A todos los que han estado malditos
Prólogo
Yo siempre he sido un hombre de mundo. En mi cabeza he estado muchas veces
en París, algunas en Londres, y no todas las que hubiese querido en Nueva York,
pero las suficientes como para sentirme un local. He conocido las pirámides,
las cataratas del Niágara, el Amazonas y la Ciudad Prohibida. He visto tanto
tribus salvajes como civilizaciones avanzadas y he disfrutado de ambas por
igual. He vivido inviernos enteros en el Ártico y calores espantosos en el
Sahara. He subido a las montañas más altas y he descendido a las cuevas más
profundas…No sé si alguien notó que puse “en mi cabeza” al inicio. En la vida
real, lo más cercano que he estado de París fue cuando tenía 13 años y fui a
Manzanillo. Nunca he ido a ninguna parte. No he pisado nunca un continente o visto
la nieve. No he navegado por los canales de Venecia o visto la Muralla China.
Ni siquiera he estado en algún modesto pueblo de algún país sin muchas riquezas
naturales o arquitectónicas que ofrecer. Pero sé perfectamente de quién es la
culpa: de la maldición.
Quiero aclarar que en este post se tratará solamente sobre el deseo
altruista, honesto y sincero de este bloguero de conocer mundo. El mundo que ha
estudiado desde pequeño, el mundo que le ha contado su hermano, el mundo que ha
visto en miles de películas y leído en numerosos libros. En ningún caso se
trata de un deseo de demeritar a su isla, de rechazar sus tierras o de hablar
mal de su gente. Eso sería desconocer al bloguero. Una vez aclarado este
pequeño, pero vital asunto, demos paso a la descripción de la maldición y de
sus poderosos efectos sobre este redactor.
Capítulo 1
La maldición se instala en la familia de los
Mancebo
La primera evidencia clara de la maldición en mi familia materna (la
paterna es otra historia) data del lejano año 1994 cuando a mi tía (todos los
que me conocen saben de la importancia vital, intrínseca, única, de mi tía en
mi vida) se le concedió una visa para viajar a los Estados Unidos a ver a su
familia, la cual había hecho las maletas muy calmadamente en 1959 para no regresar
jamás. Mi tía, una mujer de gustos simples y concretos, dejándose llevar por la
pasión furiosa de la novela brasileña de la época, decidió esperar que esta
terminara para efectuar el viaje de reencuentro. Imagino que haya pensado que
si la familia había esperado 35 años para verla, podían esperar dos meses más.
Así se venció su pasaporte, y al ir a renovarlo y poner la visa en este, el
mismo americano que le dio la visa la primera vez la consideró no apta para ir
a ninguna parte. Ella intentó explicar que no estaba ahí para solicitar una
visa sino para que le pusieran en el nuevo pasaporte la que ya le habían
concedido meses antes, pero el americano cabrón hizo oídos sordos. Todos
pensamos que era un error que se arreglaría fácilmente. Ya hace 17 años y mi
tía nunca se encontró con su familia.
Quizás un poco traumatizado por este hecho, y sin dudas influenciado por
los miles de libros y películas que veía, un tenebroso sueño se apoderó de mí
por alrededor de 5 o 6 años: un avión que nunca despegaba. Era horrible, a
veces me despertaba en el momento en que me pedían el pasaje; otras lograba
sentarme en el avión, pero me despertaba enseguida, y otras solo me quedaba ahí
sentado y el avión no arrancaba nunca. Un día arrancó, y justo en el momento en
que las ruedas se separaban de la tierra, me desperté, para sentirme más
frustrado que nunca. Créanme cuando les digo que no le deseo ese sueño a nadie:
es la impotencia en su estado más primario, más brutal.
Pero después se me fue quitando. Cuando entré a la universidad a los 19
años ya no tenía esas pesadillas, y si bien quería seguir conquistando el
mundo, sabía que tenía que esperar unos añitos porque mis estudios reclamaban
mi atención. Además, era como una preparación: estudiar para poder viajar luego
de una forma decente y primermundista. Y así la maldición cayó en un letargo
que me hizo llegar a pensar incluso que su existencia había sido un producto de
mi imaginación. Hasta que regresó por sus fueros.
Capítulo 2
La maldición ataca
Durante mis años de universidad (y antes también) vi coger el avión a casi
todo el mundo. De hecho, hubo una época en que pensé que todo el mundo se
estaba yendo. Desde los más cultos hasta los más vulgares, desde los que
querían ir a París para ver la Mona Lisa hasta los que querían ir para meterse
en la discoteca gay más cercana. De todo. Amigos íntimos, enemigos horrorosos,
compañeros de aula, vecinos. Pero a mí no me afectaba mucho. Es decir, a veces
sí me decía: “¿Qué hace Fulano en tal parte? Con lo bruto que es”. No soy una
persona perfecta, a veces soy despreciativo y discriminatorio y no pido
disculpas. Pero tampoco era nada del otro mundo, yo me divertía hasta que algún
día llegara “mi momento”.
Y me gradué. Al principio no me di cuenta cuál era la intranquilidad que me
afectaba, el por qué me sentía un tanto descontrolado. Había olvidado mi deseo
de conquistar el mundo y ahora tenía la necesidad de retomarlo. A inicios del
2010, al redescubrir mi pasión de antaño, me propuse, en esos planes que uno se
hace el 1ro de enero, el salir al mundo exterior en ese año.
Y, persona afortunada que soy, 20 días después me encontré un plegable
abandonado en mi facultad hablando de un curso en la lejana, hermosa y rica
Suiza. Después de algunos correos hacia allá y algunas palabras por acá, logré
que las prestigiosas universidades de Lausana y la Habana hicieran un acuerdo
para enviar a un suizo hacia acá y un cubano (¿quién mejor que yo?) hacia allá.
Todo el mundo feliz. Y el proyecto iba viento en popa: permisos de salida,
extensión del período de estancia, aumento del nivel del curso, felicidad en
general. Todo el mundo me felicitaba, me decían: “Tu momento, chamaco” y yo me
deleitaba pensando en cómo Suiza era el país perfecto para iniciar mi periplo
por el mundo…Pero la maldición estaba detrás de mí, acechando.
Mi primera visita a la embajada no fue muy exitosa. Me faltaba un papel que
podía demorar un poco y quizás no llegara a tiempo para empezar el curso. Entré
en pánico. El negro de la embajada suiza (lo siento muchísimo, cada vez que
hago este cuento oralmente digo “el negro”, sería muy hipócrita de mi parte
llamarlo ahora “el muchacho”, “el señor” o “el empleado”; espero que no lo vean
como lo que no es: si fuese rubio, dijera “el rubio” con exactamente el mismo
desprecio) no paraba de maltratarme y de ser irónico conmigo (a mí me encanta
cuando alguien es irónico conmigo), pero no me lo tomé a título personal:
seguro era así con todo el mundo. En realidad no era así con todo el mundo
porque trataba de lo más bien a los suizos y a los negros que ya habían
viajado, tuve la oportunidad de verlo sonreír con ellos. Todos conocemos a los
cubanos que trabajan en las embajadas (aunque hay algunos que no son así, que
conste).
Pero conseguí mi papel. Llegó a tiempo y en forma, y el negro aceptó mis
planillas, puso cuños, cobró los 75 dólares (no tenía cambio, pero el bloguero
corrió hacia la tienda más cercana) y me dijo que fuera al día siguiente a
conocer el resultado. Y yo me relajé. Me vi en Suiza. Me dije: “vaya, qué susto
con ese papel, pero al final, como dice mi vecina de abajo, yo soy un tipo con
suerte”.
Día del resultado. Yo estaba sentado frente a la ventanilla de admisiones
junto a tres jineteras (ellas mismas me dijeron que eran jineteras, yo incapaz
de juzgar a nadie) a las que llamaremos Yumicusisleidys, Analeidys y
Misisleidys porque son más fáciles que sus nombres reales, los cuales no puedo
recordar. Las Leidys estaban histéricas: no era la primera vez que estaban ahí,
sus “novios” las habían invitado una y otra vez, pero nada. Yo estaba calmado,
por bien que me cayeran las Leidys sabía que pertenecíamos a clases diferentes
y los siempre inteligentes suizos lo notarían. No es lo mismo un muchacho
decente de su casa que va a estudiar a la Universidad de Lausana que estas simpáticas,
pero no educadas, muchachitas.
Yumicusisleidys fue llamada de primera a la ventanilla. Se paró, nerviosa,
se arregló la blusa y todos pudimos contemplar su espalda al conocer el
resultado. ¡Yumicusisleidys se va a Suiza! Bravo por Yumi. Y bravo por su yuma.
Me cayó bien. Analeidys fue de segunda. No son buenas noticias para Anita, la
pobre. Baja la cabeza, se pasa una mano por la frente y se puede notar que la
mano le tiembla un poco. Firma algo y se va a otro asiento a leer un papel que
le dieron. Me inspiró mucha lástima. Me dije: “coño, ¿por qué la gente no
estudia para poder ser algo en la vida y no pasar por estos momentos? Menos mal
que yo voy a una universidad y no a ver a un novio.”
Y de pronto: Sr. Reyes Mancebo. Yo levanté la mano como si fuese el pase de
lista. “¡Yo!” Me paré y corrí hacia la ventanilla. Me di cuenta en ese momento
que sí estaba nervioso, pero bueno, es como cuando van a dar el Oscar, todos
están nerviosos, los que ganan y los que no. El suizo saca unos papeles, veo mi
foto por algún lado, sostengo la respiración y oigo su voz con mal acento
español: “Su visado ha sido denegado”.
Nadie te prepara para esto. No te lo enseñan cuando eres niño ni te dicen
que tengas cuidado con eso. Lo primero que pensé fue que después de un segundo
me diría: “¡Inocente!” y nos echaríamos a reír los dos. No lo hizo. Entonces
pensé que no era una broma, pero que sí era un error: seguro estaba viendo el
pasaporte de otra persona. Pero no, era mi pasaporte. Entonces oí un ruido
enorme detrás de mí. Pensé en virarme, pero sabía lo que era: el ruido que
hacen tus planes, tus proyectos y tus sueños cuando se estrellan contra el
piso. Firmé el papel donde demostraba mi “acuerdo” con la decisión y me dieron
otro donde supuestamente estaba establecida la causa de mi rechazo.
Me senté con algo de curiosidad por ver qué podía decir, y justo allí, el
acápite 9 (el único que estaba señalado) decía algo como que “no se puede
demostrar que vaya a regresar una vez concluido su visado”. He de confesar que
la primera vez que lo leí no lo entendí. Quizás era el momento y la confusión.
Entonces decidí recurrir al negro, quien estaba en la otra ventanilla,
contemplando muy tranquilo mi caída y la de Analeidys.
Ese horrible hombrecito ni siquiera se inmutó cuando le hablé. Se quedó
mirándome fríamente cuando le pedí que me explicara qué significaba el acápite
9. Después de un silencio claramente antinatural en el que aprovechó para
mirarme con desprecio, me dijo dos palabras que me empezarían a perseguir a
partir de ese momento: “posible emigrante”.
Y lo entendí inmediatamente. No puedo culparlos: 28 años, soltero, con
educación; es lógico que me voy a comer al primer mundo cuando llegue. Quise
decirle que yo lo que quería era ver el mundo que había estudiado desde chiquito,
que el quedarme, la pacotilla, esas cosas, no eran el propósito de mi vida,
pero de nada hubiese servido. Entonces, al haberlo perdido todo, recuperé mi
personalidad, la cual nunca debí haber abandonado en mis trámites en esa
oficina. Miré al negro a los ojos con exactamente el mismo desprecio con que él
me miraba a mí. Yo soy una de las 50 personas más expresivas que hay en el
mundo, así que el negro se dio cuenta perfectamente que lo estaba retando a que
me siguiera mirando así. Y bajó la mirada. Púdrete, negro.
Misisleidys corrió la misma suerte que Analeidys y yo. Al despedirme de
ella, quien comenzaba a leer su papel donde probablemente estuviera marcado el
acápite 9, tomé consciencia, por primera vez, que no iría a Suiza. Y sentí que
se me agolpaba la emoción en la garganta. Me paré frente a la puerta a esperar
que el negro, desde su ventanilla, acabara de apretar el botón que la abría. No
lo hizo. Yo sentía que estaba a punto de echarme a llorar y no quería hacerlo
en la embajada: quería llorar en territorio nacional. Seguía sin abrir, hasta
que, bastante descompuesto, grité: “¡Abran la puerta, por favor!” No hubo una
persona que no me mirara. Bajé la cabeza, algo arrepentido y triste. Un segundo
después se abrió la puerta, corrí hacia la cerca, el guardia me abrió
rápidamente y salí.
No lloré, pero me dio muchas ganas. Me sentía humillado, no me sentía con
la capacidad de decirles a mis estudiantes que estudiaran, que eso los iba a
llevar lejos en la vida. En mi caso se demostraba que eso no le importaba a
nadie. Y entonces entendí más a aquellos que se quedan, a aquellos que hacían
lo que fuera por irse, a los descontrolados. Pero yo no soy la persona que soy
por gusto: al llegar a la esquina ya me había dicho a mí mismo que volvería por
mis fueros y que recobraría la senda victoriosa que siempre me había
caracterizado.
Seis meses después regresaba a otra embajada: Canadá. Mi proyecto era ahora
mucho más modesto y mis posibilidades no eran tan buenas. Pero lo intenté, y me
siento orgulloso de mí mismo por haberlo hecho. Nadie me trató mal ahí; al
contrario, todo el mundo era muy amable. Pero el resultado fue el mismo. Y la
explicación la misma. Cuando salí de la embajada me sentía mal, pero no era
igual: me había acostumbrado. Estaba derrotado y ya lo sabía desde antes. Al
llegar a la esquina me dije que volvería. Ya no sería ese año, el año que me
había prometido a mí mismo viajar, pero volvería. Yo soy Raúl Reyes Mancebo y
no me rindo nunca, porque si no, ¿qué sentido tiene seguir jugando?
Pero me traumaticé. Soy muy sincero en estos momentos, si alguien ha
llegado a leer hasta aquí se merece mi sinceridad absoluta: me traumaticé y
traumaticé a todos los que me quieren, porque se dieron cuenta al igual que yo
de lo difícil que sería a partir de ahora cargar con todas esas visas negadas y
todos los sueños de aviones que no despegaban. Mi pobre hermana me ayudó mucho
pero hubo un día en que me miró y me dijo que por qué no me concentraba en la
vida que tenía aquí. Mi hermana sabía que estaba maldito y que era mejor
claudicar.
Yo le dije que no, que intentaría con países más modestos: Guatemala,
Curaçao, Benin. Algo que no representara un reto. Pensé en irme a Ecuador, que
no necesita visa. Y después me llamé a capítulo: “¿Qué vas a hacer tú en
Ecuador?”. Para colmo, el mundo no ayudaba: Facebook llena de amigos que se
iban todos los días, mi propio padre se fue para Suiza el mismo día que me
negaron la visa y visitó siete países, otros que odio y desprecio cogían
aviones mientras yo cogía guaguas. Y entonces el deseo de conocer mundo se
hizo, por primera vez para mí, cuestionable. La maldición había hecho bien su
trabajo.
Capítulo 3
Los últimos días de la maldición
Y llegó el 2011. Este año me propuse pasármelo bien, pasara lo que pasara.
Yo no tengo una mala vida (para nada) así que me puse varios planes en la
mente. Volver al teatro (no lo he hecho), mejorar la calidad de mis clases
(para nada malas), entretenerme y tirarme fotos con las Kakis en todas partes.
Y hacer un blog. En realidad, eso no me lo propuse, solo empecé a hacerlo y
resulta que es una de las mejores cosas que me han pasado en mi vida.
Y justo el día en que estrené mi blog, cuando recibía un torrente de
felicitaciones que me hicieron una persona plena y feliz, recibí un correo que
me sorprendió. El bloguero, junto a otra muchacha, era escogido para
representar a Cuba en un importante evento de la francofonía, para el cual solo
habían escogido a 48 jóvenes de toda América y en el cual (eso es lo mejor de
todo) me había anotado por un error un mes atrás. Me emocioné. Y mi tía se
emocionó. Pero ambos nos miramos enseguida y nos acordamos de la maldición de
la familia, así que fuimos muy prudentes en nuestros festejos. Tengo que ser
honesto: si bien estaba inmensamente halagado por haber sido seleccionado, lo
veía como otra oportunidad de perder 75 CUC y de ser humillado nuevamente. Pero
tenía que intentarlo, si no no hubiese sido yo. Así que pagué mi dinero, llené
mis planillas y solicité mi visa.
El día que la maldición empieza a desmoronarse comienza como un día normal.
Te levantas, algo más temprano que de costumbre, te vas a por un jugo de tres
pesos, te pones a hablar con Olivia por teléfono de becas y cosas, y de pronto
recibes una llamada precipitada de la embajada pidiéndote que vayas y sales
corriendo. En el taxi te dices que te tienes que controlar, que pase lo que
pase seguirás siendo tú y que nada podrá humillarte, y que si es un no lo
volverás a intentar de nuevo, hasta que mueras en el intento o triunfas. Pero
había algo en el aire que era diferente. Lo juro: el aire era diferente. Entro
a la embajada, paso el detector de metales, corro dentro, me llaman y me dan un
sobre.
El hombre que sale de esa embajada es un hombre diferente. Sale con la
sensación del deber cumplido, con la sensación de que finalmente puede sentirse
satisfecho. Me doy golpes en el pecho y me digo a mí mismo bajito: “tú eres lo
más grande, pinga”. Los demás ríen cuando paso. Me dicen: “vaya, caballo,
disfruta”. Y yo les doy las gracias, aunque no los conozca. Espero que ellos
también salgan bien. Y espero que las Leidys que no viajaron lo hagan algún
día. Luego, en el taxi de retorno, le mando mensajes a mis amigos queridos, a
los pocos que lo saben, porque hasta hoy he intentado no contárselo a nadie. Con
la maldición hay que tener mucho cuidado.
Ya hace algunas semanas de eso y aunque otros papeles me hicieron sufrir un
poco, los tengo hoy todos en la mano. Hay una visa con mi nombre y un permiso
de salida también. Tengo un pasaje en la mano y estoy esperando que mis amigos
me vengan a recoger para ir todos al aeropuerto. Todavía no he hecho la maleta
pero quiero escribir esto antes de irme; la emoción no sería la misma después.
Sé que el buen karma de mi blog es uno de los causantes de que la maldición de
mi familia materna esté a solo horas de desmoronarse y quiero compartirlo con
ustedes. No voy a revisarlo, solo me he puesto a escribir y lo voy a dejar así.
Los que quieran criticar mi redacción que se den gusto. Para eso hice este
blog, después de todo.
Escribo esto, además de para explicar mi temporal cambio de dirección a
aquellos a quien pueda sorprender la noticia, para demostrarles a todos los que
hemos sufrido una maldición, ya sea igual a la mía o de lo que sea, que si bien
es cierto que las maldiciones sí existen, también lo es que un día se acaban.
Logramos hacer bien lo que antes nos salía mal, logramos cambiar lo que siempre
pensábamos que no podríamos, logramos finalmente salir a conocer el mundo.
Lamento no habérselo dicho a casi nadie, incluso el resto de mi familia se enteró
hace solo cuatro días, pero sé que sabrán perdonarme. Las maldiciones son
fuertes, y hay veces que hay que actuar ocultos para derrotarlas.
Epílogo
Estoy escribiendo desde hace dos horas y ya son las cinco de la mañana.
Tengo que hacer la maleta. Dentro de cuatro horas vendrán mis amigos y el taxi
a recogerme. No escribiré una letra de este post en territorio extranjero. Pero
como la maldición es complicada, hasta que mi amigo Ray no reciba un SMS
diciéndole que ya puse un pie en alguna parte, él no lo publicará. Así que si
usted está leyendo esto, eso quiere decir que los aviones despegaron, que la
maldición se rompió finalmente, y que el bloguero es ahora, oficialmente, un
hombre de mundo.
Fin
18 comentarios:
Bueno Raul hasta me emocioné con ese eplílogo. No quiero pensar que estoy maldito...
Muchas felicidades!!! Ya era hora, te lo mereces,,, estoy muy feliz por ti
SIIII WAhOOOOo!!!!!!!!! RAulii!!! en serio, cada vez me conmueves más!!! Quiero ser como tú cuando sea grande!!!! que el unicornio con cabellos color de arcoiris siempre te acompañe!!!! te QUIERO UN MONTON!!!
Felicidades!!!!!!!!!!!!!Me encanto y me alegro muchisimo que hayas podido cumplir tu sueno. No eres al unico Cubano que le ha pasado esto...Muchos besos y exitos en tu recorrido por el mundo!!!!!
Wowww buenisimo, espero que nos escribas desde donde estes. Aunque te conosco hace muy poquito de corazon estoy muy contenta por ti, porque tu mas que nadie te lo mereces. Disfrutalo como solo tu puedes hacerlo ;-)
MUCHAS FELICIDADES !!!!!, estoy muy feliz por ti !!!!!
no habian pasado ni 30 minutos luego de que recibi el link y ya me habia leido todos tus post...simplemente Me Encanta, y me sorprendes, la vena de escritos me era desconocida. Sobre todo me gusta el toque personal e informal, es como si estuviera hablando contigo en el portal de la Flex. Ya estoy esperando noticias primermundistas...y felicidades Gaga!!! al fin!! disfrutalo y tomate una cervecita por nos, los de 27 y N. besotes, Yadira
Me encantó, y me emocioné muchisimo. Buena suerte caballero andante. Se que lo sabrás aprovechar, y la maldición pa la p.... pa allá. Que ya tenemos bastante con nuestro fantasmas diarios.
Big kiss and good luck!!!!
Speechless
Oye, no he tenido tiempo de leerlo, pero lo copie para leerlo mas tarde. Como ya te he oido hablar de la maldicion, se que debe estar super volao, jajajaja. Felicidades por la rotura (de la maldicion)
Querido Rey:
Enhorabuena!
Ahora que la maldición te dió una tregua, espero que la oportunidad te sirva para abrir bien los ojos y calibrar la brújula.
De tí sólo espero una mirada inteligente y equilibrada del "más allá" para seguirte viendo aquí.
Mucha suerte!
Un beso,
O.
Jajajajjajaja! Me he reído mucho con esto y no te imaginas cúan familiar me suena!!! Si yo te contara de mis entuertos en esta materia... Es más, mi maldición aún no termina y, lamentablemente, soy mayor que tú. Pero en fin, me digo lo que tu hermana en algún momento te dijo: Tengo que concentrarme en mi vida aquí... Quizás un día,un hecho azaroso me sorprenda. Besos. Yari
me encantó! viví cada pedacito de tu angustia en letras contigo!
qué felicidad que hayas visto el mundo! ahora solo falta que lo compartas con nosotros...
y a dónde fuiste? digo, si se puede saber...
ah! 3 instantes inolvidables...
"Yo levanté la mano como si fuese el pase de lista. ¡Yo!"
"Seguía sin abrir, hasta que, bastante descompuesto, grité: “¡Abran la puerta!” "
"Me emocioné. Y mi tía se emocionó. Pero ambos nos miramos enseguida y nos acordamos de la maldición de la familia, así que fuimos muy prudentes en nuestros festejos"
hilarante! más cubanía no podía haber, jejejeje!
¡Qué tema éste, Raulito, qué tema! Lograste trasmitirme tu ansiedad aun sabiendo anticipadamente el final (feliz).
No me mencionas a mí, que tan útiles consejos te di, en la esquina de 23 y H ¿o se te olvidé que te di la fórmula? ¡Tienes que pasarte dos pollos! jajajaja
No sé si te los pasaste, pero bueno, el consejo era cardinal en esta era brujerística...
Pues tuve la ficha de encontrarme con uno de los seres humanos más bellos que he conocido interiormente y exteriormente una hermosa noche en Montreal . Nos reencontramos cuando regresaste y me diste el honor de darme una maravillosa amistad hasta el momento que emprendiste vuelo de nuevo . Se feliz siempre
Pues tuve la ficha de encontrarme con uno de los seres humanos más bellos que he conocido interiormente y exteriormente una hermosa noche en Montreal . Nos reencontramos cuando regresaste y me diste el honor de darme una maravillosa amistad hasta el momento que emprendiste vuelo de nuevo . Se feliz siempre
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