Ser promiscuo es un arte. No hay nada fácil ni simple en acostarse
con mucha gente. Un paso en falso y todo puede explotar en tu cara. Por eso hay
leyes que todos sus practicantes sabemos que hay que cumplir si no queremos
salir dañados. Leyes que por desconocer en un inicio nos afectaron muchísimo
pero que con el tiempo aprendimos a manejar para poder disfrutar de la
promiscuidad. Leyes que nos han salvado la vida en más de una ocasión. Hoy solo
hablaré de una, quizás la más importante de todas para mí: no interesarse
seriamente por ningún otro promiscuo jamás.
Todo comenzó el sábado en la tarde. Por causa de unos amigos
cubanos que andaban por Montreal estuve dos días sin tener sexo. Ni siquiera
masturbarme pude. Así que el sábado al mediodía cuando finalmente los despedí
en la estación, supe perfectamente qué era lo primero que tenía que hacer.
Aunque tenía una cita en René-Lévesque en la noche con un interesantísimo
hombre de rasgos mediterráneos, faltaba demasiado tiempo para eso todavía, así
que al llegar a casa activé mi sistema de búsqueda rápida de hombres online y a
los dos minutos ya tenía unos 10 candidatos decentes (o indecentes, como usted
prefiera). Escogí a uno que no había visto nunca y que vivía cruzando el
parque. Le mandé un guiño y le enseñé mis fotos privadas, él me dio las gracias
y mandó las suyas, le di mi dirección y me dijo que estaba aquí en 15 minutos.
El ciclo perfecto.
Mientras lo esperaba casi me duermo. Tenía sueño por haberme
despertado bien temprano. Pero mi cachondeo era más fuerte. Como era sábado mis
compañeros de piso estaban todos en la cocina, de ahí que vigilara atentamente
el no quedarme dormido y que ellos tuvieran que abrirle la puerta a un amante
que yo ni siquiera conocía. Así que cuando finalmente tocó el timbre, me quité
la pereza y corrí a abrirle. Me gustó desde el inicio. Tan lindo como en las
fotos. Bien por mí y mi ley de atracción. Mientras se quitaba las botas en la
puerta hablamos en francés sobre tonterías que se dicen dos que van a tener
sexo y que no tienen ningún interés en conocerse más. El clima, el barrio, el
nombre que se olvidará en dos minutos…Pero cuando le dije mi nombre me dijo en
perfecto español: “¿Hablás español?” (“hablás”, no “hablas”). Le dije que “sí,
claro” y sonreí. “Yo también: soy argentino”.
Oh, por Dios: ¡un argentino! Yo adoro a los argentinos (y nada que
pueda decir nadie nunca, ni siquiera ellos mismos, me hará olvidar mi obsesión
por los albicelestes así que ni siquiera lo intenten). Y jamás he estado con
uno. Jamás, jamás. Hace dos semanas - con un neozelandés - cumplí mi misión de
estar con personas de todos los continentes, así que tampoco es una lista de
países pequeña (ja: para nada). Sin embargo, con los argentinos, que tanto me
han atraído desde pequeño, ni un beso. Bueno, pues oficialmente estaba más
interesado que de costumbre en este sexo casual de sábado por la tarde. “Yo
cubano”, dije. “Soy Luis”, dijo él para completar el círculo de nombres y
nacionalidades, que de pronto se había vuelto más que interesante.
La siguiente hora y media fue fascinante. No se dijo una palabra
más luego de las introducciones. Nada. Nunca más oí su voz ni su acento del
sur. Fue todo sexo. Desde que entramos por la puerta de mi cuarto. Con miradas
directas a los ojos, manos agarradas, pasión déspota mezclada con narices
tiernas que rozan los cuellos, pies que se entrecruzan y mordidas en la
espalda. Sexo de altos quilates, no siempre común en sábados casuales en la tarde.
Más de una vez pero sin pausas en el medio. No recuerdo un momento, ni aún en
los que nuestras caras estaban bastante lejos, en que no lo besara o al menos
lo intentara por complejo que pareciera. Desde que lo besé por primera vez
conectamos perfectamente; una hora y media después su boca era mi hogar de toda
la vida.
Cuando finalmente le dimos un cierre a aquello, producto más bien
del cansancio físico que por genuinos deseos de terminar, ya yo estaba
enamorisqueado. Quería ponerme un apellido italiano, escoger entre el River y
el Boca y gritarle a la Thatcher que las Malvinas eran nuestras. Yo, nunca lo
duden, soy un romántico perdido. Y de los que se enamora teniendo sexo como
debe ser. “¡Qué bueno!” dijo él por algún lado de la cama para juzgar con una
frase nuestra pasada hora y media y recordarme de paso lo mágico que es para mí
el español del sur del continente. Yo, sudando y jadeando como si hubiese
terminado una maratón, asentí con la cabeza.
Me acomodé correctamente en la cama, estiré las sábanas a mi lado
y di dos palmadas en el colchón para indicarle que se acostara a mi lado. El
anfitrión es quien debe definir esas cosas. Y ese argentino no se iba a ninguna
parte por ahora. Seguimos besuqueándonos. Buenísima señal. Entonces hablamos.
De los quebecos, de Fito, de su pueblo natal que yo no conocía ni de
referencia, del Papa, de Messi, de su trabajo, de nuestro sexo. Ni física ni
ególatramente se parecía al argentino que yo tengo en mi cabeza (y que tanto me
gusta) pero esta “variante de argentino” me tenía rendido a sus pies con sus
ojos azules, su masculinidad y su cara de muchacho grande y buena gente. Mayor
que yo, aunque no tanto. Nada de niños en las Grandes Ligas. Seguimos dándonos
besos, toquetéandonos y hablando sobre Argentina por un buen rato hasta que su
cordura le recordó que se tenía que ir.
Mientras se vestía y yo le ponía una canción de Fito que él nunca
había escuchado, le pregunté: “Bueno, nos veremos de nuevo, ¿no?”. Nunca hago
esa pregunta. Jamás. No por orgullo, sino porque no es necesaria. Si el sexo
fue bueno, siempre el hombre va a regresar. Y aquí no había ninguna necesidad
de aclarar eso. Sin embargo pregunté. Supongo que me sentía bien y se me salían
las cosas de cuando jugaba en las Ligas Menores. “Claro. Te daré mi teléfono”
dijo, antes de agregar un segundo después, como si hubiese estado esperando
desde hacía rato para decirlo: “A ver, yo tengo novio.” Ahí me sentí como Norma
Aleandro cuando Héctor Alterio le metió los dedos entre la hendija de la puerta
y la cerró. Pero no dejé traslucir nada. “Claro que tienes novio”, le dije
mientras lo besaba. “Aunque él no vive aquí”, aclaró. Bien. “De hecho hace un
mes que no tenía sexo”. Yo dos días y me quería morir, no tengo ni idea de qué
se puede sentir en un mes. Lo besé de nuevo y sonreí comprensivo como diciendo
“no hay problema, regresa cuando quieras y como quieras. Solo regresa”. El
sonrió también, como diciendo “por supuesto que regresaré”.
Cuando se fue me sentí algo melancólico. Siempre me pasa cuando me
la paso bien. Son las consecuencias de ser feliz por un rato. Entonces tus
ganas de dormir y tus pensamientos de dos horas atrás te parecen tan lejanos,
tan ajenos. Siempre me pasa. Me acosté de nuevo en mi cama, que olía a nosotros
dos, mientras el cielo se ponía cada vez más amarillo. Ah, lástima que tuviera
novio. No es que fuera a casarme con él, pero me gustaba la opción de que
cruzara el parque de vez en cuando y ver sus ojos azules…Pero bueno, ya
volverá. ¿Cuándo los novios han querido decir algo, después de todo? Solo que
me hubiese gustado que se hubiera quedado hasta que la tarde cayera
completamente…o quizás un poco más. Ah, soy un romántico perdido.
Después de un vino de calidad, uno no va a emborracharse con
alcohol barato. Después de un buen hombre, uno cierra las operaciones por el
día. Así que cancelé mi prometedora cita en René-Lévesque. No me iba a sentir
bien, de todas formas. La melancolía hay que disfrutarla. En su lugar me
dispuse a ir a una fiesta de cubanos a la que también estaba invitado ese
sábado. Todo muy sano. En el metro rumbo a la fiesta, ya de noche, conservaba
todavía mi espíritu postcoital y mi nostalgia de tardes románticas y
apasionadas al otro lado del continente.
Entonces sucedió. En el mismo metro. No recuerdo cuál fue la
causa, pero pasó en un segundo. Incluso menos. Creo que fue un cartel en una de
las estaciones que me recordó a Andrés. Sí, eso fue. Y recordé que Andrés me
había dicho que no le dijera algo a Benoît. E intenté acordarme qué era lo que
no se le podía decir a Benoît. Luego pensé en lo insoportable que es Benoît
pero que no es mal tipo. Y entonces me golpeó. Como un ladrillo. El ex novio
argentino llamado Luis de Benoît.
Le pedí a mi mente que me traicionara. Esos segundos que dedica
uno, justo antes de declararse vencido de nuevo por la vida, a pedirle a su
propia mente que se equivoque. No es Luis: es Gabriel, es Lorenzo, es Claudio.
No es argentino: es chileno, es uruguayo, es paraguayo. El ex de Benoît no es un
argentino llamado Luis. No lo es… Pero el mal estaba hecho. Nunca puedo
engañarme por más de tres segundos. Ojalá pudiera, fuese más feliz. Además yo
conocía muy bien la historia del ex de Benoît como para olvidarla una vez
recordada. Bastante me había demorado en acordarme, de hecho. Incluso siempre
había pensado que lo conocería en algún momento debido a lo mucho que se
hablaba de él. Y sin embargo, cuando pasó, no me di cuenta a tiempo.
Antes de ir más lejos con mis pensamientos decidí que tenía que estar
seguro primero de que era él. Nada de desesperarse por cosas que no están
confirmadas. Pero ¿cómo? A pensar. Ya que no podemos engañar a la mente, pues a
sacarle provecho. ¡Piensa, piensa, piensa! Andrés no conoce al ex de Benoît,
solo ha oído los cuentos como yo, no puedo preguntarle a él. Llamar al mismo
Benoît es demasiado. Nunca lo llamo. Y si lo hago y a los dos minutos le
pregunto si su terrible ex tiene los ojos azules, vive cruzando mi parque, sus
besos se sienten como mi hogar y sonríe aliviado entre gemidos y sudor cuando
su amante tiene un orgasmo se daría cuenta enseguida. ¿Qué hacer? ¡Piensa!
Facebook. Por supuesto que Facebook. Siempre ha sido mi mejor
aliado cuando quiero saber quién conoce a quién, quién detesta a quién y a
quién le gusta quién. Pero ¿cómo llegar hasta Luis? Confiar en que sea “amigo”
de Benoît. Yo nunca tendría a mis ex en Facebook pero nunca se sabe con estos
quebecos y su modernidad. Ahora, ¿cómo reviso Facebook en el metro? Supongo que
debería ir a la fiesta y al regresar a casa investigar con calma, pero eso es
pedirle demasiado a un escorpión impulsivo y que vive al día. Tiene que ser
ahora o mi noche de sábado está perdida. Desinstalé Facebook de mi móvil hace
unos días para actualizar Angry Birds así que tengo que instalarlo de nuevo.
¿En qué estación me bajo? ¿En la próxima o mi impaciencia me dejará esperar al
menos hasta Berri-Uqam, que es mi destino? ¡Piensa con claridad y no te
aturdas! ¡Nada de desesperarse por cosas que no están confirmadas!
Sorpresivamente logré esperar hasta la inmensa Berri-Uqam. Al
subir busqué un lugar con señal y me senté en un quicio con cientos de personas
(Berri es la estación principal de Montreal y era sábado en la noche) caminando
de un lado a otro. Respiré hondo, ya que sé muy bien que si uno está alterado
la tecnología no funciona y en este caso no podía darme ese lujo. Así, pasé por
el proceso de descargar Facebook, entrar a mi cuenta y toda esa parafernalia
que cuando uno está apurado es insoportable, y aún más en un teléfono, con la
mayor sangre fría posible. Para ese entonces mi hermosa y romántica tarde de
tangos y besos no era más que un recuerdo. Ni siquiera sabía qué era lo que me
molestaba tanto (incluso podría decir que me “dolía”) pero como me había
prohibido hablar conmigo mismo del asunto hasta no confirmarlo aquel vacío en
el estómago tendría que esperar todavía un rato más antes de que sus causas
fueran analizadas. Cuando finalmente todo estuvo listo respiré, busqué a Benoît
entre mis amigos, busqué a su vez la sección de sus amigos, escribí la L, la U,
la I…
Por supuesto que era él. Ni siquiera tuve que poner la S y ya su
foto, la misma que tenía en el otro sitio, había aparecido. Para que ni
siquiera se me ocurriera inventar la excusa en mi cabeza de que, además de su
ex, Benoît tenía otro amigo argentino llamado Luis, la mitad de sus fotos eran
con él. Ahí estaban: en viajes a no sé dónde, en comidas con no sé quién, con
las caras bien pegadas y mirando a la cámara que uno de los dos sostenía. Tres
amigos en común conmigo: Benoît y otros dos que me metí y que me dio por pensar
que él también…Se acabó. Cerré el Facebook, desconecté la Internet, fingí
conmigo mismo que nada pasaba, me levanté y salí de la estación.
Afuera el frío casi me lleva. Al frío hay que salirle con
entereza, si no se te mete en el alma. No supe para dónde coger en un primer
momento así que crucé semáforos solo porque estaban en verde, salté charcos de
hielo solo porque estaban frente a mí y caminé por unas dos cuadras solo porque
tenía dos piernas para hacerlo, todo esto fingiendo conmigo mismo que
encontraría la fiesta de alguna forma mágica. A medida que la falta de
propósito se intensificaba me hacía más y más vulnerable y el frío aprovechaba
para hacer más daño. Entonces me llamé a capítulo, me dije que tenía que
aceptar que algo me pasaba, detuve mi marcha sin rumbo fijo, contemplé por diez
segundos el piso, respiré hondo y asumí que era el momento de hablar con la
única persona que me ayuda siempre cuando no sé muy bien qué me molesta (o lo
sé pero no quiero aceptarlo). Regresé sobre mis pasos, entré a Berri-Uqam,
caminé hacia donde mismo había estado sentado cinco minutos atrás y me volví a
sentar. La dilatada conversación conmigo mismo había llegado.
Primero: ¿Qué me molestaba en realidad? Que fuera el ex novio de
Benoît me tenía sin cuidado, eso es seguro. Ni yo soy tan amigo de este ni a él
creo que le importe mucho a estas alturas de la vida. Además él se pasa la vida
diciendo que yo soy lo peor por acostarme con mucha gente (algo que él hace
también), así que al final al estar con su ex no hago más que probar su teoría
y vengarme de paso. Sea como sea, no me interesa. Lo que sí me molestó (me
dolió) fueron todos los cuentos que oí de Luis aún sin conocerlo. Todos los
engaños, las escapadas al sauna para acostarse con todo el mundo, las
drogas…Nada de esto se ajustaba para nada con la imagen del muchacho que recibí
en mi casa hoy. Quizás fue por eso que cuando lo conocí no lo relacioné con el
ex de Benoît. Siempre había pensado que sería diferente. Por supuesto, uno
nunca debe hacerle caso a la descripción de un hombre contada por su ex, pero
así y todo estoy convencido de que todo es real. De todas formas, que sea
verdad o mentira no es el problema: el problema soy yo.
Yo soy un hipócrita. Me acuesto con todo lo que me gusta, sin
límites de ningún tipo, y sigo considerándome a mí mismo como alguien sensible,
espiritual y no corrompido por los excesos del sexo, los cuales considero al
final como un deporte. Sin embargo, solo tengo que escuchar que alguien más se
acuesta con mucha gente y lo considero inmediatamente como una puta que ha
perdido toda sensibilidad. Voy al sauna cada vez que me da la gana, me he
emborrachado, drogado y acostado con todos y sigo creyendo que soy bueno (lo
soy), pero me dicen que alguien más lo hace y pienso en él como un monstruo. Un
verdadero hipócrita. Me parezco a muchos cristianos que adecúan secretamente su
religión en su cabeza para poder serle infiel a sus esposos sin cargos de
consciencia pero siguen criticando a los homosexuales porque “La Biblia está en
contra”. Me doy asco. Pero las causas de mi hipocresía se encuentran (todas las
causas de la hipocresía tienen el mismo origen, de hecho) en mis limitaciones.
Si bien yo me desempeño bastante bien en las Grandes Ligas de la promiscuidad,
hay elementos que todavía no he llegado a controlar del todo. Procedo a
explicarme.
Los homosexuales han estado todos con todos. Eso es una realidad
que mientras más rápido se acepta más rápido se aprende a lidiar con ella. Pero
si usted es heterosexual y va a hacer un mohín con la cabeza y decir “es verdad
que son muy promiscuos” al leer esto, le aclaro que esta es una cualidad
inherente a todo ser humano. A usted también. Y usted lo sabe perfectamente.
Imagínese en un cuarto lleno de hombres sin ropa (o mujeres sin ropa) e intente
convencerse a sí mismo/a que, lo reprima o no, no tiene usted ganas de estar
con más de uno/a. Finja con los demás que no, miéntame, pero no se mienta a
usted mismo. Si usted no es promiscuo es por falta de oportunidades (o por una
profunda disciplina de espíritu), pero no por ausencia de ese instinto,
perfectamente normal en muchas especies animales, incluido el hombre. Así que
no la coja con los homosexuales por ser más honestos al respecto.
Sin embargo, es cierto que “chez nous” la cosa es verdaderamente
exagerada. Las causas son perfectamente lógicas. Por un lado los gays deciden
combinar su salida del closet (esto incluye a los que no salen del closet
también) con su salida de toda norma cívica establecida por la sociedad. Es
algo como “ya rompimos con esto de asumirnos sexualmente, ahora aprovechemos y
rompamos con todo”. Son unos perennes años 60. Del otro lado están las
matemáticas. Tome 4 heterosexuales (si usamos bisexuales como ejemplo esto no
funciona pero ¿a quién le importan los bisexuales?), 2 hombres y 2 mujeres. La
cantidad de combinaciones posibles para tener sexo entre ellos será de 4 (cada
mujer con cada uno de los hombres o viceversa). Tome ahora 4 homosexuales. La
cantidad de combinaciones es de 6. Cada uno con cada uno de los demás. O sea:
todos con todos.
De esta forma, si mezclamos este espíritu de ruptura de normas con
la inefabilidad de las matemáticas demostramos fácilmente por qué somos más
promiscuos que los heterosexuales, los cuales ya de por sí, también lo son. Por
supuesto, siempre hay causas que atenúan un poco esta situación: la distinción
entre activos y pasivos (si tomamos 4 pasivos es poco probable que tengan sexo
entre ellos…aunque podrían estar todos en la misma orgía, en cuyo caso se puede
considerar como que tuvieron sexo juntos), la consciencia de algunos jóvenes
moralistas a no ser de esta forma (después se les quita y son los peores) y
otras poco relevantes. Sea como sea, no influyen mucho en la estadística final.
Todo esto conduce a un pequeño mini caos. Salvo raros casos (de
bisexualidad) las dos ex esposas de un mismo hombre no tienen sexo entre ellas.
En el mundo gay es muy frecuente acostarse con el ex de tu propio novio ya sea
antes de este o después (¿a qué nunca habían pensado en eso?). Imaginen un mundo donde la siempre odiada anterior
esposa de tu marido se convierte luego en tu interés sexual. Bienvenidos a mi
vida. De la misma forma, tu novio “para toda la vida” después es el novio “para
toda la vida” de otro que estuvo contigo en una orgía dos años atrás, justo en
la época en que tú eras novio “para toda la vida” del primer amante de tu tío
(ejemplo tomado de la vida real). ¿Les dio dolor de cabeza?: era el objetivo.
Entonces, si esto es así y no se puede cambiar, solo hay una cosa
que se puede hacer: ignorarlo. Así de sencillo. Más que ignorarlo: no
considerarlo como un verdadero problema. Que la gente se acueste con quien
quiera, al final tener sexo sí es un deporte (uno necesario, que conste). Pero
si al final nos encontramos con alguien que nos gusta mucho, con el cual queremos
sexo y algo más, ¿qué sentido tiene torturarse con el hecho tan banal de que
haya estado con otros antes de uno? ¿Qué sentido tiene ponerse a pensar en
otros hombres, tan insignificantes que ni él mismo los recuerda? Después de
todo, de esas 6 posibles combinaciones de sexo, ¿cuántas son verdaderamente
relevantes? ¿1? ¿0? Sin embargo, por muy lógico (y cierto) que sea todo esto,
ahí es donde yo fallo.
Yo soy extremadamente sexual. Y me gusta ser así. Si no fuera
porque tengo otros talentos me daría por pensar que nací solamente para
copular. De hecho, hay etapas en mi vida en las que es lo único que he hecho
que valiera la pena. Aunque puedo estar con un solo hombre por mucho tiempo (me
lo he demostrado varias veces), soy intrínsecamente promiscuo. Y jamás he
tenido cargos de consciencia al respecto. Mi problema es cuando los que me
interesan lo son.
Si estoy excitado, drogado o borracho no me importa. Veo a los
demás (incluso a los que me gustan mucho) teniendo sexo delante de mí y no me
molesta en lo absoluto, me hacen los cuentos de cómo se los cogieron otros y no
hay problema, sé que estuvieron con otros cuyos nombres y apellidos conozco y
hasta me excita pensar en lo que hicieron juntos. No es que me encante tampoco,
pero no me parece nada relevante. Es solo sexo. Mis respiración no se afecta ni
siento vacíos en el estómago. Quiero creer que ese soy el verdadero yo. El que
internamente sabe que el sexo es deporte y lo verdaderamente importante son
otras cosas.
El problema viene después cuando me pongo a pensar. Ese Raúl que
no está ni excitado ni borracho ni drogado. El monje hipócrita. Entonces me
pongo a juzgar a los demás por cosas que yo hago todos los días y a las que no
les doy ninguna importancia. Para colmo, como tengo una imaginación extremadamente
fértil me vienen imágenes extremadamente descriptivas a la cabeza que no me
dejan ni dormir. Esto tiene que ver con la autoestima, por supuesto. Es el
típico “me dejaron fuera” de toda la vida. Un “me dejaron fuera” completamente
ilógico por demás, porque estamos hablando de cosas que pasaron cuando tú ni
siquiera estabas en el mapa, pero ¿quién le explica eso a la mente?
Yo admiro profundamente a todo aquel que no se deje afectar por
eso. Es una de las poquitísimas cosas que le envidio a otros seres humanos.
Considero que esa punzada que me da cuando me entero de que Fulano estuvo con
Mengano es algo que me atrasa. Si pudiera quitármela fuera promiscuamente
perfecto. De hecho, no pierdo la esperanza de que algún día - mucha meditación
mediante - lo logre. Pero por ahora me sigue molestando: en menor medida que
hace diez años, por supuesto, pero lo suficiente como para si descubro en el
metro que el argentino con el que quería tener un romance se va al sauna a que
todo el mundo se lo meta, pues me arruine el día. Ahora bien, un buen jugador
no lo es porque sea perfecto: lo es porque sabe cómo suplir sus carencias. Si
bien dejo que cosas como estas me arruinen el día, sé perfectamente cómo
enderezarlo todo de nuevo gracias a algo que descubrí hace algunos años.
Al inicio de mi carrera en las Ligas Juveniles toda esta situación
de la promiscuidad me afectaba muchísimo. Todos aquellos pájaros acostándose
unos con los otros, los hombres que yo quería formando parte de aquella masa,
una “casualidad” detrás de la otra en la que las mismas personas aparecían en
diferentes historias todas relacionadas…Ni contarles las miles y miles de
anécdotas. Y yo me lo tomaba a la tremenda. Tanto interna como externamente.
Pero un día una me golpeó profundamente. Una de esas
“casualidades” tenebrosas. Ya yo había dado algunas vueltas en este mundo
cuando me encontré a un muchacho lindo, joven e inocente, sin casi ningún
pasado que olvidar, en el que me refugié de este mundo atroz. Él solo había
tenido sexo una vez, con otros dos hombres. Yo lo sabía, y si bien no me hacía
mucha gracia que se acostaran con mi jovenzuelo, tampoco lo había engrandecido
en mi cabeza. Hasta que me enteré de quiénes eran. Ahí, en la parada de
Coppelia en una tarde de julio.
El hombre más abominable de este mundo. Uno que pasó por mi vida
cinco años antes para cambiarla para siempre. Uno que me tomó mucho tiempo pero
que logré sacar de mi corazón. Uno que nadie, solo Ray, sabe lo que ha
representado para mí. Ahora regresaba a mi vida de una manera completamente
inesperada y aún más siniestra. Y para colmo con su detestable novio. Creo que
nada me ha dado más asco en toda mi vida.
Pero ese fue el día en que entré a las Grandes Ligas. Primero
pensé que me daría un ataque. Que no podría dormir en las noches (¡yo estaba
enamorado de ese niño! ¿cómo podía estar precisamente con aquel otro?). Pero no
hice nada. No dije nada, no moví un dedo, no grité ni en mi mente ni en la
parada de Coppelia. Solo me quedé tranquilo. Y en mi cabeza, lentamente, fui bloqueándolo
todo. Era como si no tuviera sensibilidad ante nada: me los imaginaba a todos
teniendo sexo y no sentía nada, me imaginé a mí siendo feliz con el jovenzuelo
y no sentía nada tampoco. Estaba aprendiendo a neutralizar mis emociones.
Pensé que me duraría poco, pero no. Me duró para siempre. No puedo
decir que lo haya olvidado pero tampoco me interesó nunca. Fue como un pequeño
detalle en que nunca pensaba. Algo sin importancia. Claro que tuve que congelar
también mi pasión por el jovenzuelo pero para entrar a las Grandes Ligas hay
que hacer sacrificios. Y estuvo bien. Había encontrado la manera de
desenvolverme en el mundo de la promiscuidad: no sentir nada. Verlos a todos
como ajenos a uno. A los buenos y a los malos.
De esto hace muchísimos años y así he sobrevivido desde entonces.
Yo me dejo enamorisquear pero en cuanto empiezan los “yo estuve con Fulano” o
los “tengo novio” o los “es el ex de Benoît” y la promiscuidad empieza a
afectarme, pues congelo mis emociones antes de que vaya más allá. Algún día -
mucha meditación mediante - encontraré la forma de que no me afecte y pueda
verlo todo como algo muy sencillo e irrelevante. Por el momento, bloqueo todo
lo que tenga que ver con ellos. Lo que sea para ser feliz.
Así fue como, sentado en el quicio de Berri-Uqam, dejé ir en mi
cabeza al hermoso argentino. Bloqueé todos mis pensamientos románticos, mi
tarde de sábado, mi incipiente ilusión, mis marchas de protesta frente a la
Casa Rosada para que descongelaran nuestras cuentas de los bancos, mis ganas de
que cruzara el parque, sus besos que se sentían como mi hogar...Cual tango
argentino, lo sacrifiqué todo. Me dolió un poco, por supuesto, pero supe que
era por mi bien. El arte de saber renunciar, una vez más.
Por supuesto que lo veré de nuevo. Y tendremos sexo. Quizás hasta
le diga que sé que es el ex de mi amigo Benoît. Pero nada más. Solo eso (que ya
es bastante). Otro amigo sexual más. De los que no duele cuando se acueste con
otros o cuando te cuente acerca de su novio. Una relación típica entre
jugadores de Grandes Ligas.
Al salir de Berri-Uqam me sentía tranquilo de nuevo. Analicé hacia
dónde estaba la fiesta y enseguida me acordé del camino. Sin embargo, en vez de
dirigirme hacia ella, y a pesar de que supe que mis amigos se enojarían
conmigo, cogí justo hacia el otro lado, en dirección a René-Lévesque. El frío
no me afectaba ya en lo más mínimo e incluso lo consideraba como una agradable
brisa en mi cara.