Aventurero nato que soy acepté de buen grado cuando aquel hombre
de pelo largo al que no conocía me propuso por Internet sexo sadomasoquista.
Por supuesto que estaba nervioso, pero estar nervioso es el quid de la cosa.
Sadomasoquismo sin estar nervioso no tiene sentido. De hecho, tener sexo de
cualquier tipo sin estar nervioso no tiene sentido. ¿No es por eso que el sexo
en el matrimonio está destinado al fracaso? Pero bueno, no nos desviemos ahora
hablando de otros sexos menos importantes.
Yo sería el masoquista. No pude evitar pensar en la ironía de que
todos mis ex siempre me han llamado sádico. Pero con el hombre de pelo largo de
Toronto sería el masoquista. El amante del dolor.
Amante del dolor: ¡qué apasionante concepto! ¿No nos pasamos la
vida supuestamente huyendo de este? Pues ahora yo tomaba un autobús, luego un
metro y luego otro autobús solo para ir a un hotel a encontrarme a un desconocido
que me lo proporcionaría. Apasionante.
Era un hombre hermoso. Mucho más hermoso de lo que uno espera de un
hombre que se autodefine como “sádico irremediable”. Incluso tuve pensamientos
de matrimonio al verlo, pero – profesional que soy – recordé que mi visita ahí
era estrictamente con el objetivo de ser maltratado. Era un hombre amable y muy
cuidadoso en sus detalles. Tenía sentido. Esos son los que luego se vuelven
extremadamente locos cuando están en una cama y que lo llevan a uno a
preguntarse asustado: “Dios, ¿este es el hombre extremadamente atento que
conocí hace dos horas?”
Me preguntó si estaba acostumbrado al sexo sadomaso, lo cual me
hizo recordar las miles y miles de barbaridades, rayando casi en lo insano, que
he hecho yo en el sexo pero a las que sin embargo nunca nadie nombró
“sadomasoquismo”. Dije que no y enseguida me sentí como una monja. Pero como he
vivido 30 años en este mundo cruel me sentí con la entereza necesaria para
poner una de mis manos sobre una de las suyas y decirle un “Pero lo haré” con
la seguridad de una monja que decide embarcarse en una misión que la asusta
pero en la que ha decidido irrevocablemente participar.
La S y la M del sadomasoquismo son ya casi tan conocidas como la S
y la P de la sal y la pimienta, pero a diferencia de estas no las consumimos
tan abiertamente. Así y todo hay una cierta fascinación – macabra quizás, pero
fascinación al fin y al cabo – que experimentamos (o al menos yo) al oír esas
siglas. Pero ¿por qué sentirse emocionados por algo a lo cual – queramos o no –
estamos atados todo el tiempo? ¿Es que no tenemos ya suficientes experiencias
sadomasoquistas en nuestra vida diaria como para además llevarlas a nuestras
recámaras? Aparentemente no: nos hace falta más. Queremos golpes. Literalmente.
El inicio fue como todos los inicios. Pero muy pronto se notó
quien era el jefe. Un par de posturas a las que no estoy acostumbrado después y
para cuando me di cuenta solo veía su cara encima de mí mientras su imagen se
iba nublando cada vez más debido a su mano estratégicamente posicionada en mi
garganta.
Ahí supe que me iba a morir. En ese momento y en ese lugar.
Moriría teniendo sexo como mis amigos siempre me amenazan que va a pasar. Cuando
vi mi vida pasar por mi costado, él – viejo sabio en anatomía humana: no tengan
sexo sadomasoquista con niños – retiró su mano. Nunca puso cara de loco como yo
esperaba. Estaba tranquilo. Lo cual quizás daba aún más miedo. Al liberarme de
su mano emití un sonido similar al del hombre que logra salir del agua en la
que se estaba ahogando. Él aprovechó para besarme. Lo miré, jadeante y
asustado, pero no dije ni una palabra. Como un hombrecito.
Luego fue más de lo mismo. Pero aguanté. Nunca mencioné la palabra
mágica. Ni siquiera me pasó por la mente hacerlo. Creo que ni siquiera grité.
Pero me dolieron muchas cosas. Un dolor real del que uno pide en secreto que se
acabe ya. Sin embargo, me sentía extrañamente protegido. Gracias a mis artes de
siempre logré que no demorara mucho en terminar. Me iba la vida en ello en esta
oportunidad. Cuando constaté que había terminado me quedé sentado en la cama
cuestionándome lo que había pasado. Entonces, en vez de correr a vestirme como
casi siempre hago, me abalancé sobre él y le pedí sin hablar que me abrazara,
lo cual hizo inmediatamente.
Entonces descubrí dónde radica la fascinación (o al menos la mía)
del sadomasoquismo. Es un precio a pagar por el afecto. Aunque parezca
precisamente lo contrario. Quizás eso sea el masoquismo: una búsqueda de afecto
en la que asumes el dolor como precio físico por algo mucho más valioso y raro
de encontrar. ¿No son mucho más crueles (y dolorosas) muchísimas otras
relaciones (sexuales o no) en las que no hay ningún golpe pero tampoco ningún
interés por involucrarse? “El mejor dolor es el que viene de la persona que se
interesa por uno” dijo él luego, cuando yo preguntaba y preguntaba sobre el
sadomasoquismo, corroborando así mi incipiente teoría de aficionado al S&M.
Al irme seguía siendo un hombre caballeroso y educado. Y hermoso.
Pensé de nuevo en matrimonio. Un matrimonio algo raro, pero quizás más real. Y
sin duda alguna un matrimonio en el que
siempre estaría nervioso antes de tener sexo, lo cual aseguraría su duración.
Pero no, el S&M, como muchas otras cosas, está bien para un día. No hay
nada malo en ir hasta los límites pero sí está mal en no saber cómo regresar. O
al menos para mí.
Así y todo estuvo bien. Quizás la próxima vez que el hombre de pelo
largo de Toronto esté de visita en la ciudad lo repita. Una vez al año no me va
a matar…o al menos eso espero.
3 comentarios:
Interesantísima experiencia. Eso sí: nunca la llevé a cabo y (creo) nunca lo haré. Un par de veces me pidieron que les pegara y lo hice sin la más mínima convicción. Una vez me pegaron y le dije que si lo volvía a hacer, le bajaba los dientes. Tuviste mucha suerte porque no diste con un psicópata sino con alguien de --digamos-- gustos extravagantes. Y sí, existe la búsqueda del amor a través del dolor, aunque éste sea emocional (que puede ser mucho peor que el otro).
Excelente relato. Como la S de la M puedo decirte que el SM no se trata sólo de golpes.
Sacándole la connotación negativa de perversión o parafilia, se trata de un juego, en donde en realidad M tiene el poder de terminarlo todo con sólo una palabra. El juego, es justamente, esa cesión de poder.
Pero, a su vez, la entrega que hace M del control sobre sus propios límites de dolor, es, si se quiere, una muestra muy profunda de confianza, y amor, ya que tiene más que ver con el goce que con el placer. La conexión es mucho más profunda.
Coincido en la no regularidad de la experiencia, es lo que la hace especial.
Uf,no se si es una mezcla de valentia ó de morbo...Ó ambos a la vez,tampoco sé si yo hubiese sido capaz de algo así por mucha curiosidad que pudiera tener....Una experiencia mas que contar,¿no?.
Saludos.Helen.
http://lafragu.blogspot.com/
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