Cuando alguien le sugirió a Héctor que lo mejor sería revelar de
una vez su secreta homosexualidad, en quien primero pensó fue en sus siete
hermanos. Era lógico; en su cabeza, debido a una tragedia familiar, conceptos
como “maternidad” y “paternidad” habían sido sustituidos desde bien temprano
por los de “hermandad”. Así, Helena, Humberto, Horacio, Hortensia, Hernán,
Hilda, Héctor y Henry habían vivido solos desde pequeños en aquella casa llena
de cuartos en Regla, haciendo unos de padres de los otros y viceversa, y
manteniéndose siempre bien unidos para soportar los duros años en los que la
asistencia social se ocupaba de ellos.
Debido a una poderosa mezcla de increíble fertilidad y a algún que
otro embarazo múltiple, los ocho habían nacido en el brevísimo espacio de seis
años, razón por la cual eran increíblemente parecidos. Prueba de esto era
aquella foto en blanco y negro tomada hacía más de 20 años en el Jalisco Park
en la que ocho negritos le sonreían a la cámara sin que se pudiera saber muy
bien cuál era cuál y ni siquiera distinguir a las hembras de los varones. Pero
lo que sí se podía notar claramente era que todos eran hermanos.
Sin embargo, el tiempo pasa y hasta las personas más similares
escogen destinos diferentes. Por lo cual, esta nueva etapa de la vida de
Héctor, que tanto lo distanciaba del camino escogido por sus hermanos, lo
torturaba en extremo. Hay que agregar además que si bien era una familia unida
e integrada, aumentada a lo largo de los años por cuñados, cuñadas, sobrinos y
sobrinas que respondían a esta dinámica, lo cierto es que eran también
extremadamente marginales. Y como toda buena familia marginal - y alguna que
otra un poco más educada - habían crecido con la creencia de que “es mejor
tener un asesino en la familia que un maricón”.
Así, desde pequeño, Héctor oía en su casa las palabras “maricón”,
“pájaro” y otras similares como la peor ofensa que alguien pudiese recibir.
Razón por la cual había reprimido sus instintos mucho más tiempo del que
hubiese necesitado otro en una situación diferente. Pero ahora le iba bien, se
sentía enamorado y ya no tenía ganas de seguir fingiendo cuando los hermanos le
preguntaban “por las novias”, así que un día en que estaban todos alrededor de
la mesa celebrando el cumpleaños de Helena, aprovechando un momento de silencio
se armó de valor y dijo, mirando al
plato, casi sin tomar aliento y en un tono apurado: “yasecomosevanaponerperoamilasmujeresnomegustanycreoqueestoyenamorado
deotrohombreyyanotengoganasdeseguirocultandolo”.
No hubo necesidad de repetirlo. Lo entendieron perfectamente.
Después de una pausa en la que se podía cortar la tensión con un cuchillo, todo
el mundo se dio a la precipitada. “¿Qué?” dijo Henry dejando caer la cuchara.
“Ay, mi madre, otra desgracia en la familia”, gritó la homenajeada Helena
llevándose la mano a la frente. No había considerado como desgracia los dos
años que Henry estuvo preso ni que a Hortensia la botaran del trabajo por
robar, pero la homosexualidad de su hermanito universitario sí que se merecía
aquella calificación. “De pinga”, dijo Hortensia, con una cara y un tono
indiferentes, como a quien le anuncian la desgracia de alguien que uno no
conoce y no se tratara del hermano al que le lavaba los calzoncillos. Humberto
miró a su hermano gemelo Horacio en silencio y luego le dijo a sus dos hijos
varones que se fueran para su cuarto. Hernán apartó la silla de la de su
hermano como si le hubiesen dicho que tenía una poderosa enfermedad contagiosa.
La única que no dijo o hizo nada en su contra fue Hilda - quien
luego de haber compartido el mismo vientre con Héctor por nueve meses lo había
considerado siempre como el más hermano de sus hermanos – la cual al ver la reacción
de su familia, se paró y gritó a todo lo que le daba la voz: “Ni pinga. ¡Ni
pinga! (lo dijo dos veces) Si le da la gana de ser maricón, pues esa es su
decisión, va a seguir siendo mi hermano y pa’la pinga con lo demás. Y no se
hagan más ni una pinga que aquí todo el mundo lo sabía ya, lo que nadie lo
decía”.
Después de esta vibrante defensa, que demostró claramente que en
vez de gastronómica bien hubiera podido ser abogada, Hilda procedió a coger a
su hermano por una mano y sacarlo de aquella casa llena de enemigos que hasta
hacía 12 minutos habían sido sus hermanos de toda la vida. “¡Ñó!, ¿tú no
pudiste decírmelo antes a mí sola?” le dijo, una vez fuera. “Hubiéramos
inventado cómo decírselo a la partida de anormales estos”.
Cuatro minutos después, Helena salía corriendo de la casa llorando
como una loca y, asumiendo el papel de madre comprensiva que había heredado
desde aquel día en que, al ser la mayor, tuvo que darle la noticia a los demás
de la muerte de sus padres, abrazó a Héctor llorando y cayéndole a besos le
dijo: “Tú eres mi hermanito, mi hermanito lindo, yo nunca te voy a dejar solo,
ya veremos cómo se soluciona esto”.
Luego salió Henry, a quien los dos años presos lo habían hecho
algo más comprensivo que los demás a pesar de ser el menor de todos, y quien lo
miró con su cara de bobo tradicional antes de preguntarle: “¿El blanquito que
estaba en la lanchita el otro día es tu novio?”. “Sí, se llama Boris”, dijo
Héctor desafiante. “Ñó, de pinga”, dijo Henry llevándose una mano a la frente,
con ese tono propio de aquel al que le acaban de confesar lo que ya él venía
temiéndose. Así y todo, cuando se compuso un poco, le dirigió una mirada que
incluyó un movimiento con las cejas que quería decir algo así como “Bueno, hijo,
¿qué se le va a hacer? Si eres maricón, hay que aceptarte como eres”.
En cuanto a los otros cuatro, no salieron de la casa. Incluso
cuando Héctor y los demás entraron, les retiraron la mirada, y se ignoraron
todos olímpicamente. No se trataba de una típica pelea pasajera. Por primera
vez en su vida, se habían dividido en dos bandos. Héctor no pudo evitar
sentirse culpable de la disgregación de una familia que hasta ese entonces
había sido siempre bien unida.
Pero el tiempo no pasa por gusto. Así, unas semanas después del
incidente, Hernán entró al cuarto de Héctor y se sentó en la cama,
aparentemente sin ningún motivo. Le habló de cuando eran niños e iban a la
escuela juntos (Hernán, Hilda y Héctor habían estudiado juntos en la misma aula
toda la primaria y la secundaria después que Hernán suspendiera primer grado),
de cuando le decían mentiras a la profesora para escaparse los tres y un
sinnúmero más de anécdotas infantojuveniles. No dijo nada más, pero no hubo
necesidad. Héctor sabía lo que aquella conversación había querido decir: su
hermano Hernán volvía a ser su hermano Hernán de toda la vida.
Otro día que Hortensia andaba por el Capitolio, se encontró por
accidente con Héctor y el “blanquito”. Su cara se puso
roja/azul/verde/amarilla/morada/marrón/gris hasta que finalmente volvió a ser
negra, un segundo antes de saludarlos tímidamente. Ellos la invitaron a una
pizza. Ella aceptó casi con miedo, pero a la media hora ya se involucraba en la
conversación y para cuando se dio cuenta se echaba a reír de las bromas sobre
la calidad de las pizzas y hasta ella misma hacía algunas. A la hora de
despedirse, le dio un beso a Boris y le dijo “Encantada” mientras una sonrisa
salía de su cara.
Pero los patriarcas de la familia, Humberto y Horacio, seguían
incólumes. Y como todo el mundo los consideraba algo así como los padres, su
decisión era definitiva, por lo cual aquello seguía siendo un tema tabú.
Sin embargo, las sutilezas, los silencios incómodos y la no
aceptación de la situación en general, se acabaron gracias a los Iznaga. Los
Iznaga habían sido los enemigos naturales de la familia de Héctor desde tiempos
inmemoriales. En las tres cuadras que separaban las casas de ambas familias,
era conocido por todos el poderío y la rivalidad de ambos clanes para ocuparse
de los negocios locales y el control del barrio, en general. Pues un día
Horacio iba caminando pegado a la bahía cuando vio a lo lejos como dos de los
hermanos Iznaga le gritaban algo a Héctor quien, mientras se subía a la
lanchita, les enseñaba como respuesta el dedo del medio de la mano izquierda.
Acercándose estratégicamente, sin que nadie pudiera verlo, Horacio pudo
comprobar cómo los hermanos Iznaga le gritaban “maricón” a Héctor en frente de
toda la lanchita.
Horacio se puso blanco. No se acercó más ni nada. Por cualquier
otra cosa hubiese ido y asesinado a aquellos dos, pero el tema de su hermano lo
humillaba profundamente. Era como si, aun sin admitirlo, estuviera de acuerdo
con ellos. Regresó cabizbajo a su casa, no le dijo nada a nadie, no quiso
almorzar y se quedó solo en su cuarto tirado en la cama y mirando al techo. Por
un lado, algo le decía que eso era lo que su hermano se merecía. Pero entonces
pensó en sus padres y en lo que pensarían de él al abandonar a un miembro de la
familia, pensó en Héctor cuando era niño y le pedía que lo llevara con él a
robarse gravilla al almacén, pensó en aquel día en que, viendo a Héctor partir
para la universidad por primera vez, le dijo a Helena que menos mal que al
menos uno de ellos iba a hacer algo con su vida.
De pronto, la puerta de su cuarto se abrió de un portazo que causó
el grito de las mujeres de la familia. Luciendo tan animal y salvaje como
siempre, se paró en el umbral acomodándose el cinto y dijo: “Los Iznaga le
gritaron maricón a Hectico y no me da la gana”.
Los Iznaga y la familia de Héctor habían tenido seis peleas
multitudinarias a lo largo de los años, con un balance de tres victorias por
bando. El momento del desempate había llegado. Así que todos, sin reflexionar
siquiera, cogieron palos, machetes y bates y, acompañados de esposas y esposos,
hijos e hijas, salieron para la calle en turba compacta, lo que causó el grito
fatídico de una vecina que, al verlos, expresó en un tono, mitad histeria,
mitad morbosidad reprimida, una frase solo comprendida por aquellos que han
vivido en barrios marginales: “¡Los muchos se van a fajar con los Iznaga!”
Al llegar frente a la casa de los Iznaga, estos, quienes ya se
habían enterado de su visita gracias al inmediato chisme del ultramarino
pueblo, los esperaban en el portal de la casa armados de cuchillos igualitos
que obviamente habían comprado expresamente para el día del desempate. Así,
parados unos en el portal y otros en la calle, se miraron todos con un odio
seco en medio de un silencio que hizo estremecer a cuanto testigo tuvo el valor
de estar presente. Hasta que de pronto Hilda dio un paso al frente y gritó con
toda la fuerza de su voz: “¡Pingaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!” con la misma intensidad,
tono y coraje con que William Wallace gritara “Libertad” mil años antes que
ella.
Y así comenzó una batalla que quedó para siempre en los anales de
Regla como una de las más sangrientas de su historia. La batalla por el honor
de Héctor. Héctor había sido ofendido. Su Héctor. Con el que habían crecido, al
que habían cuidado y querido. El que había jugado, llorado y reído junto a
ellos. ¿Se había vuelto maricón? Pues no importaba, seguía siendo su hermano y
estaban dispuestos a defenderlo, con la misma intensidad con que le habían dado
golpes a los policías cuando se llevaron preso a Henry o le habían entrado a
patadas a aquel novio de Hortensia un día que tuvo la mala idea de empujarla.
Sus padres se hubiesen sentido orgullosos al ver a Horacio
cayéndole a planazos al jefe del clan Iznaga mientras Helena se fajaba con dos
de las hermanas de este a la vez, Hilda dejaba uñas postizas en cuanta cara de
Iznaga se encontraba y Hernán lograba quitarles los cuchillos a los niños
Iznaga para usarlos a su favor. Se hubiesen emocionado al ver a Hortensia
perder sus moños uno tras otro y no amilanarse por ello o a Henry sacarle un
cuchillo del brazo a Humberto, quien seguía dando golpes en todas las
direcciones. Y donde quiera que estuvieran en ese momento, Higinio y Herminia
respiraron aliviados al ver a sus hijos luchando de nuevo en el mismo bando.
Al final de la batalla, con la clara victoria de los “muchos”,
Horacio se acercó a uno de los Iznaga que había ofendido a Héctor en la
lanchita, le puso uno de sus propios cuchillos a un centímetro del ojo derecho
y le dijo bajito, como quien le da un consejo a alguien que quiere mucho:
“Vuelve a decirle maricón a mi hermano y te mato un hijo”.
Los Iznaga no volvieron a gritarle nada a nadie, al menos no en
Regla, porque tres meses después, admitiendo claramente su derrota, se mudaron
todos a alguna parte de Boyeros donde, según cuenta la leyenda, aún viven
todavía sembrando el terror en las inmediaciones.
Héctor se enteró de la pelea en la lanchita de regreso, así que
una vez atracada esta en el muelle, salió corriendo hasta su casa. Al llegar,
curiosamente, uno de los pocos hermanos que estaba ahí era Horacio, ya que
algunos estaban en el hospital y otros en la estación de policía. Horacio lo
miró fijo, y con el tono propio de un general que acaba de ganar una batalla
sangrienta, le dijo: “Tú te singas a quien te dé la gana a ti, y si alguien te
señala con un dedo, vienes y me lo dices”. Héctor lo miró serio y asintió. No
pretendía decirle nada nunca, pero aquella orden era lo más emocionante que su
hermano Horacio le había provocado desde que era un niño y se lo llevaba a
robar gravilla al almacén.
Sin embargo, faltaba Humberto. Por supuesto que se había fajado
con los Iznaga junto a los demás, pero más por no dejar a su familia sola en
tan importante acto que por verdadera aceptación del problema. Incluso, no
había dejado que sus dos hijos varones se acercaran a su tío desde la noticia.
Por eso, aquel mediodía de domingo en que Boris visitó por primera vez a la
familia, se trancó en su cuarto con los niños y se negó a salir. Pero Helena,
Hortensia, Hilda y su propia esposa se metieron en el cuarto y le dijeron que
saliera. Tanto dieron hasta que casi lo lograron. En un momento, miró a sus
hijos y consideró que incurría en un error en su educación al aceptar el
“problema” de su hermano. Fue una frase de su propia esposa la que finalmente
lo convenció: “Ay, hijo, nadie sale maricón para imitar a nadie, así que ya
deja eso”.
Así salió Humberto del cuarto, en medio de las miradas nerviosas
de todo el mundo, se dirigió a la sala donde estaba Boris, le hizo una señal
con la cabeza a modo de saludo y se sentó frente al televisor donde hundió los
ojos como si quisiera meterse en la pantalla. Boris, para intentar romper la
dinámica de tensión general, hizo un comentario, casi casual - “Industriales
este año está en candela”- que provocó un casi grito por parte de todos, que
conocían de la pasión de Humberto por Industriales. En medio de las caras de
pánico de todos sus hermanos, Humberto lo miró fríamente de arriba a abajo y
luego de un momento le dijo calmadamente: “Sí, este año están comiendo mucha
mierda”.
Esa tarde, Boris bailó con Hilda y Helena, mientras Héctor jugaba
dominó con Hernán, Humberto y Henry. Horacio y Hortensia se enfrascaron en una
pequeña disputa doméstica a raíz del último novio de esta que terminó con ambos
pidiéndose perdón y riéndose a carcajadas. Boris jugó Playstation con los hijos
de Humberto, bajo la estricta supervisión de este, quien luego se relajó y jugó
él también. Helena quemó la carne de puerco y se emborrachó, mientras Hilda,
Hernán y Héctor le enseñaban a Boris las fotos de cuando estaban en la
primaria. Hilda le dijo a Boris que cuidara a su hermano y Henry le dijo a
Hortensia que el “blanquito” era buena gente. En un momento determinado, todos
hicieron un trencito y a la pregunta de “¿Y toda la gente buena?” gritaron
todos “¡Pa acá!” y a la de “¿Y toda la gente mala?” respondieron al unísono
“¡Pa allá!” señalando en dirección a casa de los Iznaga. Boris no pudo gritar
de tanto reír, y Héctor no pudo gritar al ver a su familia haciendo un trencito
con Boris.
Alejada del barullo de la sala, en el cuarto de Helena, una foto
en blanco y negro de hacía más de 20 años reflejaba a ocho negritos sonriéndole
a la cámara en el Jalisco Park. Una foto en la que no se podía saber muy bien
cuál era cuál y ni siquiera distinguir a las hembras de los varones, pero en la
que se notaba claramente que eran
hermanos.
PD: Dedico este post a todos los hermanos que siguen siendo
hermanos toda la vida. A mis hermanos.
16 comentarios:
ay niño pero qué lindo tú escribes!!!
de dónde eres Raúl? todo cubano conoce la jerga de orilla y se pone chancletero cuando hace falta, jajaja! yo soy de SMP, te imaginas??
besos!
Qué lindo Rauli, me has sacado las lágrimas, cada día eres mejor eso te lo digo siempre pero bueno que quieres que haga, es que no terminas de sorprenderme.
Un besito Grisel (Me voy de nuevo jajaja)
Mi amigo Iskander me mandó este comentario por correo:
Este post debe presentarse a algún concurso de cuentos de este país.
De no ganar, debido a la censura nacional que provocarán las "malas palabras" incluidas en él y el hecho de tratarse un tema tan actual, del día a día, y tener a la marginalidad en el centro de la trama, su autor no debe amilanarse en el empeño sino que lo enviará a otros concursos allende los mares. Es evidente que el mensaje de tolerancia y amor fraternal/filial/paternal - o simplemente AMOR - que nos trasmite, entre otros, (al margen de tantos sexos masculinos) es universal y válido para todos los tiempos. Si, a pesar de todo, el post no resultara premiado,pues qué más da! Los ideales de la Ilustración apenas comenzaron a aceptarse mundialmente y de manera sistemática 3 siglos después...
Muchas gracias (Yo no me canso de escucharlo, jeje)
Cada día mejor.....solo eso puedo decir
“¡Los muchos se van a fajar con los Iznaga!”... lo mejor de todo; se ve que me crié en un barrio marginal.
wow hermoso texto, que emocionante.
Deberias pensar seriamente en realizar un cortometraje de esta historia! tengo una amiga cinematografa que quedaria fascinada de poder llevarla al cine! tu nombre iria en lo alto de esta claro esta!!
Raul me encantan todostus relatos pero este es uno de mis favoritos nosotros no somo Negritos pero somo nueve de Familia Yo el mayor (Gay) y cuando reafirme mi Orientacion Sexual desde mis padres hasta mis hermanos hermanas y sobrinos hubo reacciones de todas jajajajajaja desde una de mis hermana " No,No.No Tu No, Cualquier cosa pero no Tu no eres asi" jajajjajaja el hecho de ser homosexual se imaginaba que tendria que se afeminado y que me vestiria de mujer jajajja que tiempos pero me tomo a mi el tiempo para educar a toda mi familia que el ser Gay es algo normal y que eres hasta muchas veces mejor que "Los Normales" ahora todo es una gran alegria cuando estoy con alguien siempre lo llevo a casa para "La Aprobacion" de la familia siempre me piden consejos y soy padrino de Bautismo de casi todos mis 48 sobrinos y sobrinas y tambien de dos de mis sobrinos nietos Gracias Raul por escribir estas viviencias que si en tu brillante Inteligencia son ficticias existen en la vida real excepto por las riñas por algun miembro de la Familia lo demas encaja bien en mi Familia un abrazo te quiero hermano y gracias por escribir tan bello!!!!
Me encanta como escribes.Descubrí tu blog hoy por casualidad...y ya me atrapó. Volveré!!!
Genial, me gusto muchisimo, sin dudas tienes un gran talento, mientras lo leia me lo imaginaba como una pelicula, seria perfecto para un guion de on short film. Te deseo muchos exitos.
Me encantó ☺☺☺
Me encantan tus historias. Escribes como si hubieses estado ahí, en esos cuentos, en vez de imaginarlos. Siempre logras sacarme sonrisas y lágrimas con tus escritos! Eres lo máximo, Raúl 😍
Creo que es la 3ra vez que leo este post. Pero definitivamente maravilloso. Es que en mi mente puedo verlos haciendo el tren y cantando. Raul como siempre digo: eres el mejor.
Es como la tercera vez que leo este post. Y de nuevo no pude contener lágrimas ni sollozos. Te quiero un mundo
Cubanísimo y actual. Fue un gustazo leer tu relato. Felicidades!
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