jueves, 4 de agosto de 2011

El Sr. Inaccesible y los días de lujuria



Primera parte: Los días de lujuria


Comienzo por justificarme para poder ser completamente sincero: yo he perdido mucho tiempo en mi vida por los hombres. No tienen ni idea de cuánto talento, tiempo, energía y neuronas he perdido por causa de ellos. Por los buenos y por los malos. Por eso, desde hace mucho, mi estado de ánimo favorito es cuando no siento nada por nadie. Por supuesto que es difícil no sentir algo por algunas personas, pero si considero que una relación o un “amor” me van a hacer perder tiempo, pues aprovecho los primeros síntomas de contrariedad, que antes me gustaba superar, para dejar (o intentar dejar) de pensar en ellos. Evidentemente, se dice más fácil de lo que es. Pero al menos lo intento.

El sexo, por su parte, es otra cosa. Para mí es como un deporte. Puede que a algunos les pueda sonar frío y banal, pero no lo es. Es una decisión muy madura. Si no tengo sexo, no me concentro en otras cosas. Por eso lo tengo y después puedo pensar con más claridad acerca del mundo que me rodea. Una vez estuve dos meses sin sexo (saliendo de una relación) y casi me vuelvo loco. No podía estudiar, no me podía concentrar en una película; nada. Me excitaba al acercarme a mis amigos y hasta a las hembras del aula. No podía pensar en otra cosa. Por eso tomé la decisión de tenerlo por deporte. ¿Esperar a que viniera el hombre ideal para tener sexo justo cuando decidí que no quería tener ningún hombre ideal en mi vida, por lo menos por el momento? Por supuesto que no. Resumiendo: tengo sexo y no pido disculpas por ello.

He logrado mantener mi inocencia y mi capacidad de asombrarme ante la vida. Pero no una inocencia que se base en la ignorancia de las cosas, sino en el verdadero conocimiento de estas. He aprendido que el sexo no es nada del otro mundo, pero que es importante. He aprendido que el sexo es importante, pero que no es nada del otro mundo. Me acuesto con la gente y no me enamoro de ellos. A veces me enamorisqueo y no tengo sexo con más nadie, pero al primer síntoma de desapego, de nuevo a las calles. A veces no tengo ganas de tener sexo y no lo tengo aunque me encuentre al más lindo. Sin tanta tragedia.

Por eso he de advertir que este post no es ni para niños ni para personas que juzgan a la ligera. Se adentra en el complejo y sórdido mundo de la promiscuidad masculina y en el aún más complejo y siniestro mundo de la dependencia emocional. No tenía ninguna intención de contarlo, pero estoy intentando escribir otro post y las ideas no me vienen a la cabeza porque no dejo de pensar en mis últimos dos días. Quizás también influya que esté bajo los efectos de cierta droga. Probablemente nunca lo publique, de todas formas, pero me gustaría dejarlo plasmado para poder lidiar un poco mejor con él. Ah, lo voy a publicar y bien; en definitiva, yo no tengo nada de qué avergonzarme.

Así que ya están advertidos. Pueden dejar de leer aquí mismo; no es mi intención provocar a nadie. A los que sigan leyendo, les advierto que se pongan el cinturón porque puede que oigan hablar de cosas que no sabían que existían y de sentimientos increíblemente difíciles de comprender si no se han experimentado alguna vez. Una vez dicho esto, se acabó la justificación y comienzo mi tormentosa historia.

Todo comenzó hace dos días cuando decidí ir con unos amigos a una sauna a tener sexo. No quiero a nadie gritando; ya advertí que esto no era para niños. Esas cosas existen en el mundo moderno (y en el que no es moderno también pero no le ponen nombre y entonces uno piensa que no pasan). Pero pasan. Lo que aquí por lo menos lo hacen oficial. Se les llama “saunas”.

He de admitir que tampoco soy tan moderno. Me daba un miedo increíble ir, pero también me llamaba poderosamente la atención. Y aprovechando que soy soltero y sin ataduras sentimentales de ningún tipo y que estaba a solo dos cuadras de una sauna a las tres de la mañana, medio tomado y acompañado de un grupo de amigos que me recogerían en caso de que me desmayara, pues dije que sí. Estaba en mi lista de cosas por hacer en Montreal, de todas formas.

Y fuimos. Por supuesto, como todo buen cubano, mirando para todos los lados cuando fui a entrar. Total, si aquí nadie está en nada. Entramos y había una pequeña cola en un cuartico de tres metros cuadrados que funge como recepción. Después de pagar los 30 dólares correspondientes a un recepcionista semidesnudo, este apretó un botón, la puerta se abrió y entré.

Al entrar hay un mundo diferente ahí dentro. Oscuridad por todas partes (pero no tanta como para no ver) y hombres caminando en toalla por los numerosos pasillos. Ok, justo como me imaginé que sería. De hecho, es algo bastante simple de explicar, si ignoramos que hemos sido criados para cosas diferentes. Te dan las llaves de una habitación increíblemente estrecha, una toalla y eso es todo. Te quitas la ropa, te pones la toalla (o no), te sujetas la llave a la muñeca gracias a una liga y a caminar por los pasillos repletos de hombres encueros (sé que no se escribe así, pero no me importa).

Yo, por mi lado, estuve media hora para salir de mi habitación. Mis amigos me tocaban y me decían que acabara de salir. Al final salí, fingiendo conmigo mismo que me sentía bien en toalla. Uno tiene complejos físicos; no sirve de nada mentir. Y más en este país que todo el mundo va al gimnasio. Pero salí; había que hacerlo.

Mi salida de la habitación resultó ser mucho menos traumática de lo que me imaginé en un inicio. No solo había hombres fuertes y musculosos, sino también flacos, gordos, viejos, y chiquitos, y nadie estaba mirando a nadie con cara de crítica (esto definitivamente no es Cuba). Como en Montreal hay tanto inmigrante, aquello parecía una sauna de las Naciones Unidas. De todos los países, señores, se los juro. Blancos, negros, árabes, asiáticos; de todo. Umm, interesante.

Bueno, salir no fue tan difícil. A deambular por los pasillos ahora. Comencé a caminar con el pretexto de buscar a mis amigos. Las cosas que se ven en esos pasillos son indescriptibles. Pero lo cierto es que yo siempre he tenido un sexo muy sano (entiéndase salvaje, romántico, lujurioso, puro), así que ver a la gente teniendo sexo al lado mío no me provocaba absolutamente nada. Malo es cuando uno se pone a pensar en que estás parado tomándote una cerveza al lado de dos tipos que se están metiendo mano. Pero si no lo piensas, ni morbo te da. Es algo…normal. Quizás yo debí haber nacido en la antigua Grecia.

Después de un tour por piscinas y baños de vapor amenizado por los comentarios de mis amigos de cuáles de los hombres que nos pasaban por al lado estaba mejor que el otro y con cuáles habían estado, llegó mi primera conquista: un chico de Toronto. Este es un buen momento para tranquilizar a mis lectores diciéndoles que el bloguero no olvida sus condones ni hace cosas de las que se pueda arrepentir después. Así que ya saben, pueden ignorar todo eso, ahorrarse los consejos y dejarme seguir con mi promiscua historia en paz.

El chico de Toronto era lindo y desenfadado. Me quitó la toalla enfrente de todo el mundo y tenían ustedes que haber visto mi cara. Pero lo cierto es, no puedo mentir, que si alguna parte no me da miedo enseñar, es la que está justo debajo de la toalla. La naturaleza ha sido muy buena conmigo. Dios mío, ¿quién me iba a decir que yo escribiría cosas como estas? Pero bueno, que sea lo que Dios quiera.

Era poco probable que tuviera una erección enfrente de todo el mundo. Sin embargo, la tuve. Bien por mí. El chico de Toronto me cogió por una mano y me llevó a su cuarto. Sin detalles. Hice todo lo que se puede hacer con un hermoso y desenfadado chico de Toronto. Al final, salí de su cuarto con una enorme sonrisa, su número de teléfono y habiendo prometido que si algún día iba por su ciudad lo contactaría.

Justo de camino a mi cuarto, me encontré a mis amigos, quienes comenzaron a celebrar mi pérdida de la “virginidad” como una victoria propia. Cuando empezaba a dar los detalles necesarios para satisfacer su morbo, un muchacho alto y serio me pasó por el lado, me cogió una mano, abrió la puerta justo al lado mío y me metió en su habitación. Yo estaba encantado, he de confesarlo. Después que uno tiene sexo, las feromonas son respirables por todo el mundo así que es mucho más fácil atraer a los demás. Je, je.

Este era de New York. Umm, sexy. No hicimos nada complicado porque yo acababa de estar con otro. Pero algo se hizo. Era muy romántico y me pedía un beso cada dos segundos. No era nada difícil dárselo, seamos honestos. Cuando salía de su habitación a buscar a mis amigos, estos, por supuesto, no estaban por los alrededores. Di una vuelta por los pasillos, aguantando sonrisas y sonriendo recíprocamente. Después de un tiempo, volví a mi habitación para descansar un rato, pero antes de entrar descubrí algo que me paralizó momentáneamente: ¿dónde estaba mi toalla? ¡Oh, no! Corrí hacia la habitación del neoyorquino, quien dormía. Se rió y me dio la toalla. ¡Qué vergüenza!

Me fui a mi habitación y me quedé dormido. Hay que aclarar que si no cierras la puerta, la gente entra y se siente como en casa. Yo, como estaba más que satisfecho, cerré mi puerta. Dos horas después me desperté sintiéndome con ganas de cualquier cosa, menos de tener sexo. Quería escribir, jugar o mirar televisión, pero no acostarme con nadie. Pero todavía faltaba una hora para salir del lugar (uno paga por seis horas, y mis amigos y yo habíamos acordado vernos en la salida al final de ese tiempo).

Así que fui al baño colectivo y me di una ducha (cuando te duchas todos te miran, pero tú los ignoras y te concentras en el chorro de agua). Me peiné, me puse un pullover porque tenía frío (en realidad le llaman “sauna” pero no crean que hace calor), y regresé a mi habitación; todo eso en el medio de miradas suspicaces. Me aburría en mi habitación así que decidí abrir la puerta. Si alguien está con un pullovito la gente se controla más para entrar porque no es una clara invitación a tener sexo. Varios lo intentaron pero al ver que yo no los miraba, salían. Hay que aclarar que hay códigos bien fijos en lugares como estos, y nadie los viola. Es una selva. Pero una selva con reglas propias. Si tú no pareces interesado, nadie te obliga. Y fue en este justo momento en el que me sentía bien conmigo mismo, acabado de bañar y mirando el techo con satisfacción postcoital, que entró el verdadero protagonista de esta historia.

Lo llamaremos Laurent. No es su verdadero nombre, pero por respeto a algunas cosas que leerán después, no diré cómo se llama. Pero créanme, recordaré su nombre real por mucho tiempo, quizás para siempre.

Laurent entró con un perfil increíblemente bajo. Entró, de hecho, como si fuese un primo lejano que llega a la cena familiar del domingo: con algo de pena, pero con la seguridad de que es familia. No pidió permiso ni hizo ninguna referencia sexual, solo me dijo, como quien pregunta una dirección: “¿Inglés o francés?” Le respondí en francés que cualquiera de los dos y me dijo que qué bien, porque estaba perdido en inglés. Se sentó en los pies de la cama y me dijo que venía de Toulouse, Francia. Vaya, un francés. Les debo un post sobre un francés que conocí aquí mismo en Montreal. Pero ahora no.

Me cogió los pies y empezó a traquearlos (no sé si hay un verbo mejor para eso). Yo lo miré con una cara de sorpresa que se podrán figurar. ¿Disculpa? ¿Te invité a entrar? ¿Te invité a traquearme los dedos de los pies, cosa que detesto? Pero él solo sonreía mientras hablaba de cómo una vez traqueado un hueso hay que esperar un tiempo prudencial para que cierto líquido se asiente y vuelva a sonar. Creo que es así la explicación, porque lo cierto es que yo no daba crédito (para citar a Ray cuando quiere decir que está anonadado).

Cuando comenzó a traquearme los pies (no los dedos de los pies, sino los pies) comencé a fijarme en él. Curioso, era la clase de hombre que le pasas por el lado y quizás no lo mires, pero si lo haces, te darás cuenta que no hay hombre más atractivo que él. Un poco más alto que yo, un poco menos flaco, un poco menos blanco, pelo castaño corto y ojos verdes. Un hombre que se sabe encantador (es francés) y lo utiliza cuando habla. De los que sabe que puede entrar a un cuarto y nadie lo va a botar. Es muy difícil no caer por un hombre así. Atención, que lo que les digo es mi impresión después de reflexionar, pues la primera imagen que da Laurent es que es un muchacho agradable y simpático, desenfadado e inteligente. Nada más. Y es todo eso, por supuesto, pero hay algo de seductor irremediable escondido ahí. No es tan casual como se podría pensar.

Me confesó que me había visto cuando yo, sin saberlo, me paseaba sin toalla por la sauna. Ay, por Dios, qué pena. Yo reí, para darme cuenta que no había dicho ni una sola palabra hasta ese momento. Yo, que no paro de hablar. Es que él lo hacía todo. Para el momento que me tocaba mis partes íntimas (no me las traqueaba) ya yo estaba completamente interesado en él. No era porque me tocara; era porque había algo en él que lo separaba de todo el mundo. Era, seamos honestos para poderlo superar todos juntos, un hombre increíblemente sensual.

De pronto, justo cuando nos besábamos (si se fijan, comenzó por los pies y siguió subiendo hasta llegar a la boca; eso es un verdadero profesional de la seducción) me hizo la pregunta que todo chico en su primera visita a una sauna espera al encontrarse con un sexy francés que lo besa: “¿Quieres drogarte conmigo”?

Yo, como el 80% de los cubanos, no sé nada de drogas. Ni idea. Me dan lo mismo. Todos conocemos la marihuana, pero más que eso, no. Por lo menos yo no. Pero este es un mundo distinto y hay droga real. Le pregunté qué clase de droga y me dijo que una no muy trashy con tres letras (lo olvidé) que la gente usa para tener sexo. Yo dije que sí. Ni lo dudé. Solo dije que sí. Abstraerme del mundo por un rato con un hombre como ese me parecía lo mejor que podía hacer (en toda mi vida).

Salimos de mi habitación y me llevó a la de él de la mano. Parecíamos novios. Su habitación estaba del otro lado de la sauna. En el lado “cool” de la sauna. Sus amigos estaban en las habitaciones de al lado y él me los presentó a todos como si nos hubiésemos conocido en un paseo en barco y no en un cuarto de sauna. Que levante la mano al que no le guste andar con un hombre bien lindo que te presenta como si tú también fueras un mango a sus promiscuos y simpáticos amigos franceses. Pero fue ahí cuando sentí el primer indicio de quién era verdaderamente Laurent.

Entramos a la habitación. Parecía que vivía allí. Computadora y todo. Revistas, papeles, condones, botellas de agua, cerveza, chicles, de todo. Parecía Sarajevo en tiempo de guerra. Me preguntó de dónde yo era mientras tiraba las cosas de la cama para el piso y me cargaba (traqueándome la espalda) poniéndome sobre ella. Mientras estaba en sus brazos, preguntándome cuándo había sido la última vez que alguien que me había conocido hacía 10 minutos me había cargado, me volvió la sospecha sobre la identidad oculta de Laurent.

Me dejó revisando mi Facebook y se fue a buscar la droga de las tres letras. Entró con un amigo que venía a buscar condones. Me presentó como “un chico encantador que se paseaba sin toalla por la sauna”. Yo sonreí. El amigo, un argelino muy lindo, se me acercó y me dijo: “Encantador, en verdad”. Me sentía como una adolescente. Una de esas que está buenísima. Me reí con la idea de que en este país soy un mango. Ja, ja, mi día era perfecto.

Momento de drogarse. Me quitó la toalla, se acostó sobre mí con un tubito en la mano, lo mezcló en un vaso con refresco de naranja, me lo dio en la boca como si yo tuviera dos años y me besó. Me dijo que tardaría unos 10 minutos en hacer efecto, que quería ponerme una canción mientras tanto pero que me concentrara en la letra porque era lo importante. ¿Una canción? Esto o era muy romántico o era muy raro. Opté por romántico.

Puso la canción y yo me puse a oír atentamente para no decepcionarlo. Diez segundos después me erguí horrorizado. ¡Yo conocía esa canción! Y no es una canción para nada conocida. Es de una película francesa con la que estoy obsesionado llamada “Canciones de amor” que, incluso, puse a mis alumnos a traducir. Soy algo así como el embajador de esa película en Cuba, ¡pregúntenle a Ray! Él me dijo que cómo era posible que conociera la canción, que ni en Francia la película era muy conocida, y yo le dije que en Cuba aún menos. Él me dijo: “Me sorprendes”. Y así, mientras nos mirábamos a los ojos asombrados uno del otro, pude constatar mis miedos más terribles: Laurent era el Sr. Inaccesible.

Yo soy la clase de persona que siempre se enamora de los hombres difíciles. Está en mi ADN. Hombres complicados, locos, confundidos o no asumidos, me hacen caer una y otra vez. O por lo menos lo han hecho en el pasado. He aprendido con el tiempo a que no me llamen tanto la atención. Lo considero como una madurez aprendida con el tiempo; su fragilidad ya no me atrae tanto como antes y me intereso más, después de viejo, en hombres enfocados y con intereses definidos.

Pero hay uno que confieso que me cuesta superar: el hombre inaccesible. El hombre inaccesible es ese que es tan cool, tan directo, tan espontáneo, tan lindo, con tanta visión de todo, que uno no puede evitar enamorarse de él. Pero él es así con todo el mundo; nunca será tuyo solo. Es un hombre que se puede casar, fingir que ama, todas esas cosas, pero nunca será de nadie. Y tampoco será nunca feliz. Alguien rompió su corazón en el pasado y lo arruinó para todos los que vinimos detrás. Es un hombre que ha perfeccionado su técnica de hacerse encantador para suplir su ausencia de interés por el mundo. Es un hombre al que nadie puede acceder, ni siquiera él mismo y que termina suicidándose porque ya no tiene nada que hacer en este mundo.

Oh, no, el Sr. Inaccesible. Ahí estaba, desnudo, encantador, con la canción adecuada, a dos centímetros de mí, traquéandome partes del cuerpo que no sabía que existían, y habiéndome drogado. Yo sí que sé meterme en problemas.

Intenté no pensar en eso hasta que el efecto de la droga no pasara. No podía hacer otra cosa. Le pregunté que qué hacía en Montreal. Sacó una revista gay y me enseñó un anuncio de masaje no erótico. El anuncio era decente, no tenía ni su foto (si la hubiese puesto yo habría pagado lo que no tengo por un masaje no erótico). Bueno, si lo pensábamos bien, él se pasaba el tiempo dándome masajes, así que no tenía que pagar nada por tenerlos. Y además los míos sí eran eróticos. Se lo dije, se rió y me dijo que el anuncio era nuevo y que estaba esperando todavía a su primer cliente. Por el momento tenía otro trabajo. Me preguntó si sabía lo que era un “escort”. Por supuesto que lo sabía y por supuesto que Laurent tenía que ser uno: era un prostituto.

Los “escorts” son putos caros. De los que cobran mucho y se dedican a cuidar su cuerpo y sus modales para complacer a los hombres. Vaya, justo cuando no podía hacerse más inaccesible.

Tengo que decir que no me dio por criticarlo ni por un segundo. Considero que la prostitución es más decente que pedir dinero en las calles. Aquí por lo menos hay un intercambio. Además, yo no soy nadie para juzgar a los demás. A veces lo hago, pero sigo sin ser nadie. Por otro lado, me alegré. Nadie sabe más de sexo seguro que los putos. De hecho, los hombres que más sexo tienen son aquellos que saben verdaderamente protegerse. Los nuevos y fresquecitos son los que hacen barbaridades. Así que el hecho de que fuera prostituto no me afectó tanto. Además, hay que admitir que es algo atractivo ser el objeto de atracción no lucrativo de un puto.

Comencé a estar seriamente feliz. Drogado, por supuesto. Él me cogió y me dio tres vueltas traqueándome el cuerpo. De pronto, justo cuando daba vueltas, me di cuenta que eran las 9 de la mañana. En aquel lugar tú no sabes si es de día o de noche porque siempre es igual. Le dije que tenía que irme y me preguntó si yo estaba loco, que no podía irme ahora. Le dije que mis amigos me esperaban. Me dijo que no, que no me iba a ir a ninguna parte, que pagara por un suplemento (pagas otros 25 dólares y te dan ocho horas más). Dios mío, ocho horas más allí; si ya yo me iba. Me dijo que él haría lo mismo porque su tiempo también estaba al vencerse. Me dio la mano y salimos de la habitación.

Para cuando salimos de esta y caminábamos por los pasillos, ya yo era oficialmente la persona más feliz de Montreal. Esas drogas son buenísimas. Imagino que sean malísimas, por supuesto, pero lo cierto es que yo tenía una ligereza que desearía conservar una buena parte de mi vida adulta. Cuando llegamos a la oscura recepción (si ya estás dentro hay otra recepción en la que te dan y te cambian las toallas, te venden comida y esas cosas) me encontré a un colectivo reunido, todo limpiecito y esperando: mis amigos. Me parecía que hacía siglos que no los veía. Cuando me vieron en toalla y con un hombre (tan lindo) de la mano, uno le dijo a otro: “Nos vamos que este se queda”. Nos dimos besos y abrazos y ellos pudieron notar que yo estaba drogado. Me miraron con esa cara que solo saben poner los homosexuales, mezcla de hombre y de mujer mala, que quería decir: “Tú mira a ver, niño”.

Laurent y yo nos besábamos como si no hubiera un mañana. El recepcionista nos miraba como diciendo: “¿De veras? ¿No pueden hacer esto dentro de cinco minutos cuando terminen de pagarme?”. Nosotros como si con nosotros no fuera. Y si alguien hablaba era él porque yo me abrazaba a su espalda como un niño chiquito y no lo dejaba hablar con el recepcionista, quien me miraba con cara de odio. Él se reía mientras me quitaba las manos e intentaba pagar por él y por mí (yo le había dado mi dinero antes, que conste).

Laurent y yo nos metimos en una habitación que no era ninguna de las nuestras. Todavía no sé por qué. Pero no era ninguna de las nuestras. Nos besamos y empezó, cual loco, a traquearme la espalda. Yo gritaba cada vez que lo hacía y me reía aliviado un segundo después. Él se reía cada vez que yo gritaba y me besaba cada vez que yo me reía. ¿Qué era aquello? El hombre inaccesible me tenía por completo en sus garras. Pero yo parecía no notarlo.

De pronto hice la pregunta más emocionaldependiente de mi vida. Le pregunté si se quedaría conmigo todo el tiempo que durara el efecto de la droga. Me miró, puso su cara de francés y me dijo que sí. Pero agregó que también se acostaría con otros hombres. Por supuesto que diría eso. Era lógico. Le dije que claro, que no importaba. Un segundo después le dije que sí me importaba, que yo era muy celoso y que él me gustaba mucho. ¡Esas drogas cretinas me hacían decir la verdad! Él me dijo que no teníamos que separarnos en toda la noche. Bueno, una orgía es diferente. Por lo menos yo estaba ahí. Además, me dijo que con los demás solo era sexo. ¿Solo era sexo? ¿Y conmigo qué era? Se lo pregunté y me respondió: “¿Crees que traqueo a todo el mundo?”. Oh, no, el hombre inaccesible me enamoraba y yo caía como una mosca. Yo no daba crédito; Laurent siempre lograba dejarme con la boca abierta.

Justo cuando comenzábamos a hacer cosas más serias, me dio un ataque. Uno interno, uno que nadie notó. Solo yo. Era el momento de deshacerme del Sr. Inaccesible. Ahora, antes de que fuera demasiado tarde. Antes de que me gustara más y tuviera que verlo con otros hombres. Así que le dije que me iba. Ahora el que tenía la boca abierta era él. Pero no dijo ni una palabra. Se tragó sus ganas. Se podía notar a un kilómetro. Se paró, salió de su estupor, se pasó las manos por el pelo y me dijo: “No olvides los condones, con la droga hay tendencia a olvidarlos”.

Vaya, ahora sí que estaba enamorado en serio. El verlo tragarse sus ganas me conmovió inmensamente. Además del comentario de los condones. A mí nunca se me hubieran olvidado (ni aún bajo los efectos de la droga), pero que él me lo dijera solo podía hacerme sentir más cerca de él. Era como si se sintiera responsable de mí en aquel mundo de drogas y promiscuidad. Tenía que irme antes de que se me siguiera metiendo dentro.

Salí de la habitación y corrí por la sauna. Y ahora comienza una etapa loca que si han llegado hasta aquí y han seguido mi estado, comprenderán. Me enredé con toda la sauna. No quiero mentirles, parecía un loco. Me besaba con cuanto hombre bueno había. No había un gramo de inhibición en mi cuerpo. Ni uno solo. Los veía y los besaba. Y ellos, por supuesto, se dejaban. No solo besé, pero tampoco hice nada del otro mundo. Ya saben, nada que hubiera necesitado condones.

Hay que decir que mi toalla hacía rato que no estaba. Era la locura personalizada. Pasaba por los cuartos y me metían para adentro. Yo intentaba salir, pero si el hombre estaba bueno, me quedaba. Ay, mi madre, qué manera de besar y apretujar a hombres lindos. Y de todas las nacionalidades. Recuerdo a un coreano que estaba buenísimo. Y a un italiano. Y de pronto, cuando fumaba de una pipa en un cuarto y un americano y un canadiense me toqueteaban, me dio otro ataque.

Laurent. Me dio un ataque con Laurent. Me molestaba que estuviese acostándose con alguien. Me molestaba que no me hubiese dicho que me quedara, aunque se le veía en la cara que lo deseaba. Me molestaba que fuera un hombre inaccesible. Me molestaba todo porque me gustaba demasiado. Así que salí corriendo de nuevo por toda la sauna, ahora como un loco que busca la salvación. Lo busqué hasta en los centros espirituales. En la piscina, en los baños secos, en las duchas, en los pasillos, en los cuartos. Nada. Abría y cerraba puertas y la gente pensaba que yo quería entrar y me retenían. Yo me soltaba y les gritaba que me soltaran. Estaba histérico. En realidad esas drogas te hacen ser un animalito.

Hasta que lo encontré. En el baño, peinándose. En el baño “bueno”, no en el colectivo. Así de simple, como si no hubiese hecho nada. Solo limpio y blanco. Lo miré con mi cara de loco, a un segundo de echarme a llorar. Era una fiera. Él me miró fijo por diez segundos. Nunca lo había visto serio. Me cogió por una mano, me llevó a su habitación sin saludar a ninguno de los amigos que se encontraba en el camino, abrió la puerta, entramos y cerró.

Tuve sexo salvaje y pasional con Laurent. Lo hice. Lo hice y fui feliz. Hicimos de todo. En la cama, contra la pared, en todas partes de aquella pequeña habitación llena de cosas. De todo. Les juro que por veinte minutos fui un hombre feliz, en su más puro y salvaje estado. No me arrepiento de nada. Cuando me tenga que ir de este mundo, siempre tendré ese momento de drogas, sexo, lujuria y pasión conmigo.

Terminamos. Me dijo que yo estaba muy drogado, que tenía que tomar algo dulce. Yo no quise decirle que en realidad yo ya no estaba tan drogado como tan muerto con él. Así que me tomé la Pepsi que fue a comprarme a la recepción. Nos bañamos en las duchas colectivas. Yo ya no estaba drogado. Creo. Y de pronto no lo vi más. Por un error, por coger por un pasillo diferente de camino de las duchas, no lo vi más. Me quedé buscándolo, pero nunca apareció. Busqué en todas partes, pero nada. No sabía qué sentir. No sabía si me tocaba buscarlo según las leyes de sexo de las saunas. No sabía si me tocaba buscarlo según las leyes de protección de nuestros corazones. No sabía. Me fui a mi cuarto y sin darme cuenta, en medio de mi ansiedad, me dormí.

Me desperté dos horas después con la cabeza a punto de explotar. No supe qué hacer en un inicio. Salí de la habitación y fui a buscar a Laurent a su habitación. No sé si debía, pero el animalito que había todavía en mí fue directo hacia allá.

No me gustó lo que vi. Laurent estaba con un mexicano viendo videos en la computadora. Parecían novios. Tengo que decir que yo ya me había enroscado con el mexicano en mi locura de dos horas antes. Eso: promiscuidad de la buena. Todos contra todos. Mi cara no trasmitió absolutamente nada. Ni una emoción. Él, cuando me vio, sonrió asombrado y me dijo: “¿Dónde estabas?”. Podría jurar que sintió algo de entusiasmo al verme. Yo le respondí que había dormido. Me dijo que qué bien porque me veía muy mal. Mientras dijo eso quitó lo que estaba a su lado (no al mexicano, del otro lado) y me invitó con la mano a sentarme a ver videos con ellos dos. Pude entrar, pero ese era el momento indicado para irme y dejar al Sr. Inaccesible.

Y lo hice. Le dije que no, que iba a caminar por los pasillos, a acostarme con más gente. Mentira. Él me miró con la misma cara de cuando le había dicho que me iba a mitad de coito tres horas antes. E igual que antes, se lo tragó. Solo me dijo: “Pues ve”.

Y me fui. Y en el pasillo me dio otro ataque. Uno de soledad. Y de la mala. Regresé a mi cuarto y me volví a quedar dormido.

Me desperté dos horas después, sorpresivamente sintiéndome bastante bien. Así y todo, mi codependencia me hizo regresar a su habitación. ¿Estaba loco? ¿Hasta cuándo? ¿Quería verlo estando con otro hombre? Estaba tentando a mi suerte. Su puerta estaba cerrada esta vez. Toqué y me respondió con un “¿Sí?”. No estaba preparado para que contestara. Solo para que me abriera o no. No supe si estaba teniendo sexo o durmiendo. Atemorizado, me fui de allí corriendo.

Decidí que me iba de una vez y por todas de aquel lugar. Pero antes necesitaba una ducha. Me hacía falta sentir el chorro hirviendo en mi cabeza. Y lo hice. Y en la ducha de al lado me encontré lo impensable: un cubano. Ni se imaginen que estuvimos; yo no vine aquí para estar con cubanos. Pero fue agradable conocerlo. Un cubano sin ropa. De regreso al cuarto un hombre grande y fuertote me ofreció droga (no me la vendía; era un ofrecimiento a tener sexo). “Oh, no, thank you, I’m way too tired”, le contesté. Y justo cuando comenzaba a vestirme en mi habitación entró un rubio fuertecito con gorra y cara de malo. Por muy cansado que uno esté uno no deja pasar a los rubios fuertecitos con gorras y caras de malo.

Nunca hablamos. Solo lo hicimos. Y, cosa increíble, para mi cansancio y mi estado de ánimo, fue increíblemente intenso. Solo hicimos una cosa (no diré cuál), no cambiamos de posición ni un solo minuto; solo hicimos eso. Por más de media hora. Cuando uno hace una sola cosa sin cambiar, esa cosa se pone obligatoriamente intensa. Sudábamos y nos mirábamos a dos centímetros de distancia con cara de animales: cansados pero salvajes. Tengo que confesar que fue un sexo increíble. Al terminar nos quedamos en la misma posición por un rato.

Nos levantamos y me dijo que se iba a la ducha. ¿Era una invitación? No tenía sentido, no habíamos hablado ni una sola palabra hasta ese momento. Yo, un tanto sorprendido, acepté, pero en ese momento, justo cuando salíamos, el hombre grande que me había ofrecido droga un rato antes lo interceptó y le dijo que sus llaves se habían cambiado (obviamente habían estado). Así que se fueron a probar las llaves. No me quedé a esperarlo, no tenía sentido. Se acabó el enamoramiento en la sauna. Cuando caminaba solo, llegó el rubito de nuevo, y me dijo que yo tenía la llave de él. Y como la de él no era la de él, sino la del hombre grande y fuerte, pues yo tenía en realidad la llave del hombre grande, el rubito la mía y el hombre grande la del rubito. Bien, ya que vamos a ser promiscuos, seámoslo también en llaves.

Y en ese momento, justo cuando bromeábamos al respecto (bueno, bromeamos el hombre grande y yo; el rubito no decía ni una palabra) se apareció Laurent. Limpio, fresco y sonriente como siempre. Tenía una habilidad para no parecer que se había ensuciado que era increíble. Yo intenté poner cara natural. Se acercó a mí y me preguntó si había dormido bien. Le dije que sí. Me dijo que se alegraba. El hombre grande se fue pero el rubito seguía al lado mío. Me miró como diciendo: “¿Vamos a la ducha o vas a seguir hablando con el francés?”. Laurent sonrío desenfadadamente como diciendo: “¿Conversamos o te vas a la ducha con el rubito?”. Bien, yo soy la única persona que puede tener un drama emocional en un lugar en el que se va a tener sexo animal.

El rubito decidió por mí, al irse solo para la ducha. Así que me quedé con Laurent, a quien miré con cara de “Bien, ahora perdí al rubito por tu causa y tú no estás para mí (ni para nadie porque eres el Sr. Inaccesible)”. Y Laurent dijo lo que tenía que decir: “Sé que estás bravo conmigo”. Yo puse mi mejor cara de sorpresa mientras respondía “¿Cómo se te ocurre decir eso?”. Él, ignorando mi fingida sorpresa, me dijo: “Sí, por el mexicano”. Vaya, se dio cuenta. Justo cuando iba a replicar, siguió: “No tienes derecho. Cuando empezábamos a tener sexo tú me dijiste que te ibas y estuviste con toda la sauna, no tienes derecho a ponerte bravo por el mexicano”. Ok, no pude decir nada. En primer lugar, tenía toda la razón. En segundo lugar, parecía molesto, lo cual me hizo sentirme increíblemente sorprendido y bien.

“Escucha, aquí la gente viene a tener sexo, no a conectarse con las personas” salió de mi mentirosa boca. Me dijo: “A veces uno se conecta con la gente en los lugares más raros, producto de muchas cosas complicadas de explicar. Quizás no tenga mucho sentido, pero la gente lo hace. Y tú lo hiciste”. Era como si leyera mi pensamiento. Yo, al oír la lectura de mi propia mente, me sentí desprotegido e incapaz de decir algo. Pero esa conversación me hizo bien. Así que confesé: “Me sentí mal, pero ahora que me dices eso me siento mejor”. El sonrió, con esa cara de puto francés que lo hacía tan irresistible, y me dijo: “Me alegro”. Y agregó: “Bueno, ahora que todo está arreglado, te invito a mi casa”.

Oh, no, la casa del Sr. Inaccesible. ¿Por qué me invitaba? ¿El Sr. Inaccesible estaba conectado conmigo tanto como yo con él? Tú no invitas a tu casa a alguien que está conectado contigo y tú no con él. A no ser que fuera para jugar conmigo. Ya saben, romper corazones por deporte. Yo no supe qué decir. Dije algo parecido a un para nada convincente “no”. Él me dijo: “Vamos, dormiremos juntos, veremos una película y tendremos sexo a la luz de las velas”.

Lo siento, pero no creo que nadie pueda rechazar una invitación como esa. ¿Tener sexo a la luz de las velas con un puto francés que dice lo que tú estás pensando antes incluso de que te des cuenta de que es eso lo que estás pensando? Lo siento, pero no. Ni siquiera si es el Sr. Inaccesible. Yo dije algo parecido a “sí”. Él me dijo: “Ok, nos vemos en una hora aquí en la recepción”. Todavía necesitaba una hora. Para acabar, probablemente. Pero no me importó. Yo solo necesitaba decir en alta voz que me molestaba que él estuviera con otros hombres para poder olvidarlo. Y ni siquiera tuve que decirlo porque él mismo lo hizo. Por eso me volvía tan loco, porque siempre decía lo que yo pensaba.

Le dije que estaba bien. Me fui a mi cuarto sintiéndome increíblemente bien con todo. Me vestí y me puse a trastear en mi computadora. En eso el hombre grande que me ofrecía droga y confundía llaves, entró. No hicimos nada, solo conversar (señores, ya yo no podía más). Era libanés. Le dije que no me había sentido muy bien y me preguntó por qué. Y yo, como no tenía ni idea de qué haría un post de esto (yo estoy medio loco) le conté todo lo que les acabo de contar a ustedes. Uno busca confesores en las personas que menos se imagina y que menos tienen que ver con uno. Tiene sentido, después de todo. Con ellos nos permitimos ser sinceros. Él me dio consejos que todo padre le daría a un hijo. En el improbable caso que un padre y un hijo estuvieran en la misma sauna homosexual. Me dio un beso, me dijo que se alegraba de conocerme y que me cuidara. Era el consejo del día. No sé si se refería a los condones o a mi corazón. Pero me alegró conocerlo y recibir sus consejos.

Unos minutos después el rubito de mirada brava se paró en la puerta. Yo lo miré con cara de sorpresa. En realidad el rubito me tenía confundido. No parecía para nada el tipo de persona que se conecta con los demás, pero claramente lo estaba. Me dijo, molesto: “¿No te acuerdas de mí?”. Obviamente pensó eso por mi cara de “¿Qué haces parado en la puerta?” Yo lo miré, y le respondí: “Te acabo de singar, claro que me acuerdo”. Puso cara de “Ah, ok”. Me dijo: “¿Eres de Montréal?”. Le dije que no, pero que estaba viviendo aquí. Me dijo: “Quizás nos veamos de nuevo”. Lo dijo como una afirmación pero era una pregunta. Yo lo miré por diez segundos sin quitar la mirada hasta que le dije: “Lo haremos”. Y lo haré. Uno no deja pasar rubitos así.

Cinco minutos después entró Laurent. ¿Qué hacía Laurent ahí? Era como un desfile de personas que no pensaba ver entrar por la puerta de mi habitación. Me dijo que no olvidara nuestra cita. Ja, como si se me fuera a olvidar. Me dijo: “Yo vengo de Francia y allá somos estrictos con los planes, aunque los rompamos, así que tuve que venir a recordártelo”. No sé si he dicho hasta ahora que Laurent hacía un chiste inteligente cada dos segundos. Y en un francés perfecto. Un hombre inteligente que te hace reír es algo que no se ve todos los días. Me reí. Él sabía que a mí no se me había olvidado, solo que por alguna razón, quería estar ahí. Le dije: “Ok, ahí estaré, señor, no se preocupe”, como invitándolo a irse y tener su último encuentro en los pasillos. Él me preguntó si podía entrar. No entendí: ¿por qué perder los últimos minutos conmigo si después se iba conmigo? Se sentó, y como leyendo mi pregunta, solo dijo, encogiéndose de hombros: “Uno tiene que hacer lo que tiene ganas de hacer”.

Tienen que haber visto mi cara. No traduje una emoción con ella, pero la sentí. El Sr. Inaccesible estaba puesto para mí. Justo cuando yo necesitaba que no lo hiciera para poder soltarme más fácilmente. Se sentó y me empezó a traquear los dedos de los pies. En el mismo lugar y en la misma posición que nos habíamos conocido tantas intensas horas atrás. Dos minutos de masaje no erótico después, me dijo: “¿Te parece si te ayudo a recoger tus cosas y después vas conmigo y me ayudas a recoger las mías y de ahí nos vamos?”. Oh, no, éramos el equivalente promiscuo de ser novios.

Lo hicimos. Recoger me tomó un segundo y a él 20 minutos. Tenía aquella habitación que era una locura. Ya para ese momento hacía chistes y bromas todo el tiempo. Estaba feliz, parecía un niño. Me engañaba diciéndome que ahora teníamos que pagar más dinero por haber andado encueros por la sauna y fingía que el televisor de su habitación caía sobre mí, solo para ver mi cara de susto. Cuando lo lograba se echaba a reír y yo le daba un piñazo al comprobar que era otra broma. Definitivamente novios. Oh, no, uno no intenta hacerse novio del Sr. Inaccesible.

Y cuando me di cuenta estábamos en la recepción oscura, esperando que recogieran nuestras llaves, frente a frente, y por primera vez, vestidos. Yo tenía un pullover blanco y él una camiseta negra. Era la definición perfecta de sensualidad. No sé si alguno de ustedes ha estado con alguien primero y lo ha visto vestido después. Se los recomiendo. Es como empezar al revés. El recepcionista semidesnudo nos miró, esta vez sin molestia, y nos dijo: “Se van los franceses”. Yo me reí. Hay que decir que mi acento es claramente francés, no quebeco. Pero tampoco para parecer francés. Pero me reí. Y Laurent también. “Pues se van los franceses a su casa”, le dijo al recepcionista, mientras me tomaba por una mano.

Y así salimos. Pero antes, justo en la recepción del otro lado (en la que había luz) le dije algo que no le había dicho hasta ese momento y que él, por supuesto, no había tenido la necesidad de preguntar. Pero si me iba a ir a su casa y a enredarme emocionalmente con el Sr. Inaccesible, necesitaba que lo supiera. “Mi nombre es Raúl”. Él me miró, no sonrió y me dijo: “Laurent”. Y fui yo quien sonrió, al darme cuenta que yo tampoco sabía su nombre. El Sr. Inaccesible era inaccesible, pero estaba definitivamente interesado en mí. Se notaba a un kilómetro.

Y así, después de más de 12 horas en aquel lugar, abrimos la puerta los dos a la vez y salimos de la mano a la calle.

Segunda parte: El Sr. Inaccesible 

18 comentarios:

Liana dijo...

Sin palabras... pero la verdad me quede con ganas de saber que paso despues, cuenta cuenta jaja.

Janet dijo...

Sabes qué??Te felicito por ser como eres y por llegar al momento de la vida donde si se tiene miedo a caer en lo q pensamos no caer jamás de nuevo y sin embargo disfrutarlo, es q te arrastra, no se puede hacer mucho...Me alegra tanto saber q estás viviendo!!!Pa'lante mangón!!!Me encantan todas tus historias! Si me gustó tu post! Ya muchos quisieran tener tu virilidad!!!!jajajajaja...apartando el bonche...Súper!

Alex dijo...

Demasiada droga en los ultimos posts, o no?

Raúl Reyes Mancebo dijo...

Primer mundo, Alex.

Mylène dijo...

Lo mejor que te he leído, lo juro...aunque sin ánimo de criticar, disfruta el primer mundo, el sexo, y hasta la dependencia, pero dale suave a las drogas. No me odies, es sólo un pequeño consejo.

Raúl Reyes Mancebo dijo...

Para nada te odio, jaja. No te preocupes por el consejo, ya lo sé. Leíste la segunda parte?

claudia dijo...

Raúl, realmente encuentro fascinante tu escritura, me refiero a tu estilo propio. Lo encuentro realmente absorbente, al igual que las vivencias intensivas que has tenido...;)

Daniell dijo...

Inexplicablemente he leído este post en orden inversa (entiéndase que he digerido primero el segundo)...
Me alegro profundamente que hayas podido vivir esta historia, y hacerla tuya...para siempre…
En medio de esta oficina, rodeado de papeles y llamadas que intentaron interromper mi lectura...sentí por primera vez en 7 años de ausencia: unas ganas enormes e inexplicables de abrazarte…
Te quiero…

(...)

cubitogeno dijo...

Wow que historia! eres genial me has cambiado este lluvioso sabado ,ahora me leo la segunda parte .....hace mas ò menos un ano yo tambien tuve una historia con un frances bisexual que empezò en una sauna......no te digo todavia tiemblo al pensarlo...... Gracias por todo

izmatopia dijo...

wow! mis respetos! nunca había leído (o escuchado) a un hombre hablar sobre esa parte tan propia y difícil de compartir con otros como es su sexualidad (menos aun homosexualidad) y te admiro por eso. Tanbién admiro que aún contando, no has sido vulgar o explícito, has sido coherente y sincero y eso me encantó...

vaya, te confieso que también soy muy selectiva y exquisita con la gente pero me estoy volviendo fanática a ti (es una referencia a algo que dijiste en uno de tus posts, el de Meryl).

Sería un honor poder conocer a alguien como tu, estoy segura de que hay tanto más de ese increíble ser que eres y si el universo conspirara para que coincidiéramos en un lugar del mundo, sería feliz!

qué bonito es soñar! te admiro Raúl!

izma.

Moi dijo...

Yo pensaba que "sauna" era masculino, "el sauna"...

Anónimo dijo...

Acabo de empezar y tendre que seguir magnana.
Me detuvo esta frase: "No tenía ninguna intención de contarlo, pero estoy intentando escribir otro post y las ideas no me vienen a la cabeza porque no dejo de pensar en mis últimos dos días."
Me pregunto si "el no poder pensar en nada mas", si la "imposibilidad de escribir otros post" era tambien falta de sexo-deporte, o falta de él....
Me pregunto si aquello que te desconcetraba/ poseia (cuando no pudiste mas que publicar este post) era, mas que falta de sexo, falta de todo eso que ocurre/se siente -SOLO CON ALGUNAS PERSONAS- antes, durante y despues del sexo..... Aunque hayamos decidido no enamorarnos (màs.
Evidentemente se dice màs facil de lo que es...
Seguiremos intentandolo.
Sigo magnana!
Raquel

dana eg dijo...

nosotros lo cubanos somos lo max en todo ..no te conozco y ya TE ADOROOOO <3

Unknown dijo...

wow oh que gran post, mil gracias por compartir tus vivencias, te admiro mucho por tu libertad, ojalá tuviera yo la valentía de ser asi que genial, de veras aun yo no he tenido sexo por temor a enredarme sentimentalmente y veo que vos lo haces mucho debes ser muy fuerte, a mi me destrozaría conocer personas tan geniales como amar y el frances y luego dejarlas ir, wow eres verdaderamente fuerte!!

Santiago Torres Destéffanis dijo...

"He logrado mantener mi inocencia y mi capacidad de asombrarme ante la vida. Pero no una inocencia que se base en la ignorancia de las cosas, sino en el verdadero conocimiento de estas. He aprendido que el sexo no es nada del otro mundo, pero que es importante. He aprendido que el sexo es importante, pero que no es nada del otro mundo. Me acuesto con la gente y no me enamoro de ellos. A veces me enamorisqueo y no tengo sexo con más nadie, pero al primer síntoma de desapego, de nuevo a las calles. A veces no tengo ganas de tener sexo y no lo tengo aunque me encuentre al más lindo. Sin tanta tragedia."

Pienso EXACTAMENTE así. Y me harta la gente que finge asustarse por ello.

Por el resto, me recuerdo, aproximadamente a tu misma edad, mi año en Estados Unidos, a mediados de los 90. Casi idénticas vivencias, aunque sin Facebook (pero había equivalentes).

Miguel G. Dorta dijo...

Wow!! Me ire a leer la segunda parte!
Leerte hizo mi mañana!

Anónimo dijo...

Hola :)
Te acabo de nominar a un premio... aquí tienes el link
http://unpedacitodemar.wordpress.com/2013/09/02/el-liebster-pa-mi/

Whitefang Silverpack dijo...

Me he vivido la historia contigo.. parecido a una pelicula, pero sin punto de comparacion. Tu prologo esta muy gracioso y precavido xD tu historia me ha hecho tener 15 otra vez (y 19, 20, 31).. no exactamente por similitud en las experiencias, que son muy Raulipropias, sino por la capacidad de sentir, que parece esconderseme de vez en cuando. Bro, tu lo has demostrado, hay que tener lo que hay que tener y ser uno mismo, lo demas es estar prestado y esperando juicio. Gracias una pila and many more por compartir tu historia, was amazing, as the smile in my face.


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