jueves, 15 de noviembre de 2012

Trilogía fiel sobre la infidelidad (II)



Segunda parte: El malo

Nunca se vio a sí mismo como esa clase de hombre. Ser infiel ocasionalmente podía haber pasado por su mente alguna vez, serlo a tiempo completo jamás. Sin embargo, ahí estaba. Y hasta el cuello. Pero sabía muy bien lo que tenía que hacer: no pensar en eso. Solo seguir haciéndolo sin reflexionar al respecto. Había aprendido desde bien joven que uno no debe sentirse culpable nunca por ninguna otra persona. Bastante lo habían decepcionado ya. En lo único que tenía que pensar era en cómo simultanear ambas relaciones sin que le fuera demasiado complejo. Claro que ni Gabriela ni Lenore eran como el resto de la gente del pasado y él lo sabía. Ahí estaban: eran justo pensamientos como ese los que se tenía prohibidos. Pero es que ahora todo estaba a punto de complicarse. Algo lo obligaba a decirse que era ser demasiado irresponsable el entrar a aquella tienda y al menos no pensar en ello.

“Buenos días”, dijo la muchacha en cuanto entró a la pequeña, pero lujosa, tienda. “Buenos días”, dijo Alain con una sonrisa cálida. No había ningún otro cliente. “¿Busca algo en específico?”. “Pues un traje”. “Oh, perfecto. ¿Muy formal?”. “Creo que sí. Es para una boda.” “Oh, sí: es algo formal. Pero no se preocupe: los novios de seguro estarán más preocupados que usted”, bromeó ella guiñándole un ojo. “¡Oh!” dijo Alain, “no me expresé bien: es mi boda”. “¡Oh, por Dios!”, dijo ella. “¡Felicidades!”. “Gracias”, dijo él, sonriendo aún más. La señorita le caía bien. “¿Y vino solo? Normalmente los novios traen a toda la familia con él”. “Mi mejor amigo debería estar aquí”. “No se preocupe: yo me encargaré de usted. Le garantizo que será el novio más apuesto de la ciudad.” “Jajaja, mientras no sea demasiado caro”. “Le daré cuanta rebaja tengamos”. “Pues suena como un plan”. “¡Perfecto! Iré a buscar el catálogo de trajes de novio”. “Aquí estaré”. 

Estaba convencido de que Gabriela hubiera encontrado a la chica adorable. Pero la novia no se suponía que acompañara al novio a comprarse el traje. ¿Dónde se habría quedado Miguel, por cierto? Estuvo a punto de invitar a Lenore, pero le pareció demasiado sórdido. Así y todo, Lenore era la mejor en cuanto a modas se refería. Estaba convencido de que con ella habría salido de la tienda en solo una hora con el mejor de los trajes del mundo. El mejor de los trajes del mundo para casarse con otra mujer. El colmo de la sordidez. Tanto para Lenore como para Gabriela. No: definitivamente era mejor ni pensar en cosas como esas. ¿Por qué tenía ideas como aquellas?

Lenore se había tomado bastante bien lo de la boda. Le dolía, podía notarlo, pero no había gritado ni llorado. Lenore no gritaba ni lloraba, de todas formas. Él no estaba preparado para aquella boda tampoco. Ni Gabriela. Pero hay un momento en que hay que hacerlo. De todas formas, Gabriela era la mujer para él. Quería tener hijos con ella, estar toda la vida a su lado. La amaba. Casarse sonaba como lo lógico a hacer. Pero entonces: ¿Lenore? ¿No quería estar toda la vida con ella? ¿No quería tener hijos con ella también? ¿Había un momento en que debería despedirse de Lenore y dejar que ella tuviera su boda, sus hijos con otro hombre? Se sentía incapacitado para pensar en eso. Le había funcionado siempre el no pensar, ¿por qué lo hacía ahora? ¿Por qué no dejaba que la vida decidiera por él como debía ser? Era aquella tienda. Aquella tienda que lo obligaba a casarse y a pensar. Se dijo que casarse era solo un trámite, que no tenía por qué ponerse a pensar nada. Que esto era una simple formalidad que no requería un pensamiento mayor.

“Aquí estoy”, dijo la señorita, justo a tiempo para salvarlo de sus pensamientos. “Perfecto”, dijo él, aliviado. “Podemos ver el catálogo juntos o usted solo, si lo prefiere”. “¿Por qué habría de preferir eso? Yo los veo todos iguales”, dijo él sonriendo. “Fantástico”, dijo ella. Se sentaron en un rincón apartado y se pusieron a ver el catálogo. Ella le explicaba la calidad de los trajes y le sugería algunos en relación a los precios y los colores. Iban marcando los favorecidos en un papel. Uno le gustó mucho. Justo cuando pensaba que todos se parecían. “A Lenore le encantaría este”, dijo. “Oh, este es fabuloso. Lenore debe tener muy buen gusto”, dijo ella, cómplice. Oh, no, ¿por qué había dicho eso? “¿Anoto ese también?” dijo ella como una maestra que tienta a un niño con chocolates. “Por supuesto”. “Pues bien, entonces tenemos estos seis. Iré a avisar a los modelos.” “Perfecto”, sonrió él.

Ahora se sentía culpable. Se sentía como un hombre que quiere más a la amante que a la esposa. Qué clásico. De los que se casan con la más tierna y son amantes de la más rebelde. Esto no era para nada así. Para nada. Si Lenore hubiera llegado a su vida antes se habría casado con ella. ¿Eso quería decir que se casaba con Gabriela por orden de llegada? Qué horrible pensamiento. ¿Por qué pensaba? ¿Por qué no se callaba su cabeza? Se compraría el primer traje que le pareciera medianamente bien y se iría de allá. ¿Por qué ninguna de las dos había llegado a su vida cuando se sentía solo y triste? Eso: la culpa era de ellas dos por no haber llegado a tiempo. Por llegar demasiado tarde y casi al mismo tiempo. No muy convencido con este último pensamiento, se decidió a caminar por la tienda para intentar pensar en otra cosa.

Siempre había estado resentido con la vida. Sentía que nunca había sido juzgado en su justa medida, que nunca nadie lo había entendido y que por eso siempre había estado solo. Hasta que llegó Gabriela. Tan dulce, tan linda, tan inteligente. Con sus gritos sin sentido en las mañanas. Con sus “hoy no cociné ni lo haré, yo no soy una esclava”. Con su sexo en lugares públicos. Tan deliciosa Gabriela. Y ya nunca más estuvo solo. Hasta la manera de ver su propia vida le cambió. Ya no era el Alain solitario que siempre había sido. Ahora era el Alain que había sido solitario en el tiempo previo a conocer al amor de su vida. Como en las películas.

“Los modelos están listos”, dijo la muchacha. “Genial”, dijo él. Se fueron a una habitación privada y dos modelos entraron con los trajes puestos. Alain se preguntó si se verían así en él. Luego de que desfilaron todos los trajes, el que le había llamado la atención al inicio seguía siendo su favorito. Se lo dijo a la muchacha. “En realidad, yo también creo que le quedaría fabuloso. ¡Pues a probárselo!”, dijo ella misma.

Al quedarse solo en la habitación y comenzar a probarse el traje ya se sentía mal. Le dolía la cabeza. Se sentía esquivo, ausente, distante. El esfuerzo que hacía por no pensar lo estaba desesperando profundamente. Se probó el traje a la carrera solo para hacer entrar a la señorita lo antes posible y tener algo de compañía. “Oh, por Dios”, dijo la muchacha al entrar. Tenía la boca abierta. “Ese es su traje, no puede casarse con nada más”. La muchacha hablaba sinceramente, no había ninguna estrategia de venta involucrada. Alain se miró bien en el espejo. “Oh, por Dios” fue lo primero que le vino a la cabeza. Se veía espectacular. Mejor que los modelos. Miró a la señorita y sonrió: “Este es el traje”. Ella sonrió como si su hijo se graduase de la universidad.

“¿Te quieres casar conmigo” dijo de pronto una voz masculina. Miguel acababa de entrar a la habitación. “Tú eres el peor amigo que alguien podría desear”, dijo Alain. “Por Dios, qué bien te queda ese traje”, dijo Miguel ignorándolo. “Llamaré al sastre”, dijo la señorita. “O sea: ¿estamos de acuerdo en que ese es el que es?”, dijo ella misma, como recordándose que la opinión que contaba no era la de ella. “Si se casa con algún otro, lo mataré”, dijo Miguel. Alain asintió con la cabeza, ella sonrió y salió.

“¿Todo bien?”, dijo Miguel. “Todo perfecto”, mintió Alain. “Estoy en el trabajo. Tengo que irme en 10 minutos”. “Lo dicho: eres el peor de los amigos”. “Pero te amo”, dijo Miguel y lo besó en la frente. “¿Crees que puedas hacerlo todo tú solo?”. “Sí, creo que ya pasamos lo peor”. “Perfecto”. “Es un traje fabuloso”, dijo Miguel. “Lo es”, dijo Alain. Entonces se hizo un silencio. “¿Hago bien?”, dijo de pronto Alain. “¿De qué hablas?” “Casarme. ¿Hago bien, verdad?” “Por supuesto. Gabriela es la mujer perfecta.” Alain asintió. “¿Qué pasa?”, preguntó Miguel. Alain no dijo nada. “Hey, ¿qué pasa?”, dijo severamente Miguel. “¿Y Lenore?”, dijo Alain. Miguel sabía que diría eso. No había querido ser el que sacara el tema, pero sabía que era de eso de lo que se hablaba.

Se sentó en una silla. “No sé qué decir. Lenore sabe que tú…” Silencio. “Alain, no sé muy bien qué responder. La respuesta es “sí: haces bien””. Obviamente Miguel ya había pensado en aquello también. “El culpable soy yo, ¿no es cierto?” “Oh, no”, dijo Miguel. “No, no”, repitió. “No tengo permitido sentirme mal. En definitiva todo esto es culpa mía y puedo detenerlo cuando sea, ¿no?”, dijo molesto Alain. “Alain, la infidelidad es divertida mientras nadie esté enamorado de nadie. Y tú estás enamorado, no solo de una, sino de las dos. Y ellas dos de ti. Hace rato que esto dejó de ser divertido. Lidia con eso.”

En eso entraron el sastre y la muchacha. Miguel y Alain se miraron. Alain estaba a punto de explotar. Miguel se había alterado también. El sastre tomó las medidas, mientras Miguel y la muchacha lo miraban. De pronto Miguel se paró. “Tengo que irme”, dijo. Se sentía culpable. “Está bien, no te preocupes”, dijo Alain. “Todo estará bien”, dijo Miguel. Alain lo miró fijamente y después de un silencio, asintió con la cabeza. Antes de irse, Miguel le dijo a la muchacha ya con su espíritu habitual: “Por favor, cuide a mi hijo”. “No se preocupe”, dijo ella sonriendo.

Al salir Miguel y luego el sastre, la muchacha le dijo a Alain: “Tenemos dos opciones. Podemos hacerle los arreglos ahora o puede pasar otro día. Mañana mismo, quizás”. Pensar en volver otro día era demasiado para Alain. Prefería terminar con todo aquello ya. “Creo que esperaré”. “Pues muy bien. No será mucho: nuestro sastre es el mejor de la ciudad y estoy convencida de que al traje no hay que hacerle mucho”, dijo mientras salía.

Al quedarse solo no sabía muy bien qué hacer. Ahora sí se sentía mal. Casi enfermo. Ya no servía de nada el intentar no pensar. Lo estaba lacerando demasiado el no hacerlo. Nadie tiene tantos escrúpulos, no los tengas tú. Tú no amas a nadie, a ninguna de las dos. Eres un cobarde. No se puede amar a dos, es solo una excusa que te dices para acostarte con ambas. Si hubiera tres, dirías que amas a tres. Eres un bajo, un sucio. Y lo peor es que no eres ni siquiera valiente para asumirlo con ligereza. Como tu padre. Tienes que tomártelo todo a la tremenda. Si te lo hicieran a ti estarías llorando, pusilánime, así que no te sientas superior por tener dos mujeres. Todo lo que no quería pensar le venía a la cabeza en un orden caótico perfecto.

Después de un tiempo que no tuvo ni idea de cuánto fue, la muchacha entró con una sonrisa, el sastre a su lado y el traje en  la mano. “Todo listo. Le dije que teníamos el mejor sastre”. “No hubo que hacer mucho”, dijo este sonriendo. Cuando salieron se probó el traje. Se miró en el espejo y se vio perfecto. Se dio cuenta que nunca luciría tan bien como en el día de su boda. Como debería ser. Nada podía hacerlo sentir más culpable.

Sacó el celular y marcó el 5. “Hola”, dijo la voz de Lenore por el otro lado. “Tengo el traje perfecto”, dijo él. Lenore no dijo una palabra. Se hizo un silencio sepulcral. “Necesito que me digas que todo está bien”, dijo él. El silencio de Lenore era como un grito. “Por favor”, dijo él casi suplicando. “Todo está bien” dijo ella después de un tiempo. “Solo no pienses en nada y todo estará bien”. Él dijo que sí con la cabeza. “Voy a colgar ahora”, dijo ella. Él volvió a asentir con la cabeza, como si ella pudiera verlo.

Se sentía demolido. Se tomó un tiempo de recuperación y llamó a la muchacha, la cual le dio el visto bueno. Se quitó el traje y se vistió mientras la muchacha se lo llevaba para envolverlo. Cuando estaba afuera esperando por la muchacha se sentía dormido. Como si le hubiesen dado un golpe en la cabeza. A llegar esta y darle el traje, fueron a la caja, él le dio su tarjeta de crédito, ella hizo el cobro y se dio por terminada la operación. “No tengo maneras de agradecerle”, dijo él. “Me acaba de dejar una propina enorme, así que podemos decir que estamos a mano”, dijo ella sonriente. “Además, fue todo un placer”. Entonces lo miró como si fuese su amiga y le dijo sinceramente: “Que sea muy feliz”.  Él le dedicó su sonrisa de siempre, le agradeció con la cabeza y se dio la vuelta.

Un segundo después regresó. “No sé lo que hago”, le dijo. Ella lo miró atónita. “No tengo idea. Pero no se supone que nadie se compadezca de mí, ¿no es cierto? No puedo gritar, no puedo quejarme. No tengo derecho”. Ella lo miró sin mover un músculo de la cara. “¿Esto es la felicidad?”, preguntó. Ella lo miró a los ojos fijamente. Él bajó la cabeza, la volvió a subir, sonrió, dijo “No tengo maneras de agradecerle” de nuevo y volvió a darse la vuelta.

Al salir de la tienda caía la tarde. Todavía claro, pero empezaba a oscurecer. Llevaba el traje en una inmensa caja con un asa. Sacó el celular y marcó el 2. “Hola, amor”, dijo Gabriela por el otro lado. “¿Cómo estás?”, dijo él. “Parezco un cake. Odio todos los trajes”. Él rió genuinamente. “¿Podemos casarnos con unos jeans?”. “Pues no porque ya yo tengo mi traje”. “¿Ya tienes tu traje? Oh, ¡qué envidia! Me demoro 45 minutos para probarme cada uno y al final luzco como un cake”. Él volvió a sonreír. “Te amo”, le dijo. “Yo también”, dijo ella. “Quiero que siempre estés a mi lado”, siguió él. Ella hizo un silencio. “No te preocupes por eso, este cake siempre estará a tu lado” dijo con su voz madura. “Voy a colgar ahora”, dijo él sonriendo. “Adiós, amor”, dijo ella.

Comenzó a caminar. Se sentía raro, diferente. Pero mejor. Más aliviado. Como si la temida sesión de pensamientos ya hubiese pasado. La tarde caía aceleradamente pero todavía era de día. Se detuvo en un semáforo junto a muchas otras personas esperando el cambio de luces para cruzar. Y allí se inmovilizó. Con la inmensa caja del traje en la mano, relajado, con gente por todas partes, y contemplando detalladamente las inmensas luces del semáforo.

4 comentarios:

Grisel dijo...

Ohhhhhhhhhhhhhhhhhh me está gustando estooo!!!! Quiero el 3 por favorrrr el lunes cuadno vuelva quiero el 3, y es una ORDEN jajajajajajajaja Besoteeeessss MUAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAa. Niño me voy de nuevo!!!!

Anónimo dijo...

Y a que se debe este abandono?
Pq tantos dias sin publicar nada?
Muchas visitas al Agro? Perversiones?
No, no, no....vamos a ver si regresamos y nos ponemos para esto que hay una pila de gente queriendo nuevos post.
Besos desde São Paulo!
Sibila

Grisel dijo...

Raulllllllllllllllllllll dónde está la 3ra parte. Por favor tienes mucha gente esperando por tu desenlace por favor no nos desfraudes. Te queremos pero necesitamos leeeeerrrrrr jajajajajaja. Besooooosssss TQM Yo

Anónimo dijo...

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