Todo comenzó cuando en septiembre de
2002 un muchacho marianense bien flaquito entró a la carrera de Lengua Francesa
en la Facultad de Lenguas Extranjeras de la Universidad de la Habana, justo al
mismo tiempo que otro muchacho bien gordito acabado de llegar de Las Tunas comenzaba
en el mismo lugar y a la misma vez la carrera homóloga de Lengua Inglesa. Y de
esta forma - que podría incluso considerarse como tímida - sería la entrada a
la FLEX de dos de las personalidades más carismáticas que pasaron por ella en los
últimos diez años y quizás en mucho más tiempo. Pero este no es un relato de
sus “logros” en la magna institución o ni siquiera de sus proezas fuera de esta.
Esta es la historia de su amistad. Sí, lectores míos que siempre han oído
hablar de él, esta es la historia de mi amigo Ray y yo.
Yo enseguida vi a Ray - difícil no
hacerlo – pero no estoy muy seguro de que él me haya visto a mí. Sea como sea,
lo cierto es que estuvimos más de un año y medio sin reparar mucho uno en el
otro, sin saber nuestros nombres ni intercambiar ni palabras ni miradas, consagrándonos
a nuestros respectivos idiomas. Pero cuando se pasa del curso preparatorio y se
llega a primer año (nuestras carreras duran un año más que las demás) uno se
relaja y se dedica a vivir su vida de universitario, que incluye muchísimas más
cosas además de estudiar. Así fue como, gracias a Kerla, conocí oficialmente a
inicios del 2004 a Rainer S. Rodríguez Peña (tengo prohibido revelar qué se
esconde detrás de la S), alias Ray. Kerla - quien estudiaba con él y a quien
este le había confesado su homosexualidad un día en una guagua no mucho antes -
y Ray andaban juntos todo el tiempo. Entonces Kerla (con quien me he fajado
6548 veces pero siempre nos hemos querido mucho), en total secreto, me confesó
que su amigo “el gordito” estaba “enamorado” de uno de mis grandes amigos pero
no tenía “experiencia” en nada de eso así que quería que yo lo “ayudara”.
Esa primera tarde, en la que ni
siquiera sé qué hicimos los tres en nuestra primera sesión de “ayuda” secreta,
sí recuerdo (¿cómo no hacerlo?) que al Kerla irse para su infame beca ya al
caer la tarde, Ray y yo, quienes somos vecinos del Vedado a pesar de que
ninguno nació ahí, nos quedamos solos y lo primero que hice fue pedirle descaradamente
sus zapatos para correr en el maratón de la universidad que sería dos días
después. Y así, en las escaleras del banco de J y 23, cerca de la parada de
Coppelia, me probé los zapatos de Ray, a quien apenas conocía. Luego, inspirado
por mi frescura de carácter, me confesó su amor por mi amigo y yo le di
consejos al respecto luego de fingir que nunca me había imaginado nada (Kerla y
yo habíamos repasado bien el guion). Y así fue como, en original intercambio de
zapatos y secretos, empezamos Ray y yo a andar para arriba y para abajo.
El primer día que entró a mi casa, mi
tía, quien no tiene una gota de tacto, lo primero que dijo, como una niña
pequeña que se alegra de ver a un hombre inmenso, fue “¡qué gordo!”. Ray sonrió
tímidamente y yo regañé severamente a la niña de 66 años. Por si fuera poco, un
segundo después Ray se sentaba en un sillón de la casa y lo rompía. Se puso
rojo y se paró asustado. Entonces mi tía, con la cara más alegre del mundo, le
hizo una seña con la mano para que se sentara a su lado en el sofá. Y así fue
como mi tía acogió a Ray como a un sobrino. O sea: alguien a quien hacerle la
vida un yogurt. No todo el mundo ha tenido acceso a esa categoría, pero Ray se
la ganó entrando por la puerta.
Ray es gordo y negarlo o ignorarlo es una
ofensa. Como mismo lo es regodearse en el asunto. En mi caso particular, yo
olvidé que Ray es gordo desde que lo conocí. Le he gritado de todo cuando nos
fajamos pero nunca “gordo” y no por respeto (yo cuando estoy bravo soy lo peor)
sino porque no considero eso como un defecto capital que uno deba gritarle a
los demás para ofenderlos. Como diría la prostituta Aurora (uno de mis
personajes favoritos de mi propia literatura) “lo importante en esta vida no es
ser gordo ni flaco sino tener un gran corazón y ser bueno en la cama”. Además,
yo estoy lejos de ser físicamente perfecto (aunque me considere así) como para
estar evaluando los físicos de los demás o mucho menos considerando esas cosas
a la hora de incorporar a alguien a mi círculo de amistades.
Ray lo negará toda la vida, pero gran
parte de la personalidad que tiene ahora me la debe a mí. Por supuesto que
exagero (egocéntrico que soy) pero lo cierto es que cuando lo conocí Ray tenía
mucho de gay tapado todavía. Y ser gay tapado es lo peor. La gente (que siempre
lo sabe) usa tu “secreto” en tu contra para ofenderte, humillarte y
chantajearte. Por eso, para ser libres, uno tiene que ponerle la homosexualidad
en la cara. Para que griten y se revuelquen (o no) mientras nosotros seguimos
sonriendo y jugando con los penes de otros hombres. Y si me ofendes te entro a
palazos. Yo no hacía mucho que había salido del closet tampoco pero siempre he
sido muy rápido en lo que a progresar se refiere. Así que ese día, después de tan
solo unos meses de frecuentarnos, en que Ray gritó en su aula, a raíz de una
discusión, que él era pájaro y agregó las palabras “¿y qué?” en puro desafío y
con gesto de las manos amenazante incluido, me lo tomo como mi responsabilidad.
Y vaya si me siento orgulloso. Otros
pueden torturarse por su estilo de vida, pero mi amigo Ray y yo somos demasiado
superiores para eso. De la misma forma, hace muchísimo que nos olvidamos que
somos gays y superamos esa etapa también. Como diría Jorge (otro avanzado) “no
hay nada peor que esos gays con 30 años que o todavía están en el closet o
recién saliendo y pensando que el ser homosexual es algo del otro mundo”. Dios
mío, con todo lo que hay que hacer en esta vida tan corta. Pero para eso, para
poder ser libres, en nuestras sociedades machistas, subdesarrolladas e
ignorantes, hay primero que gritar cuando se tiene 20 años que uno es pájaro y
agregar “¿y qué?” con gesto de las manos amenazante.
Aquella otra vez que dijo que debíamos
ir “a la Coppelia” me di cuenta que había que instruirlo un poco más y quitarle
el guajirito de encima (en estos momentos Ray lee esto y da golpes en la mesa
de la computadora). Pero no, mentira: Ray siempre ha sido un original con luz
propia, a pesar de que yo diga que todos sus chistes son herencia de los míos y
todas esas cosas. A él solo había que ayudarlo a salir un poco de su concha y
ahora no hay Dios que lo haga entrar de vuelta. Pero controlado, que conste.
Ray es el tipo de persona que uno puede presentarle a todo el mundo y él
siempre va a ser agradable, atento y educado. Sí: eso también lo heredó de mí
(más golpes en la mesa de la computadora).
Ray y yo entramos al mundo del consumo
del arte juntos aunque cada cual traía su bagaje ya. Al comenzar nuestra
relación él aportó un cassette VHS de la primera temporada de Friends y un
disco de grandes éxitos de los Bee Gees, los Beatles y los Rolling Stones y yo
mi colección dorada de Sex and the City. Luego llegaron los DVDs a nuestras
vidas, y luego las computadoras y los archivos Mp3. Y luego los discos de 500GB
sustituyendo a nuestras memorias de 128 megas (Dios mío) con la que íbamos a
buscar los capítulos de alguna serie que el vulgo no tenía. Y no solo de cosas
buenas, también somos especialistas en cosas malas. Y es que Ray y yo somos
white trash and we’re proud. Tienen que oírnos hablar. Es una mezcla de
términos en todas las lenguas que conocemos que incluye además jerga del show
business, de la pajarería en inglés y de American Idol, que realmente logran
que nuestros interlocutores no entiendan absolutamente nada cuando nos ponemos
a hablar entre nosotros.
No lo duden: cuando usted logró
encontrar una película acabada de salir o está descubriendo a un cantante nuevo
puede estar convencido de que Ray y Raúl hace muchísimo que los tienen. Si no
que lo diga Adele, a quien conocimos no con 19, sino con 17 (el público la
conoció con 21), o aquella película horrible de Wolverine que la tuvimos antes
de que se estrenara en Estados Unidos porque alguien desde Japón la pirateó y
en la que Hugh Jackman estaba lleno de cables que luego se quitaron en la
versión final. También corre el rumor de que tuvimos la copia de Harry Potter 7
incluso antes que las hijas de Meryl Streep en “El Diablo se viste de Prada”
pero no daré detalles por temor a perder nuestras fuentes distribuidoras. Y eso
es en Cuba; imagínense lo que haríamos Ray y yo en el primer mundo donde la
basura blanca se desenvuelve a su antojo.
¿Qué puedo decir de las cosas que Ray
y yo hemos hecho juntos? ¿Es que acaso habrá algo que no hayamos hecho? Eso
incluye cosas inenarrables que tanto él como yo tenemos prohibido revelar
(sobre todo cosas mías, claro) y que cuando yo sea famoso, él pondrá en una
escandalosa biografía que yo negaré todo el tiempo acusándolo de “chupasangre”
y “buscafamajena”. Uff, esos días en que seremos white trash de alcurnia y
tengamos nuestro propio reality show como las Kardashian. Dice Ray que si algún
día comienza un blog, las primeras palabras del primer post serán: “Este blog
no tiene nada que ver con el de mi amigo Raúl”. Pero me pregunto si serían, en
realidad, tan diferentes.
Recordar aquellos primeros años en que
íbamos al Malecón absolutamente todos los días (shame on us, Ray) y llegábamos
a la casa a las cinco de la mañana para estar en la escuela a las nueve. De la
Facultad nos íbamos para su casa (Ray vivió solito durante toda la carrera así
que su casa se prestaba para salón de operaciones) donde creamos bandas
inmensas de “amistades” que con el tiempo demostraron que o no servían para
nada o que eran muy buenos amigos. Organizamos fiestas en las que encontramos a
lesbianas infieles besándose en el baño y nos abalanzamos a la sala a bailar
con la masculina y atemorizante novia engañada para que no se diera cuenta de
nada y no matara a alguien en nuestra fiesta. O de cuando nos sentamos en la
segunda fila en aquel día sublime del estreno de la tercera parte del Señor de
los Anillos en el Chaplin y gritamos “Dura, Galadriel” sin pudor o nos
abrazamos asqueados cuando aquel negro pajuzo se masturbaba en frente de Meryl
Streep en el Riviera. O de cómo en todas y cada una de las veces que estrené
una obra Ray siempre estuvo ahí, incluido el día de “Historia de Madera” donde
lo oí desde la primera fila decir “ahora le toca a Raúl con el muñeco de palo
ese” y casi le meto una patada aprovechando que lo único que nos separaba era
una cortina.
O cuando pasamos por dietas de Ray en
las que comía pepinos como si fueran chocolates para complacer al novio de la
época. O de cuando corrimos escondidos hacia la cafetería de la esquina para
comernos unas pizzas y violar así la forzosa dieta de pepinos. De cuando me
obligó a ver todo lo que hay que ver
sobre Céline Dion en los 80, hecho del cual nunca he podido recuperarme. O de
cuando se acostó con mi amigo, del que siempre estuvo “enamorado” (como todo
buen seguidor de la ley de la atracción, yo no solo logro todo lo que me
propongo, sino además logro que mis amigos hagan lo mismo). O de los años y
años que nos pasamos subtitulando películas como esclavos para casas rivales,
cual Romeo y Julieta del subtitulaje (usted no va a encontrar a dos como
nosotros en el mundo del subtitulaje en Cuba, dicho sea de paso). O cuando me
comí 12 bisteces el día de su graduación aún sin conocer bien a su mamá, la
cual me seguía sirviendo bistec tras bistec, maravillada del apetito del amigo
de su hijo. O de las miles de noche en que mi tía llamaba a las tres de la
mañana a su casa a preguntar dónde estaba yo y él le respondía que esas no eran
horas de llamar a una casa decente y ella le decía que nosotros éramos cualquier
cosa menos decentes. Y miles y miles de anécdotas más.
Eso fue en nuestros años “salvajes”.
Luego me busqué mis novios y si bien nunca me distancié de Ray, ya no nos
veíamos tanto y nos salimos de las calles. Luego terminaba mi vida de casado y
regresaba a la vida loca por un tiempo y él no me acompañaba o viceversa. Y
luego a mí se me metió entre ceja y ceja viajar y no paré hasta que lo
conseguí, así que ya no nos veíamos tanto como cuando estudiábamos en la FLEX.
También, desde hace unos cuatro años, su tía y sus dos hijos (con los tres me
llevó muy bien) regresaron a vivir con Ray, quien al no estar ya solo en la
casa le dio un poco más de orden a su vida. Además hay que decir que Ray y yo
somos muy diferentes, de ahí que tengamos cada cual otros amigos con quienes
compartir otros intereses. De ahí que ya no anduviéramos todo el tiempo pegados
como antes.
Pero al margen de todo, Ray siempre ha
estado conmigo. Jamás nos hemos distanciado mucho. Hablamos toneladas de horas
por teléfono y ponemos el mismo video a
la misma vez para verlos juntos y hablar de él. Cuando se dan las nominaciones
a los Oscars nos las mandamos por hyperterminal y no las vemos hasta que
estamos de vuelta al teléfono en donde las vamos leyendo como si fuéramos los
presentadores en vivo. Seguimos teniendo esas noches en las que llego a su casa
a las once y me voy a las seis de la mañana con el disco duro repleto de series
y de música. Y mientras se pasan los 60 y 70 gigas nos tiramos bajo su colcha
(Ray tiene la colcha más rica del mundo) y nos ponemos a hablar de lo que sea.
Sin correcciones políticas y jurándonos no decir nada nunca a nadie nos
confesamos barbaridades. ¿Quién dijo que no tener novio es malo? Lo malo es no
tener un amigo con el cual hablar sobre cómo no tienes novio debajo de una
colcha. Y, por supuesto, ver juntos una y otra vez los mejores momentos de
nuestras series favoritas.
Ray me entiende como nadie. Y si esto
pasa - y se lo he dicho muy poco pero creo que él sabe que yo pienso así - es porque
Ray es una de las personas más maduras emocionalmente que conozco. Ya sé que no
lo parece, pero créanme cuando les digo que lo es. Si no no fuéramos tan
íntimos. Los sentimientos más raros, más extraños, los que vienen directo del
corazón y que la sociedad no está entrenada para entender, Ray los entiende al
dedillo. ¿Les recuerda a alguien? Por supuesto que tuvo su crisis (como todos
mis amigos) adaptándose a mi carácter “muy feliz” pero cuando me conoció bien
se le quitó. Y nunca tuve que sentarlo y explicarle nada de mi vida: él solito
entendió todas las causas de mi personalidad y en su cabeza me elevó a la
categoría de héroe (no lo niegues). Esos son los amigos, señores. Los de
verdad. A los que no hay que explicarles nada y no intentan cambiarte, sino adaptarse
a ti al igual que tú a ellos. Por supuesto que tiene defectos. Como yo. Pero
este post no está dedicado a ellos - entre otras cosas - porque no son ni
siquiera tan importantes. Lo esencial lo tenemos: el gran corazón, las
habilidades en la cama y un gran amor el uno por el otro.
Y es que Ray, desde aquel día que mi
tía lo invitó a sentarse en el sofá a su lado, más que mi amigo, es mi familia.
Jamás me he cuestionado si conservarlo o no porque sé que Ray siempre estará
ahí. Otros irán y vendrán, pero no Ray. Como mis hermanos. No importa que no
nos hablemos todos los días, que no tengamos los mismos gustos e intereses, que
a veces nos fajemos. Siempre seremos Ray y Raúl. No creo que haya alguien en
Cuba que no le pregunte por mí a Ray cuando lo ve e incluso aquí en Montreal me
he encontrado a gente que me pregunta por Ray. Inseparables. Como las
Kardashian.
Hoy mi amigo Ray está de cumpleaños. Y
creo que por primera vez no estamos juntos. No es que hiciéramos mucho tampoco en
nuestros cumpleaños, nada como salir del cake cantando “Happy Birthday, Mr.
President” (Ray, tenemos que hacer eso algún día), pero casi siempre nos sentábamos
desde las once a esperarlo en la terriblemente aburrida G y nos programábamos para
el año que vendría. “Este año me buscaré un novio”, “Este año me iré del país”,
“Este año…” Y luego, como reloj, a hablar de nuestras series y nuestra música. Nunca
le di ningún regalo a Ray, a pesar de que él siempre me dio un disco sorpresa
en el mío. Yo ripostaba diciendo que gran parte de su carácter me lo debía a mí
así que qué mejor regalo que ese. Soy white trash completo.
Pero los cubanos tenemos que cargar
con eso de separarnos de nuestros amigos. Viene en nuestro ADN y no hay nada
que podamos hacer salvo rezar para que un día estemos todos juntos de nuevo en
alguna parte. Así, cuando tenemos un problema no podemos contárselo y cuando
queremos decirle que los queremos no sabemos dónde encontrarlos. Por eso, en
esta noche en la que se espera su cumpleaños, él está en Cuba y yo estoy en
Montreal y lo más que puedo hacer es enviarle un SMS a las doce.
Pero ¿de qué sirve tener un blog si no
puedes escribirle posts a tus mejores amigos? Así que decidí hace unas horas
escribir esta recopilación sucinta de nuestra historia en común a manera de regalo,
no solo para justificar tantos años de discos sorpresa, sino para sentirme un
poco que estoy yo también en el banco de G programándonos para el futuro.
Ray no lee casi nunca mi blog porque -
y lo cito - él no necesita leerme para saber de mí: él tiene acceso a la
“versión deluxe”. Descarado. Pero sé que este lo leerá porque es suyo. Su post
que bien se merece. El post de mi amigo Ray, quien me “vigila” a mi tía y a mi
gata en mi ausencia y se comen bocaditos a deshora los tres mientras yo estoy “en
el primer mundo”. De mi amigo Ray, quien me envía los correos más cómicos y más
tristes que nadie nunca (lo siento, resto del mundo) podrá enviarme jamás. De
mi amigo Ray, en el que no puedo evitar pensar cada vez que me siento en un
cine con mi Coca-Cola gigante e imagino lo bien que nos la pasaríamos juntos
viendo los trailers y probándonos los espejuelos de tercera dimensión. De mi
amigo Ray, a quien quiero más que a mucha gente en este mundo y me alegra saber
que él lo sabe. De mi amigo Ray, el gordito de Las Tunas, quien junto a Raúl,
el flaquito marianense, fueron los mejores white trash friends forever and
ever.
PD: Dedico este post a uno de los
protagonistas desde siempre de este blog: Rainer S. Rodríguez Peña, alias Ray,
alias MI AMIGO, quien hoy está de cumpleaños. Muchos besos, sis, y muchas
felicidades. Sabes que te amo y que te extraño. Un día - mucho antes de lo que
ambos pensamos - nuestros sofás estarán cerca de nuevo y bajo ricas colchas
esperaremos que se pase la música a nuestros discos duros mientras hablaremos
sin corrección política alguna de lo que nos venga en gana y veremos nuestras
series favoritas una y otra vez. ¿Quién necesita un novio? Es muchísimo mejor
tener un Ray.
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8 comentarios:
"¿Quién necesita un novio? Es muchísimo mejor tener un Ray."
Very true!
Un privilegio conocer a ambos..
Nunca pense que el raul que conocia tuviese a alguien que le soportase tanta malacrianza. Cuidalo, que los Rays estan escasos.
Tu fan de Marianao
Que lindo post...
Y que bueno haber estado presente en el “Dura, Galadriel”...jajaja
Que manera de pasarla bien ese dia, y Ray con sus lágrimas durante toda la película...horrible!
Que tiempos por Dios!
Saudades...
Feliz de tenerlos en mi vida!
Me encantas, te he descubierto hace poco y pienso que eres maravilloso con las letras. Admiro tu franqueza, y por que no?? tu gran hombria!!
Un beso.
Teresa.
Si me preguntaran el concepto de amistad, los mandaria a leer este post. Simple, sincero y cargado de amor.
Ay...que bonito cabron...
Me chamuscaste el disco duro...
Me evoco otro Ray que quedo atras, en un triste pasado que no acaba de pasar...
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