Almendares, le dio un ataque. Se dio cuenta que solo con su amor no podía ir hasta a la Habana, no podía impedir que ella se fuera, no podía impedir perder un año de carrera, no podía impedir que el padre se muriera, no podía impedir estar tirado en el medio de la nada corriendo por gusto bajo un sol que lo mataba... Su amor no servía para nada. Dio unos gritos, creyó que se moría y luego se sentó en una sombra que encontró. Al día siguiente, un camión lo recogió y lo llevó de nuevo hasta la puerta de su casa en Oriente, lo cual dadas las circunstancias, bien puede considerarse como todo un lujo.</span><br />
<br />
<span style="font-size: large;">En algún momento - antes, durante o después de esto - Inés se montó en una balsa y se fue. Histérica, descontrolada, inconsolable. Diciéndole a la hermana que era mejor morirse en una balsa porque el amor dolía demasiado. Estaba desesperada. Esa desesperación que viene con haber perdido la esperanza.</span><br />
<br />
<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
<span style="font-size: large;">Segunda parte</span></div>
<br />
<span style="font-size: large;">Todo el barrio quedó traumatizado con aquello. Pero entre tanto niño muerto en el mar y tanta hambre, hubo que poner aquella historia en un archivo secundario. Porque el amor es secundario. Especialmente para los que no participamos de él.</span><br />
<br />
<span style="font-size: large;">Al final René regresó a un Marianao y a una universidad sin Inés, y se puso a esperar. No supo muy bien qué pero se puso a esperar. Esa confianza que tiene uno en que la vida no puede ser tan mala. Que esos vacíos en la boca del estómago son solo sustos, no estados de ánimo perennes. Además Inés sentía lo mismo que él y eso la distancia no podía apagarlo.</span><br />
<br />
<span style="font-size: large;">Primero vino la tristeza, luego la impaciencia, luego la angustia, luego la ira, luego la desesperación, luego el vacío. No le dijo a nadie que estaba esperando, pero lo hacía. Tuvo otras novias, se casó, tuvo un hijo...hasta que un día se dio cuenta que ya no estaba esperando nada y que en efecto, aquello se había acabado. Y se había acabado aquel día en la carretera de Camagüey, con gritos e histeria.</span><br />
<br />
<span style="font-size: large;">Se dijo entonces que el amor era una mierda condicionada por factores económicos y geográficos. Que uno ama al que tiene al lado y si este se va pues ya no lo ama más, prueba evidente y clara de que el amor no existe y en su ausencia le llamamos así a la costumbre que se deriva de ver a alguien todos los días. Pero aún en los casos en que veamos a estas personas por muchos años y creamos que estos amores/costumbres son muy poderosos, estos también se acaban una vez que se dejan de ver por la causa que sea. Y odió su propia teoría pero lo ayudó mucho a seguir viendo el juego de pelota con la conciencia más tranquila.</span><br />
<br />
<span style="font-size: large;">Inés se bajó de la balsa y se dijo que regresaría a Cuba en cuanto pudiera. Que René la estaba esperando. Que ella no podía vivir sin él. Se dijo que en un mes, que en un año, cuando ya se hubiera acostumbrado a la vida en Miami, cuando finalmente dejaran regresar a los que se habían ido...Primero vino la impaciencia, luego la desesperación, luego la costumbre, luego la decepción de sí mismo, luego la costumbre de nuevo, luego nada. </span><br />
<br />
<span style="font-size: large;">Un día que fue a recoger a la menor de sus hijas a la guardería se dio cuenta que ella no había movido un dedo por retomar su relación con René. Ella, que estaba tan enamorada. Que aquella relación, en efecto, se había acabado cuando ella se montó en aquella balsa. Con gritos e histeria incluidos.</span><br />
<span style="font-size: large;"> </span><br />
<span style="font-size: large;">Entonces le dijo a la hermana que la distancia era una mierda. Que toda relación está destinada a pudrirse pero las que se separan de pronto y por culpa de la distancia son las peores porque no se les da la oportunidad de pudrirse como va. La hermana dijo que quizás eso era mejor porque así uno vivía con la esperanza tonta de que el amor existía en algún lado, en vez de verlo pudrir frente a sus ojos. Y odiaron su teoría pero las ayudó mucho a sentirse bien en aquel parque con los niños.</span><br />
<br />
<span style="font-size: large;">Muchos años después, en 2011, Inés decidió que era hora de ver a René. Así de pronto. Ya había ido a Cuba cuatro veces, ya se había divorciado y se había vuelto a casar, ya tenía otro hijo más que también había crecido, ya había pasado de los 40 años y de pronto aquella idea se le metió en la cabeza. Era el momento.</span><br />
<br />
<span style="font-size: large;">Así, una tarde de abril, Inés le tocó la puerta a René luego de haber hecho todo un estudio de direcciones, teléfonos y estados civiles, con la intensidad que se había prometido tener cuando la subieron en el barco de los guardacostas y que luego no había tenido la capacidad de cumplir. Él la reconoció enseguida y puso cara de tranca. Se dijo algo como "¿esta cree que se va cuando quiere y viene cuando quiere y yo tengo siempre que estar a su disposición?". Pero luego se le pasó. Y luego sintió un no sé qué. </span><br />
<br />
<span style="font-size: large;">Ella se sintió culpable cuando lo vio. Y luego se declaró inocente y culpó a la vida. Y al Período Especial. Pero luego se le pasó. Y luego sintió un no sé qué. Y se abrazaron y lloraron juntos sin ni siquiera saber las causas. "¿Y por qué lloramos?" "¿Y yo qué sé?"</span><br />
<br />
<span style="font-size: large;">Él le dijo que casi se había vuelto loco, ella le dijo que casi se había vuelto loca, pero como nadie se muere de amor - lo cual es una lástima - habían seguido con sus vidas, haciéndolas menos apasionadas y menos lindas, pero más reales. Porque la belleza es inversamente proporcional a la realidad, y eso lo habían aprendido en su trágica separación. ¿O quizás no?</span><br />
<br />
<span style="font-size: large;">Declararon que la distancia es una mierda pero al final pone en evidencia que las personas no se aman tanto como ellos creen, así que al final fue para mejor y que todo lo que pasa en esta vida conviene. Entonces llegaron a la conclusión que ellos no se habían amado tanto como habían creído y que todo había sido una aventura de juventud. ¿O quizás no?</span><br />
<br />
<span style="font-size: large;">Al final caminaron hasta el Lido, recordaron las largas travesías hasta la universidad, los Marianao's Death Metal Troopers, la cafetería de la UH, el vecinito de René, los "tu novia está en la sala, ve a verla" y aportaron nuevos cuentos de cómo al final había traído a la mamá de Oriente y cómo en Miami todo el mundo tiene carro.</span><br />
<br />
<span style="font-size: large;">Y así, sin gritos ni histeria, René e Inés tuvieron finalmente el final que se merecían. Con calma. Sin desesperación. Con una nostalgia bonita. Como se merecía el amor que tuvieron alguna vez y el cual ahora minimizaban pero que en su momento había inspirado a muchas personas que necesitaban historias bonitas para lidiar con el hambre.</span><br />
<br />
<span style="font-size: large;">"Nos veremos alguna vez". "Pero claro". "Adiós". "Te quiero". "Yo más".</span><br />
<br />
<span style="font-size: large;">Y todo un barrio respiró tranquilo.</span><br />
<br />
<br />
<br />
<span style="font-size: large;">PD: Dedico este post a todos los amantes a los que la distancia separó. También a los que no separó. Pero más que nada, se lo dedico al René y a la Inés originales - que 25 años atrás me llevaron un día al Parque Lenin - los cuales nunca volvieron a verse ni a saber nada el uno del otro y cuya segunda parte de esta historia inventé sin culpas porque no sirve de nada ser escritor si uno no puede darle un final feliz a las injusticias de la vida. Sobre todo cuando se trata de la pareja más linda de todo Marianao.</span><br />
<span style="font-size: large;"> </span></div>
<div style="text-align: justify;">
</div>
</div>
Raúl Reyes Mancebohttp://www.blogger.com/profile/03496825375191308799noreply@blogger.com22tag:blogger.com,1999:blog-8017671902649302813.post-6910776452701311922016-03-04T13:27:00.001-04:002016-03-04T18:49:09.929-04:00La cita sin sexo
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<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: "Times New Roman"; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";">Ahí estaba yo:
sentado sin hambre en un restaurante que no podía pagar esperando a un hombre
que no tenía ganas de conocer y con el cual ni siquiera tendría sexo.
¿Recuerdan cuando uno pensaba que a los 33 ya tendría una vida sustancial y
plena...?<br />
<br />
Todo comenzó dos días antes cuando me paseaba por Craigslist buscando un sofá
para uno de esos amigos que insisten en no tener Internet "porque no la
necesitan". Luego de la inevitable transición de "muebles" a
"hombre busca hombre" (está ahí; hay que dar click) me encontré un
anuncio que alternando criminalmente minúsculas y mayúsculas rezaba "cita
SIN SEXO". Entre todas aquellas ofertas de "échamela en la boca"
y "te espero en cuatro patas con los ojos vendados" aquella cita sin sexo
(perdón: SIN SEXO) resultaba asqueante. ¿Qué buscaba aquel hombre? ¿El amor?
¿Con otro hombre? ¿En Craigslist? Hora de regresar a la categoría de
"muebles".<br />
<br />
Pero la noche siguiente, en un bar, me tomé tres tequilas y dos cervezas, me
besé con cinco y terminé semidesnudo en una esquina con dos, estadísticas todas
que delatan una realidad que finjo no ver pero de la que todo un bar estaba
siendo testigo: estoy mal. Muy mal. Sorpresivamente me atajé a tiempo, me subí
los pantalones, salí del bar antes que cerrara, no fui al sauna ni llamé a
nadie con productos estupefacientes y tomé un taxi a casa. Pero en mi cama,
cuando ya me creía a salvo de mí mismo, me di cuenta que tendría que confrontar
el hecho de que estoy mal. Y como no sé cómo se hace eso me busqué proyectos
futuros inmediatos para poder dormir con la conciencia tranquila.<br />
<br />
Así que fui a Craigslist y respondí el anuncio de mayúsculas discriminatorias,
el cual seguía allí (¿nadie denuncia ese tipo de indecencias?). Y cuando su
autor mandó su foto hice mi plan secreto el acostarme con él. Listo: ¿a quién
le importa estar mal cuando tenemos un reto sexual al día siguiente? Las
prioridades, amigos, lo son todo.<br />
<br />
Al día siguiente ya no estaba tan feliz. El hecho de tener que hablar con otros
seres humanos es algo que me molesta ya sobremanera. Lo hago porque no me queda
más remedio, pero ¿ir a una cita a eso voluntariamente? Y para colmo en un
restaurante en el que no puedo ni pagar el pan con mantequilla gratis del
inicio. ¿Y todo eso para qué? ¿Para acostarme con un hombre con el que en
realidad no quiero acostarme - como no quiero acostarme con nadie - y que
tampoco quiere acostarse conmigo y obviamente con nadie? ¿Cuándo voy a asumir
que tengo una tara que me hace estar todo el tiempo en constante movimiento
buscando fuera lo que debía buscar dentro? ¿Cuando me mate? ¿No será eso lo que
quiero? ¿Por qué no lo hago, entonces? Qué va: estoy mal. Esa noche al regresar
a casa tendría que tener esa conversación conmigo mismo. O probablemente no.
Siempre puedo hacerlo en mayo. Del 2018.<br />
<br />
Con toda aquella negrura en mi cabeza miraba al vacío cuando llegó él.
Rozagante, limpio y perfumado. Lo miré con odio. ¿Dónde estaban estos hombres
cuando uno los esperaba? Patillas largas, pelito tirado hacia arriba con gel,
espejuelitos y el aspecto general de un eterno jovenzuelo universitario que ya
tiene 35. Odio a los hombres.<br />
<br />
"Encantado de conocerte", dijo. "Lo propio", mentí, y
pasamos a la ceremonia de small talk, que es algo para lo cual me declaro
completamente intolerante en mi vida actual. Con todas las cosas importantes de
las que hay que hablar - mejor: con todo lo que hay callarse y ponerse a
cambiar cosas - ponerse a hablar del calentamiento global o de Donald Trump es
la prueba fehaciente de que perdemos nuestras vidas miserablemente.<br />
<br />
Unos minutos más tarde, en los que seguimos hablando tonterías y ordenando
comida cara que ni siquiera puedo recordar a qué sabía, pasamos a temas algo
más sustanciales. "Entonces, ¿tienes muchas citas?", preguntó.
"Nunca". "¿No tienes citas?". "No". "¿Por qué?".
"Porque las citas son para las personas que quieren conocerse. Y yo no
quiero conocer a nadie. Yo quiero singar". Ese soy yo: elevando el arte de
las buenas costumbres de la mesa a un nuevo nivel. "Entiendo", dijo
él como si nada."¿Entonces, ¿qué haces aquí?". Iba a decir
"honestamente no sé" pero me autocontrolé y dije lo siguiente que se
me ocurrió: "estoy probando nuevas cosas".<br />
<br />
"Entonces esta cita combina dos cosas que odias: conocer gente y no
singar". "Bah, no es tan malo. Tampoco tengo tantas ganas de singar,
y al final lamentablemente uno siempre termina conociendo un poco a la gente
con la que singa, así que técnicamente estoy acostumbrado. Al menos ahora estoy
comiendo algo. Nunca como". Rió. Sonreí. Entonces, en parte para justificar
mi agresividad, en parte para lograr salvar aquella noche, le resumí mi estado
general y de paso me lo resumí a mí también: "estoy harto de mí
mismo". <br />
<br />
Él me miró pensativo. "Entonces hablemos de mí". "Sí, por
favor", dije mientras hacía sonar la copa de agua con el cuchillo.
"¿Desde cuándo haces este tipo de citas asqueantes con mayúsculas
inapropiadas?", dije con voz de pregonero de circo. "Esta es mi
primera". ¿Ah, sí". "Sí, acabo de divorciarme y pensé que esto
sería lo menos agresivo para mi regreso al mundo real". Obviamente él no
contaba con encontrarse conmigo.<br />
<br />
Pobre hombre. Y yo quejándome como niña. "Lo siento." "Oh, no
importa. Todo está bien. Y mira la cita que me encontré; no hay nada de qué
lamentarse", sonrió nervioso. "Espera. ¿Un cumplido? ¿Me merezco un
cumplido?". "Sí, claro: eres muy simpático". "Oh,
gracias". Sonreí. Sonrió. Y ahí decidí que mi mal carácter abandonaría
inmediatamente ese restaurante, dejándome solo con aquel muchacho que seguro la
estaba pasando peor que yo y así y todo insistía en sonreír todo el tiempo.<br />
<br />
El resto de la cena fue todo small talk, que aparentemente cuando uno está de
buen humor no es ni tan molesto ni tan improductivo. Y el calentamiento global
y Donald Trump son temas importantes que todo el mundo debe abordar. Cuando
pagábamos la cuenta me preguntó si quería irme a su casa. Yo, que miraba la
tarjeta de débito mientras suplicaba en silencio que pasara sin problemas, dije
que sí, sin darme cuenta realmente de lo que estaba haciendo. ¿Ir a su casa a
hacer qué? Eran las 11 de la noche, hora en la que un muchachito decente de su
casa se va a un bar a emborracharse y besarse con muchos desconocidos, no a la
casa de un hombre que no conoce y con el cual NO TENDRÁ SEXO.<br />
<br />
Si tenía alguna duda acerca de mi decisión, esta fue disipada inmediatamente en
cuanto llegué su casa. Yo no podría deprimirme si viviera en un lugar así. Qué
ganas tengo de acabar de ser rico, señores. Madera por todas partes, cristales
en el techo por el cual se veía la nieve caer, olor a caro...y algún bourbon
fuerte, de ese que me tiene hablando boberías a los 6 minutos.<br />
<br />
"¿Qué se supone que hagamos ahora", dijo. "¿Yo? ¿Y yo qué sé? Tú
eres el que planeó esto y esta es tu casa. Inventa algo", respondí,
mientras me controlaba para no decir que en otro tipo de cita sin mayúsculas ya
estaríamos en plena felación recostados a la meseta de la cocina.<br />
<br />
A falta de una estrategia, nos sentamos en el sofá y nos miramos como dos
monjas a las que se les dio el día libre y no saben qué hacer con él. "Así
que divorcio, ¿eh?. Debe ser duro. Como si no fuera suficiente tener que
separarse del maricón además hay que seguir viéndolo para firmar papeles y
dividir al perro", dijo la monja cubana, cuya agresividad había regresado
gracias al bourbon. "Sí, pero al final es mejor. Se había acabado el
amor." "Uff, amor: qué palabra fea", dije. "Oh, odias al
amor. Seguro alguien te rompió el corazón", dijo él llegando a
conclusiones muy abiertas e injustificadas. "¿A mí? Sí: miles. Lo cual es
una mierda porque nunca me enamoré de ninguno. He sufrido por los hombres, me
han roto el corazón, pero no me he enamorado de ninguno. Qué mierda".
"¿Nunca te has enamorado?". "No creo", dije. "Al menos
no amor amor".<br />
<br />
"¿Qué es el amor amor?". "Pues no sé. Descríbelo tú porque yo no
lo conozco. Porque para mí amor - no amor amor - es la cosa que uno dice cuando
no tiene nada mejor que decir". "Explícate". "Cuando
quieres callar a alguien en una conversación que sabes que va ganando le dices
"te amo". O cuando te cogen singando con otro le dices "pero yo
te amo". O cuando te están dejando y uno no para de llorar te sueltan
"te amo mucho" (si hay que agregar "mucho" es que no te
aman). No: "te amo" es una mala palabra. Nunca se ha usado para nada
bueno".<br />
<br />
Él rió de lo lindo con mi teoría. "El mundo necesita más escritores como
tú. Estoy convencido de que quieres enamorarte". "¿Qué puedo decir?
Pues claro. Quiero estar enamoradísimo de alguien. ¿Pero de quién? La gente es
tan aburrida, tan decepcionante, tan cobarde, con pingas tan chiquitas. O quizás
sea yo que tengo estandares altos para justificar que yo mismo no me considero
nada del otro mundo. Ay, no sé. En cualquier caso no creo que el amor esté
hecho para mí. O sea: el amor amor. El amor de "te robé tu dinero pero te
amo" sí me ha tocado por supuesto".<br />
<br />
"Pues yo estaba enamorado. O alguna vez lo estuve, al menos"
"¿Qué se sentía?" "No sé, no lo recuerdo. Solo recuerdo que
"estaba enamorado" y eso me hacía feliz". "¿Ves? El amor es
una mierda. Uno ni se acuerda qué siente cuando está enamorado. Se acuerda de
lo que siente cuando tiene hambre o cuando tiene miedo o cuando está celoso
pero no cuando está enamorado. No hay nadie en la calle dando gritos de
"¡estoy enamorado!. Hay gente gritando que el Señor Jehová va a llegar o
que los huevos van a llegar esa tarde, aún antes que el Señor Jehová, pero
nadie anda gritando "¡estoy enamorado!" Mi histrionismo y mi defensa
de causas tan nobles lo divertía de lo lindo. A mí también.<br />
<br />
"Para mí lo más curioso es lo que la gente está dispuesta a hacer por
amor. Ok: supongamos que <i>amas</i>. ¿De qué sirve si no estás dispuesto a
caminar un metro por ese amor?", dijo él, que supuestamente estaba a cargo
de defender al noble e inexistente sentimiento. Me senté a su lado
tranquilamente, choqué su vaso de bourbon contra el mío y dije despacito y
calmado: "Exacto. Si no tienes los cojones de mover un dedo por amor,
entonces métete la frase por el culo y di que lo que quieres es singar y un
poco de compañía para aguantar tu soledad de mierda". Créanlo o no, en
Marianao yo nunca dije malas palabras. Esas llegaron a mi vida junto con el
amor. Sí: el amor es el culpable de mi mal vocabulario.<br />
<br />
"¿Y qué hay con el sexo?", preguntó. "¿Qué hay con el
sexo?", dije yo. ¿De ese sí tienes mucho?" La pregunta del millón.
"Sí: creo que es lo único que hago en mi vida". "Eso debe ser
interesante". "Es una mierda", dije sirviéndome más bourbon.
"¿Recuerdas esa sensación cuando un desconocido te está mamando la pinga y
uno se dice a sí mismo en secreto: <i>¡¡¡¡me están mamando la pinga!!!</i>.
Bueno, hace años que no siento eso. Cuando me maman la pinga me pongo a pensar
en que la temporada de declarar los impuestos se acerca". "¿Ya no
sientes nada?" "Bueno, quiero creer que sí. A veces me paso cinco
días sin tener sexo y cuando lo tengo me siento emocionado de nuevo. ¿Pero
cuándo fue la última vez que estuve cinco días sin tenerlo? ¿Cuándo fue la
última vez que estuve dos días sin tenerlo?". "Yo no tengo sexo hace
más de un año", dijo él, para demostrar que por mucho que yo hablara, las
mejores frases siempre eran de él.<br />
<br />
Luego de un silencio necesario, en el que se inferían mis pensamientos pero no
se decían, dije diplomáticamente: "el sexo está sobrevalorado. No como el
amor, por supuesto - al menos el sexo es una necesidad fisiológica - pero de la
misma forma que no glorificamos orinar no glorifiquemos singar."
"Todo el mundo quiere tener sexo". "No: ese eres tú que no lo
tienes. Cuando lo tienes te pones a pensar que te hace falta otra cosa."
"¿Hacer los impuestos?" "No: el amor. Y luego cuando tienes el
amor te das cuenta que no sientes mucho tampoco y te pones a buscar otras
cosas". "¿Qué?". "No sé. Los impuestos, supongo".
Sonreímos.<br />
<br />
"Entonces, ¿esto es lo que se hace en una cita sin sexo? ¿Se habla de
amor, de singar y de compromisos fiscales? Qué educativo". "Tienes
razón: démonos una ducha", dijo mientras se iba al baño de la forma más
natural del mundo. Yo me quedé mirándolo con mi vaso en la mano. ¿Una ducha
juntos? Discúlpenme si me perdí pero... ¿una ducha juntos? Ok: solo hay una manera
de ver a dónde va esto. Así que terminé el resto de mi trago de un solo tiro y
tomé yo también el camino al baño. De los cobardes no se ha escrito nada.<br />
<br />
"Esto es raro", dije mientras me caía el agua en la cabeza. "Lo
sé", dijo de rodillas mientras me enjabonaba. Leyeron bien. "Se me va
a parar si sigues enjabonándome", advertí. "Piensa en otra
cosa", dijo, cual profesor de frigidez. "Tú la tienes parada y ¿yo
tengo que pensar en otra cosa?". "Yo no he tenido sexo en un año. Y
antes de eso tenía sexo con el mismo hombre siempre; por supuesto que la voy a
tener parada". "Uy, qué horror: sexo con la misma persona. Listo: ya
no se me va a parar, no hay de qué preocuparse. Entonces, para ubicarme, ¿esto
es lo que consideras una cita SIN SEXO? No se singa pero se enjabona".
"No: esto no es para nada lo que yo pretendía. Pero no sé lo que estoy
haciendo". "Tomaré eso como un cumplido. No olvides enjabonarme bien
la pinga. Uno nunca sabe en qué boca va a terminar". Lo hizo mientras yo
miraba al techo muerto de la risa. Él también se reía. "¡Esto tiene que
ser una de las cosas más raras que he hecho en mi vida", dije. "Y
créeme, esa lista está cargadita." "Cállate y vírate". "Sí,
señor. ¡Uy, eso me da cosquillas!".<br />
<br />
Peinaditos y en cómodos pijamas - que son la definición perfecta de que no
habrá sexo - veíamos televisión. Habíamos creado un nuevo juego en el que
veíamos una película hasta el momento en que algún personaje dijera la palabra
"amor". Cuarenta minutos, siete inicios de películas y otro vaso de
bourbon después puse mi cabeza en su hombro. "¿Cuándo se acaba esto?"
¿Qué cosa? Podemos quitar esto y hacer otra cosa. O dormir". "No:
esto. Esta bobería en la que uno se queja y no hace nada con su vida. ¿Cuándo
se acaba?". "Supongo que a veces hay que tocar fondo para empezar a
subir", respondió. <br />
<br />
"Ya yo llevo años en el fondo. Y no hago nada. Y puedo echarle la culpa a
que soy inmigrante, a que mi tía se murió, a que soy sex addict, pero es
mentira. Es que soy vago. Y por eso no hago nada con mi vida. No tengo papeles,
no puedo viajar, no puedo estudiar, no tengo un trabajo fijo, no tengo dinero.
No escribo. Ni siquiera como. Es todo el círculo vicioso de bares, saunas,
drogas, hombres - uff, hombres - y nada más. ¿Cuándo se acaba esta fiesta
eterna? ¿Dónde está el fondo del fondo? Quiero llegar lo antes posible para
empezar a subir. El amor es secundario pero ser quién uno quiere ser no.
Triunfar en la vida no puede ser secundario. Y si uno se pasa el tiempo
haciendo otras cosas...".<br />
<br />
Y ahí tuve que salir corriendo al baño. A vomitar. Como en las películas en las
que uno vomita porque es muy sensible y le da impresión algo. Supongo que
vomité por el bourbon pero no puedo evitar hacer el paralelismo de que estaba
vomitando por mi vida. Vomitar me asusta. Abro los ojos, sudo, sollozo y
tiemblo entre arcada y arcada. Él me miró tener mi momento. Cuando terminé me
recosté a la pared. "¿Este puede ser el fondo del fondo y puedo empezar a
subir ya?". Asintió con la cabeza, se sentó detrás de mí, me acomodó y me
abrazó. "Esta cita sin sexo es una desgracia", dije. "Ok: ponte
en cuatro patas. Te vendaré los ojos y te la echaré en la boca",
respondió. "Acabo de vomitar así que mejor en la boca no". Reímos. Y
así nos quedamos abrazados en el piso del baño caro. Aparentemente el fondo del
fondo no tiene que ser una meth house. "No puedo creer que haya vomitado
esa comida tan cara..."<br />
<br />
Acostados en la cama en calzoncillos, con todo apagado, habiéndonos dado las
buenas noches una hora atrás, ambos mirábamos como autómatas el techo de
cristal en el que caía la nieve. "Yo me enamoré", dije, rompiendo el
silencio que nos estaba matando. "Y creí que era amor amor. E hice todo lo
que tenía que hacer. Lo hice todo bien. Yo, que siempre lo hago todo mal. Y
estaba dispuesto a recorrer más de un metro por ese amor. Y perdí. Supongo que
si lo hubiera hecho todo mal y hubiera sido el hijo de puta que puedo ser que
no se acuerda ni de los nombres, si lo hubiese matratado, si nunca le hubiera
dicho que lo amaba, hubiese ganado - como he ganado antes competencias que no
quería ganar - pero no lo hice, así que lógicamente perdí. Porque así es cómo
funciona el amor".<br />
<br />
"Mi ex esposo está ahora con una mujer", dijo él para demostrar una
vez más que una frase vale más que todo un párrafo. Dejé de mirar al techo y lo
miré a él. Intenté estar serio pero me salió una carcajada. "Disculpa, no
quise reírme". "No, no: ríete. Es lo mejor que podemos hacer". Y
nos reímos de buena gana. "El tuyo no se acostaba contigo y ahora está con
una mujer y el mío pudo haberse quedado conmigo y no lo hizo. ¿Ves lo que digo?
Esa manía que uno tiene de sufrir por hombres que no se lo merecen es la que no
nos deja avanzar. O al menos a mí: tú tienes un techo de cristal, yo no tengo
ni tarjeta de crédito".<br />
<br />
Y ahí dejé de reírme y volví a mirar al techo de cristal. Y no dije nada -
porque ya había hablado mucho - pero mi cerebro siguió solo. "Esta pinga
se tiene que acabar. Hay que cerrar ese espacio que uno mismo creó destinado a
otras personas, a lo externo, y enfocarse en uno, dejar la vagancia y empezar a
subir. Y pasarle por el lado - como siempre - a los que ahora uno ve desde
abajo. Y luego llegar a la superficie donde estaré solo, por supuesto, pero es
mejor estar solo en la superficie que solo en el fondo. Y luego bajarás de
nuevo porque hay que mezclarse con la gente y luego seguirás bajando una vez
más hasta el fondo porque te aburriste de ellos. Y porque si ya vas a bajar
tienes que bajar más que los demás. Y así será toda la vida. Pero ahora: a
subir. Hace rato que no veo la superficie y ya la extraño. ¿No te demostraste
que puedes hacerlo todo bien con un macho? Pues ahora hazlo con el macho que
cuenta que es uno mismo. Y ahí sí que no se pierde". Listo: la
conversación que evitaba tener con mi cama la estaba teniendo con otra.
Aparentemente solo necesitaba un techo de cristal. <br />
<br />
Me viré, me acerqué a él, puse mi cabeza en su pecho, mi pie entre los suyos y
mi mano dentro de su calzoncillos. Que no tengamos sexo no quiere decir que no
podamos dormir como si lo hubiéramos tenido.<br />
<br />
Al día diguiente, en el portal, se declaraba oficialmente clausurada la cita
sin sexo. "Bueno, fue divertido", dije. "Lo fue. Así que ya
sabes: si algún día necesitas un techo de cristal...yo tengo uno".
"Pero tendremos sexo", dije. "Y nos enamoraremos", dijo él.
"Pero antes de que llegue ese día tenemos que hacer otras cosas",
precisé. "¿Los impuestos?", preguntó. Me eché a reír. Y nos besamos.
Por primera vez. Un beso inocente pero lindo. El beso que llevaba esa linda
cita SIN SEXO. "Gracias". "A ti".<br />
<br />
En el camino me viré y le dije adiós. Y luego otra vez. Y luego otra hasta que
nos perdimos de vista. Como se despide uno siempre de la gente que se lo
merece.<br />
<br />
Esa noche, en el bar, no hubo tequila ni besos ni pantalones bajados. Solo me
senté ahí y pensé en mi vida. Y pensé que bien podía ponerme a pensar en mi
vida en otra parte. Sin tragedias ni cargos de conciencia. Buscar dentro lo que
no se encuentra fuera no es ni tan duro ni tan terrible. Al contrario. Así que
me fui. Cuando esté bien conmigo mismo ya volveré a mezclarme con los demás.
Por el momento, hay que irse.<br />
<br />
Al llegar a mi casa no prendí las luces. No abrí la computadora, no puse la
televisión, no busqué ninguna excusa para no hacer lo que tengo que hacer. Con
tan solo la luz de la noche que entra por la puerta de atrás me paré frente a
la cama, le di un golpecito con el pie y le dije: "despierta: tenemos que
hablar".</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
Raúl Reyes Mancebohttp://www.blogger.com/profile/03496825375191308799noreply@blogger.com12tag:blogger.com,1999:blog-8017671902649302813.post-13410625075786266842015-11-20T17:36:00.001-04:002016-02-26T10:25:51.766-04:00París<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Desde pequeño voy mucho a París. Podría decirse incluso que somos muy buenos amigos. Los realistas (ay, los realistas, qué personas tan aburridas) podrán decir que nunca he estado ahí, que desvarío, pero ¿qué saben ellos? Yo sí he ido. Como he ido a Egipto, Ecuador y Tuvalu. Incluso he ido a Cuba. Porque me gusta el mundo. Todo el mundo. Porque me gusta irme a otras partes lejanas cuando la vida real no marcha muy bien y escapar así de mis problemas por un tiempo en alguna ciudad exóticamente fabulosa donde nadie me conoce y donde se es feliz todo el tiempo. Y como tales viajes son casi imposibles pues tiene uno que inventárselos. Y en este mundo imaginario que yo creé, París es su capital. Creo que Nueva York tiene que ver más conmigo pero si usted le dice eso a París - o a Montreal - yo lo negaré. París no solo vale una misa, sino alguna que otra mentirilla piadosa.</span><br />
<span style="font-size: large;"><br /></span>
<span style="font-size: large;">Para que no crean que soy un snob les digo un secreto que no deben decir a los realistas: ningún lugar para mí es más París que Marianao. Porque fue en Marianao que yo empecé a pensar en París. No porque me molestara mi municipio natal, pero mi infancia no puede decirse que fuera de las más alegres. (¿Recuerdan eso de "los niños nacen para ser felices"? Siempre lo encontré un poquito irónico). Pero mi necesidad de evasión (además de una actitud de viajero que siempre he tenido y tendré) me llevaba a donde los niños felices de Marianao no podían ir: a París. Así que la bodega era Montmartre y Pogolotti era el arrondissement 17 (el Tesoro de la Juventud fungía como la Internet de la época). El Obelisco, por supuesto, era la Torre Eiffel. A veces Marianao era Londres o New York, y entonces el Obelisco pasaba a ser el Big Ben o el Empire State, pero casi siempre era París. Sí: ahora que leo esto me doy cuenta que soy snob. No pediré disculpas por ello: pasé gran parte de mi infancia en París.</span><br />
<span style="font-size: large;"><br /></span>
<span style="font-size: large;">Con el tiempo me fui haciendo un poco más feliz (en realidad no es que fuera más feliz pero con la adolescencia llegó el sexo a mi vida y cuando un hombre encuentra la vocación de su vida bien puede considerarse como la felicidad) y empecé a ir menos frecuentemente a París. Siempre la tuve presente (de hecho, la Galería de Arte de Marianao, que tiene 4 metros cuadrados y quizás dos esculturas, seguirá siendo siempre El Louvre para mí. Como la vida es una cosa irónica fabulosa, en una de nuestras Bienales de cada tres años alguien puso una pirámide de cartón en las afueras de la Galería. Ya yo era grande cuando eso pero no he parado de reír desde entonces. Ahí fue cuando finalmente comprobé que Marianao era París, y no Londres o New York), pero ya no iba tanto a los libros, me masturbaba más y empezaba a cometer errores en la vida real, así que mi mundo onírico de viajes al desierto sahariano y selvas amazónicas fue cediendo paso a desiertos y selvas más tangibles. </span><br />
<span style="font-size: large;"><br /></span>
<span style="font-size: large;">Pero luego cogí mi carrera de Lengua y Literatura Francesa y el resto es historia... París, la real, se solidificó como esa ciudad a la que cuando yo llegue (lo siento, amigos, esta es mi historia) sonarán trompetas, volarán palomas, se detendrá el tráfico en los Campos Elíseos (mi avión aterrizará justo en el Arco de Triunfo) y unos sorprendentemente hospitalarios parisinos cantarán a coro La Vie en Rose mientras Zidane, Dalida y Amélie me darán la Copa Mundial de Fútbol y Quasimodo leerá un poema de Camus. </span><br />
<span style="font-size: large;"><br /></span>
<span style="font-size: large;">De pronto todos pararán de cantar, unos tambores comenzarán a sonar en señal de antelación, me viraré, y ahí estará ella... la Eiffel. Con ese parado majestuoso que tiene desde que se plantó en ese mismo lugar en 1889 "temporalmente por unos meses" para que la llamaran fea e inapropiada y que no ha cambiado hasta la actualidad, en que no solo sigue en el mismo lugar sino que es el símbolo que usan los extraterrestres para marcar el planeta Tierra en sus mapas. Ese parado y ese garbo que solo quieren decir una cosa que ella quiere gritar desde hace 125 años pero que no podía producirse hasta que ambos fuéramos triunfadores y felices, no solo en la imaginación, sino también en la vida real: "Raúl: finalmente". Y las serpentinas caerán del cielo... Ya sé que es todo muy gay, pero ¿a quién le importa? Si usted no ha planificado su llegada a París de esa forma, ¿para qué va? </span><br />
<span style="font-size: large;"><br /></span>
<span style="font-size: large;">Nunca me ha importado la impresión que tienen las personas que sí han ido a París. No dejo que me influencie. Muchos la adoran, otros la odian y otros aman odiarla, lo cual me recuerda a mí. Porque al igual que ella podemos ser muchas cosas, pero dejar indiferentes no es precisamente nuestro fuerte. Así que cuando alguien empieza con el "en cuanto llegas al Charles de Gaulle tienes que caminar como 10 kilómetros para coger un taxi con cuidado que no te roben..." mis oídos se cierran espontáneamente en señal de profundo desinterés. Los realistas y yo no somos muy compatibles.</span><br />
<span style="font-size: large;"><br /></span>
<span style="font-size: large;">Algún día iré a ese París y veré todas esas cosas por mí mismo. Y va y no me gusta tanto (aunque espero que sí), pero eso es secundario. La realidad siempre es secundaria. En mi cabeza caminaré por París y será mi París de siempre y así el niño que yo era será feliz. Y probablemente se dé cuenta que después de tanto tiempo las calles de París le recuerdan a las de Marianao. Y verá la bodega, y Pogolotti, y el Obelisco, y la pirámide de cartón de la Galería de Arte con sus dos esculturas. Y al cerrarse el círculo la vida demostrará una vez más que tiene sentido y los momentos tristes estarán justificados porque eran parte de un plan mayor, en el que el hombre da muchas vueltas para al final encontrarse consigo mismo en el lugar de partida. Pero para que Marianao tenga sentido, hace falta París.</span><br />
<span style="font-size: large;"><br /></span>
<span style="font-size: large;">Por eso nadie toca a París. Ni a la de mis sueños ni a la real. Porque es tocar a Marianao. Y en cierta medida - si usted vive con el corazón donde va - es tocar a cualquier ciudad del mundo. Y no porque sea mejor que las demás (ella lo cree, pero se lo permitimos porque ella es así y así la queremos), no porque no tenga innumerables defectos, sino porque París... es París. Ella se lo ha ganado. Es nuestra malcriada consentida. Y si usted insiste en ser realista y considera que esta ciudad debe ser otra, pues vaya y escríbalo, y trate de que en su texto haya tanto amor por una ciudad que no conoce como en el mío. Pero en mi mundo, París es la capital y si algo pasa en la capital, el resto de las ciudades están también en peligro. </span><br />
<span style="font-size: large;"><br /></span>
<span style="font-size: large;">No voy a hablar de los malos en este texto. No me nace. No quiero que se confundan mis odios con los odios de otras gentes. Ahora no. No soy de perdonar así que intento enfocarme en el olvidar. No porque sea un ángel sino precisamente porque soy lo contrario y no me gusta darle a nadie que no sea bueno la satisfacción de decir que ha tenido un lugar importante ni en mi vida ni en mis letras. La inmortalidad solo para el que la merece. La inmortalidad para París.</span><br />
<span style="font-size: large;"><br /></span>
<span style="font-size: large;">Pero no puedo olvidar que París está triste. Así que en mi cabeza la mimo un poquito más que de costumbre porque sé que está enfermita. La voy a ver al hospital y le digo que qué linda se ve aún ahí. Le llevo empanaditas de guayaba del agromercado de 124 y ella dice que no, que ella no come eso, y entonces constato que su espíritu está todavía ahí. Es mi deber ayudarla para que se recupere rápido. Es lo único que puedo hacer para ayudar a París. Quererla más. Porque los malos sí que no van a ganar. Ni en mi París ni en otra parte. Me niego. </span><br />
<span style="font-size: large;"><br /></span>
<span style="font-size: large;">Siempre seremos de Marianao pero necesitamos saber que en el mundo hay un lugar muy lindo donde la gente camina con la nariz alta, luciendo un pullover a rayas, una boina y un pan debajo del brazo, mientras hablan de arte y de la salvación del alma con su egocentrismo sin culpas. Esa es mi París. Un lugar que siempre estará ahí para cuando yo me sienta que mi vida real no es la mejor, que los seres humanos ya no pueden decepcionarte más y que necesitas un viaje a un lugar feliz donde nadie te conoce. Ese paraíso feliz - porque la felicidad siempre está en otra parte - pero cuya sola existencia ya es más que suficiente para seguir viviendo.</span><br />
<span style="font-size: large;"><br /></span>
<span style="font-size: large;">Por eso le debo estas letras a la París que sirve de inspiración a mi París personal. Tengo que decirle que a ella, por lógica, la quiero mucho también. Como quiere uno a las madres de la gente que quiere, aún sin conocerlas. Y que se ponga buena porque los niños de Marianao y los hombres de Montreal la necesitamos. Y los niños y hombres del mundo también. Aún aquellos que no se dan cuenta. Aún a los pobres diablos de los realistas. </span><br />
<span style="font-size: large;"><br /></span>
<span style="font-size: large;">Todo estará bien, París. Has pasado otras cosas en tu vida y te has recuperado. Tus revoluciones, tus comunas, tus ocupaciones... Tú eres snob y creída, pero eres fuerte. Muy fuerte. Por eso niños huérfanos y maltratados por otros niños te toman de inspiración. Y - sin perder el glamour - nos hacemos fuertes con tu ejemplo.</span><br />
<span style="font-size: large;"><br /></span>
<span style="font-size: large;">Si nunca llego a ir a París les dejo a ustedes, los otros no realistas que leen este blog, que vayan por mí. Les dejo mi amor por París como herencia. Acuérdense de mí cuando vean la Eiffel y cuéntenle a la gente buena que había un niño en Marianao que quería ir a París. Y hablen mucho de Marianao, que es también la capital del mundo. Confío en ustedes. </span><br />
<span style="font-size: large;"><br /></span>
<span style="font-size: large;">Pero no: iré. Está escrito en las estrellas. Y ya estará curada. Porque nadie es más linda - y fuerte - que París. Por el momento, seguiré mirando mi cuadro de la torre Eiffel que está frente a mi cama, el cual funge como ventana a la París de mi infancia, cada vez que me haga falta recordar que la vida real no cuenta y que hay un mundo allá afuera donde uno no conoce a nadie, en el que todo es lindo y en el cual se es feliz todo el tiempo. Y para eso, siempre tendremos a París.</span><br />
<span style="font-size: large;"><br /></span>
<span style="font-size: large;">Un bisous, Paris. Je t'adore et tu le sais. </span><br />
<span style="font-size: large;"><br /></span>
<span style="font-size: large;"><br /></span>
<span style="font-size: large;">PD: Dedico este post a la ciudad de París y a sus habitantes. Mucho amor desde Montreal y desde Marianao.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<span style="font-size: large;"><a href="http://4.bp.blogspot.com/-TEElAEu-ulk/Vk-SPSITHQI/AAAAAAAAAak/zeziBgTqEY0/s1600/Photo%2B2015-11-20%252C%2B4%2B32%2B49%2BPM.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="400" src="https://4.bp.blogspot.com/-TEElAEu-ulk/Vk-SPSITHQI/AAAAAAAAAak/zeziBgTqEY0/s400/Photo%2B2015-11-20%252C%2B4%2B32%2B49%2BPM.jpg" width="400" /></a></span></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
Raúl Reyes Mancebohttp://www.blogger.com/profile/03496825375191308799noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-8017671902649302813.post-56172623560844108712015-06-18T19:29:00.004-03:002016-02-26T10:26:24.513-04:00El último de los Mancebo<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Mi tía murió. Así de sencillo y lacerante. Y uno se queda en la distancia sin poder hacer nada. Solo drogarse y acostarse con quien sea hasta que no sienta nada y luego sienta el doble. Y se tortura, se recondena, se acuerda de lo que no se tiene que acordar, se lamenta una y mil veces de venir de ese país de mierda en el que siempre termina uno perdiendo, se tortura por no haberla llamado dos días antes "para hacerlo más tarde en la semana", se acuerda de todo el daño que ella le hizo y cómo es poco probable que otro pueda igualarlo, clasifica a los vecinos en los "que ayudaron" y en los "que no ayudaron" y constata que es inversamente proporcional a "los que opinan y piden recargas" y a "los que no se meten en nada", recuerda cómo absolutamente todo el mundo tiene más familia que él, descubre que más que una madre perdió una hija y que la gente nunca entenderá el tipo de relación que tenían porque era compleja de explicar y aún más compleja de vivir así que la llamaba "tía" a falta de un término mejor, llora de agradecimiento porque la persona que se ocupó de ella (mucho más que por lo que yo le pagaba y que aguantaba cosas que el único que había aguantado antes era yo por mi estúpido Síndrome de Estocolmo y a la que tenía que escribirle correos de psicoterapia profunda y enrevesada de cómo se debía tratar a mi tía para que no se le subiera arriba - algo que mi tía lograba de todas formas) estuvo a su lado cuando murió y lloró su muerte genuinamente, llora de dolor angustioso al recordar el último momento en que la vio, en el que ella rompió la promesa solemne que había hecho de no llorar y le dije "yo voy a salir por esa puerta y mientras más rápido me vaya más rápido regreso" y en cómo al final mi miedo de que se muriera antes que yo pudiera salir de aquí llegó dos semanas después que Canadá me aceptó oficialmente como hijo adoptado pero sin poder abandonar sus fronteras todavía por un buen tiempo y en cómo se murió sin saberlo porque no quería confundirla con términos confusos pero que Carmen se lo tradujo con un "ponte mejorcita que Raúl va y viene cualquier día de estos". Y en como mi tía siempre me fue a buscar a la escuela cuando era niño porque mi mamá trabajaba hasta tarde y su silueta en la distancia no se me olvidará jamás, y en cómo nadie nunca supo por qué yo le decía desde pequeño "Mama" (con la fuerza de pronunciación en la primera sílaba) pero al final creo que todos podemos intuir la respuesta.</span><br />
<span style="font-size: large;"><br /></span>
<span style="font-size: large;">Y entonces, la inevitable pregunta de siempre de por qué a mí la vida me pone estas cargas que a otros no le da. Y en cómo la respuesta de "porque tú te sigues ríendo y eso le molesta" a veces no te satisface. De cómo ahora soy huérfano de madre por segunda vez como si no hubiese sido lo suficientemente duro la primera vez. Y te coges compasión (no lástima: esa está dedicada a los que tienen problemas de mierda y se la pasan llorando por ellos). Y pienso en lo solo que siempre he estado y siempre estaré. Que tengo que monitorear entierros desde la distancia porque soy el último de los Mancebo y no tengo quien me ayude en lo práctico ni me acompañe en lo emocional. Solo. Y sé que es para hacerme la persona más fuerte que conozco, pero sigue sin satisfacerme la respuesta.</span><br />
<span style="font-size: large;"><br /></span>
<span style="font-size: large;">Pero entonces viene Brian, quien sin saberlo recibió la misión de abrazarme por todos mis amigos que quisieran hacerlo pero no están cerca. Y el abrazo (sin llanto porque yo no lloro en frente de los demás) estremeció a una señora que se nos acercó luego para decirnos que "eso había hecho su día" y entonces Brian (quien tiene 20 años más que yo pero no duda en postularme como su "ídolo" en concursos de fotografía y que dice que en su mente yo no tengo 32 sino muchos más) llora, y yo le digo que qué clase de apoyo es ese a su ídolo. Y entonces lloro.</span><br />
<span style="font-size: large;"><br /></span>
<span style="font-size: large;">Y en el entierro se aparecieron mis amigos de la infancia, a los que yo no localicé pero que ahí estaban. Y ellos fueron al entierro por mí y le dieron el pésame a Carmen en mi nombre. Y ni Carmen ni mis amigos era Mancebo pero ese día fueron todos Mancebo.</span><br />
<span style="font-size: large;"><br /></span>
<span style="font-size: large;">Y la Thais, siempre reconfortante. Y la Yandro, que de pronto sacó una vena cariñosa que nadie le conoce y que me adjudico. Y la Andy, que llamó desde Cuba y dejo un mensaje en la contestadora con una voz seria que no le conozco y que me hizo reír. Y luego llorar. Pero más reír, porque esa es la misión de Andy en mi vida. Y la mamá de Olivia, quien se encargó de la gata, aunque sea por un tiempo. Y la Ray, quien a su forma era también sobrino de mi tía desde aquel día que entró a mi casa por primera vez, nos rompió el sillón y Mama lo acogió como uno más de nosotros (o sea, alguien a quien resingar, que era su manera de demostrar cariño). Y los otros, a los que se los fui diciendo poco a poco después cuando sentí que estaba capacitado para hablar de ello.</span><br />
<span style="font-size: large;"><br /></span>
<span style="font-size: large;">Y la Claudia - oh, la Claudia - quien me tuvo una semana en su sofá, que en la noche fungía de cama y en el día de diván de psiquiatría en el cual me quitaban el látigo de las manos cuando yo empezaba con mis culpas de Estocolmo. Y me obligó a sentirme bien sin remordimiento cuando yo quería sentirme bien pero consideraba que había que sentirse mal. Y me recordó (esa conclusión le fascina y se la dice a todo el que pueda escucharla) que yo era un niño que estaba condenado a terminar en las drogas, en la delincuencia o suicidado, por todas las cosas que la vida me había mandado desde niño, y que en cambio crecí para ser lo que soy hoy (no hay necesidad de definir eso pero podemos reducirlo en genial) sin que nunca nadie me dijera lo que tenía que hacer. Y pensé que mi tía quizás nunca se dio cuenta de ello. Y quizás alguna otra persona de mi familia. Y Claudia me quitó el látigo de nuevo y me dijo que ella - la persona más importante del mundo junto a mí - sí se había dado cuenta y eso bastaba. Y me diagnosticó otras 4 manías y padecimientos, además de 2 trastornos de la personalidad, y luego me absolvió con un "pero estás justificado así que sé feliz con ellos". Y al final me predijo el futuro (resulta que al final sí voy a terminar drogado, delincuente y suicidado pero habiendo alcanzado la grandeza en el medio, que es lo único que cuenta). También leímos en alta voz pasajes de mi propia literatura que nos erizaban los pelos para comprobar que aunque no se puedan solucionar las cosas es bueno al menos ser capaz de ponerlas en palabras. Intentó todo el tiempo ponerme las tetas en la cara para que yo "cambiara mis gustos y costumbres". Me tapó con una sábana una noche como si yo fuera un niño chiquito. Cuando se abrazaba con el marido, iba yo y los abrazaba también. Me hizo comida protestando todo el tiempo. Le enseñé a dar propinas en los hot dogs de Toronto y la llevé a gritar con los dinosaurios. Un día montamos columpios. Cuando me metí en problemas en Toronto (ese intento mío de buscarme problemas pasajeros para ignorar los reales) ella se sentó y actuó cual terapeuta profesional... Y sin lástima (esa es para los que no se han crecido nunca en la vida), me tuvo compasión en su sofá, y me hizo bien. </span><br />
<span style="font-size: large;"><br /></span>
<span style="font-size: large;">Mis abuelos solo tuvieron dos hijas. Solo una de ellas tuvo un hijo, con un hombre casado por otro lado. Luego murió y la otra hermana se quedó con él, en una relación más de adolescentes que viven juntos que de madre e hijo. Luego fue él quien se tuvo que encargar de ella cuando cayó inválida. Al final él se fue del país porque un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer y aunque se encargó de ella hasta el final lo más que pudo, no le dio tiempo a estar allí al final. No tengo culpas: al final todos los miembros de mi familia hicieron con su vida lo que quisieron. Es mi deber hacer lo mismo.</span><br />
<span style="font-size: large;"><br /></span>
<span style="font-size: large;">Pero me siento mal. Y solo. No habrá otro Mancebo. No traeré un hijo a este mundo en el que uno se puede quedar huérfano a los 12, cuidar a tías inválidas desde los 15 y luego a los 32 quedarse huérfano de nuevo, sin ni siquiera poder ir al entierro de su último familiar. Sin que nadie lo cuide si se enferma o nadie le pregunte si comió. Me niego.</span><br />
<span style="font-size: large;"><br /></span>
<span style="font-size: large;">Ya me recogeré del piso como siempre hago y me reiré de nuevo. Siempre lo he hecho y siempre lo haré. No sé hacer otra cosa. Volveré a mi vida normal, en la que nadie pueda notar que mi carácter está forjado por tragedias, y me sentiré orgulloso de mí mismo una vez más por no dejar que estas me definan. Un día escribiré la historia de los Mancebo - mi historia - y todos llorarán y llorarán hasta que decidan - como yo - que la mejor venganza es reír.</span><br />
<span style="font-size: large;"><br /></span>
<span style="font-size: large;">Por el momento, a menos de una semana para cumplir los 20 años que murió mi mamá y a poco más de una que mi tía murió, decido tenerme compasión y quererme mucho. Yo me lo merezco. Después de todo, soy el último de los Mancebo.</span><br />
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">PD: Adiós, Mama. </span><br />
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
Raúl Reyes Mancebohttp://www.blogger.com/profile/03496825375191308799noreply@blogger.com7tag:blogger.com,1999:blog-8017671902649302813.post-30627727994401664782014-03-21T17:35:00.002-03:002014-03-21T17:35:49.852-03:00La correcta utilización del chaleco antibalas<br />
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<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
Este,
compañeros y compañeras que me leen, es un mundo cruel. Pudiéramos ser hippies
al respecto y fingir que no: que todo es maravilloso y que tan solo necesitamos
amor para darnos cuenta, pero ya estamos muy viejos para eso. Admitámoslo para
poder progresar: vivimos en una jungla.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
Basta
con mirar hacia cualquier lado. Cualquier cosa, desde la más grave hasta la más
simple y carente de mal intención, puede lograr derrotarnos. Los amigos que
hablan mal de nosotros, los otros que mueren, las imágenes de pobreza en la
televisión, las canas que descubrimos en el espejo del baño, la matanza de
animales, los chantajes emocionales de la familia, la cuenta del celular, el
cretino que se burlaba del hombre en silla de ruedas en el metro, los
comentarios de odio en YouTube, los inciertos caminos del futuro... La lista es
infinita: a veces increíblemente originales y en otras tristemente comunes, las
oportunidades para sentirnos mal nos llegan cada once o doce segundos.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
Y
eso - puedo decírselos desde ya - no va a cambiar nunca. Los problemas nunca se
irán, el futuro siempre será incierto, la gente no dejará de atacarnos,
nuestros amigos, amantes y enemigos no dejarán de hacernos cosas que nos
laceren, y el odio, la crueldad y la estupidez no se irán a ningún lado. No importa
cuánto avance y se modernice, la jungla seguirá siendo la jungla.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
De
ahí que un sistema de protección se imponga. El hombre no puede estar
desprovisto de recursos ante los golpes que la vida le da casi sucesivamente.
Estar llorando cada trece segundos no es una opción. Así que luego de algunos
años - que mientras más rápido pasen pues mejor - de inocencia (el término es
“ignorancia”), en los que veremos nuestros sueños, creencias y corazones
romperse frente a nosotros salvajemente uno tras otro, quedará todo listo para
el trascendental momento de ponerse el chaleco antibalas.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
Como
los más sagaces de entre ustedes habrán podido inferir por su nombre, el
chaleco antibalas es la coraza en la que nos introducimos para que el mundo
exterior (y muchas veces incluso el interior) nos afecte menos. Un pararrayos
ante tanto ataque. Algo que amortigüe los golpes. Una protección para poder
salir a la jungla no solo a sobrevivir o a cazar, sino también a ser felices.
Porque les recuerdo que si esperamos a que las condiciones sean óptimas para
alcanzar la felicidad, el máximo de tiempo que esta puede durar es once
segundos (doce si se utilizan drogas o alcohol).</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
El
chaleco está compuesto por nuestras experiencias de vida acumuladas unas
encimas de las otras (no importa cuántas películas hayas visto y creas que
estás preparado para el mundo: no lo estás. Necesitas darte golpes <i>reales</i> para
la confección de un buen chaleco). Pero más que nada, en la estructura
intrínseca de este debe haber también una alta cantidad de anti-susceptibilidad
autoimpuesta. Hay que tener una disposición resoluta de no dejarnos atacar. <i>No
me voy a sentir mal pase lo que pase. Y por “pase lo que pase” quiero decir
“pase lo que pase”.</i></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
Podría
pensarse que todos hacemos esto naturalmente, pero no es así. Los suicidios,
los antidepresivos o las depresiones crónicas tienen una causa. Y aún sin
llegar a estos extremos, muchas veces nos sorprendemos arruinando una bonita
tarde de primavera al torturarnos por un comentario desagradable que hizo en Facebook
alguien al que jamás hemos respetado y que si hubiese dicho algo positivo
probablemente ni le hubiéramos hecho caso.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
El
chaleco antibalas no es una armadura: es un chaleco. De ahí que podamos salir
heridos aún usándolo. La bala que nos va a matar, nos va a matar, y no podemos
hacer nada por impedirlo (aunque podemos intentarlo). Pero lo que sí no puede
ser es que sucumbamos ante cualquier bala de salva que nos tiren. ¿Hablan mal
de nosotros? Que hablen. ¿El futuro es incierto? Pues el futuro no está aquí
ahora. ¿La cuenta del teléfono es alta y no tienes dinero? Cuando eras niño
vivías en un país donde no había qué comer y así y todo sigues vivo; el pago de
un teléfono es bobería. ¿Tu novio no te quiere más y te dejó por otra mujer?
Nada es más secundario y fácil de reemplazar que un hombre así que levántate,
date una ducha y búscate otro.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
Ya
sé que suena duro sugerir que no nos afecten las imágenes de guerras y de niños
muriendo, pero no seamos hipócritas: perdemos más tiempo molestándonos porque nos
dijeron gordos o feos que por masacres lejanas. Así que si podemos ser tan
banales como para distribuir tan mal nuestras energías y nuestras lágrimas,
seámoslo igual para sacar por completo estas imágenes de nuestras cabezas y no
dejar que nos arruinen la tarde.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
Mi
chaleco antibalas personal es de una marca buena. Obvio: con todo lo que yo he
pasado en mi vida o me lo ponía desde temprano o era evidente que no iba a
llegar vivo a los 16. Y esto fue antes de decidir jugar a tener sexo con otros
varoncitos (homosexual que salga a la calle sin su chaleco antibalas será
considerado como intento de suicidio). A veces los chalecos se ponen solos,
pero muchas otras tenemos que usarlos de manera consciente. En mi caso, combiné
ambas cosas. Resultado: por muy agitada que haya sido mi vida jamás me he
tomado una pastilla para los nervios, he necesitado correr de urgencia al
psiquiatra o he decidido cortarme una de mis lindas venas. Expreso mi hastío de
este mundo de la manera más sana posible: escribiendo, gritando cuando algo no
me gusta, acostándome con todos y mirando mala televisión.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
Mas,
como todo buen ser humano, en muchas ocasiones se me olvida ponerme el chaleco
y me dejó afectar por sencilleces. Pero entonces, cuando me descubro
recondenándome porque una pajarita de Villa Clara que no conozco le sugirió a
alguien que yo era jinetero, o porque alguien que quise mucho decidió no
hablarme más sabe Dios por cuál causa, o porque no se me paró en una orgía y
tuve que ponerme a mirar en vez de ser el protagonista, o porque mi tía me
escribe por enésima vez para pedirme más dinero y agrega que “100 dólares al
mes no son nada”, me llamo a capítulo, corro al closet, me envuelvo en mi mejor
amigo y me doy psicoterapia de urgencia. Cuando salgo del closet soy un maestro
Zen. Y esto es con las sencilleces: con las cosas graves mi chaleco es aún más
eficiente. Ni siquiera tengo que entrar al closet: él solo sale, se me enrolla
y estoy listo para el Diluvio Universal. Así, mientras el mundo se desmorona
allá afuera, yo estoy en mi cuarto, con mi chalequito puesto, comiendo helado y
viendo American Idol.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
De
ahí que me cueste tanto pero tanto entender a las personas que no tienen
chaleco. Que se molestan con cualquier cosa, que se laceran con cualquier cosa,
que lloran por cualquier cosa, que están tristes o quejándose todo el maldito
día. Uno no puede permitirse, bajo ninguna circunstancia, ser susceptible. Y no
es que a mí no me pasen esas cosas (yo soy esencialmente susceptible y
temperamental), pero por eso mismo tengo el chaleco: para protegerme. ¿Cómo es
posible que personas adultas a las que la vida les da golpes y golpes y golpes
sigan sin darse cuenta que tienen que tener uno? ¡No podemos estar a merced de
la jungla! Estos “Hunger Games” los tenemos que ganar NOSOTROS, aunque para eso
tengamos que matar a todos los demás niños, incluyendo a los de nuestro mismo
distrito.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
Sin
embargo, por muy necesario que sea, el uso del chaleco trae también efectos
colaterales. Si bien nos protegerá del daño externo, también nos impedirá el
acceso a muchas cosas positivas. Es lógico. ¿Cómo podemos enamorarnos locamente
si tenemos un sistema de protección activado específicamente para mantener a
las personas fuera de nuestros corazones? ¿Cómo podemos disfrutar de lo bueno
que muchos seres humanos tienen que ofrecer si solo estamos interesados en
comunicarnos con ellos superficialmente? ¿Cómo vamos a contribuir al necesario
desarrollo de este mundo si para protegernos elegimos mirar al otro lado cuando
hay personas muriendo indiscriminadamente, derechos humanos básicos violados a
toda hora, animales masacrados y constantes abusos al medio ambiente y a los
recursos naturales?</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
No
tengo una respuesta. Deshacerse del chaleco sí sé que NO ES UNA OPCIÓN. Hay
quien se arma de un chaleco solo cuando se siente mal y se lo quita fácilmente
cual bikini en pool party californiana una vez que “encuentra el amor” o “se va
finalmente del país” o cualquier otra tontería irrelevante de esas, solo para
ser bombardeado brutalmente poco después al no tener protección. No: el chaleco
ha de andar con nosotros todo el tiempo.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
Quizás
lo más sabio sea abrírselo un poco, e incluso en ocasiones quitárselo casi por
completo. Pero ¿cómo aprender a quitarse el chaleco cuando aún ni sabemos
ponérnoslo bien? No será fácil, eso es seguro. Hay que intentar dejar entrar
algo de lo bueno, pero siempre sabiendo que por ahí mismo puede entrar una bala
en cualquier momento. Y aprender a ver este riesgo como algo no necesariamente
negativo (a veces la felicidad no está en las cosas constantes sino en las
riesgosas que salen bien. Como la ruleta rusa).</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
Pero
en caso de que algo pase hay que tener el chaleco a mano. Así podremos
enamorarnos, confiar y obtener cosas buenas de algunas personas, pero al mismo
tiempo no nos moriremos ni nos desangraremos si algún día demuestran ser igual
a la mayoría. Podremos ayudar a causas humanitarias, revoluciones y al
mejoramiento de este mundo, sin que las imágenes que tendremos que ver en el
proceso nos destruyan o nos traumaticen. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
Quizás
ese sea el gran juego de la vida: aprender a utilizar correctamente el chaleco
antibalas. Saber cuándo ponérnoslo y cuándo quitárnoslo. Cuándo es legítimo
usarlo como defensa y cuándo como ataque. A qué lugares entrar con él sin
desatarse un botón en ningún momento y en qué otros se puede dejar a un lado
por un rato para poder correr completamente desnudos. Esta pericia determinará
si somos vencedores o perdedores. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
Pero
siempre con el chaleco. Nadie que no tuviera uno llegó nunca a nada. Es la
única manera de ser feliz por mucho más de once segundos y de contemplar con
otros ojos ese maravilloso espacio que puede llegar a ser la jungla.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
Raúl Reyes Mancebohttp://www.blogger.com/profile/03496825375191308799noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-8017671902649302813.post-27345569666684163022014-03-14T12:51:00.000-03:002014-03-14T13:02:01.030-03:00La boda (II)<style>
<!--
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</style> <br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: center;">
<b><span lang="EN-US"><a href="http://estupidoescribir.blogspot.ca/2013/11/la-boda.html" target="_blank">Primera parte: La vida antes del "sí, acepto"</a> </span></b><br />
<br />
<b><span lang="EN-US"><b><span lang="EN-US">Segunda parte: Una boda sin novia en dos actos</span></b> </span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: center;">
<b><span lang="EN-US">Acto I: Hable ahora frente a esta pancarta o calle para siempre </span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">"Maldición", salió de mi resignada pero no por eso menos
molesta boca cuando el taxi se detuvo frente a aquel castillo y comprobé que
todos los hombres agrupados en la plazoleta de entrada estaban vestidos de
traje. Ya me lo figuraba. Me había pasado la semana pensando en eso, de hecho.
Sabía que sería - una vez más - el pobre latinoamericano vestido
inapropiadamente para la ocasión, quien se aparecía con una camisa a rayas y un
bow-tie verde. Pero como Dios me dio la entereza moral para fingir que todo está
bien y que no me da pena (aunque me dé) caerme en obras de teatro, caminar
desnudo por saunas o hacer papelazos en la televisión, me bajé del vehículo, me
tragué mi vergüenza, sonreí, y me introduje en aquel grupo de hombres vestidos
de negro con total naturalidad, como si tener un bow-tie verde fuera en
realidad el código de etiqueta apropiado para una boda y yo me encontrara en un
país muy subdesarrollado al cual esa noticia no había llegado todavía.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Muchísimas personas esperaban por la apertura de Hogwarts. Este
matrimonio no era tan barato como me habían hecho creer y hasta alguien que
solo ha ido a cuatro bodas en su vida - tres de ellas de mis hermanos y las
cuatro en el tercer mundo - podía notarlo con tan solo poner un pie a 30 metros
de las escaleras de piedra. Olor a caro y gente elegante por todas partes. Al
igual que muchas otras ocasiones desde mi transición de mundo, las películas
serían mi única preparación para lo que me esperaba. Por algún lado noté a los
amigos de Jordan que había conocido en el bar, pero no hice el<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>mínimo intento por ir y saludar. Aunque ya
teníamos mejores relaciones, no me sentía capacitado para miradas inquisitivas
de arriba abajo o comparaciones con Hugh Jackman por parte de homosexuales
vestidos de Gucci y con el pelo amoldado por algo que de seguro no era mi gel
de 2.25.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Como era de esperar, ni sombra de los novios por ningún lado.
Recuerdo la boda de mi hermana, en la que no pude verla de cerca ni un solo
instante. Las bodas son como ir al teatro a ver actuar a un familiar, a quien
tenías en shorts y pullover al lado tuyo el día anterior pero al que ahora solo
puedes ver de lejos, con ropas y actitudes que no le conoces, mientras tú te
quedas con el resto de sus amigos, de los cuales jamás habías oído hablar pero
quienes insisten en mostrar tal ímpetu de afecto hacia los protagonistas que te
hacen cuestionarte si son más cercanos a estos que tú mismo. Pero como de todas
formas yo no conocía tanto a Jordan, este sentimiento de injusticia social no
me acompañó en esta visita al teatro.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Muchos viejos, muchos gay, muchas muchachas, muchas parejas, muchos
niños... Todos agrupados en pequeños círculos para establecer un sistema
clasista perfectamente definido. Necesitaba encontrar a Esmeralda lo antes
posible para poder integrarme a la comedia. Un hombre solo en una boda es algo
patético: todos piensan que eres un pederasta y le advierten a los niños que se
alejen de ti. Una mujer sola es peor porque la consideran como la tía boba que
nunca se casará y le tiran a los niños encima para que ella se ocupe.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Esmeralda y yo habíamos hecho contacto días antes y habíamos
acordado conocernos en la entrada, así que mi primera tarea consistía en
imaginarme cómo se vería vestida de gala aquella mujer delgada y rubia con caña
de pescar y sombrero con anzuelos que se aguantaba a un brazo cuyo propietario
no salía en la foto, y localizarla. Tampoco tenía otra opción ya que ella tenía
la invitación. Mientras escudriñaba los rostros femeninos a mi alrededor e
intentaba apartar de mi mente el hecho de que alguien que no fuera una gitana
pudiera llamarse Esmeralda, mi vista cayó en la cara de un hombre que, a su
vez, me estaba mirando desde antes que yo lo notara. Un hombre muy raro – joven
y quizás lindo pero con una gravedad en el rostro como si estuviese en medio de
una guerra civil y no en una boda... quizás eso tenga algún sentido, ahora que
lo pienso – que para colmo estaba solo, lo cual lo hacía aún más sospechoso.
Miré si había niños cerca de él. Como si fuese una dama de la era victoriana, a
la cual la simple mirada de un desconocido sobre ella podía ofenderla
gravemente, aparté mi vista con recato, justo para ser interceptado por dos
brazos que se posaron súbitamente en mis hombros. “¡¿Raoul?!”. Una hermosa
muchacha rubia, delgada y con unos ojos terriblemente verdes que un sombrero
con anzuelos no había dejado notar antes, se encontraba frente a mí. Sonreí.
“Esmeralda”.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">“Me encanta tu bow-tie”, dijo. Hay personas que jamás en su vida
podrán decir una palabra para procurarse un amigo. Esmeralda, con sus cuatro
primeras, ya lo había logrado. “Gracias. Tú luces escandalosamente bella (era
cierto). A falta de una novia, te nombro la mujer más encantadora de esta
boda.” (Yo también sé hacerme de amigos fácilmente). Casi en el acto, se abrieron
las puertas de Camelot y los invitados comenzaron a entrar. Ella sacó la
invitación y me la dio. La leí y bromeé: “Pues bien, espero imitar lo mejor
posible a Tim”. Mal chiste. Su cara cambió inmediatamente, lo cual me permitió
comprobar que las sospechas de Jordan eran ciertas. Decidí que el nombre de Tim
no aparecería más en aquella tarde. “Necesito encontrarme un hombre en esta
boda. Es mi plan secreto”, dije súbitamente. Para sacar a las personas de sus
dramas, nada mejor que hacerlas cómplices de los tuyos. Ella buscó con la
mirada cual secretaria competente y luego de una rápida inspección me señaló a
los amigos de Jordan del bar. “No soy tan gay”, dije. El muchacho raro que
seguía mirándonos fue su segunda opción. “Tengo miedo que pueda matarme, o
peor: enamorarse”. Un muchacho de ojos verdes que no se encontraba muy lejos
fue la próxima víctima. “Ummm, se puede trabajar en esa dirección”. Ambos
reímos. Mi plan había funcionado. Le extendí mi brazo, ella se colgó, y la
hermosa pareja formada por el pederasta del bow-tie verde y la tía boba
abandonada por su compañero de pesca hizo su entrada formal a la boda de dos
hombres.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Las nupcias se celebrarían en el jardín, al otro lado de Isengard,
pero, como nos hizo saber en la puerta una enérgica señora (quien luego se
revelaría como la madre de Étienne), todavía faltaba tiempo para ello, por lo
que nos invitaba a utilizar los distintos bares repartidos por el lugar, aunque
alertándonos de moderar nuestro consumo ya que no querían a nadie borracho
antes de que los novios hubiesen jurado que solo la muerte los separaría. En
cuanto oí la propuesta, corrí hacia el bar más cercano con Esmeralda colgada de
mi brazo, no solo porque la experiencia me ha enseñado que estos eventos se
disfrutan mejor después de dos tragos, sino además porque aquella señora había
dicho todo su discurso con los ojos puestos sospechosamente en mi bow-tie y en
mi ausencia de traje.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Un trago más tarde, con Esmeralda por algún lado saludando a alguien
(o quizás llorando en el baño), me dediqué a inspeccionar el castillo por
dentro. Luego de caminar por varios salones, examinar las obras de arte y
arreglarme el pelo frente a todos los espejos caros que me encontré, me topé
frente a frente con una pancarta de la boda. Jordan y Étienne sonreían
abrazados encima de una flecha que indicaba el camino hacia el jardín. Ya había
visto una similar en la entrada pero solo me había fijado en el rostro de
Étienne, a quien nunca había visto antes. Ahora, en plena soledad, algo más
relajado por el alcohol y frente a aquella foto que hubiese provocado mítines
de protesta en el barrio donde nací, me dejé llevar por mis contradictorios
pensamientos concernientes al matrimonio gay.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">En mi cabeza, el matrimonio igualitario tiene absolutamente los
mismos defectos que el heterosexual (engaños, aburrimientos, hipocresía...) así
que “igualitariamente” me provoca también una sensación negativa. Pero debido a
los numerosos elementos adicionales que entran en juego en la unión civil de
dos personas del mismo sexo (especialmente si este sexo está compuesto por una
X y una Y), me es algo más complejo de explicar sin que parezca que estoy en
contra de su desarrollo legal. Así que vayamos por partes.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Pocos universos son tan discriminatorios como el homosexual.
"No gordos", “no flacos”, "no pasivos", “no viejos”, “no
asiáticos”, “no circuncidados”, "no afeminados", "no
seropositivos", “no menos de 7 pulgadas”, “no menos de 8 pulgadas”... Es
agotador tener actualizada la lista de discriminaciones. Pero en medio de toda
esta supuesta variedad, hay algo que siempre nos ha mantenido a todos en la
misma lista: somos marginados por la sociedad. Y ya sé que suena patético, pero
nada une más que ser discriminados por un sector en común. ¿Recuerdan a
aquellas dos niñas gordas, feas y brutas que eran mejores amigas en la
primaria? Pues bien: había una causa para ello.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Pero ahora, el progreso finalmente ha llegado y en muchos países
desarrollados (económica y mentalmente) los homosexuales llegan a tener una
vida social muy parecida a la de los heterosexuales, de ahí que muchos ya ni
siquiera se sientan tan marginados. Y esto es obviamente positivo pero al mismo
tiempo lleva a que la discriminación hacia los sectores gay “menos favorecidos”
sea aún mayor. Como cuando una de aquellas dos niñas de la primaria se volvió
flaquita al llegar a la secundaria, se cambió de grupo social, y comenzó a
burlarse de la otra que siguió siendo gorda, fea y bruta. Desolador.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Y el matrimonio es una de esas nuevas armas que ayudan a los
homosexuales a cambiarse de bando. Ahora además de estar en buen estado de
salud, ser masculinos y tenerla grande, tenemos que casarnos antes de una edad
razonable para demostrar que somos del “grupo superior” de homosexuales. Lo
último que necesitábamos los gay: otra categoría para discriminarnos entre
nosotros.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Por otro lado, ¿qué tiene que ver la santidad del matrimonio con los
pájaros? ¿De cuándo a acá – por poner solo un ejemplo - alguno va a cumplir con
la monogamia? Para casarte con alguien debes haber al menos pasado dos años
junto a esa persona (digo yo) y todo el mundo sabe que en dos años hace mucho
que los gay ya están teniendo tríos y relaciones abiertas. Por favor, no sean
hipócritas cuando en la mayoría de los casos la única razón por la que están en
una relación es para tener sexo sin protección. ¿Por qué estar jurando cosas
que no te tocan cuando puedes simplemente dedicarte a ser feliz y vivir con tus
propias reglas sin intentar replicar las costumbres de los heterosexuales? ¿A
qué viene este “jugar a las casitas” a deshora cuando hace mucho que rompimos
los esquemas?</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Pero (y aquí cambia todo) sí estoy más que claro que los
homosexuales tienen que tener derechos de unión como todo el mundo (eso sí
nunca lo he puesto en duda: he criticado el concepto de matrimonio clásico como
representación de esa unión, pero no la unión como tal). Tienen que tener
derecho sobre los bienes del otro y tienen que ser considerados por la sociedad
como una pareja real. Siempre me ha llamado la atención cómo los heterosexuales
se casan a los 3 meses de conocerse, ella se embaraza - ¿hay algo más fácil que
embarazar a una mujer? – se divorcian dos meses antes que nazca el niño y
aunque nunca se conocieron realmente, la ley los llena de derechos que los
acompañarán para siempre y sus amigos insisten en que “deben darse una segunda
oportunidad”. Dos homosexuales se pasan 20 años juntos, uno se muere, el otro
no tiene ni derecho a ir a su funeral si la familia no quiere y sus amigos le
dicen cosas como “no te preocupes: ya encontrarás a otro”. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Y para lograr esta igualdad social hay que lamentablemente pasar por
el matrimonio, ya que no todo el mundo puede ver tan nítidamente y cuando se
les habla de “vivir con tus propias reglas sin intentar replicar las costumbres
de los heterosexuales” no entienden nada. O los pájaros se casan y son como los
demás, o no se casan y siguen siendo inferiores. Y esto es en las sociedades
desarrolladas; hay otras que LEGALMENTE todavía andan por “los homosexuales son
seres humanos como los demás” - por favor, ¿qué vamos a ser?: ¿amebas? - y
otras en las que no los dejan expresarse e incluso los matan (Rusia, Uganda,
¿andan por ahí?). Así que quejarse por el matrimonio gay siendo gay es muy del
siglo XXIII; no me toca todavía.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Pero si esto no fuera razón suficiente, todos mis pensamientos de
aversión hacia el matrimonio gay son anulados por una causa mayor: la homofobia
del ser humano común. Toda esa gente estúpida hablando mierda todo el tiempo,
apelando a un Dios que no les dio cerebro, citando a la reproducción como
elemento fundamental como si fueran curieles, juzgando desde su
mononeuronalidad y represión sexual a personas muchísimo más avanzadas que
ellos. De ahí que, aún cuando no tenga ninguna intención de usarla
personalmente (como diría mi amigo Yandro), toda victoria legal en el campo de
los derechos homosexuales me los tomo como un logro personal. Si la gente bruta
puede opinar y ejercer “democracias”, es imposible que yo (que como todos
sabemos me considero el eje de este mundo) no me pueda casar mañana si me sale
de mi miembro. ¿Es que acaso los heterosexuales no acaban con la santidad del
matrimonio todo el tiempo? Pues bien: nosotros también. Y si no les gusta, pues
mejor aún: no hay nada más agradable que el sonido de la chusma rabiando de
odio.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Así que con el espíritu de asumir lo malo para ganar lo bueno, le
doy mi “sí, acepto” al matrimonio gay. Lo apruebo genuinamente. Pueden casarse
y hacer con sus matrimonios lo que le dé la gana. Están en todo su derecho.
Como todo el mun...</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">“¡Ahhh!”. Mi propio grito, breve pero intenso, me sacó de mi
diatriba homocasadera. El joven raro de mirada lúgubre estaba detrás de mí –
sabe Dios desde cuándo – mirando la pancarta también, sin hacer ni un sonido ni
un gesto que delataran su presencia, y no fue hasta que me viré que lo vi. Me
recuperé rápidamente e intenté sonreír para liberar tensiones pero él no dejó
de contemplar la pancarta. Lo miré, luego a la pancarta, luego a él de nuevo, y
decidí que era mejor irme sin decir palabra. Qué hombre raro.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Caminando por el pasillo que desembocaba en el salón de recepción,
donde había dejado a Esmeralda, vi a lo lejos, en el propio salón, al hombre
más bello y elegante de este mundo. Jordan, luciendo impecable. Caminé hacia
él, olvidando que no se debe acercar uno a los protagonistas el día de la obra.
Fui recordado de esto dos segundos más tarde cuando otro muchacho más delgado y
pequeño, también elegante, se acercó a él y se puso a decirle algo. Detuve mi
marcha y fingí (conmigo mismo) que contemplaba un jarrón. Desde allí vi de
reojo cómo ambos conversaban hasta que la madre de Étienne apareció y los tres
desaparecieron de mi campo visual. Me arreglé mi bow-tie frente a un espejo y
recomencé mi marcha: la función estaba a punto de empezar.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">
<style>
<!--
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</span></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: center;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: center;">
<b><span lang="EN-US">Acto II “Los declaro marido y marido”</span></b></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US">Esmeralda esperaba en el salón, sentada en
una silla imperial mucho más grande que ella, que unida a su expresión distante
le confería la imagen de una niña castigada. “¿Todo bien?”, pregunté. “Sí”,
respondió, aunque su cara de tranca indicara la contrario. Me cuestioné si
evitar el tema sería lo correcto. “Los novios estuvieron aquí hace unos
segundos”, dijo. “Me los perdí”, mentí. “Se ven tan lindos. Los matrimonios son
tan lindos”, siguió, aún con la mirada perdida. “¿Te parece si vamos al
jardín?”, pregunté, optando por ignorar al elefante en la habitación. “No puede
faltar mucho para que esos dos se acaben de casar, ¿no?” </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US">El jardín desembocaba en un viñedo que se
perdía en la vista. Todo muy idílico. Una pequeña glorieta bajo un árbol enorme
y bancos divididos en dos grupos indicaban el lugar donde se realizaría el
sacrificio.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US">Una pajarita de pelo azul daba la
bienvenida. “Hola hola hola”, dijo. “Hola hola hola”, repetí. “¿Ustedes son
invitados del novio o del novio?” “Del novio”, dije yo. “Perfecto”. Bajó un
poco más la voz y agregó: “¿Del activo o del pasivo?” Fingí meditar. “¿Del
activo?”, respondí preguntando en un tono aún más bajo. “¿Jordan?”, preguntó
respondiendo casi en un susurro. “Sí”, respondí con los ojos. “De este lado,
por favor”, dijo recuperando su tono normal. Esmeralda no dijo una palabra pero
no paró de reír ante aquella políticamente incorrecta conversación a bajos
decibeles.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US">Ya sentados y mientras aquello comenzaba a
llenarse, Esmeralda decidió lanzar un interrogatorio. “¿De dónde conoces a
Jordan?”. “De una vida pasada”. “¿Tienes novio?”. “No”. “Ahora que estás en un
país donde te puedes casar, ¿te gustaría hacerlo?”... No supe qué contestar
ahí. Curiosamente nunca he pensado en eso. Tengo muchas ideas sobre el
matrimonio en todas sus versiones, pero no tengo una opinión sobre si yo, Raúl,
soy material de casamiento o no. Es como si no me concerniera. Supongo que no
lo soy pero ¿podrían algún día las circunstancias llevarme a integrar esta
comedia como he integrado ya otras que también había considerado ridículas y
lamentables? ¿Podría casarme y fingir conmigo mismo que mi matrimonio sí será
diferente, como otros antes que yo lo han fingido solo para caer en lo mismo
poco después? ¿Podría esta algún día ser mi boda?</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US">A falta de una respuesta, me fui con la
versión fácil. “No, no soy de los que se casa. Mira mi bow-tie: es verde. Estoy
aquí bajo protesta.”. Ella sonrió. “A mí sí me gustaría casarme y tener una
boda como esta”, dijo bajando la cabeza. Como cualquier réplica a eso terminaría
con ella deprimida, me fui una vez más por las ramas, aguanté las ganas de
decir que querer una boda no es una buena excusa para casarse y me puse a
hablar del pajarito de pelo azul y del muchacho de ojos verdes, quien estaba
sentado tres filas delante de nosotros.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US">Media hora más tarde aquello comenzó a
ponerse oficial. Los bancos estaban ya casi llenos mientras otros invitados
caminaban de un lado a otro saludándose y celebrando vestidos. La madre de
Étienne parecía estar en cualquier lado hacia el que uno mirara. Finalmente,
trajo al hombre que oficiaría la boda (no tengo idea de si era un notario, un
cura o Queen Latifah), lo ubicó en el centro de la glorieta, alineó a los
padrinos, torturó a dos niños que estaban mal situados, y se dirigió al público
presente para pedirle (ordenarle) que se sentaran e hicieran silencio. Cuando
todos estuvimos organizaditos como foto de revista “Hola”, hizo su mejor
esfuerzo por sonreír, sonó una música, entraron los niñitos tirando cosas y
todos nos viramos para ver desfilar por el pasillo a los actores principales. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US">Primero fue Jordan y su mamá. Lucía limpio,
elegante y hermoso. Una hermosura distinta a aquella de cuando lo conocí en el
lobby de aquel hotel sin nombre o de la otra con la que lo inmortalicé en mi mente
por tantos años, pero en cierto modo la misma: esa que indicaba que el mundo es
vasto, lindo y digno de ser explorado una y mil veces. Sonreía pero se notaba
que estaba nervioso, lo cual lo hacía aún más adorable. Pensé en abalanzarme y
gritarle que se casara conmigo pero recordé que esos actos de espontaneidad
nunca acaban bien. Cuando pasó por mi fila puse mi mejor cara, pero como era de
esperar no miró en mi dirección. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US">Un momento después fue Étienne y la mamá
(esperen, ¿esta señora no estaba del otro lado hace 30 segundos?). Étienne era
lindo pero con una belleza mucho menos inocente. Se notaba a kilómetros que en
un día en que no estuviera nervioso por estar casándose era superficial y
bitchy. Definitivamente el pasivo. Intenté alejar estos estereotipados e
impropios pensamientos de mi cabeza y concentrarme en la escena. Curiosamente,
al pasar cerca de nosotros me miró a los ojos. Le sonreí amigablemente.
Superficial o no, era su boda. Además, no podemos descartar el hecho de que a
lo mejor algún día hagamos un trío. Ok: ¡¿quién tiene esta clase de
pensamientos en el medio de una boda?!</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US">El Sr. Latifah dijo algo de que estábamos
allí para celebrar la unión formal de Étienne y Jordan. Me gustó eso: “la unión
formal”. Quizás algún día me case solamente para considerar a todos los hombres
que han pasado antes por mi vida como “informalidades”. Ah, miren: una ventaja
del matrimonio. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US">Luego Étienne narró cómo se había
encontrado a un hombre bueno y en fracciones de segundo se me quitó el cinismo.
Recordé esos días posteriores a conocer a Jordan y aquella emoción que me
asaltaba cada vez que pensaba en él. Me vi en el lugar de Étienne y me imaginé
diciendo esas cosas yo. Esta necesidad de protagonismo mía logra incluso vencer
mis dudas sobre el matrimonio. Pero, ¿qué sentido tiene ir a una boda si uno no
va a ponerse en el lugar de los novios?</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US">Cuando Jordan habló y contó cómo Étienne
había cambiado su vida para siempre, me declaré oficialmente deprimido. Me vi
restregado en la arena, fugándome de los turnos para revisar sus correos,
esperándolo en el aeropuerto un año después, mudándome a<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Montreal para reunirme con él, conociendo a
su perro, teniendo sexo sin protección, riendo todo el tiempo, viviendo juntos,
casándonos en aquella glorieta... ¡Oh, Dios mío, esta estúpida boda me está
volviendo loco! Pensé en salir corriendo del jardín de Minas Morgul para poder
dejar de “jugar a las casitas”, pero recordé que la que hablaba era mi
necesidad de hacerlo todo sobre mí y no yo. Sacudí la cabeza y me enfoqué en la
escena.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US">Una vez intercambiados los anillos se
exhortó a que si alguien tenía algo que decir que lo hiciera en ese momento o
que callara para siempre. La madre de Étienne miró a todo el mundo, lista para
sacar un rifle y perseguir por todo el castillo a balazo limpio al primero que
estornudara. Entonces el hombre cuyo cargo nunca supe dijo que según los
derechos que este mismo cargo le confería, los declaraba “una pareja casada”. Y
Jordan aguantó a Étienne por los codos, lo besó, y a mí se me salió una sonrisa
tonta mientras todos aplaudían. A mi lado, Esmeralda lloraba como si no hubiese
un mañana. Las bodas vuelven loco a todo el mundo.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US">Durante la recepción, ya de noche, el drama
era muchísimo menor. Entre otras cosas porque la madre de Étienne había
levantado el veto al alcohol indiscriminado, lo cual contó enseguida con un
enorme respaldo popular. En un salón inmenso todos comían, bebían y se
divertían, mientras los padrinos daban discursos, los novios picaban pasteles y
la banda tocaba a su antojo. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US">En nuestra mesa, sin embargo, parecía que
había caído una bomba. Tres parejas heterosexuales (probablemente casados y
aburridos) nos hacían compañía sin decir una palabra, contentándose con tomarse
de las manos y mirar a los que bailaban. Dios. Esmeralda, a quien dos copas
habían terminado por derrotar, se miraba los pies, dando la impresión de ser
una vagabunda con vestido caro. El único con sangre en las venas parecía ser
yo. Borracho, por supuesto. “¡Bailemos!”, grité. “No, gracias. Pero ve tú, no
tengas pena”, dijo Esmeralda dos minutos después cuando se dio cuenta que era
con ella. Como si los hubiese invitado a ellos, los seis anémicos se fueron a
bailar. Harto de ver a Esmeralda en ese estado y considerando la partida de los
demás como una señal del destino para hacer mi trabajo, me paré, me tragué de
un tiro un champán que no era mío, me senté de nuevo y me decidí a hablar sobre
el elefante.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US">“A ver: cuéntamelo todo. Te hará bien.”
Ella ni siquiera intentó fingir que se sorprendía. Con la voz, las pausas y las
lágrimas de una niñita que cuenta por qué llora me confesó que, en efecto, Tim
y ella estaban separados. No era definitivo, pero no pintaba bien. Y no solo
eran novios, sino que además estaban comprometidos. O lo habían estado. Él no
estaba en Inglaterra, sino en algún bar montrealense. Pobre Esmeralda; esta
boda tenía que estarla matando. Dejé que se desahogara sin decir mucho. ¿Qué se
puede decir en estos casos? Ella sola se compuso al final, se secó las lágrimas
y me pidió que no le dijera nada a los novios. Asentí. “¿Parezco una bruja con
el maquillaje corrido?”. Asentí de nuevo. Se echó a reír. “Voy al baño”. “Yo
iré a flirtear. Aquí en media hora”. “Comprendido”.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US">Recorrí la zona de fiesta, entre el salón y
el jardín, en ese fabuloso estado entre la embriaguez ligera y la sensual.
Intentaba coquetear pero los círculos de sistemas clasistas estaban más
definidos que nunca y no había ninguno para solteros de bow-ties verdes. Pasé
cerca de uno de homosexuales con anillos en los dedos. En Canadá es tan común
el matrimonio igualitario que no solo muchos están casados, sino que además muchos
otros están divorciados (lo cual es lógico pero sigue siendo cómico... ¿Se
imaginan que se pudieran casar pero no divorciar? Me encantaría ver eso).
Conozco incluso a uno que se casó con un hombre y luego con una mujer. La
engaña, por supuesto. Pero ya estuvimos de acuerdo en que abusar del “hasta que
la muerte nos separe” tan impúdicamente como los demás es la verdadera marca de
equidad social.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US">Luego de saludar (con una inclinación de
cabeza) a los amigos de Jordan del bar,<span style="mso-tab-count: 1;"> </span>los
cuales tenían su círculo de muchachitas bitchy en un pasillo, descubrí en la
distancia, sentado solo en una silla imperial, al muchacho de ojos verdes. Mi
momento. Me tragué mi vino hasta el final, me arreglé la camisa, saqué el rifle
de caza y me dirigí hacia él. “¡Alto ahí!”. Un par de brazos me aguantaron por
detrás, impidiéndome dar un paso más.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US">Era Jordan. “¿No se supone que vayas a
felicitar al novio en algún momento?” “Iba a hacerlo, por supuesto”, dije
cuando me hube recuperado de la sorpresa de encontrarme al protagonista de la
obra andando solo por los pasillos de su boda. “Pero el novio me trajo a una
boda llena de Armani y Dior, así que tengo que esperar que estos se alejen de
él para poder ir yo. Hay jerarquías. Además le temo a tu suegra”. “Tonto”. Lo
abracé. “Felicidades. Fue todo muy bonito”. “No te creo”, dijo sonriendo. “¡Lo
fue! Casi lloro”. Se rió a carcajadas. “¿Por qué? ¿Te imaginaste que nos
casábamos tú y yo?”. Dios, ¿soy tan predecible? “Por supuesto que no. ¿Hay
gente que va a las bodas a imaginarse que se casa con uno de los novios?
Patético.” Ambos sonreímos. “No, en serio: fue lindo.” “Gracias, Raúl”.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US">“¿Cómo está Esmeralda?”. “Tenías la razón”.
“Pobre. ¿Te imaginas venir a una boda cuando te estás separando? La llamaré en
cuanto regrese de la luna de miel. Dios, todavía tengo que irme de luna de
miel. No tienes ni idea de cuán cansado estoy”. “¿A dónde irás?”. “A Hawaii.
Soy todo un estereotipo”. “Ummm, romántico: Hula, volcanes, sexo en la playa,
ukeleles...”. “No: el sexo en la playa es algo que reservo para mi juventud”.
Me eché a reír pero me prohibí decir nada. Aunque él lo propiciara, no iba a
flirtear con el novio el día de su boda.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US">“Pues sí: llámala cuando llegues. Pero
recuerda que tienes otra cosa más importante que hacer a tu retorno”. “¿Qué?”
preguntó con genuina curiosidad. “Comenzar a buscar cuál es la etapa que viene
luego del matrimonio.” Asintió. “Cierto”. Sonreímos sin decir nada los dos.
“Lindo bow-tie”. “Gracias. Tú luces...Te ves tan hermoso”. Silencio nostálgico.
“Me alegra mucho que estés en mi boda. Me alegra mucho que estés en mi vida”.
“Yo también. Me siento cerca de mi juventud cuando estoy contigo. Y viejo al
mismo tiempo. Pero en ambos casos, es algo bueno”. Otro silencio nostálgico.
“Ok, me voy a cazar a aquel muchacho”. “Oh, no, no, tú regresas a cuidar a la
pobre Esmeralda”, me aguantó de nuevo y me viró hacia la otra dirección.
“¡Estás celoso!” “¡Por supuesto que lo estoy!”. “¡No es justo!”.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US">Una hora después, ya bien de noche, en las
escaleras de piedra de Winterfell los novios dijeron adiós. Todos nos reunimos
para despedirlos antes de que se fueran al medio del Pacífico a perder sus
virginidades. La madre de Étienne, ya libre de estrés, lloraba calmadamente
junto a la madre de Jordan. Los demás reían. Esmeralda y yo mirábamos abrazados
la escena desde casi lo último de la muchedumbre. Étienne y Jordan, luego de
besar a los más cercanos y decirle adiós a los demás – aunque éramos muchos,
Jordan me dijo adiós mirándome a los ojos, lo cual me devolvió el sentido de
justicia social - se montaron en un Mercedes blanco y se fueron. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US">Entonces me di cuenta que, 10 años después,
logré decirle adiós correctamente a Jordan. Sin rayos, facultades de Física, o
sensación de desamparo al sentirme lejos e incomunicado. Claro que verlo irse
con otro hombre a Honolulu tampoco era lo que había imaginado como un final
feliz, pero nada es perfecto. Así que el yo de mi vida pasada, el que esperaba
con emoción el veredicto de fotos y la aparición de personas especiales,
regresó por breves instantes y de buen grado le dijo adiós a su amante de
pensamientos desarrollados, vida diferente y cabellos no rubios mientras este
se alejaba en la distancia en un Mercedes blanco. Vaya, ¿cómo alguien puede
vivir sin la necesidad de hacerlo todo acerca de él?</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US">Luego que los novios parten y la obra se
queda sin sus protagonistas no hay muchos motivos para seguir en el teatro. Así
y todo uno se queda, rodeado de menos personas, mucho más relajado, bebiendo
todo lo que se encuentre, aflojando un poco el bow-tie, mirando a la banda
tocar canciones de blues y jazz, y poder reflexionar así sobre nuestras vidas y
nuestros futuros. “¿Bailamos?”, le dije a Esmeralda. O, como en este caso, para
ayudar a aquellos que tienen problemas con sus vidas y sus futuros.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US">Ella negó una vez más. Ya no se veía tan
deprimida como tan cansada. Cansada de sufrir. Me acerqué más a ella y le
sonreí. “Escucha: no hay mucho que uno pueda decir en estos casos, pero lo
intentaré... La vida es una mierda. Por eso mismo no podemos estar perdiendo
tanto tiempo sufriendo. Hay que sacarle el máximo provecho posible. Un día
estarás bien. Y mientras más rápido te decidas a estar bien, más rápido llegará
ese día. Si eso es lo que quieres, pues un día esta será tu boda. Quizás con
Tim, quizás con otro. Pero esta será tu boda. Y serás feliz. Sé que no puedes
verlo ahora, pero yo sí”. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US">Me miró con la cara del buen alumno, al que
no hay que explicarle mucho las cosas. El cansancio ayuda a ser más receptivo.
“¿Y tú?”, preguntó. “¿Y yo?” “¿Qué harás tú?”. Preguntaba como si su propia
felicidad dependiera no solo de su futuro, sino también del mío. Así que, para
consolar a almas que sufren, mentí. “Yo también. Un día conoceré a alguien
medianamente decente, se me quitará el cinismo y me casaré con él. Hasta que la
muerte nos separe. Y esta será mi boda. Mi carrera por saber qué etapa viene
después del matrimonio comenzará. Y todo lo que pienso ahora será parte del
pasado.” O quizás no mentí. Uno nunca sabe dónde terminará. Si alguien me
hubiese dicho que algún día iría a la boda de Jordan, no lo habría creído. ¿Por
qué no habría de creer que algún día pueda esta ser mi boda?</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US">“¿Me invitarás?”, preguntó. “Sí”, le dije
tiernamente. “Tú estarás a cargo de sentar a las personas en la glorieta y de
decir que el activo soy yo, aún cuando me casé con un leñador de dos metros”.
Reímos. “Pero eso no será hoy: hoy nos toca ser felices por Jordan y por
Étienne... y bailar para celebrarlo”. Asintió finalmente. Al pararnos, me
apretó la mano. “Gracias”, me dijo. “De nada, me gusta ver que...”</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US">“¡Ahhh!”. Ambos gritamos al mismo tiempo.
El muchacho raro saltó frente a nosotros, despeinado, con un vaso en la mano y
mirada agresiva. Visiblemente borracho. “¿Sí?”, dije. Con una sonrisa de
demente, se acercó a mí y me preguntó despacito, como disfrutando cada sílaba:
“¿Me casaré algún día?”. Esmeralda y yo nos miramos un segundo y luego nos
echamos a reír. Estas bodas vuelven loco a todo el mundo. “Sí: te casarás. Pero
ahora vamos a bailar”.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US">Así que bailamos. Nada de blues y jazz:
bailamos como adolescentes alocados, y los de la banda, al ver nuestra energía,
cambiaron la música para que pudiéramos canalizar nuestra embriaguez/optimismo.
Pesqué a Esmeralda y la atraje a mí con mi caña, el muchacho raro y yo pegamos
las espaldas mientras Esmeralda movía el vestido a un lado a otro con las manos
como si fuera parte del elenco de “Grease”. Y vino la pajarita de pelo azul y
otros dos amigos de Jordan del bar. Y dos muchachas rubias que reían de todo. Y
algún que otro más. Así se creó nuestro propio sistema clasista perfectamente
definido: el círculo de los que no se van a casar... al menos no en los
próximos dos años. Y unimos a la madre de Étienne y a otros con anillos en los
dedos para recordarle a los casados que ellos también pueden divertirse. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="EN-US">Al final agitaba mi bow-tie en círculos
como cowboy, junto a otros que hacían lo mismo con los suyos. Fue así que mi
bow-tie verde se unió sin tantos problemas a otros negros. Sea lo que sea que
eso quiera decir.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US"><br /></span></div>
Raúl Reyes Mancebohttp://www.blogger.com/profile/03496825375191308799noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-8017671902649302813.post-10032482755183288692013-11-27T16:00:00.000-04:002016-07-29T12:18:21.449-03:00La boda<style>
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<div style="text-align: center;">
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<div style="text-align: center;">
<b><span lang="EN-US" style="font-family: "cambria"; font-size: 12.0pt;">Primera parte: La vida antes del “sí: acepto”</span></b>
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Jordan y yo nos conocimos en una vida anterior. Yo tenía 21 años,
estaba en el primer año de la universidad y recién descubría dos fenómenos en
los que luego me especializaría: el sexo casual y el flirteo online. Aquellos días
larguísimos en el laboratorio de computación de la facultad a cualquier hora,
desde la mañana hasta casi la noche, evadiendo turnos, colándome en horarios
que no eran míos, almorzando rápido para tener más tiempo frente a la máquina
antes del primer turno de la tarde, revisando el correo lo mismo en presencia
de cientos de personas en las horas más congestionadas que acompañado solamente
por otros flirteadores compulsivos y jineteros intelectuales en la calma post
cinco de la tarde, constituyeron un sólido pilar en la formación de mi carácter
donjuanesco.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Al margen de algunos nacionales para saciar mi siempre inquieta
libido, la verdadera novedad era la comunicación con extranjeros. Aquella era
la oportunidad, largamente esperada aún sin saberlo, de tener contacto, aunque
fuera lejano y virtual, con hombres como los que veía en las películas: rubios,
lindos y con pensamientos que no incluían la comida, los cuales – si uno tenía
suerte – podían responderte incluso hasta en menos de una hora. Así, para cuando
nos botaban a todos del laboratorio al caer la tarde, me iba conversando con
Ray, Kadir, Pepe o cualquier otro adicto como yo, sobre suecos y argentinos que
al día siguiente darían su veredicto sobre la única foto digital sin ropa que
tenía – y que tendría por siglos –, la cual había logrado enviar un segundo
antes de que el administrador de redes me apagara personalmente la computadora
porque yo no acababa de hacerlo.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Jordan, por su parte, era aún más joven que yo – 19 y no rubio,
aunque con el resto de las virtudes que yo buscaba en un foráneo – pero
comenzaba a saturarse tempranamente de su entorno quebequense. Su madre, su
novia, la carrera que estaba a punto de comenzar, su sexualidad reprimida...
Fue así que decidió tomarse un año de vacaciones de todos sus problemas –
definitivamente un no cubano – y darle la vuelta al mundo. O al menos a lo que
él consideraba como el mundo, constituido por Puerto Vallarta, tres islas del
Caribe, seis países europeos y Tailandia.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">De esta forma, gracias a nuestras ansias mutuas de explorar
territorios inéditos y a una página de encuentros de cuyo nombre<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>no me había acordado en centurias hasta hoy,
hicimos contacto unos días antes de su viaje a Cuba en aquel lejano 2004. Y aquella
tarde de jueves fui a buscarlo a su hotel – de cuyo nombre sí que no puedo
acordarme – enfrente de la playa, para materializar nuestro ingenuo y lascivo
choque de culturas. Luego de pasar la tarde hablando de nuestros mundos
respectivos en mi recién aprendido francés, terminamos eventualmente revolcados
en la arena, oliendo el aliento de hombres que venían de otros lados, besando
bocas que hablaban otras lenguas y tocando cuerpos que se alimentaban de otras
maneras, para constatar así que el mundo, en efecto, es vasto, lindo y digno de
ser explorado una y mil veces.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Por años y años por venir, Jordan sería el único extranjero en mi
lista. Nunca hubo otro. Luego cayó aquel rayo que cambió para siempre el curso
de mi facultad, lanzándonos a todos en una búsqueda frenética de conexión con
el mundo por el resto de las facultades durante casi un año, que provocó que
solo los más tenaces pudieran conservar sus antiguos contactos. Y aunque fui de
los que más luchó, inevitablemente perdí a la mayoría de mis amigos/amantes
virtuales de todas partes, a los que nunca llegué a conocer personalmente.
Entre ellos, a un Jordan que envió algunos correos después pero al que la
fragilidad de las vías de comunicación terminaron también por hacerlo
desaparecer en la vastedad de las redes informáticas, llevándose sus
pensamientos desarrollados, su vida diferente y sus cabellos no rubios al lugar
inaccesible y lejano de donde había venido.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Casi diez años después, mi vida es completamente diferente. El sexo
casual y el flirteo online me son tan afines que tengo un blog donde escribo
sobre ellos con la veteranía y la acidez de un militar de guerra. Nunca pensé
vivir en Montreal pero aquí estoy, tengo cientos de fotos digitales sin ropa, y
de la numerosa cantidad de amantes que he tenido desde que estoy aquí – les iba
a poner la cifra aproximativa pero ese será el tema de un post por venir – solo
cuatro han sido cubanos (y dos de ellos ni siquiera supe que lo eran hasta que
ya estábamos a mitad de torneo) así que sobra decir que he aprendido muchísimo
de los cinco continentes, experimentando de primera mano la exuberancia de
nuestro hermoso planeta. Pero más que nada, un algo inocente que hubo por algún
lado alguna vez, que me hacía esperar con anhelo y emoción el veredicto de
fotos, las proposiciones de noviazgos o la aparición de personas especiales, ya
fueran foráneos o nativos, hace mucho que desapareció – para bien o para mal;
me da lo mismo – marcando desde entonces el inicio de mi vida presente.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Una noche de cacería habitual en un bar, me reencontré con Jordan. Por
supuesto que recordaba que él era de aquí, pero en mi mente nunca hice una
asociación entre el pasado y el presente, así que encontrármelo nunca había
sido ni siquiera un pensamiento. Cosas que tiene uno que olvida que los hombres
del pasado lejano siguen respirando y tienen una vida al margen de nosotros.
Además, ese inaccesible y lejano Montreal de Jordan no tenía ningún punto de
contacto con mi materializado y tangible Montreal del presente. Pero una vez
que mi mente detectó que era él, y analicé con algo de frialdad lo lógico de
las probabilidades de aquel encuentro, no me quedó dudas de que aquel muchacho
casi al lado mío era el mismo que una vez, en una vida pasada, se me había
perdido en el vasto ciberespacio.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Estaba en una mesa no lejos de mí (yo estaba en la barra como todo
buen cazador solitario) rodeado por cinco o seis más. Primero pensé un casual
“yo a ese hombre lo conozco”, pero luego de hacer un inventario mental que no
iba más allá del último año, abandoné el escaneo y me dije que – como siempre
pasa - ya me acordaría en algún otro momento. Lo que aquel momento llegó mucho
antes de lo esperado y me afectaría más de lo que podría haber imaginado en un
inicio.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Ya estaba yo en la pista echándole el ojo a uno sin camisa cuando me
vino de golpe la respuesta. ¡Jordan! ¡Yo corriendo para enviarle correos desde
la facultad de Física! ¡Mi juventud en aquella playa! ¡Mi juventud en este bar!
¡¡Ahhhhh! Un torrente de sentimientos, en su mayoría positivos e intensos.
Volví casi corriendo al mismo lugar que estaba antes y empecé a mirarlo a
escondidas desde la barra para convencerme de que era él. Solo lo había visto
en persona aquella vez pero cada movimiento que hacía me lo recordaba más. Un
par de gestos de los que nunca más me había acordado pero que al verlos se
hicieron familiarmente conocidos, además del análisis racional de las lógicas
probabilidades de que fuera él, terminaron por convencerme: era Jordan.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Una vez que esto fue una certeza, me dije que tenía que abordarlo.
Obvio, ¿no? Pero los otros no se apartaban de él y tampoco era la más fácil de
las presentaciones. "Hola, ¿te acuerdas de mí? Nos conocimos hace 10 años
cuando tú casi no eras gay y nos metimos mano en una playa en Cuba". No:
aún a solas sería algo incómodo; delante de todos esos era una locura. Pero
ninguno se despegaba. Así que después de esperar unos 15 minutos en los que ni
uno solo se levantó para ir al baño, me dije a mí mismo que ya yo había
esperado casi 10 años como para dejar que un grupo de pajaritas me hicieran
esperar un segundo más. Uno no puede dejar pasar las cosas importantes de la
vida por culpa de nimiedades intrascendentes. Así que me paré, me tragué mi
cerveza de un tiro, me miré en un espejo de una de las columnas de la barra, me
arreglé el pelo, me enderecé la camisa, y saqué mi rifle de caza.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">"Hola", dije para todo el grupo pero mirándolo solo a él.
Los homos detuvieron su conversación y se viraron todos hacia mí, mirándome
como si en vez de pajaritos en un bar fueran un grupo de cirujanos
interrumpidos en medio de una operación. Hay que tener un buen par de cojones
para pararse frente a un grupo de homosexuales jóvenes que conversan. Ellos
pondrán su cara más bitchy, te mirarán de arriba a abajo, y te juzgarán tomando
a Hugh Jackman como punto de comparación. Todos son iguales. Pero adivinen cuál
de vuestros blogueros favoritos tiene los testículos para este tipo de
situaciones.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Como si yo hubiese hablado en maya, ninguno contestó. Maleducadas.
Pero más que su respuesta yo buscaba su silencio. "Nosotros nos
conocemos", le dije a Jordan con la seguridad y la confianza del que se
las sabe todas. Él sonrió con vergüenza. Las pájaras lindas - nunca dije que no
fueran lindas - miraron a Jordan, a mí, se miraron entre ellas y, como era de
esperar, se rieron no muy sutilmente. "No lo creo", dijo él.
"Tuvimos sexo", dije yo como si no hubiese oído nada. Los otros,
sumamente escandalizados, pusieron cara de horror. Odio cuando los homosexuales
tienen estas expresiones de pudor ridículo justo cuando el día anterior estaban
revolcados en matorrales con negros desconocidos. Pero bueno, con estas vacas
hay que arar.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">"Me alegra mucho verte de nuevo", le dije y esbocé una
sonrisa sincera. Él, aunque algo incómodo, también sonrió. Creo que una de las
pájaras también. Las otras seguían con su más terrible actitud.
"Adiós", dije, todavía sonriendo. "Adiós", dijo él. Viré la
cara y me alejé, mientras oía a todos reírse en alta voz. Pero mi trabajo
estaba hecho; ahora solo tenía que esperar.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Estaba de nuevo en la pista, viendo al que no tenía camisa besarse
con otro que no tenía dignidad, cuando Jordan se acercó. Bien por mi plan.
"¿Qué fue eso?", me dijo tranquilamente. "No recuerdo haberte
visto en mi vida". Tenemos que entenderlo: si yo, que fui el que vine a su
ciudad, tuve problemas localizando a Jordan en mi mente, imagínense a él, que
la única vez que me vio fue hace diez años, con un bigote de menos, aún más
flaco y en un país del que no se puede salir. Naturalmente, no tenía ni idea de
quién podía ser yo. "Nos conocimos en una vida anterior", le dije,
tomándole una mano, poniendo la otra en su cintura y el mentón en su hombro. A
veces me arengo derechos especiales sobre las personas que han pasado por mi
rifle de caza. Él no se resistió a ninguno de estos atrevimientos físicos, pero
me dijo: "Ya basta".</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">“Cuba”, dije. “Hace unos diez años. Una vez. En la playa”. Todo esto
sin mirarle a la cara. Seguí con mi mentón en su hombro y dejé que tuviera su
propio momento de lógica reflexión. Cuando estuvo listo, él mismo me separó la
cara de su hombro, me miró de cerca, me examinó unos segundos para confirmar lo
que le había venido a la cabeza y dijo: “Por Dios”.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Una hora y media después estábamos todos borrachos: Jordan, las
pájaras y yo. “¡Cayó el rayo y nunca más tuve correo!”, grité y todos gritaron.
“¡Yo viajé tres veces más a Cuba!”, gritó Jordan y todos gritamos. “¡Y luego se
encontraron diez años después en un bar por accidente!”, gritó una de las
pájaras y todos gritamos. “¡Y estaba rodeado por ustedes y no me dejaban
acercarme!” Gritos. “¡Me alegra mucho verte de nuevo, Raúl!” Gritos. “¿Cómo
estás, mi lindo Jordan?” Gritos y repetición de “mi lindo Jordan” por todos.
“¡Bien: me voy a casar!” Gritos y aplausos.<span style="mso-spacerun: yes;">
</span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">“¿Qué? ¿Te vas a casar? ¿Con quién?”, grité. “¿Qué? ¿Te vas a casar?
¿Con quién?”, gritaron los demás. Los miré a todos una sola vez para indicarles
que el cano alcohólico había terminado. "Con Étienne. Me casaré con
Étienne", dijo con extrema naturalidad, como si yo supiera quién era
Étienne. Ahí sentí realmente todo el tiempo que había pasado desde aquella vez
que nos vimos. En esa ocasión su universo era su madre, su novia, su futura
carrera, su sexualidad reprimida... Ahora había un Étienne, lo suficientemente
poderoso no solo como para ponerle un anillo en el dedo, sino además para
lograr que se refirieran a él con una naturalidad tal como si siempre hubiese
existido. Al constatar cómo cambian los mundos de las personas en 10 años,
sentí algo de nostalgia.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">“Felicidades", le dije y levanté mi vaso. Él agradeció con una
sonrisa y un movimiento de cabeza. Nos miramos con ternura en silencio mientras
los demás gritaban por otras cosas. Al salir del bar, intercambiamos teléfonos
y nos despedimos afectuosamente. “Me alegro mucho de haberte encontrado”. “Me
alegro mucho que me hayas encontrado. No te pierdas otros 10 años”. “Trataré de
no hacerlo, pero si lo hago, muchas felicidades desde ahora por la graduación
de la primaria de tu segundo hijo.” Reímos. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Fue una linda historia, después de todo. Un reencuentro que jamás
pensé que podría ocurrir. Un recordatorio de los días en los que empezaba a
conocer el mundo. Y también una manera única de comprobar cómo puede cambiar la
vida de alguien en un período de tiempo determinado. Aquel Jordan que tantos
años vivió en mi cabeza como un muchacho algo reprimido e inseguro era ahora un
hombre perfectamente equilibrado que se iba a casar con otro hombre sin ningún
tipo de trauma por ningún lado. Pero precisamente el pensamiento de su boda me dejaba
un sabor de malestar. Y no porque estuviera un poco celoso – lo estaba – sino
por la actitud que siempre he tenido ante el matrimonio. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Yo no tengo ningún respeto por el matrimonio como institución. No
creo en él. Inconsciente – y conscientemente también – no puedo dejar de tener
pensamientos negativos cada vez que alguien me dice que se va a casar. Siempre
me viene a la cabeza la imagen de personas firmando para entrar en una prisión
(y para colmo haciendo una fiesta carísima para celebrarlo: ¿están locos?).
Pero para que entiendan un poco mi manera de pensar (no para que la compartan;
sé que estoy solo en esto) hagamos un poco de historia.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Yo soy hijo de una relación extramatrimonial (“un tarro” para los
que se trocan con palabras de más de 4 sílabas). Desde que nací, mi papá vivía
con su familia y yo vivía solo con mi mamá. Así que nada de cretinidades desde
pequeño de “mi papá y mi mamá se conocieron en tal parte, se casaron y me
tuvieron a mí y a mi hermanito en no sé dónde”. Nada de eso. “Mi papá nunca se
casó con mi mamá y vive en su casa con su esposa y mis hermanos, los cuales son
mayores que yo.” Aquello no entraba en la cabeza de mis amiguitos, quienes
insistían en que mis hermanos tenían que ser menores que yo, como los
hermanitos de no sé quién, el cual tenía padres divorciados. Así que desde niño
siempre supe que mi visión del matrimonio era diferente a la de todos los que
me rodeaban (porque – y sé que deben haber muchos – nunca me encontré a otro
niño hijo de tarro como yo. Si alguno está leyendo esto, dé un paso al frente y
diga: “Presente”. La primera cerveza va por mí).</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">De ahí que nunca tuviera que sufrir – como mis amiguitos sufrieron
después – que mis padres se divorciaran, mi papá le diera golpes a mi mamá, o
mi mamá se acostara con otros hombres cuando papi estaba de viaje. Supongo que
también me perdí que mis padres fueran a la escuela de la mano o alguna otra
cosa positiva (ahora no se me ocurre ninguna), pero nunca – ni una sola vez –
deseé que mis padres estuvieran casados.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Muchos años después, mi primera pareja fue un hombre casado. Casado
y con un hijo (que estaba más cerca de mi edad que la de él). Otra visión
negativa del matrimonio. Esta vez peor aún. Pensé en mis amiguitos de la
infancia descubriendo que papi se acuesta con un adolescente varón mientras
mami te está yendo a buscar a la escuela. Asqueante. Luego de eso me he
encontrado tantos casos de padres de familia que se van a pescar una vez por
semana con su mejor amigo – el padrino de sus hijos – pero que en realidad
están metiéndose mano en un motel, y tantas esposas devotas que todavía tienen
sexo con sus amigas de la universidad cuando se supone que estén en la
peluquería, que ya ni siquiera pienso en eso como algo raro.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Así que considero que el destino ha querido que yo esté siempre del
“otro lado” para que pueda ver el matrimonio como lo que es: una asociación de
mentiras y engaños. Pero supongamos que no hubiese traiciones (tiene que haber
gente que no engañe, ¿no? Ahora es el momento en que usted piensa en sus padres
o en sus cónyuges... pobres ilusos), que no hubiese golpes y que en efecto,
fuera una asociación donde prima la confianza, la seguridad y el amor. Aún en
este caso, el matrimonio sigue teniendo – para mí - un defecto peor que las
mentiras: es el fin de la diversión.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Se acabó. Luego de firmar y decir “sí: acepto” se acabó la fiesta. A
aburrirse se ha dicho, a buscar otras cosas en qué pensar, a dedicarse a sus
carreras, a tener hijos para olvidar lo mucho que se aburren el uno con el
otro. Por supuesto que también se unen más y llegan a ser como dos hermanos.
Pero nada de corazones que vibran estrepitosamente, nada de inseguridades y
vulnerabilidades que te llevan a sentirte vivo... Nada: se acabó todo; fue un
“sí, acepto aburrirme hasta que la muerte nos separe”. Créanme, si Leonardo di
Caprio no se hubiera muerto gloriosamente en ese Titanic y se hubiese casado
con Kate Winslet, ambos hubiesen terminado como los personajes de Revolutionary
Road. Gracias a Dios, la muerte intervino a tiempo (es broma, es broma).</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">No confundir mi postura ante el matrimonio con miedo ante el
compromiso. Si una pareja me dice que son novios desde hace 25 años yo
enseguida pienso que eso es amor real. Podían haberse separado 100 000 veces
luego de alguna pelea o de lo que fuera y sin embargo, 25 años después siguen
juntos. Por otro lado, si alguien me dice que lleva 25 años casado y tiene 3
hijos enseguida pienso que han sido lo suficientemente cobardes como para
divorciarse. Pobres seres: retenidos en una vida sin emociones (o con emociones
con otros que no son sus esposos) solo por demostrarle a la sociedad que ellos
sí valen la pena (porque todos sabemos que lo único que se merecen los solteros
y los que no tienen hijos es que los arrolle un carro y los saque de su
miseria) o por miedo a la soledad.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Por supuesto que estoy exagerando pero creo que es necesario ante
tanta teoría falsa de que el matrimonio es algo bello y hermoso, etc., etc.,
cuando gran parte de la gente casada, si bien agradece los domingos y los
cumpleaños tener una “hermosa” familia, en el día a día viven carentes de
emociones y extremadamente insatisfechos.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Que conste por algún lado que si bien soy lo suficientemente cínico
como para explicar mi (brillante) teoría, no quiere decir que me haga mucha
gracia. Yo quisiera realmente que los matrimonios funcionaran, que la gente
fuera feliz cuando se casara, que a mis amigos les fuera bien después del “sí:
acepto” y no tuvieran que buscarse amantes o hijos para hacérnoslo creer. A
veces incluso me fuerzo a pensar: “ellos no: ellos se quieren mucho aunque se
hayan casado y su matrimonio sí va a funcionar” ante personas que aprecio mucho
y cuyas relaciones me parecen hermosas. Pero lamentablemente el primer
pensamiento que me viene siempre a la cabeza cuando me anuncian un matrimonio
es “ufff, se jodió la cosa”.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Pero salgamos de mi traumada cabeza y regresemos a la vida real. Dos
días después de aquella noche de reencuentro recibí un SMS de Jordan.
"¿Eras tú realmente?". "Era yo... Soy yo". "Debemos
vernos". "Cuando quieras". </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Después de dos horas a solas en un bar (otro bar) y algunos tragos
(muchos menos que la vez anterior) se puede conocer mucho más a alguien. De
hecho, yo nunca había conocido verdaderamente a Jordan. Así que aquella cita de
actualización fue más allá del mero hecho de contarnos los datos esenciales de
nuestra vida. Fue también una exploración de nuestras maneras de pensar y
nuestros propósitos en la vida. Por eso no sonó muy grosero cuando le dije que
no creía en el matrimonio. Estaba perfectamente imbricado en la conversación
que estábamos teniendo.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Él entendió mi punto de vista y fue muy inteligente en su respuesta.
“Creo que el error de las personas está en ver el matrimonio como el nivel
superior entre dos entes que se aman. De ahí que una vez casado, uno se aburra
pronto porque considera que ya llegó al final. Como si fuera ganar un nivel de
un videojuego. Pero si se le ve como una fase intermedia entre el noviazgo y
otra que viene luego, entonces el matrimonio solo será una etapa y no un
objetivo final”. “Esta otra etapa sería algo como...”, pregunté. “No lo sé:
quizás descubrir cuál es esa etapa sea la tarea luego del matrimonio. Así
estará uno entretenido.”</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Sonreí. “Me gusta eso. Es una buena teoría. El matrimonio ha de ser
visto solo como una etapa, no como un objetivo final.” Brindamos. Ahí recordé
por qué siempre había considerado que Jordan era alguien de pensamientos
desarrollados y lo había extrañado tanto cuando desapareció (cubanos que
piensan así... sí, claro). “Si alguien es capaz de pensar así, pues se merece
ser muy feliz en su matrimonio”, dije. “Muchas felicidades”, agregué, algo más
sincero que la primera vez. Ese Étienne definitivamente era un tipo afortunado.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US"><span style="mso-spacerun: yes;"> </span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Unas semanas más tarde recibí una llamada de Jordan. “Hey”. “Hola”.
"Te tengo una invitación". "Si es a tu boda pues no tengo ropa,
si es a la piscina de la calle Beaudry pues salgo enseguida", bromeé.
"Es a mi boda". (¡!) “Oh, Dios. No puedo ir a tu boda”. “¿Por qué
no?” “Pues por mucha razones. No conozco a tu novio, no conozco a tu familia...
ni siquiera te conozco a ti...”. “Nosotros tuvimos sexo”. “Pues una razón de
más para no ir”. “Oh, eso es una tontería. ¿De veras crees que conozco a todos
los que van a mi boda?” “Tampoco bromeaba cuando decía que no tengo nada que
ponerme. No tengo traje ni corbata ni nada de eso”. “No es una boda en la iglesia
de Notre Dame tampoco; ponte un bow-tie y ya está” (me niego a traducir esa
palabra: me gusta así).” “Mi único bow-tie es verde”. Se rió. “Pues ponte el
bow-tie verde y ya está”.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">“Ok: este es el asunto. Una amiga rompió con su novio. Ella insiste
en que él está en Inglaterra pero la realidad es que creo que la dejó. Aunque
no lo creas, tener un invitado de menos en una boda planeada es tan engorroso
como tener uno de más. Así que necesitamos a alguien que ocupe ese puesto. Y
estoy convencido de que tú serás la pareja perfecta para ella: la harás reír y
no se sentirá mal por estar en una boda luego de que la dejaran. Y lo más
importante: ocuparás la silla que dice “Tim” y los padres de Étienne no se
suicidarán. Además, me alegra que estés ahí.”</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Bien: esto es lo que me pasa por ser una persona tan simpática.
Después de un silencio en el que yo procesé todo aquello, finalmente me
expresé. “Creo que quiero golpearte”. “¿Eso es un sí?” “Es un sí”. “¡Perfecto!
Te llamo por estos días para darte los detalles. ¡Gracias, te debo una!”.
“Intenta que coja el bouquet por lo menos”. “No hay bouquet”. “Entonces intenta
que me encuentre a un hombre lindo en esa boda”. “Bueno, yo estaré en ella”.
“Alguno que no se esté casando ese día”. “Te quiero”. “Púdrete”.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="EN-US">Al colgar, busqué mi bow-tie verde y me lo probé. Mirándome en el
espejo descubrí que – aún con mi inexperiencia en bodas, mis opiniones acerca
del matrimonio y el hecho de que asistía a las nupcias de alguien que me
gustaba – estaba a punto de presenciar de cerca por primera vez el nuevo
juguete de la sociedad moderna. Algo que no se puede ver en muchos países y que
para un cubano es casi impensable. Y ese solo pensamiento de desarrollo me
convenció de asistir. Sí: estaba invitado a una boda gay.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: center;">
<span lang="EN-US"><a href="http://estupidoescribir.blogspot.ca/" target="_blank">Segunda parte: "Una boda sin novia en dos actos"</a> </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
Raúl Reyes Mancebohttp://www.blogger.com/profile/03496825375191308799noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-8017671902649302813.post-83226149013038747512013-11-13T20:34:00.001-04:002013-11-15T18:06:39.862-04:00El retorno del estúpido escritor (a.k.a Raúl 31)
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<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">He cumplido 31 años. La anterior frase no debe ser leída ni como
un reclamo desesperado e histérico a la vida ni como una sospechosamente
excéntrica e innecesaria alegría. Lo más neutro posible: he cumplido 31 años.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">31. Qué raro número. Qué rara la vida que nos hace cumplir 31
cuando hace tan poco nos hizo cumplir 22 y cuando hace tanto nos hizo cumplir
29. Pero - al menos para aquellos a los que el orden cronológico y lineal no se
nos puede ni debe aplicar – la edad es un concepto extremadamente relativo. En
mi caso, por ejemplo, cuando tenía 15 ya sentía que era un anciano y cuando
cumplí 30 me parecía que estaba en el inicio de mi vida real. Por eso pido
neutralidad cuando se hable de mis 31 años: no podemos todavía definir cuál
será su relevancia en mi decursar por este mundo.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Para intentar familiarizarme con mi nuevo número asignado – del
que nunca se oye hablar: ¿cuándo ha oído usted un “si llego a 31 soltero me
suicidaré” o “en esa época yo tenía unos 31 años” o “la crisis de los 31 le ha
dado fuerte” – me fui a Wikipedia, la cual no solo tiene como función
actualizarnos de fútbol, describirnos un lémur o <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>contarnos hasta el último detalle del shutdown
del gobierno de los Estados Unidos, sino que también puede ayudarnos a entrar
en contacto con nuestras propias edades…Al menos a los geeks; un público algo
más mundano optará por el siempre inefable alcohol.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Gracias a la siempre exhaustiva enciclopedia que cualquiera puede
editar podemos resumir que 31 es el onceno número primo, el tercer número de
Mersenne, el número atómico del galio, la cantidad de días que tienen los meses
más carismáticos del año, el prefijo internacional para llamar a Holanda, el
número que usan los porteros en el hockey sobre hielo, un juego de cartas, la
cantidad de sabores de helados de la Baskin-Robbins y el apodo con el que se
nombra a la masturbación masculina en Turquía. Además de – ¿cómo no me di
cuenta antes? – el número<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>identitario de
nuestro personaje intergaláctico favorito: Ulises. De esta forma, tan solo dos
horas después de haber llegado a esta edad y en el momento en que otros ya
estuviesen deprimidos ante la idea de otro año más que les caía encima, ya yo
había reunido lo mejor de mi nuevo número y me había convertido en mi propio
superhéroe personal: Raúl 31.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Me hice una fiesta de cumpleaños para celebrar la increíble
persona que soy y para reunir a las personas que estimo en esta parte del mundo.
Nunca me había hecho una antes. De hecho, las únicas fiestas de cumpleaños que
he tenido en mi vida - mi padre y yo cumplimos el mismo día, así que siempre
tenemos una fiesta en común, pero con la familia, no con mis heterogéneos (y no
siempre precisamente “heteros”) amigos - fueron a los 3 y a los 7 años, y como se
puede sobreentender no me las organicé yo mismo. Curiosidad: ¿Recuerdan que 31
era el tercer número de Mersenne? Pues los anteriores son...3 y 7. Algún valor
especial tiene que tener que mis únicas fiestas de cumpleaños hayan sido en
edades tan aleatorias como 3, 7 y 31, que justo coinciden con un tipo de número
con características tan especiales que solo se han encontrado 48 (y eso que los
números son de las pocas cosas que son infinitas). Como todo buen superhéroe,
Raúl 31 comenzaba a recibir raras señales de las posibles causas y orígenes de
sus extraordinarios poderes. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Aunque algunas de las personas que estimo (estimaba) no
asistieron, la fiesta fue todo un éxito. Al menos para Raúl 31, quien saltó,
bailó, picó el pastel como si se tratase de un corazón de caballo y él fuera Khal
Drogo, y recibió numerosos e inesperados regalos (aclaremos que Raúl 18, Raúl
26 y Raúl 30 nunca recibieron nada, por ejemplo). Y se sintió bien al descubrir
que sigue siendo esa persona excéntrica a la cual le gusta (no confundir con
“necesita”) tener a todo el mundo girando alrededor de él. Especialmente si es
gente buena, carismática e inteligente. Al final de la celebración, con todos
los invitados ya en sus casas y los restos de globos, serpentinas, carteles y
mucho alcohol tirados por todas partes, Raúl entró a su cuarto con la
satisfacción del deber cumplido y la alegría de comenzar los 31 con el pie
derecho. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Pero algo le faltaba en este inicio de 31 años. La satisfacción no
era completa. Se dio cuenta que uno de sus poderes más especiales estaba
completamente apagado. Y no hablo de un hombre (de hecho, tengo uno pero no
hablaremos de eso hasta más adelante), ni de un amigo cercano en el cual
confesarse, ni una familia a la cual regresar, ni la seguridad de un futuro estable,
ni ninguna de esas cosas mundanas que atacan a los seres humanos, pero no a los
superhéroes de 31 años.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Le faltaba uno de los poderes que descubrió tarde que tenía pero
que lo elevó rápidamente - ante sus propios ojos y los de algunos otros también
- a la verdadera categoría de héroe personal: escribir. Escribir, por ese
orden, sobre él y el mundo que lo rodea. Escribir sus ideas radicales que
pueden cambiar pero solo porque él lo decide, sus acciones que van de lo sublime
a lo ridículo y de vuelta a lo sublime en poco tiempo, sus traumas más oscuros
y sus momentos más brillantes. Escribir sus historias de superhéroe, sin
importarle si se parecían a las de los demás o si eran auténticas, si eran
ingenuas o trasgresoras, si estaban bien escritas o no. Solo escribirlas,
releerlas un segundo y lanzarlas al mundo para que este aprendiera a lidiar con
ellas y él pudiera sentirse que se liberaba un poco de la carga que conlleva el
vivir mucho. Un superpoder de su propia creación al que había denominado “el
estúpido escribir”.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">¿En qué momento dejé de escribir? ¿Por qué? ¿Hasta cuándo? La
respuesta está en uno de los grandes defectos de nuestro superhéroe (por
supuesto que los superhéroes tienen defectos; tan relevantes como sus virtudes):
el perfeccionismo.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Si alguno se toma el trabajo de ir al primer post de este blog,
hace más de dos años, verán que hago referencia a ello. Siempre he sabido que
es mi kryptonita, el arma que más daño me hace, el laser paralizante que anula
todos mis poderes. Lo peor es que no depende de los demás: es algo interno
regulado por mí mismo. Y si bien ningún villano podrá nunca vencer a Raúl 31,
él mismo tiene la manera de neutralizarse y derrotarse.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Qué horrible defecto, el perfeccionismo. He estudiado mucho al
respecto. Es tan simple de explicar como triste de admitir: uno, influenciado
por conceptos propios y ajenos, así como por ejemplos concretos de lo que se
puede considerar como bueno o malo, se crea en su cabeza la imagen de lo que es
una obra perfecta. Luego, a la hora de ponerla en práctica e intentar
materializar esta obra perfecta, nunca, por mucho que se haga, llegará a ser
como nuestro modelo ejemplar, lo cual conlleva casi siempre a dos realidades
concretas: o uno vive siempre con aquello de que su obra no es buena o decide
abandonarla a la mitad para poder conservar en su cabeza la idea original
(perfecta) en vez de degradarla a una horrible copia real. O sea: o uno es un
artista extremadamente autocrítico y torturado o – peor aún - no crea nada
nunca.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Es por esto que las escuelas de arte son tan peligrosas: enseñan
un concepto de “arte perfecto” - cuando al final el arte no es una ciencia
exacta - y logran que sus alumnos salgan todos torturados, viciados y carentes
de una frescura que tenían cuando entraron a la escuela. Justo del otro lado
están los que no se autocensuran y producen obras todas las semanas y a todas
horas. El problema con ellos es que en la amplísima mayoría de los casos se
trata de “artistas” extremadamente mediocres. En este grupo prolífico están
también los genios, pero los genios son un caso que no admite estudio porque
son aberraciones (en el sentido positivo) de la naturaleza. Y de todas formas
al final la vida se venga cruelmente de la mayoría de ellos al hacerlos ineptos
en muchísimos otros importantes rubros sociales (ya no suena tan positivo,
¿eh?).</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Yo siempre me he considerado a mí mismo al margen de toda esta
fauna de artistas torturados, pseudoartistas mediocres o genios esquizoides.
Por ello estudié cosas no relacionadas con el arte, no me declaro “artista”
cada 5 segundos (lo soy) y he intentado definir lo menos posible mi obra. Todo
esto no en aras de una falsa modestia (esa historia de “yo soy mejor que
cualquier artista pero no me declaro como tal” no solo es muy ridícula sino que
además es muy 1968 y yo y los hippies no tenemos nada que ver) sino porque me
conozco y sé que si intento definirme mucho puedo caer fácilmente en la
categoría de “artista torturado” (“pseudoartista mediocre” o “genio esquizoide”
jamás) debido a mi horrible defecto de ser perfeccionista.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Siguiendo esta cuerda, cuando empecé a escribir mi blog lo
denominé como un “estúpido escribir”. No porque pensara que era inferior al de
los demás – por favor – sino porque era una excusa mental, una licencia
justificativa para poder sacrificar esa imagen perfecta de la obra que existe
en mi cabeza y ser capaz de publicar algo.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Y me funcionó por un tiempo bastante largo. Escribía mis posts en
cafés, autos, estaciones de metro, saunas (sí: saunas. Sin ropa y con hombres
teniendo sexo al lado mío he escrito posts de este blog que ni siquiera
trataban sobre sexo), aviones, islas remotas de Québec, el patio de la casa de
mi familia en La Lisa…a cualquier hora, bajo cualquier estado de ánimo, solo o
rodeado de 25 estudiantes que hacían un examen… Luego que terminaba, los
releía, me decía “¡esto está mal!”, “¡repites mucho la ‘y’ y los adverbios en
–mente!”, “¡este párrafo no tiene ninguna idea importante!” y luego yo mismo me
llamaba a capítulo: “Pero este blog se llama “El estúpido escribir”, mi amor,
así que lo coges y pinchas “publicar” así mismo”. Y así lo hacía… Tal modus
operandi no he podido llevarlo todavía a mi literatura “seria” (de ahí que no
haya ninguna novela todavía; quizás yo debería definir toda mi literatura como
“estúpida” y ya está) pero al menos para mi blog me servía. Sabía que no era
perfecto, pero por eso mismo me sentía más orgulloso de mí mismo: capaz de
publicar algo que sabía imperfecto. En este tiempo, avancé muchísimo en mi
lucha contra el perfeccionismo.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Y de pronto, me dejó de funcionar. Dos horas para escribir un
párrafo, tres horas más para revisarlo, cinco minutos para borrarlo todo, declararme
vencido y ponerme a hacer otra cosa. Retomar el texto cinco días después,
odiarlo solo por haber sido incapaz de terminarlo, intentar arreglarlo, no
lograrlo y volver a dejarlo…Un círculo vicioso torturante. Y no porque no
tuviera nada que decir, no porque las palabras no me salieran, no porque las
ideas se me hubiesen agotado, sino porque luego que escribía algo, allá iba a
criticarlo, a cambiarlo, a mirarlo desde el punto de vista de mis detractores. Cada
vez mis publicaciones se hicieron más espaciadas hasta que finalmente
desaparecieron por completo. Y el resto de mi creación igual. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Paralizado. Completamente paralizado. Los incondicionales se
preocuparon e intentaron averiguar las causas, hasta que ya no dijeron nada más,
pensando quizás que estaba ocupado en cosas más importantes o incluso que su
superhéroe había sido producto solamente de un momento determinado, mientras
los villanos levantaron sus copas y celebraron la desaparición de Raúl 31. Entretanto,
este yacía en el piso de un cuarto oscuro, paralizado por la kryptonita
perfeccionista, mientras veía por la ventana sin poder hacer nada cómo la
sociedad se las agenciaba para arreglárselas sin alguien que se atreviera a
poner pasajes de su vida al descubierto para que otros pudieran identificarse
con ellos (quizás yo debería escribir “cómics”, no lo hago tan mal).</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Qué error. Tantas cosas en este mundo que contar, tantas emociones
que explotar, tantas sensaciones que compartir...y uno no lo hace por miedo al
estilo que utilizará o porque escribe mal la palabra "cónyuge". Qué
tontería. Cuán simples podemos ser los seres humanos. ¿Qué clase de superhéroe
es ese que quiere ser perfecto? Que se despierte y se baje de ese comic porque
nadie ni nada es perfecto. Y tampoco es necesario: se puede lograr mucho en
este mundo haciendo cosas imperfectas. Solo hay que hacerlas: una obra
imperfecta vale muchísimo más que miles de obras perfectas que nunca salen de
la cabeza. Así que muéstrale tus errores y tu “estupidez” al mundo. Hay mucho
que contar y no hay tiempo de detenerse en los detalles. El próximo número de
Mersenne es el 127 y eso está muy lejos. El momento es ahora: a los 31.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">En la calma de la noche, rodeado de globos en su cuarto, Raúl se
dio cuenta que el momento había llegado. Era la hora de recuperar el superpoder
de su propia creación denominado “el estúpido escribir” y contar, por ese
orden, sus historias y las del mundo que lo rodean, sin importarle si se
parecían a las de los demás o no, si eran trasgresoras o no, o si estaban bien
escritas o no. Solo escribirlas, releerlas un segundo y lanzarlas al universo
para que este aprendiera a lidiar con ellas mientras él sentía que se liberaba
un poco de la carga que conlleva el vivir mucho.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Y con este brillante pensamiento, nuestro héroe se fue al closet,
sacó su capa, sus botas y su máscara, les sacudió el polvo y se las puso. Se
subió a la azotea y contempló la ciudad de noche, justo antes de lanzarse hacia
ella en la búsqueda de historias que contar a cualquier hora y en cualquier
lugar. Y los incondicionales que lo vieron en la distancia, iluminado por la
luna y las luces de los rascacielos, gritaron de felicidad mientras los villanos
lanzaron sus vasos contra la pared llenos de rabia. Raúl 31 – mitad superhéroe,
mitad estúpido escritor – estaba de vuelta.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://3.bp.blogspot.com/-EtVPydRXqKU/UoQaDPxRaeI/AAAAAAAAAVE/njpkytUC8-0/s1600/photo.php.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="189" src="http://3.bp.blogspot.com/-EtVPydRXqKU/UoQaDPxRaeI/AAAAAAAAAVE/njpkytUC8-0/s320/photo.php.jpg" width="320" /></a></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
Raúl Reyes Mancebohttp://www.blogger.com/profile/03496825375191308799noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-8017671902649302813.post-29042263969521819222013-07-10T21:35:00.000-03:002014-03-18T10:29:45.278-03:00Tras los pasos del Sr. Inaccesible<style>
<!--
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<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">¿Quién dijo que hacen falta años para que algo se convierta en un
referente imprescindible en nuestras vidas? ¿Dónde está escrito que un suceso,
un momento, una persona, no puede convertirse en el mejor exponente de algún
sentimiento particular tan solo meses o semanas, incluso días u horas, después
de haber pasado por nosotros? ¿Dónde dice que tiene que llover mucho, que
tenemos que experimentar anécdotas posteriores, que hay que esperar a pensar
con más claridad y menos pasión para que algo pueda ser considerado como un
clásico, un punto de giro que dividirá nuestras vidas en un antes y un después?
</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">El Sr. Inaccesible. Temporalmente hablando no puede decirse que
haya sido hace mucho. Menos de dos años. La mayoría de mis clásicos se remontan
a tiempos tan lejanos que incluso me cuesta relacionarlos con un presente en el
que soy casi otra persona. Mi profesora de preescolar, el día en que corrí la
media maratón, el dolor en el estómago la primera vez que constaté que las personas
traicionan duro e inesperadamente… Sin embargo, mi affaire de dos días con
Laurent sucedió cuando ya yo era como soy ahora (sea lo que sea que eso quiera
decir). Pero - al igual que otros clásicos modernos como el día en que conocí
el mundo exterior o aquel otro en que inauguré mi blog - su influencia demostró
inmediatamente ser tan poderosa como la de cualquier otra de mis experiencias
inmortalizadas con el paso del tiempo.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">No es que me haya enamorado de él ni lo esté ahora de su recuerdo
– no se trató nunca de eso – pero su fugaz paso por mi vida borró
inmediatamente de mi memoria a todos los hombres que había conocido hasta ahí. Y
eso es decir mucho. Fue como descubrir lo que hasta entonces solo se había
visto en las películas: que en el mundo hay otros tipos de hombres. Hombres muchísimo
más intensos, complejos y apasionantes. Hombres de los cuales quizás sea mejor
apartarse pero que te enseñan que todo el tiempo que invertiste intentando que
las cosas funcionaran con los anteriores - los simples, los que dicen lo obvio,
los que quitan más de lo que dan, los imperecederos - fue un tiempo que estaba
destinado de antemano a perderse ya que uno nunca fue de esa liga y solo jugaba
en ella por desconocer la existencia de otras superiores.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Luego conocí a otros parecidos a él – quizás demasiados – e
incluso desarrollé una cierta adicción por este tipo de relaciones rápidas e
intensas como descargas eléctricas con hombres que viven al límite, las cuales
lo dejan a uno siempre tembloroso y herido pero en las que no se puede evitar
el sentir la adrenalina por todos lados. Al final – quiero creer - terminé
cansándome de estas también, para encaminar entonces mi búsqueda hacia hombres
con un mayor equilibrio entre intensidades que los desbordan y un control necesario
para que tales pasiones no los hundan. Algo parecido a lo que me gusta pensar
que soy yo. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Pero Laurent, por ser el primero – y quizás el mejor de todos
estos “chicos malos” – siguió siendo considerado como algo positivo en mi
historial de crecimiento personal y descubrimiento del mundo real. Además, el
escribir su historia ayudó muchísimo también a la consolidación y la
purificación de su mito. Muchísimas veces hube de dar datos adicionales a
aquellos que leían el post y en más de una ocasión me sorprendí leyéndolo yo
mismo y recordando con una nostalgia feliz su cuarto en el sauna, su
apartamento de ventana inmensa, su bicicleta roja o mis dedos traqueados. Y
muchos otros pequeños – mas vitales – detalles que me hacían revivir aquellos
dos intensos días de lujuria.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Dos semanas después de estos hechos regresé a Cuba sin idea de
volver alguna vez a Montreal, así que esta historia fue convenientemente
archivada en mi memoria como recuerdo de un mundo fabuloso, peligroso y
distante. Cierto: alguna vez me pregunté qué habría sido de él, o si se
acordaría de mí de alguna forma, pero fuera de conjeturar no había mucho que
hacer. Tampoco es que tuviera necesidad de hacer nada: era una historia con un
final cerrado y más datos quizás la hubiesen arruinado. <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Por más de una razón, es mejor dejar a los
clásicos en el recuerdo… Sin embargo, como muchos habrán notado, un año después
de todo esto regresé inesperadamente a la misma ciudad y ya llevo otro aquí, por
lo cual la pregunta – tanto para ustedes como para mí – se volvió mucho más
obvia e imposible de ignorar: ¿qué se hizo del Sr. Inaccesible?</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Entrando a Montreal por el puente Jacques Cartier en julio del
pasado año, una de las primeras cosas que me vinieron a la cabeza al mirar la
ciudad desde la distancia fue si me encontraría de nuevo con Laurent. Por un
lado, ninguna ciudad es lo suficientemente grande como para que dos personas que
han tenido un pasado común - corto o largo - no se reencuentren, mucho menos dos
personas con estilos de vida con ciertas características en común. Pero por
otro lado no debemos olvidar que Laurent no es de Quebec, sino francés, y sus
visas expiran al igual que las nuestras. Algunos trabajan aquí pero no creo que
un permiso de trabajo para ser escort haya sido concedido alguna vez. De ahí
que una opción real fuera que Laurent ya no estuviera en Montreal, sino drogándose
en alguna sauna oscura de su natal Toulouse, o de París, o de cualquier otra
región del mundo.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Al entrar unos días después al sauna estaba con el corazón en la
boca. En cada espalda de hombre de pelo negro creía ver su espalda, en cada voz
con acento de Francia que escuchaba en la distancia creía reconocer su voz, en
cada hombre que me besaba el cuello por detrás creía que se trataba de su
aliento y su desfachatez. Pero las espaldas se viraban para revelar otras caras
de pelos negros, las voces se materializaban para enseñarme a otros franceses y
al voltearme me encontraba con los alientos y la desfachatez de hombres
completamente diferentes. No lo vi esa noche. Ni la segunda, ni la tercera…ni
nunca. El sauna dejó de ser su sinónimo y mi corazón regresó a su posición
normal.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">No sé qué sentí – no lo recuerdo – cuando alrededor de un mes más
tarde me convencí de que Laurent no estaba en Montreal. La ciudad no olía como
a que pudiera encontrarme con él. Esas cosas las nota todo aquel que dedique un
segundo a conocer el mundo que lo rodea. Y Montreal no olía al peligro de
encontrarme con Laurent. Quizás me puse triste porque de cierta manera quería
verlo y saber de él. Quizás nostálgico de constatar cómo me encontraba a muchos
de los actores y lugares de ese día – el rubito de gorra y cara de malo, los
1000 gramos, el Second Cup – y no al verdadero protagonista. Quizás alivio al
saber que no lo vería acostándose con todos o drogándose en cada esquina y ver así
cómo mi mito se convertía en una triste persona real. No recuerdo qué sentí.
Pero sí me convencí de que no lo vería nunca más.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Sin embargo, ya con esta certidumbre completamente establecida, tuve
la oportunidad de agregar nuevos datos al expediente del Sr. Inaccesible
gracias, precisamente, a otros de los actores secundarios de ese día. Mario, a
quien nunca mencioné en el post original por razones de espacio, era uno de los
hombres que conocí junto a Laurent aquella vez. Un hombre de casi 50 años - con
un cuerpo espectacular evidencia de su pasado de playboy – y con el cual tuve
una desavenencia esa noche ya que él consideró que yo tenía demasiado vello
púbico y “sugirió” que me afeitara, a lo cual yo “sugerí” que los hombres con
los miembros viriles de mi tamaño hacían lo que les daba la gana. Mi arrogancia
obviamente lo molestó y “sugirió” entonces que habría algunos hombres allí con
los cuales no podría acostarme por grande que fuera el miembro viril (haciendo
alusión obviamente a él mismo), a lo que “sugerí” sonriendo que “eso no era
precisamente una pérdida para mí”. Laurent decidió intervenir y me sacó de allí
antes de que nuestras sugerencias se transformaran en una pelea mayor.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Un año después y ni un pelo de menos, era vacilado en las duchas
del sauna por Mario. Primero lo ignoré olímpicamente pero luego recordé que un
escorpión siempre tiene tiempo para una pequeña venganza. Después de que lo
hice caerme atrás por todo el lugar acepté la invitación de ir a su cuarto.
Tres horas después, en las que lo único que nos faltó fue jurarnos amor eterno,
le recordé, como quien no quiere las cosas, nuestra historia de un año atrás.
Justo en el momento preciso para demostrar que yo – más tarde o más temprano –
siempre hago lo que me da la gana. Él rió de lo lindo y yo también, lo cual
consolidó nuestra amistad sexual. Desde entonces, nos veíamos casi todos los
sábados en el mismo lugar y nos dedicábamos algunas horas el uno al otro.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Entonces una noche, haciendo alusión a nuestro encuentro original,
él mismo sacó el tema. “Claro que me acuerdo de todo aquello. Pero no recuerdo
por qué estábamos en el mismo cuarto”. Yo hubiera podido decir que no me
acordaba tampoco pero si la vida me daba la oportunidad de hablar de Laurent con
alguien, quizás debía aprovecharla. “Yo estaba con un amigo mío que te conocía
de antes…Un francés”. Mario buscó en su memoria con cara del que sabe que no
encontrará lo que busca. Pero de pronto, inesperadamente, cayó. “Sí, sí, sí, ya
me acuerdo. El bonito”. “Ese mismo”, dije yo, como si jamás me hubiese acordado
de Laurent antes de ese momento. “Laurent”, dije. </span><span lang="ES" style="mso-ansi-language: ES;">“¡Laurent!”, dijo. “El escort, ¿no es cierto?”, agregó,
no solo para asegurarse de que se trataba de la misma persona, sino más que
nada para ver si yo lo sabía. Asentí con la cabeza. </span><span lang="ES-TRAD">“¿Lo
has visto de nuevo?”, pregunté con el mismo interés de quien pregunta si mañana
lloverá. Algo de curiosidad pero nunca demasiada.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">“Ahora que lo pienso, no lo he visto en un tiempo”, dijo. “Seguro
regresó a Francia”, dije yo, exponiendo mi largamente reflexionada teoría. “No,
no: él anda por ahí”, replicó. “¿Cómo lo sabes?”. “Pues no sé, siempre anda por
ahí.”. “Pues por eso mismo: yo llevo dos meses aquí y no lo he visto. Y la
gente no cambia de un día para otro sus habitudes”. Por “la gente” quería decir
“especialmente los drogadictos adictos al sexo” pero como Mario comparte
algunas de estas características también no fui tan específico. Él pareció
convencerse con esta idea y puso cara de “Sí, quizás: ¿por qué no?”</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">“Si lo vuelves a ver, ten cuidado con él: roba”, dijo de pronto.
Bombazo. “¿Disculpa?”, dije yo, en un tono que traicionó en algo que el tema no
me era tan indiferente como quería hacer ver. “Unos amigos míos lo invitaron a
su casa y cuando se fue habían desaparecido los antidepresivos”. Bombazo. No sé
qué me dolió más: si saber que robaba o que robaba antidepresivos. Era el colmo
de la decadencia. El colmo del descontrol. El colmo de todo. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Me deprimí en un segundo. Cerré los ojos y lo vi en alguna parte
de Europa acabando con su vida. En una espiral de decadencia sin retorno en la
que siempre estuvo destinado a estar pero que yo preferí no ver y recordar
solamente los días en que lo conocí. Este recordatorio de lo que podría pasarle
a su vida de excesos fue demasiado para mí. Mi clásico, mi Sr. Inaccesible, mi
Laurent…robando antidepresivos. Sentí la necesidad de saber de él, de verlo, de
hacer algo, pero al mismo tiempo nunca me sentí más lejos de él.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">“Quizás no fue él”, dije, con una voz tan triste que traicionó
completamente mi estilo de indiferencia anterior. Como si fuese un niño al que
le dicen que su hermano - quien siempre fue su héroe, - mata gente, y él no
puede decir otra cosa que “quizás no fue él”. Mario me miró serio y se dio
cuenta. Entonces dijo lo que todos los hombres grandes deben decirle a los
niños en casos como estos: “Sí: quizás no fue él”. Esa noche dejé que sacara su
máquina de afeitar e hiciera todo lo que quisiera conmigo.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Mi segunda conversación informativa sobre Laurent fue poco después
y en el mismo lugar, pero en condiciones completamente diferentes. Acababa de
regresar yo de mi fatídico primer viaje a Toronto y me encontraba en una crisis
de proporciones épicas. El sauna y hombres como estos comenzaban a hacerme
muchísimo daño pero sin embargo iba cada vez más a menudo. Me deprimía cada
segundo más al verme en aquel decadente estado y, aunque nunca llegó a ser un
problema serio, las drogas no ayudaban. En estas condiciones me encontré
entonces con el mexicano. El mismo con el que también había estado aquella vez
y con el cual había visto a Laurent viendo videos en su cuarto, lo cual había
provocado mi molestia. El mismo del que me hizo un comentario luego para
incomodarme cuando yo hablaba del rubito de cara de malo. El mexicano: mi
enemigo.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Pues bien: otra venganza. Luego de una buena sesión en la que
eliminé mediante el sexo todo trazo de rivalidad con él y con el pasado me
lancé en la cama y le espeté sin ceremonias: “ya nosotros nos conocíamos”. Él
me dijo: “Sí, tu cara me suena”. “Nosotros nos vimos hace un año. Un francés
nos presentó. Laurent”. Yo estaba drogado, alterado y molesto por toda mi
crisis del momento y no tenía ninguna intención de ser sutil. “Es escort,
adicto al sexo, drogadicto, tiene problemas con el compromiso y roba
antidepresivos” iba a agregar previendo un “no me acuerdo de quién hablas”,
pero con la primera fase el mexicano cayó. “Claro que me acuerdo”, dijo.
“Ustedes tenían algo. Recuerdo que él estaba preocupado porque pensaba que tú te
habías molestado cuando nos viste”. Vaya, aún en mi enfado aquello me cayó bien:
me gustó oír lo que decía de mí el Sr. Inaccesible cuando yo no estaba. “No
teníamos nada: solo singábamos”, dije déspota. “Nada del otro mundo”.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">“Lo vi hace un rato”, dijo de pronto. Bombazo. “¿Ah?”, dije yo, en
lo que fue más un sonido gutural que una interjección. “Antes de entrar aquí.
Justo allá afuera”. Yo me levanté de la cama en un segundo y lo miré fijo.
“¿Está en Montreal?”, pregunté en un tono algo agresivo que parecía que pedía
explicaciones en vez de preguntar normalmente. “Pues claro, lo acabo de ver.”
“¿Estás seguro que hablamos de la misma persona?” “Sí: el francés bonito que
era escort”. “¿Era?” “Bueno, creo que ya no lo es: se casó”. Bombazo. Bombazo
grande. Ni siquiera pregunté con palabras, solo lo miré con cara de horror.
¿Qué? ¿Casado? ¿Con quién? ¿Cómo?</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Obviamente mi rostro trasmitía todo eso a la perfección porque el
mexicano dio respuesta a todas mis preguntas. “Se casó con un quebeco. Para
obtener la residencia, imagino. Pero el muchacho no lo deja ni moverse. Por eso
nunca viene al sauna”. Dios, eso explicaba tantas cosas. “Ahora mismo estaban
juntos. Un muchacho muy lindo también.” Intenté ignorar ese comentario porque
ya tenía bastante información como para volverme loco. “Yo a veces lo veo, pero
siempre muy escondido. Seguimos cogiendo”. Otra información que decidí ignorar
y sacar de mi sistema. “Ya no consume”, dijo. Las bombas seguían cayendo como
en un ataque nuclear. ¿De quién hablaba este mexicano? ¿Me estaba tomando el
pelo? Me parecía que estaba en un sueño en el que solo se decían cosas inconcebibles,
cada una más rara y descabellada que la anterior.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">“¿Disculpa?”, logré articular. “Pues sí”, me dijo con cara
pensativa. “Yo le ofrezco y no consume. Dice que lleva ya varios meses limpio”.
No había ninguna razón para que el mexicano me mintiera y muchas menos para que
Laurent le mintiera al mexicano, así que tuve que sentarme y admitir que todo
aquel sueño de incongruencias era real. “Entonces, ¿uno puede salirse de la
droga?”, dije, mirando a la pared, como si hablara conmigo mismo.
“Aparentemente sí”, dijo el mexicano mientras se llevaba su pipa de cristal a
la boca.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Si esa noticia hubiese llegado a mí al inicio de mi retorno a
Montreal, aunque me hubiese sorprendido enormemente, probablemente me la
hubiese tomado como algo positivo. Pero en mi condición del momento aquello fue
como una entrada a golpes. Ahí estaba yo: drogado perdido en lugares oscuros y
singando como un demente mientras el Sr. Inaccesible – el cual se había sentido
responsable por introducirme a la droga y quien me había dicho en su última
frase “no quiero que seas como yo” - estaba limpio, ya no era escort y estaba
casado con un muchacho lindo que lo había hecho residente canadiense. ¿Qué clase
de mundo es este? ¡A él le tocaba estar robando antidepresivos! Este final
feliz llegaba en muy mal momento para mí.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">El camino a casa fue traumático. Eran las 7 de la mañana y no
había un alma en las calles. Un hombre que tomé por un mendigo me tocó el
hombro en la parada y me señaló un cartel que decía que en alguna parte de la
ciudad era el maratón de Montreal por lo cual no había transporte, así que tuve
que caminar. Me sentía como mierda y tenía frío de drogata. Pero iba con una
idea fija en la cabeza. Al llegar me di un buen baño, me acosté y me desperté
cuatro horas después. Todavía me sentía mal, creo que hasta peor, pero me había
propuesto hacer algo bien temprano ese mismo domingo: arreglar mi vida. Y para
eso me hacía falta hablar con alguien primero. Con alguien que me comprendería.
Busqué en mi maleta el cartoncito con su número de teléfono. Nunca había
pensado llamarlo de nuevo pero conservaba el cartoncito porque tenía su
verdadero nombre escrito de su propia mano. Me lo había llevado al irme a Cuba
y me lo traje de la misma forma cuando me vine a Canadá. Era mi único recuerdo tangible
del Sr. Inaccesible. Pues bien, había llegado el momento de que cumpliera con
una misión que iba más allá del recuerdo. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Tenía un discurso preparado en caso de que me saliera él, otro por
si salía el esposo – nunca se sabe: el muchacho supuestamente era muy celoso –
y también estaba preparado para que me dijeran que ese número no existía ya. Una
vez más, la vida se las agenció para sorprenderme al responder una mujer
automática diciendo algo que no entendí para nada y que terminaba exhortándome
a que dejara un mensaje. ¿Qué era aquello? ¿Su mensajería vocal? ¿Por qué no
era como las de los demás? ¿Este era su teléfono? ¿No se supone que los escorts
lo cambien cuando se casan? ¿Había marcado bien? ¿Por qué nada podía ser normal
con este hombre? Con todas estas preguntas corriendo por mi mente, sonó el
pitico, el que de por sí siempre me pone algo nervioso. “Ah…eh…sí…hola…hola…Laurent…te
habla Raúl…nosotros nos conocimos el año pasado cuando yo vivía en Montreal…yo
soy cubano… (silencio aún más largo)…Escucha, si recibes este mensaje, llámame
a este número. Estoy de vuelta en Montreal y me gustaría saludarte. Espero que
estés bien. Un saludo.”</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Si bien al final logré ser más coherente no pude evitar darme
cuenta de lo poco que tenía que decirle al Sr. Inaccesible. No me sentía con el
derecho de confesarle que él leía mi mente, que yo había escrito un post de 18
páginas sobre él o que lo llamaba “el Sr. Inaccesible”. Solo pude decir que era
cubano a ver si me reconocía por ahí. Me sentí como el Sr. Invisible… Nunca
llamó. Esperé casi todo ese día, entre dormido y despierto, con el teléfono al
lado, pero nada. Supongo que era lógico. En caso de que fuera él y lo hubiese
oído, mi mensaje sonaba idéntico al de un antiguo cliente. O quizás nunca lo
oyó. O no quiso responder. Una vez más, conjeturar era lo único que podía
hacer.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Pero el Sr. Invisible nunca ha sido tan dependiente como podría
pensarse al leer los últimos párrafos. Así que al día siguiente comencé a
enderezar mi vida yo solito. Me puse a contar cuántos días podía estar sin ir
al sauna (más de un mes), no probé ni el más nimio de los estupefacientes en
más de dos y me di sesiones de autopsicoterapia intensiva en mi closet varias
veces al día. Y, por supuesto, todo mejoró. Un día me di cuenta que me sentía
bien, que pensaba más en mis planes que en mis traumas, que antiguas imágenes o
referencias no me desestabilizaban ya y que estaba listo para comerme al mundo
de nuevo. Fase de recuperación: cumplida.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">En medio de esta fase boté el cartoncito con su teléfono. Era el
día de “Bota todo lo que te recuerde lo que no quieres llevarte a la próxima
fase”. No lo rompí en mil pedazos mientras lloraba, cual mujer que rompe la
foto de su ex-esposo que la dejó por la rubia secretaria. Para nada. Fue todo
muy pacífico. Lo miré, le agradecí por haber sido mi recuerdo por un buen
tiempo, le guiñé un ojo, lo rompí en dos y lo puse despacito en la caja del
reciclaje. El Sr. Invisible le decía adiós al Sr. Inaccesible.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">En un año, nunca más he sabido de él, ni directa ni
indirectamente. No volví a preguntar por él – tampoco he visto más a nadie que
pudiera conocerlo – ni me lo he encontrado nunca en la calle. Nunca confirmé si
anda por Europa robando antidepresivos o está a cinco cuadras de mi casa viviendo
una vida perfecta con su bello esposo. Pero dejó de importarme. Cuando pienso
en él, casi siempre porque tengo que hablarle a alguien que haya leído el post
original y me pregunta, lo hago con el corazón frío, como si se tratara de una
obra de ficción lejana y distante. Sin pasión. También sin rencor; después de
todo, es un clásico. Lo que más alejado ahora de mi vida presente. Ocupando su
lugar entre los antiguos clásicos, junto a mi profesora de prescolar o el día
en que corrí la media maratón. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Pero la vida siempre puede sorprenderte. No hace mucho caminaba de
regreso a mi casa lleno de vegetales que había comprado en la calle Mont Royal
ni sé con cual propósito porque yo no como eso, cuando decidí, aprovechando que
ya estamos en verano y que el caminar por el barrio es todo un lujo, cambiar de
cuadras para ver cosas nuevas. Y así, en medio de mi experimentación en pleno
Plateau Mont Royal, mientras veía las casas y los árboles, me encontré frente a
frente con su casa. Bombazo. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Por supuesto que siempre supe que su casa – y digo “su casa” pero
sé que es el edificio donde vivía y solo eso – era cerca de la mía. Nunca me
puse a pensar mucho en eso porque lo asociaba más con el sauna, pero si me
hubieran preguntado, claro que sabía que era por ahí. Está a solo tres cuadras
de mi piscina, de hecho. Al norte del parque y yo vivo al este. Pero nunca
pensé que su casa podía significar algo para mí: estaba convencido de que, estuviera
o no en Montreal, ya no vivía ahí. Pero al pararme frente a esta - la cual
nunca hubiera pensado que reconocería y sin embargo lo hice en un segundo – me
di cuenta que sí significaba algo para mí. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">No supe qué pensar. No supe qué intentar pensar. ¿Qué se piensa
cuando uno está lleno de vegetales y se encuentra de pronto con uno de los
escenarios poderosos de su pasado? El día era hermoso, como hermoso era el día
en que me fui de ahí por última vez. Pensé en seguir caminando pero luego me di
cuenta que se erigía detenerme. Otra cosa hubiese sido un error. Entré a donde
estaban los timbres, a una especie de recibidor interno bastante grande y
recordé aquella noche en que tocaba y tocaba y nadie me abría. Dios, ahí estaba
de nuevo. Ni idea de qué timbre tocar, pero no iba a tocar ningún timbre de
todas formas. Me senté en un murito y los flashazos de aquella noche no paraban
de venir a mi mente.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">De pronto un hombre entró, me saludó con la cabeza, abrió la
segunda puerta que ya daba al interior del edificio y la sostuvo con la mano
para que yo entrara. Obviamente ese muchacho lleno de vegetales no era un
ladrón. Yo pensé decir que no quería entrar, pero por miedo a que eso sonara
más raro (¿qué haces sentado al lado de los timbres si no quieres entrar?),
sonreí y corrí para entrar.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">El hombre se desapareció y yo me quedé sin la menor idea de para
dónde coger o qué hacer. Irme, supongo. Pero no soy esa clase de ser humano que
renuncia a la adrenalina. Nunca lo seré. Eso sí: ni idea de dónde estaba su
apartamento. ¿Para arriba? ¿Ahí mismo? Recuerdo que bajamos al sótano para
ayudar a los vecinos a mover unos muebles pero no recuerdo mucho más. Caminé un
poco a ver si algo me sonaba. Y la originalidad del edificio me ayudó. Ningún
paso de escalera era igual ni la posición de los apartamentos tampoco, así que
me dejé llevar por escaleras laterales, puertas raras y llegué a uno que en
cuanto lo vi supe que era su apartamento. No muy lejos de la puerta de entrada.
Todo encajaba. Regresé sobre mis pasos y recorrí todo de nuevo, eliminando
todas las otras opciones. Oliendo la energía y desechando todo aquello que mi
mente no reconocía. Y volví a caer frente al mismo apartamento. No había dudas:
era ese. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">No me podía creer que estaba ahí. Siempre me pregunté qué sentiría
el personaje de “Los Pasos Perdidos” si alguna vez volvía a encontrar la triple
incisión en V frente al Amazonas. Pues debía ser algo como esto y solo el propio
Carpentier tiene derecho a definirlo. Pegué el oído a la puerta. No oía nada. Toqué.
¿Estaba loco? ¿Por qué tocaste? ¡Tenías que idear un plan antes! ¿Y si abría
Laurent? ¿Y si abría el esposo? ¿Qué iba a decir? ¿Y si abría uno y el otro
estaba detrás y se quedaba mirando a la puerta a ver quién era? ¿Podía yo
aguantar ese par de miradas inquisidoras que todo dueño de casa pone a aquel
que toca a su puerta? Le pedí a mi mente que no pensara en las opciones y que
me diera la capacidad de reacción necesaria para responder a lo que fuera que
me esperaba del otro lado.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">La puerta se abrió y dejó ver a una muchacha rubia. Agréguenlo a
la lista de cosas inesperadas. Ella puso cara amigable de “¿Eres un vecino que
viene a preguntar algo?” que supongo que era mejor que la de “No compramos nada
y ¿cómo pasaste la puerta de entrada al edificio, testigo de Jehová?”. Yo
sonreí con todos mis dientes y aguanté mis dos jabas de vegetales para parecer
la cosa menos peligrosa del mundo. “Oh, hola”, salió de mi boca de actor.
“Disculpe que la moleste. Yo solía venir hace un par de años a este apartamento
porque un amigo francés vivía aquí. Hace un mes regresé a Montreal y como no
tengo el teléfono me dije hoy que pasé por aquí “¿Laurent todavía vivirá
aquí?”. No iba a entrar pero un hombre abrió la puerta en ese momento y me
dije: “Ah, deja ver si todavía vive ahí. No pierdo nada”. Pero bueno, parece
que ya no vive aquí, jeje”. Bien: un buen cuento. Y si quitamos un par de
mentirillas, era más o menos la historia real.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Cuando ella iba a contestar algo, una niñita que no tendría mucho
más de un año pero que ya podía caminar, se paró al lado de la muchacha y
empezó a reír con una risa adulta mientras se aguantaba una mano con la otra
como una anciana a la que alguien le hubiese hecho un chiste muy bueno hacía
unos días y ella ahora se reía sola del mismo. Risa de adulto. Adorable. Supongo
que un hombre con bigote, sombrero y una jaba en cada mano era el equivalente
de payaso. Además, los niños y yo tenemos una relación especial de la que
hablaré en otro momento. No pude hacer otra cosa que reírme yo también. Y la
muchacha igual. La cargó y yo le hice una monería a lo Jim Carrey, lo cual
provocó que la niña riera aún más desesperadamente, ahora sí como una niñita
chiquita. La muchacha me sonrió. Bien: si te ganas al niño de la casa, te ganas
a todo el mundo en ella.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">“Pues no sé”, me dijo ella. “Yo vivo aquí hace casi un año ya y
francamente nunca pregunté quién vivía antes aquí”. “Sí, la gente se muda mucho
y luego uno pierde los rastros”, dije con una sonrisa de oreja a oreja pero así
y todo sonó triste. Sonó triste porque estaba triste. Era un payaso triste.
Ella me miró sin saber qué decir. “¿Era un amigo muy íntimo?”, preguntó. Yo
hice un gesto con los hombros que era mezcla de “sí” con “no” con “quizás” con
“las cosas en la vida no hay que definirlas tanto”. Ella entendió. La niña
también porque se quedó seria y me miró tranquilamente. “Bueno, pues muchas
gracias y disculpe por haberla molestado”, dije. “Supongo que podemos
preguntarle al casero, ¿no?”, dijo ella, ignorando mi despedida.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Yo no supe qué decir. Creo que quería irme ya para poder sentirme
triste sin estar fingiendo. De todas formas, ya yo sabía lo que el casero me
iba a decir. Pero hubiese parecido raro decir que no, así que acepté. Ella
salió al pasillo con la niña cargada, cerró la puerta y me indicó que la
siguiera. Subimos un piso, tocamos la puerta y la muchacha hizo todo el trabajo
por mí. Yo puse mi mejor cara de turista noruego mientras ella le explicaba al
casero y la niña intentaba coger mis gafas. El hombre se puso a pensar y me
dijo directamente a mí: “Sí, sí, tuvimos un francés hace como dos años. No
estuvo mucho. Unos meses. No tengo permitido decir a dónde se mudan, pero de
todas formas él nunca me dijo. Un muchacho muy agradable”. Yo sonreí de oreja a
oreja pero me estaba deprimiendo cada vez más. No porque me dijeran que no
sabían de él, sino porque cada vez lo recordaba más y más. Le dimos las
gracias, y bajé con la muchacha y la niña de nuevo hasta la puerta de su
apartamento.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Mientras me despedía de nuevo la muchacha abrió la puerta, soltó a
la niña, la cual fue corriendo como loca a traerme sus muñecas. Yo le hice
monerías y la muchacha me preguntó si quería agua o algo de tomar. Yo la miré,
visiblemente afectado, y<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>fui brutalmente
honesto: “Tengo miedo de entrar ahí”. Ella me puso cara de “vamos, entra, puede
ser útil”. La miré con cara de quien se deja convencer. Y entré.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Me quedé en el umbral, pero el apartamento era lo suficientemente
pequeño como para que pudiera verlo todo desde ahí. Si bien había cosas
cambiadas era, sin duda alguna, el mismo apartamento. El apartamento del Sr.
Inaccesible. Quizás Laurent viva en otra parte, pero este apartamento es el del
Sr. Inaccesible. Del mío. La ventana inmensa que daba al patio interior, la
cocina, el guardarropa y el baño, casi justo a mi lado. Todo estaba ahí.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Todo vino a mi cabeza. Cuando entramos todo empapados, cuando se durmió
encima de mí y tuve que tirarlo porque pesaba mucho, cuando me dio aquella ropa
infame, cuando bromeó de que era una hora y era otra, cuando me abrió dormido y
sonriendo a la misma vez, cuando puso las velas y la canción, cuando retozamos
en la oscuridad hasta quedarnos dormidos, cuando nos dimos ese último abrazo en
el que nos consolidamos como dos viejos – no adultos, sino viejos - que no se
dicen nada porque saben que las cosas no cambian solo porque se digan. Y ahí
estaba yo ahora, a un metro de donde nos dimos ese abrazo en el cual tanto he
pensado después. No sé cómo pude identificarlo solo con el sauna, con las
drogas y con el resto de los “chicos malos”. El Sr. Inaccesible siempre fue
esto para mí. Fue por eso que se hizo un clásico.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">“No recuerdo su cara”, dije. “De tanto pensar en él, he olvidado
cómo es su cara. Solo distingo rasgos generales. Supongo que si algún día lo
veo sé que será él. Pero actualmente no pudiera hacer un dibujo de él aunque
supiera dibujar”. La muchacha asintió con la cabeza. La niña, como si
entendiera todo, no solo las palabras sino además los sentimientos, me miró
seria con su muñeca en la mano. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Me sentía bien. Visiblemente emocionado – no llorando – pero bien.
Me sentía vivo. Como si la profesora de preescolar me reconociera y me dijera:
“Pero claro que me acuerdo de ti, Raulín. ¿Qué ha sido de ti todos estos años?”.
Cuán poderoso puede ser el reencuentro con los clásicos. Hay que vivirlo para
entenderlo. Hay que ser Carpentier para definirlo. “Muchas gracias”, le dije a
la muchacha. Ella sonrió y asintió con la cabeza. Le hice una monería a la niña
y le dije adiós exageradamente, a lo cual ella respondió con la misma
intensidad. Les sonreí y salí.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Una vez fuera, con mis vegetales en cada mano, creí ver la
bicicleta roja pegada a la cerca, creí sentirme como me traqueaban los dedos,
creí verlo irse montado con su linda camisa mientras yo miraba justo hacia el
otro lado para poder dejarlo ir - ¿lo dejé ir alguna vez? -, caminé hacia el
mismo lado en que lloré aquella vez por media cuadra y aunque no lloré ahora no
me sentí menos vivo por eso. El día era hermoso, como hermoso era el día en que
pasé por ahí por última vez. Allí estaba, casi literalmente tras los pasos del
Sr. Inaccesible. Y fue como si el tiempo no hubiera pasado. Sí: recordar sí es
volver a vivir.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Al llegar a la calle Mont Royal, justo en la dirección contraria a
mi casa, entré al Second Cup, al cual nunca más había entrado, me senté en las
butacas donde nos caímos a preguntas honestas sin mirarnos, saqué mi
computadora de la mochila y, al igual que dos años atrás, comencé a escribir
esta historia. Después de todo, ¿quién dijo que uno no puede volver sobre los
pasos perdidos una y otra vez? ¿Dónde está escrito que la búsqueda de los
clásicos no puede ser considerada ella también como un clásico? ¿Dónde dice que
hay que esperar a pensar con más claridad y menos pasión para contar las
historias que surgen y los sentimientos que se producen cuando uno se lanza
tras los pasos del Sr. Inaccesible?</span><br />
<br />
<span lang="ES-TRAD"><a href="http://estupidoescribir.blogspot.ca/2011/08/el-sr-inaccesible-y-los-dias-de-lujuria.html" target="_blank">El Sr. Inaccesible y los días de lujuria (1ra parte)</a> </span><br />
<span lang="ES-TRAD"><a href="http://estupidoescribir.blogspot.ca/2011/08/el-sr-inaccesible-y-los-dias-de-lujuria_07.html" target="_blank">El Sr. Inaccesible y los días de lujuria (2da parte)</a> </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
Raúl Reyes Mancebohttp://www.blogger.com/profile/03496825375191308799noreply@blogger.com7tag:blogger.com,1999:blog-8017671902649302813.post-84810546943359016972013-04-30T17:21:00.002-03:002013-05-02T23:17:36.020-03:00S&M<style>
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<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Aventurero nato que soy acepté de buen grado cuando aquel hombre
de pelo largo al que no conocía me propuso por Internet sexo sadomasoquista.
Por supuesto que estaba nervioso, pero estar nervioso es el quid de la cosa.
Sadomasoquismo sin estar nervioso no tiene sentido. De hecho, tener sexo de
cualquier tipo sin estar nervioso no tiene sentido. ¿No es por eso que el sexo
en el matrimonio está destinado al fracaso? Pero bueno, no nos desviemos ahora
hablando de otros sexos menos importantes.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Yo sería el masoquista. No pude evitar pensar en la ironía de que
todos mis ex siempre me han llamado sádico. Pero con el hombre de pelo largo de
Toronto sería el masoquista. El amante del dolor.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Amante del dolor: ¡qué apasionante concepto! ¿No nos pasamos la
vida supuestamente huyendo de este? Pues ahora yo tomaba un autobús, luego un
metro y luego otro autobús solo para ir a un hotel a encontrarme a un desconocido
que me lo proporcionaría. Apasionante.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Era un hombre hermoso. Mucho más hermoso de lo que uno espera de un
hombre que se autodefine como “sádico irremediable”. Incluso tuve pensamientos
de matrimonio al verlo, pero – profesional que soy – recordé que mi visita ahí
era estrictamente con el objetivo de ser maltratado. Era un hombre amable y muy
cuidadoso en sus detalles. Tenía sentido. Esos son los que luego se vuelven
extremadamente locos cuando están en una cama y que lo llevan a uno a
preguntarse asustado: “Dios, ¿este es el hombre extremadamente atento que
conocí hace dos horas?”</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Me preguntó si estaba acostumbrado al sexo sadomaso, lo cual me
hizo recordar las miles y miles de barbaridades, rayando casi en lo insano, que
he hecho yo en el sexo pero a las que sin embargo nunca nadie nombró
“sadomasoquismo”. Dije que no y enseguida me sentí como una monja. Pero como he
vivido 30 años en este mundo cruel me sentí con la entereza necesaria para
poner una de mis manos sobre una de las suyas y decirle un “Pero lo haré” con
la seguridad de una monja que decide embarcarse en una misión que la asusta
pero en la que ha decidido irrevocablemente participar.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">La S y la M del sadomasoquismo son ya casi tan conocidas como la S
y la P de la sal y la pimienta, pero a diferencia de estas no las consumimos
tan abiertamente. Así y todo hay una cierta fascinación – macabra quizás, pero
fascinación al fin y al cabo – que experimentamos (o al menos yo) al oír esas
siglas. Pero ¿por qué sentirse emocionados por algo a lo cual – queramos o no –
estamos atados todo el tiempo? ¿Es que no tenemos ya suficientes experiencias
sadomasoquistas en nuestra vida diaria como para además llevarlas a nuestras
recámaras? Aparentemente no: nos hace falta más. Queremos golpes. Literalmente.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">El inicio fue como todos los inicios. Pero muy pronto se notó
quien era el jefe. Un par de posturas a las que no estoy acostumbrado después y
para cuando me di cuenta solo veía su cara encima de mí mientras su imagen se
iba nublando cada vez más debido a su mano estratégicamente posicionada en mi
garganta. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Ahí supe que me iba a morir. En ese momento y en ese lugar.
Moriría teniendo sexo como mis amigos siempre me amenazan que va a pasar. Cuando
vi mi vida pasar por mi costado, él – viejo sabio en anatomía humana: no tengan
sexo sadomasoquista con niños – retiró su mano. Nunca puso cara de loco como yo
esperaba. Estaba tranquilo. Lo cual quizás daba aún más miedo. Al liberarme de
su mano emití un sonido similar al del hombre que logra salir del agua en la
que se estaba ahogando. Él aprovechó para besarme. Lo miré, jadeante y
asustado, pero no dije ni una palabra. Como un hombrecito.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Luego fue más de lo mismo. Pero aguanté. Nunca mencioné la palabra
mágica. Ni siquiera me pasó por la mente hacerlo. Creo que ni siquiera grité.
Pero me dolieron muchas cosas. Un dolor real del que uno pide en secreto que se
acabe ya. Sin embargo, me sentía extrañamente protegido. Gracias a mis artes de
siempre logré que no demorara mucho en terminar. Me iba la vida en ello en esta
oportunidad. Cuando constaté que había terminado me quedé sentado en la cama
cuestionándome lo que había pasado. Entonces, en vez de correr a vestirme como
casi siempre hago, me abalancé sobre él y le pedí sin hablar que me abrazara,
lo cual hizo inmediatamente.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Entonces descubrí dónde radica la fascinación (o al menos la mía)
del sadomasoquismo. Es un precio a pagar por el afecto. Aunque parezca
precisamente lo contrario. Quizás eso sea el masoquismo: una búsqueda de afecto
en la que asumes el dolor como precio físico por algo mucho más valioso y raro
de encontrar. ¿No son mucho más crueles (y dolorosas) muchísimas otras
relaciones (sexuales o no) en las que no hay ningún golpe pero tampoco ningún
interés por involucrarse? “El mejor dolor es el que viene de la persona que se
interesa por uno” dijo él luego, cuando yo preguntaba y preguntaba sobre el
sadomasoquismo, corroborando así mi incipiente teoría de aficionado al S&M.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Al irme seguía siendo un hombre caballeroso y educado. Y hermoso.
Pensé de nuevo en matrimonio. Un matrimonio algo raro, pero quizás más real. Y
sin duda alguna <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>un matrimonio en el que
siempre estaría nervioso antes de tener sexo, lo cual aseguraría su duración.
Pero no, el S&M, como muchas otras cosas, está bien para un día. No hay
nada malo en ir hasta los límites pero sí está mal en no saber cómo regresar. O
al menos para mí.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Así y todo estuvo bien. Quizás la próxima vez que el hombre de pelo
largo de Toronto esté de visita en la ciudad lo repita. Una vez al año no me va
a matar…o al menos eso espero.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
Raúl Reyes Mancebohttp://www.blogger.com/profile/03496825375191308799noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-8017671902649302813.post-49628786443776043602013-04-19T11:55:00.000-03:002013-04-30T17:58:55.624-03:00Los promiscuos
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<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Ser promiscuo es un arte. No hay nada fácil ni simple en acostarse
con mucha gente. Un paso en falso y todo puede explotar en tu cara. Por eso hay
leyes que todos sus practicantes sabemos que hay que cumplir si no queremos
salir dañados. Leyes que por desconocer en un inicio nos afectaron muchísimo
pero que con el tiempo aprendimos a manejar para poder disfrutar de la
promiscuidad. Leyes que nos han salvado la vida en más de una ocasión. Hoy solo
hablaré de una, quizás la más importante de todas para mí: no interesarse
seriamente por ningún otro promiscuo jamás.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Todo comenzó el sábado en la tarde. Por causa de unos amigos
cubanos que andaban por Montreal estuve dos días sin tener sexo. Ni siquiera
masturbarme pude. Así que el sábado al mediodía cuando finalmente los despedí
en la estación, supe perfectamente qué era lo primero que tenía que hacer.
Aunque tenía una cita en René-Lévesque en la noche con un interesantísimo
hombre de rasgos mediterráneos, faltaba demasiado tiempo para eso todavía, así
que al llegar a casa activé mi sistema de búsqueda rápida de hombres online y a
los dos minutos ya tenía unos 10 candidatos decentes (o indecentes, como usted
prefiera). Escogí a uno que no había visto nunca y que vivía cruzando el
parque. Le mandé un guiño y le enseñé mis fotos privadas, él me dio las gracias
y mandó las suyas, le di mi dirección y me dijo que estaba aquí en 15 minutos.
El ciclo perfecto.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Mientras lo esperaba casi me duermo. Tenía sueño por haberme
despertado bien temprano. Pero mi cachondeo era más fuerte. Como era sábado mis
compañeros de piso estaban todos en la cocina, de ahí que vigilara atentamente
el no quedarme dormido y que ellos tuvieran que abrirle la puerta a un amante
que yo ni siquiera conocía. Así que cuando finalmente tocó el timbre, me quité
la pereza y corrí a abrirle. Me gustó desde el inicio. Tan lindo como en las
fotos. Bien por mí y mi ley de atracción. Mientras se quitaba las botas en la
puerta hablamos en francés sobre tonterías que se dicen dos que van a tener
sexo y que no tienen ningún interés en conocerse más. El clima, el barrio, el
nombre que se olvidará en dos minutos…Pero cuando le dije mi nombre me dijo en
perfecto español: “¿Hablás español?” (“hablás”, no “hablas”). Le dije que “sí,
claro” y sonreí. “Yo también: soy argentino”.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Oh, por Dios: ¡un argentino! Yo adoro a los argentinos (y nada que
pueda decir nadie nunca, ni siquiera ellos mismos, me hará olvidar mi obsesión
por los albicelestes así que ni siquiera lo intenten). Y jamás he estado con
uno. Jamás, jamás. Hace dos semanas - con un neozelandés - cumplí mi misión de
estar con personas de todos los continentes, así que tampoco es una lista de
países pequeña (ja: para nada). Sin embargo, con los argentinos, que tanto me
han atraído desde pequeño, ni un beso. Bueno, pues oficialmente estaba más
interesado que de costumbre en este sexo casual de sábado por la tarde. “Yo
cubano”, dije. “Soy Luis”, dijo él para completar el círculo de nombres y
nacionalidades, que de pronto se había vuelto más que interesante.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">La siguiente hora y media fue fascinante. No se dijo una palabra
más luego de las introducciones. Nada. Nunca más oí su voz ni su acento del
sur. Fue todo sexo. Desde que entramos por la puerta de mi cuarto. Con miradas
directas a los ojos, manos agarradas, pasión déspota mezclada con narices
tiernas que rozan los cuellos, pies que se entrecruzan y mordidas en la
espalda. Sexo de altos quilates, no siempre común en sábados casuales en la tarde.
Más de una vez pero sin pausas en el medio. No recuerdo un momento, ni aún en
los que nuestras caras estaban bastante lejos, en que no lo besara o al menos
lo intentara por complejo que pareciera. Desde que lo besé por primera vez
conectamos perfectamente; una hora y media después su boca era mi hogar de toda
la vida.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Cuando finalmente le dimos un cierre a aquello, producto más bien
del cansancio físico que por genuinos deseos de terminar, ya yo estaba
enamorisqueado. Quería ponerme un apellido italiano, escoger entre el River y
el Boca y gritarle a la Thatcher que las Malvinas eran nuestras. Yo, nunca lo
duden, soy un romántico perdido. Y de los que se enamora teniendo sexo como
debe ser. “¡Qué bueno!” dijo él por algún lado de la cama para juzgar con una
frase nuestra pasada hora y media y recordarme de paso lo mágico que es para mí
el español del sur del continente. Yo, sudando y jadeando como si hubiese
terminado una maratón, asentí con la cabeza.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Me acomodé correctamente en la cama, estiré las sábanas a mi lado
y di dos palmadas en el colchón para indicarle que se acostara a mi lado. El
anfitrión es quien debe definir esas cosas. Y ese argentino no se iba a ninguna
parte por ahora. Seguimos besuqueándonos. Buenísima señal. Entonces hablamos.
De los quebecos, de Fito, de su pueblo natal que yo no conocía ni de
referencia, del Papa, de Messi, de su trabajo, de nuestro sexo. Ni física ni
ególatramente se parecía al argentino que yo tengo en mi cabeza (y que tanto me
gusta) pero esta “variante de argentino” me tenía rendido a sus pies con sus
ojos azules, su masculinidad y su cara de muchacho grande y buena gente. Mayor
que yo, aunque no tanto. Nada de niños en las Grandes Ligas. Seguimos dándonos
besos, toquetéandonos y hablando sobre Argentina por un buen rato hasta que su
cordura le recordó que se tenía que ir.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Mientras se vestía y yo le ponía una canción de Fito que él nunca
había escuchado, le pregunté: “Bueno, nos veremos de nuevo, ¿no?”. Nunca hago
esa pregunta. Jamás. No por orgullo, sino porque no es necesaria. Si el sexo
fue bueno, siempre el hombre va a regresar. Y aquí no había ninguna necesidad
de aclarar eso. Sin embargo pregunté. Supongo que me sentía bien y se me salían
las cosas de cuando jugaba en las Ligas Menores. “Claro. Te daré mi teléfono”
dijo, antes de agregar un segundo después, como si hubiese estado esperando
desde hacía rato para decirlo: “A ver, yo tengo novio.” Ahí me sentí como Norma
Aleandro cuando Héctor Alterio le metió los dedos entre la hendija de la puerta
y la cerró. Pero no dejé traslucir nada. “Claro que tienes novio”, le dije
mientras lo besaba. “Aunque él no vive aquí”, aclaró. Bien. “De hecho hace un
mes que no tenía sexo”. Yo dos días y me quería morir, no tengo ni idea de qué
se puede sentir en un mes. Lo besé de nuevo y sonreí comprensivo como diciendo
“no hay problema, regresa cuando quieras y como quieras. Solo regresa”. El
sonrió también, como diciendo “por supuesto que regresaré”.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Cuando se fue me sentí algo melancólico. Siempre me pasa cuando me
la paso bien. Son las consecuencias de ser feliz por un rato. Entonces tus
ganas de dormir y tus pensamientos de dos horas atrás te parecen tan lejanos,
tan ajenos. Siempre me pasa. Me acosté de nuevo en mi cama, que olía a nosotros
dos, mientras el cielo se ponía cada vez más amarillo. Ah, lástima que tuviera
novio. No es que fuera a casarme con él, pero me gustaba la opción de que
cruzara el parque de vez en cuando y ver sus ojos azules…Pero bueno, ya
volverá. ¿Cuándo los novios han querido decir algo, después de todo? Solo que
me hubiese gustado que se hubiera quedado hasta que la tarde cayera
completamente…o quizás un poco más. Ah, soy un romántico perdido.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Después de un vino de calidad, uno no va a emborracharse con
alcohol barato. Después de un buen hombre, uno cierra las operaciones por el
día. Así que cancelé mi prometedora cita en René-Lévesque. No me iba a sentir
bien, de todas formas. La melancolía hay que disfrutarla. En su lugar me
dispuse a ir a una fiesta de cubanos a la que también estaba invitado ese
sábado. Todo muy sano. En el metro rumbo a la fiesta, ya de noche, conservaba
todavía mi espíritu postcoital y mi nostalgia de tardes románticas y
apasionadas al otro lado del continente.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Entonces sucedió. En el mismo metro. No recuerdo cuál fue la
causa, pero pasó en un segundo. Incluso menos. Creo que fue un cartel en una de
las estaciones que me recordó a Andrés. Sí, eso fue. Y recordé que Andrés me
había dicho que no le dijera algo a Benoît. E intenté acordarme qué era lo que
no se le podía decir a Benoît. Luego pensé en lo insoportable que es Benoît
pero que no es mal tipo. Y entonces me golpeó. Como un ladrillo. El ex novio
argentino llamado Luis de Benoît.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Le pedí a mi mente que me traicionara. Esos segundos que dedica
uno, justo antes de declararse vencido de nuevo por la vida, a pedirle a su
propia mente que se equivoque. No es Luis: es Gabriel, es Lorenzo, es Claudio.
No es argentino: es chileno, es uruguayo, es paraguayo. El ex de Benoît no es un
argentino llamado Luis. No lo es… Pero el mal estaba hecho. Nunca puedo
engañarme por más de tres segundos. Ojalá pudiera, fuese más feliz. Además yo
conocía muy bien la historia del ex de Benoît como para olvidarla una vez
recordada. Bastante me había demorado en acordarme, de hecho. Incluso siempre
había pensado que lo conocería en algún momento debido a lo mucho que se
hablaba de él. Y sin embargo, cuando pasó, no me di cuenta a tiempo.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Antes de ir más lejos con mis pensamientos decidí que tenía que estar
seguro primero de que era él. Nada de desesperarse por cosas que no están
confirmadas. Pero ¿cómo? A pensar. Ya que no podemos engañar a la mente, pues a
sacarle provecho. ¡Piensa, piensa, piensa! Andrés no conoce al ex de Benoît,
solo ha oído los cuentos como yo, no puedo preguntarle a él. Llamar al mismo
Benoît es demasiado. Nunca lo llamo. Y si lo hago y a los dos minutos le
pregunto si su terrible ex tiene los ojos azules, vive cruzando mi parque, sus
besos se sienten como mi hogar y sonríe aliviado entre gemidos y sudor cuando
su amante tiene un orgasmo se daría cuenta enseguida. ¿Qué hacer? ¡Piensa!</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Facebook. Por supuesto que Facebook. Siempre ha sido mi mejor
aliado cuando quiero saber quién conoce a quién, quién detesta a quién y a
quién le gusta quién. Pero ¿cómo llegar hasta Luis? Confiar en que sea “amigo”
de Benoît. Yo nunca tendría a mis ex en Facebook pero nunca se sabe con estos
quebecos y su modernidad. Ahora, ¿cómo reviso Facebook en el metro? Supongo que
debería ir a la fiesta y al regresar a casa investigar con calma, pero eso es
pedirle demasiado a un escorpión impulsivo y que vive al día. Tiene que ser
ahora o mi noche de sábado está perdida. Desinstalé Facebook de mi móvil hace
unos días para actualizar Angry Birds así que tengo que instalarlo de nuevo.
¿En qué estación me bajo? ¿En la próxima o mi impaciencia me dejará esperar al
menos hasta Berri-Uqam, que es mi destino? ¡Piensa con claridad y no te
aturdas! ¡Nada de desesperarse por cosas que no están confirmadas!</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Sorpresivamente logré esperar hasta la inmensa Berri-Uqam. Al
subir busqué un lugar con señal y me senté en un quicio con cientos de personas
(Berri es la estación principal de Montreal y era sábado en la noche) caminando
de un lado a otro. Respiré hondo, ya que sé muy bien que si uno está alterado
la tecnología no funciona y en este caso no podía darme ese lujo. Así, pasé por
el proceso de descargar Facebook, entrar a mi cuenta y toda esa parafernalia
que cuando uno está apurado es insoportable, y aún más en un teléfono, con la
mayor sangre fría posible. Para ese entonces mi hermosa y romántica tarde de
tangos y besos no era más que un recuerdo. Ni siquiera sabía qué era lo que me
molestaba tanto (incluso podría decir que me “dolía”) pero como me había
prohibido hablar conmigo mismo del asunto hasta no confirmarlo aquel vacío en
el estómago tendría que esperar todavía un rato más antes de que sus causas
fueran analizadas. Cuando finalmente todo estuvo listo respiré, busqué a Benoît
entre mis amigos, busqué a su vez la sección de sus amigos, escribí la L, la U,
la I…</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Por supuesto que era él. Ni siquiera tuve que poner la S y ya su
foto, la misma que tenía en el otro sitio, había aparecido. Para que ni
siquiera se me ocurriera inventar la excusa en mi cabeza de que, además de su
ex, Benoît tenía otro amigo argentino llamado Luis, la mitad de sus fotos eran
con él. Ahí estaban: en viajes a no sé dónde, en comidas con no sé quién, con
las caras bien pegadas y mirando a la cámara que uno de los dos sostenía. Tres
amigos en común conmigo: Benoît y otros dos que me metí y que me dio por pensar
que él también…Se acabó. Cerré el Facebook, desconecté la Internet, fingí
conmigo mismo que nada pasaba, me levanté y salí de la estación.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Afuera el frío casi me lleva. Al frío hay que salirle con
entereza, si no se te mete en el alma. No supe para dónde coger en un primer
momento así que crucé semáforos solo porque estaban en verde, salté charcos de
hielo solo porque estaban frente a mí y caminé por unas dos cuadras solo porque
tenía dos piernas para hacerlo, todo esto fingiendo conmigo mismo que
encontraría la fiesta de alguna forma mágica. A medida que la falta de
propósito se intensificaba me hacía más y más vulnerable y el frío aprovechaba
para hacer más daño. Entonces me llamé a capítulo, me dije que tenía que
aceptar que algo me pasaba, detuve mi marcha sin rumbo fijo, contemplé por diez
segundos el piso, respiré hondo y asumí que era el momento de hablar con la
única persona que me ayuda siempre cuando no sé muy bien qué me molesta (o lo
sé pero no quiero aceptarlo). Regresé sobre mis pasos, entré a Berri-Uqam,
caminé hacia donde mismo había estado sentado cinco minutos atrás y me volví a
sentar. La dilatada conversación conmigo mismo había llegado.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Primero: ¿Qué me molestaba en realidad? Que fuera el ex novio de
Benoît me tenía sin cuidado, eso es seguro. Ni yo soy tan amigo de este ni a él
creo que le importe mucho a estas alturas de la vida. Además él se pasa la vida
diciendo que yo soy lo peor por acostarme con mucha gente (algo que él hace
también), así que al final al estar con su ex no hago más que probar su teoría
y vengarme de paso. Sea como sea, no me interesa. Lo que sí me molestó (me
dolió) fueron todos los cuentos que oí de Luis aún sin conocerlo. Todos los
engaños, las escapadas al sauna para acostarse con todo el mundo, las
drogas…Nada de esto se ajustaba para nada con la imagen del muchacho que recibí
en mi casa hoy. Quizás fue por eso que cuando lo conocí no lo relacioné con el
ex de Benoît. Siempre había pensado que sería diferente. Por supuesto, uno
nunca debe hacerle caso a la descripción de un hombre contada por su ex, pero
así y todo estoy convencido de que todo es real. De todas formas, que sea
verdad o mentira no es el problema: el problema soy yo.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Yo soy un hipócrita. Me acuesto con todo lo que me gusta, sin
límites de ningún tipo, y sigo considerándome a mí mismo como alguien sensible,
espiritual y no corrompido por los excesos del sexo, los cuales considero al
final como un deporte. Sin embargo, solo tengo que escuchar que alguien más se
acuesta con mucha gente y lo considero inmediatamente como una puta que ha
perdido toda sensibilidad. Voy al sauna cada vez que me da la gana, me he
emborrachado, drogado y acostado con todos y sigo creyendo que soy bueno (lo
soy), pero me dicen que alguien más lo hace y pienso en él como un monstruo. Un
verdadero hipócrita. Me parezco a muchos cristianos que adecúan secretamente su
religión en su cabeza para poder serle infiel a sus esposos sin cargos de
consciencia pero siguen criticando a los homosexuales porque “La Biblia está en
contra”. Me doy asco. Pero las causas de mi hipocresía se encuentran (todas las
causas de la hipocresía tienen el mismo origen, de hecho) en mis limitaciones.
Si bien yo me desempeño bastante bien en las Grandes Ligas de la promiscuidad,
hay elementos que todavía no he llegado a controlar del todo. Procedo a
explicarme.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Los homosexuales han estado todos con todos. Eso es una realidad
que mientras más rápido se acepta más rápido se aprende a lidiar con ella. Pero
si usted es heterosexual y va a hacer un mohín con la cabeza y decir “es verdad
que son muy promiscuos” al leer esto, le aclaro que esta es una cualidad
inherente a todo ser humano. A usted también. Y usted lo sabe perfectamente.
Imagínese en un cuarto lleno de hombres sin ropa (o mujeres sin ropa) e intente
convencerse a sí mismo/a que, lo reprima o no, no tiene usted ganas de estar
con más de uno/a. Finja con los demás que no, miéntame, pero no se mienta a
usted mismo. Si usted no es promiscuo es por falta de oportunidades (o por una
profunda disciplina de espíritu), pero no por ausencia de ese instinto,
perfectamente normal en muchas especies animales, incluido el hombre. Así que
no la coja con los homosexuales por ser más honestos al respecto.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Sin embargo, es cierto que “chez nous” la cosa es verdaderamente
exagerada. Las causas son perfectamente lógicas. Por un lado los gays deciden
combinar su salida del closet (esto incluye a los que no salen del closet
también) con su salida de toda norma cívica establecida por la sociedad. Es
algo como “ya rompimos con esto de asumirnos sexualmente, ahora aprovechemos y
rompamos con todo”. Son unos perennes años 60. Del otro lado están las
matemáticas. Tome 4 heterosexuales (si usamos bisexuales como ejemplo esto no
funciona pero ¿a quién le importan los bisexuales?), 2 hombres y 2 mujeres. La
cantidad de combinaciones posibles para tener sexo entre ellos será de 4 (cada
mujer con cada uno de los hombres o viceversa). Tome ahora 4 homosexuales. La
cantidad de combinaciones es de 6. Cada uno con cada uno de los demás. O sea:
todos con todos.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">De esta forma, si mezclamos este espíritu de ruptura de normas con
la inefabilidad de las matemáticas demostramos fácilmente por qué somos más
promiscuos que los heterosexuales, los cuales ya de por sí, también lo son. Por
supuesto, siempre hay causas que atenúan un poco esta situación: la distinción
entre activos y pasivos (si tomamos 4 pasivos es poco probable que tengan sexo
entre ellos…aunque podrían estar todos en la misma orgía, en cuyo caso se puede
considerar como que tuvieron sexo juntos), la consciencia de algunos jóvenes
moralistas a no ser de esta forma (después se les quita y son los peores) y
otras poco relevantes. Sea como sea, no influyen mucho en la estadística final.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Todo esto conduce a un pequeño mini caos. Salvo raros casos (de
bisexualidad) las dos ex esposas de un mismo hombre no tienen sexo entre ellas.
En el mundo gay es muy frecuente acostarse con el ex de tu propio novio ya sea
antes de este o después (¿a qué nunca habían pensado en eso?).<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Imaginen un mundo donde la siempre odiada anterior
esposa de tu marido se convierte luego en tu interés sexual. Bienvenidos a mi
vida. De la misma forma, tu novio “para toda la vida” después es el novio “para
toda la vida” de otro que estuvo contigo en una orgía dos años atrás, justo en
la época en que tú eras novio “para toda la vida” del primer amante de tu tío
(ejemplo tomado de la vida real). ¿Les dio dolor de cabeza?: era el objetivo.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Entonces, si esto es así y no se puede cambiar, solo hay una cosa
que se puede hacer: ignorarlo. Así de sencillo. Más que ignorarlo: no
considerarlo como un verdadero problema. Que la gente se acueste con quien
quiera, al final tener sexo sí es un deporte (uno necesario, que conste). Pero
si al final nos encontramos con alguien que nos gusta mucho, con el cual queremos
sexo y algo más, ¿qué sentido tiene torturarse con el hecho tan banal de que
haya estado con otros antes de uno? ¿Qué sentido tiene ponerse a pensar en
otros hombres, tan insignificantes que ni él mismo los recuerda? Después de
todo, de esas 6 posibles combinaciones de sexo, ¿cuántas son verdaderamente
relevantes? ¿1? ¿0? Sin embargo, por muy lógico (y cierto) que sea todo esto,
ahí es donde yo fallo.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Yo soy extremadamente sexual. Y me gusta ser así. Si no fuera
porque tengo otros talentos me daría por pensar que nací solamente para
copular. De hecho, hay etapas en mi vida en las que es lo único que he hecho
que valiera la pena. Aunque puedo estar con un solo hombre por mucho tiempo (me
lo he demostrado varias veces), soy intrínsecamente promiscuo. Y jamás he
tenido cargos de consciencia al respecto. Mi problema es cuando los que me
interesan lo son.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Si estoy excitado, drogado o borracho no me importa. Veo a los
demás (incluso a los que me gustan mucho) teniendo sexo delante de mí y no me
molesta en lo absoluto, me hacen los cuentos de cómo se los cogieron otros y no
hay problema, sé que estuvieron con otros cuyos nombres y apellidos conozco y
hasta me excita pensar en lo que hicieron juntos. No es que me encante tampoco,
pero no me parece nada relevante. Es solo sexo. Mis respiración no se afecta ni
siento vacíos en el estómago. Quiero creer que ese soy el verdadero yo. El que
internamente sabe que el sexo es deporte y lo verdaderamente importante son
otras cosas.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">El problema viene después cuando me pongo a pensar. Ese Raúl que
no está ni excitado ni borracho ni drogado. El monje hipócrita. Entonces me
pongo a juzgar a los demás por cosas que yo hago todos los días y a las que no
les doy ninguna importancia. Para colmo, como tengo una imaginación extremadamente
fértil me vienen imágenes extremadamente descriptivas a la cabeza que no me
dejan ni dormir. Esto tiene que ver con la autoestima, por supuesto. Es el
típico “me dejaron fuera” de toda la vida. Un “me dejaron fuera” completamente
ilógico por demás, porque estamos hablando de cosas que pasaron cuando tú ni
siquiera estabas en el mapa, pero ¿quién le explica eso a la mente?</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Yo admiro profundamente a todo aquel que no se deje afectar por
eso. Es una de las poquitísimas cosas que le envidio a otros seres humanos.
Considero que esa punzada que me da cuando me entero de que Fulano estuvo con
Mengano es algo que me atrasa. Si pudiera quitármela fuera promiscuamente
perfecto. De hecho, no pierdo la esperanza de que algún día - mucha meditación
mediante - lo logre. Pero por ahora me sigue molestando: en menor medida que
hace diez años, por supuesto, pero lo suficiente como para si descubro en el
metro que el argentino con el que quería tener un romance se va al sauna a que
todo el mundo se lo meta, pues me arruine el día. Ahora bien, un buen jugador
no lo es porque sea perfecto: lo es porque sabe cómo suplir sus carencias. Si
bien dejo que cosas como estas me arruinen el día, sé perfectamente cómo
enderezarlo todo de nuevo gracias a algo que descubrí hace algunos años.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Al inicio de mi carrera en las Ligas Juveniles toda esta situación
de la promiscuidad me afectaba muchísimo. Todos aquellos pájaros acostándose
unos con los otros, los hombres que yo quería formando parte de aquella masa,
una “casualidad” detrás de la otra en la que las mismas personas aparecían en
diferentes historias todas relacionadas…Ni contarles las miles y miles de
anécdotas. Y yo me lo tomaba a la tremenda. Tanto interna como externamente.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Pero un día una me golpeó profundamente. Una de esas
“casualidades” tenebrosas. Ya yo había dado algunas vueltas en este mundo
cuando me encontré a un muchacho lindo, joven e inocente, sin casi ningún
pasado que olvidar, en el que me refugié de este mundo atroz. Él solo había
tenido sexo una vez, con otros dos hombres. Yo lo sabía, y si bien no me hacía
mucha gracia que se acostaran con mi jovenzuelo, tampoco lo había engrandecido
en mi cabeza. Hasta que me enteré de quiénes eran. Ahí, en la parada de
Coppelia en una tarde de julio.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">El hombre más abominable de este mundo. Uno que pasó por mi vida
cinco años antes para cambiarla para siempre. Uno que me tomó mucho tiempo pero
que logré sacar de mi corazón. Uno que nadie, solo Ray, sabe lo que ha
representado para mí. Ahora regresaba a mi vida de una manera completamente
inesperada y aún más siniestra. Y para colmo con su detestable novio. Creo que
nada me ha dado más asco en toda mi vida.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Pero ese fue el día en que entré a las Grandes Ligas. Primero
pensé que me daría un ataque. Que no podría dormir en las noches (¡yo estaba
enamorado de ese niño! ¿cómo podía estar precisamente con aquel otro?). Pero no
hice nada. No dije nada, no moví un dedo, no grité ni en mi mente ni en la
parada de Coppelia. Solo me quedé tranquilo. Y en mi cabeza, lentamente, fui bloqueándolo
todo. Era como si no tuviera sensibilidad ante nada: me los imaginaba a todos
teniendo sexo y no sentía nada, me imaginé a mí siendo feliz con el jovenzuelo
y no sentía nada tampoco. Estaba aprendiendo a neutralizar mis emociones.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Pensé que me duraría poco, pero no. Me duró para siempre. No puedo
decir que lo haya olvidado pero tampoco me interesó nunca. Fue como un pequeño
detalle en que nunca pensaba. Algo sin importancia. Claro que tuve que congelar
también mi pasión por el jovenzuelo pero para entrar a las Grandes Ligas hay
que hacer sacrificios. Y estuvo bien. Había encontrado la manera de
desenvolverme en el mundo de la promiscuidad: no sentir nada. Verlos a todos
como ajenos a uno. A los buenos y a los malos.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">De esto hace muchísimos años y así he sobrevivido desde entonces.
Yo me dejo enamorisquear pero en cuanto empiezan los “yo estuve con Fulano” o
los “tengo novio” o los “es el ex de Benoît” y la promiscuidad empieza a
afectarme, pues congelo mis emociones antes de que vaya más allá. Algún día -
mucha meditación mediante - encontraré la forma de que no me afecte y pueda
verlo todo como algo muy sencillo e irrelevante. Por el momento, bloqueo todo
lo que tenga que ver con ellos. Lo que sea para ser feliz.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Así fue como, sentado en el quicio de Berri-Uqam, dejé ir en mi
cabeza al hermoso argentino. Bloqueé todos mis pensamientos románticos, mi
tarde de sábado, mi incipiente ilusión, mis marchas de protesta frente a la
Casa Rosada para que descongelaran nuestras cuentas de los bancos, mis ganas de
que cruzara el parque, sus besos que se sentían como mi hogar...Cual tango
argentino, lo sacrifiqué todo. Me dolió un poco, por supuesto, pero supe que
era por mi bien. El arte de saber renunciar, una vez más.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Por supuesto que lo veré de nuevo. Y tendremos sexo. Quizás hasta
le diga que sé que es el ex de mi amigo Benoît. Pero nada más. Solo eso (que ya
es bastante). Otro amigo sexual más. De los que no duele cuando se acueste con
otros o cuando te cuente acerca de su novio. Una relación típica entre
jugadores de Grandes Ligas.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Al salir de Berri-Uqam me sentía tranquilo de nuevo. Analicé hacia
dónde estaba la fiesta y enseguida me acordé del camino. Sin embargo, en vez de
dirigirme hacia ella, y a pesar de que supe que mis amigos se enojarían
conmigo, cogí justo hacia el otro lado, en dirección a René-Lévesque. El frío
no me afectaba ya en lo más mínimo e incluso lo consideraba como una agradable
brisa en mi cara.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
Raúl Reyes Mancebohttp://www.blogger.com/profile/03496825375191308799noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-8017671902649302813.post-33954254083562955532013-03-08T19:46:00.000-04:002013-04-30T18:02:59.429-03:00To all the girls I could've loved before
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<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Todo comenzó cuando fui por segunda noche consecutiva al cine. En
las últimas semanas estoy inconcebiblemente orgulloso de mí mismo. Enfocado,
centrado, creativo, divertido, emocionado, disciplinado. Leo, escribo, no tengo
mucho sexo (no es que lo haya descartado pero no salgo a buscarlo tampoco),
hago algunas traducciones para pagar la renta, aprendo a cocinar, organizo mi
música y mis fotos, tengo mi cuarto impecable…¿Habré encontrado (finalmente) un
balance entre la vida que tengo y la que quiero tener? ¿Es este el inicio de
una estabilidad necesaria para que los excesos sean una parte importante de mi
vida y no mi vida como tal? No hablemos más de eso por ahora y dejemos que el
futuro nos diga. Sea como sea: me siento muy bien por estos días.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Pues entre las cosas a las que también he regresado está el cine.
Las últimas dos noches me fui a la última tanda del Cineplex Forum en el centro
de la ciudad (un complejo de 32 pantallas), compré mi Coca-Cola inmensa y me puse
a ver mis películas en una sala con no más de cinco personas. La soledad y el
consumismo capitalista aprovechados como debe ser. ¿He mencionado antes que
adoro mi soltería?</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Así que anoche cuando salía de ver (y adorar) “Silver Linings
Playbook” (ahora que lo pienso, Jennifer Lawrence quizás sea la culpable de
todo lo que pasó después) me fui a coger el último metro (ah, Truffaut!) para
ir hasta la estación Papineau y de ahí coger un autobús hasta mi casa. Suena
complejo pero es increíblemente fácil. Al llegar a Papineau faltaba media hora
todavía para que viniera el autobús, y como esperarlo a menos 23 grados no es
una opción (como no lo es caminar hasta mi casa aunque no esté a más de un
kilómetro) me fui, en una repetición exacta de mi noche anterior, al Stud.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">“Le Stud” es un bar en el village gay reservado (aunque no
solamente) para los hombres no tan jóvenes. Nunca voy pero cuando he pasado por
ahí me ha caído bien. Es gratis, está abierto hasta las tres de la mañana,
algunos de los tembas están rebuenos, nunca ningún joven entrará ahí sin que le
toquen las nalgas como mínimo dos veces y - lo más importante - está a cien
metros de la estación Papineau, lo cual lo hace el lugar perfecto para esperar
el autobús. Pero sobre todo me encanta la estabilidad aburrida que tiene. No es
como la discoteca gay, en la que los homosexuales tienen que ir a demostrar que
ellos lograron salir del closet, van al gimnasio todas las tardes y se han
acostado todos con todos. No: esto es como un bar heterosexual aburrido y
semivacío donde uno va a tomarse una cerveza sin tanto glamour. Me hace pensar
que ser gay no es ni tan relevante ni tan transgresor y que podemos dedicarnos
a pensar en otras cosas como la contaminación ambiental o la superación del
alma. Y como en Cuba todavía estamos en la fase anterior, esta dinámica de los
bares montrealenses se ajusta muchísimo más a mi persona.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Como era lunes (oficialmente inicio de martes ya) estaba mucho más
tranquilo que el día anterior. Noche de karaoke. Me senté en una esquina y
esperé mis quince minutos sin quitarme el abrigo. Uno de unos 40 años me miraba
atravesado. Yo, cual réplica del día anterior, lo ignoré olímpicamente. No sé
qué tengo, pero sé que no es malo. Es como si estuviera depurando. Ni siquiera
me importa que me miren para los efectos de la autoestima. Ah, si pudiéramos
mantener este espíritu toda la vida…</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Pues bien, cuando ya me iba, él me vio y se paró. Yo decidí correr
antes de que me cayera atrás pero los guantes me jugaron una mala pasada y me
alcanzó justo cuando salía. Pero bueno, tampoco soy de los que le tiene miedo a
los hombres. “Hey”, me dijo, ya en la calle. “Hey”, dijo un lacónico yo. “¿Por
qué te vas? Acabas de llegar”. “Mi guagua se va”. “Quédate, yo te llevo luego”.
Y con estas tiernas palabras me besó. Así son los hombres de Stud. Nos besamos
y tocamos nuestros respectivos miembros viriles (que esté de vacaciones de los
hombres no quiere decir que sea frígido). “Escucha, entramos de nuevo, termino
mi cerveza, te llevo a mi casa y después a la tuya. Mi apartamento te
encantará: está cruzando el río y se ve toda la ciudad. ¡Y acabo de comprar un
telescopio!”. Yo sonreí. Había descubierto mi secreta pasión por la
arquitectura de apartamentos que uno visita una sola vez y por los telescopios
para ver las ciudades de noche.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Era argelino. Como todo aquel que ha pasado por las camas de
muchos argelinos, marroquíes, libaneses y algún que otro egipcio, tunecino y
sirio, este sexoreportero conoce perfectamente el valor de un árabe. No es
tanto que sean buenos en la cama sino lo casuales que son. Muy relajados. No
hay que estar posando para ellos ni poniendo caritas. Muy parecidos a los
cubanos (a los cubanos que no intentan lucir como un estereotipo de macho
latino, obviamente). Perfecto para una relajada noche de lunes. Y además con
carro. Ah, no hay que exagerar: no hay nada de malo en cambiar un poco los
planes si todo fluye correctamente. “Ok”, dije. “Entonces, entremos”, dijo
apresurado (recuerden que había menos 23 y él por caerme atrás no se había puesto
su abrigo).</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Así que entramos de nuevo. Esta vez me senté en la barra,
quitándome ahora sí el abrigo, la bufanda, la gorra y los guantes (el invierno
es toda una aventura de trapos y más trapos). La barra era un cuadrado que
rodeaba a un fuertote con tatuajes de unos 40 años que fungía como camarero. El
árabe me invitó a una cerveza. Me puse a mirar el karaoke con una ligereza
mental envidiable. Ni siquiera me veía en la necesidad de tener que iniciar una
conversación. Solo estaba ahí, disfrutando mi espíritu y mi momento. El árabe
se puso a hablar con uno del otro lado. Uno jovencito. Ni siquiera me fijé
bien. Unos minutos después, se viró y me dijo: “¿Te molesta si va a la casa con
nosotros?”. Me incliné para mirar mejor al joven, este me sonrió pillamente, yo
le sonreí de vuelta, volví a mi posición original y le dije a mi árabe
pastelero: “Para nada”. Él sonrió como un niño al que le dejan quedarse una
mascota. “Perfecto”, dijo y siguió conversando con el muchachito mientras yo
seguía mirando el karaoke.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Después de un tiempo mis dos nuevos amigos salieron juntos a fumar
y me quedé solo. Agradablemente solo. De todas formas, no estábamos hablando
mucho antes. Un hombre muy simpático se me acercó y comenzó a hablar de cómo
prefería Toronto a Montreal. Le sonreí y le di mis razones de por qué yo
prefería lo contrario, pero entonces la protagonista de este post se subió al
pequeño tablado del karaoke y comenzó a cantar una canción de Bon Jovi.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Era linda. Si no, creo que nada habría pasado. Menuda y manuable,
aunque no tan chiquita. Extremadamente blanca. Pelo largo castaño oscuro y cara
preciosa. De esas mujeres que no amenazan con su presencia, solo encantan con
su belleza. ¿Sería lesbiana? Las dos que andaban con ella sí lo eran, pero ella
no lo parecía. No es que fuera importante tampoco. No cantaba bien (tampoco
mal), pero era simpática. Se equivocaba en la letra y ella misma se corregía.
Adorable. Nadie la miraba, ni siquiera sus amigas que se enfrascaban en una
conversación. Nadie la miraba…salvo yo, quien me había olvidado de mi cerveza y
del hombre que me hablaba y la miraba con sonrisa de bobo fija en la cara. Al
terminar creo que fui el único que la aplaudió, pero no creo que nadie lo notara
tampoco.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Al regresar a la barra se sentó al lado de sus amigas, quienes la
aplaudieron al verla llegar pero siguieron conversando entre ellas
inmediatamente después. Ella se puso a buscar unas cosas en su abrigo mientras
le daba sorbos a su trago. Yo miraba cada una de sus acciones como si fuera un
acosador. Entonces hice lo increíble. Le pedí disculpas al hombre que me
hablaba y a quien hacía mucho que no escuchaba, dejé mi cerveza casi terminada,
acomodé mis trapos en mi banqueta y le di la vuelta al cuadrado que fungía como
barra.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">“Hey”, le dije como si la conociera de toda la vida, mientras me
recostaba a la barra justo a su lado. Ella se sorprendió por una milésima de
segundo, pero como toda mujer, acostumbrada a que la enamoren, lo fingió bastante
bien. “Hey”, sonrió. “Eso fue genial”, mentí, “¿tocas en una banda o algo?”.
Ella me miró con cara pícara. “Pensé que los gays flirtearían con mejores
frases”, dijo. Yo sonreí: “¿cómo sabes que soy gay?”. Ella puso cara de
decepción. “Solo lo dije con la secreta esperanza de que me dijeras que no lo
eras”. “Oh”, dije yo, con fingida sorpresa. “Lo soy”, dije, con la misma
expresión que uno dice “culpable”. Ella puso cara de resignación que quería
decir: “Bueno, estamos en un bar gay, era lógico”.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">“¿Alguna opción de que seas bi?”, dijo. Negué sonriendo con la
cabeza. “No: gay gay”. Ella puso cara de “Oh, no, ya basta, deja de romperme el
corazón”. Yo reí. Ya para ese momento yo estaba completamente enamorado, quería
casarme y tener 25 hijos con ella. ¿Alguien lindo que me hacía reír? ¿Cuándo
fue la última vez? “¿Puedo invitarte a una cerveza a modo de disculpa por mis
conductas sexuales?”. “¿Un gay invitándome a una cerveza? ¡Por supuesto!”,
respondió. Cinco minutos después brindábamos. “Por los gays que se acercan a
las chicas que se aburren en un bar. Los verdaderos caballeros”, dijo ella.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Era tan linda. Podría abrazarla toda la vida. Seguro olía a limpio
como todas las mujeres. “Entonces, ¿no te gusta nadie y por eso viniste a mi
rescate?”, me dijo. “En realidad creo que tengo un trío en unos minutos”, dije,
súbitamente recordándolo. “Pero no sé dónde está el resto de los participantes
y tampoco creo que me importe mucho.” Ella abrió los ojos exageradamente. “La
vida de los gays es TAN interesante”, dijo. “La vida de los gays es la cosa más
aburrida del mundo”, le dije sonriendo y tomando de mi cerveza.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">“Eres muy hermosa”, dije. “Todo en ti es hermoso. Tu cara, tu
cuerpo, tu manera de ser…creo que me gustas (en inglés suena más casual: “a
little crush on you”). Lo dije con una torpeza propia de un adolescente y una
sonrisita nerviosa al final. Ella me miró calmada. “¿Qué estás haciendo?, dijo.
“No sé. No tengo ni idea”, dije mucho más relajado. “¿Te gustan las mujeres?
¿Has estado con mujeres antes? ¿Quieres estar con una mujer porque estás
aburrido?” La miré pensativamente, sonreí silenciosamente y me puse a
reflexionar.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Durante mucho tiempo de mi vida, acostarme con una mujer fue mi
mayor anhelo. Claro que tenía 12 años, comenzaba a conocer mi sexualidad, me
masturbaba seis veces al día y acostarme con lo que fuera era visto como el
objetivo fundamental de mi vida. De ahí que también pensara en los hombres y en
acostarme con ellos, pero en mi propia cabeza me imponía lógicas limitantes. Un
día después de cumplir 15 años tuve “algo” con un hombre en una pista de
atletismo. Aquello fue tan terrible que decidí que los hombres quizás no eran
lo mío. Aclaración importante: ni me violaron ni pasó nada del otro mundo, así
que nadie ande pensando que soy gay “porque abusaron de mí en mi adolescencia
un día que me fui a correr”. Por supuesto que no. Pero fue mediocre y me dio
asco. Además de que no hice mucho, así que no cuenta como absolutamente nada en
mi rica historia sexual, salvo por el hecho de postergar por cuatro años más mi
acceso a los varones debido al trauma.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Tres meses después de aquel incidente, en la escuela al campo, un
martes 13 (¡!) tuve finalmente sexo real por primera vez. Y fue con una mujer.
Por supuesto que me gustó y por supuesto que fui bueno (escorpión, vicioso,
curioso y sin complejos desde pequeñito). Pero contrario a lo que pensé no fue
nada del otro mundo. En mi cabeza era mejor. Mis masturbaciones eran mejores.
Estrenaba desde temprano esa condición que me acompañaría para siempre de que
el mundo es mucho mejor en mi cabeza.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Luego hubo más y todas fueran tan olvidables como la primera.
Jamás me volví a interesar en ellas seriamente y dejé mis seis masturbaciones
diarias para lo prohibido (los hombres, obviamente). Hasta que a los 19 me harté
de reprimir mi sexualidad y todos sabemos lo que pasó. Y sí: tal y como lo
sospechaba, los hombres sí me gustaban con la misma intensidad con que lo hacía
en mis excesivas e intensas masturbaciones. Aún hoy, 11 años después y una
cifra de hombres inmensa para cualquier tipo de contabilidad los varones me
siguen gustando muchísimo, sin ningún sentimiento de decepción, hastío o
aburrimiento, al menos en el plano sexual. Pero problemas en la cama con las
mujeres nunca tuve. Fue solo que los hombres me llamaron mucho más la atención.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Sin embargo, el problema fundamental radicará siempre en otra
cosa. Si bien yo, como todo el mundo, puedo tener una tendencia bisexual (más
aún alguien tan sexual como yo), sentimentalmente sí me fui de un solo lado
siempre. Como diría alguien, soy homosentimental. Y contra eso sí que no se
puede hacer nada: soy gay gay.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Hay un momento vital en el sexo y es justo después que se acaba. Y
ahí me incomoda seriamente estar con una mujer. Siento que tengo la obligación
de protegerla (machismo clásico y presiones sociales), me quiero ir, cambio mi
personalidad, etc, etc. Curiosamente, no tengo ningún problema “protegiendo” a
los hombres luego de acostarme con ellos y portándome “como un hombrecito” pero
parece que como no es obligado no me estreso y me sale natural. Eso no quiere
decir que no me quiera ir justo cuando termina el sexo, pero la causa no es la
incomodidad sino el puro aburrimiento. Por todas estas cosas juntas, el hecho
de pensar en involucrarme sentimentalmente con una mujer queda fuera de toda
consideración en mi vida.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">“Nos vamos en 15 minutos, ¿te parece?”, me dijo alguien, sacándome
de mis reflexiones de un pasado lejano y olvidado. El árabe. Dios, me había
olvidado de él completamente. Asentí con la cabeza como un zombie.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>El muchachito joven estaba de nuevo sentado
en nuestro lado de la barra. El árabe regresó a su lado y me dejó con ella. Yo
estaba serio. Ella también. No tenía ni idea de qué hablar. La miré e hice una
mueca en la que me puse bizco y saqué la lengua. Ella rió y cortamos una
tensión que no supe muy bien en qué momento había comenzado.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">“Entonces ¿no hay manera de convencerte de que no tengas tu orgía
y te quedes aquí?”, dijo. En mi cabeza no había duda alguna de cuál de las dos
cosas era más relevante para mí: ella. Ejercía una fascinación sobre mí que no
creo que ninguna mujer haya logrado antes. Sin embargo, la respuesta no era tan
fácil. Y ni siquiera voy a intentar explicarlo. Confío en que algunos de
ustedes me entiendan. Contesté negativamente con la cabeza. Ella me guiño un
ojo con el que me absolvía de mi decisión.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">“Tú me gustas mucho”, dije, mucho menos torpe que la primera vez.
“Creo que eres fascinante. Y no pretendo hacer nada con esta sensación, pero no
quiero dejar de decírtelo tampoco. Yo no creo estar preparado para estar con
una mujer que me guste mucho. Quizás con una que no me fascinara fuera más
fácil: fuera todo como una escapada sexual. Una escapada sexual que tampoco
tengo ganas de tener. Pero no sé cómo reaccionar a una mujer que me gusta. El
mundo gay es duro y tengo miedo que si tengo otra opción, algún día en que esté
muy desencantado me dé por creerme que puedo amar a una mujer. Y siempre he
pensando que eso es cobardía. Y lo es. Al final, cuando ya se sienten más
tranquilos, comienzan a engañarlas con todos los hombres que se encuentran y se
vienen a separar cuando ya tienen 45 años y dos hijos. Y eso está mal para él y
para ella. Yo soy un hombre. Uno que nunca haría una cosa como esa. Esa es mi
política y no la voy a cambiar solo porque me dejé deslumbrar por una mujer en
un bar una noche”.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Ella me miró seria. “Que te quedaras aquí esta noche no quería
decir que te casaras conmigo y tuviéramos hijos”. Yo me eché a reír y ella
también. Ahora fue ella quien cortó la tensión. “Lo sé, creo que más bien
necesitaba definirme. Por un momento estuve algo confuso”. Reímos. “Siempre nos
llaman “confusos” y resulta que yo nunca lo había estado, salvo hoy”, dije.
“Uff, es cierto que los gays son dramáticos”, dijo ella. Yo me eché a reír de
buen grado. “Lo somos. Somos unas niñas lloronas”. “No te preocupes; los
heteros también”. Yo sonreí y la miré fijo. “Eres fabulosa”. “Tú también”, dijo
ella.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">“En mi próxima vida seré heterosexual.”, le dije. “Dedicaré toda
mi vida a correr detrás de las faldas, gastaré todas mis neuronas y perderé
todo mi tiempo en las mujeres. Incluso el título de mi autobiografía será “To
all the girls I’ve loved before” (ese es el título de una canción de Willie
Nelson)”. Ella asintió: “Ok”. “Y te buscaré”, dije. “Aquí estaré”, dijo. “En
este mismo bar”. Asentí con la cabeza. “Adiós” dije en un susurro. “Adiós” dijo
en un susurro.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Volví a mi asiento, lo que provocó que mis futuros amantes
comenzaran a vestirse. Yo me puse todos mis trapos también. La miré en la
distancia y ella a mí. Le sonreí. Y ella sonrió. “¿Todo listo?” dijo el árabe.
“Sí”, dijo el muchachito joven. “Sí”, dije yo. Al irnos, casi al llegar a la
puerta, la miré por última vez. Ella continuaba mirando. Me quedé parado en la
puerta. “¿Pasa algo?” dijo el muchachito. Ya el árabe había salido. “Dame un
segundo”, le dije.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Me acerqué y me paré frente a ella. La miré divertido. Ella
sonrió. “¿Qué sentido tendría un beso?” le dije. “Ninguno”, dijo ella. Sonreí.
“Así y todo hay algo que necesito hacer”, dije. “¿Qué?” Entonces cogí su cabeza
con mi mano y la acerqué a mi pecho, lo cual fue muy fácil porque ella estaba
sentada y yo parado. Puse mi mentón en su pelo y me quedé así por unos diez
segundos con mi mirada en algún lugar de la barra o quizás en algún lugar mucho
más lejano. Quizás en otra vida.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Al separarla suspiré. “Ahora me voy”, le dije. Ella asintió con la
cabeza. Le guiñé un ojo y me volví. Al llegar a la puerta le dije al
muchachito: “listo”.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Al salir corrimos hacia el auto por el frío y nos metimos ambos en
la parte de atrás a la carrera como adolescentes. El muchachito y yo casi ni
nos habíamos visto, así que decidí acercarnos un poco. Le di un beso largo y
duradero en cuanto arrancó el auto. “Hey, no empiecen sin mí”, dijo el árabe
sonriendo. Ambos sonreímos. El muchacho se acostó y puso su cabeza en mis
piernas. Me dio una mano y yo le apreté un dedo.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">“¿Eres bi?”, me preguntó. “No: gay gay”, le dije, sabiendo
perfectamente por qué preguntaba. Él sonrió y no insistió en su pregunta. “Era
bonita”, se limitó a decir.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Yo miré por la ventanilla y recordé algo que comprobé al apretarla
contra mi pecho. “Y olía a limpio”, dije.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">PD: Al igual que Willie Nelson le dedicó su canción a todas las
muchachas que amó antes, yo le dedico este post a todas aquellas que pude haber
amado. A todas esas que pudieron haber llenado mis días de adolescencia con su
sola existencia, aquellas que pude haber enamorado en juveniles discotecas,
aquellas de cuya mano pude haber caminado, cuyos hijos pude haber compartido y
cuyas historias, amores y desamores pudieron haberme servido para inspirar mis
historias y mis novelas. En mi próxima vida prometo consagrarles todo mi tiempo,
neuronas y energía. Mientras tanto les dedico este post a todas ellas y a todas
las muchachas lindas de limpios olores que andan por los bares de este mundo.
Sobre todo a una.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
Raúl Reyes Mancebohttp://www.blogger.com/profile/03496825375191308799noreply@blogger.com15tag:blogger.com,1999:blog-8017671902649302813.post-25772070752132142662013-02-14T16:49:00.002-04:002013-05-01T01:16:13.636-03:00El día de los que no estamos enamorados (y nos va bien así)
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<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Queridos amigos solteros, ha llegado ese infame día anual en el
que la sociedad se arma de rosas y corazones con el único objetivo de
recordarnos que a nosotros nadie nos quiere. Ese día en que por mucho que nos
digan que “también es el día del amor y la amistad” para justificar en parte la
existencia de tal criminal jornada, no podemos evitar sentirnos más solos que
el último dinosaurio. Ese 14 de febrero anual (¿no podía ser el 29?), Día de
San Valentín, que en Cuba – laica como ella sola – traducimos con un nombre
mucho más sencillo y directo para que, al igual que con las películas
americanas con títulos muy complejos, no tengamos que rompernos mucho la cabeza
para saber de qué va: “El día de los enamorados”.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Escribo la frase y me sale una mueca. No puedo evitarlo; es un
reflejo incondicionado. Pero - aunque mi párrafo inicial haga pensar lo
contrario - este post no es en contra de tal celebración. Este post es,
precisamente, a favor del amor. Pero de un amor que la sociedad nos ha llevado
a olvidar y que hasta aún a los más avanzados de nosotros nos cuesta años hasta
darnos cuenta de que es perfectamente legítimo: el amor a ser solteros.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Por supuesto que me seguiré burlando durante toda mi vida del 14
de febrero, no solo porque la ironía es lo que nos separa de los primates, sino
porque es muy fácil burlarse de algo que está lleno de corazones rosados. Pero
odio no le tengo (antes sí). Incluso me parece que está bien. Si hay un día del
orgasmo femenino y otro de la protección de datos en Internet, bien puede haber
uno para que la gente que se quiera se de regalos y se vayan a comer camarones
a algún restaurante caro.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Ahora bien, antes de dejarlos tranquilos y pasar a nosotros,
seamos un poco cínicos (y no por ello menos verdaderos). Cuando uno está en una
relación, el 14 de febrero es una tortura igual. Tómenlo de mí, que he estado
en muchísimos de estos días en el papel de “enamorado”. Ni nos queríamos más
porque fuera el día de los enamorados, ni nos poníamos a pensar en qué dichosos
éramos por tenernos, ni siquiera teníamos sexo ese día porque era todo estrés
con el regalo y con encontrar algún bar donde no hubiera mucha gente. Así que
si usted nunca ha tenido novio; créame, no se pierde nada en este día.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Puedo ser más ácido y afirmar que la mayoría de los “enamorados”
que yo conozco no se quiere realmente; solo tienen problemas de soledades y
autoestimas y por eso están juntos. Se engañan, se dan golpes, se desprecian y
se hacen mil barbaridades. Si les contara con cuántos hombres casados he estado
en las mañanas del Día de San Valentín poco antes de que fueran a comprar el
regalo de sus esposas…Y sin embargo, en este día, como si fuera un juego de
sillas musicales, todos se aguantan a sus parejas como para gritarle al mundo
“¡yo tengo una silla, no me quedé fuera cuando paró la música!”. Patético.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Pero también hay muchos otros que se quieren de verdad y no son
hipócritas cuando se comen los camarones. Son los menos, pero existen. ¿Por qué
no entonces felicitarlos por su amor? Claro que se pueden demostrar su amor
todos los días, pero en esa fecha se miman un poco más. Nada malo en eso.
Además, nosotros los solteros amamos muchísimas cosas también. Los amigos, las
mascotas, nuestras profesiones, las orgías, Québec, las aceitunas, nosotros
mismos. Definitivamente, no está mal la fecha (aunque pudieran ser menos
empalagosos, eso sí).</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Pero vayamos a lo que sí me molesta: nosotros sintiéndonos mal por
ser solteros. Dejándonos llevar por estereotipos sociales y pensando que somos
unos incompletos solo porque no tenemos a nuestra “media naranja” (la persona
que inventó esa frase se merece la guillotina por inventar una de las frases
más codependientes de la lengua española).</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Lo primero que debemos hacer es darnos cuenta qué tipo de soltero
somos. ¿Es usted soltero porque tiene que ver más con su personalidad o es
soltero porque no tiene suerte y no se ha encontrado a nadie? Lea de nuevo el
primer párrafo y este lo ayudará a darse cuenta: ¿se siente usted así o no en
este 14 de febrero? Si es usted de los segundos, el único consejo que le puedo
dar es que siga buscando ya que en este mundo, como diría mi tía, para cada
roto hay un descosido. No ceje y ya verá que podrá tener sus 14 de febrero con
alguien. En serio.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Pero los protagonistas de mi post somos los otros. Mis enemigos me
disculparán, pero yo me considero una naranja en su totalidad. No necesito a
nadie que me complete. ¿Me gusta interactuar con otras naranjas? Por supuesto.
¿Dejarme llevar por ellas e integrarlas a mi personalidad hasta que ambos
seamos la misma naranja? Pues miren que no. Y tengo más de una razón para ello.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Primero: yo considero que he llegado a un nivel de depuración de
pensamiento y de satisfacción espiritual tal que otra persona tan cerca de mí
lo único que podría hacer es empañarlo. Segundo: nadie es lo suficientemente
sensual/sexual/bueno en la cama como para tomar el lugar de muchísimos hombres
sensuales/sexuales/buenos en la cama juntos (y sí: esas cosas son muy
importantes para mí). Tercero: no tengo ganas de poner en peligro mi
estabilidad emocional (o mi descalabro emocional) por el pasado, el presente o
el futuro de otra persona. Cuarto: no tengo absolutamente ningunas ganas de
mejorar los defectos que sé que tengo para poder caer bien en la vida de nadie.
Quinto: yo le doy más importancia a la pasión que al amor, y como ninguna
pasión dura más de seis meses prefiero levantarme por las mañanas con esa
incertidumbre fabulosa de “¿qué me pasará hoy?”. Sexto…Pudiera seguir toda la
tarde y muchos de ustedes tienen que ir a comer camarones.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Por supuesto que a veces uno se cuestiona todas estas cosas. Y en
ocasiones se dice “¿cómo sería casarse y tener un hijo?” Y me arengo todo el
derecho de sentirme solo a veces y querer que me acurruquen. Pero eso no quiere
decir que quiera dejar de ser soltero o que esto “sea una fase”. Es el mismo
cuestionamiento que se hace un “enamorado” cuando se dice “¿y si lo dejo todo y
me voy pal’ carajo?”. Ambos estados tienen sus cosas buenas y sus cosas no tan
buenas y uno tiene que asumirlo todo en el mismo paquete. Incluso está en todo
su derecho de cambiar de estado cuantas veces lo quiera según el estado de
ánimo. Lo que si no puede pasar es que se vea a sí mismo como un error por ser
soltero y feliz (los solteros infelices insisto en que no pertenecen a esta
categoría) solamente porque la sociedad le dijo un día que lo fundamental en
esta vida era la familia y la reproducción de la especie (otro que debían
llevar a la guillotina por ausencia de personalidad).</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Pero que yo sea feliz con mis actos y mis decisiones no quiere
decir que mis amigos lo sean. Nada me molesta más que la pregunta de “¿tienes
novio fijo?” Es como si hasta que no responda “sí” estoy en la adolescencia o
en un estado de stand-by previo a la felicidad. ¡Por favor! Pregúntenme “¿te
sientes pleno?”, “¿sonríes sin motivos a veces?”, “¿el corazón te late más
rápido en ocasiones?”. No me pregunten cosas tan fuera de lugar como “si tengo
novio fijo”.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Hay que aclarar que mucha de esta gente lo pregunta por una
preocupación genuina por uno (aunque obviamente llena de estereotipos erróneos
y arcaicos), pero muchos otros lo hacen por pura envidia. Necesitan que uno
tenga un ancla para ellos sentirse mejor con las suyas. Uno anda por ahí
acostándose con mangones, llorando en terminales de metro y viviendo la vida de
la manera que quiere vivirla mientras ellos están aburridos con sus esposos
aburridos en sus aburridos 14 de febrero.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Anécdota: hace unos meses en La Ronde (el parque de diversiones)
hice una cola enorme para montarme en la gigantesca estrella, emocionado por
oír mi iPod mientras veía toda la ciudad de Montreal a mis pies, solo para
descubrir al llegar mi turno que una sola persona no se puede montar en una
cabina de la estrella. Tienen que ser al menos dos. Puse el grito en el cielo,
por supuesto, y el muchachito me dijo: “traiga a su novia”. Eso: doble ofensa.
Lo miré y le dije: “Para tu información, no me gustan las mujeres: me gustan
los hombres. Pero ningún hombre me gusta tanto como para compartir mi viaje en
la estrella con él. Díselo al imbécil que inventó esa regla tan estúpida.”</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Sí: hay grandes probabilidades de que los demás no nos entiendan
jamás. Que nos pongan mínimos de dos, que nos sigan preguntando tonterías y que
sigan diciéndonos cosas como “el año que viene ya verás que tienes a alguien”.
Pero no importa. Si usted - aunque sea uno solo - entiende lo que estoy
diciendo y logra aplicarlo a su vida y ser feliz, al margen de todo eso, estas
tres páginas de Word habrán valido la pena.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Por eso exijo la creación de un “Día de los que no estamos
enamorados y nos va bien así”. Escojan cualquier fecha (lejana del 24 de
octubre que es mi cumpleaños y no quiero que me hagan un solo regalo) y
celebrémonos. Felicitémonos, hagamos que los enamorados nos feliciten,
brindemos por nosotros mismos y comamos camarones nosotros solos pensando en lo
bien que nos va. “¿No tienes una mujer que te robe el oxígeno? ¡Felicidades!”,
“¿Te sientes seguro contigo mismo y eres autosuficiente? ¡Felicidades!”, “¿Te
acuestas con quien quieres y no te sientes culpable? ¡Felicidades! “¿Eres feliz
aunque no te dejen montar en la estrella? ¡Felicidades!”</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD">Así que no nos molestemos con los 14 de febrero (sigamos
burlándonos tan solo para ejercitar la mente) y valoremos también a las
personas que se aman entre ellas. A las que se aman de verdad. No hay nada de
malo en eso. No son el enemigo. Son nuestro complemento, aunque no lo sepan.
Cuando pare la música y no nos sentemos en ninguna silla, sigamos bailando de
todas formas y dejemos que los demás piensen que estamos locos por ser felices
aun sin silla. Al día siguiente, al levantarnos en la mañana, tendremos esa
incertidumbre fabulosa de “¿qué me pasará hoy?” que – para algunos de nosotros
– es tan importante como la mejor silla del mundo.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
Raúl Reyes Mancebohttp://www.blogger.com/profile/03496825375191308799noreply@blogger.com13tag:blogger.com,1999:blog-8017671902649302813.post-49152194866759519202013-02-04T15:43:00.001-04:002013-02-05T00:40:44.127-04:00White Trash Friends<!--[if gte mso 9]><xml>
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<!--StartFragment-->
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span style="font-family: Georgia;">Todo comenzó cuando en septiembre de
2002 un muchacho marianense bien flaquito entró a la carrera de Lengua Francesa
en la Facultad de Lenguas Extranjeras de la Universidad de la Habana, justo al
mismo tiempo que otro muchacho bien gordito acabado de llegar de Las Tunas comenzaba
en el mismo lugar y a la misma vez la carrera homóloga de Lengua Inglesa. Y de
esta forma - que podría incluso considerarse como tímida - sería la entrada a
la FLEX de dos de las personalidades más carismáticas que pasaron por ella en los
últimos diez años y quizás en mucho más tiempo. Pero este no es un relato de
sus “logros” en la magna institución o ni siquiera de sus proezas fuera de esta.
Esta es la historia de su amistad. Sí, lectores míos que siempre han oído
hablar de él, esta es la historia de mi amigo Ray y yo.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Yo enseguida vi a Ray - difícil no
hacerlo – pero no estoy muy seguro de que él me haya visto a mí. Sea como sea,
lo cierto es que estuvimos más de un año y medio sin reparar mucho uno en el
otro, sin saber nuestros nombres ni intercambiar ni palabras ni miradas, consagrándonos
a nuestros respectivos idiomas. Pero cuando se pasa del curso preparatorio y se
llega a primer año (nuestras carreras duran un año más que las demás) uno se
relaja y se dedica a vivir su vida de universitario, que incluye muchísimas más
cosas además de estudiar. Así fue como, gracias a Kerla, conocí oficialmente a
inicios del 2004 a Rainer S. Rodríguez Peña (tengo prohibido revelar qué se
esconde detrás de la S), alias Ray. Kerla - quien estudiaba con él y a quien
este le había confesado su homosexualidad un día en una guagua no mucho antes -
y Ray andaban juntos todo el tiempo. Entonces Kerla (con quien me he fajado
6548 veces pero siempre nos hemos querido mucho), en total secreto, me confesó
que su amigo “el gordito” estaba “enamorado” de uno de mis grandes amigos pero
no tenía “experiencia” en nada de eso así que quería que yo lo “ayudara”.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Esa primera tarde, en la que ni
siquiera sé qué hicimos los tres en nuestra primera sesión de “ayuda” secreta,
sí recuerdo (¿cómo no hacerlo?) que al Kerla irse para su infame beca ya al
caer la tarde, Ray y yo, quienes somos vecinos del Vedado a pesar de que
ninguno nació ahí, nos quedamos solos y lo primero que hice fue pedirle descaradamente
sus zapatos para correr en el maratón de la universidad que sería dos días
después. Y así, en las escaleras del banco de J y 23, cerca de la parada de
Coppelia, me probé los zapatos de Ray, a quien apenas conocía. Luego, inspirado
por mi frescura de carácter, me confesó su amor por mi amigo y yo le di
consejos al respecto luego de fingir que nunca me había imaginado nada (Kerla y
yo habíamos repasado bien el guion). Y así fue como, en original intercambio de
zapatos y secretos, empezamos Ray y yo a andar para arriba y para abajo.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">El primer día que entró a mi casa, mi
tía, quien no tiene una gota de tacto, lo primero que dijo, como una niña
pequeña que se alegra de ver a un hombre inmenso, fue “¡qué gordo!”. Ray sonrió
tímidamente y yo regañé severamente a la niña de 66 años. Por si fuera poco, un
segundo después Ray se sentaba en un sillón de la casa y lo rompía. Se puso
rojo y se paró asustado. Entonces mi tía, con la cara más alegre del mundo, le
hizo una seña con la mano para que se sentara a su lado en el sofá. Y así fue
como mi tía acogió a Ray como a un sobrino. O sea: alguien a quien hacerle la
vida un yogurt. No todo el mundo ha tenido acceso a esa categoría, pero Ray se
la ganó entrando por la puerta.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Ray es gordo y negarlo o ignorarlo es una
ofensa. Como mismo lo es regodearse en el asunto. En mi caso particular, yo
olvidé que Ray es gordo desde que lo conocí. Le he gritado de todo cuando nos
fajamos pero nunca “gordo” y no por respeto (yo cuando estoy bravo soy lo peor)
sino porque no considero eso como un defecto capital que uno deba gritarle a
los demás para ofenderlos. Como diría la prostituta Aurora (uno de mis
personajes favoritos de mi propia literatura) “lo importante en esta vida no es
ser gordo ni flaco sino tener un gran corazón y ser bueno en la cama”. Además,
yo estoy lejos de ser físicamente perfecto (aunque me considere así) como para
estar evaluando los físicos de los demás o mucho menos considerando esas cosas
a la hora de incorporar a alguien a mi círculo de amistades.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Ray lo negará toda la vida, pero gran
parte de la personalidad que tiene ahora me la debe a mí. Por supuesto que
exagero (egocéntrico que soy) pero lo cierto es que cuando lo conocí Ray tenía
mucho de gay tapado todavía. Y ser gay tapado es lo peor. La gente (que siempre
lo sabe) usa tu “secreto” en tu contra para ofenderte, humillarte y
chantajearte. Por eso, para ser libres, uno tiene que ponerle la homosexualidad
en la cara. Para que griten y se revuelquen (o no) mientras nosotros seguimos
sonriendo y jugando con los penes de otros hombres. Y si me ofendes te entro a
palazos. Yo no hacía mucho que había salido del closet tampoco pero siempre he
sido muy rápido en lo que a progresar se refiere. Así que ese día, después de tan
solo unos meses de frecuentarnos, en que Ray gritó en su aula, a raíz de una
discusión, que él era pájaro y agregó las palabras “¿y qué?” en puro desafío y
con gesto de las manos amenazante incluido, me lo tomo como mi responsabilidad.
<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Y vaya si me siento orgulloso. Otros
pueden torturarse por su estilo de vida, pero mi amigo Ray y yo somos demasiado
superiores para eso. De la misma forma, hace muchísimo que nos olvidamos que
somos gays y superamos esa etapa también. Como diría Jorge (otro avanzado) “no
hay nada peor que esos gays con 30 años que o todavía están en el closet o
recién saliendo y pensando que el ser homosexual es algo del otro mundo”. Dios
mío, con todo lo que hay que hacer en esta vida tan corta. Pero para eso, para
poder ser libres, en nuestras sociedades machistas, subdesarrolladas e
ignorantes, hay primero que gritar cuando se tiene 20 años que uno es pájaro y
agregar “¿y qué?” con gesto de las manos amenazante.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Aquella otra vez que dijo que debíamos
ir “a la Coppelia” me di cuenta que había que instruirlo un poco más y quitarle
el guajirito de encima (en estos momentos Ray lee esto y da golpes en la mesa
de la computadora). Pero no, mentira: Ray siempre ha sido un original con luz
propia, a pesar de que yo diga que todos sus chistes son herencia de los míos y
todas esas cosas. A él solo había que ayudarlo a salir un poco de su concha y
ahora no hay Dios que lo haga entrar de vuelta. Pero controlado, que conste.
Ray es el tipo de persona que uno puede presentarle a todo el mundo y él
siempre va a ser agradable, atento y educado. Sí: eso también lo heredó de mí
(más golpes en la mesa de la computadora). <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Ray y yo entramos al mundo del consumo
del arte juntos aunque cada cual traía su bagaje ya. Al comenzar nuestra
relación él aportó un cassette VHS de la primera temporada de Friends y un
disco de grandes éxitos de los Bee Gees, los Beatles y los Rolling Stones y yo
mi colección dorada de Sex and the City. Luego llegaron los DVDs a nuestras
vidas, y luego las computadoras y los archivos Mp3. Y luego los discos de 500GB
sustituyendo a nuestras memorias de 128 megas (Dios mío) con la que íbamos a
buscar los capítulos de alguna serie que el vulgo no tenía. Y no solo de cosas
buenas, también somos especialistas en cosas malas. Y es que Ray y yo somos
white trash and we’re proud. Tienen que oírnos hablar. Es una mezcla de
términos en todas las lenguas que conocemos que incluye además jerga del show
business, de la pajarería en inglés y de American Idol, que realmente logran
que nuestros interlocutores no entiendan absolutamente nada cuando nos ponemos
a hablar entre nosotros. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">No lo duden: cuando usted logró
encontrar una película acabada de salir o está descubriendo a un cantante nuevo
puede estar convencido de que Ray y Raúl hace muchísimo que los tienen. Si no
que lo diga Adele, a quien conocimos no con 19, sino con 17 (el público la
conoció con 21), o aquella película horrible de Wolverine que la tuvimos antes
de que se estrenara en Estados Unidos porque alguien desde Japón la pirateó y
en la que Hugh Jackman estaba lleno de cables que luego se quitaron en la
versión final. También corre el rumor de que tuvimos la copia de Harry Potter 7
incluso antes que las hijas de Meryl Streep en “El Diablo se viste de Prada”
pero no daré detalles por temor a perder nuestras fuentes distribuidoras. Y eso
es en Cuba; imagínense lo que haríamos Ray y yo en el primer mundo donde la
basura blanca se desenvuelve a su antojo.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">¿Qué puedo decir de las cosas que Ray
y yo hemos hecho juntos? ¿Es que acaso habrá algo que no hayamos hecho? Eso
incluye cosas inenarrables que tanto él como yo tenemos prohibido revelar
(sobre todo cosas mías, claro) y que cuando yo sea famoso, él pondrá en una
escandalosa biografía que yo negaré todo el tiempo acusándolo de “chupasangre”
y “buscafamajena”. Uff, esos días en que seremos white trash de alcurnia y
tengamos nuestro propio reality show como las Kardashian. Dice Ray que si algún
día comienza un blog, las primeras palabras del primer post serán: “Este blog
no tiene nada que ver con el de mi amigo Raúl”. Pero me pregunto si serían, en
realidad, tan diferentes.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Recordar aquellos primeros años en que
íbamos al Malecón absolutamente todos los días (shame on us, Ray) y llegábamos
a la casa a las cinco de la mañana para estar en la escuela a las nueve. De la
Facultad nos íbamos para su casa (Ray vivió solito durante toda la carrera así
que su casa se prestaba para salón de operaciones) donde creamos bandas
inmensas de “amistades” que con el tiempo demostraron que o no servían para
nada o que eran muy buenos amigos. Organizamos fiestas en las que encontramos a
lesbianas infieles besándose en el baño y nos abalanzamos a la sala a bailar
con la masculina y atemorizante novia engañada para que no se diera cuenta de
nada y no matara a alguien en nuestra fiesta. O de cuando nos sentamos en la
segunda fila en aquel día sublime del estreno de la tercera parte del Señor de
los Anillos en el Chaplin y gritamos “Dura, Galadriel” sin pudor o nos
abrazamos asqueados cuando aquel negro pajuzo se masturbaba en frente de Meryl
Streep en el Riviera. O de cómo en todas y cada una de las veces que estrené
una obra Ray siempre estuvo ahí, incluido el día de “Historia de Madera” donde
lo oí desde la primera fila decir “ahora le toca a Raúl con el muñeco de palo
ese” y casi le meto una patada aprovechando que lo único que nos separaba era
una cortina.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">O cuando pasamos por dietas de Ray en
las que comía pepinos como si fueran chocolates para complacer al novio de la
época. O de cuando corrimos escondidos hacia la cafetería de la esquina para
comernos unas pizzas y violar así la forzosa dieta de pepinos. De cuando me
obligó a ver todo lo que hay que ver
sobre Céline Dion en los 80, hecho del cual nunca he podido recuperarme. O de
cuando se acostó con mi amigo, del que siempre estuvo “enamorado” (como todo
buen seguidor de la ley de la atracción, yo no solo logro todo lo que me
propongo, sino además logro que mis amigos hagan lo mismo). O de los años y
años que nos pasamos subtitulando películas como esclavos para casas rivales,
cual Romeo y Julieta del subtitulaje (usted no va a encontrar a dos como
nosotros en el mundo del subtitulaje en Cuba, dicho sea de paso). O cuando me
comí 12 bisteces el día de su graduación aún sin conocer bien a su mamá, la
cual me seguía sirviendo bistec tras bistec, maravillada del apetito del amigo
de su hijo. O de las miles de noche en que mi tía llamaba a las tres de la
mañana a su casa a preguntar dónde estaba yo y él le respondía que esas no eran
horas de llamar a una casa decente y ella le decía que nosotros éramos cualquier
cosa menos decentes. Y miles y miles de anécdotas más.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Eso fue en nuestros años “salvajes”.
Luego me busqué mis novios y si bien nunca me distancié de Ray, ya no nos
veíamos tanto y nos salimos de las calles. Luego terminaba mi vida de casado y
regresaba a la vida loca por un tiempo y él no me acompañaba o viceversa. Y
luego a mí se me metió entre ceja y ceja viajar y no paré hasta que lo
conseguí, así que ya no nos veíamos tanto como cuando estudiábamos en la FLEX.
También, desde hace unos cuatro años, su tía y sus dos hijos (con los tres me
llevó muy bien) regresaron a vivir con Ray, quien al no estar ya solo en la
casa le dio un poco más de orden a su vida. Además hay que decir que Ray y yo
somos muy diferentes, de ahí que tengamos cada cual otros amigos con quienes
compartir otros intereses. De ahí que ya no anduviéramos todo el tiempo pegados
como antes.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Pero al margen de todo, Ray siempre ha
estado conmigo. Jamás nos hemos distanciado mucho. Hablamos toneladas de horas
por teléfono y ponemos el mismo video a
la misma vez para verlos juntos y hablar de él. Cuando se dan las nominaciones
a los Oscars nos las mandamos por hyperterminal y no las vemos hasta que
estamos de vuelta al teléfono en donde las vamos leyendo como si fuéramos los
presentadores en vivo. Seguimos teniendo esas noches en las que llego a su casa
a las once y me voy a las seis de la mañana con el disco duro repleto de series
y de música. Y mientras se pasan los 60 y 70 gigas nos tiramos bajo su colcha
(Ray tiene la colcha más rica del mundo) y nos ponemos a hablar de lo que sea.
Sin correcciones políticas y jurándonos no decir nada nunca a nadie nos
confesamos barbaridades. ¿Quién dijo que no tener novio es malo? Lo malo es no
tener un amigo con el cual hablar sobre cómo no tienes novio debajo de una
colcha. Y, por supuesto, ver juntos una y otra vez los mejores momentos de
nuestras series favoritas.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Ray me entiende como nadie. Y si esto
pasa - y se lo he dicho muy poco pero creo que él sabe que yo pienso así - es porque
Ray es una de las personas más maduras emocionalmente que conozco. Ya sé que no
lo parece, pero créanme cuando les digo que lo es. Si no no fuéramos tan
íntimos. Los sentimientos más raros, más extraños, los que vienen directo del
corazón y que la sociedad no está entrenada para entender, Ray los entiende al
dedillo. ¿Les recuerda a alguien? Por supuesto que tuvo su crisis (como todos
mis amigos) adaptándose a mi carácter “muy feliz” pero cuando me conoció bien
se le quitó. Y nunca tuve que sentarlo y explicarle nada de mi vida: él solito
entendió todas las causas de mi personalidad y en su cabeza me elevó a la
categoría de héroe (no lo niegues). Esos son los amigos, señores. Los de
verdad. A los que no hay que explicarles nada y no intentan cambiarte, sino adaptarse
a ti al igual que tú a ellos. Por supuesto que tiene defectos. Como yo. Pero
este post no está dedicado a ellos - entre otras cosas - porque no son ni
siquiera tan importantes. Lo esencial lo tenemos: el gran corazón, las
habilidades en la cama y un gran amor el uno por el otro.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Y es que Ray, desde aquel día que mi
tía lo invitó a sentarse en el sofá a su lado, más que mi amigo, es mi familia.
Jamás me he cuestionado si conservarlo o no porque sé que Ray siempre estará
ahí. Otros irán y vendrán, pero no Ray. Como mis hermanos. No importa que no
nos hablemos todos los días, que no tengamos los mismos gustos e intereses, que
a veces nos fajemos. Siempre seremos Ray y Raúl. No creo que haya alguien en
Cuba que no le pregunte por mí a Ray cuando lo ve e incluso aquí en Montreal me
he encontrado a gente que me pregunta por Ray. Inseparables. Como las
Kardashian.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Hoy mi amigo Ray está de cumpleaños. Y
creo que por primera vez no estamos juntos. No es que hiciéramos mucho tampoco en
nuestros cumpleaños, nada como salir del cake cantando “Happy Birthday, Mr.
President” (Ray, tenemos que hacer eso algún día), pero casi siempre nos sentábamos
desde las once a esperarlo en la terriblemente aburrida G y nos programábamos para
el año que vendría. “Este año me buscaré un novio”, “Este año me iré del país”,
“Este año…” Y luego, como reloj, a hablar de nuestras series y nuestra música. Nunca
le di ningún regalo a Ray, a pesar de que él siempre me dio un disco sorpresa
en el mío. Yo ripostaba diciendo que gran parte de su carácter me lo debía a mí
así que qué mejor regalo que ese. Soy white trash completo.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Pero los cubanos tenemos que cargar
con eso de separarnos de nuestros amigos. Viene en nuestro ADN y no hay nada
que podamos hacer salvo rezar para que un día estemos todos juntos de nuevo en
alguna parte. Así, cuando tenemos un problema no podemos contárselo y cuando
queremos decirle que los queremos no sabemos dónde encontrarlos. Por eso, en
esta noche en la que se espera su cumpleaños, él está en Cuba y yo estoy en
Montreal y lo más que puedo hacer es enviarle un SMS a las doce.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Pero ¿de qué sirve tener un blog si no
puedes escribirle posts a tus mejores amigos? Así que decidí hace unas horas
escribir esta recopilación sucinta de nuestra historia en común a manera de regalo,
no solo para justificar tantos años de discos sorpresa, sino para sentirme un
poco que estoy yo también en el banco de G programándonos para el futuro.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">Ray no lee casi nunca mi blog porque -
y lo cito - él no necesita leerme para saber de mí: él tiene acceso a la
“versión deluxe”. Descarado. Pero sé que este lo leerá porque es suyo. Su post
que bien se merece. El post de mi amigo Ray, quien me “vigila” a mi tía y a mi
gata en mi ausencia y se comen bocaditos a deshora los tres mientras yo estoy “en
el primer mundo”. De mi amigo Ray, quien me envía los correos más cómicos y más
tristes que nadie nunca (lo siento, resto del mundo) podrá enviarme jamás. De
mi amigo Ray, en el que no puedo evitar pensar cada vez que me siento en un
cine con mi Coca-Cola gigante e imagino lo bien que nos la pasaríamos juntos
viendo los trailers y probándonos los espejuelos de tercera dimensión. De mi
amigo Ray, a quien quiero más que a mucha gente en este mundo y me alegra saber
que él lo sabe. De mi amigo Ray, el gordito de Las Tunas, quien junto a Raúl,
el flaquito marianense, fueron los mejores white trash friends forever and
ever.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;">PD: Dedico este post a uno de los
protagonistas desde siempre de este blog: Rainer S. Rodríguez Peña, alias Ray,
alias MI AMIGO, quien hoy está de cumpleaños. Muchos besos, sis, y muchas
felicidades. Sabes que te amo y que te extraño. Un día - mucho antes de lo que
ambos pensamos - nuestros sofás estarán cerca de nuevo y bajo ricas colchas
esperaremos que se pase la música a nuestros discos duros mientras hablaremos
sin corrección política alguna de lo que nos venga en gana y veremos nuestras
series favoritas una y otra vez. ¿Quién necesita un novio? Es muchísimo mejor
tener un Ray.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: Georgia;"><br /></span></div>
<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="http://3.bp.blogspot.com/-1VSjFkhXw5U/URAPFz1LzPI/AAAAAAAAAQw/iQ4Mk7pbOAc/s1600/Screen+Shot+2013-02-04+at+1.47.33+PM.png" imageanchor="1" style="font-family: Times; margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><img border="0" height="75" src="http://3.bp.blogspot.com/-1VSjFkhXw5U/URAPFz1LzPI/AAAAAAAAAQw/iQ4Mk7pbOAc/s400/Screen+Shot+2013-02-04+at+1.47.33+PM.png" width="400" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Da click para agrandar</td></tr>
</tbody></table>
<!--EndFragment-->Raúl Reyes Mancebohttp://www.blogger.com/profile/03496825375191308799noreply@blogger.com8tag:blogger.com,1999:blog-8017671902649302813.post-69166926846185807332013-01-11T15:36:00.001-04:002013-01-29T07:24:18.864-04:00El escritor sin metas (a.k.a El estúpido que quería escribir)<div style="text-align: justify;">
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<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Esta es la
historia de un joven y atractivo mancebo que decidió un día dejarlo todo para
consagrarse al noble arte de escribir. Que negó una vida con salarios y
aprobaciones sociales para hacer lo que consideró como la tarea para la que
estaba destinado: crear. Que se alejó de su pasado y su presente mundanos para
irse a una esquina del mundo y poder trabajar sin interrupciones, sin
complicaciones, sin personas que lo apartaran - aún con buenas intenciones - de
su destino. Que comenzó a cambiar, gradualmente pero con voz cada vez más
segura, su “profesor” o “traductor” inicial por un honesto y redondo “escritor”
al preguntársele su oficio o profesión. Que, cerca de una ventana donde se veía
caer la nieve y a la cual observaba de vez en vez como buscando una inspiración
que de todas formas tenía, escribió día y noche sin parar, sin tomar casi
consciencia del paso de los días, sin descansar salvo para dormir, alejándose
así cada vez más de la realidad e introduciéndose en su propio mundo de
personajes sórdidos, sensibles, carismáticos y abigarrados. Que un día, finalmente,
se acostó en su cama, ya entrada la mañana que sucedía a una noche entera
frente a sus letras, con una sonrisa satisfecha y un gusto a trascendencia en
la boca, indicadores ambos de la realización de su primera novela. Y este,
lejos de ser el final de la historia, no fue más que el inicio de la misma…</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Ah, qué linda
historia. Cuán vivificante. Justificadora, incluso. Triunfante, redonda, feliz.
Pero, a pesar de todos sus valores, hay un pequeño detalle acerca de ella que
no debemos ignorar:…no es cierta. Sí, amigos, así como lo oyen: es todo
ilusión. Si bien, obviamente, presenta elementos más que verdaderos, hay otros,
especialmente en la segunda parte, que, aunque están dadas todas las
condiciones para que pudieran ser perfectamente reales, no dejan de ser pura
ficción. Sobre todo en lo que respecta a escribir. No escribo nada. Ni en mi
blog, ni mis novelas, ni un cuento corto. Nada. Tanto escribir en el último año
y medio, cuando no me consideraba a mí mismo como “escritor”, para ahora que lo
digo y lo asumo abiertamente, pues no escribir.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Una anécdota:
hace unos meses, un cretino me puso en un comentario en la página de Facebook
de mi blog que este debería llamarse mejor “el estúpido que quería escribir”.
Estoy convencido de que nunca supo que era yo, Raúl, quien se escondía tras tal
seudónimo, porque nos conocemos en la vida real y sé que no se tiraría conmigo
de esa manera (además tal comentario refleja que jamás se lo ha leído). Solo
vio el nombre y decidió hacer un fácil juego de palabras. Luego de sonreír
fríamente frente a la computadora e indicarle que censurara las ideas que le
venían a la cabeza ya que la libertad de expresión es algo que solo le permito
a mis amigos (a hablar mal de mí donde yo no pueda oírlo y eso va con
absolutamente todo el mundo) di el asunto por olvidado. Pues bien, resulta que
después de todo, el cretino - por razones diferentes a las que indicó,
obviamente - tenía de todas formas la razón: yo no soy más que un estúpido que
quiere escribir.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Pues no sé qué
pasa (claro que sí lo sé, pero vayamos por partes), pero por alguna razón no me
siento a escribir. No es ni ausencia de ideas ni miedo a la página en blanco ni
bloqueo mental, ni ningunas de esas razones que mis “colegas” apelan para justificar
sus períodos de ausencia frente al teclado. Yo tengo miles y miles de cosas
sobre las que quiero escribir (cada día más) y solo basta que me siente frente
a una “temida” página en blanco para llenarla en doce minutos. Aparentemente
mis causas son muchísimo más banales y tontas: tengo mucho sexo, pierdo mucho
el tiempo pensando que pierdo el tiempo y me pasó el día en Facebook. Ya: lo
dije. Pero lo que más me molesta (empinga) es que podría perfectamente tener la
misma cantidad de sexo, perder el mismo tiempo pensando que lo pierdo y seguir
en Facebook y así y todo escribir (reducir algo estas cosas no vendría mal,
pero en serio no son la causa de mi ausencia de escritura). Entonces, ¿qué
pasa? ¿Por qué no escribo? Pues las causas reales son algo más profundas.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Los invito a
todos a dejar su vida tal como la conocen y cambiarla de ahora para luego. No
es solo cambiar de Cuba para Canadá (ya con eso solo es bastante para
desestabilizar a un toro) sino además cumplir 30 años (aunque luzco menor, que
conste) y el hecho de asumirme como artista y no tener ganas de tener un
trabajo tradicional (no tengo ganas y no lo haré, no insistan más). Pero yo
siempre fui lo contrario: estudié sin que nadie me obligara, trabajé muchísimo
en Cuba (no me refiero a los trabajos legales) y me tracé casi siempre
objetivos bien claros en relación a mi futuro. Nunca estuve “sin hacer nada”.
Pues ahora todo cambió. Y de cierta manera es bueno que todas estas cosas hayan
pasado juntas, ya que así unas se atenúan con las otras. Además, el “no hacer
nada” (que nunca es tal porque siempre hay que hacer pequeñas cosas para poder
comer) es fácilmente sustituible por “el escribir”. Visto globalmente, todo
encaja: algún día leerán en la parte de atrás de uno de mis libros: “a los 30
años (aunque lucía más joven), decide asumirse como escritor, se muda a Canadá
y escribe su primera novela”. Pero es mucho más fácil verlo desde el futuro; en
el presente sigo lo suficientemente desestabilizado como para no sentarme jamás
a escribir y seguir dejándolo todo “para después”.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Y digo “todo”
porque hay más. Desde que “maduré”, mucho antes de los días presentes, he
venido dejando de hacer cosas que por muchísimo tiempo fueron intrínsecas a mi
persona. Para empezar, hace más de 10 años que no me leo un libro. Ya: lo dije.
Busco en mi memoria cuándo fue la última vez y nada: ni siquiera me acuerdo.
Bueno, me leí los primeros cuatro Harry Potter, pero como no me he leído los
otros no puedo ni decir que “lo único que me leí en 10 años fue Harry Potter”.
Perfecto: soy el estúpido que quería leer. Hace un año que no veo una película.
Ya: lo dije. Olviden, por supuesto, los museos, los teatros y las galerías
cuando ni siquiera me puedo leer un libro y ver una película como el más simple
de los mortales. ¿Qué clase de artista soy yo que no tiene contacto con otras
manifestaciones del arte? Si bien estas marcaron absolutamente los primeros 20
años de mi vida al punto de seguir considerándome como un cinéfilo y lector
como pocos, lo cierto es que no me haría ningún daño el actualizarme algo.
Sobre todo ahora que me asumí como artista. Pero no: mi vida real sigue siendo
mi única fuente de inspiración. Aunque aquí debemos hacer un paréntesis.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Que nadie dude
que, si bien no escribo ni hago estas cosas que podrían considerarse como
vitales para mi superación artística, mi bagaje emocional está más inquieto que
nunca. Mi vida es cada día más trepidante que el anterior. No sé si es la ley
de la atracción o mi aptitud para buscarme problemas que me hagan sentir vivo,
pero lo cierto es que conozco cada día a personas con sentimientos, fobias,
historias y pasiones de las que solo había oído hablar en las propias películas
y libros que hace años no toco. Con anécdotas fascinantes, atemorizantes,
hermosas, horribles, que no dudan en compartir conmigo o que protagonizan a mi
lado. Río, lloro, extraño, me asusto, soy feliz o infeliz sin importarme mucho
la diferencia, me dejo llevar, vivo.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Corro en la nieve
en medio de la fría madrugada por un bosque al verdadero norte del mundo para
llegar a un auto que se ve en la distancia como un punto lejano, cuyo dueño
rubio no me conoce pero me espera, y sentirme así el adolescente que nunca fui,
miro a alguien muy joven dormir en mi cama sin saber mucho de la vida y pienso
que me gustaría conservarlo para siempre pero sé que hay que dejarlos ir y en
la mañana lo hago sin decir una palabra, voy a lugares sórdidos y oscuros donde
se oyen los gritos de hombres y se huele – sí, con la nariz – el olor del
pecado, de lo prohibido, de lo que nos enseñaron a reprimir. Y muchas otras
historias que no involucran a hombres ni a nadie más, solo a mí. Pequeños
dramas producidos por la soledad, la lejanía, la libertad, el tiempo
recuperado. Perfecto para un escritor. Pero hay que sentarse y escribir. Hay que
aprovechar esas atmósferas y esos estados de ánimo. Lo que se escriba hoy nunca
será igual a lo que se escriba mañana, aun cuando se trate de la misma
historia, y si bien el distanciamiento será mejor en ocasiones, en otras la
inmediatez de los sentimientos será la mejor guía de un texto literario. Pero
no lo hago. Lo dejo para después y voy acumulando historias que corren el
riesgo de ser contadas todas igual si las hago el mismo día.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Un querido amigo
(y amante) cubano me dijo hace unos meses por correo que me hacía falta una
meta. Por supuesto que tiene toda la razón. Pero ¿cómo encontrarla cuando todo
ha cambiado en tu vida radicalmente? ¿Cuánto tiempo hace falta para que todo se
calme y puedas pensar en lo que quieres y establecer una estrategia lógica para
lograrlo? Me aferro a llamarme a mí mismo “escritor”, lo que prueba que no he
perdido el espíritu de querer decir que “soy alguien”, así que hay esperanza.
Algo de metas hay por algún lado. Pero, ¿qué voy a hacer? ¿Coger un post-it,
poner “escribir” en él y pegarlo en la pared para ver todos los días mi camino
a seguir? Supongo que podría hacerlo pero si al final no lo interiorizo
emocionalmente no tiene sentido. A veces creo que soy escritor solo para no
asumir que soy un vago. Sí, ya sé: pensamientos como esos me hacen realmente un
estúpido que quiere escribir. Pero a veces los tengo.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Hace poco, otra
amiga (y lectora) de 16 años que acaba de llegar al primer mundo, con mucha
pasión por las cosas que de veras importan, me dijo que había logrado ahorrar
para comprarse un libro con la poesía completa de Edgar Allan Poe. Luego me
preguntó qué cosas que había querido hacer toda la vida había hecho al llegar a
Canadá y me avergoncé al no tener nada que responder. ¿Cuántas veces no me
desperté a las 6 de la mañana cuando era más joven para buscar el ganador de un
Oscar de los años 30 en una Internet inexistente, prohibida, fugaz; a cuántas
bibliotecas no fui para buscar los resultados deportivos de épocas pasadas y anotarlos en una libreta de hojas
amarillas; a cuántas salas de video en ruinas “para mayores de 16 años” no
intenté entrar cuando todavía tenía 13; cuántas canciones en inglés no repetí
una y otra vez hasta trabar la cinta del cassette para poder descifrar su
letra? Yo solo, sin que nadie me recomendara nada nunca ni me ayudara a
obtenerlo. Asustando a mis conocidos por mis gustos tan serios no propios de un
adolescente. Y ahora, que tengo todo al alcance de la mano, que puedo ver lo
que quiera, saber lo que quiera, hacer lo que quiera…no hago absolutamente
nada. Vergonzoso. Triste.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Pero, no hace
mucho, toqué fondo. Después de una tenebrosa discusión en Facebook en el muro
de una amiga con un millón de gente que yo no conocía por causa de Brad Pitt
(no me tengo permitido revelar absolutamente nada de lo que pasó por respeto a
mi amiga pero les garantizo que este párrafo era muy ácidamente divertido e
incluso el post se llamaba originalmente “El escritor sin metas y el club de
amiguitos de Brad Pitt”) me cuestioné hasta la última esencia de mi ser. No por
la pelea como tal, ni por mi amiga, ni por sus amigos que me odian, ni siquiera
por Brad Pitt: me sentí mal conmigo, con mi empleo del tiempo y mi ausencia de
ambiciones. Mi pérdida de neuronas en cosas que no tienen sentido. Imagino que
luego de la discusión todo el mundo se fue a hacer algo más productivo…salvo
yo. No tuve nada más productivo a lo cual regresar después de mi improductiva
discusión acerca de Brad Pitt en la que usé mi prosa coherente y mis recursos
literarios solo para ganar algo que no valía la pena ser ganado. Me sentí como
un niño chiquito, uno inteligente pero comemierda. Era oficialmente el estúpido
que quería…el estúpido que ni siquiera sabía lo que quería.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Me deprimí
sustancialmente. Entonces, radical que soy, decidí que tenía que tomar medidas
extremas justo en ese momento. Se acabó la vida sin objetivos: a escribir se ha
dicho. Pero nada: la molestia solo me dejaba escribir cosas odiosas. Cerré
Facebook y apagué el teléfono para evitar distracciones, pero no hubo mucho cambio.
Esa misma noche tenía una orgía a la que me había costado un mundo ser invitado
y en la que estaba loco por participar ya que sabía que iría un austro-húngaro
(sí: como el imperio) que está muy bueno y que nunca se ha fijado en mí. Pues
lo vi como una prueba: si sacrificaba la orgía (que en mi vida sin metas
representa mucho) podría luego cambiar mi vida de la manera que deseara. Así
que, cual monje, me quedé en mi cuarto y esperé estoicamente que pasara la hora
de la orgía.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Las horas pasaban
pero no lo suficientemente rápido. Cada minuto era más agónico que el anterior.
Caminaba por mi cuarto de un lado a otro pensando en todo lo que estarían
haciendo y en cómo me lo estaba perdiendo. Intenté escribir acerca de la
capacidad de sacrificio, pero no salió nada coherente. Puse música escandalosa
y seguí dando vueltas. Oficialmente síndrome de abstinencia. A las cinco de la
mañana, cuando consideré (digamos más bien que me forcé a considerar) que la
orgía ya habría terminado, yacía tirado en el piso de mi cuarto con la mirada
perdida en el techo como si me hubiesen disparado y me desangrara lentamente.
Pero lo había logrado: me había apartado - aunque fuera a la fuerza - de las
distracciones. Ahora a cambiar todo lo que consideraba que estaba mal.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Luego de los
frustrados intentos de esa noche decidí que no intentaría escribir hasta tener
mis objetivos más definidos y mi vida algo más organizada. Así, al día
siguiente intenté hacerlo todo diferente, solo para descubrir horrorizado que
si quiero hacer algo distinto de estar en Internet y fornicar pues no sé ni qué
hacer ni a dónde ir. Me fui a un cine. No entré. Segunda vez que me pasa. Pensé
en ir a patinar bajo techo pero habían cerrado ya a esa hora. Fui a un Burger
King para ordenar mis ideas, ya que la comida chatarra siempre me hace
relajarme y pensar con más claridad, pero por alguna razón entré y con la misma
salí. Me fui a un bar de heterosexuales y pedí una cerveza. Nada: odiaba aquel
lugar. ¿Cuál es el objetivo de ir a un bar si no vas a intentar ligarte a
nadie? Oficialmente un adicto. ¿Y dónde están tus amigos cuando más los
necesitas? Trancados en Cuba o dando vueltas en otras partes del mundo. Los
odio.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Al ver que nada
me satisfacía, comencé a desesperarme. Salí del bar y decidí caminar para
canalizar mi rabia. El iPod se descargó. Nevaba. Las luces de los edificios y
las publicidades gigantes me agotaban. El frío empezó a llegarme al alma cada
vez más. Me dije que tenía que regresar y coger el metro, pero al darme la
vuelta mis botas se dejaron llevar por la escarcha y patiné como un metro sin
llegar a caerme ya que logré equilibrarme con los brazos. Cuando terminé de
resbalar me quedé parado, con ese trepidar en el corazón propio del que acaba
de pasar un susto y se siente vulnerable todavía. “No puedo hacer esto”, me
dije. “Se acabó”. Saqué el teléfono y llamé: “¿Puedo pasar por tu casa?” El
adicto recaía.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">André y yo nos
besábamos y yo no sentía nada. O más bien sí sentía algo: exasperación. Todo en
él me molestaba. Su olor a vino, su espíritu ligero provocado por este, su
necesidad de morderme el cuello. Lo odiaba. Quería estrangularlo. Aparté su
boca de mi cuello por tercera vez. Me besó y puse cara de asco al sentir el
olor a alcohol dulce. Entonces regresó al cuello, me mordió y le largué un piñazo
en el pecho con todo lo que tenía. “Vaya, eso me dolió”, dijo asombrado y
tocándose el pecho. Toda su ligereza se desvaneció inmediatamente. No dije
nada. Solo lo miré con cara de “no me arrepiento”. “¿Pasa algo?”, dijo. Lo miré a los ojos sin decir nada por unos
segundos, lo cogí por el cuello, lo volteé y puse mi mentón en su hombro.
Tranquilo, despacio. El piñazo me había relajado mucho. Entonces dije las
palabras mágicas: “No tengo ganas de tener sexo”. Las palabras que confirmaban
que no soy un adicto sino que estoy aburrido, desestabilizado y carente de
metas.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Me vestí y me fui
a la sala. El autobús no pasaba hasta 20 minutos después y no quería esperar
afuera por el frío. Me senté en el sofá yo solo. Las dos perritas de André,
chiquiticas, gorditas y peludas, una blanca y negra, la otra naranja, me
miraban desde detrás de la cerquita que parece de juguete que las controla para
que no anden por todo el estudio. Me paré, crucé la cerquita que no llegaba ni
a mi rodilla y me acosté en el piso. Karla y Kiki se lanzaron sobre mí. Me
pasaban la lengua por la cara, me olían, me mordían el cordón del abrigo. André
salió medio vestido y al verme en el piso con las perritas se sentó en el sofá
en el que estaba yo hasta hacía un minuto. Luego de un tiempo sin decir nada,
me dijo: “¿Cuál es el verdadero problema?” “No tengo metas en mi vida”, dije
inmediatamente, mientras cargaba a cada perrita con cada mano y las alejaba y
acercaba de mi cara como si hiciera pesas. “Pensé que eras escritor”, me dijo. “Soy un estúpido que quiere
escribir”, dije, mientras volvía a poner a las perritas en el piso y estas
volvían a subirse enseguida a mi pecho. André no dijo nada. Se levantó, cruzó
la cerquita y se acostó a mi lado, para el deleite de Karla y Kiki quienes se abalanzaron
sobre él inmediatamente. Me miró a los ojos mientras las perritas le pasaban la
lengua por la cara y me puso su mano en la mía. “No lo eres”, dijo.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Al llegar a casa
y entrar a mi cuarto estaba más que agotado. Física y espiritualmente. Como si
llegara de la guerra. No encendí la luz, me tiré sobre la cama con la ropa
puesta y me dormí sin darme cuenta.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Me desperté
temprano. Apenas si entraba luz por debajo de la cortina. Mi cuarto lucía bien.
Ni estaba oscuro ni iluminado. Había mucha calma. No se oían ruidos extraños.
Todo era agradable, hermoso. Me incorporé y me senté en la cama con la espalda
en la pared. No pensaba en nada. Tabula rasa.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Entonces me
levanté y lo hice. Encendí la computadora, fui directo a la página en blanco de
Word y escribí palabras que hasta un segundo antes no habían pasado nunca por
mi cabeza. “Ennis era una niña triste. Su madre se dio cuenta desde bien
temprano, al notar que la pequeña lloraba menos que el resto de los niños.” No
supe qué poner después, pero me fascinaba el inicio. Observé la línea escrita y
pensé que nadie es más sabio que un niño triste. Así que Ennis sería una niña
sabia. Pero triste. De las que hubiese preferido ser alegre y no tan sabia.
Como el resto. “¿Cómo sigue esta historia?” “¿Cuál es la historia como tal?”
“No lo sé, pero necesito a alguien que sea la contraparte de Ennis. Las
contrapartes ayudan mucho”. Fue así como surgió el hombre que corría en la
dirección contraria. “¿Por qué corres en la dirección contraria?, dijo Ennis.
“Así puedo ver las caras del resto de los corredores cuando nos cruzamos sin
tener que correr más rápido que ellos” dijo el hombre que corría en la
dirección contraria. “Pero así nunca ganarás la carrera”, dijo Ennis. “Para mí
ganar la carrera es encontrarme de frente las caras de los demás”, dijo él.”</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Luego la madre de
Ennis, Karla, se negó a aceptar la amistad de su hija con un hombre adulto y
los corredores elevaron una propuesta para impedir que el hombre que corría en
la dirección contraria corriera en la dirección contraria, pero justo entonces
Kiki, la rubia esposa del alcalde, intervino en esta historia trayendo al Sr. Pitt
y…y entonces me di cuenta de que llevaba escribiendo más de tres horas. No
había desayunado, no me había quitado la
ropa del día anterior, no había entrado a Facebook, no había pensado en
hombres. Y recordé cuánto me gusta escribir. Cuánto me entretiene, me apasiona,
me ayuda. Cómo todo tiene sentido de nuevo cuando me siento frente a la hoja en
blanco y escribo sobre mis pasiones, mis miedos, mis sueños, mis
descubrimientos de la vida, ya sea con mi nombre, con el de Ennis o con el del
eterno optimista del hombre que corría en la dirección contraria.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Ese día escribí
todo el tiempo. En la noche estaba cansado pero satisfecho. Sentía que había
ido a trabajar. Pero a un trabajo que me gustaba y me satisfacía. Luego de más
de doce horas frente a la computadora me bañé y me fui a dormir. Pero antes,
arranqué un post-it, puse “escribir” con un plumón y lo pegué en la pared donde
pueda verlo todos los días. Esa es la meta de un escritor: escribir. Aunque
suene redundante. Y así nada más, había encontrado ese algo que le daba un
sentido a todo lo demás. Y nunca un estúpido que quería escribir se sintió tan
bien consigo mismo.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Una vez
recuperado mi centro, el resto de las cosas no tardaron en alinearse. Unos días
después, mi compañera de piso me obligó a leer el libro que acababa de terminar
ya que le recordaba a mí. Así de la nada. Y comencé a leer a Tremblay (también
empecé el quinto de Harry Potter días después). Y aunque oxidado, volví a ser el fabuloso lector que siempre fui. El
que va sonriendo mientras sigue apresurado las líneas con los ojos, el que tapa
los párrafos de abajo cuando sabe que algo grande va a pasar y no quiere
arruinárselo él mismo, el que al terminar cada capítulo no corre hacia el otro,
sino que mira al vacío y se queda pensando en lo que acaba de leer. Así,
gracias a la extraordinaria pluma de Tremblay (que sí: me hizo pensar mucho en
mí) me ericé en el autobús, reí en las taquillas del gimnasio y lloré a la
salida del metro, en la que me había parado tan solo porque no podía esperar a
llegar a mi casa para terminar de leer ese capítulo.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Días después
encontré un pequeño restaurante no tan caro ni tan lejos, con un ambiente
fabuloso de café francés, en el que sirven desayunos gigantes a cualquier hora
del día y en el que todo el mundo parece estar feliz y de buen humor. Y así, yo
solito, me encontré un lugar diferente al que ir y leer mis cosas. Así que allí
estaba, con mi café en la mano y mi Tremblay en la otra, cerca del cristal que
da a la calle en una iluminada mañana, perdiéndome entre monjas que, presas de
su psiquis, se echaban a volar un día en frente de sus alumnos, cuando alguien
interrumpió mi lectura. “Disculpa”. Lo miré como si me sacaran de un hueco
oscuro en el que llevaba mucho rato y ahora veía la luz.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Ahí estaba él: el
austro-húngaro (sí, como el imperio) que nunca se fijaba en mí. Lo miré como
bobo. “¿No eres tú el que se suponía que fuera el sábado a casa de Jean?”,
dijo. Yo, luego de unos segundos necesarios para procesar la respuesta, asentí
con la cabeza. Como bobo. “¿Y por qué no fuiste?”, dijo. Yo me encogí de
hombros. Como bobo. Él sonrió. “Bueno, para la próxima quizás”, prosiguió. Yo
asentí. Como…sí: como bobo. Él me volvió a mirar como esperando que dijera
algo, pero no dije nada. Entonces se fue, pero me guiñó un ojo cuando ya estaba
en la acera. Y ahí me quedé. Claro que pude correr y pedirle su teléfono. O al
menos decir algo. Pero era jueves a las 11 de la mañana y a esa hora, las
personas con metas y objetivos en esta vida tenemos que trabajar. Así que un segundo
después no pensaba en otra cosa que en mis monjas voladoras de nuevo. De todas
formas, al llegar a casa decidí que el padrastro de Ennis, un fabuloso y
hermoso austro-húngaro (sí, como el imperio) conocería al hombre que corría en
la dirección contraria y decidiría que no era mala compañía para su hijastra.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Así que
replanteemos la historia del joven y atractivo mancebo que decidió un día
dejarlo todo para consagrarse al noble arte de escribir. El que estuvo
descontrolado por un tiempo, debido a su vida intensa y llena de cambios, pero
que logró superarlo todo, estabilizarse y dedicarse por completo a la tarea
para la que consideró que estaba destinado: escribir. El que logró volver triunfantemente a sus
libros, a sus películas y a sus escritos de niñas tristes pero sabias y hombres
que corrían en la dirección contraria, para encontrar así la meta de su vida. Y
este, lejos de ser el final de la historia, no fue más que el inicio de la
misma…</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
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Raúl Reyes Mancebohttp://www.blogger.com/profile/03496825375191308799noreply@blogger.com10tag:blogger.com,1999:blog-8017671902649302813.post-81614265621640426562012-12-12T11:23:00.000-04:002012-12-12T12:16:38.712-04:00Trilogía fiel sobre la infidelidad (III)<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES"><b>Tercera parte: El otro</b></span></span></span></div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Aquello tenía que ser una broma. Una muy sádica. ¿Qué hacía en aquel auto
mientras Jean-Luc y su novio rubio estaban en el asiento de atrás casi
abrazados? Era como si la ley de atracción funcionara solo para molestar. El
novio rubio del que tanto había oído hablar, al que tanto detestaba aún sin
conocer, estaba a menos de un metro de él. Y acurrucado a Jean-Luc. El Jean-Luc
con el que tanto sexo tenía y del que tanto dependía. Culpables. Necesitaba culpables.
Edgar. Eso: Edgar era el culpable. Edgar y él mismo, por supuesto. Cuando Edgar
le dijo que lo invitaba a un chalet en el campo por un día, tenía que haber
preguntado quién más iría. Había olvidado que Edgar y Jean-Luc se conocían.
Tampoco le había dicho a este el último día que se vieron a escondidas que se
iba a un chalet el domingo. Y Jean-Luc, por supuesto, no le había dicho que se
iría a un chalet con su novio rubio y con Edgar. Así que, por falta de
comunicación, ahora estaban todos en el mismo auto: Edgar al volante, un hombre
que no conocía detrás, a su lado Jean-Luc y el novio rubio bien pegados, y
Leonel en el asiento del copiloto, pensando que todo aquello tenía que ser una siniestra
broma del destino.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">“Jean-Luc y Leonel, ¿de dónde se conocen ustedes?”, preguntó Edgar, para
lograr tensionar aún más el ambiente. “De tu cumpleaños” respondieron ambos al
mismo tiempo. “¡Claro!” dijo Edgar. Ahí se habían conocido, en efecto. Un día
en que Jean-Luc había dejado al novio rubio en casa y solo había llevado su
encantadora sonrisa. Dos minutos después y ya se miraban. Dos horas después y
ya habían tenido sexo. Dos meses después y ya Leonel gritaba que odiaba al
novio rubio. “¿También conoces a Louis?”, dijo Edgar. “No”, dijo Leonel,
mientras se viraba y le sonreía al novio de su amante. Este le dirigió una
sonrisa rara. Leonel pensó que era un buen momento para tener un accidente en
la carretera. “Y el otro es Alex”, dijo, señalando al hombre desconocido al
lado de la feliz pareja. La misma sonrisa de nuevo. “Y después conocerás a mi
nuevo novio”. “El de esta semana”, dijo Alex sonriendo. “En realidad nos
conocimos el jueves y no creo que pase de hoy así que es el de la mitad de
semana”, dijo Edgar y todos rieron.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Leonel no sabía cómo sentirse. Hacía mucho se había dado cuenta de que
Jean-Luc era lo mejor que había pasado por su vida. Pero por supuesto que las
cosas nunca podían ser fáciles para él. Jean-Luc tenía su novio. Uno lindo, al
que todos conocían y del que estaba supuestamente muy enamorado. Aunque Leonel
gritaba y amenazaba sabía internamente que Jean-Luc nunca dejaría a su novio. Esa
costumbre de los gays de coger lo peor de los heterosexuales. Al mismo tiempo,
al estar sentado en aquel auto se sentía, de una manera enferma pero quizás comprensible,
parte de la acción. Tanto tiempo oculto de un novio que no tenía ni idea de su
existencia lo hacía sentirse rebajado, apartado. Pero ahí estaba ahora. A un
metro de los dos y con todo un día por delante para exhibirse. No sabía muy
bien cómo sentirse, pero algo le decía que aquel día inesperado sería,
resultara como resultara, definitorio para su relación con Jean-Luc.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">El chalet era pequeño pero hermoso. La mezcla de madera y cristal era
fabulosa. “Hola”, dijo el hombre que no conocía, el tal Alex, al bajarse del
auto. Leonel no había tenido mucho tiempo de mirarlo, ya que aunque le dolía el
cuello de pensar durante todo el viaje en lo que pasaba detrás, solo se había
volteado cuando las introducciones. “Hola”, respondió Leonel. Sabía que todo estaba
preparado para juntarlo con este Alex. Jean-Luc y el novio rubio, Edgar y el novio
de la mitad de semana…Leonel y el hombre nuevo. Pensó que no estaba mal darle
algo de celos a Jean-Luc, después de todo. Este se había bajado del auto y
enseguida se había perdido con el novio dentro del chalet. Fingía mucho mejor
que él. Por supuesto, estaba acostumbrado.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Dentro del minúsculo chalet todos hablaban y planificaban cosas que nadie
materializaba. Hacer un fuego, caminar por el lago…nada: con la excusa de esperar
al novio de la mitad de semana todos estaban sentados en la cocina-salón
mirándose las caras. Jean-Luc y Louis (Leonel había decidido llamarlo en su
cabeza por su nombre por miedo a que se le fuera a ir “el novio rubio” en algún
momento) estaban sentados uno encima del otro en una butaca. Leonel no entendía
la necesidad de que se estuvieran tocando todo el tiempo. Como si no vivieran
juntos. Quizás habían tenido una pelea antes y estaban reconciliándose. O
quizás el novio rubio - Louis - quería marcar el territorio. Fuera como fuera,
era muy desagradable.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Se veían muy bien juntos. Eso no se podía negar. Sabía que si a alguien al
azar se le pidiera que escogiera el novio ideal para Jean-Luc, seleccionaría al
novio rubio Louis y no al simpático de Leonel. Este pensamiento no ayudaba.
Intentó recordar que a pesar de todo Jean-Luc no podía vivir sin verlo al menos
dos veces por semana y llamarlo casi todos los días. Las victorias pírricas de
los amantes. Louis lo miraba extraño. Eso incomodaba a Leonel ya que lo hacía pensar que quizás sospechara
algo. Pero, de alguna forma, no estaba muy seguro si esto le gustaba o no. Con
todo esto en la cabeza y mirando con el rabillo del ojo a los enamorados de la
butaca, intentaba en vano concentrarse en una conversación con Edgar y Alex.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">En un momento Jean-Luc se paró y entró al baño, el cual estaba justo al
lado de ellos. Louis se quedó solo en la butaca, pero dos segundos después se
levantó y fue detrás de él. A Leonel le costaba seguir hablando. Lo intentaba
pero aquello era demasiado. Toda su atención estaba en la puerta del baño. ¿Ese
cretino rubio no podía controlarse las hormonas? ¿Y el otro no podía aunque sea
recordar que él estaba allá fuera? Que los demás no lo supieran no quería decir
que él no lo supiera. Pasaban los minutos y nadie salía. Creyó que se volvía
loco, ahora sí que le molestaba estar en aquel lugar. Inventó una llamada
telefónica y salió del chalet. Se sentó en las pequeñas escaleras y se puso a
pensar en cómo quizás aquel era el momento en que más solo se había sentido en
su vida. Ni siquiera cuando estaba solo en verdad y no tenía a nadie se había
sentido tan solo como ahora. </span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Luego que llegara el novio de la mitad de semana - uno de los hombres más
lindos que Leonel había visto en mucho tiempo - se fueron finalmente, menos
Edgar y el recién llegado, a dar un paseo por los alrededores. Todo prometía
ser aún más incómodo, ya que Leonel tendría que ponerse a conversar o con su
supuesta cita, Alex, o con los otros dos, pero, para su sorpresa, todo mejoró.
La conversación giraba acerca de los paisajes y Leonel casi pudo olvidar por un
instante todo lo que estaba sucediendo. Hablaban como si fuesen desconocidos
que se esfuerzan por hablar de un tema neutro para aprender a conocerse. Como
debería ser si Jean-Luc y <span style="font-size: small;">Leonel</span> no fuesen amantes. En un momento, Alex y Louis
intentaban ver quién se subía más rápido a un árbol, así que Leonel y Jean-Luc
se quedaron uno al lado del otro, mirándolos. Podían haberse dicho algo
perfectamente sin ser escuchados, pero ninguno de los dos dijo nada. Ni siquiera
se miraron. </span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">En otro momento, fue Jean-Luc quien le tiraba unas fotos a Alex en una
roca, así que Leonel y Louis se quedaron uno al lado del otro. Se sonrieron
tímidamente. “Bonito día”, dijo Leonel. “Sí”, dijo Louis. Leonel lo miró fijo.
Para su sorpresa, descubrió que no tenía ningún sentimiento negativo en contra
de Louis. Siempre hablaba mal de él, pero en realidad no tenía motivos y ahora
que lo tenía a su lado, comprobaba que no le desagradaba. Louis también lo miró
fijo. Con una mirada extraña, como si lo observara detenidamente. Al descubrir
que se miraban a los ojos, Leonel cambió la vista.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Al final quedaron los cuatro sentados en círculo al lado del lago. “Buen
momento para sacar esto” dijo Alex, sacando un cigarro de marihuana del abrigo.
Jean-Luc y Leonel sonrieron y Louis aplaudió. Algo de marihuana no le vendría
mal, pensó Leonel, aunque desde que habían salido del chalet se sentía mejor. Se
pasaban la marihuana como adolescentes. Alex, Jean-Luc, Louis, Leonel. Cuando
llegó a Louis por cuarta vez ya no quedaba casi nada del cigarro, así que este
fumó todo y lo botó. “Pues se acabó”, dijo Alex mirando a Leonel, quien estaba
acostado bocarriba. “Oh, no importa, creo que con lo que fumé fue suficien…” </span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Nada podría haberlo preparado para aquello. Lo próximo que vio y que no lo
dejó terminar su frase fue la rubia cara de Louis justo encima de él. Sin mucho
preámbulo, este pegó su boca a la de Leonel y le pasó poco a poco todo el humo
que tenía dentro. Lento, como si no hubiese prisa alguna. Leonel podía sentir
su olor perfectamente. También, por encima del sabor del humo, podía sentir su
aliento. Al terminar, Louis apartó la boca lentamente, Leonel expulsó el humo
muy suavemente, casi en la cara del otro y ambos se quedaron mirándose con las
cabezas a tres centímetros. Entonces Louis sonrió. Con una de sus sonrisas
raras. </span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Si a alguno de los demás le pareció raro todo aquello, pues lo fingieron
muy bien. Leonel se quedó tirado en el piso. Ni pensó en mirar a Jean-Luc. No
sabía cómo mirarlo. No tenía idea de qué pensar, decir o sentir. Así que ni
pensó, ni dijo, ni sintió nada. La marihuana ayudaba a cumplir esta función. Se
quedó tirado en el piso, al lado del
lago y mirando al cielo sin ningún pensamiento en la cabeza.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">El resto de la tarde pasó sin grandes eventos. De una extraña forma, Leonel
ya casi se acostumbraba a todo aquello. Fingía, consigo mismo más que con nadie,
que no era más que un amigo de Edgar y actuaba en consonancia. Hasta que en la
mesa, luego de la cena, Edgar le preguntó a Jean-Luc y a Louis si pensaban
casarse alguna vez. La sola pregunta molestó enormemente a Leonel. Se sintió
inmediatamente abandonado. Se concentró en picar su carne para que no se le notara.
“Sí”, respondió Louis, “el año que viene, quizás”. Leonel miró a Jean-Luc,
quien, para imitar su actuación de todo el día, no lo miraba. Leonel siguió
picando la carne en pedacitos al darse cuenta que era incapaz de llevársela a
la boca.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Después de otras conversaciones sin importancia, Alex le preguntó a Leonel
en alta voz si tenía novio o si estaba saliendo con alguien. Todos lo miraron.
Leonel no supo qué decir en un primer momento, entre otras cosas porque su
molestia no lo dejó oír bien la pregunta. “Pues…no”, dijo finalmente. “¿Por
qué?”, dijo Alex. “Leonel ama ser soltero”, dijo Edgar. Leonel lo miró y sonrió
mientras seguía picando la carne. “No es tan así, solo que…”. “¿Le tienes miedo
al compromiso?” dijo el novio de la mitad de semana. “Al compromiso como tal
no, pero a algunas cosas que vienen con él sí”. “¿Cómo cuáles?”, preguntó Alex.
“Pues si no tengo un novio, nunca podrán engañarme, por ejemplo”, dijo Leonel,
con plena consciencia de lo que decía. Sintió la mirada de Jean-Luc pero no lo
miró de vuelta. </span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">“¿Ese es tu miedo?”, dijo el novio de la mitad de semana. “Sí, debo confesar
que me aterra un poco”. Era mentira, pero sabía lo que decía. Todos lo miraban.
“Pero no se puede vivir con ese miedo, ¿no?”, dijo Edgar. “Lo sé, pero me
asusta pensar que alguien me diga que me ama y todo eso y que luego se vaya con
el primero que pase y le cuente mis cosas íntimas, le diga que no me quiere
tanto, que solo está conmigo por…por lo que sea”. Si sus palabras habían tenido
como propósito fijar a Jean-Luc en el asiento, lo había logrado. Sus ojos
azules lo miraban con odio y miedo. Podía sentirlo, aún sin mirarlo.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">“Bueno, pero ese hombre tendría que ser muy cabrón, ¿no?”, dijo Alex. “Pasa
mucho”, dijo Leonel. “Todo el mundo engaña”. Quería que Louis dijera algo como
“No todo el mundo”, pero este no dijo nada. Lo escuchaba con mucha atención.
Como el resto. “Todo el mundo engaña, pero no todo el mundo lo hace igual”,
dijo el novio de mitad de semana. “Unos son infieles todo el tiempo sin
problemas, otros lo hacen un día y se sienten culpables luego por mucho tiempo,
otros lo hacen porque quieren demostrarse que le gustan a los demás todavía,
otros porque conocen a personas verdaderamente extraordinarias y no pueden
dejarlas pasar…hay muchos modos de ser infiel”. “¿Se supone que eso me haga
sentir mejor?”, dijo Leonel. “Al final es una mierda igual”. </span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">“La infidelidad hay que entenderla”, dijo entonces Louis. Nada más y nada
menos que Louis. Leonel lo miró interesado. Hasta ahora había hablado para
provocar, pero ahora se sentía realmente interesado. “¿Por qué?”. “Los seres
humanos tienen miedo muchas veces. Y ese es su escape.” “¿Entonces justificas a
los que engañan?” “Digamos que los entiendo”. “O sea, si Jean-Luc te engañara,
¿lo entenderías?” Aunque no lo miraba podía sentir la mirada de Jean-Luc. “Pues
no sé, depende de la ocasión. Pero no lo vería como el malo y a mí como el
bueno inmediatamente.” “¿Por qué no?” “No lo sé…no califico a la gente de esa
forma normalmente”.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">“Peor la tiene el otro”, dijo el novio de la mitad de semana poniendo fin
al diálogo personal entre Leonel y Louis. “¿Qué pasa con él?” dijo Alex. “El supuesto
bueno y el supuesto malo puede que no sean ni tan buenos ni tan malos, pero el
otro siempre será el otro. Su categoría no cambia. Siempre estará en una
esquina, apartado, viendo como los demás son felices o infelices enfrente de
los demás sin que nadie sepa de su existencia”. Leonel sintió que le encajaban
un tenedor en la barriga. “No se hubiera metido en eso”, dijo él mismo,
volviendo a picar la carne. “Nunca es tan fácil”, dijo el novio de la mitad de
semana.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">“Lo que más me asombra siempre”, dijo Edgar, “es cómo la gente engaña sin
analizarlo mucho, y sin embargo, si se lo hacen a ellos se quieren morir y el
mundo se les viene abajo”. “¡Pero eso es más que lógico!” dijo de pronto
Leonel, casi gritando y con un cubierto en cada mano como si los amenazara.
Todo el mundo lo miró fijo. “La gente se acuesta con lo que sea porque son
débiles. Necesitan tener más de uno para reafirmarse. Mientras más, pues mejor.
Pero como acostarse con la gente no los hace más fuertes, si algún día
descubren que se lo hacen a ellos se vienen abajo. Es como si hubiesen perdido
la batalla que ellos mismos habían comenzado. ¡Es pura lógica!”. Su última
frase había sido un grito con una sonrisa histérica. Al tomar consciencia de su
actitud miró hacia el plato con la carne más que picada. No sabía si Jean-Luc lo
miraba o no. No le interesaba.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Después de un silencio, Edgar preguntó: “¿Pasa algo?”. Leonel levantó la
cabeza y sonrió. “Estoy teniendo un romance con un hombre casado…con una mujer.”
Sabía que tenía que decir algo para justificar todo aquello. Se escuchó un
murmullo general que quería decir algo como “Acabáramos”. De pronto todos
estaban en el mismo equipo de nuevo. “Los bisexuales son lo peor”, dijo el
propio Edgar. “Quieren hacernos creer que lo de ellos no es engaño porque
necesitan a alguien de otro sexo que se los meta”. “Hijos de puta”, dijo Alex. “Los
heterosexuales no son mucho mejores. Se pasan el tiempo engañando. Creen que
así complacen a sus padres”, dijo el novio de la mitad de semana. “Hijos de
puta”, dijo Alex. “Y las mujeres”, dijo el propio Leonel, “esas zorras engañan
todo el tiempo y nadie se da cuenta”. “Hijas de puta”, dijo Alex y todo el
mundo se echó a reír, incluido el propio Leonel. El exabrupto había pasado.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">“Uff, la infidelidad no es tan fácil como parece”, dijo Edgar. “En realidad
es entretenida” dijo de pronto Jean-Luc. Sus primeras palabras en toda la
conversación. Leonel lo miró y Jean-Luc lo miró de vuelta. Era la primera vez
en el día que sus ojos se habían cruzado. “Hasta que alguien decide enamorarse
y entonces se complica”, agregó. No había rencor. No había reproche. Ni
siquiera había miedo. De hecho, le recordó al Jean-Luc de encantadora sonrisa del primer
día. Su mirada era la misma que si hubiera dicho “lo siento” o “te quiero”,
confirmando que se había referido a él mismo cuando dijo “alguien se enamora”. Nadie
se dio cuenta de nada. Louis miró a Jean-Luc, luego a Leonel y sonrió
diáfanamente. ¿Qué querían decir las sonrisas de Louis? Pues nunca lo sabría. Leonel,
con mucho menos en la cabeza, se llevó un trozo de carne a la boca.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">En el auto de regreso, como eran más que en la ida, tuvieron que ponerse
unos encima de los otros en el pequeño auto. Leonel, desplazado del asiento del
copiloto por el novio del fin de semana, se sentó detrás al lado de una
ventanilla, justo al lado de Jean-Luc, quien cargaba a Louis. Alex estaba del
otro lado. Inspirados por la dulce noche de la carretera, casi todos dormían.
Después de un momento en que Jean-Luc protestó por el peso de Louis, este le
preguntó a Leonel si podía usar su rodilla para compartir la carga. Leonel
aceptó. En cualquier otro momento hubiera lucido raro, pero después de aquel
día, lucía como algo bien normal. Y así se quedaron en la pacífica oscuridad, todos
bien cerca, Jean-Luc durmiendo, Louis con la cabeza recostada al asiento delantero
y Leonel mirando por la ventanilla una luz alejada que resaltaba en lo alto de
una montaña oscura. </span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
Raúl Reyes Mancebohttp://www.blogger.com/profile/03496825375191308799noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-8017671902649302813.post-62723458755559526822012-11-15T21:13:00.001-04:002013-01-30T19:29:23.712-04:00Trilogía fiel sobre la infidelidad (II)<div style="text-align: justify;">
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</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: center;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES"><b>Segunda pa<span style="font-size: small;">rte: <span style="font-size: small;">El malo</span></span></b> </span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Nunca se vio a sí mismo como esa clase de hombre. Ser infiel ocasionalmente
podía haber pasado por su mente alguna vez, serlo a tiempo completo jamás. Sin
embargo, ahí estaba. Y hasta el cuello. Pero sabía muy bien lo que tenía que
hacer: no pensar en eso. Solo seguir haciéndolo sin reflexionar al respecto.
Había aprendido desde bien joven que uno no debe sentirse culpable nunca por
ninguna otra persona. Bastante lo habían decepcionado ya. En lo único que tenía
que pensar era en cómo simultanear ambas relaciones sin que le fuera demasiado
complejo. Claro que ni Gabriela ni Lenore eran como el resto de la gente del
pasado y él lo sabía. Ahí estaban: eran justo pensamientos como ese los que se
tenía prohibidos. Pero es que ahora todo estaba a punto de complicarse. Algo lo
obligaba a decirse que era ser demasiado irresponsable el entrar a aquella
tienda y al menos no pensar en ello.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">“Buenos días”, dijo la muchacha en cuanto entró a la pequeña, pero lujosa,
tienda. “Buenos días”, dijo Alain con una sonrisa cálida. No había ningún otro
cliente. “¿Busca algo en específico?”. “Pues un traje”. “Oh, perfecto. ¿Muy
formal?”. “Creo que sí. Es para una boda.” “Oh, sí: es algo formal. Pero no se
preocupe: los novios de seguro estarán más preocupados que usted”, bromeó ella
guiñándole un ojo. “¡Oh!” dijo Alain, “no me expresé bien: es mi boda”. “¡Oh,
por Dios!”, dijo ella. “¡Felicidades!”. “Gracias”, dijo él, sonriendo aún más.
La señorita le caía bien. “¿Y vino solo? Normalmente los novios traen a toda la
familia con él”. “Mi mejor amigo debería estar aquí”. “No se preocupe: yo me
encargaré de usted. Le garantizo que será el novio más apuesto de la ciudad.” “Jajaja,
mientras no sea demasiado caro”. “Le daré cuanta rebaja tengamos”. “Pues suena
como un plan”. “¡Perfecto! Iré a buscar el catálogo de trajes de novio”. “Aquí
estaré”. </span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Estaba convencido de que Gabriela hubiera encontrado a la chica adorable.
Pero la novia no se suponía que acompañara al novio a comprarse el traje.
¿Dónde se habría quedado Miguel, por cierto? Estuvo a punto de invitar a
Lenore, pero le pareció demasiado sórdido. Así y todo, Lenore era la mejor en
cuanto a modas se refería. Estaba convencido de que con ella habría salido de
la tienda en solo una hora con el mejor de los trajes del mundo. El mejor de
los trajes del mundo para casarse con otra mujer. El colmo de la sordidez.
Tanto para Lenore como para Gabriela. No: definitivamente era mejor ni pensar
en cosas como esas. ¿Por qué tenía ideas como aquellas?</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Lenore se había tomado bastante bien lo de la boda. Le dolía, podía
notarlo, pero no había gritado ni llorado. Lenore no gritaba ni lloraba, de
todas formas. Él no estaba preparado para aquella boda tampoco. Ni Gabriela.
Pero hay un momento en que hay que hacerlo. De todas formas, Gabriela era la
mujer para él. Quería tener hijos con ella, estar toda la vida a su lado. La
amaba. Casarse sonaba como lo lógico a hacer. Pero entonces: ¿Lenore? ¿No
quería estar toda la vida con ella? ¿No quería tener hijos con ella también?
¿Había un momento en que debería despedirse de Lenore y dejar que ella tuviera
su boda, sus hijos con otro hombre? Se sentía incapacitado para pensar en eso.
Le había funcionado siempre el no pensar, ¿por qué lo hacía ahora? ¿Por qué no
dejaba que la vida decidiera por él como debía ser? Era aquella tienda. Aquella
tienda que lo obligaba a casarse y a pensar. Se dijo que casarse era solo un
trámite, que no tenía por qué ponerse a pensar nada. Que esto era una simple
formalidad que no requería un pensamiento mayor.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">“Aquí estoy”, dijo la señorita, justo a tiempo para salvarlo de sus
pensamientos. “Perfecto”, dijo él, aliviado. “Podemos ver el catálogo juntos o
usted solo, si lo prefiere”. “¿Por qué habría de preferir eso? Yo los veo todos
iguales”, dijo él sonriendo. “Fantástico”, dijo ella. Se sentaron en un rincón
apartado y se pusieron a ver el catálogo. Ella le explicaba la calidad de los
trajes y le sugería algunos en relación a los precios y los colores. Iban
marcando los favorecidos en un papel. Uno le gustó mucho. Justo cuando pensaba
que todos se parecían. “A Lenore le encantaría este”, dijo. “Oh, este es
fabuloso. Lenore debe tener muy buen gusto”, dijo ella, cómplice. Oh, no, ¿por
qué había dicho eso? “¿Anoto ese también?” dijo ella como una maestra que
tienta a un niño con chocolates. “Por supuesto”. “Pues bien, entonces tenemos
estos seis. Iré a avisar a los modelos.” “Perfecto”, sonrió él.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Ahora se sentía culpable. Se sentía como un hombre que quiere más a la
amante que a la esposa. Qué clásico. De los que se casan con la más tierna y son
amantes de la más rebelde. Esto no era para nada así. Para nada. Si Lenore
hubiera llegado a su vida antes se habría casado con ella. ¿Eso quería decir
que se casaba con Gabriela por orden de llegada? Qué horrible pensamiento. ¿Por
qué pensaba? ¿Por qué no se callaba su cabeza? Se compraría el primer traje que
le pareciera medianamente bien y se iría de allá. ¿Por qué ninguna de las dos
había llegado a su vida cuando se sentía solo y triste? Eso: la culpa era de
ellas dos por no haber llegado a tiempo. Por llegar demasiado tarde y casi al
mismo tiempo. No muy convencido con este último pensamiento, se decidió a
caminar por la tienda para intentar pensar en otra cosa. </span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Siempre había estado resentido con la vida. Sentía que nunca había sido
juzgado en su justa medida, que nunca nadie lo había entendido y que por eso
siempre había estado solo. Hasta que llegó Gabriela. Tan dulce, tan linda, tan
inteligente. Con sus gritos sin sentido en las mañanas. Con sus “hoy no cociné
ni lo haré, yo no soy una esclava”. Con su sexo en lugares públicos. Tan
deliciosa Gabriela. Y ya nunca más estuvo solo. Hasta la manera de ver su
propia vida le cambió. Ya no era el Alain solitario que siempre había sido.
Ahora era el Alain que había sido solitario en el tiempo previo a conocer al
amor de su vida. Como en las películas.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">“Los modelos están listos”, dijo la muchacha. “Genial”, dijo él. Se fueron
a una habitación privada y dos modelos entraron con los trajes puestos. Alain se
preguntó si se verían así en él. Luego de que desfilaron todos los trajes, el
que le había llamado la atención al inicio seguía siendo su favorito. Se lo
dijo a la muchacha. “En realidad, yo también creo que le quedaría fabuloso. ¡Pues
a probárselo!”, dijo ella misma.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Al quedarse solo en la habitación y comenzar a probarse el traje ya se
sentía mal. Le dolía la cabeza. Se sentía esquivo, ausente, distante. El
esfuerzo que hacía por no pensar lo estaba desesperando profundamente. Se probó
el traje a la carrera solo para hacer entrar a la señorita lo antes posible y
tener algo de compañía. “Oh, por Dios”, dijo la muchacha al entrar. Tenía la
boca abierta. “Ese es su traje, no puede casarse con nada más”. La muchacha
hablaba sinceramente, no había ninguna estrategia de venta involucrada. Alain se
miró bien en el espejo. “Oh, por Dios” fue lo primero que le vino a la cabeza. Se
veía espectacular. Mejor que los modelos. Miró a la señorita y sonrió: “Este es
el traje”. Ella sonrió como si su hijo se graduase de la universidad.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">“¿Te quieres casar conmigo” dijo de pronto una voz masculina. Miguel
acababa de entrar a la habitación. “Tú eres el peor amigo que alguien podría
desear”, dijo Alain. “Por Dios, qué bien te queda ese traje”, dijo Miguel
ignorándolo. “Llamaré al sastre”, dijo la señorita. “O sea: ¿estamos de acuerdo
en que ese es el que es?”, dijo ella misma, como recordándose que la opinión
que contaba no era la de ella. “Si se casa con algún otro, lo mataré”, dijo
Miguel. Alain asintió con la cabeza, ella sonrió y salió.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">“¿Todo bien?”, dijo Miguel. “Todo perfecto”, mintió Alain. “Estoy en el
trabajo. Tengo que irme en 10 minutos”. “Lo dicho: eres el peor de los amigos”.
“Pero te amo”, dijo Miguel y lo besó en la frente. “¿Crees que puedas hacerlo
todo tú solo?”. “Sí, creo que ya pasamos lo peor”. “Perfecto”. “Es un traje
fabuloso”, dijo Miguel. “Lo es”, dijo Alain. Entonces se hizo un silencio.
“¿Hago bien?”, dijo de pronto Alain. “¿De qué hablas?” “Casarme. ¿Hago bien,
verdad?” “Por supuesto. Gabriela es la mujer perfecta.” Alain asintió. “¿Qué
pasa?”, preguntó Miguel. Alain no dijo nada. “Hey, ¿qué pasa?”, dijo
severamente Miguel. “¿Y Lenore?”, dijo Alain. Miguel sabía que diría eso. No
había querido ser el que sacara el tema, pero sabía que era de eso de lo que se
hablaba.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Se sentó en una silla. “No sé qué decir. Lenore sabe que tú…” Silencio. “Alain,
no sé muy bien qué responder. La respuesta es “sí: haces bien””. Obviamente
Miguel ya había pensado en aquello también. “El culpable soy yo, ¿no es
cierto?” “Oh, no”, dijo Miguel. “No, no”, repitió. “No tengo permitido sentirme
mal. En definitiva todo esto es culpa mía y puedo detenerlo cuando sea, ¿no?”,
dijo molesto Alain. “Alain, la infidelidad es divertida mientras nadie esté enamorado
de nadie. Y tú estás enamorado, no solo de una, sino de las dos. Y ellas dos de
ti. Hace rato que esto dejó de ser divertido. Lidia con eso.”</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">En eso entraron el sastre y la muchacha. Miguel y Alain se miraron. Alain
estaba a punto de explotar. Miguel se había alterado también. El sastre tomó las
medidas, mientras Miguel y la muchacha lo miraban. De pronto Miguel se paró. “Tengo
que irme”, dijo. Se sentía culpable. “Está bien, no te preocupes”, dijo Alain.
“Todo estará bien”, dijo Miguel. Alain lo miró fijamente y después de un
silencio, asintió con la cabeza. Antes de irse, Miguel le dijo a la muchacha ya
con su espíritu habitual: “Por favor, cuide a mi hijo”. “No se preocupe”, dijo
ella sonriendo. </span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Al salir Miguel y luego el sastre, la muchacha le dijo a Alain: “Tenemos
dos opciones. Podemos hacerle los arreglos ahora o puede pasar otro día. Mañana
mismo, quizás”. Pensar en volver otro día era demasiado para Alain. Prefería
terminar con todo aquello ya. “Creo que esperaré”. “Pues muy bien. No será mucho:
nuestro sastre es el mejor de la ciudad y estoy convencida de que al traje no
hay que hacerle mucho”, dijo mientras salía.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Al quedarse solo no sabía muy bien
qué hacer. Ahora sí se sentía mal. Casi enfermo. Ya no servía de nada el
intentar no pensar. Lo estaba lacerando demasiado el no hacerlo. Nadie tiene
tantos escrúpulos, no los tengas tú. Tú no amas a nadie, a ninguna de las dos.
Eres un cobarde. No se puede amar a dos, es solo una excusa que te dices para
acostarte con ambas. Si hubiera tres, dirías que amas a tres. Eres un bajo, un
sucio. Y lo peor es que no eres ni siquiera valiente para asumirlo con
ligereza. Como tu padre. Tienes que tomártelo todo a la tremenda. Si te lo
hicieran a ti estarías llorando, pusilánime, así que no te sientas superior por
tener dos mujeres. Todo lo que no quería pensar le venía a la cabeza en un
orden caótico perfecto.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Después de un tiempo que no tuvo ni idea de cuánto fue, la muchacha entró
con una sonrisa, el sastre a su lado y el traje en la mano. “Todo listo. Le dije que teníamos el
mejor sastre”. “No hubo que hacer mucho”, dijo este sonriendo. Cuando salieron
se probó el traje. Se miró en el espejo y se vio perfecto. Se dio cuenta que
nunca luciría tan bien como en el día de su boda. Como debería ser. Nada podía
hacerlo sentir más culpable.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Sacó el celular y marcó el 5. “Hola”, dijo la voz de Lenore por el otro
lado. “Tengo el traje perfecto”, dijo él. Lenore no dijo una palabra. Se hizo
un silencio sepulcral. “Necesito que me digas que todo está bien”, dijo él. El
silencio de Lenore era como un grito. “Por favor”, dijo él casi suplicando.
“Todo está bien” dijo ella después de un tiempo. “Solo no pienses en nada y
todo estará bien”. Él dijo que sí con la cabeza. “Voy a colgar ahora”, dijo
ella. Él volvió a asentir con la cabeza, como si ella pudiera verlo. </span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Se sentía demolido. Se tomó un tiempo de recuperación y llamó a la muchacha,
la cual le dio el visto bueno. Se quitó el traje y se vistió mientras la
muchacha se lo llevaba para envolverlo. Cuando estaba afuera esperando por la
muchacha se sentía dormido. Como si le hubiesen dado un golpe en la cabeza. A
llegar esta y darle el traje, fueron a la caja, él le dio su tarjeta de
crédito, ella hizo el cobro y se dio por terminada la operación. “No tengo
maneras de agradecerle”, dijo él. “Me acaba de dejar una propina enorme, así
que podemos decir que estamos a mano”, dijo ella sonriente. “Además, fue todo
un placer”. Entonces lo miró como si fuese su amiga y le dijo sinceramente:
“Que sea muy feliz”. Él le dedicó su
sonrisa de siempre, le agradeció con la cabeza y se dio la vuelta. </span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Un segundo después regresó. “No sé lo que hago”, le dijo. Ella lo miró
atónita. “No tengo idea. Pero no se supone que nadie se compadezca de mí, ¿no
es cierto? No puedo gritar, no puedo quejarme. No tengo derecho”. Ella lo miró
sin mover un músculo de la cara. “¿Esto es la felicidad?”, preguntó. Ella lo
miró a los ojos fijamente. Él bajó la cabeza, la volvió a subir, sonrió, dijo
“No tengo maneras de agradecerle” de nuevo y volvió a darse la vuelta.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Al salir de la tienda caía la tarde. Todavía claro, pero empezaba a
oscurecer. Llevaba el traje en una inmensa caja con un asa. Sacó el celular y
marcó el 2. “Hola, amor”, dijo Gabriela por el otro lado. “¿Cómo estás?”, dijo
él. “Parezco un cake. Odio todos los trajes”. Él rió genuinamente. “¿Podemos
casarnos con unos jeans?”. “Pues no porque ya yo tengo mi traje”. “¿Ya tienes
tu traje? Oh, ¡qué envidia! Me demoro 45 minutos para probarme cada uno y al
final luzco como un cake”. Él volvió a sonreír. “Te amo”, le dijo. “Yo
también”, dijo ella. “Quiero que siempre estés a mi lado”, siguió él. Ella hizo
un silencio. “No te preocupes por eso, este cake siempre estará a tu lado” dijo
con su voz madura. “Voy a colgar ahora”, dijo él sonriendo. “Adiós, amor”, dijo
ella.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Comenzó a caminar. Se sentía raro, diferente. Pero mejor. Más aliviado.
Como si la temida sesión de pensamientos ya hubiese pasado. La tarde caía
aceleradamente pero todavía era de día. Se detuvo en un semáforo junto a muchas
otras personas esperando el cambio de luces para cruzar. Y allí se inmovilizó.
Con la inmensa caja del traje en la mano, relajado, con gente por todas partes,
y contemplando detalladamente las inmensas luces del semáforo.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
Raúl Reyes Mancebohttp://www.blogger.com/profile/03496825375191308799noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-8017671902649302813.post-1563038492657542532012-11-12T17:40:00.002-04:002014-03-27T20:03:20.327-03:00Trilogía fiel sobre la infidelidad (I)<!--[if gte mso 9]><xml>
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<div class="MsoNormal" style="text-align: center;">
<b><span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Primera parte:<span style="font-size: small;"> El bueno</span></span></span></span></b></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES"><span style="font-size: small;"> </span> </span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">En cuanto la vio lo supo. De inmediato. Ella misma se dijo que no tenía que ser necesariamente esa, que quizás ni siquiera había “una”, pero algo, lo mismo que le indicaba desde hacía meses que sí había “una”, le decía ahora que era “esa” que estaba parada frente a ellos en aquel inmenso mercado de muebles al que había ido con Boris ese sábado. “Elena, Amanda”, “Amanda, Elena”, dijo Boris. Elena sonrió y le dio la mano. La tal Amanda también sonrió y estiró su mano. “Buscando un buró”, dijo Amanda a modo de respuesta a una pregunta que nadie le había hecho. “Una silla” dijo Boris para mantener la dinámica de la conversación con respuestas sin preguntas. “Una silla con brazos”, corrigió Elena. En cuanto lo dijo, se recriminó. No tenía por qué ser amable ni formar parte de la conversación; le tocaba ser fría y distante. Aún cuando “esa” no fuera la “una”, ninguna mujer debe ser amable con otra, joven y linda, que conversa con su marido y de la cual nunca había oído hablar. Pero ella nunca había sido esa mujer. Nunca. Siempre había pensado que actuar con estereotipos no era para ella. Especialmente en un matrimonio en el que la confianza estaba a la base de todo.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Pero hacía unos meses la confianza se había roto. Un día en que oyó una
llamada que no debía haber escuchado. Y esas únicas dos palabras precipitadas
de Boris que oyó por error la hicieron romper su confianza. Una confianza que
databa desde el día en que se conocieron. Su relación con Boris. Tan madura,
tan diferente a las de los demás. No es que nunca pensara que algo podría pasar
en el futuro, pero nunca previó que podía entrar a su cocina y oír al Boris de
toda la vida apagar el teléfono para que ella, su Elena de toda la vida, no
oyera algo. Ellos, que tanto habían avanzado en el camino de la confianza. A
diferencia de tantas parejas en las que la mentira parecía ser el eslabón
fundamental y a las que siempre criticaron tanto. No podía creerlo. Siempre
pensó que si algo pasaba en el futuro no sería de esa forma. Nunca se imaginó
de qué forma podría ser, pero no involucraba a Boris mintiendo. Esto era traición
de verdad. De la que uno no sabe qué hacer con ella.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">“Bueno, seguiré buscando”, dijo Amanda. “Que tengas suerte”, dijo Boris, “y
saluda a Leandro”. Ahí: las palabras que lo delataban completamente. Si tan
solo se hubiese ahorrado el estereotipo, Elena podría haber considerado como
una opción el que podía equivocarse. Pero con aquel “y saluda a Leandro”, Boris
sellaba no solo la existencia de la “una”, sino que además se la ponía enfrente
en aquel desafortunado sábado en aquella inmensa tienda llena de gente. Amanda
se fue y Boris sonrió. “Trabaja con Miguel. Es muy agradable”. Elena sonrío y
no dijo ninguna palabra.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">“Busquemos la silla” dijo Boris. “La silla con brazos” corrigió él mismo, a
tono de broma. Estaba nervioso. Ella asintió. Estaba muy callada y le dio
miedo. Le dio miedo que su silencio la delatara. Se dio cuenta que no sabía qué
debía hacer o decir. No se suponía que ella escondiera lo que había descubierto.
Pero ella nunca fue una mujer que habría salido a correr a decirle a su marido:
“Te cogí. Es ella”. No por falta de valor o por decencia, sino porque al marido
que escogiera, fuera cual fuera, nunca habría tenido que decirle algo así. No
le importaba el mundo en el que la infidelidad es tan común; ella sabía que con
ella no pasaría. Boris y ella eran una identidad. Por eso ahora, además de
sentirse rota, no sabía qué hacer. No sabía si gritar, si callarse, si llorar.
Antes las diversas posibilidades, optó porque nadie se diera cuenta que lo
sabía al menos hasta que se estableciera un programa de acción en la cabeza.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Intentó elegir la silla con brazos, pero no pudo. No se concentraba. En su
cabeza solo había confusión. No veía nada a su alrededor. No sabía por qué,
pero sentía que todo era culpa de ella. Que los demás jugaban bien su papel,
pero que ella no. Los demás tenían que mentir y ella debía hacer algo cuando
descubriera que mentían. Pero no hacía nada. Le dijo a Boris que iría al baño.
Boris siguió escogiendo la silla y le dijo que no se movería de esa sección. Antes
que se fuera, la miró y le dijo: “¿Te sientes bien?”. Otra frase que lo
delataba. Él nunca preguntaba eso, porque en la clase de relación que tenían si
alguien se sentía mal enseguida lo decía y el otro corría a solucionarlo. No
había que esperar a poner mala cara para que el otro preguntara. “Claro”,
respondió ella, estrenando su nuevo papel de mujer que dice cosas para seguir un
guion.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">En el camino al baño se preguntó si estaban bien sus pensamientos. Si lo
primero no debía ser el cuestionarse si Boris sería capaz de hacerle aquello en
vez de estar pensando en cómo decir que lo sabía o si debía callárselo. Al
entrar al baño gigantesco y, curiosamente, vacío, se sentía descoordinada. Se
miró frente al espejo y se vio conservadora. “Soy una vieja”, se dijo. Se
comparó con la tal Amanda. Tan joven, tan fresca, tan soltera, tan libre. Sabía
que probablemente tendrían la misma edad, pero se sintió como la esposa vieja.
Ella, que siempre fue tan adelantada. Elena, la de la personalidad adelantada y
definida. La que había encontrado su ideal en Boris. Un Boris tan adelantado y
definido. Tan diferente del resto de los hombres, que solo pensaban en
acostarse con quien fuera y engañar inescrupulosamente a sus mujeres, con las
cuales se casaban solo porque había que casarse con una.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Se sentó en un inodoro y se prometió no salir hasta que pudiera sentirse
mejor o tomar una decisión. Le molestaba que todo esto la tomara por sorpresa.
No la infidelidad, sino el hecho de que después de saber que había alguien -
ella sabía - no se hubiera puesto a pensar qué hubiera pasado si un día se los
encontraba frente a frente. Le molestaba que no hubiera pensado a priori que
esto hubiera podido pasar. No debía haber esperado a encontrarse a todo el
mundo frente a frente y quizás así hubiera dicho algo mejor que “una silla con
brazos”. Esto también la molestaba. No se suponía que estuviese buscando
maneras de quedar bien ante la amante del marido, sino que tenía que arreglar
aquello con él. Fuera lo que fuera que aquello quisiera decir.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Al salir del baño, sintiéndose algo más capacitada para fingir, caminó en
dirección a la sección de sillas y se la encontró. Le había afectado tanto el
verla que no se puso a pensar que todavía seguían todos en el mismo lugar. Más
errores. Amanda se puso pálida cuando la vio. Si ella no hubiese sabido nada,
nada habría notado. Pero Elena sabía, así que en cada paso falso de Amanda, al
igual que en los de Boris, ella estaba ahí para notarlo. “Hola”, dijo Amanda.
“Hola”, dijo Elena. “¿La silla con brazos?”, preguntó Amanda. “No la hemos
escogido. ¿El buró?”. “No me decido”. “¿Es para un cuarto o para una oficina?”
“Para un cuarto”. “Ese está bien”, dijo señalando a uno muy cercano. “Lo sé, es
el que más me llama la atención”, dijo Amanda. Elena caminó hasta el buró y se
sentó en la silla. No tenía ni idea de lo que hacía. Amanda la siguió y se paró
frente a ella, del otro lado del buró. Ambas estaban serias, pero no había nada
de hostilidad.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">“Es muy bueno. Si no es muy caro para ti, deberías llevar este”. “Sí, creo
que eso haré. Gracias”, dijo Amanda. Elena se paró y la miró seria. Con una seriedad
que ella misma se reprochaba el no ocultar. Amanda se puso nerviosa, pero no
dijo nada. Para cualquiera que no supiera lo que pasaba tenía una cara perfectamente
normal. Pero Elena sabía. “No te preocupes”, dijo Elena. Y se fue.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Se sintió bien consigo misma. Siempre había pensando que las mujeres
engañadas no debían odiar a la otra mujer, sino al hombre. Claro que eso lo
había pensado en una época lejana cuando uno decide las reglas de su vida
futura tomando como base su inteligencia racional y no la capacidad emotiva que
se sentiría en un momento como ese. Por eso se sintió bien: en este momento de
caos en el que todo se le venía abajo - su esposo, su matrimonio, sus creencias
- estaba bien que al menos no la hubiera cogido en su cabeza con la otra muchacha.
Como siempre pensó que debían hacer las mujeres engañadas. Estaba bien: era
como serse fiel a sí misma. Al menos ella lo era. Por supuesto que no le
gustaba la otra, pero no sentía una gota de resentimiento hacia ella. En medio
de su confusión, sabía que era lo correcto.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Al llegar al lado de Boris, quien se sentaba de silla en silla, lo miró
seria. “¿Dónde estabas?”, dijo él, todavía sentado. Ella lo miró fijo. Su
novio, su esposo, su hombre, su amigo. Mintiéndole. Acostándose con otra y
mintiéndole. Ambas cosas la laceraban. Pensó en lo que había leído una vez que
decía que la infidelidad es divertida mientras nadie esté enamorado de nadie.
Entonces se dijo que era una frase tonta, que al que engañaban siempre amaba,
así que nunca podría ser divertida la infidelidad, al menos no para esa persona.
Pero entonces se dijo que a veces los engañados tampoco aman. En ese caso, la
infidelidad también dolía, pero por orgullo, no por amor. Y se preguntó si
amaba a Boris. Siempre había pensado que sí. Su dolor no era por orgullo.
Aunque también. Pero lo que más le dolía era el amor. “Te amo”, le dijo a
Boris, como para indicar en alta voz que era por amor y no por orgullo que le
dolía su infidelidad. De tantas cosas por decir, solo dijo esa: “Te amo”. Él la
miró y lo supo enseguida. Supo que su “Te amo” era el resultado de una lucha
interna. La miró grave y no dijo nada. Un “Yo también” hubiese sido ofensivo.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Ninguno de los dos dijo nada más. Compraron una silla con brazos después de
parcos “¿Esta está bien?” y “Sí, eso me parece”. Uno de los muchachos les trajo
la misma silla desarmada en una caja y Elena pensó en cómo una silla como
aquella podría estar en una caja extremadamente fina y manuable. La pusieron en
el maletero del auto en medio de aquel parqueo gigante. Elena se sentó al
volante, Boris a su lado, ella arrancó el auto y ahí se desplomó. Interna, pero
completamente desplomada. No sentía sus manos, su mirada se perdió en el frente,
sus sentimientos se agolparon y pidieron salir. Boris la miró al ver que no se
movía, pero al darse cuenta del estado de Elena, no dijo ni una palabra. No
tenía ni idea de qué podía decir, de todas formas.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Elena quiso gritar. Quiso decirle: “¿Cómo pudiste hacerme esto a mí?”, “¡Yo
te amo!”, “¡Siempre fuimos diferentes a los demás!” “¡Te odio!”. Pero no quería
que aquellas palabras salieran de su boca. Todo le parecía tan mundano, tan
trillado. Sentía que si lo decía su relación sí que sería como el resto de las
demás relaciones. Además, se imaginaba qué respuestas diría él a sus gritos y
en cómo intentaría decirle que se calmara, y eso la enfurecía aún más. Estaba
teniendo todo el diálogo en su cabeza – un diálogo que detestaba - de ahí que
no quisiera decir ni la primera línea del guion para no tener que oír las otras.
Pero algo tenía que hacer. Sentía que quería matar, que quería morirse.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">De pronto, salió del auto. Boris no hizo nada, ni siquiera cambió la vista.
Seguía mirando al frente, igual que ella lo había hecho hasta hacía un momento.
Elena fue atrás y abrió el maletero. Sacó ella sola la caja de la silla con brazos
y la tiró al piso. Cerró el maletero, volvió al auto, se montó, arrancó y dio
marcha atrás, pasándole por encima a la caja. Boris no dijo una palabra. Su mirada
seguía perdida al frente. Algunas personas cercanas detuvieron su marcha y miraron
la escena sin saber qué hacer. Luego de pasarle por arriba, volvió a hacerlo,
ahora de frente. Otra marcha atrás, luego de frente de nuevo. Boris lloraba.
Sin cambiar la vista, sin moverse, pero le salían las lágrimas a montones.
Elena no movía un músculo de su rostro. Solo le pasaba por encima a la caja de
la silla con brazos una y otra vez. Las personas cercanas estaban inmóviles,
atónitas. </span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Después de cuatro veces en cada dirección se detuvo. Todavía seria y sin
mirarlo, dijo: “Recógela”. Cual autómata, Boris salió del auto, recogió la caja
y la puso de nuevo en el maletero. Entró al auto y se sentó. Ya no lloraba,
pero su cara estaba llena de lágrimas. Las personas comenzaron a caminar nuevamente.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Elena se sentía mejor. Después de unos segundos con la mirada perdida al
frente, lo miró. Él, al notar que ella lo miraba, hizo lo mismo. Se miraron
fijamente. Por un minuto entero. No había ninguna expresión en ninguno de los
dos, pero, al mismo tiempo, nada podía haber sido más expresivo. Todo lo que
ninguno de los dos sabía cómo decir, el otro lo entendió perfectamente.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Sintiéndose más liviana, Elena retiró la vista y salió del auto. Se sentía
anestesiada. No podía pensar ni sentir nada. Boris se quedó en el auto y la
miró salir. Ella caminó en dirección a la tienda de muebles. Relajada. Como si
la naturaleza y ella fueran una sola. En un banco cercano a la salida de una de
las inmensas puertas se sentó. Y ahí se quedó. Tranquila, sin ningún pensamiento
en la cabeza, con la brisa dándole en la cara y contemplando su propia sombra
en el piso.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
Raúl Reyes Mancebohttp://www.blogger.com/profile/03496825375191308799noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-8017671902649302813.post-10736824762361629092012-10-22T11:06:00.000-03:002012-12-01T07:27:17.825-04:00La importancia de llamarse Raúl Reyes Mancebo<div style="text-align: justify;">
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</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Si se le pidiera a aquellos de ustedes que no me conocen en la vida real
que me asociaran con una manifestación artística, lógicamente todos lo harían con
la escritura. Pero a aquellos que me conocen - aún los que no me conozcan muy bien
- si se les hiciera la misma pregunta, una gran parte respondería otra cosa. Si
la misma pregunta se les hubiera hecho hace seis años, esa “otra cosa” hubiese
sido la única respuesta posible: ¿Raúl? ¡Pues actor! </span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Pues sí, a pesar de que no me gusta decir que lo soy - no por modestia,
sino por razones que explicaré más tarde - lo cierto es que creo que soy actor.
O al menos que lo fui. Mejor aún: que lo he sido toda la vida y no creo que
deje de serlo. Pero vayamos en orden cronológico para ver si yo mismo me
entiendo porque el tema de la actuación es uno de los que más me cuesta ver
nítidamente en mi vida.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Yo he sido carismático siempre. Me dio por ocultarlo mucho tiempo pero
carismático siempre he sido. Y a la hora de hacer chistes, imitar voces y poner
caras, no busque a nadie más. Siempre he sabido, intuitivamente, cómo hacer una
historia sin revelar nada que no se deba saber antes de tiempo a<span style="font-size: small;"> la misma vez</span>
que voy poniendo datos sutilmente en la mente de los demás para llegar a ese
momento mágico que toda historia debe tener y en la que todo coge un sentido.
Mi capacidad de imitación es increíble, razón por la cual siempre he sido bueno
en las lenguas extranjeras, reproduciendo acentos de dónde sea y burlándome de
la gente que se lo merece. También, lo que eso nadie lo sabe porque es un
secreto bien guardado por mí, soy increíblemente sutil y poco expresivo cuando
hay que serlo. Pero eso me lo guardo para la vida real en donde muchas veces uno
tiene que fingir que es un ser humano común. Resumiendo: talento inicial
siempre ha habido.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">En primer grado hice las pruebas para el círculo de interés de cerámica y
como desaprobé me fui al de teatro. Lo mismo pasó en segundo, tercero y cuarto,
y para cuando finalmente aprobé la prueba de cerámica en quinto grado después
de tantos intentos fallidos, a las tres semanas no quise ir más y regresé
ilegalmente al de teatro. Un día vi al profesor de cerámica - un negro grande e
impresionante de bata blanca con pinceles en los bolsillos - en la distancia y
me escondí detrás de un árbol. Cuando pensé que ya se había ido saqué la cabeza
para descubrir horrorizado que estaba parado mirando en mi dirección. Ahí
demostré mis nervios de acero y capacidad de improvisación, y en vez de
intentar esconderme de nuevo, sonreí, saqué una mano para saludarlo y grité:
“¿Cómo está, profe?” como si estar mirando desde detrás de un árbol fuese la
cosa más natural del mundo. Él cruzó las manos como diciendo: “Una explicación
ahora”. Yo saqué el resto del cuerpo y avancé hasta él con una sonrisa de oreja
a oreja como si saliera de la puerta de mi casa para saludar a mi profesor, al
que había visto por la ventana. Al llegar le dije, sin que él preguntara, que
no había ido los últimos viernes porque tenía tuberculosis (juro que quise
decir “neumonía”). Él me miró con sus
brazos cruzados y una cara de “¿De veras? No me hagas reír”. Yo tosí un poquito
pero siguió con la misma cara. Hasta que cambié la voz lisonjera, dejé de
sonreír y de toser, y confesé: “Yo creo que yo sirvo más para el teatro”.
Entonces el negro impresionante sonrió de buena fe, me puso una mano en el
hombro y me dijo: “Yo también lo creo”.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">En la primaria y la secundaria actué en varios matutinos de esos que tenían
la función de burlarse de la novela brasileña del momento y siempre empezaba
siendo un personaje pequeño y después de dos ensayos terminaba siendo el
principal. Supongo que, como dice mi amiga Catia, a los demás les cuesta
demasiado brillar a mi lado. Como resultado, en la primaria me decían Nonó Correira
y en la secundaria Toño Dalúa.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Yo siempre supe que sería buen actor, pero como muchos homosexuales decidí
esconder todo tipo de talento para esconder también otras cosas. Qué crimen el
no asumirse a tiempo, el no mandarlo todo al carajo rápido, el no inmortalizar
nuestras pajarerías con acciones que escandalicen a los demás. Qué crimen el
intentar que los demás nos acepten cuando ni nosotros mismos nos aceptamos. Pero,
por suerte, hay quien cambia en cuanto empieza a conocer la libertad. Así que en cuanto vi a un hombre encuero en
una cama por primera vez en la vida real, empecé a quitarme los complejos uno
por uno. Pero tal importante evento no se produjo hasta que cumplí los 19 años,
lo cual en el mundo del teatro, con tanto adolescente que se llama actor, es
algo tarde. </span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Incluso mi primer novio, que no solo fue el primero al que vi encuero en
una cama sino que fue la única persona que me conoció realmente bien en los
primeros 20 años de mi vida (Sé que estás leyendo esto así que hínchate del
orgullo y por supuesto que te prohíbo dejar algún comentario público), me dijo
un día - yo siempre hablaba de que quería ser actor - que no creía que yo sería
un buen actor porque era demasiado inteligente. Yo siempre he discrepado con
esa teoría, pero la opinión de él siempre pesó en mi vida, así que una de mis
tareas fundamentales fue probar que se equivocaba. El día que me vio actuar por
primera vez, años después, gritó a todo el que pudiera oírlo (todavía lo hace) que
se había equivocado completamente y que los buenos actores - o al menos yo - sí
podían ser inteligentes. </span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Pues cuando tenía 20 años, ya sin novio y con la mitad de los complejos
lanzados a la basura, después de un año de la siempre liberadora universidad, me
dije que el momento había llegado. Así que me anoté en un curso de actuación en
la UNEAC. Y en aquel curso de verano de dos meses en el que no nos enseñaron
absolutamente nada, yo, sin embargo, aprendí algo importantísimo: yo soy un actor.
Uno real. Ahí me di cuenta del verdadero potencial que tenía en materia de
técnica (memoria, uso de la voz, control de las emociones) además de la amplia
capacidad de atraer a los demás, lo cual en un actor es importantísimo. Pueden
preguntarle a los otros 50 estudiantes del curso, que siempre que me ven me
preguntan si ya estoy en Broadway.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Una vez finalizado el curso de verano me dije que había que hacer algo con
tanto talento. Y fue ahí donde comenzaron mis primeros problemas con el teatro,
los cuales no terminarían, lamentablemente, jamás. El mundo del teatro,
señores, no dejen que nadie los engañe, es una jungla. Una jungla llena de
gente vacua, simple, bruta y poco talentosa. Y, por sobre todas las cosas,
mala. Muy mala. Y se los está diciendo uno que es de los mejores preparados
para sobrevivir en ella. Yo nunca dudé en fajarme con la gente, decirles las
verdades a los demás, burlarme de la brujería y darle besos en escena a gente a
la que no le hablaba fuera de ella. Y si nunca me acosté con nadie por un papel
fue porque yo siempre obtuve los papeles que quería sin necesidad de ello, si
no quizás me lo habría cuestionado. Y esta dinámica se repitió siempre en todos
los niveles por los que pasé. Teatro de casa de cultura, teatro universitario,
teatro profesional… Pero no nos adelantemos a la historia.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Pues en la casa de cultura de Plaza, donde habita el mal en su esencia más
mediocre, comenzaron mis primeros encontronazos y decepciones, al punto de
cuestionarme si yo en realidad quería tener aquel “hobby”. Debemos recordar que
yo era estudiante en la universidad de otra cosa distinta, así que el teatro
siempre fue para mí un pasatiempo y jamás me cuestioné en mi cabeza el
cambiarle esa categoría. No daré detalles de las miserias humanas de aquel
lugar porque la gente mala no debe ser tan recordada. Solo decir que después de
seis meses, y luego de dos grupos de teatro mediocres e igual número de
mandadera para la pinga a sus respectivos directores (nada de sutilidades: lo
hice en alta voz, alto y claro), y justo cuando ya salía por la puerta
dispuesto a jamás regresar a aquel antro, me encontré por error, casi escondido
en una esquina, el único lugar en el que me enseñarían algo de actuación en mi
vida.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">El taller de los viernes de César Montero (si alguien lo ve algún día
dígale sin pena que yo siempre hablaré bien de él) fue lo mejor que me pudo
haber pasado. César, médico con un conocimiento de teatro impresionante,
maniático y obsesivo como todo buen artista, amigo en lo personal ya que
tenemos “defectos” en común, me invitó a su taller de teatro al oír de mi
despedida por todo lo grande de los otros grupos. La gente de allí era ideal
para mí. Todos tendrían mi edad y algunos hasta mucho más, habían dado dos y
tres vueltas por el mundo, tenían hijos y muchísimo sexo con muchísimas
personas y no caían en tonterías de estereotipos a la hora de buscar un
sentimiento. Gente adulta. No los niños estúpidos, hijos de otros actores
estúpidos, de los otros grupos. Justo lo que yo necesitaba. Allí nadie era hijo
de nadie y todo el mundo estaba dispuesto a revolcarse por el piso en busca de
una emoción.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Así, cada viernes a las 10 de la noche, salíamos de aquel lugar con la
sensación de haber corrido una maratón. Reíamos, llorábamos, nos dábamos
golpes, bailábamos, gritábamos nuestros más secretos complejos a viva voz para
reírnos - o llorar - luego con ellos. Preparación de la buena. No duró más de
cuatro meses - ya que yo había perdido otros seis con los otros subnormales -
pero no hubo falta. Crecí muchísimo en términos de sensibilidad dramática gracias
a aquel taller de actuación de César Montero.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Y, finalmente, llegó la hora de ponerlo en práctica. Por mucho que uno se
prepare fuera de él, uno se hace actor solamente encima de un escenario. Y esta
oportunidad me la dio la universidad. Pues la Facultad debía presentar algo en
el Festival de Cultura y Emilio y algunos otros (yo no conocía a Emilio antes
de eso) fundamos el grupo de la FLEX, “The Rejected” (porque no nos aceptaban
en ninguna parte y siempre nos ponían de últimos) e intentamos representar una
obra de género detectivesco noir/humor, magistralmente escrita por el propio Emilio,
donde yo interpretaba a “El malo”. Pero lamentablemente las capacidades
histriónicas de los otros “rejected” no eran muy buenas y además ni siquiera
ensayábamos. Así que dos días antes de presentar la obra en la clasificación
para el Festival, decidí crear un monólogo para garantizar que la FLEX tuviera
algo más que la representara y, por supuesto, para destacarme algo más.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Así fue como creé en 48 horas una pequeña joyita de 8 minutos que yo mismo
escribí y a la que siempre recordaré con orgullo y cariño, llamada “Historia de
Madera”, en la que un muñeco del mismo material, cual Pinocho, intentaba buscar
un corazón. Contrario a lo que puedan pensar, aquello no era para niños (ya me
conocen) y lo que parecía algo muy tierno en teoría, terminaba siendo una
desgarradora (y tierna) historia de incomprensión e intolerancia. Yo hacía
todos los personajes y no hubo una sola persona a la que no le gustara. No
fueron muchos espectadores, es cierto, pero a todos les gustó y eso es lo que
cuenta. Cada vez que alguien me dice que estaba ahí ese día me trae muy buenos
recuerdos, no solo porque fue mi debut, sino porque fue algo íntimo y bien
logrado. La obra de “The Rejected”, como era de esperar, no clasificó, pero eso
no quiere decir que no nos hayamos divertido como orates haciéndola (recordar cuando
mi personaje tuvo que morir en escena y no tuve más opción, por lo pequeño del
lugar, que caer muerto encima de Ray, cuyo personaje había matado yo mismo un
segundo antes. Ray, que es el triple mío, se reía porque todo el mundo no
paraba de reír al verme tirado sobre él y yo subía y bajaba encima de Ray
desafiando toda ley de la gravedad. Hilarante). “Historia de madera”, por
supuesto, sí clasificó.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Y en el Festival de la Universidad, que vino después, gané dos premios para
la FLEX (en una época en la que nadie lo hacía) en unipersonal y guion. Pero,
cosa rara, no gané ninguno de los premios de actuación. Así y todo estaba bien
para una obra creada en dos días y que casi nadie vio, y para haber sido mi
debut en las tablas. Pero - yo soy extremadamente ambicioso - ese mismo día,
con los premios en la mano, decidí que al año siguiente todo el mundo del arte
de la universidad conocería a Raúl Reyes Mancebo.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Y vaya si lo logré. Decidí que lo primero que había que hacer era cambiar
de estrategia y unirme a un grupo (ya que con “The Rejected” obviamente no se
podía contar). Fue así como me uní al grupo de teatro de la Facultad de
Economía, el cual no había tenido un muy buen año la temporada anterior.
¿Ustedes han visto esas películas en la que los perdedores se unen y terminan
ganando el campeonato? Pues esa es la historia de Ekos Teatro y “La importancia
de llamarse Ernesto” en 2005. En algún lugar de este mundo, todos los que
tuvimos que ver con aquel proyecto seremos siempre recordados por haber hecho
una obra de teatro compleja de una manera visionaria, entretenida e
inteligente.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Y mi personaje - todo el que lo vio
lo dirá, así que no hay ninguna necesidad de ser falsamente modesto a estas
alturas - fue la guinda de un pastel que ya de por sí era bastante bueno. Yo
interpreté, nada más y nada menos, que a Lady Bracknell. Que me disculpe todo
el que ha hecho ese personaje (y eso incluye a Judi Dench) pero Oscar Wilde
escribió ese personaje para mí. Así y todo todavía me pregunto cómo acepté
hacerlo. Jamás he sido de la clase de gay que quiere lucir como mujer. Para
nada. Y tengo problemas de imagen, como todo el mundo. Y orgulloso desde
chiquitico: si voy a parecer una caricatura pues no hago nada. Y mucho menos a
alguien tan sofisticado, cínico y brillante como Lady Bracknell. Pero lo hice.
Y lo hice de la misma forma que años después comencé mi blog, de la misma forma
que hago ahora otros proyectos, de la misma forma, quizás, en que vivo mi vida:
a mi manera. Sin preguntarle nada a nadie, sin respetar ninguna ley que otro inventó
antes de mí y sin tomar el consejo de nadie. No tanto por soberbia, sino por
esa necesidad que tiene un artista de explorar lo que tiene por dentro y que no
se parece a lo de los demás. Y resultó. Miren que yo estoy orgulloso de cosas
en mi vida, pero Lady Bracknell está, y siempre estará, entre las primeras. Y
desde su altura, Wilde me hace un guiño con el ojo.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Así fue como el día en que se estrenó “La importancia de llamarse Ernesto” en
la sala Talia es el día que me llevó a la tumba cuando muera. Si bien dos
minutos antes de que comenzara la obra nadie sabía si todo aquel texto,
aquellas variaciones, aquellas actuaciones, podrían gustar (el éxito y el
fracaso son separados por una línea muy delgada), lo cierto es que dos horas
después cuando decíamos el “la importancia de llamarse Ernesto” final, todos
sabíamos que aquello era toda una victoria. Y mi aplauso me lo llevo conmigo a
donde quiera que vaya. Nunca me he emocionado tanto (nadie se dio cuenta: actor
desde el inicio hasta el fin) pero me entró un escalofrío por los pies y me
recorrió todo el cuerpo hasta la cabeza mientras miraba la luz que me daba en
la cara y oía los aplausos y los “Bravos” como si estuvieran muy lejos. Siete
años después todavía guardo esa emoción como si fuese ayer.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Y ese fue solo el inicio. Por supuesto que ganamos todos los premios en el
Festival de la Universidad (y en el que venía más arriba que unía a todas las
universidades de la Habana). Desde popularidad hasta vestuario. Y, por
supuesto, el premio de actuación masculina que me debían y que nadie le iba a
quitar a Lady Bracknell. Pero no solo eso: cada vez que hacíamos la obra había
más gente e incluso hicimos una pequeña temporada en el Guiñol con bastante
público. Mi personaje siguió haciendo de las suyas, me pasé el año ganando
premios (de papel, pero premios) que ni siquiera sabía de dónde venían, y gente
desconocida se acercaba a mí en la calle y me repetían mis parlamentos como si
yo no me los supiera. Por supuesto, esa fama era a nivel universitario y quizás
un poco más, no a nivel mundial, pero el alma de estrella que llevo dentro no
podía estar más satisfecha.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Pero, como ya advertí antes, el mundo del teatro me ha jugado siempre malas
pasadas. Así fue como, cuando ensayábamos para irnos a hacer la obra por algunas
provincias (algo muy raro para el teatro universitario) ocurrió la desgracia.
Yo siempre he sido una estrella. Y la misión fundamental de una estrella de
teatro es fajarse con el director de la compañía todo el tiempo, papel que yo,
magistralmente, cumplía al dedillo. Llegaba tarde a los ensayos todo el tiempo,
el director y yo nos gritábamos de una esquina a otra del teatro frente a gente
que no nos conocía y frente al resto de los actores que no tenían dónde meterse
cuando aquello comenzaba y decía que no a cuanto cambio intentaban hacerle a mi
personaje. Reciprocaba asistiendo a todos los ensayos (aunque llegara tarde),
doblando impecablemente al resto de los actores cuando ellos faltaban y, una
vez las luces encendidas y la obra en marcha, siendo perfecto para que todo el
mundo felicitara al director. Es así cómo funciona una relación de reciprocidad
en el teatro. Por eso fue tan extraño, y sin embargo tan lamentablemente real,
que tuviera que irme de Ekos Teatro en medio de mi fama, por una pelea que no
era mía. </span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">En efecto, un día, sin previo aviso, mi novio, que era uno de los
protagonistas de la obra, y el director, empezaron a darse gritos por una
tontería. La gente simple no tiene derecho a fajarse pero obviamente estaba
sucediendo. Y como se amenazaron con entrarse a golpes y todo, yo, que no dejo
ni dejaré nunca que nadie le grite a los míos, me vi en la necesidad de
intervenir. Y ahí la pelea sí que se puso horrible (recuerden que soy una
estrella) y terminó conmigo cogiendo a mi novio por una mano y saliendo de allí
para siempre.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Y así fue como me jodieron a mí. Mi novio hacía mucho que quería irse de la
obra porque el éxito de todo el mundo menos de él lo aplastaba demasiado (el
mío en particular lo laceraba profundamente) e incluso estaba en otro grupo ya
(el de César Montero, curiosamente). Por el otro lado, si bien sé que al
director y al resto del grupo les afectó mi ausencia (la de mi novio se podía
llenar) lo cierto es que se buscaron a alguien más y siguieron haciendo la obra
sin mí. Y yo me quedé en la calle. La estrella. Mientras alguien hacía mi Lady
Bracknell. La que yo llené de gags y efectos. La que Oscar Wilde escribió pensando
en mí. Escribiendo esto me doy cuenta de las mierdas que yo he tenido que afrontar
en mi existencia. </span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Unos meses después mi novio me dejó por otro hombre. Sí, señores: así
funciona la vida. Como si uno pudiera quedarse más vacío. Para colmo comencé con
unos parásitos (cuando uno tiene las defensas bajas todo lo coge) que me tenían
tirado en el piso todo el tiempo contorsionándome del dolor. Pero en medio de
todo aquello me demostré a mí mismo, como diría mi amigo Adolfito, la verdadera
importancia de llamarse Raúl Reyes Mancebo. Primero, volví a Ekos Teatro. Le
dije al director entrando por la puerta: “Ni te voy a pedir disculpas ni las
quiero de ti. Yo te hago falta y ustedes a mí. Te garantizo que no habrá peleas
esta vez y que seré tan bueno en escena como siempre”. Ese año gané de nuevo el
premio de actuación por interpretar al súper carismático Marcio, rey de los
sabinos.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Pero más que nada me lo demostré por un monólogo que yo mismo escribí y
que, junto a “Historia de Madera”, son el inicio de mi literatura personal. Una
literatura que quizás parta del dolor pero que llega a otros lugares y hace que
uno (o al menos yo) olvide su origen y se deje llevar por el producto final. La
magia del arte, creo que lo llaman. Fue así como adapté un cuento de Gabriel García
Márquez llamado “El ahogado más hermoso del mundo”. Un cuento maravilloso de
dos hojas en el que nadie hablaba y que yo convertí en un monólogo con seis
personajes que hablaban durante una hora
y media. Todo estaba ahí: mi éxito venido abajo, mis decepciones de los demás, mi
compleja personalidad. Todo puesto en la boca de seis personas aparentemente
muy diferentes a mí. Puesta en la boca de personajes reales y maravillosos que
yo mismo inventé como homenaje a uno de mis autores favoritos y a mí mismo.
Definitivamente el origen de mi literatura.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">El día que lo interpreté por primera vez (solo lo hice dos veces) pensé que
todo iba a salir mal. Jamás lo había ensayado a causa de los dolores, no me
sabía bien el texto (¡una hora y media hablando yo solo!) y ni siquiera se lo
había dicho a mucha gente. Pero fue un éxito. Lo suplí todo con verdadera
personalidad, carisma y profesionalidad. Y más que nada: pasión. Yo soy otra
persona cuando actúo. Una que no se acordó de sus problemas ni dolores, y se dedicó
a brincar, saltar, y hacer reír y llorar a todo el que estaba ahí, los cuales
no dudaron en pararse y gritar “Bravo” como casi siempre que me paré en un
escenario. Pero esta vez, por razones de profundo compromiso conmigo mismo, me
gustó más. Fue como si hasta hacía un año hubiese sido un niño talentoso y
ahora era un verdadero adulto. Uno que había transformado lo malo en aplausos.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Y con el buen sabor que me dejó “El ahogado más hermoso del mundo” me
despedí del teatro universitario. Tan solo en mi tercera temporada. Llegó un
momento en que estaba fajado con todo el mundo (con nadie en Ekos Teatro, los
cuales siempre fueron fabulosos, pero con el resto del mundillo universitario
sí) y la cosa se iba haciendo insostenible. Así fue como me retiré, aunque
comencé a ser el presentador de los festivales de la FLEX, donde hice y deshice
como me dio la gana y así me hice famoso en mi propia facultad que, al sufrir
de fatalismo geográfico y estar muy lejos de la universidad, nunca me había
conocido en mis días de esplendor actoral. Sin embargo, la causa fundamental de
mi abandono del teatro universitario fue mi entrada en ese mismo 2006, al teatro
profesional. Y nada más y nada menos que al Buendía.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Intentaré ser lo más breve que pueda hablando sobre mi paso por el teatro
profesional ya que la recuerdo como una de las peores etapas de mi vida. Cuando
llegué (el mismo director de siempre era uno de los asistentes del Buendía y
tuvo la oportunidad de dirigir una obra a ese nivel y me incluyó a mí ya que yo
siempre lo había hecho quedar bien) supe que aquel era el momento. Yo, quien me
había demorado 20 años en comenzar en la actuación por complejos y vagancia,
tan solo tres años después entraba por la puerta grande - gracias solamente a
mi talento - en uno de los mejores grupos de Cuba, dándome incluso el lujo de
ser estudiante de otra cosa y sin esforzarme mucho. De ahí a hacer una película
(televisión jamás a no ser que sea una serie de HBO) y ganar un Oscar era solo cuestión
de tiempo. El verdadero triunfo del talento por encima de todo.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Pero, lamentablemente, no fue así. Y ni siquiera sé muy bien qué fue lo que
pasó. Primero fue la calidad de la obra, la cual nunca me gustó. Ser el
protagonista de una obra de dos horas que no te gusta puede ser muy peligroso.
Pero siempre confié en que, una vez estrenada, con la magia del público, todo
se solucionaría. Como cuando “El ahogado más hermoso del mundo”. Pero allí no
mandaba yo, sino otra gente, y como le ponían la etiqueta de “profesional” a
todo aquello (no lo era en el sentido estricto, créanme) ninguno de mis éxitos
o experiencia pasada contaba. Total, si lo hubiera hecho a mi manera, habría
salido muchísimo mejor. Pero… </span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Lo peor de todo eran los ensayos. Ensayábamos seis días a la semana, cinco
de ellos desde las cinco de la tarde hasta las nueve de la noche (porque yo
tenía que ir a la universidad de día), lo cual nos laceraba profundamente a
todos. Los problemas cada día eran mayores (mi relación con el director siempre
fue mala y a pesar de que discutíamos menos puedo garantizar que nos odiábamos
más) y el tiempo pasaba y pasaba sin estrenar. Empezamos en agosto con probable
fecha de estreno en octubre, pero luego hubo que cambiarla para febrero del año
siguiente (¡!) y al final se estrenó en abril. Casi un año ensayando a ese
ritmo nos dejó trastornados a todos. Para colmo, casi suspendo japonés en la
universidad (¿yo suspendiendo algo?) y estaba extremadamente molesto porque no
tenía ni tiempo para tener sexo (¿yo sin tener sexo?). Y ni pensar en una
relación seria porque no tenía ni tiempo para conocer a nadie cuando todo era
casa-universidad-teatro-casa.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">O sea, me sentía mal todo el tiempo. Y solo había un culpable: el teatro.
Cuando se estrenó la obra fue aún peor. A nadie le gustó. Si bien no lo dijeron
(Ray sí porque es mi hermano) yo lo sentí. De todas formas, al igual que con el
éxito, yo nunca he necesitado que nadie me diga que lo que estoy haciendo es
una mierda para saberlo. No era por mí y todos lo sabíamos pero al final era lo
mismo. Para colmo, tres funciones después del estreno, se cayó el techo del
Buendía y tuvimos que empezar a hacer la obra en el patio, con cada día menos y
menos público. Pensar en hacer una obra de máscaras durante dos horas tres
veces por semana al aire libre y para tan solo 8 personas es lacerante. Sobre
todo para una estrella como yo que necesita que le griten “Bravo” y se queden
con la boca abierta cuando lo vean actuar.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Y así fue como un día, casi por casualidad, me encontré a un hombre que me
gustó mucho. Es increíble cómo los tres hombres más importantes de mi vida han
aparecido por primera vez juntos en un post (o al menos los tres con los que
más tiempo he perdido, lo cual no siempre es lo mismo). Y esa sí fue la muerte
del teatro para mí. Me escapaba para no ir a ensayar y quedarme teniendo sexo,
él me esperaba a la salida de los ensayos y durante la obra iba y nos ayudaba detrás
del escenario (el resto de las actrices lo adoraban) donde teníamos sexo en los
breves momentos en que yo no estaba en escena (hacía lo mismo con el otro en
“La importancia de llamarse Ernesto”, evidentemente actuar me pone caliente).
Resumiendo: mi vida dejaba detrás los días oscuros.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Y así fue como abandoné el teatro. Al finalizar la temporada con la obra me
dije que me daría un año de receso (hasta graduarme), luego me buscaría un
trabajo que no me robara mucho tiempo y volvería a las tablas. Después de todo
solo tenía 24 años; tenía tiempo todavía para demostrarle al mundo la verdadera
importancia de llamarse Raúl Reyes Mancebo. </span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Pero no lo hice. Nunca regresé. Sí, amigos: he necesitado de ocho páginas
para contarles uno de los mayores traumas de mi vida.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Mi última función la hice bien. De hecho, fui perfecto. La hice como
siempre hubiera querido hacer la obra desde el inicio. Quizás algo me decía que
sería la última vez en mucho tiempo que actuaría. Para colmo, había hasta
bastante público. Recuerdo que yo no podía decir ni una sola palabra en la vida
real porque estaba ronco pero en la obra nadie se dio cuenta. Cuando uno actúa
uno no es uno mismo y se sobrepone a lo que sea. No hubo “Bravos” ni bocas
abiertas, pero estuvo bien. No fue el día de mi debut en el teatro con
“Historia de Madera”, no fue para nada como mis días de gloria con Lady
Bracknell, no fue como el día en que mis dolores se convirtieron en “Bravos”
con “El ahogado más hermoso del mundo”, pero estuvo bien. </span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Y así, calmada y tranquilamente, para irme a tener sexo y estudiar japonés,
dejé la actuación. Siempre pensé que me iría dando gritos y fajado con todo el
mundo pero no: fue tranquilo, lo cual, de cierta manera y visto en la
distancia, lo hace muchísimo más doloroso.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Las causas por las cuales nunca regresé las desconozco. O quizás sí me las
sé pero no sean de suficiente peso. Por una parte, yo me siento estrella al
mismo tiempo que soy un perfecto desconocido. Peligrosa combinación. No puedo
ir y decir que me den el mejor protagónico del mundo pero al mismo tiempo no
tengo ganas ni voluntad de regresar a las capas inferiores y empezar de nuevo
desde cero. Por otra parte, el teatro está muerto en Cuba y cualquiera que diga
lo contrario es porque adolece de buenos referentes teatrales. No hay pasión,
no hay calidad, no hay guiones, no hay nada. ¿Buenas actuaciones?: sí, a veces,
pero cada vez son más raras de encontrar y no van aparejadas a buenas obras.
¿De veras vale la pena luchar por triunfar en un mundo que no tiene un
presente? ¿En el que lo único que hay es envidia y problemas y no éxitos ni realizaciones
espirituales? Cosas como esas decepcionan.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Hay más causas. Quizás yo sea vago. Quizás los hombres me hagan perder
mucho tiempo (horrible causa). O quizás, incluso, mucho de mis complejos no se
me hayan quitado, después de todo, y me digo que no quiera regresar por temor a
afrontarlos. O quizás - esta es la más probable - sepa que mi camino en la vida
va por otro lado y tuve que dejar de perder energía en el teatro por mucho que
me gustara para poder llegar lejos en otras cosas. ¿Qué otras cosas? Pues no
las sé definir a ciencia cierta, pero si sé que existen. Quizás la literatura.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Hace dos años mi amigo Reinaldo me pidió que le interpretara un monólogo
corto para su curso de dirección teatral. Un monólogo de un campesino que carga
a su hijo herido todo el tiempo mientras huyen de unos perros y que al final de
su diatriba descubre, ya increíblemente fatigado, que su hijo, sobre él, lleva
rato muerto. Lo ensayé dos días y lo actué para seis personas. Y fui
inconcebiblemente genial. Mientras lo actuaba yo mismo me decía: “No seas tan
bueno, no seas tan bueno, después te vas a sentir mal contigo mismo”. Pero no
pude evitarlo. Imagínense que ahora deje de escribir de un día para otro y
dentro de tres años me digan: “Escribe dos hojas. Solo dos hojas”. ¿Qué
escribiría yo en esas dos hojas? Pues así mismo fueron mis 15 minutos cargando
a mi amigo Reinaldo, llorando, escupiendo y simulando que me caía por el peso
de mi hijo cuando en realidad, como todo actor que no es él mismo sino otro,
casi ni sentía el peso de mi amigo. Aquellas seis personas se quedaron con la
boca abierta. La magia del teatro se había realizado. Al llegar a mi casa, como
era de esperar, tuve un ataque de depresión enorme y me dije a mí mismo que
hubiese sido preferible mil veces no ser talentoso para algo que de todas formas
no se podía desarrollar después.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Nunca digo que soy actor (digo: “yo hice teatro” cuando no me queda otra
oportunidad) porque me da urticaria que me confundan con una de esas horribles
personitas que no hace nada en la vida y está en algún grupo de mala muerte
para ocupar sus días libres. O con esos otros que, como no son buenos en lo que
hacen, se dedican al arte como hobby, donde tampoco son buenos. Sé de lo que
hablo. Hay que decir que presento una aversión sincera y honesta por el mundo
del arte y sus hienas. Los desprecio. Conocí también a mucha gente buena (como
actores o como personas e incluso, en raros casos, como ambos) y por supuesto
que no me refiero a ellos. Ellos mismos podrán decir que son minoría en ese
mundo.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">De mi paso por el mundo del teatro no conservo ni fotos. Quizás una por
algún lado, pero no más. Guardo los premios de papel y algún recorte del periódico
Granma que dice mi nombre al lado de “mejor actuación masculina por La
importancia de llamarse Ernesto”, pero no mucho más que eso. A veces me
encuentro a alguien todavía que me pregunta si estoy haciendo teatro y le digo
que no, que quizás en el futuro. Creo que si digo que nunca más lo haré, me dolería
demasiado. Entonces ellos, como reloj, me dicen el nombre de la obra en la que
me vieron y comienzan a describirme mi propio personaje como si yo nunca lo
hubiera visto y hay hasta quien me recuerda los parlamentos. Y yo me emociono y
digo el parlamento con la voz con la que lo hacía y ellos gritan entusiasmados.
Y luego agregan en su euforia: “¡Tú eras lo más grande!” y yo digo contento: “¡Lo
era!”. Y después nos quedamos sonriendo sin decir nada, hasta que damos un
suspiro los dos y me quedo melancólico. </span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Y es que yo soy un buen actor. Uno, incluso, que podría llegar a ser
brillante (hice algún que otro papelazo, sobre todo en las primeras etapas, así
que me limito a mí mismo y me considero como “que podría llegar a ser brillante”).
No son solo el carisma, la personalidad, la memoria letal, la capacidad de
improvisación, la buena dicción, el ego alto o la necesidad de atención y de
reconocimiento inherentes a todo aspirante a actor. Es mucho más que eso: es mi
relación intrínseca con mis personajes lo que me hace un buen actor. Los
conozco desde que comienzo a interpretarlos, los defiendo con fuerza y con
pasión y nunca una palabra que salga de sus bocas será falsa. Será siempre su
verdad. Si a eso se le suma que yo soy una persona compleja, intensa,
entretenida e inteligente, podrán imaginarse los personajes resultantes. Por
suerte, algunas de esas virtudes me las llevo también a la escritura.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Quizás algún día regrese a la actuación. Podría fugarme a Broadway o a
Hollywood (¿qué tengo yo que perder?) y trabajar como camarero mientras espere
audiciones. De que tendría más historias en mi blog, eso es seguro. Quizás todo
esto no sea más que una pausa para verlo todo más claro. No sé, ya veremos.
Recuerden que decir que nunca más haré teatro podría dolerme profundamente. Así
que no lo digamos: juguemos con la posibilidad de un futuro (y uno brillante). Después
de todo, siempre tendré el permiso de mi profesor de cerámica para regresar al
teatro.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">Porque actuar es para mí un juego entretenido. Un gasto de testosterona
bien empleada. Y dejo para el final la sensación que me produce el hacerlo porque
es mi momento favorito del teatro. El momento que lo justifica todo, al margen
de los problemas, de las decisiones, de las calificaciones. Esa sensación -
única e increíblemente vivificante - que uno experimenta cuando se apagan las
luces y se oye al público del otro lado, relajado, sin preocupaciones, como se
va callando poco a poco, mientras otra actriz te dice bajito en la oscuridad de
las patas del teatro: “¡Qué nervios!”. Y tú avanzas, con un latir en el corazón
que es pura adrenalina, con una pasión y un miedo para el que ningún ensayo te
prepara, con una mano que siempre tiembla, y respiras hondo y cierras los ojos.
Entonces se prende la luz y uno ya no es uno mismo, la mano no tiembla, no ves
nada, olvidas tu corazón, y una voz que no es la tuya sale de tu garganta y dice,
cínica, serena, magnífica: “Algernon, querido, soy yo: tu tía.” Y entonces se
hace la magia del teatro.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-size: small;"><span style="font-family: Georgia,"Times New Roman",serif;"><span lang="ES">PD: Este post originalmente se llamaría “Ser o no ser (actor)” y no se lo
dedicaría a nadie, pero ahora, al releerlo para publicarlo y hacer un recorrido
como lector por mi propia vida actoral, me doy cuenta que se lo quiero dedicar
a alguien: a mí mismo. Hice lo que tenía que hacer en todo momento y no me
arrepiento de nada. Me siento orgulloso de la forma en que pasé por el teatro, de
las decisiones que tomé y de lo valiente que siempre fui. Y más que nada me
siento orgulloso de mí mismo porque soy un buen actor y siempre lo seré. Quizás
algún día regrese a las tablas y, si lo hago, pueden estar seguros de que esta
vez sí le enseñaré al mundo entero<span style="font-size: small;"> -</span> como diría mi amigo Adolfito<span style="font-size: small;"> -</span> la verdadera
importancia de llamarse Raúl Reyes Mancebo.</span></span></span><br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://1.bp.blogspot.com/-M7bPh3h_5qc/UIVOZz-2sVI/AAAAAAAAAJQ/llUCpYWyphU/s1600/56021_4140162535854_1007959325_o.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="240" src="http://1.bp.blogspot.com/-M7bPh3h_5qc/UIVOZz-2sVI/AAAAAAAAAJQ/llUCpYWyphU/s320/56021_4140162535854_1007959325_o.jpg" width="320" /></a></div>
<br /></div>
Raúl Reyes Mancebohttp://www.blogger.com/profile/03496825375191308799noreply@blogger.com12