He cumplido 31 años. La anterior frase no debe ser leída ni como
un reclamo desesperado e histérico a la vida ni como una sospechosamente
excéntrica e innecesaria alegría. Lo más neutro posible: he cumplido 31 años.
31. Qué raro número. Qué rara la vida que nos hace cumplir 31
cuando hace tan poco nos hizo cumplir 22 y cuando hace tanto nos hizo cumplir
29. Pero - al menos para aquellos a los que el orden cronológico y lineal no se
nos puede ni debe aplicar – la edad es un concepto extremadamente relativo. En
mi caso, por ejemplo, cuando tenía 15 ya sentía que era un anciano y cuando
cumplí 30 me parecía que estaba en el inicio de mi vida real. Por eso pido
neutralidad cuando se hable de mis 31 años: no podemos todavía definir cuál
será su relevancia en mi decursar por este mundo.
Para intentar familiarizarme con mi nuevo número asignado – del
que nunca se oye hablar: ¿cuándo ha oído usted un “si llego a 31 soltero me
suicidaré” o “en esa época yo tenía unos 31 años” o “la crisis de los 31 le ha
dado fuerte” – me fui a Wikipedia, la cual no solo tiene como función
actualizarnos de fútbol, describirnos un lémur o contarnos hasta el último detalle del shutdown
del gobierno de los Estados Unidos, sino que también puede ayudarnos a entrar
en contacto con nuestras propias edades…Al menos a los geeks; un público algo
más mundano optará por el siempre inefable alcohol.
Gracias a la siempre exhaustiva enciclopedia que cualquiera puede
editar podemos resumir que 31 es el onceno número primo, el tercer número de
Mersenne, el número atómico del galio, la cantidad de días que tienen los meses
más carismáticos del año, el prefijo internacional para llamar a Holanda, el
número que usan los porteros en el hockey sobre hielo, un juego de cartas, la
cantidad de sabores de helados de la Baskin-Robbins y el apodo con el que se
nombra a la masturbación masculina en Turquía. Además de – ¿cómo no me di
cuenta antes? – el número identitario de
nuestro personaje intergaláctico favorito: Ulises. De esta forma, tan solo dos
horas después de haber llegado a esta edad y en el momento en que otros ya
estuviesen deprimidos ante la idea de otro año más que les caía encima, ya yo
había reunido lo mejor de mi nuevo número y me había convertido en mi propio
superhéroe personal: Raúl 31.
Me hice una fiesta de cumpleaños para celebrar la increíble
persona que soy y para reunir a las personas que estimo en esta parte del mundo.
Nunca me había hecho una antes. De hecho, las únicas fiestas de cumpleaños que
he tenido en mi vida - mi padre y yo cumplimos el mismo día, así que siempre
tenemos una fiesta en común, pero con la familia, no con mis heterogéneos (y no
siempre precisamente “heteros”) amigos - fueron a los 3 y a los 7 años, y como se
puede sobreentender no me las organicé yo mismo. Curiosidad: ¿Recuerdan que 31
era el tercer número de Mersenne? Pues los anteriores son...3 y 7. Algún valor
especial tiene que tener que mis únicas fiestas de cumpleaños hayan sido en
edades tan aleatorias como 3, 7 y 31, que justo coinciden con un tipo de número
con características tan especiales que solo se han encontrado 48 (y eso que los
números son de las pocas cosas que son infinitas). Como todo buen superhéroe,
Raúl 31 comenzaba a recibir raras señales de las posibles causas y orígenes de
sus extraordinarios poderes.
Aunque algunas de las personas que estimo (estimaba) no
asistieron, la fiesta fue todo un éxito. Al menos para Raúl 31, quien saltó,
bailó, picó el pastel como si se tratase de un corazón de caballo y él fuera Khal
Drogo, y recibió numerosos e inesperados regalos (aclaremos que Raúl 18, Raúl
26 y Raúl 30 nunca recibieron nada, por ejemplo). Y se sintió bien al descubrir
que sigue siendo esa persona excéntrica a la cual le gusta (no confundir con
“necesita”) tener a todo el mundo girando alrededor de él. Especialmente si es
gente buena, carismática e inteligente. Al final de la celebración, con todos
los invitados ya en sus casas y los restos de globos, serpentinas, carteles y
mucho alcohol tirados por todas partes, Raúl entró a su cuarto con la
satisfacción del deber cumplido y la alegría de comenzar los 31 con el pie
derecho.
Pero algo le faltaba en este inicio de 31 años. La satisfacción no
era completa. Se dio cuenta que uno de sus poderes más especiales estaba
completamente apagado. Y no hablo de un hombre (de hecho, tengo uno pero no
hablaremos de eso hasta más adelante), ni de un amigo cercano en el cual
confesarse, ni una familia a la cual regresar, ni la seguridad de un futuro estable,
ni ninguna de esas cosas mundanas que atacan a los seres humanos, pero no a los
superhéroes de 31 años.
Le faltaba uno de los poderes que descubrió tarde que tenía pero
que lo elevó rápidamente - ante sus propios ojos y los de algunos otros también
- a la verdadera categoría de héroe personal: escribir. Escribir, por ese
orden, sobre él y el mundo que lo rodea. Escribir sus ideas radicales que
pueden cambiar pero solo porque él lo decide, sus acciones que van de lo sublime
a lo ridículo y de vuelta a lo sublime en poco tiempo, sus traumas más oscuros
y sus momentos más brillantes. Escribir sus historias de superhéroe, sin
importarle si se parecían a las de los demás o si eran auténticas, si eran
ingenuas o trasgresoras, si estaban bien escritas o no. Solo escribirlas,
releerlas un segundo y lanzarlas al mundo para que este aprendiera a lidiar con
ellas y él pudiera sentirse que se liberaba un poco de la carga que conlleva el
vivir mucho. Un superpoder de su propia creación al que había denominado “el
estúpido escribir”.
¿En qué momento dejé de escribir? ¿Por qué? ¿Hasta cuándo? La
respuesta está en uno de los grandes defectos de nuestro superhéroe (por
supuesto que los superhéroes tienen defectos; tan relevantes como sus virtudes):
el perfeccionismo.
Si alguno se toma el trabajo de ir al primer post de este blog,
hace más de dos años, verán que hago referencia a ello. Siempre he sabido que
es mi kryptonita, el arma que más daño me hace, el laser paralizante que anula
todos mis poderes. Lo peor es que no depende de los demás: es algo interno
regulado por mí mismo. Y si bien ningún villano podrá nunca vencer a Raúl 31,
él mismo tiene la manera de neutralizarse y derrotarse.
Qué horrible defecto, el perfeccionismo. He estudiado mucho al
respecto. Es tan simple de explicar como triste de admitir: uno, influenciado
por conceptos propios y ajenos, así como por ejemplos concretos de lo que se
puede considerar como bueno o malo, se crea en su cabeza la imagen de lo que es
una obra perfecta. Luego, a la hora de ponerla en práctica e intentar
materializar esta obra perfecta, nunca, por mucho que se haga, llegará a ser
como nuestro modelo ejemplar, lo cual conlleva casi siempre a dos realidades
concretas: o uno vive siempre con aquello de que su obra no es buena o decide
abandonarla a la mitad para poder conservar en su cabeza la idea original
(perfecta) en vez de degradarla a una horrible copia real. O sea: o uno es un
artista extremadamente autocrítico y torturado o – peor aún - no crea nada
nunca.
Es por esto que las escuelas de arte son tan peligrosas: enseñan
un concepto de “arte perfecto” - cuando al final el arte no es una ciencia
exacta - y logran que sus alumnos salgan todos torturados, viciados y carentes
de una frescura que tenían cuando entraron a la escuela. Justo del otro lado
están los que no se autocensuran y producen obras todas las semanas y a todas
horas. El problema con ellos es que en la amplísima mayoría de los casos se
trata de “artistas” extremadamente mediocres. En este grupo prolífico están
también los genios, pero los genios son un caso que no admite estudio porque
son aberraciones (en el sentido positivo) de la naturaleza. Y de todas formas
al final la vida se venga cruelmente de la mayoría de ellos al hacerlos ineptos
en muchísimos otros importantes rubros sociales (ya no suena tan positivo,
¿eh?).
Yo siempre me he considerado a mí mismo al margen de toda esta
fauna de artistas torturados, pseudoartistas mediocres o genios esquizoides.
Por ello estudié cosas no relacionadas con el arte, no me declaro “artista”
cada 5 segundos (lo soy) y he intentado definir lo menos posible mi obra. Todo
esto no en aras de una falsa modestia (esa historia de “yo soy mejor que
cualquier artista pero no me declaro como tal” no solo es muy ridícula sino que
además es muy 1968 y yo y los hippies no tenemos nada que ver) sino porque me
conozco y sé que si intento definirme mucho puedo caer fácilmente en la
categoría de “artista torturado” (“pseudoartista mediocre” o “genio esquizoide”
jamás) debido a mi horrible defecto de ser perfeccionista.
Siguiendo esta cuerda, cuando empecé a escribir mi blog lo
denominé como un “estúpido escribir”. No porque pensara que era inferior al de
los demás – por favor – sino porque era una excusa mental, una licencia
justificativa para poder sacrificar esa imagen perfecta de la obra que existe
en mi cabeza y ser capaz de publicar algo.
Y me funcionó por un tiempo bastante largo. Escribía mis posts en
cafés, autos, estaciones de metro, saunas (sí: saunas. Sin ropa y con hombres
teniendo sexo al lado mío he escrito posts de este blog que ni siquiera
trataban sobre sexo), aviones, islas remotas de Québec, el patio de la casa de
mi familia en La Lisa…a cualquier hora, bajo cualquier estado de ánimo, solo o
rodeado de 25 estudiantes que hacían un examen… Luego que terminaba, los
releía, me decía “¡esto está mal!”, “¡repites mucho la ‘y’ y los adverbios en
–mente!”, “¡este párrafo no tiene ninguna idea importante!” y luego yo mismo me
llamaba a capítulo: “Pero este blog se llama “El estúpido escribir”, mi amor,
así que lo coges y pinchas “publicar” así mismo”. Y así lo hacía… Tal modus
operandi no he podido llevarlo todavía a mi literatura “seria” (de ahí que no
haya ninguna novela todavía; quizás yo debería definir toda mi literatura como
“estúpida” y ya está) pero al menos para mi blog me servía. Sabía que no era
perfecto, pero por eso mismo me sentía más orgulloso de mí mismo: capaz de
publicar algo que sabía imperfecto. En este tiempo, avancé muchísimo en mi
lucha contra el perfeccionismo.
Y de pronto, me dejó de funcionar. Dos horas para escribir un
párrafo, tres horas más para revisarlo, cinco minutos para borrarlo todo, declararme
vencido y ponerme a hacer otra cosa. Retomar el texto cinco días después,
odiarlo solo por haber sido incapaz de terminarlo, intentar arreglarlo, no
lograrlo y volver a dejarlo…Un círculo vicioso torturante. Y no porque no
tuviera nada que decir, no porque las palabras no me salieran, no porque las
ideas se me hubiesen agotado, sino porque luego que escribía algo, allá iba a
criticarlo, a cambiarlo, a mirarlo desde el punto de vista de mis detractores. Cada
vez mis publicaciones se hicieron más espaciadas hasta que finalmente
desaparecieron por completo. Y el resto de mi creación igual.
Paralizado. Completamente paralizado. Los incondicionales se
preocuparon e intentaron averiguar las causas, hasta que ya no dijeron nada más,
pensando quizás que estaba ocupado en cosas más importantes o incluso que su
superhéroe había sido producto solamente de un momento determinado, mientras
los villanos levantaron sus copas y celebraron la desaparición de Raúl 31. Entretanto,
este yacía en el piso de un cuarto oscuro, paralizado por la kryptonita
perfeccionista, mientras veía por la ventana sin poder hacer nada cómo la
sociedad se las agenciaba para arreglárselas sin alguien que se atreviera a
poner pasajes de su vida al descubierto para que otros pudieran identificarse
con ellos (quizás yo debería escribir “cómics”, no lo hago tan mal).
Qué error. Tantas cosas en este mundo que contar, tantas emociones
que explotar, tantas sensaciones que compartir...y uno no lo hace por miedo al
estilo que utilizará o porque escribe mal la palabra "cónyuge". Qué
tontería. Cuán simples podemos ser los seres humanos. ¿Qué clase de superhéroe
es ese que quiere ser perfecto? Que se despierte y se baje de ese comic porque
nadie ni nada es perfecto. Y tampoco es necesario: se puede lograr mucho en
este mundo haciendo cosas imperfectas. Solo hay que hacerlas: una obra
imperfecta vale muchísimo más que miles de obras perfectas que nunca salen de
la cabeza. Así que muéstrale tus errores y tu “estupidez” al mundo. Hay mucho
que contar y no hay tiempo de detenerse en los detalles. El próximo número de
Mersenne es el 127 y eso está muy lejos. El momento es ahora: a los 31.
En la calma de la noche, rodeado de globos en su cuarto, Raúl se
dio cuenta que el momento había llegado. Era la hora de recuperar el superpoder
de su propia creación denominado “el estúpido escribir” y contar, por ese
orden, sus historias y las del mundo que lo rodean, sin importarle si se
parecían a las de los demás o no, si eran trasgresoras o no, o si estaban bien
escritas o no. Solo escribirlas, releerlas un segundo y lanzarlas al universo
para que este aprendiera a lidiar con ellas mientras él sentía que se liberaba
un poco de la carga que conlleva el vivir mucho.
Y con este brillante pensamiento, nuestro héroe se fue al closet,
sacó su capa, sus botas y su máscara, les sacudió el polvo y se las puso. Se
subió a la azotea y contempló la ciudad de noche, justo antes de lanzarse hacia
ella en la búsqueda de historias que contar a cualquier hora y en cualquier
lugar. Y los incondicionales que lo vieron en la distancia, iluminado por la
luna y las luces de los rascacielos, gritaron de felicidad mientras los villanos
lanzaron sus vasos contra la pared llenos de rabia. Raúl 31 – mitad superhéroe,
mitad estúpido escritor – estaba de vuelta.
4 comentarios:
Cuánta cosa ha disparado tu post en mi cabeza. Obviamente, referidas todas a mí (¿pensabas que eras el único narcisita?).
Esta frase me parece sublime: "Una obra imperfecta vale muchísimo más que miles de obras perfectas que nunca salen de la cabeza". Merecería figurar en alguna antología de sentencias sabias. Pero --siempre hay un pero-- como tantas verdades evidentes por sí mismas, qué difícil es hacerles caso.
En lo que a mí refiere, siempre sufrí del mismo mal que tu: el perfeccionismo. Y como tantos otros defectos que tengo, he aprendido no a superarlo pero sí a gestionarlo obligado por las circunstancias. Tener la obligación de escribir --casi siempre a las apuradas-- una columna semanal con mi firma (más varios artículos no firmados, pero éstos importan menos a estos efectos), que es mi único patrimonio verdadero, me ha acostumbrado a convivir con la imperfección. Por cierto que no es una convivencia particularmente feliz, pero al menos he aprendido a soportar la imperfección, evitando de ese modo la parálisis. Así que, aunque no la quiera, brindo por la imperfección que nos permite volcarnos a los demás.
En otro orden --y para seguir hablando de mí-- coincido en la relatividad de "la edad". A los 30 años y hasta los 40, viví una intensa adolescencia, compensatoria de la que apenas tuve cuando en términos biológicos correspondía, pero con la ventaja de tener un poco más de madurez y mundo para llevarla a cabo y administrarla. Y no es algo de lo que tenga que lamentarme.
En definitiva, welcome (back) to the jungle, amigo.
La perfección, ese mito creado y recreado en el que muchos caemos... Espero con ansias las imperfecciones que tienes por compartir.
Hace 20 años, el superhéroe y yo compartimos aula, horarios y asientos contiguos en la secundaria. En aquel entonces era Raúl 13. No debe ser coincidencia que fuera el número 13, usando los mismos números que la version de este post pero con el orden revertido. Raúl 13 desde entonces sabía cual era su kryptonita, pero tenía tanta (o más) valentía y desfachatez que Raúl 31 para superarle. Quizás eso fue lo que me atrajo a sentarme en la última fila del aula, para estar al lado de Raúl 13: yo que jamás ocupe un asiento en ninguna clase que no fuera en la primera fila, pero así de magnética era la mente de Raúl 13.
Queriendo explicar a Raúl 13, yo también entré a Wikipedia, y he aquí mi explicación de este ser original. El número 13 es el sexto número primo y el primer omirp (un número primo que es otro número primo al al revés. Ya sabía yo que no era coincidencia. Si a los 31 el superhéroe ha tenido un encuentro relevante y decisivo consigo mismo, esto ha sido sólo una réplica del gran terremoto de Raúl 13. El número 13 es también un número Fibonacci, quieren mas pruebas de que el orden desordenado de Raúl, en cualquier version, tiene un propósito surreal. El 13 es también uno de los 3 números primos de Wilson conocidos, lo que me reafirma que Raúl 13 fue una versión que si bien no única, es solamente repetible en una magnitud que no puedo contar en años de vida. Que bien hice en mudarme de pupitre y sentarme pegada a la pared, apretujada, sin oír bien a los profesores, pero con acceso ilimitado y de primera mano a Raúl 13. Según Wikipedia, el 13 es también un número feliz, y me consta, que a pesar de todos los terremotos y todas las kryptonitas, a Raúl 13 nada ni nadie le quitó nunca las ganas, a veces se puede juzgar hasta un capricho o un desafío a los dioses, por ser feliz. El número atómico del aluminio es 13. Las aleaciones con el aluminio son de fácil formación per muy fuertes, tal como la aleación que formé yo con Raúl 13. El aluminio es resistente a la corrosión del agua y de muchos elementos químicos, y a mi me consta que si hubo un carácter resistente fue el de Raúl 13.
Para terminar, el número 13 tiene interpretaciones encontradas en cuanto a su significado cuando de suerte se trata. Me imagino que con Raúl 13 pasaría igual, dependiendo de que lado se estuviera. Hay quienes sin poder entender la cabala de Raúl 13 corrían despavoridos o usaban talismanes. Yo, por mi parte, me considero suertuda de haber sido- y ser -su amiga.
Hace 20 años, el superhéroe y yo compartimos aula, horarios y asientos contiguos en la secundaria. En aquel entonces era Raúl 13. No debe ser coincidencia que fuera el número 13, usando los mismos números que la version de este post pero con el orden revertido. Raúl 13 desde entonces sabía cual era su kryptonita, pero tenía tanta (o más) valentía y desfachatez que Raúl 31 para superarle. Quizás eso fue lo que me atrajo a sentarme en la última fila del aula, para estar al lado de Raúl 13: yo que jamás ocupe un asiento en ninguna clase que no fuera en la primera fila, pero así de magnética era la mente de Raúl 13.
Queriendo explicar a Raúl 13, yo también entré a Wikipedia, y he aquí mi explicación de este ser original. El número 13 es el sexto número primo y el primer omirp (un número primo que es otro número primo al al revés. Ya sabía yo que no era coincidencia. Si a los 31 el superhéroe ha tenido un encuentro relevante y decisivo consigo mismo, esto ha sido sólo una réplica del gran terremoto de Raúl 13. El número 13 es también un número Fibonacci, quieren mas pruebas de que el orden desordenado de Raúl, en cualquier version, tiene un propósito surreal. El 13 es también uno de los 3 números primos de Wilson conocidos, lo que me reafirma que Raúl 13 fue una versión que si bien no única, es solamente repetible en una magnitud que no puedo contar en años de vida. Que bien hice en mudarme de pupitre y sentarme pegada a la pared, apretujada, sin oír bien a los profesores, pero con acceso ilimitado y de primera mano a Raúl 13. Según Wikipedia, el 13 es también un número feliz, y me consta, que a pesar de todos los terremotos y todas las kryptonitas, a Raúl 13 nada ni nadie le quitó nunca las ganas, a veces se puede juzgar hasta un capricho o un desafío a los dioses, por ser feliz. El número atómico del aluminio es 13. Las aleaciones con el aluminio son de fácil formación per muy fuertes, tal como la aleación que formé yo con Raúl 13. El aluminio es resistente a la corrosión del agua y de muchos elementos químicos, y a mi me consta que si hubo un carácter resistente fue el de Raúl 13.
Para terminar, el número 13 tiene interpretaciones encontradas en cuanto a su significado cuando de suerte se trata. Me imagino que con Raúl 13 pasaría igual, dependiendo de que lado se estuviera. Hay quienes sin poder entender la cabala de Raúl 13 corrían despavoridos o usaban talismanes. Yo, por mi parte, me considero suertuda de haber sido- y ser -su amiga.
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