viernes, 3 de febrero de 2012

El estudiante y el profesor


Tenía 19 años cuando llegué a la Facultad de Lenguas Extranjeras de la Universidad de la Habana por primera vez. Después de haberme pasado, por problemas logísticos más que por verdadera vocación, tres años en un tecnológico en el que mi intelecto se dormía, este cambio representaba para mí el retorno a las Grandes Ligas. De hecho, uno de los momentos más emocionantes de mi vida sigue siendo aquel en el que leí mi nombre en aquella pequeña hoja que decía los seleccionados por concurso para acceder a la universidad.

Llegué a la FLEX una semana después de haber comenzado el curso por un asunto con la baja del Servicio Militar. Pero yo nunca he tenido muchos problemas para conocer a los demás, ni para darme a conocer, así que enseguida me integré. Y pronto me di cuenta que, o las universidades estaban sobrevaloradas o yo era demasiado inteligente. Aún hoy no estoy muy seguro de conocer la respuesta, aunque creo que es una mezcla de las dos. Lo cierto es que mi carrera siempre se me dio muy fácil.

Si bien el primer año me lo pasé de la casa para la escuela y viceversa, repasando en una todo lo que aprendía en la otra, no puede decirse lo mismo de los restantes. De hecho, ya para los cursos finales apenas si se me veía por la facultad. Pero de todas formas seguía sacando 5. Es que las carreras se diluyen mucho y uno va a estudiar una cosa y termina estudiando otra. Así que cuando consideraba que las asignaturas no me interesaban o los profesores sabían menos que yo, pues no iba. Así de sencillo. Pero no dejé de estudiar: los libros siempre han sido mis mejores aliados y, de todas formas, yo siempre me he considerado un autodidacta nato.

Así, mezcla de lo que me enseñaban en la escuela con lo que estudiaba yo solo, aprendí francés, mejoré mi inglés, me apasioné por el alemán, pasé un semestre de italiano y batallé duramente dos años con el japonés. Dividí mi cerebro en dos para poder transmitir en una lengua algo que alguien estaba diciendo en ese mismo momento en otra, me fasciné al constatar que la historia de algunos países tiene más de 3000 años y no solo 500, conocí el latín, traduje, y descubrí que, curiosamente, lo que más se parece en una carrera de humanidades a mis queridas matemáticas era precisamente la gramática española.

No fue lo único que hice. También subí y bajé millones de escaleras entre un turno y otro para ver a quien me gustaba y pasarle por el lado. Me bequé en el laboratorio de computación para tener finalmente acceso a Internet. Actué y me gané mis premios (de papel, pero premios), conduje los festivales de aficionados en frente de teatros repletos, fui a fiestas en la Colina e inauguraciones de los Caribe. Hice de todo.

Y un día, casi sin darme cuenta, accedí a ser alumno ayudante. Aunque me gustaran películas como “El Brigadista” o “Mentes Peligrosas”, nunca me imaginé a mí mismo frente a un aula. Cuando era niño no quería ser maestro, quería ser trapecista. Pero uno no sabe para quién trabaja. Del primer grupo ni me acuerdo bien, solo sé que me demostré a mí mismo que miedo escénico no tenía. Del segundo grupo sí que me acuerdo. Y ellos de mí. Aquellos niños estaban perdidos en francés (no por culpa de ellos, que conste), así que descubrí que los programas había que cambiarlos para darle al estudiante lo que en realidad le hacía falta recibir. No me arrepiento.

Entonces, cuando hubo que decidir qué quería ser uno cuando se graduara, decidí quedarme en la facultad. Lo justifiqué apelando que el tiempo libre que me daba el ser profesor lo podría utilizar en otras cosas, además de que podría superarme. Pero en realidad, creo que no estaba muy convencido todavía de querer irme de la escuela. Quizás sentía que debía pagar por la primera semana en la que llegué tarde.

Así, un día, le dije adiós a mis compañeros de año y les dije hola a los más jóvenes. Si alguien ve las fotos puede que no note en cuáles soy profesor y en cuáles estudiante. Y es que la diferencia fue apenas imperceptible para mí mismo.

Entonces empecé a cambiar los programas y las cosas porque me pareció entretenido eso de enseñar. Mucho 2 que he dado, lo sé, y en ocasiones he hecho llorar a mucha gente. He llegado tarde y he faltado lo que me ha dado la gana. Pero ni una vez, ni una sola, fue porque no tuviera ganas de enseñar, sino que yo soy así y nunca llego a tiempo a nada. Me demoré calificando (hasta dos meses) pero nunca se la puse fácil a nadie, y me siento orgulloso por eso. Considero que el aula tiene que ser más difícil que la vida real, para que esta luego sea como un juego.

Intenté enseñarles lo que sabía. No solo sobre la traducción, la interpretación, o la gramática, sino además los conocimientos que he aprendido en esta vida sobre las relaciones humanas y como hay que maniobrar para que no te afecten. Les enseñé a respetar su carrera y a considerar como inferiores a todos aquellos que la demeritaran. Les enseñé todo lo que nadie me enseñó a mí, y me parece que es lo mejor que le puede pasar a alguien que se ha pasado la vida aprendiendo.

No me importó nunca si me trataban de “tú” o de “usted”. Sé que me respetaban. Nos íbanos juntos al Malecón o al Coppelia y al día siguiente les daba 2 y a ninguno se le ocurrió nunca cuestionar su nota. Intenté ayudarlos tanto individual como a nivel de colectivo y los alenté a que se rebelaran cuando les ponían leyes injustas. Cuando tuve que escoger a tres para que se los llevara el MININT fue como la decisión de Sofía. Tuvimos que hacerlo al azar porque yo no podía distinguir entre unos y otros para una decisión de ese tipo.

El primer grupo después que me gradué fue mi mejor laboratorio. Tres años fui su profesor y  si algo me dolió de haber ido a Montreal es no haber estado ahí el día en que se graduaron. Ellos mismos me justificaron diciéndome que la única excusa para faltar a su graduación tenía que ser que estuviera fuera del país. Pues fue la única razón por la que no estuve ahí. Y es que, en cierta medida, por muchísimas razones, yo también me graduaba ese día por segunda vez. Esta vez de profesor.

Pero un día llega en el que uno ya no quiere ir a la escuela. Y uno sabe que no es una crisis pasajera, sino que el final ha llegado. Así que pedí la baja. No me la dieron hasta cinco meses después, pero  desde el 1ro de febrero ya no tengo nada que ver con la FLEX. El último semestre fue algo errático, pero es que en realidad ya no tenía ganas de estar más ahí. ¿Puede uno enseñar algo si se siente frustrado? Definitivamente, el primer mundo me ha hecho mucho daño.

Tengo buenas causas para irme. Después de todo, en la universidad nadie ha hecho nada por mí nunca. No ha habido viajes, maestrías, palabras de elogio, nada. Y es que yo fui estudiante, y luego profesor, pero nunca he sido “empleado”. No me importaron nunca las reuniones, los registros, las actas, las cosas oficiales. Me importó aprender y luego que mis estudiantes aprendieran. Lo demás nunca me importó. No me arrepiento.

Pero, inevitablemente, el irme me ha dado nostalgia. Después de todo, son 10 años de mi vida. Los mejores 10 años. Así que no pensaré en ninguna de las cosas mezquinas cuando me acuerde de mi Facultad de Lenguas Extranjeras. Pensaré en lo bien que me fue, en lo mucho que aprendí y me divertí. Me quedo con cosas por aprender y con cosas por enseñar, pero ya buscaré yo de dónde aprenderlas y a quién enseñárselas.

En cuanto al futuro, sé que me irá bien. Yo estoy hecho para ser grande o morir en el intento. Espero que lo primero. Pero siempre recordaré a la FLEX. Siempre. Se va el profesor y, aunque pocos lo noten, también se va el estudiante. Finalmente graduado. ¿Qué importa si en las fotos no se note cuando soy uno y cuando soy lo otro? Al final, siempre he sido los dos. Y siempre lo seré.


PD: Dedico este post de despedida a todos mis amigos de la FLEX y a todos los que estudiaron conmigo. A mis buenos profesores. A todos los que me saludaron y nunca supe muy bien quiénes eran. Pero más que nada, a mis estudiantes. A los que ya se graduaron, a los que se graduarán después y a los que, por una razón u otra, nunca se graduaron. A todos. Porque cuando uno se aprende algo para una prueba lo olvida a los dos días, cuando se aprende algo porque le gusta, si no lo usa corre el riesgo de olvidarlo eventualmente, pero si se lo aprende para enseñárselo a alguien, se lo aprende para toda la vida. Gracias por eso. No se olviden de mí y yo no me olvidaré de ustedes. Prometido.


14 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias!

Anónimo dijo...

Muy bueno Raulito, me sentí tan identificada con eso, porque tambien doy clases en la facultad de Contabilidad y me has recordado tanta cosas. Gracias por este blog fue sencillamente extraordinario. Saludos grisel (La importancia de llamarse Ernesto)

Mylène dijo...

Me ha traído mucha nostalgia este post. Tuve muchos profesores en mi paso por la Fcultad de Lenguas; de pocos guardo recuerdos tan lindos y simpáticos. Fuiste de los mejores, y lo serás donde sea que vallas.
Mucha suerte.

Sergio dijo...

Mylène: solo espero que en frances tengas mejor ortografia que en español.

Mylène dijo...

Cierto; aquí va:
Vaya- Del verbo ir:
1ª persona singular (yo) presente subjuntivo
3ª persona singular (él/ella/usted) presente subjuntivo
3ª persona singular (él/ella/usted) imperativo
Valla-
f. Vallado hecho de estacas, tablas o materiales metálicos, que cierra y delimita un lugar.
Buena acotación Sergio. ¿ Puedo hacerte una yo?
Si mantienes el acento grave sobre la primera /e/ de mi nombre, debes colocar los acentos sobre otras palabras como sólo( solamente), francés, u ortografía.

Mylène dijo...

Ah, Sergio; ¿me permites una pregunta más?
Acabas de leer un post genial, y en serio sólo se te ocurre comentar mi falta de ortografía???
Perdona tantos y tan mal colocados signos de interrogación, es sólo que para mí es un hecho intrigante.
J'aimerai savoir.

Sergio dijo...

Mylène: hace mucho tiempo que a 'solo' no se le pone tilde.

Mylène dijo...

En la publicación de la Ortografía de la lengua española de 2010, se pone en discusión el uso del acento diacrítico para evitar posibles ambigüedades entre SOLO como adverbio y como adjetivo. Aunque quien esté empeñado en ello es libre de seguir aplicándolo( Soy de los lingüistas empeñados).
El tema del uso correcto del castellano es en sí mismo tan extenso y complejo que abarcaría muchas páginas de comentarios; no creo que sea el punto de este blog Sergio.
Anyway you've got me, me encanta la polémica si se trata de aspectos de la lengua.
De nuevo Rauli, me encantó.

Sergio dijo...

Mylène, no te hagas problemas, era solo por hacerle honor al nombre del blog, a mi tambien me encanta todo lo que escribe Raul, de lo contrario no estuviera aqui.

Raúl Reyes Mancebo dijo...

Gracias, Mylène!
Sergio, respondo por ella cuando te digo que no tiene faltas de ortografía (puedes comprobarlo: comenta todos mis posts). Si la tuvo ahora fue para demostrar que no era un robot. jeje.
Saludos a ambos. (y vallan con Dios) :-)

Anónimo dijo...

MUy bueno Rauli... Me alegro que hayas sido mi profesor y que recuerdes nuestro grupo... Sé que éramos de lo peorcito. Lamento mucho tus llegadas tardes como seguro tú mis ausencias. Creo que hubiera aprendido mucho más. Lamento mucho que me hayas hecho esperar para recibir una nota como seguro tú hubieras querido que yo saliera mejor... En fin, solo te escribo para que sepas que los que durante varios años tuvimos la dicho que compartir los pasillos de esa facultad, que es enorme porque enorme somos los que la conformamos, te queremos y extrañamos muchísimo. Un abrazo grande...Emilio R

Anónimo dijo...

Raúl, tu post fue impoenente, brutal y honesto, como siempre........estoy muy de acuerdo con todo lo que has expuesto......"Nací para ser grande o morir en el intento" (esto me dejó pensando) y ahora ingresa como una de mis leyes de vida más importantes, creo que siempre lo pensé así, sólo que no supe expresarlo en un texto, jajajajajjaa

Saludos de un viejo compañero de universidad y teatro (qué buenos tiempos, dicen que la Talhia ya ni existe, allí se quedó mucho de nosotros)

alien dijo...

que bueno Raul. me ha gustado mucho. Suerte en lo que hagas de ahora en adelante. Exitos!!!

Santiago Torres Destéffanis dijo...

Siempre he imaginado que la docencia es una actividad que, para el verdadero vocacional, tiene que ser una experiencia intensamente satisfactoria. De alguna forma, el docente deja un pedazo de sí en el alumno, lo que no es poco. Lamento no tener suficiente vocación ni talento para ser docente.

Mucho éxito en ese intento de ser "grande". De alguna forma, ya lo sos. Además, tampoco queremos que te mueras ;)


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