Hay 7000 millones de personas en el mundo. En caso de que usted no sepa de estadísticas, se lo resumo en pocas palabras: somos muchos. Y, según una leyenda universal fuertemente aferrada a
nuestros principios, solo tenemos que encontrar a uno - ¡uno! - para ser
felices. Estadísticamente es algo así como la tarea más fácil de la historia.
Pero…
Y todos sabemos cómo termina el párrafo anterior. Con un “no es así” que
nos hace bajar lacónicamente la cabeza mientras nos preguntamos inevitablemente
dónde estará el nuestro. Resulta que es todo lo contrario. Mientras más
personas haya, más difícil resulta encontrar a ese que nos completará. A ese
uno. Ahora tenemos que encontrarlo entre 7000 millones. Y lo que parecía una
empresa fácil al ver el vaso medio lleno, se convierte en todo un imposible.
Yo, que nunca he sido de vasos medio vacíos, siempre supe que mi “one”
llegaría algún día. Nunca me detuve a preguntarme si en verdad existiría o me
cuestioné jamás las razones por las cuales no acababa de aparecer, sino que pensaba
todo el tiempo en lo bien que la pasaríamos cuando finalmente estuviéramos juntos,
a la vez que me inventaba anécdotas románticas con las cuales me entretenía
mientras lo esperaba. Siempre pensé en él como “the one” ya que es un concepto
que desarrollé viendo películas y series norteamericanas, y de esta forma, inconscientemente,
al tenerlo en mi cabeza en inglés lo alejaba de mi realidad concreta, en la
cual obviamente ningún hombre se parecía a él. Y en ese idioma se quedará,
venga o no venga ya.
Mi “one” supuestamente era lindo, de familia rica, con poca experiencia de
la vida como yo pero con una amplia capacidad intelectual y emocional para
afrontarla. Solo me vería a mí y me idolatraría a pesar de mis defectos, al
mismo tiempo que sus acciones y su manera de ser me harían idolatrarlo a él y
no ver tampoco a nadie más. Tendríamos mucho sexo, y lo único que haríamos más
que eso sería hacer el amor. Siempre diría las cosas correctas, y eso incluiría
decir algunas incorrectas de vez en cuando para poder pedir disculpas después
mientras se le aguaban los ojos y le temblaba la voz. No tendría ni un
centímetro más ni menos que yo, para que, cuando yo fuera un poco menos flaco
como él, todos pensaran en cómo nos parecíamos y notaran cuán lindo es que dos
hombres que parecen hermanos se den besos en la boca. Algunas de estas
características admitían pequeños cambios; otras no. Supongo que todos teníamos
un “one” más o menos similar. No sé, porque nunca he hablado del mío con nadie.
Era mío.
Ahora, sin embargo, me pregunto qué habrá sido de él. Si se habrá casado
con una mujer y tendrá dos hijos varones a los que lleva los sábados en la
tarde a jugar baloncesto o – ojalá que no – es gay y tiene una relación abierta con un
cantinero que lo ama más que a nada en este mundo pero que no puede serle fiel
porque él mismo fue traicionado en el pasado. No lo sé. Me lo quité de la
cabeza hace mucho. Le cambié la figura, creí verlo en otras caras, lo adapté a
mi realidad concreta, me desilusioné con las cosas de sus grises sustitutos y terminé,
casi sin darme cuenta, por renunciar a su búsqueda e, incluso, por cuestionarme
su existencia.
Pero el otoño ha llegado. El otoño canadiense. Y quizás sea la cosa más
linda que haya en el mundo. Los cubanos deberíamos tener una estación así como
compensación a todo lo que tenemos que pasar. Debería haber un otoño en el
Vedado, en Ciudad Libertad, en el camino a la universidad, en la pista donde mi
hermana corre mientras voy detrás de ella en bicicleta para medirle el tiempo y
obligarla a apurarse. Quizás algún día. Quizás algún día todo sea amarillo,
rojo y pacíficamente otoñal. Aunque sea por unas semanas al año. Por el
momento, el otoño llega a su visita anual a Canadá y yo me lo tomo como si desde
siempre hubiera sido creado para mí solo.
Pues como ya se podrán haber dado cuenta el conocer el otoño me ha puesto
reflexivo. Nostálgico, más bien. Nostálgico de una vida que no he tenido. De
una vida que abandoné en mi cabeza hace mucho por derroteros más concretos, los
cuales al final - como era lógico - terminaron por decepcionarme. De una vida
que abandoné por ciudades sin otoño y hombres sin encanto.
Hélène y Anthony, dos de mis compañeros de piso, me invitaron a pasar el
Día de Acción de Gracias en casa de los padres de Hélène en Gatineau. Gatineau
es una ciudad muy cercana a Ottawa, a unas dos horas al sur de Montréal. El
barrio al que fui, Aylmer, está compuesto casi exclusivamente de casas grandes
y lindas en calles tranquilas en las que todo el mundo tiene un auto y un perro.
Si conocen a Wisteria Lane, pues no tengo que describir más el lugar porque es
idéntico.
Así, al llegar a esta casa de ensueño en medio del otoño, bajarme del auto
y ver salir a los padres de Hélène a darnos la bienvenida, me di cuenta
inmediatamente del lugar en donde había caído. Allí estaba, después de tantos
años y tantas vueltas: la casa de mi “one”. La casa en la que se crió, en la
que fue niño y de la cual partió hace mucho hacia alguna ciudad más convulsa
pero a la que regresa unas dos veces por año a visitar a sus padres. Sí: pensamientos
como este son los que produce el otoño en Gatineau.
Todo era como siempre supe que sería. El perro, las fotos de Hélène cuando
era niña, el poema que escribió cuando tenía 10 años laminado en la pared, los
padres inteligentes y conversadores, los hermanos y los sobrinos rubios.
Definitivamente su casa. Ese sería su perro querido con el que se pasaría el fin de semana entero jugando en el piso y
contándome todas sus anécdotas con él, esas serían las fotos de cuando le
dieron el título de la primaria y le faltaba un diente, ese sería el poema que
escribió sobre la soledad cuando era un niño, esos serían los padres con tantas
aristas culturales que lo llevaron a ser la persona sensible y cultivada que es
hoy. Todo estaba ahí. Menos él.
Me dieron un cuarto bello. El típico cuarto de adolescente. Su cuarto. Yo
estaba solo, pero sabía que antes había estado él ahí durante muchos años. Y en
la noche me puse a recordar las veces en que yo pensaba en él cuando era más
joven. Ahí, justo en el lugar en donde él pensaba en mí cuando era más joven.
Nada podía hacerme acercar a él más que eso. Magias otoñales.
El domingo de Acción de Gracias fue fabuloso. Fui a la Marina con los niños
en la mañana y alimentamos a los patos y a las gaviotas, luego con Hélène y la
hermana al inmenso parque para perros que incluye un bosque de pinos, en la
noche comimos pavo y tuvimos toda una cena digna de mi primera Acción de Gracias,
y ya bien tarde Hélène, Anthony y yo nos robamos unas bicicletas de la caseta
del patio para ir a comprar cervezas como si fuéramos adolescentes y estoy
convencido de que mientras montaba sentí el mayor frío que he conocido hasta
ahora en mi vida. El día perfecto.
Pero faltaba él. Todo el tiempo no pude dejar de pensar en cómo sería si él
estuviera allí. Iríamos a la Marina con sus sobrinos y nos batiríamos los dos
con espadas de ramitas contra aquella multitud de alegres niños rubios. En el
bosque del parque para perros nos tiraríamos en el piso y nos besaríamos en
aquella multitud de hojas hasta que el propio “Tout-Fou” nos miraría como
diciendo “¿Ustedes me trajeron aquí para pasearme o para qué?”. En la cena él
haría chistes todo el tiempo con su familia mientras me tocaría una mano por
debajo, emocionado de lo bien que me llevo con su familia. Al bajarme de la
bicicleta, casi congelado, él me diría que pusiera las manos debajo de su
abrigo y yo le diría que no por temor a quemarlo, pero él las cogería y las
pondría él mismo diciendo “yo estoy acostumbrado, bobito”.
En la noche, solo en el cuarto, me puse a pensar en cuánto he extrañado
todo este tiempo a mi “one”. Y ni siquiera a él como tal, sino a la idea que he
tenido de él. Cuánto he extrañado el inventarme historias en mi cabeza en las
que siempre hay palabras correctas y finales bonitos. Dios, cómo he podido
vivir tanto tiempo solo con la realidad concreta. Menos mal que el otoño existe
y me recuerda que las cosas que uno siempre ha esperado siempre llegan al final.
Primero el otoño, luego él.
Un día estaré intentando sacar una botella de refresco de una máquina en la
estación y esta me robará el dinero como siempre hace y yo empezaré a darle
patadas como siempre hago y entonces sentiré una mano en el hombro que me dirá “Espera,
yo te ayudo”. Y será él. Yo lo miraré pensando “¿Y este tipo tan lindo de dónde
salió?” mientras él se agachará, le hará cosas a la máquina, y sacará una
botella de Coca Cola que me dará sonriente mientras me dice “Siempre me pasa
pero ya le cogí la vuelta”. Yo, como bobo, cogeré la botella en mis manos sin
dejar de mirarlo a los ojos como si fuera un zombie y diré algo como un
automático “Glacia”. Y él sonreirá y me dirá “De nada”. Habrá un silencio y entonces
me mirará con cara de “Bueno, si nadie más dice nada me voy a sentar aunque en
realidad no quiero irme a sentar pero bueno…” y me hará un gesto con la mano
como de despedida y se irá. Yo saldré de mi tontería justo a tiempo para
gritar: “¡Espera!” Él regresará en una fracción de segundo y me mirará
emocionado. Yo, sin saber mucho que decir, pero con la seguridad de que hay que
decir algo, lanzaré: “Eh…creo que quiero otra Coca Cola”. Y él sonreirá
espontáneamente. Y yo también.
Otra noche, cuando ya estemos empezando nuestra relación, le diré en medio
de nuestra comida en un restaurante: “Sabes que he estado con mucho hombres,
¿verdad?”. Él, ante esa noticia que ya él sabía pero que no le gusta a nadie,
actuará como los grandes, se tragará lo malo y me dirá, como orgulloso: “Pero
nunca has estado con uno como yo”. Y yo sonreiré, lo besaré por encima de la
mesa y le diré: “En eso tienes tanta razón”. “Dentro de un tiempo, cuando te
coja y acabe contigo, solo pensarás que has estado conmigo”, agregará. “¿Tan
bueno eres?”, preguntaré. “El mejor”, dirá como un niño. Yo reiré. “Además, yo
tampoco soy virgen”, añadirá. “Cierra la boca”, diré, “no tienes permitido
hablar de esos cretinos en mi presencia”. Y él reirá. Y yo lo miraré con cara
de bravo, pero le haré un guiño con el ojo.
En los amaneceres en que despertaremos juntos, con la luz implacable de las
mañanas que entra por cualquier parte, lo miraré dormido y desnudo. Y me daré
cuenta de cuánto me gusta su cuerpo. Los lunares, el cuello, las nalgas, los
brazos, las pecas en la espalda, el pelo enmarañado. Él se despertará y me verá
mirándolo y me dirá, como si fuera un niño dormido: “¿Por qué me miras?” Y yo
le responderé: “No te estoy mirando”. Y él sonreirá con un ojo abierto y otro
cerrado, mientras se acomodará en mi pecho y me dirá como niñito: “Tú estás
muerto conmigo”. Yo sonreiré sin que él me vea y le diré: “Para nada”. Él ignorará
mi respuesta y repetirá “Muerto”. Y yo seguiré sonriendo mientras tomo su
cabeza con las dos manos y pongo un pie sobre una de sus nalgas. Y así vigilaré
su sueño toda la mañana.
Un día se irá a no sé dónde y yo me pasaré el tiempo lanzando ironías para
todas partes mientras finjo que lo ayudo a empacar. De pronto, él dejará de
hacer la maleta, me mirará fijo y me dirá “¿Y a ti que te pasa?”. Y yo
confesaré como quien solo estaba esperando que le preguntaran: “Tengo miedo que
te vayas porque alguien se fue una vez y nunca regresó”. Y él se parará,
caminará hacia mí, pegará su frente a mi frente y me dirá serio, déspota, molesto:
“¿Y tú crees que yo soy tan imbécil?” Y yo sonreiré y gritaré feliz: “¡Tráeme
un regalito!” Y él gritará: “¡Ni este Chupa-Chupa te voy a traer!” Y seguiremos
empacando mientras hacemos bromas y nos besuqueamos.
En otra ocasión intentaré estar con otro, solo para demostrarme a mí mismo
que sigo siendo el mismo de siempre y que nunca dependeré de una sola persona
porque eso está mal. Pero antes de llegar a la otra casa, me invadirá una
sensación de desamparo y asco tan grandes que saldré corriendo del lugar sin
dar explicaciones. Correré hasta donde quiera que esté él, aunque sea del otro
lado de la ciudad, y cuando lo vea, sin decir una palabra, me refugiaré en su
pecho como si fuera un niño chiquito y ahí me quedaré. Él, sabio, me abrazará
fuerte, me mirará preocupado y me dirá serio: “No me rompas el corazón, ¿ok?” y
yo asentiré con la cabeza mientras le aprieto una mano. Y seguiré en su pecho
hasta que quiera. Quizás para siempre.
Un día, bajándonos de una bicicleta que compartíamos, me dirá que lo espere
que va a comprar cervezas y yo, nervioso, le diré que no puede irse en ese momento
porque en la bicicleta me di cuenta que tengo que decirle una cosa. Algo que
nunca he dicho espontáneamente en mi vida. Que quizás he sentido y quizás he
dicho otras veces porque me han obligado, pero que nunca me ha salido
espontáneamente el decirlo así, justo en un día de paseo, al bajarme de una
bicicleta. Él me mirará, me llevará aparte porque a nuestro lado habrá una
familia de judíos, y me mirará sin decirme nada. Y yo diré, después de un
tiempo en que miraré al piso, al techo y a todas partes, las dos palabras que
ustedes saben que diré pero que no repetiré aquí porque quiero que la primera
vez que me salgan espontáneamente sea él quien las escuche. Y él, serio, me
abrazará emocionado mientras yo le digo: “Te prohíbo que me digas que tú también.
Ya sabes lo que pienso de decir eso justo cuando el otro te lo dice primero”. Él
asentirá, me besará y entrará a comprar las cervezas, mientras yo, en la
soledad de la tienda, frente a los judíos, saltaré de alegría. Él saldrá y,
desde la distancia y con las cervezas en la mano, me dirá: “¿Ya puedo decirlo?”
Y yo reiré y diré que sí con la cabeza. Y él lo gritará. Y la familia de judíos
sonreirá.
Hoy tengo la imaginación desbocada. Es el otoño. Nadie debería escribir
bajo hojas amarillas y rojas. Espero que lo prohíban.
En la tarde de Acción de Gracias, después del parque para perros y antes
del pavo, me fui a dar un paseo yo solo en bicicleta. Un paseo en bicicleta por
el otoño. Mi iPod, como si alguien le pagara, no ayuda en nada. Y así sale
Willie Nelson, sin que nadie lo mandara, con su versión de “Georgia on my mind”,
que es algo así como la canción perfecta. Sobre todo si la canta Willie. Y oír
esa música en un domingo otoñal caminando con la bicicleta en la mano por el
barrio de mi “one” demuestra ser demasiado.
Así, cuando el minuto 2:14 de la canción llega y comienza la impactante
filarmónica de Willie, se hace la magia. La emoción en su estado más intenso.
La filarmónica irreverente, las hojas amarillas y rojas, las calles lindas y la
seguridad - que nunca debería hacer perdido - de que algún día encontraré a mi “one”,
me hacen detenerme y sonreír como yo solo sé. Y estoy convencido de que en ese
mismo momento, a las 5:35 de la tarde de este domingo de Acción de Gracias, mi “one”,
donde quiera que estuviera, sintió un cosquilleo en la nuca que lo hizo
voltearse y mirar hacia el infinito preguntándose qué fue lo que sintió. Y así
estuvimos juntos por unos segundos mi “one” y yo, gracias a la magia del otoño
y a la filarmónica de Willie.
Algún día estaremos juntos. Algún día habrá un otoño en la pista donde mi hermana
corre y él y yo iremos en la bicicleta detrás de ella midiéndole el tiempo. Y
así mis historias de palabras correctas y finales felices serán también mi
realidad concreta. El otoño ya llegó; ya vendrá él también y estaremos juntos. Después
de todo, en el mundo hay 7000 millones de personas y yo - que nunca he sido de vasos
medio vacíos - solo tengo que encontrar a uno.
16 comentarios:
Por favor sigue escribiendo bajo hojas amarillas y rojas! Me hubiera encantado leer este post en el tren!
Pero por qué me haces llorar así Raullll... Lo mejor que has escrito, por lo menos para mí. ME ENCANTÓ, y más que todos los que me han encantado antes, es único simplemente. Sabes, yo creo en el destino, y creo en el amor sobre todo, esa persona que esperas aparecerá cuando menos te los imaginas, como todas las cosas buenas que nos pasan en la vida que siempre suceden cuando menos lo imaginamos. La vida te está preparando para él, no dejes de brillar con luz propia como lo haces siempre, y aunque existan personas que sus ojos no aguanten tu brillo a muchas otras, nos encanta tu luz, pero solo tu One, brillará tanto como tú sin opacarte ni que tu lo hagas con él.
Te quieroooo muchoo
Grisel
Algún día te hablaré de mi One, pero en Privado jajajja
ME ENCANTAAAAAA,LEYENDO TU ONE, PENSABA EN EL MÍO. ES DIFICIL ENCONTRAR ESA PERSONA QIE SIEMPRE ESTÁ EN NUESTRO CEREBRO, Y QUE A VECES TERMINAS POR RENUNCIAR A ELLA. LA DEMORA ES LA CAUSANTE DE ESTO. LA VIDA PASA Y NO HAY TIEMPO Y ESO A VECES NOS OBLIGA A ESCOJER A UNA PERSONA QUE SE ACERCA PERO QUE NO ES REALMENTE LO QUE QUERIAMOS, Y NOS CONFORMAMOS Y VIVIMOS CREYENDO QUE ESTAMOS VIVIENDO. PERO EL TIEMPO PASA Y CON ÉL LA VIDA. QUIERO CREER QUE ENCONTRARÁS TU ONE, Y NOS LO HAGAS SABER. ME HARÁ FELIZ SABER QUE SI PUEDE PASAR, QUE EN VERDAD OCURRE, Y QUE ES AMIGO MÍO. UN BESO GRANDE RAULI. KEEP ON DOING THE GOOD THINGS....
RAULO, por qué me has recomendado leer esta maravilla sabiendo que mi otoño está en temporada alta. Deberían prohibirle a la gente escribir en medio del otoño, sobre el otoño y sobre sus sempiternas nostalgias QUE LLEGAN JUSTO A TIEMPO PARA RECIBIR LA PRIMERA HOJA CAIDA DEL ÁRBOL. Raulo, eres maravilloso y sabes algo, no hace falta ningún NOBEL -Finlay no lo recibió nunca-. Muchacho, no hay palabras para expresarte los sentimientos que mueven tus líneas. By d Way, hoy pensaba comentarte que ya me sentía mejor, ahora no estoy tan seguro, el otoño sigue llegando y aunque no vea hojas amarillas, sé que el viento lo trae presuroso. A propósito, no te molestes conmigo, pero el chico que terminas describiendo, se parece demasiado a "My One"... T.Q.M. E1000io
Al principio debiste poner algo así como "no apto para los que han perdido todas las esperanzas..."
Ya sabes, es octubre y ayer cumplí años!
Abrazo
Me encanta ver esa sencibilidad en ti, que siempre se que has tenido, pero que ambos sabemos pq debemos a veces esconder. Yo estoy más convecida que nadie q tu ONE and ONLY, está en camino hacia ti y espero que lo sepas reconocer. TQM. Muaa.
Pues que lo encuentres pronto nene...y que sea el mejor de las compañias para ti..
=)
Un beso desde São Paulo - Brasil
Delirante!!!!!
La verdad genial, muy real, uno d tus mejores posts. Tus colegas habaneros tbn t leemos, jeje Y q no prohiban escribir bajo las hojas
hermoso post :)
Demasiado romántico :)
como me dijo un amigo un dia... "Y el amor quizas no sea tan cruel, ni tan loco, ni tan amor"
Tenemos unos cuantos amigos en común, uno de ellos dio like a tu post y heme aquí viciosa de tus posts. Uno nunca sabe quién te puede estar leyendo ahora mismo. Así que tal vez tu ONE sea uno de ellos. Por desgracia para mi soy mujer y envidio el mundo dramático que te rodea. Yo encontré mi ONE Raúl, no quiero otro, me repugna hasta el porno y te digo algo...es lo más aburrido del mundo. Feliz y Aburrida!!! Keep writing please
Llegue acá por algún amigo en común que tenemos y me encantó este post, gracias por escribir y compartirlo
Acabo de decir: “Alexa play -Georgia in my mind-“ ... mientras terminaba de leer esta hermosa historia terminé con los ojos aguados y pensando que ese - the one - ya llegó para ti tal vez. Y me da por sentir una nostalgia tan linda que ... te agradezco por regálarme luego de tú para-nada-estupido escribir. Te amo
Acabo de dar con este blog. Lo he leído ya 3 veces y cada vez he terminado con lágrimas en los ojos. Simplemente maravilloso
Publicar un comentario