Ahí estaba yo:
sentado sin hambre en un restaurante que no podía pagar esperando a un hombre
que no tenía ganas de conocer y con el cual ni siquiera tendría sexo.
¿Recuerdan cuando uno pensaba que a los 33 ya tendría una vida sustancial y
plena...?
Todo comenzó dos días antes cuando me paseaba por Craigslist buscando un sofá
para uno de esos amigos que insisten en no tener Internet "porque no la
necesitan". Luego de la inevitable transición de "muebles" a
"hombre busca hombre" (está ahí; hay que dar click) me encontré un
anuncio que alternando criminalmente minúsculas y mayúsculas rezaba "cita
SIN SEXO". Entre todas aquellas ofertas de "échamela en la boca"
y "te espero en cuatro patas con los ojos vendados" aquella cita sin sexo
(perdón: SIN SEXO) resultaba asqueante. ¿Qué buscaba aquel hombre? ¿El amor?
¿Con otro hombre? ¿En Craigslist? Hora de regresar a la categoría de
"muebles".
Pero la noche siguiente, en un bar, me tomé tres tequilas y dos cervezas, me
besé con cinco y terminé semidesnudo en una esquina con dos, estadísticas todas
que delatan una realidad que finjo no ver pero de la que todo un bar estaba
siendo testigo: estoy mal. Muy mal. Sorpresivamente me atajé a tiempo, me subí
los pantalones, salí del bar antes que cerrara, no fui al sauna ni llamé a
nadie con productos estupefacientes y tomé un taxi a casa. Pero en mi cama,
cuando ya me creía a salvo de mí mismo, me di cuenta que tendría que confrontar
el hecho de que estoy mal. Y como no sé cómo se hace eso me busqué proyectos
futuros inmediatos para poder dormir con la conciencia tranquila.
Así que fui a Craigslist y respondí el anuncio de mayúsculas discriminatorias,
el cual seguía allí (¿nadie denuncia ese tipo de indecencias?). Y cuando su
autor mandó su foto hice mi plan secreto el acostarme con él. Listo: ¿a quién
le importa estar mal cuando tenemos un reto sexual al día siguiente? Las
prioridades, amigos, lo son todo.
Al día siguiente ya no estaba tan feliz. El hecho de tener que hablar con otros
seres humanos es algo que me molesta ya sobremanera. Lo hago porque no me queda
más remedio, pero ¿ir a una cita a eso voluntariamente? Y para colmo en un
restaurante en el que no puedo ni pagar el pan con mantequilla gratis del
inicio. ¿Y todo eso para qué? ¿Para acostarme con un hombre con el que en
realidad no quiero acostarme - como no quiero acostarme con nadie - y que
tampoco quiere acostarse conmigo y obviamente con nadie? ¿Cuándo voy a asumir
que tengo una tara que me hace estar todo el tiempo en constante movimiento
buscando fuera lo que debía buscar dentro? ¿Cuando me mate? ¿No será eso lo que
quiero? ¿Por qué no lo hago, entonces? Qué va: estoy mal. Esa noche al regresar
a casa tendría que tener esa conversación conmigo mismo. O probablemente no.
Siempre puedo hacerlo en mayo. Del 2018.
Con toda aquella negrura en mi cabeza miraba al vacío cuando llegó él.
Rozagante, limpio y perfumado. Lo miré con odio. ¿Dónde estaban estos hombres
cuando uno los esperaba? Patillas largas, pelito tirado hacia arriba con gel,
espejuelitos y el aspecto general de un eterno jovenzuelo universitario que ya
tiene 35. Odio a los hombres.
"Encantado de conocerte", dijo. "Lo propio", mentí, y
pasamos a la ceremonia de small talk, que es algo para lo cual me declaro
completamente intolerante en mi vida actual. Con todas las cosas importantes de
las que hay que hablar - mejor: con todo lo que hay callarse y ponerse a
cambiar cosas - ponerse a hablar del calentamiento global o de Donald Trump es
la prueba fehaciente de que perdemos nuestras vidas miserablemente.
Unos minutos más tarde, en los que seguimos hablando tonterías y ordenando
comida cara que ni siquiera puedo recordar a qué sabía, pasamos a temas algo
más sustanciales. "Entonces, ¿tienes muchas citas?", preguntó.
"Nunca". "¿No tienes citas?". "No". "¿Por qué?".
"Porque las citas son para las personas que quieren conocerse. Y yo no
quiero conocer a nadie. Yo quiero singar". Ese soy yo: elevando el arte de
las buenas costumbres de la mesa a un nuevo nivel. "Entiendo", dijo
él como si nada."¿Entonces, ¿qué haces aquí?". Iba a decir
"honestamente no sé" pero me autocontrolé y dije lo siguiente que se
me ocurrió: "estoy probando nuevas cosas".
"Entonces esta cita combina dos cosas que odias: conocer gente y no
singar". "Bah, no es tan malo. Tampoco tengo tantas ganas de singar,
y al final lamentablemente uno siempre termina conociendo un poco a la gente
con la que singa, así que técnicamente estoy acostumbrado. Al menos ahora estoy
comiendo algo. Nunca como". Rió. Sonreí. Entonces, en parte para justificar
mi agresividad, en parte para lograr salvar aquella noche, le resumí mi estado
general y de paso me lo resumí a mí también: "estoy harto de mí
mismo".
Él me miró pensativo. "Entonces hablemos de mí". "Sí, por
favor", dije mientras hacía sonar la copa de agua con el cuchillo.
"¿Desde cuándo haces este tipo de citas asqueantes con mayúsculas
inapropiadas?", dije con voz de pregonero de circo. "Esta es mi
primera". ¿Ah, sí". "Sí, acabo de divorciarme y pensé que esto
sería lo menos agresivo para mi regreso al mundo real". Obviamente él no
contaba con encontrarse conmigo.
Pobre hombre. Y yo quejándome como niña. "Lo siento." "Oh, no
importa. Todo está bien. Y mira la cita que me encontré; no hay nada de qué
lamentarse", sonrió nervioso. "Espera. ¿Un cumplido? ¿Me merezco un
cumplido?". "Sí, claro: eres muy simpático". "Oh,
gracias". Sonreí. Sonrió. Y ahí decidí que mi mal carácter abandonaría
inmediatamente ese restaurante, dejándome solo con aquel muchacho que seguro la
estaba pasando peor que yo y así y todo insistía en sonreír todo el tiempo.
El resto de la cena fue todo small talk, que aparentemente cuando uno está de
buen humor no es ni tan molesto ni tan improductivo. Y el calentamiento global
y Donald Trump son temas importantes que todo el mundo debe abordar. Cuando
pagábamos la cuenta me preguntó si quería irme a su casa. Yo, que miraba la
tarjeta de débito mientras suplicaba en silencio que pasara sin problemas, dije
que sí, sin darme cuenta realmente de lo que estaba haciendo. ¿Ir a su casa a
hacer qué? Eran las 11 de la noche, hora en la que un muchachito decente de su
casa se va a un bar a emborracharse y besarse con muchos desconocidos, no a la
casa de un hombre que no conoce y con el cual NO TENDRÁ SEXO.
Si tenía alguna duda acerca de mi decisión, esta fue disipada inmediatamente en
cuanto llegué su casa. Yo no podría deprimirme si viviera en un lugar así. Qué
ganas tengo de acabar de ser rico, señores. Madera por todas partes, cristales
en el techo por el cual se veía la nieve caer, olor a caro...y algún bourbon
fuerte, de ese que me tiene hablando boberías a los 6 minutos.
"¿Qué se supone que hagamos ahora", dijo. "¿Yo? ¿Y yo qué sé? Tú
eres el que planeó esto y esta es tu casa. Inventa algo", respondí,
mientras me controlaba para no decir que en otro tipo de cita sin mayúsculas ya
estaríamos en plena felación recostados a la meseta de la cocina.
A falta de una estrategia, nos sentamos en el sofá y nos miramos como dos
monjas a las que se les dio el día libre y no saben qué hacer con él. "Así
que divorcio, ¿eh?. Debe ser duro. Como si no fuera suficiente tener que
separarse del maricón además hay que seguir viéndolo para firmar papeles y
dividir al perro", dijo la monja cubana, cuya agresividad había regresado
gracias al bourbon. "Sí, pero al final es mejor. Se había acabado el
amor." "Uff, amor: qué palabra fea", dije. "Oh, odias al
amor. Seguro alguien te rompió el corazón", dijo él llegando a
conclusiones muy abiertas e injustificadas. "¿A mí? Sí: miles. Lo cual es
una mierda porque nunca me enamoré de ninguno. He sufrido por los hombres, me
han roto el corazón, pero no me he enamorado de ninguno. Qué mierda".
"¿Nunca te has enamorado?". "No creo", dije. "Al menos
no amor amor".
"¿Qué es el amor amor?". "Pues no sé. Descríbelo tú porque yo no
lo conozco. Porque para mí amor - no amor amor - es la cosa que uno dice cuando
no tiene nada mejor que decir". "Explícate". "Cuando
quieres callar a alguien en una conversación que sabes que va ganando le dices
"te amo". O cuando te cogen singando con otro le dices "pero yo
te amo". O cuando te están dejando y uno no para de llorar te sueltan
"te amo mucho" (si hay que agregar "mucho" es que no te
aman). No: "te amo" es una mala palabra. Nunca se ha usado para nada
bueno".
Él rió de lo lindo con mi teoría. "El mundo necesita más escritores como
tú. Estoy convencido de que quieres enamorarte". "¿Qué puedo decir?
Pues claro. Quiero estar enamoradísimo de alguien. ¿Pero de quién? La gente es
tan aburrida, tan decepcionante, tan cobarde, con pingas tan chiquitas. O quizás
sea yo que tengo estandares altos para justificar que yo mismo no me considero
nada del otro mundo. Ay, no sé. En cualquier caso no creo que el amor esté
hecho para mí. O sea: el amor amor. El amor de "te robé tu dinero pero te
amo" sí me ha tocado por supuesto".
"Pues yo estaba enamorado. O alguna vez lo estuve, al menos"
"¿Qué se sentía?" "No sé, no lo recuerdo. Solo recuerdo que
"estaba enamorado" y eso me hacía feliz". "¿Ves? El amor es
una mierda. Uno ni se acuerda qué siente cuando está enamorado. Se acuerda de
lo que siente cuando tiene hambre o cuando tiene miedo o cuando está celoso
pero no cuando está enamorado. No hay nadie en la calle dando gritos de
"¡estoy enamorado!. Hay gente gritando que el Señor Jehová va a llegar o
que los huevos van a llegar esa tarde, aún antes que el Señor Jehová, pero
nadie anda gritando "¡estoy enamorado!" Mi histrionismo y mi defensa
de causas tan nobles lo divertía de lo lindo. A mí también.
"Para mí lo más curioso es lo que la gente está dispuesta a hacer por
amor. Ok: supongamos que amas. ¿De qué sirve si no estás dispuesto a
caminar un metro por ese amor?", dijo él, que supuestamente estaba a cargo
de defender al noble e inexistente sentimiento. Me senté a su lado
tranquilamente, choqué su vaso de bourbon contra el mío y dije despacito y
calmado: "Exacto. Si no tienes los cojones de mover un dedo por amor,
entonces métete la frase por el culo y di que lo que quieres es singar y un
poco de compañía para aguantar tu soledad de mierda". Créanlo o no, en
Marianao yo nunca dije malas palabras. Esas llegaron a mi vida junto con el
amor. Sí: el amor es el culpable de mi mal vocabulario.
"¿Y qué hay con el sexo?", preguntó. "¿Qué hay con el
sexo?", dije yo. ¿De ese sí tienes mucho?" La pregunta del millón.
"Sí: creo que es lo único que hago en mi vida". "Eso debe ser
interesante". "Es una mierda", dije sirviéndome más bourbon.
"¿Recuerdas esa sensación cuando un desconocido te está mamando la pinga y
uno se dice a sí mismo en secreto: ¡¡¡¡me están mamando la pinga!!!.
Bueno, hace años que no siento eso. Cuando me maman la pinga me pongo a pensar
en que la temporada de declarar los impuestos se acerca". "¿Ya no
sientes nada?" "Bueno, quiero creer que sí. A veces me paso cinco
días sin tener sexo y cuando lo tengo me siento emocionado de nuevo. ¿Pero
cuándo fue la última vez que estuve cinco días sin tenerlo? ¿Cuándo fue la
última vez que estuve dos días sin tenerlo?". "Yo no tengo sexo hace
más de un año", dijo él, para demostrar que por mucho que yo hablara, las
mejores frases siempre eran de él.
Luego de un silencio necesario, en el que se inferían mis pensamientos pero no
se decían, dije diplomáticamente: "el sexo está sobrevalorado. No como el
amor, por supuesto - al menos el sexo es una necesidad fisiológica - pero de la
misma forma que no glorificamos orinar no glorifiquemos singar."
"Todo el mundo quiere tener sexo". "No: ese eres tú que no lo
tienes. Cuando lo tienes te pones a pensar que te hace falta otra cosa."
"¿Hacer los impuestos?" "No: el amor. Y luego cuando tienes el
amor te das cuenta que no sientes mucho tampoco y te pones a buscar otras
cosas". "¿Qué?". "No sé. Los impuestos, supongo".
Sonreímos.
"Entonces, ¿esto es lo que se hace en una cita sin sexo? ¿Se habla de
amor, de singar y de compromisos fiscales? Qué educativo". "Tienes
razón: démonos una ducha", dijo mientras se iba al baño de la forma más
natural del mundo. Yo me quedé mirándolo con mi vaso en la mano. ¿Una ducha
juntos? Discúlpenme si me perdí pero... ¿una ducha juntos? Ok: solo hay una manera
de ver a dónde va esto. Así que terminé el resto de mi trago de un solo tiro y
tomé yo también el camino al baño. De los cobardes no se ha escrito nada.
"Esto es raro", dije mientras me caía el agua en la cabeza. "Lo
sé", dijo de rodillas mientras me enjabonaba. Leyeron bien. "Se me va
a parar si sigues enjabonándome", advertí. "Piensa en otra
cosa", dijo, cual profesor de frigidez. "Tú la tienes parada y ¿yo
tengo que pensar en otra cosa?". "Yo no he tenido sexo en un año. Y
antes de eso tenía sexo con el mismo hombre siempre; por supuesto que la voy a
tener parada". "Uy, qué horror: sexo con la misma persona. Listo: ya
no se me va a parar, no hay de qué preocuparse. Entonces, para ubicarme, ¿esto
es lo que consideras una cita SIN SEXO? No se singa pero se enjabona".
"No: esto no es para nada lo que yo pretendía. Pero no sé lo que estoy
haciendo". "Tomaré eso como un cumplido. No olvides enjabonarme bien
la pinga. Uno nunca sabe en qué boca va a terminar". Lo hizo mientras yo
miraba al techo muerto de la risa. Él también se reía. "¡Esto tiene que
ser una de las cosas más raras que he hecho en mi vida", dije. "Y
créeme, esa lista está cargadita." "Cállate y vírate". "Sí,
señor. ¡Uy, eso me da cosquillas!".
Peinaditos y en cómodos pijamas - que son la definición perfecta de que no
habrá sexo - veíamos televisión. Habíamos creado un nuevo juego en el que
veíamos una película hasta el momento en que algún personaje dijera la palabra
"amor". Cuarenta minutos, siete inicios de películas y otro vaso de
bourbon después puse mi cabeza en su hombro. "¿Cuándo se acaba esto?"
¿Qué cosa? Podemos quitar esto y hacer otra cosa. O dormir". "No:
esto. Esta bobería en la que uno se queja y no hace nada con su vida. ¿Cuándo
se acaba?". "Supongo que a veces hay que tocar fondo para empezar a
subir", respondió.
"Ya yo llevo años en el fondo. Y no hago nada. Y puedo echarle la culpa a
que soy inmigrante, a que mi tía se murió, a que soy sex addict, pero es
mentira. Es que soy vago. Y por eso no hago nada con mi vida. No tengo papeles,
no puedo viajar, no puedo estudiar, no tengo un trabajo fijo, no tengo dinero.
No escribo. Ni siquiera como. Es todo el círculo vicioso de bares, saunas,
drogas, hombres - uff, hombres - y nada más. ¿Cuándo se acaba esta fiesta
eterna? ¿Dónde está el fondo del fondo? Quiero llegar lo antes posible para
empezar a subir. El amor es secundario pero ser quién uno quiere ser no.
Triunfar en la vida no puede ser secundario. Y si uno se pasa el tiempo
haciendo otras cosas...".
Y ahí tuve que salir corriendo al baño. A vomitar. Como en las películas en las
que uno vomita porque es muy sensible y le da impresión algo. Supongo que
vomité por el bourbon pero no puedo evitar hacer el paralelismo de que estaba
vomitando por mi vida. Vomitar me asusta. Abro los ojos, sudo, sollozo y
tiemblo entre arcada y arcada. Él me miró tener mi momento. Cuando terminé me
recosté a la pared. "¿Este puede ser el fondo del fondo y puedo empezar a
subir ya?". Asintió con la cabeza, se sentó detrás de mí, me acomodó y me
abrazó. "Esta cita sin sexo es una desgracia", dije. "Ok: ponte
en cuatro patas. Te vendaré los ojos y te la echaré en la boca",
respondió. "Acabo de vomitar así que mejor en la boca no". Reímos. Y
así nos quedamos abrazados en el piso del baño caro. Aparentemente el fondo del
fondo no tiene que ser una meth house. "No puedo creer que haya vomitado
esa comida tan cara..."
Acostados en la cama en calzoncillos, con todo apagado, habiéndonos dado las
buenas noches una hora atrás, ambos mirábamos como autómatas el techo de
cristal en el que caía la nieve. "Yo me enamoré", dije, rompiendo el
silencio que nos estaba matando. "Y creí que era amor amor. E hice todo lo
que tenía que hacer. Lo hice todo bien. Yo, que siempre lo hago todo mal. Y
estaba dispuesto a recorrer más de un metro por ese amor. Y perdí. Supongo que
si lo hubiera hecho todo mal y hubiera sido el hijo de puta que puedo ser que
no se acuerda ni de los nombres, si lo hubiese matratado, si nunca le hubiera
dicho que lo amaba, hubiese ganado - como he ganado antes competencias que no
quería ganar - pero no lo hice, así que lógicamente perdí. Porque así es cómo
funciona el amor".
"Mi ex esposo está ahora con una mujer", dijo él para demostrar una
vez más que una frase vale más que todo un párrafo. Dejé de mirar al techo y lo
miré a él. Intenté estar serio pero me salió una carcajada. "Disculpa, no
quise reírme". "No, no: ríete. Es lo mejor que podemos hacer". Y
nos reímos de buena gana. "El tuyo no se acostaba contigo y ahora está con
una mujer y el mío pudo haberse quedado conmigo y no lo hizo. ¿Ves lo que digo?
Esa manía que uno tiene de sufrir por hombres que no se lo merecen es la que no
nos deja avanzar. O al menos a mí: tú tienes un techo de cristal, yo no tengo
ni tarjeta de crédito".
Y ahí dejé de reírme y volví a mirar al techo de cristal. Y no dije nada -
porque ya había hablado mucho - pero mi cerebro siguió solo. "Esta pinga
se tiene que acabar. Hay que cerrar ese espacio que uno mismo creó destinado a
otras personas, a lo externo, y enfocarse en uno, dejar la vagancia y empezar a
subir. Y pasarle por el lado - como siempre - a los que ahora uno ve desde
abajo. Y luego llegar a la superficie donde estaré solo, por supuesto, pero es
mejor estar solo en la superficie que solo en el fondo. Y luego bajarás de
nuevo porque hay que mezclarse con la gente y luego seguirás bajando una vez
más hasta el fondo porque te aburriste de ellos. Y porque si ya vas a bajar
tienes que bajar más que los demás. Y así será toda la vida. Pero ahora: a
subir. Hace rato que no veo la superficie y ya la extraño. ¿No te demostraste
que puedes hacerlo todo bien con un macho? Pues ahora hazlo con el macho que
cuenta que es uno mismo. Y ahí sí que no se pierde". Listo: la
conversación que evitaba tener con mi cama la estaba teniendo con otra.
Aparentemente solo necesitaba un techo de cristal.
Me viré, me acerqué a él, puse mi cabeza en su pecho, mi pie entre los suyos y
mi mano dentro de su calzoncillos. Que no tengamos sexo no quiere decir que no
podamos dormir como si lo hubiéramos tenido.
Al día diguiente, en el portal, se declaraba oficialmente clausurada la cita
sin sexo. "Bueno, fue divertido", dije. "Lo fue. Así que ya
sabes: si algún día necesitas un techo de cristal...yo tengo uno".
"Pero tendremos sexo", dije. "Y nos enamoraremos", dijo él.
"Pero antes de que llegue ese día tenemos que hacer otras cosas",
precisé. "¿Los impuestos?", preguntó. Me eché a reír. Y nos besamos.
Por primera vez. Un beso inocente pero lindo. El beso que llevaba esa linda
cita SIN SEXO. "Gracias". "A ti".
En el camino me viré y le dije adiós. Y luego otra vez. Y luego otra hasta que
nos perdimos de vista. Como se despide uno siempre de la gente que se lo
merece.
Esa noche, en el bar, no hubo tequila ni besos ni pantalones bajados. Solo me
senté ahí y pensé en mi vida. Y pensé que bien podía ponerme a pensar en mi
vida en otra parte. Sin tragedias ni cargos de conciencia. Buscar dentro lo que
no se encuentra fuera no es ni tan duro ni tan terrible. Al contrario. Así que
me fui. Cuando esté bien conmigo mismo ya volveré a mezclarme con los demás.
Por el momento, hay que irse.
Al llegar a mi casa no prendí las luces. No abrí la computadora, no puse la
televisión, no busqué ninguna excusa para no hacer lo que tengo que hacer. Con
tan solo la luz de la noche que entra por la puerta de atrás me paré frente a
la cama, le di un golpecito con el pie y le dije: "despierta: tenemos que
hablar".