Está científicamente demostrado que, de cada tres seres humanos, uno es un
imbécil. Y otro tiene gran potencial para serlo. Y en la vida real constatamos
diariamente esta estadística. Están en todas partes: a veces son nuestros
amigos, muchas nuestros enemigos, rara vez lo dejan de ser nuestros jefes y a
veces los encontramos hasta en nuestras propias familias. Son nuestros
camareros, nuestros vecinos, nuestros compañeros de trabajo, nuestros amigos de
Facebook, los amigos de nuestros amigos de Facebook, nuestros profesores,
nuestros esposos, nuestros ex. Su presencia nos es común, intrínseca; desde
pequeños aprendemos a lidiar con ellos, a aguantarles sus cosas, a tolerarlos,
a pesar de que nunca nos lo enseñaran en aquellas aburridas clases de Educación
Cívica.
Se manifiestan de todas las maneras posibles. Ya sea hablando de más, ya
sea no diciendo lo que tienen que decir, ya sea apoyando causas tan imbéciles
como ellos mismos, ya sea molestando a las causas para nada imbéciles. Se meten
en nuestras vidas, en nuestros caminos, en nuestros futuros. Hacen comentarios
banales o, por el contrario, “demasiado” profundos. Nos niegan becas solo
porque pueden, nos envían comentarios acerca de “lo feliz que eres ahora en
Montreal”, nos torturan con ironías solo porque tuvimos el buen gusto de no
acostarnos con ellos. Son los esposos de nuestras amigas que no las dejan salir
solas, son los críticos de cine que redactan cosas con el único e incoherente
objetivo de llevar la contraria, son los dirigentes de casi todas las
latitudes.
Y en medio de tanto imbécil: nosotros. Y eso es lo que más me interesa en
esta noche montrealense. Nosotros. Nosotros, que de tanto lidiar con imbéciles,
terminamos haciendo cosas y diciendo barbaridades parecidas a las que hacen y
dicen ellos, como mecanismo de defensa primero, como práctica habitual después.
Pero ¿es que nos acostumbramos tanto a su manera de ser que actuamos de forma
imbécil o, peor aún, somos nosotros también, unos imbéciles?
Nunca nos hemos ganado la lotería, no hemos competido en los Juegos
Olímpicos, no hemos escrito un libro que se venda en todas partes. Somos seres
humanos comunes y corrientes, ¿qué nos garantiza no ser uno de los dos
imbéciles que existen de cada tres personas en el mundo? (porque el que tiene
potencial para ser imbécil es tan imbécil como el otro). Estoy convencido de
que los imbéciles no se consideran a sí mismos como tal, así que una
preocupación me viene a la cabeza: ¿soy un imbécil yo también? Quizás alguien
esté diciendo que sí con la cabeza al leer mi pregunta. Y quizás tenga razón y
yo también sea un imbécil.
Mucha gente me detesta, eso es seguro. Pero siempre lo he considerado como
una consecuencia lógica de tener una personalidad bien definida. Me asusto aún
más: “personalidad bien definida” está en el primer renglón de las
autodescripciones de los imbéciles. Oh, no, esto no pinta bien. Nunca oigo a
los demás, me cansé de hacerlo y de intentar tener una vida “normal”,
“adecuada”, “común”, “feliz”. Me gusta mi vida como es, llena de excesos por un
lado y de calma por el otro. ¿Me ha hecho eso un imbécil radical? Oh, Dios, soy
un imbécil, cada vez me convenzo más. Tengo un blog en el que hablo de mí mismo
y digo sin reservas lo que pienso. Lo considero como algo bueno y liberador.
Pero ¿no será acaso parte de mi imbecilidad el intentar compartir mis estúpidos
pensamientos con los demás? Me aterro. Y así podría seguir, cuestionándome todo
en lo que creo y mirándolo por el lado negativo (o imbécil).
Pero hoy conocí a un verdadero imbécil. No hablaré de él, quizás en otro
post, pero no ahora; solo quiero hablar de la influencia que tuvo el conocerlo
sobre mí. Yo sé lo que quiero; a veces me equivoco y a veces no hago nada por
obtenerlo, pero sé lo que quiero. No me meto en la vida de los demás, y si lo
hago por lo menos no lo tengo planificado. Así y todo no creo que lo haga. Los
problemas de los demás me afectan y me laceran y si algo está en mis manos para
poder cambiarlo, lo hago. Nunca me interpondría en el futuro de nadie y aunque
le dejo de hablar a la gente (frecuentemente) no deseo que les vaya mal.
Tampoco es que deseo que les vaya bien y que sean muy felices. No; no soy
perfecto. Pero no un imbécil. Y más que nada, conozco la diferencia entre el
bien y el mal, y si algunas veces he escogido el segundo, no ha sido por
ignorancia ni he fingido conmigo mismo que “creía que hacía lo correcto”. Sabía
que estaba mal. Imperfecto, sí; pero imbécil no.
Y así nada más, después de este ejercicio de autoanálisis que me ha llevado
toda una tarde, descubro no solo que no soy un imbécil, sino además la utilidad
de los imbéciles. Sirven para que uno se compare con ellos, evalúe sus acciones
a través de las acciones de ellos y mejore, corrija y reafirme sus valores,
decisiones y formas de ser. Ya sabía yo que el mundo no podía estar tan mal
hecho.
Así y todo el haberme cuestionado mi imbecilidad me ha hecho bien. Creo que
debo escribir algunos correos pidiendo disculpas a algunas personas con las que
no siempre he sido tan bécil (acabo de inventar el opuesto de imbécil). Pero,
fortalecido con el cuestionamiento, radicalizo una vez más mi carácter y
arremeto de nuevo contra los protagonistas de este post.
Así que púdranse, imbéciles. Púdranse todos juntos o por separado. Púdranse
ricos o púdranse pobres. Púdranse en sus gabinetes o en sus cuevas. Púdranse
solos carcomiendo su odio o felices con sus nuevos novios. Púdranse maltratados
por la sociedad o venerados por esta. Pero púdranse. Nosotros, los no
imbéciles, seremos menos, pero somos mejores, y eso es lo que cuenta. Somos
aquellos que vale la pena conocer, aquellos que da satisfacción saber que
existen, aquellos que cambiamos el mundo para bien. Así que sigan poniendo
trabas, hablando tonterías, criticando a los buenos. No nos interesa: con estar
en una lista diferente a la de ustedes, ya ganamos nosotros.
8 comentarios:
Eres un bello bécil, lo sabías? me encantó, ah, y si me lo permites voy a compartir este post con unos cuantos no-amigos imbéciles.
Gracias!!!! Be my guest, compártelo con quien quieras, jeje. ¿Crees que lo entenderán?
La verdad que tienes toda la razon, hay cada imbéciles en la calle...
Debo confesar que la palabra "imbécil" es una de las 3 que más me ofenden y que más detesto. Yo creo que todos tenemos nuestra dosis de imbecilidad. Lo que pasa es que en 2/3 de las personas, como dice Raúl, esta dosis es más elevada. Pero que nadie me diga que no se comportó o se sintió alguna vez como un imbécil. Anyway: ¡¡¡Abajo los imbéciles natos!!! Buen post, Raúl.
pos yo creo q tú también eres un imbécil... para aquellos q no te soportan y no te entienden, claro q lo eres. así como nos has dejado bien clarito q ellos lo son para ti. tu eres un imbécil, y yo otra, y así todos, evidentemente. la cuestión no está en serlo, porq eso es inevitable. la cuestión está en qué tipo de imbécil escogemos ser. como has dicho bien, están los q su imbecilidad les supera. luego están los pocos, como tú, q aunq no te conozco directamente, me atrevo a decir q tienes un excelente grado de sabiduría e imbecilidad.
excelente post, q espero me dejes compartir.
pd: como Alex jorge, creo q la palabra imbécil conlleva un grado superlativo de ofensa. cuando se la suelto a alguien me encanta la liberación q me queda, y despues me siento muy muy a gusto!!! jaja.
un saludo, de otra imbécil...
Jaja, pues claro io, es una cuestión de puntos de vistas. Por supuesto, compártelo con quien quieras. Saludos imbéciles :-)
Rauli lo compartí con una imbécil ya, ninguna reacción, también me pregunto si lo habrá entendido o si aún está procesando la información...
Siempre he pensado que soy, a un tiempo, imbécil y "bécil". Ello me ha conducido a razonar un corolario obvio: todas las personas somos un mix de ambas cosas. La cuestión estriba en el quantum (el latinazgo gratuito es producto de mi parte imbécil pero no me arrepiente porque suena mejor). Como fuere --ya producto de mi imbecilidad, ya de mi "becilidad"-- hago mío tu autoanálisis: "Me gusta mi vida como es, llena de excesos por un lado y de calma por el otro". A esta altura, por cierto, con más cuota de calma pero siempre sin abandonar mi tributo al exceso, porque de lo contrario no sería yo, imbécil o bécil.
Publicar un comentario