jueves, 27 de octubre de 2011

Un reflexivo día de circo


 

Si me hubiesen conocido cuando tenía 8 años y me hubiesen preguntado la clásica « ¿Qué quieres ser cuando seas grande? », yo les habría contestado sin pensarlo dos veces que trapecista. Trapecista fue mi profesión anhelada a la tierna edad de 8 años, justo después de querer ser albañil a los 7 y antes de querer ser diplomático a los 9. Pero trapecista fue de las que más duró en mi cabeza como una opción real para cuando fuera adulto. Mis sueños estaban apoyados en los muy famosos Circuba de la época, que desaparecerían justo por aquellos tiempos en que yo soñaba con lanzarme de un lado a otro dando vueltas en el aire. Para mí ir a la Ciudad Deportiva una o dos veces por verano era toda una fiesta. Y no solo me gustaban los trapecistas, sino todo. Quizás los payasos no tanto, pero también me gustaban. Después recuerdo haber ido a alguna que otra carpa emergente detrás de la Polar a mediado de los complicados años 90. Ya no había mucho, pero por lo menos había algo que llamar circo. De ahí recuerdo con particular agrado a los cocodrilos y como uno un día decidió caminar hacia el público y todos corrimos. Y ahí terminó el mundo del circo para mí. No me acordé mucho más de él; ya para esa época quería ser otra cosa, y el sueño de ser trapecista pasó en mi mente a planos muy pero que muy lejanos.

Hace unos meses regresé al circo después de 15 años. Y al Circo del Sol, nada más y nada menos. Había jurado robar, mentir y matar para poder ir, pero lo cierto es que gracias a buena suerte, buenas amistades y buena disposición para lograr todo lo que me propongo, no tuve que hacer nada de eso. Y es que el Circo del Sol es caro, no es algo que los propios habitantes de Montreal puedan hacer todos los días tampoco (una entrada cuesta sobre los 80-100 dólares y las más caras llegan hasta 240). Yo no pagué nada de eso, no se alteren.

El Circo del Sol es uno de los orgullos de Montreal. Dos artistas callejeros le pidieron dinero a la ciudad para promover su incipiente compañía que mezclaba el circo con otras manifestaciones del arte; la ciudad lo hizo, se hicieron famosos (muy famosos) y ahora, más de 20 espectáculos después, son millones y millones de dólares por todas partes y giras por todo el mundo. Si uno le habla a un habitante de Québec del Circo del Sol se pone a hablar maravillas de él y si le dices que vas a verlo al día siguiente te ponen cara de “vaya, loco, hace un mes estabas en Cuba y ahora estás en el Circo del Sol”.

Así que, después de una compra inesperada a lo “Pretty Woman” en un bazar en una de las calles más céntricas de la ciudad, me dirigí  ese domingo (tarde como siempre) al Viejo Puerto de Montreal, donde estaba este año, por dos meses, la carpa del Circo del Sol. Fue simpático correr con esos zapatos desde el metro hasta el puerto, pero no pude evitar sentirme como en una romántica película de domingo por la tarde. Además, era la única forma de llegar a tiempo. Una vez llegado y mostrado mi entrada, me dirigí a una de las puertas laterales de la inmensa carpa azul y amarilla, y entré.

Cuando entras, rápidamente olvidas lo que estabas haciendo o pensando fuera. Es como si entraras a otro mundo. Lo primero que tienes que hacer, incluso antes de buscar tu asiento, es mirar maravillado al centro de la pista. Esta se asemeja a un estanque lleno de agua (uno puede jurar que es, en efecto, agua) y está rodeada de arbustos. En el medio, una inmensa roca ocupa buena parte de la pista. Los juegos de luces (hay más de 300) y la música de fondo con ruidos de animales te hacen creer que estás en una selva multicolor. En una selva mágica y cara. El espectáculo que fui a ver se nombra “Totem” y trata sobre la evolución humana, desde que el hombre era casi una lagartija hasta ahora que habla por el celular sin parar.

Y ahí, justo cuando esperaba sentadito en mi asiento que comenzara el espectáculo y me dejaba llevar por el agradable ambiente, rodeado de miles de personas, me puse a pensar en cómo habría sido mi vida si me hubiese mantenido en mi idea de ser trapecista. ¿Habría sido una profesión para mí? No creo que muchos me asocien con un trapecista; pero si lo hubiese decidido realmente en esa época, ahora sería musculoso, flexible y podría dar vueltas en el aire sin problemas. Quizás incluso, si hubiese sido muy bueno, estuviera hasta en el mismo Circo del Sol, ya que ellos se nutren, sobre todo, de artistas extranjeros.

De pronto, en medio de mis pensamientos, las luces se fueron apagando tenuemente y, una vez a oscuras, se prendió una sola que apuntó hacia alguien que bajaba del techo con un traje brillante. Todos seguimos con la vista sin decir palabra el vuelo de esa personita, quien descendió lentamente hasta llegar a la cima de la roca y ahí, en fracciones de segundo, la música comenzó, las luces se prendieron y una tela cayó de la roca, dejando ver que en realidad era un entramado de algo indescriptible en el que había más de 10 personas dentro disfrazadas de lo que parecían ser ranas y quienes comenzaron a hacer saltos de un palo a otro del entramado. Emocionante e inesperado, como todo buen inicio de circo. Todos gritamos “¡Oh!” mientras aplaudíamos. Obviamente eran trapecistas por lo complejo de los saltos. Al final el entramado subió hasta el techo con varios de ellos todavía encima. Y me dio por pensar que yo podría haber sido parte de ese fantástico opening.

Luego, ya con la pista despejada, y después de ver al indio de los aros y al trío de las anillas robarse al público, seguía con el pensamiento en la cabeza. Ni siquiera cuando comprobé cuánto dinero había invertido en ese escenario en materia de maquillaje, vestuario y tecnología de punta, se me quitaba aquello de la cabeza. Para cuando llegaron las cinco adolescentes chinas en bicicleta lanzándose cosas a la cabeza (sin dudas, lo más espectacular) y la familia de hombres rusos que hacen acrobacias en un palo que ellos mismos sostienen, ya me había convencido de que había equivocado mi profesión.

No estoy muy seguro de que hubiese sido un buen trapecista, ni siquiera sé dónde se estudia eso, pero me sentí como un traidor a mí mismo. ¡Qué fácil fue abandonar mis sueños! Sé que no soy el único: ¿cuántos de nosotros somos ahora lo que en realidad quisimos ser cuando pequeños? Supongo que es algo “normal”, pero ¿responde en realidad a una madurez lógica o a una profunda cobardía a la hora de perseguir nuestros objetivos en la vida? No podía dejar de pensar que aquellos artistas que tenía en frente no habían cejado en su intento de hacerlo.


Durante el intermedio, que es larguísimo para que uno se gaste los dólares y compre millones de artículos del Circo del Sol y toneladas de comida, me puse a deambular por la carpa-tienda exterior y, mientras me compraba una botellita conmemorativa (para decirle a todo el mundo que fui al Circo del Sol), me convencía cada vez más de mi crisis profesional. Ya no era tanto un asunto de querer ser trapecista. Era más bien la inquietud por lo fácil que se desvía uno del camino que se traza y termina siendo lo primero que aparece. Yo siempre he sido muy enfocado, jamás he dejado de estudiar ni de trabajar, pero ¿soy realmente lo que quiero ser? Está bien, quizás tampoco fuera albañil, ni trapecista, ni diplomático, pero ahora, ya supuestamente maduro y más capacitado para saber realmente lo que puede satisfacerme: ¿estoy conforme con mi profesión?

Decía Mark Twain: “Búscate un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un solo día más de tu vida”. Completamente de acuerdo. Pero por alguna razón, nos parece que el trabajo es más parecido a una tortura que a una satisfacción personal. Mi trabajo no está para nada mal. Que tengo talento para ello, no tengo ninguna duda, pero ¿es suficiente el ser bueno en algo para estar realizado profesionalmente?

De la que sí nunca he tenido dudas ha sido de mi carrera. Yo hubiese podido estudiar lo que hubiese querido, pero escogí mi favorita y no me aburrí un solo día de estudio. Luego yo mismo decidí el trabajo que tengo hoy buscando prolongar este acercamiento con la parte más intrínseca de la carrera. Amo los morfemas, la historia de la lengua, las reglas gramaticales y todo lo que tenga que ver con la traducción, la interpretación y las lenguas extranjeras. Si pudiera empezar de nuevo, lo haría todo igual. Pero muchas veces siento que le debo a la vida un poco más. 


Cuando regresé a mi asiento y disfrutaba de aquel payaso triste (los payasos tristes sí me gustan, me recuerdan a Chaplin) me dije que perfectamente yo podría ser ese tipo. Soy un buen actor. Tanto en la vida como en la escena. Quizás yo sea un artista y no lo sepa (o lo sepa pero finjo que no lo hago). Quizás eso que tengo por dentro es necesidad de expresarme, después de todo. Me encantaba actuar; me entretenía muchísimo y nunca tuve problemas de popularidad. Pero es que el mundo del arte y el de la intelectualidad, contrario a lo que se puede pensar, están demasiado lejos uno del otro. Y yo soy un intelectual, no puedo darme tales lujos. No puedo dejar de leer e investigar por estar ensayando como un esclavo. Pero al mismo tiempo también necesito hacer algo más que leer e investigar para sentirme completo.

Cuando llegaron las muchachas bielorrusas que se lanzaban tapices yo estaba a punto de pararme en la pista del Circo del Sol y gritar a todo el mundo que yo era un profesor que estaba frustrado. Pero eso no es completamente cierto tampoco. Yo me siento bien siendo profesor. Jamás pensé serlo, eso es seguro, pero no me molesta para nada. Me satisface enseñarles cosas a los demás. Y mi horario es abierto, así que no tengo el limitativo y frustrante horario de oficina. El problema sigue siendo que eso no lo es todo, lo cual me lleva a sentir que fallo por algún lado. Y el fallar profesionalmente para mí es imperdonable. Quizás en otros aspectos de la vida pueda hacerlo, pero no en este.

Luego de la pareja en patines dando vueltas en un círculo, el malabarista encerrado en una máquina de cristal (eso fue pura magia) y una espectacular y sorpresiva representación de la evolución del hombre, llegaron los trapecistas. Eran solo dos: un muchacho y una muchacha, en una versión muy contemporánea de trapecio, ya que empezaba en el suelo y terminaba en los aires, combinando los tradicionales vuelos con una bonita historia de amor. Pero el mismo trapecio de toda la vida. Y me acordé de mí mismo con 8 años diciéndoles a todos que sería trapecista. Me sonreí. Una sonrisa triste como la del payaso, pero sonrisa. Los vi allá arriba, vestidos de amarillo y no los envidié. Los admiré. Los admiré porque estoy seguro que cuando tenían 8 años les decían a todos que querían ser trapecistas y miren ahora dónde están.

Al final, con gente volando por todas partes y todo el elenco saludando, uno no tiene más opción que pararse y aplaudir emocionado mientras grita “¡Bravo!”. Quizás es por eso que se llama Circo del Sol: porque te deslumbra. En realidad se llama así porque en el diccionario de los símbolos, “Sol” quiere decir “juventud, alegría y dinamismo”, pero mi versión me gusta más. Se llama así porque al estar ahí sientes lo mismo que Ícaro experimentó al llegar al sol, poco antes de que se le quemaran las alas y cayera al vacío: pura fascinación. Y al igual que Ícaro, la proximidad con el sol te hace pagar algo. En este caso, mi estabilidad profesional.


Al regresar decidí caminar a casa con mis zapatos nuevos y mi botellita conmemorativa. La tarde caía y yo pensaba en mí, en el Circo del Sol y en las profesiones. Definitivamente no creo que trapecista fuera lo mío. Pero hay algo que sí es mío que necesito encontrar. Quiero sentir lo que sienten aquellos que están realizados con sus profesiones. Si ellos pueden, ¿por qué yo no? Y así, con ese y otros pensamientos similares, me desaparecí en la noche montrealense.

Algunas noches después, y todavía bajo el mismo espíritu, mientras hacía la cola para comprar mi habitual chocolate caliente en mi Second Cup favorito, una mujer policía que estaba detrás de mí junto a su compañera de turno, al ver mi botellita, me preguntó si yo era parte del elenco del Circo del Sol. Yo la miré asombrado por la pregunta, pero después de un rápido razonamiento me di cuenta que no era tan ilógico después de todo. Supongo que tuve la oportunidad de vivir el momento de satisfacer mi anhelada profesión de cuando tenía 8 años y ser trapecista por un minuto. Solo tenía que fingir algún acento de Europa del Este y hablarle de mi última gira con “Tótem” por Baltimore.

Pero no lo hice: solo la miré y le dije sonriente: “No, solo soy un fan”. Ella, simpática, me dijo: “Pero seguro haces algo interesante en la vida” y me guiñó un ojo. Ese es el momento en el que normalmente digo: “Soy profesor universitario de Traducción e Interpretación” y todos se maravillan de mi juventud y me felicitan por mi nivel de francés. Pero no me sentía con ganas de recibir elogios: solo la miré y, después de un silencio, le dije serio: “En realidad no estoy muy seguro de eso”. Ella me miró, un tanto decepcionada, y se limitó a sonreír educadamente mientras daba un paso atrás y se ponía de nuevo al lado de su compañera.

Pero después, cuando me iba con mi chocolate y ya casi llegaba a la puerta del Second Cup, me di la vuelta y regresé hacia ellas, con el vaso en una mano y la botellita en la otra. “Pero lo haré”, le dije, aún cuando no estaban mirando. Se viraron y después de la sorpresa inicial por mi retorno, la policía sonrió satisfecha y me dijo: “Esa respuesta me gusta más”. Y yo le guiñé un ojo sonriendo.

Y lo haré. No sé cómo ni cuándo, pero lo haré. Y cuando me propongo algo, es cuestión de tiempo hasta que lo logre. Siempre he sido así. Encontraré ese “algo interesante” que la mujer policía quería oír de mí. Ese “algo interesante”, cuya inexistencia me torturó todo el día del circo. Ese “algo interesante” al que todos debemos aspirar en nuestro quehacer profesional y al que renunciamos por los facilismos de la vida y el miedo a salir de nuestra zona de confort. Lo haré; ya lo verán. Cada vez que mire mi botellita del Circo del Sol recordaré que no puedo conformarme en mi camino hacia la verdadera realización profesional.

En caso de que mi diatriba profesional no lo haya dejado apreciar bien claro: adoré el Circo del Sol. Esa poderosa mezcla de circo con una sensibilidad estética profunda es la definición perfecta de arte puro. La mezcla perfecta entre esfuerzo físico y magia. Si bien mis asuntos profesionales se inmiscuyeron y me hicieron ponerme reflexivo, no creo que empañe para nada mi esperada visita a su carpa. Es el precio a  pagar por ver el sol tan de cerca. Ellos hicieron su trabajo, que consiste en fascinar, encantar y brillar, logrando así lo que todo buen arte debe saber conseguir: hacerte cuestionar todo en lo que crees. “Bravos” entonces para el elenco del Cirque du Soleil, quienes lograron que un simple profesor, después de mucho tiempo, pudiera regresar a la misma vez, al entrar a su carpa, tanto al circo como al sol.

9 comentarios:

Yuris Nórido dijo...

¡Yo también quise ser trapecista! Me encantaban los circos, me parecía que ser parte de ellos era lo más brillante que pudiera hacer un hombre... Todavía me gustan, de hecho. Te envidio haber estado allí, yo solo lo he visto por televisión. Y sí, todavía tienes oportunidad de hacer algo interesante con tu vida... Es más, siempre la tendrás, creo... Ya estás haciendo algo, por cierto.

Alex dijo...

A mi nunca me gusto el circo y por supuesto que nunca ire a ver el Circo del Sol, pero parece que logran cosas, muchas cosas...

Liana dijo...

A mi siempre me gusto el Circo de hecho aun me gusta, cuando vienen a Miami siempre voy. Lindas fotos!

Anónimo dijo...

Yo quise bailar y lo logre, tarde pero lo hice, no me fue tan mal, incluso a ti te gusto verme! Un abrazo!

Mylène dijo...

Mi sueño era ser arqueóloga, y me emociono al escuchar sobre algún nuevo descubrimiento aunque no pueda acreditármelo; como tú también amo los morfemas, la historia de la lengua, las reglas gramaticales y todo lo que tenga que ver con la traducción, la interpretación y las lenguas extranjeras. Me encanta corregir- casi nunca en voz alta- los disparates que escucho en boca de los demás. Nada resultó como esperaba, pero luego leo uno de los consejos del Dalái Lama: ''no conseguir lo que quieres, a veces significa un maravilloso golpe de suerte''.

Osmel Valdes dijo...

Me gusto tu Post, el mundo del ciro creo que a todos nos facina, tuve oportunidad de disfrutarlo en vivo con el espectaculo Varekai y la verdad que es magico. Esta ultima vez que estuvieron en España con el espectaculo Sarkana no pude verlos, la cita era obligada en Madrid porque por las caracteristicas tecnicas del nuevo espectaculo solo se podia montar en un estadio de Madrid para lo cual aterrizaron con tres aviones Boing 747 asi que imaginate.

Anónimo dijo...

Tu post me pone pensativo. Sí somos muchos los que cogimos la profesión que nos quedó más fácil. Yo cuando chico quería ser piloto, pero no sabía que casi nadie que es piloto puede volar a dónde quiera. De adolescente quería ser policía, para evitar accidentes de tráfico y mantener los malos a raya. Suerte que tampoco cogí por ahí; terminé siendo otra cosa. Sin embargo, todo es cuestión de perspectiva y de números: "malos" y accidentes matan solo 1 o 2 de cada 100 personas. A las otras 98 o 99 las mata el señor de terribles muertes "naturales". Mi profesión y la de otras sombras como yo es para esos 98 o 99. Con eso y el orgullo que siento por compartir especie con trapecistas y profesores de idioma tengo para ir tirando...

Tutiviolin dijo...

Ayyyyyyy Raúlllll, ayyyy......
No puedes ni imaginarte, ni remotamente, lo q significa este texto para mi. Perseguir los sueños, intentar ser lo q quisieras pero finalmente ser lo q no, ser lo suficientemente valiente para ir tras esa utopía, sentir miedo, cerrar los ojos, lanzarse, ser fiel a uno mismo, pero tener q sobrevivir y no siempre se puede vivir aferrado a un sueño....
Ayyyyyy Raúllllll! Justo hoy! Y justo con "esto"!

Que porqué me has llegado tan hondo esta vez? Bueno, te explico: justo en este momento de mi vida todo esto me suena tanto. Y además, es q mi sueño es, siempre ha sido y será...... el "Circo del Sol".

Ayyyyyy Raúlllll, qué puntería, cará........

Tutiviolin dijo...

y pa colmo me acabo de dar cuenta q esto lo escribiste en un día de mi cumpleaños!!!!
Ayyyyy!
;-)


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