viernes, 13 de enero de 2012

¿Y si hiciéramos lo que nos diera la gana?


¿Qué tal si un día nos despertáramos e hiciéramos lo que nos diera la gana? Así, casi sin proponérnoslo; como para probar qué se siente. Levantarnos y hacer solo lo que tengamos ganas de hacer. Sin pensar en las consecuencias, en el futuro, en la vergüenza, en lo que podrían decir de nosotros. Simplemente hacer lo que nos venga en gana ese día.

Podríamos quedarnos gran parte de la mañana en la cama pensando en las satisfacciones que nos ha dado la vida, jugando con la gata o viendo televisión. Iríamos al trabajo a eso de las 11 solo para decirles a todos que desde ese día ya no trabajamos más ahí. Darle un buen abrazo de despedida a los compañeros de trabajo que nos caen bien y ni siquiera mirar a los que detestamos. Darles un último consejo a los estudiantes de que intenten llegar lejos en sus vidas, tanto profesional como espiritualmente, y pedirles que se acuerden de nosotros alguna que otra vez.

Luego pudiéramos ir y visitar todos los lugares donde la pasamos bien alguna vez y a los que nunca hemos regresado. Mirarlos desde fuera y recordar a aquellas personas que ya no están en nuestras vidas, pero que lo estuvieron alguna vez y fueron importantes. Todo esto mientras nos tomamos un helado de chocolate al ron con pasas.

Nos compraríamos todo lo que nos guste y nos daríamos un masaje. Cogeríamos nuestros patines y rodaríamos por toda la calle como si fuéramos adolescentes mientras oímos canciones que nos suben la moral en el iPod. Al primer claxon de carro que sintiéramos, meteríamos la cabeza por la ventanilla y le diríamos agradablemente al chofer que no pite tanto, que en este país no hay a dónde ir tan de prisa, mientras le damos un beso en la frente.

Llamaríamos a los que secretamente amamos y les diríamos lo muertos que estamos con ellos, y que no importa si no somos correspondidos, solo queríamos decírselo. Llamar a nuestros amigos y decirles que aunque nunca los llamamos, los queremos. Llamar a otros e informarles que desde ese momento ya no están en nuestra lista de contactos.

Comenzaríamos finalmente a escribir nuestra novela sin preocuparnos por el hecho de que nunca hemos escrito una. Luego iríamos a algún ministerio y nos colaríamos con miles de mentiras para usar su Internet y pasarnos la tarde chateando con nuestros amigos de Facebook.

Podríamos ver fotos de los lugares a los que hemos ido y los reviviríamos en nuestras cabezas. Luego recordaríamos cuánto nos gusta tirar fotos y saldríamos a la calle con nuestra cámara. Casi al caer la tarde, iríamos a la playa abandonada más cercana, y miraríamos al infinito mientras pensamos en hombres que no existen pero que a lo mejor algún día nos tocan a la puerta.

De regreso, nos desviaríamos para ir a la casa del amante más fogoso que tengamos y sin decir una palabra tendríamos sexo hasta que ya no pudiéramos pensar en nada más. Cuando él quisiera decir algo, solo le daríamos un beso en la boca para callarlo, mientras nos vamos alegremente. Luego, ya de noche, invitar a todos nuestros amigos a un buen y caro restaurante donde nos gastaríamos hasta el último centavo que nos quedó después de las compras de la tarde. Ahí comeríamos hasta que ya no pudiéramos respirar mientras habláramos de cuando nos conocimos y de cómo nos caíamos mal. Al salir, iríamos a la primera fiesta escandalosa que oyéramos, y ahí, mientras todos oyeran salsa o reggaetón, nosotros bailaríamos como Riverdance hasta que nos botaran.
 
En el camino de regreso, cuando ya estuviéramos solos, pararíamos en esa casa en la que antes casi vivíamos y a la cual hace tantos años que no entramos, tocaríamos a la puerta y al salir esa persona a la que hace tanto no le dirigimos la palabra, dedicarle una sonrisa y decirle que ojalá todo hubiese acabado de otra forma.

Al llegar a casa podríamos ver alguna película en la que nos riéramos y lloráramos a la misma vez, leeríamos algo de Harry Potter, tomaríamos una copa de vino y, ya acostados, abriríamos nuestro libro de “Astronomía para todos” para ver cómo se llaman las estrellas que vemos por la ventana. Y así, con el libro en el pecho y nuestra música favorita de fondo, pensando en todo lo que hemos hecho en el día, nos quedaríamos suavemente dormidos.

Ah, si pudiésemos tener un día así. Un día sin preocupaciones, sin complejos, sin resignaciones, sin limitaciones. Un día real. Por supuesto que nos criticarían, que nos quedaríamos sin dinero, que quizás hasta nos dieran un golpe. Pero, después de todo, ¿no nos critican siempre?, ¿no se nos acaba el dinero de todas formas?, ¿no descubrimos que muchas veces las consecuencias de nuestras acciones no son tan malas como pensábamos? Además, ese día nos la pasaríamos tan bien…

Pero ese soy yo suponiendo. Ejemplos hipotéticos en todos los casos. Como para probar qué se siente al escribir de cosas así. Si mañana se enteran que yo, o alguno de ustedes mismos, tuvo un día como ese, no sería más que pura coincidencia… ¿o quizás no?

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Genial Raúl!!! esa es mi frase a cada rato...pero no sé por qué a veces, solo a veces, nos result6a tan inaccesible. Me encantó leerte...Bsos, Sandrita.

Anónimo dijo...

Esto podria ser comunismo

Anónimo dijo...

... concuerdo contigo (ja)
sólo espero que en esos días tuyos me llames..., me gustaría mucho
beso...
Manuel

Mylène dijo...

Quién pudiera tener sólo días así?


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