Tercera parte: El otro
Aquello tenía que ser una broma. Una muy sádica. ¿Qué hacía en aquel auto
mientras Jean-Luc y su novio rubio estaban en el asiento de atrás casi
abrazados? Era como si la ley de atracción funcionara solo para molestar. El
novio rubio del que tanto había oído hablar, al que tanto detestaba aún sin
conocer, estaba a menos de un metro de él. Y acurrucado a Jean-Luc. El Jean-Luc
con el que tanto sexo tenía y del que tanto dependía. Culpables. Necesitaba culpables.
Edgar. Eso: Edgar era el culpable. Edgar y él mismo, por supuesto. Cuando Edgar
le dijo que lo invitaba a un chalet en el campo por un día, tenía que haber
preguntado quién más iría. Había olvidado que Edgar y Jean-Luc se conocían.
Tampoco le había dicho a este el último día que se vieron a escondidas que se
iba a un chalet el domingo. Y Jean-Luc, por supuesto, no le había dicho que se
iría a un chalet con su novio rubio y con Edgar. Así que, por falta de
comunicación, ahora estaban todos en el mismo auto: Edgar al volante, un hombre
que no conocía detrás, a su lado Jean-Luc y el novio rubio bien pegados, y
Leonel en el asiento del copiloto, pensando que todo aquello tenía que ser una siniestra
broma del destino.
“Jean-Luc y Leonel, ¿de dónde se conocen ustedes?”, preguntó Edgar, para
lograr tensionar aún más el ambiente. “De tu cumpleaños” respondieron ambos al
mismo tiempo. “¡Claro!” dijo Edgar. Ahí se habían conocido, en efecto. Un día
en que Jean-Luc había dejado al novio rubio en casa y solo había llevado su
encantadora sonrisa. Dos minutos después y ya se miraban. Dos horas después y
ya habían tenido sexo. Dos meses después y ya Leonel gritaba que odiaba al
novio rubio. “¿También conoces a Louis?”, dijo Edgar. “No”, dijo Leonel,
mientras se viraba y le sonreía al novio de su amante. Este le dirigió una
sonrisa rara. Leonel pensó que era un buen momento para tener un accidente en
la carretera. “Y el otro es Alex”, dijo, señalando al hombre desconocido al
lado de la feliz pareja. La misma sonrisa de nuevo. “Y después conocerás a mi
nuevo novio”. “El de esta semana”, dijo Alex sonriendo. “En realidad nos
conocimos el jueves y no creo que pase de hoy así que es el de la mitad de
semana”, dijo Edgar y todos rieron.
Leonel no sabía cómo sentirse. Hacía mucho se había dado cuenta de que
Jean-Luc era lo mejor que había pasado por su vida. Pero por supuesto que las
cosas nunca podían ser fáciles para él. Jean-Luc tenía su novio. Uno lindo, al
que todos conocían y del que estaba supuestamente muy enamorado. Aunque Leonel
gritaba y amenazaba sabía internamente que Jean-Luc nunca dejaría a su novio. Esa
costumbre de los gays de coger lo peor de los heterosexuales. Al mismo tiempo,
al estar sentado en aquel auto se sentía, de una manera enferma pero quizás comprensible,
parte de la acción. Tanto tiempo oculto de un novio que no tenía ni idea de su
existencia lo hacía sentirse rebajado, apartado. Pero ahí estaba ahora. A un
metro de los dos y con todo un día por delante para exhibirse. No sabía muy
bien cómo sentirse, pero algo le decía que aquel día inesperado sería,
resultara como resultara, definitorio para su relación con Jean-Luc.
El chalet era pequeño pero hermoso. La mezcla de madera y cristal era
fabulosa. “Hola”, dijo el hombre que no conocía, el tal Alex, al bajarse del
auto. Leonel no había tenido mucho tiempo de mirarlo, ya que aunque le dolía el
cuello de pensar durante todo el viaje en lo que pasaba detrás, solo se había
volteado cuando las introducciones. “Hola”, respondió Leonel. Sabía que todo estaba
preparado para juntarlo con este Alex. Jean-Luc y el novio rubio, Edgar y el novio
de la mitad de semana…Leonel y el hombre nuevo. Pensó que no estaba mal darle
algo de celos a Jean-Luc, después de todo. Este se había bajado del auto y
enseguida se había perdido con el novio dentro del chalet. Fingía mucho mejor
que él. Por supuesto, estaba acostumbrado.
Dentro del minúsculo chalet todos hablaban y planificaban cosas que nadie
materializaba. Hacer un fuego, caminar por el lago…nada: con la excusa de esperar
al novio de la mitad de semana todos estaban sentados en la cocina-salón
mirándose las caras. Jean-Luc y Louis (Leonel había decidido llamarlo en su
cabeza por su nombre por miedo a que se le fuera a ir “el novio rubio” en algún
momento) estaban sentados uno encima del otro en una butaca. Leonel no entendía
la necesidad de que se estuvieran tocando todo el tiempo. Como si no vivieran
juntos. Quizás habían tenido una pelea antes y estaban reconciliándose. O
quizás el novio rubio - Louis - quería marcar el territorio. Fuera como fuera,
era muy desagradable.
Se veían muy bien juntos. Eso no se podía negar. Sabía que si a alguien al
azar se le pidiera que escogiera el novio ideal para Jean-Luc, seleccionaría al
novio rubio Louis y no al simpático de Leonel. Este pensamiento no ayudaba.
Intentó recordar que a pesar de todo Jean-Luc no podía vivir sin verlo al menos
dos veces por semana y llamarlo casi todos los días. Las victorias pírricas de
los amantes. Louis lo miraba extraño. Eso incomodaba a Leonel ya que lo hacía pensar que quizás sospechara
algo. Pero, de alguna forma, no estaba muy seguro si esto le gustaba o no. Con
todo esto en la cabeza y mirando con el rabillo del ojo a los enamorados de la
butaca, intentaba en vano concentrarse en una conversación con Edgar y Alex.
En un momento Jean-Luc se paró y entró al baño, el cual estaba justo al
lado de ellos. Louis se quedó solo en la butaca, pero dos segundos después se
levantó y fue detrás de él. A Leonel le costaba seguir hablando. Lo intentaba
pero aquello era demasiado. Toda su atención estaba en la puerta del baño. ¿Ese
cretino rubio no podía controlarse las hormonas? ¿Y el otro no podía aunque sea
recordar que él estaba allá fuera? Que los demás no lo supieran no quería decir
que él no lo supiera. Pasaban los minutos y nadie salía. Creyó que se volvía
loco, ahora sí que le molestaba estar en aquel lugar. Inventó una llamada
telefónica y salió del chalet. Se sentó en las pequeñas escaleras y se puso a
pensar en cómo quizás aquel era el momento en que más solo se había sentido en
su vida. Ni siquiera cuando estaba solo en verdad y no tenía a nadie se había
sentido tan solo como ahora.
Luego que llegara el novio de la mitad de semana - uno de los hombres más
lindos que Leonel había visto en mucho tiempo - se fueron finalmente, menos
Edgar y el recién llegado, a dar un paseo por los alrededores. Todo prometía
ser aún más incómodo, ya que Leonel tendría que ponerse a conversar o con su
supuesta cita, Alex, o con los otros dos, pero, para su sorpresa, todo mejoró.
La conversación giraba acerca de los paisajes y Leonel casi pudo olvidar por un
instante todo lo que estaba sucediendo. Hablaban como si fuesen desconocidos
que se esfuerzan por hablar de un tema neutro para aprender a conocerse. Como
debería ser si Jean-Luc y Leonel no fuesen amantes. En un momento, Alex y Louis
intentaban ver quién se subía más rápido a un árbol, así que Leonel y Jean-Luc
se quedaron uno al lado del otro, mirándolos. Podían haberse dicho algo
perfectamente sin ser escuchados, pero ninguno de los dos dijo nada. Ni siquiera
se miraron.
En otro momento, fue Jean-Luc quien le tiraba unas fotos a Alex en una
roca, así que Leonel y Louis se quedaron uno al lado del otro. Se sonrieron
tímidamente. “Bonito día”, dijo Leonel. “Sí”, dijo Louis. Leonel lo miró fijo.
Para su sorpresa, descubrió que no tenía ningún sentimiento negativo en contra
de Louis. Siempre hablaba mal de él, pero en realidad no tenía motivos y ahora
que lo tenía a su lado, comprobaba que no le desagradaba. Louis también lo miró
fijo. Con una mirada extraña, como si lo observara detenidamente. Al descubrir
que se miraban a los ojos, Leonel cambió la vista.
Al final quedaron los cuatro sentados en círculo al lado del lago. “Buen
momento para sacar esto” dijo Alex, sacando un cigarro de marihuana del abrigo.
Jean-Luc y Leonel sonrieron y Louis aplaudió. Algo de marihuana no le vendría
mal, pensó Leonel, aunque desde que habían salido del chalet se sentía mejor. Se
pasaban la marihuana como adolescentes. Alex, Jean-Luc, Louis, Leonel. Cuando
llegó a Louis por cuarta vez ya no quedaba casi nada del cigarro, así que este
fumó todo y lo botó. “Pues se acabó”, dijo Alex mirando a Leonel, quien estaba
acostado bocarriba. “Oh, no importa, creo que con lo que fumé fue suficien…”
Nada podría haberlo preparado para aquello. Lo próximo que vio y que no lo
dejó terminar su frase fue la rubia cara de Louis justo encima de él. Sin mucho
preámbulo, este pegó su boca a la de Leonel y le pasó poco a poco todo el humo
que tenía dentro. Lento, como si no hubiese prisa alguna. Leonel podía sentir
su olor perfectamente. También, por encima del sabor del humo, podía sentir su
aliento. Al terminar, Louis apartó la boca lentamente, Leonel expulsó el humo
muy suavemente, casi en la cara del otro y ambos se quedaron mirándose con las
cabezas a tres centímetros. Entonces Louis sonrió. Con una de sus sonrisas
raras.
Si a alguno de los demás le pareció raro todo aquello, pues lo fingieron
muy bien. Leonel se quedó tirado en el piso. Ni pensó en mirar a Jean-Luc. No
sabía cómo mirarlo. No tenía idea de qué pensar, decir o sentir. Así que ni
pensó, ni dijo, ni sintió nada. La marihuana ayudaba a cumplir esta función. Se
quedó tirado en el piso, al lado del
lago y mirando al cielo sin ningún pensamiento en la cabeza.
El resto de la tarde pasó sin grandes eventos. De una extraña forma, Leonel
ya casi se acostumbraba a todo aquello. Fingía, consigo mismo más que con nadie,
que no era más que un amigo de Edgar y actuaba en consonancia. Hasta que en la
mesa, luego de la cena, Edgar le preguntó a Jean-Luc y a Louis si pensaban
casarse alguna vez. La sola pregunta molestó enormemente a Leonel. Se sintió
inmediatamente abandonado. Se concentró en picar su carne para que no se le notara.
“Sí”, respondió Louis, “el año que viene, quizás”. Leonel miró a Jean-Luc,
quien, para imitar su actuación de todo el día, no lo miraba. Leonel siguió
picando la carne en pedacitos al darse cuenta que era incapaz de llevársela a
la boca.
Después de otras conversaciones sin importancia, Alex le preguntó a Leonel
en alta voz si tenía novio o si estaba saliendo con alguien. Todos lo miraron.
Leonel no supo qué decir en un primer momento, entre otras cosas porque su
molestia no lo dejó oír bien la pregunta. “Pues…no”, dijo finalmente. “¿Por
qué?”, dijo Alex. “Leonel ama ser soltero”, dijo Edgar. Leonel lo miró y sonrió
mientras seguía picando la carne. “No es tan así, solo que…”. “¿Le tienes miedo
al compromiso?” dijo el novio de la mitad de semana. “Al compromiso como tal
no, pero a algunas cosas que vienen con él sí”. “¿Cómo cuáles?”, preguntó Alex.
“Pues si no tengo un novio, nunca podrán engañarme, por ejemplo”, dijo Leonel,
con plena consciencia de lo que decía. Sintió la mirada de Jean-Luc pero no lo
miró de vuelta.
“¿Ese es tu miedo?”, dijo el novio de la mitad de semana. “Sí, debo confesar
que me aterra un poco”. Era mentira, pero sabía lo que decía. Todos lo miraban.
“Pero no se puede vivir con ese miedo, ¿no?”, dijo Edgar. “Lo sé, pero me
asusta pensar que alguien me diga que me ama y todo eso y que luego se vaya con
el primero que pase y le cuente mis cosas íntimas, le diga que no me quiere
tanto, que solo está conmigo por…por lo que sea”. Si sus palabras habían tenido
como propósito fijar a Jean-Luc en el asiento, lo había logrado. Sus ojos
azules lo miraban con odio y miedo. Podía sentirlo, aún sin mirarlo.
“Bueno, pero ese hombre tendría que ser muy cabrón, ¿no?”, dijo Alex. “Pasa
mucho”, dijo Leonel. “Todo el mundo engaña”. Quería que Louis dijera algo como
“No todo el mundo”, pero este no dijo nada. Lo escuchaba con mucha atención.
Como el resto. “Todo el mundo engaña, pero no todo el mundo lo hace igual”,
dijo el novio de mitad de semana. “Unos son infieles todo el tiempo sin
problemas, otros lo hacen un día y se sienten culpables luego por mucho tiempo,
otros lo hacen porque quieren demostrarse que le gustan a los demás todavía,
otros porque conocen a personas verdaderamente extraordinarias y no pueden
dejarlas pasar…hay muchos modos de ser infiel”. “¿Se supone que eso me haga
sentir mejor?”, dijo Leonel. “Al final es una mierda igual”.
“La infidelidad hay que entenderla”, dijo entonces Louis. Nada más y nada
menos que Louis. Leonel lo miró interesado. Hasta ahora había hablado para
provocar, pero ahora se sentía realmente interesado. “¿Por qué?”. “Los seres
humanos tienen miedo muchas veces. Y ese es su escape.” “¿Entonces justificas a
los que engañan?” “Digamos que los entiendo”. “O sea, si Jean-Luc te engañara,
¿lo entenderías?” Aunque no lo miraba podía sentir la mirada de Jean-Luc. “Pues
no sé, depende de la ocasión. Pero no lo vería como el malo y a mí como el
bueno inmediatamente.” “¿Por qué no?” “No lo sé…no califico a la gente de esa
forma normalmente”.
“Peor la tiene el otro”, dijo el novio de la mitad de semana poniendo fin
al diálogo personal entre Leonel y Louis. “¿Qué pasa con él?” dijo Alex. “El supuesto
bueno y el supuesto malo puede que no sean ni tan buenos ni tan malos, pero el
otro siempre será el otro. Su categoría no cambia. Siempre estará en una
esquina, apartado, viendo como los demás son felices o infelices enfrente de
los demás sin que nadie sepa de su existencia”. Leonel sintió que le encajaban
un tenedor en la barriga. “No se hubiera metido en eso”, dijo él mismo,
volviendo a picar la carne. “Nunca es tan fácil”, dijo el novio de la mitad de
semana.
“Lo que más me asombra siempre”, dijo Edgar, “es cómo la gente engaña sin
analizarlo mucho, y sin embargo, si se lo hacen a ellos se quieren morir y el
mundo se les viene abajo”. “¡Pero eso es más que lógico!” dijo de pronto
Leonel, casi gritando y con un cubierto en cada mano como si los amenazara.
Todo el mundo lo miró fijo. “La gente se acuesta con lo que sea porque son
débiles. Necesitan tener más de uno para reafirmarse. Mientras más, pues mejor.
Pero como acostarse con la gente no los hace más fuertes, si algún día
descubren que se lo hacen a ellos se vienen abajo. Es como si hubiesen perdido
la batalla que ellos mismos habían comenzado. ¡Es pura lógica!”. Su última
frase había sido un grito con una sonrisa histérica. Al tomar consciencia de su
actitud miró hacia el plato con la carne más que picada. No sabía si Jean-Luc lo
miraba o no. No le interesaba.
Después de un silencio, Edgar preguntó: “¿Pasa algo?”. Leonel levantó la
cabeza y sonrió. “Estoy teniendo un romance con un hombre casado…con una mujer.”
Sabía que tenía que decir algo para justificar todo aquello. Se escuchó un
murmullo general que quería decir algo como “Acabáramos”. De pronto todos
estaban en el mismo equipo de nuevo. “Los bisexuales son lo peor”, dijo el
propio Edgar. “Quieren hacernos creer que lo de ellos no es engaño porque
necesitan a alguien de otro sexo que se los meta”. “Hijos de puta”, dijo Alex. “Los
heterosexuales no son mucho mejores. Se pasan el tiempo engañando. Creen que
así complacen a sus padres”, dijo el novio de la mitad de semana. “Hijos de
puta”, dijo Alex. “Y las mujeres”, dijo el propio Leonel, “esas zorras engañan
todo el tiempo y nadie se da cuenta”. “Hijas de puta”, dijo Alex y todo el
mundo se echó a reír, incluido el propio Leonel. El exabrupto había pasado.
“Uff, la infidelidad no es tan fácil como parece”, dijo Edgar. “En realidad
es entretenida” dijo de pronto Jean-Luc. Sus primeras palabras en toda la
conversación. Leonel lo miró y Jean-Luc lo miró de vuelta. Era la primera vez
en el día que sus ojos se habían cruzado. “Hasta que alguien decide enamorarse
y entonces se complica”, agregó. No había rencor. No había reproche. Ni
siquiera había miedo. De hecho, le recordó al Jean-Luc de encantadora sonrisa del primer
día. Su mirada era la misma que si hubiera dicho “lo siento” o “te quiero”,
confirmando que se había referido a él mismo cuando dijo “alguien se enamora”. Nadie
se dio cuenta de nada. Louis miró a Jean-Luc, luego a Leonel y sonrió
diáfanamente. ¿Qué querían decir las sonrisas de Louis? Pues nunca lo sabría. Leonel,
con mucho menos en la cabeza, se llevó un trozo de carne a la boca.
En el auto de regreso, como eran más que en la ida, tuvieron que ponerse
unos encima de los otros en el pequeño auto. Leonel, desplazado del asiento del
copiloto por el novio del fin de semana, se sentó detrás al lado de una
ventanilla, justo al lado de Jean-Luc, quien cargaba a Louis. Alex estaba del
otro lado. Inspirados por la dulce noche de la carretera, casi todos dormían.
Después de un momento en que Jean-Luc protestó por el peso de Louis, este le
preguntó a Leonel si podía usar su rodilla para compartir la carga. Leonel
aceptó. En cualquier otro momento hubiera lucido raro, pero después de aquel
día, lucía como algo bien normal. Y así se quedaron en la pacífica oscuridad, todos
bien cerca, Jean-Luc durmiendo, Louis con la cabeza recostada al asiento delantero
y Leonel mirando por la ventanilla una luz alejada que resaltaba en lo alto de
una montaña oscura.
6 comentarios:
Raúl Reyes Mancebo, cuando terminas tu libro??? No me canso de leer las historias. Me encantas niño!!!! Cuando decidas hacer como Leonel y tener una relación con una mujer búscame, yo solo traicionaría a mi One contigo jajajaja. Estoy segura que hasta él lo entendería jajajajaj
MUAAAAAAAAAAAAAAAA
Te quierooo muchoo..... No demores para la próxima historia.
Me voy de Nuevo!!!!!!!!!!!!!!!!!
He de reconocer que "La importancia de llamarse Ernesto" fue sublime, pero si tengo que renunciar a ella para tenerte como escritor, pues lo hago gustosa!!! Genial la trilogía, no puedo decir más...
estás perdiendo el "toque", y convirtiendote en un escritor de traumas homesexuales
Amigo/amiga: las dos primeras partes de este post eran sobre puros y completos heterosexuales. Por favor, algo de coherencia. De todas formas, hay otros blogs con traumas heterosexuales y otros con "alegrías homosexuales", sea cual sea tu preferencia y que obviamente yo, gracias a Dios, he perdido.
Rauli ( Sibi )...
Me encanta leerte, no solo por lo que consigues transcribir en palabras, sino también por el "toque" que sabes darle a tus historias...
La envidia mala y la inconformidad siempre rondan al talento, acostumbrate mi chino...pero sigue regio y no desanimes..
Además, este post es especial..porque me lo dedicaste a mi.(y a otras pirujas que no conozco)
=)
Te beso grande y te quiero más...
D.
Extraordinaria la trasmisión de climas emocionales. Deberías ser guionista, Raúl, porque fue como si estuviera viendo la historia en una pantalla, en vez de leerla. Además de eso, un acabado retrato de una situación humana que trasciende toda preferencia sexual.
Publicar un comentario