lunes, 26 de septiembre de 2011

Pequeño tratado lingüístico sobre la pinga


Pido disculpas a todo aquel que haya podido sentirse ofendido por la última palabra del título de este ensayo y aprovecho para pedirle que deje de leer en estos momentos porque susodicha palabra no solo no cesará de repetirse a lo largo de este artículo, sino que, de hecho, será su gran protagonista.

Y es que alguien tiene que darle a este vocablo el valor que verdaderamente se merece. Palabras como “neoliberalismo”, “clonación” o “Naruto”, muchísimo más nuevas, han sido ya el objeto de numerosos escritos. No es el caso de “pinga”, palabra que, sin embargo, expresa como pocas en la lengua española (y en muchas otras lenguas, solo comparada quizás con el “fuck” inglés) una amplísima gama de estados de ánimo, emociones y sentimientos. Así que con la decisión de hacer justicia, y escudándome en la idea de que para un lingüista el concepto de “mala palabra” es secundario, me animo a hacer este pequeño tratado.

Antes de pasar al uso sincrónico de la “pinga” (a partir de ahora le quitaremos las comillas para hacerla más natural) hagamos una pequeña alusión a su origen. No se sabe de qué época data el vocablo (o por lo menos yo no lo sé), pero si se le pregunta a alguien entrado en años, le responderá que cuando nació, ya existía. Tampoco se sabe de dónde proviene. Buscando para la confección de este ensayo encuentro algunas propuestas pero no me atrevería a citarlas por carencia de un basamento serio. Aclaremos de paso que se hablará aquí de la versión cubana de la pinga, así los extranjeros, tanto hispanoparlantes como otros, podrán servirse de esto como ayuda (No hay nada peor que alguien no nacido en nuestras tierras gritando pingas en una esquina como si nada). No: la pinga hay que saber usarla (juego de palabras no intencional).

En sentido estricto la pinga hace referencia al miembro viril masculino, sin importar sus dimensiones. Es de un uso extremadamente vulgar en este caso, aunque recomendable en la cama (¿se imaginan a alguien excitado ante un “Oh, papi, qué desmesurado falo”? No lo creo; la vulgaridad se impone en el lecho). Pero pinga es mucho más. Si este fuera su único sentido, no sería nuestro objeto de estudio en esta oportunidad.

Algunos de los múltiples usos de la pinga pueden ser:

-      para reforzar nuestra oposición ante una tarea asignada - “Ni pinga”.

-      para descubrir las verdaderas intenciones de una persona - “¿Qué pinga te pasa?”

-      ante la duda - “¿Y eso qué pinga es?”

-      como puro elemento enfático - “¿Para qué pinga te haces la cabrona?”

-      al lanzarse en una montaña rusa - “¡Pingaaaaaaa!”

-      interjección ante un golpe - “¡Ño, pinga!”.

-      como sustituto de algún elemento de la frase, cuyo verdadero nombre se desee ignorar - “Ya te dije que quitaras la pinga esa de arriba del refrigerador”

-      indicando la nostalgia – “¡Ay, pinga!”

-      como referente temporal - “¿Cuándo pinga se acaba ese programa?”

-      para expresar admiración - “¡Pinga, qué lindo!”

-      como complemento directo - “Manda pinga”.

-      para indicar un ofrecimiento  - “La pinga pal’ que sea”

Sus compuestos y derivados son numerosos y en ocasiones tan importantes como la misma pinga. De esta forma, “despingar”, “repinga”, “comepinga” o “empingar” pertenecen también a nuestro acervo, engrandeciendo así la lengua de Cervantes.

Debemos prestar atención, ya que en ocasiones el uso de la pinga puede ser confuso. Así, una frase como “La fiesta estuvo de pinga” puede ser tanto positiva como negativa, en dependencia del contexto e incluso de la entonación.

-      La fiesta estuvo de pinga (estrés sobre la preposición “de” y movimiento con la mano: la fiesta estuvo buena)

-      La fiesta estuvo de pinga (sin pausa ni estrés y con cara de molestia: la fiesta no estuvo buena)

De la misma manera, los verbos “ser” y “estar”, que caracterizan a la lengua española, son fundamentales a la hora de jugar con la pinga.
       
-      Luisa es empingada (Luisa es tremenda muchachita, de buenos sentimientos y presta sus cosas)

-      Luisa está empingada. (Luisa está molesta; no se te ocurra pedirle nada ahora)

Imagino a célebres de la historia que, de haber tenido la palabra pinga en su lenguaje, la habrían utilizado en circunstancias donde se imponía su uso. Así, veo a Colón bajándose de su carabela, poniendo una rodilla en nuestra isla y diciendo emocionado: “Pinga, esta es la tierra más fermosa que ojos humanos han visto”. O a Galileo en el momento en que se enfrentaba a la Inquisición y decía resignadamente: “Y sin embargo se mueve, pinga”. O la traducción de “Eureka”, que pronunciara el griego Arquímedes al descubrir la densidad, no es otra que “¡Lo he encontrado, pinga!” O a aquellos miembros del desafortunado Apolo 13, declarando su situación a su puesto de mando: “Houston, tenemos un problema de pinga”. En todos los casos, una pinga se hacía necesaria.

Su uso desmedido es a evitar. No solo implica vulgaridad, sino que le hace pensar a las personas que uno está necesitado de la pinga en otras facetas de su vida. No: la pinga debe usarse de manera limitada para no quitarle su verdadero valor imponente. Pero tampoco renunciar a ella. No hay nada como una pinga en un momento determinado para evitar confusiones o detener malentendidos. La pinga es una poderosa arma, y como tal, debe ser usada sabiamente (otro juego de palabras no intencional).

Quede este como un primer acercamiento serio y profesional a esta palabra que enriquece nuestra lengua. Confiemos en que otros lingüistas se sumen y contribuyan a sacar a la pinga del oscurantismo en el que se ha visto inmersa hasta ahora. Y es que el fenómeno de la pinga en nuestra lengua es, citando a otro célebre y valga la redundancia… ¡de pinga, queridos amiguitos!

miércoles, 21 de septiembre de 2011

La ciénaga


Alexis tuvo su primera novia “de verdad”, Ingrid, cuando ambos tenían 15 años. Consumaron su amor en casa de él un día que su mamá llegaba tarde del trabajo. Aunque no duraron mucho, todavía conserva buenos recuerdos de ella. Luego, en el propio tecnológico, estuvo con Sandra, Gabriela y Lídice de manera “formal” y con Roxana, Liuba y María Elena “a escondidas”. Tuvo sexo con algunas otras, pero no se cuentan porque estas eran o las novias de sus amigos, o las muchachas que “no estaban tan buenas”, así que no valía la pena incluirlas en la lista. Durante el Servicio Militar se acostó a lo largo de todo el año con las únicas dos cadetes hembras de la estación en la que hacía guardia, Mariana y Yuneldis. A pesar de que solo fueron dos, nunca en su vida tuvo tanto sexo, ya que hacía guardia cada dos días. Al ingresar en la universidad tuvo un primer año “loco” en el que se acostaba con todo lo que le guiñara un ojo. En segundo año, sentó cabeza y se empató con Rosario, una chica de campo de su misma aula, con la cual duró dos años y a la que embarazó la misma cantidad de veces, sin fructificar en niño. La engañaba con Mayté, una señora de 42 años casada que lo volvía loco. Justo al inicio de cuarto año dejó a la buena de Rosario por Alicia, a quien conoció en el cuerpo de guardia al que llegó todo magullado luego de que el esposo de Mayté, Roberto, le cayera a golpes al descubrir su “affaire”. Después de dos años de relación apasionada, se casaron, justo dos meses después de su graduación de la universidad. Se divorciaron un año y seis meses después, luego de que ella hiciera un comentario en el que decía algo como “no creo que te ame ya”. Luego de una crisis de unos meses en los que Alexis apenas iba de la casa para el trabajo y del trabajo para la casa, su mejor amigo Luis Miguel, le presentó a una de sus ex novias, Margarita, con la cual Alexis se empató por unas semanas. Nada importante. Nada importante si no hubiese sido porque esta se embarazó y decidió tener al niño. Cuando el pequeño Alexis tenía ocho meses, su padre volvió con Alicia, quien regresó un día y le dijo que “se sentía sola”. Después de tan solo dos meses, Alicia se volvió a ir prometiéndole “nunca regresar”. Alexis se enroló entonces con la psiquiatra a la que tuvo que ir después de que Luis Miguel lo obligara por descubrirlo tomándose unas pastillas mientras lloraba y decía el nombre de “Alicia”. Esta, Marta, quien casualmente era hermana de Gabriela, terminó dejándolo a los tres meses por otro de sus pacientes llamado Marcos. Luego de algunas mujeres de las cuales Alexis ni preguntó los nombres, se consideró oficialmente “soltero para toda la vida”, así que se dedicó a estar con mujeres casadas u otras lo suficientemente liberales como para no querer compromiso de ningún tipo. Hasta un día de noviembre que entró a aquella discoteca destruida en Boyeros.

Marina no tuvo sexo hasta los 18 años. Su novio, Carlos Manuel, le insistió por dos años hasta que finalmente lo logró en una agitada noche de escuela al campo. Un año después, Carlos Manuel, al entrar a la universidad, le dijo que lo de ellos “no tenía sentido” y que era mejor separarse. Marina conoció entonces a Jean-Pierre, un belga que estaba de turismo en la Habana por dos semanas y tuvieron un romance. Un año después, conoció a Roberto, un hombre 22 años mayor que ella y con el cual tuvo una relación de casi un año. Todo terminó abruptamente cuando Mayté, la esposa de Roberto, se apareció en la universidad un segundo turno de la mañana y le dijo bajito “que dejara a su esposo tranquilo” o la próxima vez le diría a todo el mundo lo “putica” que era. Roberto intentó regresar con ella, pero ese fue el momento en el que Marina conoció a Marcos y tuvo el sexo más apasionado de su vida, quedando prendida de él. Marcos, un joven encantador que siempre le sacaba las palabras, la dejó un día al regresar de un teatro en el que estuvo callado todo el tiempo alegando que “no era culpa de ella ni de nadie, pero él no era feliz”. Marina decidió entonces ser más liberal, siguiendo los consejos de sus amigas, y se acostó con la mitad de su facultad, entre los que se incluyó a Yanko, Pedro Pablo y Rolando. Finalmente, ya en quinto año de la carrera, se estabilizó con Manuel, estudiante de medicina, quien se fue del país un año antes de terminar su carrera y con quien siguió siendo novia por correo electrónico, hasta que un día él no escribió más. Después del esperado regreso, cinco años después, de Jean-Pierre, se dio cuenta al verlo que en realidad no le gustaba tanto y que ya no representaba nada para ella. No se lo dijo, porque, en definitiva, él se iba a la semana siguiente de regreso a Bélgica. Luego de una corta relación con Boris, con el cual rompió por el “bajo nivel” de este, Marina, cansada y agotada, decidió ser una mujer “enfocada en su trabajo”, así que alejó a la mayoría de los hombres que se le acercaban. Hasta un día de noviembre que entró a aquella discoteca destruida en Boyeros.

Alexis y Marina tuvieron sexo por primera vez cinco días después de conocerse en aquella discoteca. Luego de una fulminante mirada de ambas partes, baile apretados e intercambio de teléfonos, él la invitó a salir un par de veces y a la segunda vez, al dejarla en su casa, ella le dijo que podía entrar y pasar la noche. Tuvieron sexo apasionado que repitieron todos los días de esa semana, a veces por las tardes y a veces por las noches, en dependencia de sus horarios. Luego de dos semanas, decidieron etiquetar su relación nombrándola “noviazgo”. Ella le presentó a su familia y él le llevo un día al niño a la casa. Una tarde, al salir de su trabajo y ver a Alexis esperándola sentado en el contén de enfrente, Marina le dijo que lo quería. Esa misma noche, justo cuando ella preparaba algo de comer, él la abrazó por la espalda y le dijo al oído que él también la quería. Esa noche tuvieron el mejor sexo. Menos de un mes después, en una visita con el pequeño Alexis al Acuarium, él, al verla de la mano con su hijo, le dijo, justo al lado de la piscina de las tortugas, que la amaba. Veintiocho minutos después, en pleno espectáculo de los delfines, ella le dijo que también lo amaba, agregando “más que a nadie en mi vida”. Y esa tarde tuvieron el mejor sexo. Dos meses después, aprovechando una visita de una semana de Marina a Sancti Spíritus por trabajo, Alexis le dijo por teléfono que la extrañaba mucho y que quería casarse con ella. Ella le dijo que sí, que ella también quería, y que lo hablarían mejor cuando regresara. Pero nunca lo hablaron mejor, porque a su retorno, la relación comenzó a cargar con el pesado fardo del pasado.

El primero en dar la nota discordante fue, sorpresivamente, Luis Miguel, quien en un almuerzo en casa de Marina, dijo en plena mesa que se había encontrado con Alicia y que esta se iba a casar de nuevo, lo que provocó que Alexis no dijera una palabra más en toda la tarde. Marina fingió que no notó nada, pero no fue indiferente al mutismo de su novio. Luego, a la salida del cine Yara una tarde de Festival de Cine Latinoamericano, alguien tapó los ojos de Marina por detrás. Era Jean-Pierre, de visita en la isla. Alexis lo saludó afectuosamente al presentarlos, pero al irse este y Marina decirle que era un antiguo novio, la cara de Alexis cambió sustancialmente. Otra tarde, al poner la televisión, vieron a Carlos Manuel dando una entrevista, pero Marina, aleccionada, no dijo nada para no molestar a Alexis. Quince días después, este llegó de lo más contento a la casa alegando que, después de casi 15 años sin verla, se había encontrado a Ingrid, “su primera mujer”, en su antiguo barrio. Marina no entendió la causa de tanta alegría y reciprocó cuando esa misma noche Carlos Manuel daba otra entrevista en la televisión para referirse a él como “su primer hombre”. Alexis se molestó y le dijo que esa no era la primera vez que “ese tipo” salía en televisión y ella nunca le había dicho nada. Esa noche no hubo sexo.

Otro que aportó lo suyo fue el pequeño Alexis, quien en una tarde de domingo, les soltó a ambos que su mamá todavía estaba enamorada de su papá. Ambos decidieron reírse al respecto ante “las cosas que se le ocurren a los niños”. Nadie se rió, sin embargo, cuando Boris se apareció de la mano de María Elena en un restaurante del Barrio Chino en el que comían. Marina rezó en secreto para que no la saludara, pero este, a pesar de su “bajo nivel”, no era maleducado, por lo que la saludó, provocando que Alexis tuviera que saludar a María Elena y que la comida fuera tensa a partir de ese momento.

Otro día, mientras esperaban en el carro que pusieran la verde en el semáforo de 23 y G, Alicia, visiblemente embarazada, pasó frente a ellos caminando entre los peatones que cruzaban la calle, lo que provocó que Alexis, aparentemente sin sentido, empezara a tocar el claxon descontroladamente. Aunque muchas personas miraron, Alicia nunca se dio cuenta; pero Marina, sentada en el asiento del copiloto, no pudo ignorar para nada este exabrupto. Esa fue la primera vez, pero no la última, que se referiría a Alicia como “esa bruja”. Una de las compañeras de trabajo de Marina, Roxana, vino en otra oportunidad y le preguntó si ella estaba con “Alexis Beltrán, el que vivía frente al FrutiCuba de 41”. Al responder afirmativamente, Roxana, muy emocionada, le dijo que ellos habían sido novios “no formales” en el tecnológico, lo cual causó otra pelea esa noche en la intimidad del hogar. La cosa se fue deteriorando hasta tal punto que para cuando se encontraron a Marcos en una fiesta y Alexis comprobó que no solo se había casado con Marta, la psicóloga, y tenían un hijo, sino que además había sido novio y “el mejor sexo” de Marina, le preguntó a esta, molesto, que “si había alguien en Ciudad de la Habana con el que ella no hubiese estado” a lo que ella, aún más molesta, respondió irónicamente: “Sí: Luis Miguel, pero todavía estoy a tiempo”. Dos semanas y media sin sexo.

Para esas fechas su lenguaje había cambiado sustancialmente y no tenían ningún reparo en usar exageraciones para atacarse mutuamente. Así, al conocer a Yanko un día, Alexis le dijo que “no sabía que le gustaran los negros” (Yanko era mulatico claro) y Marina, un día que se tropezaron con Rosario, le espetó un “siempre imaginé que las gordas eran lo tuyo” (Rosario no era para nada gorda, pero eso no le impidió a Marina hacer el grosero comentario). Las cosas llegaron a un punto crítico cuando Mayté y Roberto se sentaron al lado de ellos en un teatro y Mayté dijo en plena función que “el olor a puta” la tenía mareada. Al salir del teatro, Roberto y Alexis, recordando buenos tiempos, se entraron a golpes, mientras Mayté y Marina se caían a insultos en la estación de policía a la que fueron a buscar a sus respectivos maridos. Para colmo, en la estación, una de las policías resultó ser la antigua cadete Yuneldis, gracias a la cual pudieron salir antes los cuatro, pero lo cual no le hizo ninguna gracia a Marina (ni a nadie). En el camino a casa tuvieron una horrible pelea en la que Alexis daba piñazos en una pared mientras gritaba “¿Hasta cuándo es esto, Dios mío?” y Marina lloraba mientras gritaba: “¡Claro, porque tú eres un santo!”

Y así se separaron. No esa noche, ni tampoco esa semana; pero un día en el que se dieron cuenta que hacía meses que no se tocaban y que cada vez que hablaban era para preguntarse si algo le gustaba más o menos que con su antigua pareja, decidieron que lo mejor era que él regresara a vivir con su mamá. En los primeros días de ruptura siguieron encontrándose por todas partes a todos sus antiguos amantes y a los del otro. Y ahora les dolía aún más porque se sentían solos y derrotados.

Habían dejado que su pasado los separara. Su pasado, el mismo que nunca estuvo ahí para ellos para ayudarlos, apoyarlos o hacerlos felices. El pasado que los traicionó, abandonó o decepcionó, el mismo que los llevó a declararse “soltero para toda la vida” y “enfocada en su trabajo”, regresaba ahora para acabar con su relación de sexo increíble y “te amo” a deshoras. No les importaba mucho el pasado propio, pero el del otro los volvía locos, despertando no solo sus celos, sino también sus inseguridades y miedos. El pasado emergía como ganador en esta horrible competencia.

La solución llegó, casualmente, de manos del propio pasado. En el caso de Alexis fue un día que se encontró a Alicia con su niño y esposo en los perros calientes de F y 23. Después de unos saludos formales, Alexis, no aguantando más, los invitó a sentarse y les contó a ambos sus problemas con Marina y la causa de su separación. Estos lo oyeron y le dijeron que “se calmara, que todo saldría bien”. Cuando se iban, dejando a Alexis sentado en una mesa, Alicia le dijo a su esposo: “Ahora vuelvo” y fue a donde estaba Alexis. “¿Todavía piensas en mí?” le dijo. Después de pensarlo un poco, le contestó: “A veces creo que estoy obsesionado contigo porque tú me dejaste, pero, francamente, no mucho”. “Buena respuesta”, dijo ella. “¿Y en las demás?” agregó. “Por supuesto que no, ni me acuerdo de los nombres”. Entonces, Alicia sonrió y le dijo: “¿Entonces qué te hace pensar que Marina piensa en los de ella?”. Y Alexis entendió lo que quería decir.

En el caso de Marina fue Marcos, a quien se encontró un día en una parada. Él le preguntó si todavía estaba con “ese muchacho” y ella le dijo que no tímidamente. Como la guagua se fue demorando y Marcos siempre fue alguien encantador que le sacaba las palabras, le confesó la causa de su separación. Marcos miró serio hacia la calle, hasta que finalmente le preguntó: “¿Fuiste feliz con Alexis alguna vez?”. Marina miró seria hacia la calle hasta que finalmente le respondió: “Sí”. Y Alexis le dijo: “Yo nunca he sido feliz: ni contigo, ni con Marta, ni con nadie. Ni un solo día de mi vida he dejado de pensar en lo triste que soy. Si hubiese sido feliz con alguien, aunque fuera un día, correría hacia esa persona y la abrazaría hasta que no pudiera más. ¿Qué me importa a mí si estuvo con alguien antes? Yo solo la abrazaría y me quedaría así”. Y Marina entendió lo que quería decir.

Marina se monta en el asiento del copiloto. El pequeño Alexis está sentadito detrás y grita “¡Marina!” cuando la ve entrar al carro de su papá. Ella le pasa la mano por el pelo y después mira a Alexis. Saben que su viaje al Jalisco Park, al que él la invitara el día anterior por teléfono, no es solo un intento de reconciliación, sino de revalorización. Un sinnúmero de nombres del pasado pueden aparecer, directa o indirectamente, pero han decidido que no les importe ya. Han resuelto olvidarlos, tanto los suyos como los del otro. Ya no maximizarán en sus cabezas las pasiones que sintieron los demás cuando ellos no estaban. Se limitarán a verlos como al resto de las personas. Incluso se permitirán ver cosas buenas de ellos e intentarán entender que fueron necesarios para la formación espiritual del otro. Dejarán el pasado detrás y el futuro para ellos comenzará ahí, en ese carro hacia el Jalisco Park.

Y como siempre fantaseo con la idea de que lo único que hace falta para que dos personas maduras e inteligentes resuelvan sus problemas es la decisión irrevocable de ambos de hacerlo y el empeño que le dediquen, les doy un voto de confianza a mis amigos imaginarios Alexis y Marina y comienzo a reescribir su historia: “A pesar de que hubo muchos nombres en su pasado, que incluso se casó y tuvo un hijo, que amó y desamó con y sin pasión, Alexis no tuvo una novia “de verdad” hasta que, con casi 30 años, entró un día de noviembre a una discoteca destruida en Boyeros y conoció a Marina.”

miércoles, 14 de septiembre de 2011

El bicurioso, el inodoro inteligente y la fiesta nudista


Nunca me han gustado los estereotipos. Los detesto. Peor aún: me aburren. Y los de los homosexuales son de los que más odio. Por eso ir a la Noche de Salsa en Sky con mis amigos gays cubanos me parecía como la peor cosa a hacer aquella velada en la maravillosa y original Montreal. ¿Bailar toda la noche al ritmo de sonidos tropicales mientras juzgábamos hombres y dedicábamos miradas lascivas? Para eso me hubiese quedado en Cuba. No había llegado tan lejos para caer en los mismos patrones. Así que cuando recibí la invitación para ir a una fiesta nudista dije que sí inmediatamente (bueno, primero lo sometí a votación en Facebook y mis viciosos amigos votaron 28 a 0 a que fuera). Me pareció que ese tipo de originalidades excéntricas naturales del primer mundo eran justo lo que necesitaba, así que llamé y dije que sí. Y después Jake se invitó solo.

Hablemos de Jake. Jake es bicurioso (no estoy muy seguro de que esa sea su traducción, así que explico qué es). Pues es un heterosexual con dudas. No confundir con homosexual tapado; no es para nada lo mismo. Nos conocimos online cuando él respondió a mi anuncio de “Diversión en Montreal” con otro de “Nunca he estado con un hombre y me gustaría experimentar”. Después de algunos mensajes introductorios, Jake dejó claro que no le interesaba (o más bien que le asustaba) hacer algo con un hombre, así que prefería quitarse la inquietud con cosas menos radicales. Entendí perfectamente. Uno no necesita ser tan exagerado para saciar su curiosidad (por lo menos en un primer momento).

Así que en nuestra primera cita, yo, cual tutor, le di un paseo por una sex shop. Pero como era la primera vez de ambos en una, frente a aquellos inmensos consoladores que desafiaban las leyes de la física y de la cordura, ambos estábamos igual de sorprendidos y boquiabiertos. La señorita nos interpeló con un “Tenemos una nueva línea de lubricantes que no pueden perderse” que logró que Jake y yo  saliéramos casi corriendo de allí.  Para la lección número dos elegí a los strippers. Pero también era mi primera vez en un bar de ellos así que no tuve ningún consejo que dar a un asombrado Jake cuando los hombrones sin ropa le bailaban a 30 centímetros de la cara. No era mi culpa, si hubiésemos estado en Cuba le habría presentado a mis amigos, hubiésemos dado unas vueltas por G y el Malecón y visitado alguna que otra fiesta, enseñándole así lo bueno y lo malo del mundo gay de la isla. Pero en Montreal no podía; todo era nuevo para mí también. Así que no se valía. Decidí abandonar mi papel de profesor. Pero cuando Jake oyó que me iba a la fiesta nudista de Dan, él mismo se invitó como mi “plus one”.

Llegó el momento de presentarles a Dan. Nos conocimos cuando él respondió a mi anuncio de “Diversión en Montreal” con otro de “¿Te gustaría andar desnudo por mi casa, conversar y quizás algo más?”. Me pareció divertido en un inicio, así que dije que sí. Pero cuando llegué y Dan me abrió la puerta como Dios lo trajo al mundo con una perrita negra en los brazos, me sentí un tanto fuera de lugar, así que jugué mi carta de nacido en un país subdesarrollado y nunca me quité ni el reloj. El “algo más” tampoco se concretó, ya que Dan no está precisamente en mi rango de edad soñado. Pero sí conversamos mucho. Me dijo que era abogado. Me presentó a la perrita negra, Dagmar, a quien recogió de un hogar para perros abandonados el año pasado, y quien se tiraba encima de mí cada dos segundos lamiéndome la cara. Me habló de su pasión por el nudismo y de cómo, ocasionalmente, organizaba fiestas de 6, quizás 10 personas, en su propia casa, para saciar su gusto de andar sin ropa. Al final nos dimos un abrazo de despedida, sabiendo que era probablemente el final: nos separaban muchas cosas, desde la edad hasta nuestros sentimientos por la ropa.

Pero ahora, algunas semanas después, me envió una invitación por correo electrónico para su próxima fiesta nudista al día siguiente. Después de mi anuncio en Facebook y su abrumadora votación, y la invitación a la Noche de Salsa por el otro lado, pues me dije que no había nada mejor esa noche que algo de originalidad y ruptura de estereotipos. O por lo menos de los estereotipos que yo conocía, que incluían ir a una fiesta…vestido. Llamé a mis amigos cubanos, sin decirles la verdadera causa de mi rechazo a su noche tropical, quienes me acusaron de “traidor” y a Dan, para confirmarle mi participación en tan original evento, quien a su vez  me tildó de “revolucionador”. Chateaba por Skype con Jake cuando me vestía y, al decírselo, se puso histérico. Lo vio, según dijo, como una oportunidad única de hacer algo con su curiosidad y su tiempo libre. Yo le dije que no habría más de 6, quizás 10 personas, y que ni siquiera estaba seguro de que fueran todos homosexuales, pero Jake no hizo caso y me dijo que lo pasara a buscar alrededor de las siete por su casa, cerca de la estación de metro de Place des Arts.

Pues bien, no sonaba mal después de todo: ir acompañado, aunque fuera por Jake, quien sabía aún menos que yo de la vida y sus excentricidades, tenía sus ventajas. Aunque fuera para compartir los comentarios y las risitas. Como fuera, todo era mejor que la Noche de Salsa en Sky y sus estereotipos. Así que pasé a buscar a Jake alrededor de las siete, cogimos el metro, e hicimos chistes de lo bien vestidos que estábamos, considerando que íbamos a una fiesta nudista.

Jake tiene 28 años y es originario de Wisconsin, Estados Unidos. Es alto, fuerte, rubio y aún más blanco que yo. Por alguna razón no es mi tipo de hombre (quizás demasiado grande), pero estoy seguro que a cualquiera le gustaría llevarse su virginidad. Hace 4 meses está en Montreal estudiando en la prestigiosa universidad de Concordia. Hace dos años, una película pornográfica gay llegó a sus manos, casi por error, y desde entonces, Jake no ha podido dejar de pensar en eso. Fanático de las películas pornográficas heterosexuales, le preocupa su obsesión por esa película en particular, y ha decidido aprovechar su viaje a Montreal, a muchas millas de casa, para descubrir si es solo una curiosidad, o corre el riesgo de convertirse en algo más, en cuyo caso tendrá que tomar alguna decisión. Absténganse de juzgar a Jake; no nos incumbe.

Cuando llegamos al lujoso edificio de Dan nos miramos con cara de: “Bueno, soldado, allá vamos”. Mientras subíamos en el elevador para dirigirnos al penthouse de Dan la tensión, lógicamente, iba incrementándose. Al desembarcar en la pequeña, pero hermosa, recepción de Dan, justo frente a la puerta, un nervioso Jake me lanzó un “Digamos que somos novios, ¿está bien? Así será mucho más fácil para mí.” Yo protesté vehemente: “Si decimos que somos novios, eso anula mis posibilidades de conseguirme uno en la fiesta”. Él me respondió: “Tú no necesitas un novio”. Justo cuando le iba a preguntar qué demonios quería decir esa frase, oímos ladrar a la simpática Dagmar del otro lado de la puerta. Un segundo después, alertado por los ladridos de Dagmar, quienes obviamente fungen cual timbre, Dan abrió la hermosa puerta, completamente desnudo.

Jake abrió la boca. Yo intenté decir “hola” pero no me salió. Dan sonrió con cara de bienvenida. Dagmar se abalanzó sobre nosotros. Por alguna razón, Dan se veía más desnudo que la vez anterior. ¿Eso es posible? Quizás se habría afeitado o algo, pero lo cierto es que se veía muy…encuero. Después de su “¡Viniste!” inicial, intenté recobrarme y abrazarlo. “Umm, trajiste a alguien”. “Este es mi novio Jake” dije yo, empujando a Jake para que lo abrazara. “Ya me extrañaba que alguien como tú se demorara tanto para encontrar un novio en esta ciudad”, me dijo un coqueto Dan. Yo le sonreí agradecido, mientras le dedicaba una seria mirada a Jake que quería decir: “Si hay algún mango encuero allá dentro, prepárate”.

Al entrar, justo al lado de la puerta principal, Dan nos señaló el cuartico para quitarse la ropa. Por alguna razón, no imaginaba que sería tan rápido. No es que esperara que nos presentaran a las personas mientras estuviéramos vestidos y después, ya en confianza, pidiéramos permiso y nos encueráramos; pero tampoco esperaba que fuera tan rápido. Ni sé qué esperaba, en realidad; esto era todo demasiado nuevo. Otra que nadie previó fue que Jake y yo tuviéramos que entrar juntos a desnudarnos. Nos dimos cuenta cuando  Dan abrió la puerta, nos dio una bandeja plástica para poner la ropa y nos dijo: “Vamos, entren y apúrense” mientras sacaba a Dagmar del cuartico, al que había entrado no más abrir la puerta. Por supuesto, éramos “novios”, nos tocaba entrar juntos.

Entramos. Nos miramos con cara de: “Bueno, de todas formas nos íbamos a ver sin ropa, ¿no?”. Fingimos que aquello no era raro mientras nos quitábamos la ropa y poníamos relojes, zapatos, medias, pantalones, camisas, pulóveres, camisetas y calzoncillos en la misma bandeja. Hablábamos de cosas triviales y sin sentido. Obviamente, estábamos nerviosos. Justo antes de quitarme el calzoncillos me dije a mí mismo que una vez desnudo solo miraría a los ojos de Jake. Y así lo hice, increíblemente disciplinado. Jake, por su parte, tenía otros planes.

Justo cuando miré a sus ojos y sonreí como idiota, descubrí que Jake no miraba para nada los míos: miraba hacia abajo. No supe qué pensar. En el club de strippers, Jake apenas había mirado los penes que se le acercaban a la cara, pero obviamente la intimidad lo hacía más osado. Yo me sentí desnudo (literalmente). Así que decidí hacer lo que casi siempre hago cuando no sé qué hacer: decir exactamente lo que pienso. “Jake, estás mirándome el rabo”. Jake se rió nervioso y entonces me miró a los ojos. “Es que siempre que he visto uno ha sido en el gimnasio o en las duchas y nunca puedo mirarlos con detalle”. Uff, de madre con la bicuriosidad.

No supe qué responder. Por alguna razón, en algún momento entre el primer correo de Jake y nuestra primera cita, se había establecido tácitamente que nosotros no haríamos nada. Nuestra relación siempre fue de profesor-alumno y si bien había pensado en metérmelo en algún momento, cuando descubrí la etapa confusa  en la que realmente estaba Jake, me había limitado a ayudarlo y verlo con otros ojos. Lo digo honestamente. Además, bastantes relaciones extrañas tenía yo ya en mi cabeza, como para agregar una más.

“Pues míralo, entonces” dije. “Ahora me da pena”, respondió. “Quizás si yo miro el tuyo, tú puedas mirar el mío con más confianza” dije, demostrando por qué soy un excelente profesor. Él, por toda respuesta, sonrió con cara de “Tú primero”. Así que le miré el pene a Jake. Tenía que hacerlo. No desentonaba para nada con su cuerpo grande y fuerte, así que me alegré por Jake, sea cual sea la sexualidad que elija para su futuro.

Después de uno de los minutos más extraños de mi vida, nuestras miradas se cruzaron de nuevo. “Creo que tenemos que salir y enfrentarnos a esa fiesta” dije. “Bien”, respondió mi alumno, con cara de tranquilidad. Por alguna razón, sentí que finalmente le había enseñado algo a Jake. Después de las frustradas experiencias de la sex shop y el bar de strippers, mi autoestima pedagógica necesitaba algo como aquella eficaz sesión de contemplación de vergas.

Así que salimos, bandeja plástica en mano. Dan no estaba ahí, pero justo cuando nos preguntábamos qué hacer, apareció nuestro anfitrión con su hija adoptiva, quien se abalanzó sobre nosotros. Ya estaba habituado a que Dagmar se tirara sobre mí, pero ahora sin ropa era algo bastante incómodo y doloroso. Dan, precavido, sacó un spray y se lo echó en la cara a Dagmar, quien sin ladrar siquiera, procedió a salir corriendo del pasillo. Yo miré a Dan con cara de asombro. “Es solo agua, no te preocupes”, me tranquilizó. En realidad lo que más me asombraba era de dónde había sacado el spray. No tenía ropa. Quizás lo tuvo en la mano siempre y yo no lo noté.

Y llegó el momento de abandonar el pasillo de recepción y mezclarnos con el resto de los nudistas. Hasta ese momento no habíamos visto ni a una sola persona a excepción de Dan. Caminamos hasta el final del pasillo, y nuestro anfitrión abrió la puerta de corredera que daba a la sala principal para ponernos frente a frente con la fiesta nudista. ¿6, quizás 10 personas? ¡Medio Montreal estaba allí! Había gente en todas partes: conversaban, bailaban, tomaban, entraban y salían por las otras puertas de la inmensa habitación, subían y bajaban la escalera del fondo que daba al segundo piso. Incluso había un camarero desnudo. No pude evitar pensar en cuánto le pagarían. Dan notó nuestro asombro. “Mi amigo Bertrand tiene un novio nuevo, quien también es nudista, y quien trajo a todo su grupo. Por cierto, he oído que sus fiestas son muy buenas, no quiero desentonar”. Perfecto, la crema y nata del nudismo montrealense se enfrentaba en competencia.

Dan dio dos palmadas para obtener la atención de las personas. Todos miraron, y puedo casi jurar que la música se detuvo. El que sí se detuvo fue mi corazón. Y el de Jake, estoy convencido. “Escuchen todos, estos son Raúl, de Cuba, y su novio Jake, de los Estados Unidos”. Todo el mundo puso cara de bienvenida mientras yo no podía dejar de pensar en que ese tenía que ser el momento más raro de mi existencia. Pero hice lo que casi siempre hago cuando estoy en medio de una situación extraña: fingir que no lo estoy. Así que dije “Hola, ¿cómo están?” como si nada pasara mientras Jake saludaba con la mano y se esforzaba en sonreír. Alguien dijo: “Vaya, es la primera vez que veo a un cubano en una fiesta nudista”. Dan se sintió orgulloso. Su fiesta estaba siendo juzgada y las cosas marchaban a la perfección. Pues bien, ya estábamos oficialmente en la fiesta nudista.

En caso de que alguno de ustedes vaya alguna vez a una fiesta de este tipo, le diré que el quid de la cosa radica en hacer absolutamente todo lo que se hace normalmente, pero ignorando que se está sin ropa. Esta teoría de “hacerlo todo normal” se complica en ocasiones. Así, al presentarme a una abogada de Vancouver le alargué la mano demasiado rápido, sin darle tiempo a que cambiara de mano su trago, por lo cual le toqué la teta derecha. Jake, al correrse hacia atrás para dejar pasar al camarero le tocó el culo a un veterinario y al lanzarse apresuradamente al otro lado avergonzado, me tocó el culo a mí, quien reaccioné precipitadamente corriéndome a la derecha y tocándole en el proceso la otra teta a la abogada. Cosas que solo pasan en una fiesta nudista, supongo.

Jake y yo intentábamos concentrarnos en las caras de las personas y no en sus cuerpos desnudos. Nuestra pequeña práctica en el cuartico de cambio había funcionado, dejándonos un tanto más cómodos. A veces sí nos daba un poco de risa inmadura las cosas que pasaban, como cuando, en pleno karaoke nudista, el hombre que cantaba “My heart will go on” enredó su pene con el cable del micrófono. Pero intentábamos controlarnos porque nadie más se reía de nada y todos insistían en actuar como si no estuvieran sin ropa.

Un hombre de unos 50 años se puso para Jake. He de aclarar que en la fiesta había de todo: homosexuales, heterosexuales, bisexuales. Y hasta un bicurioso. Bien por Dan: había logrado reunir a todas las clases sexuales en su fiesta nudista. Pues este viejo no paraba de sonreírle a Jake. Yo fingía que no me daba cuenta porque supuestamente yo era novio de Jake, pero se lo dije en secreto a este, quien admitió que ya lo había notado. “¿Y?” pregunté. “Y nada”, me dijo Jake, “no estoy aquí para buscar hombres”. Supongo que tenía la razón: Jake estaba en una fase de descubrimiento, no de cacería. “Además, es viejo”, agregó de pronto, tirando toda mi teoría por los suelos. “Jake, creo que tenemos que hablar sobre ti”. “No, no quiero” me respondió como si tuviera seis años. “Ok, no hablemos”. “Me iré a dar una vuelta por la cocina”, me dijo y se fue. Vaya, se había molestado conmigo. Creo, siendo francos, que estaba más molesto consigo mismo.

Pues me puse a buscar qué hacer sin Jake. Compartí con Dan y sus amigos abogados. Hice chistes de como tenían que implementar el estar sin ropa en corte y solo el juez podía usar una peluca. Usé la laptop de Dan para poner en Facebook que ya estaba encuero en plena fiesta (cobertura en vivo del evento). Incluso canté en el karaoke nudista como parte de un trío. Nos quedó bien. Para ese momento, el vino había hecho su trabajo y yo me sentía como si hubiese nacido desnudo. Bueno, sí nací desnudo, pero quise decir…Ustedes saben lo que quise decir.

Eso sí, no había un solo hombre que mirar en la fiesta. Parece que los nudistas no son tan atractivos. Mejor, no podía permitirme tener una erección en ese lugar. Hubiese sido como…Uff, hubiese sido horrible. Además, el ir a las fiestas y no flirtear con nadie era un buen paso en mi lucha contra los estereotipos. Bien por mí, no paraba de progresar.

Una media hora después, subí a explorar el segundo piso. Supongo que ya habrán notado que Dan no es un nudista pobre. Su penthouse de dos pisos lo demuestra. Por alguna razón que desconozco, Dagmar iba conmigo en mi viaje de reconocimiento y exploración. Cuando se está tranquilita es una perrita muy buena. Pero nunca se está tranquilita. Y justo cuando se terminaba la escalera, apareció Jake de la nada. “Ven conmigo, justo iba a buscarte”, me dijo. Tenía una cara de satisfacción y de emoción que me hizo temer lo peor. “¿Pasó algo?” pregunté casi con miedo. Ahora que lo pensaba, no había visto tampoco en esa media hora al viejo que lo acosaba. “Oh, no, Jake, ¿qué hiciste?”, pensé. Por toda respuesta, un misterioso Jake me dijo “Ven, entra” mientras, después de recorrer todo el pasillo, me introducía en la última habitación. No se veía nada. Jake buscó con la mano y prendió la luz. Era un baño. Y ahí, frente a nosotros dos, cual vedette: el inodoro inteligente.

Te acercabas y se subía la tapa solita. Te echabas para atrás y se bajaba y se descargaba sin que uno lo ordenara. Si te sentabas, tenía botones que al accionarlos te echaban agua y luego aire caliente. Uno no tenía que hacer nada. Era un inodoro muy inteligente. Jake parecía que tenía 3 años. Yo, inesperadamente, le seguí la rima. Nos acercábamos y alejábamos para verlo subir y bajar la tapa. Nos sentábamos y hacíamos correr el agua y el aire caliente. Mandábamos a Dagmar (quien se había metido en el baño cuando entramos) a que fuera solita hacia el inodoro a ver si este levantaba la tapa al sentir a la cachorrita. Pero no lo hacía. Probablemente el inodoro solo lo levantaba cuando sentía que eras mayor de cierta altura. “¡Claro, para que no se abra con los niños y no haya accidentes!” gritamos Jake y yo al mismo tiempo al imaginarnos que esa era la causa. Éramos dos criaturas: Jake, y su hermanito menor Raúl. Hasta Dagmar parecía más madura que nosotros.

De pronto, cuando intentábamos sentarnos los dos al mismo tiempo en el inodoro para comprobar qué quería decir el botón de “Accionar en caso de sobrepeso”, recobré mi cordura. “Jake, estamos encueros jugando con un inodoro”. Jake recobró en un segundo sus 28 años. “Esto es raro”, me dijo. “Vámonos”, le respondí avergonzado. Salimos del baño y, aunque tentados de dejar a Dagmar dentro, nuestros corazones la dejaron salir al darnos cuenta que el inodoro, al ser tan inteligente, podría atacarla cuando esta se las agenciara para molestarlo.

Al bajar las escaleras, había baile nudista en su mayor apogeo. Obviamente el alcohol estaba funcionando. Nos integramos formalmente. Veinte minutos después bailábamos como dementes. ¿Alguien ha intentado bailar encuero? Muy entretenido. En realidad, la estábamos pasando bastante bien, en sentido general. Y de pronto, Dagmar irrumpió en la habitación llevando algo en la boca. Yo no la vi en un primer momento, pero a medida que la gente iba deteniendo su baile para observarla, se fue haciendo evidente que algo no era normal. Así se fue abriendo un círculo para dejar a una ocupada Dagmar en el medio, quien intentaba masticar a su presa. Era  una cámara fotográfica en su estuche.

Sacar una cámara fotográfica en una fiesta nudista de alta sociedad es como sacar ajo en una fiesta de vampiros. Todo el mundo se quedó tieso. Dan, al ver lo que hacía Dagmar, mandó a apagar la música y se la quitó a la perrita con un golpe de spray que, una vez más, no supe de dónde sacó. “Dan, tenías que esconder las cámaras, lo sabes bien”, le dijo Bertrand. “No, no es mía”, dijo nuestro anfitrión. “Dagmar debe haberse colado donde guardo las bandejas de los invitados”.”¿Quién trajo una cámara?” dijo, ya algo alterado, no solo por la aparición de la cámara sino por la acusación directa a su persona. Parece que en los anales del nudismo mundial, esta quedaría como una fiesta echada a perder por una perra paparazzi. Uff, alguien estaba en problemas. Pero nadie se responsabilizaba con la cámara.

De pronto, mientras hacía un recorrido por las caras de las personas y me divertía pensando cómo los lectores de mi blog amarían este momento, noté una cara de pánico entre los asistentes. Era Jake. Lo miré aterrado. “Oh, no”, le dije. “Siempre está en mi bolsillo, ni me acordaba de ella”, me dijo, susurrándome al oído. Lo miré con cara de “Pinga, Jake”, y él puso su mejor cara de “Lo siento”.

“Es nuestra cámara, Dan” salía de mi boca tres segundos después. Todo el mundo se viró hacia nosotros. Los nudistas/vampiros nos miraron con odio. Dan intentó solucionarlo: “Ah, claro, Raúl no tiene donde dormir y siempre anda con su mochila y sus cosas encima. No podemos culparlo, recuerden que viene de Cuba”. Tuve que amarlo por mentir. Puse mi mejor cara de “Sí, soy un vagabundo” y la gente se calmó un poco. Alguien puso la música y cada cual volvió a lo suyo. Dan vino hacia nosotros y me dijo: “Raúl, ¿una cámara?”. “Lo siento, Dan”. “Iré a ponerla en tu bandeja, esperemos que Dagmar no haya hecho más estragos”. Me viré y miré con odio a Jake. “Eres un hombre muy valiente” fue lo que dijo. No supe qué decir. Esperaba otro “Lo siento”. Entonces hice lo que siempre hago cuando un alumno me halaga para salvarse: puse mi mejor cara de “tienes toda la razón, pero sigues suspenso” y salí a dar una vuelta por la fiesta yo solito.

Pero ya la gente no me miraba igual. Les molestaba. Así que después de un par de vueltas en la que nadie quiso bailar conmigo, entendí que era el momento de irme. Subí al segundo piso a buscar a Jake, a quien no encontraba abajo. Y arriba me encontré algo para lo que no estaba preparado. En una habitación abierta, Jake y el viejo acosador conversaban en el borde de una cama con las caras a cuatro centímetros una de la otra. Intenté salir de la habitación antes de que me vieran, pero fue demasiado tarde. Jake se paró nervioso, y el viejo también. Yo les enseñé las palmas de ambas manos como diciendo: “Sigan en lo suyo”, pero entonces recordé que supuestamente Jake y yo éramos novios, así que supongo  que el viejo debe haber interpretado mi gesto con las manos como “No puedo creer que esto esté pasando”.

El viejo salió y me miró con cara de “Siento haberte levantado al novio”. Pero era un “lo siento” con satisfacción morbosa incluida. Yo lo miré sin ningún tipo de emoción. Ninguna. Era una cara de “Disfruta tus cinco minutos, anciano; si de verdad fuera mi novio tú jamás te habrías podido acercar a tres metros”.

Cuando se fue, Jake miraba al piso. “¿Te gustaba ese tipo, Jake?”. “No, es viejo”, me dijo mirando al piso. “¿Entonces?”. Levantó los ojos y me miró con la mayor cara de tristeza que le había conocido. Se tomó dos segundos y lo dijo. “Estoy casi convencido de que me gustan los hombres”. Ahí el que bajó la cabeza fui yo. Ya lo sabía, no tenía necesidad de su confesión nudista para notarlo, pero no quise ser yo quien se lo dijera. “Y nunca me ha tocado un hombre ni nada y este vino y...”. No hacía falta terminar la frase. Yo entendía. Jake se sentía como yo cuando finalmente decidí estar con un hombre después de años de negármelo a mí mismo: desesperado, confundido y cachondo.

Así que en el bien de la salud mental de Jake, y en nombre de mi espíritu pedagógico, por supuesto, hice lo que tenía que hacer. Cogí a Jake por el brazo, lo llevé al baño del inodoro inteligente, cerré la puerta, encendí la luz, me paré frente a él, le cogí la mano, se la puse en mi pene y le dije: “Tócalo y haz lo que quieras con él”. Así soy yo. Bastante me había demorado en hacerlo, de hecho.

Y Jake lo tocó. Lo tocó, mirándome a la cara. Y yo lo besé. Lo besé con todas las de la ley. He de admitir que fue un momento muy excitante, incluso para mí que supuestamente estoy “acostumbrado”. Imagino lo que debe haber sentido Jake. Al terminar el beso, se sentó en el inodoro inteligente. Me miró y me sonrió como diciendo: “Bueno, hice algo”. Yo puse cara de “Algo hiciste”.

“Creo que quiero que vayas a mi casa conmigo y sigamos besándonos”, me dijo. “Jake, si voy a tu casa contigo no voy a besarte solamente”. Él miró hacia el piso y se encogió de hombros como diciendo: “Haz lo que tengas que hacer”. En realidad, yo sí puedo ir y besarme solamente con alguien, pero Jake necesitaba más que eso, y era hora de que ambos dejáramos de fingir que no lo notábamos.

Salimos del baño sintiéndonos raros. Buscamos a Dan y le dijimos que nos íbamos. Cuando pasamos por la sala y decíamos tímidamente adiós con las manos, alguien dijo: “Se van los fotógrafos”. Definitivamente era el momento de irnos. Dan aprovechó un momento en el que Jake caminaba delante para preguntarme si tenía problemas con mi “novio”. Nuestras caras obviamente no eran las más normales. Sonreí y estuve a punto de decirle que, al contrario, nuestra “relación” nunca había sido más íntima. Pero me limité a contestarle que no, que todo estaba bien, y a agradecerle por la preocupación.

Jake y yo nos vestimos sin hablarnos o mirarnos. Era una sensación rara.  Es lo que pasa cuando el sexo se involucra entre dos personas que tenían otro tipo de relación. Pero no era necesariamente una mala sensación. Después de vestidos y ya en la recepción, mientras esperábamos el elevador, le di el ya habitual abrazo a un Dan desnudo (por cierto, nunca en mi vida lo vi vestido), seguido por un cariño a la hiperactiva Dagmar. “Chao, perrita nudista, cuida a tu dueño y a su inodoro intelectual”. Aunque nos separaban muchas cosas, desde la edad hasta nuestros sentimientos por la ropa, Dan es un buen tipo y me cayó muy bien. Dagmar igual.

En el metro ninguno dijo una palabra. Ni una sola. Jake y yo parecíamos llenos de colores. Era el efecto de estar tanto tiempo sin ropa. Ahora parecía que estábamos disfrazados. Llegamos a la casa en que vive Jake, y nos trancamos en el cuarto, continuando con nuestro mutismo. Casi lo rompo para preguntarle si estaba decidido por fin a hacer lo que íbamos a hacer, pero no tuve necesidad. Su cara, increíblemente madura y pacífica, demostraba que estaba convencido de lo que haría. Quizás al día siguiente se arrepentiría, pero esa noche estaba determinado a hacerlo. Nos quitamos la ropa, para descubrir que en la media hora anterior había extrañado sin darme cuenta el cuerpo desnudo de Jake. Pero ahí estaba de nuevo.

Sí, lo hicimos. Y, sorpresivamente, todo salió mucho mejor de lo que esperaba. Creo que Jake ha visto muchas veces esa película pornográfica, así que en todo momento supo lo que tenía que hacer. Si alguno de ustedes es un hombre que va a acostarse con un virgen en terrenos homosexuales, hay dos cosas que debe saber. La primera es que no se puede hacer todo en esa primera vez. Si no, el otro va a llevarse una idea mucho más complicada y dolorosa de lo que es el sexo homosexual. Es mejor dejar eso para otras ocasiones, en caso de que estas se concreten. Por eso nos limitamos a hacer muchas cosas, pero no lo hicimos todo. Estuvo bien. De hecho, estuvo muy bien. Fue todo muy cómodo e increíblemente sensual. Y digo “increíblemente” porque Jake no parece alguien muy sensual (o sexual) en la vida cotidiana, pero créanme cuando les digo que en la intimidad sí lo es.

Lo segundo que necesita saber todo hombre en una situación como la mía es que, una vez concluido el acto, hay que dejar al otro solo. No hay que hacer preguntas, no hay que hacer comentarios halagadores, no hay que quedarse tumbados en la cama conversando sobre temas triviales. Hay que vestirse e irse. El otro necesita reflexionar sobre el trascendental paso que acaba de dar. Y necesita hacerlo solo. El qué hará con su vida lo decidirá después, pero no esa noche. Esa noche le toca quedarse tirado en la cama, con la mirada perdida en el techo del cuarto. Como todo buen profesor, seguí ambas reglas. Me limité solamente a darle un beso en la frente húmeda.

Cuando me acompañó a la puerta no prendió ninguna de las luces de la casa, entre otras cosas, porque seguía desnudo. Así que nos despedimos entre penumbras, con las luces de la calle reflejándose en su cara y partes de su cuerpo. Lo miré, sonreí y le dije: “La pasamos bien en esa fiesta nudista”. Él sonrió y me dijo: “No creo que se nos olvide nunca”. Yo me reí bajito y él también. De pronto, todavía con el rastro de la risa anterior en la cara, le dije: “Siéntete bien, ¿vale? No importa lo que decidas hacer con tu vida. Solo…siéntete bien.” Él me miró y después de cinco segundos, me dijo: “Lo haré”, mientras afirmaba con la cabeza. Creo que Jake creció algo esa noche. Y ahí lo besé. Sí, ya sé, quizás no debí hacerlo, pero es que no soy solo profesor, también soy un ser humano que se permite algunas debilidades.

Así que me fui. Como el metro ya estaba cerrado, me tocó caminar a casa, lo cual me dio mucho tiempo para pensar mientras andaba por la hermosa St. Catherine. Mi noche había sido agitada: nudistas, bicuriosos, inodoros inteligentes, perras locas, cámaras fotográficas, sexo con vírgenes. No pude evitar sonreír al hacer la enumeración en mi cabeza. Fue divertido. Pero hay que admitir que todo había sido demasiado…original. Era como si, una vez más, me hubiera excedido un poquito en esta vida mía. Así que supe lo que tenía que hacer para equilibrarme. De hecho, todavía había tiempo y estaba en mi mismo camino.

Sky y su Noche de Salsa. Entré, busqué el lugar donde siempre se reúnen los cubanos, quienes al verme empezaron a gritar “¡Viniste!” mientras nos dábamos besos y abrazos. “¡Vine!” grité. “¿Te aburrías?” me preguntó uno.  Si él supiera. Pero mentí: “¡Sí, mucho!”. Ellos sonrieron y me guiñaron un ojo. Y así pasé el resto de la noche, bailando al ritmo de sonidos tropicales, juzgando hombres y dedicando miradas lascivas. Estuvo bien. De hecho, fue un muy buen colofón para una noche rara. En ocasiones, para ayudarte a disfrutar las originalidades de la vida, no hay nada mejor que un buen y trillado estereotipo.


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