Nunca me han gustado los estereotipos. Los detesto. Peor aún: me aburren. Y los de los homosexuales son de los que más odio. Por eso ir a la Noche de Salsa en Sky con mis amigos gays cubanos me parecía como la peor cosa a hacer aquella velada en la maravillosa y original Montreal. ¿Bailar toda la noche al ritmo de sonidos tropicales mientras juzgábamos hombres y dedicábamos miradas lascivas? Para eso me hubiese quedado en Cuba. No había llegado tan lejos para caer en los mismos patrones. Así que cuando recibí la invitación para ir a una fiesta nudista dije que sí inmediatamente (bueno, primero lo sometí a votación en Facebook y mis viciosos amigos votaron 28 a 0 a que fuera). Me pareció que ese tipo de originalidades excéntricas naturales del primer mundo eran justo lo que necesitaba, así que llamé y dije que sí. Y después Jake se invitó solo.
Hablemos de Jake. Jake es bicurioso (no estoy muy seguro de que esa sea su traducción, así que explico qué es). Pues es un heterosexual con dudas. No confundir con homosexual tapado; no es para nada lo mismo. Nos conocimos online cuando él respondió a mi anuncio de “Diversión en Montreal” con otro de “Nunca he estado con un hombre y me gustaría experimentar”. Después de algunos mensajes introductorios, Jake dejó claro que no le interesaba (o más bien que le asustaba) hacer algo con un hombre, así que prefería quitarse la inquietud con cosas menos radicales. Entendí perfectamente. Uno no necesita ser tan exagerado para saciar su curiosidad (por lo menos en un primer momento).
Así que en nuestra primera cita, yo, cual tutor, le di un paseo por una sex shop. Pero como era la primera vez de ambos en una, frente a aquellos inmensos consoladores que desafiaban las leyes de la física y de la cordura, ambos estábamos igual de sorprendidos y boquiabiertos. La señorita nos interpeló con un “Tenemos una nueva línea de lubricantes que no pueden perderse” que logró que Jake y yo saliéramos casi corriendo de allí. Para la lección número dos elegí a los strippers. Pero también era mi primera vez en un bar de ellos así que no tuve ningún consejo que dar a un asombrado Jake cuando los hombrones sin ropa le bailaban a 30 centímetros de la cara. No era mi culpa, si hubiésemos estado en Cuba le habría presentado a mis amigos, hubiésemos dado unas vueltas por G y el Malecón y visitado alguna que otra fiesta, enseñándole así lo bueno y lo malo del mundo gay de la isla. Pero en Montreal no podía; todo era nuevo para mí también. Así que no se valía. Decidí abandonar mi papel de profesor. Pero cuando Jake oyó que me iba a la fiesta nudista de Dan, él mismo se invitó como mi “plus one”.
Llegó el momento de presentarles a Dan. Nos conocimos cuando él respondió a mi anuncio de “Diversión en Montreal” con otro de “¿Te gustaría andar desnudo por mi casa, conversar y quizás algo más?”. Me pareció divertido en un inicio, así que dije que sí. Pero cuando llegué y Dan me abrió la puerta como Dios lo trajo al mundo con una perrita negra en los brazos, me sentí un tanto fuera de lugar, así que jugué mi carta de nacido en un país subdesarrollado y nunca me quité ni el reloj. El “algo más” tampoco se concretó, ya que Dan no está precisamente en mi rango de edad soñado. Pero sí conversamos mucho. Me dijo que era abogado. Me presentó a la perrita negra, Dagmar, a quien recogió de un hogar para perros abandonados el año pasado, y quien se tiraba encima de mí cada dos segundos lamiéndome la cara. Me habló de su pasión por el nudismo y de cómo, ocasionalmente, organizaba fiestas de 6, quizás 10 personas, en su propia casa, para saciar su gusto de andar sin ropa. Al final nos dimos un abrazo de despedida, sabiendo que era probablemente el final: nos separaban muchas cosas, desde la edad hasta nuestros sentimientos por la ropa.
Pero ahora, algunas semanas después, me envió una invitación por correo electrónico para su próxima fiesta nudista al día siguiente. Después de mi anuncio en Facebook y su abrumadora votación, y la invitación a la Noche de Salsa por el otro lado, pues me dije que no había nada mejor esa noche que algo de originalidad y ruptura de estereotipos. O por lo menos de los estereotipos que yo conocía, que incluían ir a una fiesta…vestido. Llamé a mis amigos cubanos, sin decirles la verdadera causa de mi rechazo a su noche tropical, quienes me acusaron de “traidor” y a Dan, para confirmarle mi participación en tan original evento, quien a su vez me tildó de “revolucionador”. Chateaba por Skype con Jake cuando me vestía y, al decírselo, se puso histérico. Lo vio, según dijo, como una oportunidad única de hacer algo con su curiosidad y su tiempo libre. Yo le dije que no habría más de 6, quizás 10 personas, y que ni siquiera estaba seguro de que fueran todos homosexuales, pero Jake no hizo caso y me dijo que lo pasara a buscar alrededor de las siete por su casa, cerca de la estación de metro de Place des Arts.
Pues bien, no sonaba mal después de todo: ir acompañado, aunque fuera por Jake, quien sabía aún menos que yo de la vida y sus excentricidades, tenía sus ventajas. Aunque fuera para compartir los comentarios y las risitas. Como fuera, todo era mejor que la Noche de Salsa en Sky y sus estereotipos. Así que pasé a buscar a Jake alrededor de las siete, cogimos el metro, e hicimos chistes de lo bien vestidos que estábamos, considerando que íbamos a una fiesta nudista.
Jake tiene 28 años y es originario de Wisconsin, Estados Unidos. Es alto, fuerte, rubio y aún más blanco que yo. Por alguna razón no es mi tipo de hombre (quizás demasiado grande), pero estoy seguro que a cualquiera le gustaría llevarse su virginidad. Hace 4 meses está en Montreal estudiando en la prestigiosa universidad de Concordia. Hace dos años, una película pornográfica gay llegó a sus manos, casi por error, y desde entonces, Jake no ha podido dejar de pensar en eso. Fanático de las películas pornográficas heterosexuales, le preocupa su obsesión por esa película en particular, y ha decidido aprovechar su viaje a Montreal, a muchas millas de casa, para descubrir si es solo una curiosidad, o corre el riesgo de convertirse en algo más, en cuyo caso tendrá que tomar alguna decisión. Absténganse de juzgar a Jake; no nos incumbe.
Cuando llegamos al lujoso edificio de Dan nos miramos con cara de: “Bueno, soldado, allá vamos”. Mientras subíamos en el elevador para dirigirnos al penthouse de Dan la tensión, lógicamente, iba incrementándose. Al desembarcar en la pequeña, pero hermosa, recepción de Dan, justo frente a la puerta, un nervioso Jake me lanzó un “Digamos que somos novios, ¿está bien? Así será mucho más fácil para mí.” Yo protesté vehemente: “Si decimos que somos novios, eso anula mis posibilidades de conseguirme uno en la fiesta”. Él me respondió: “Tú no necesitas un novio”. Justo cuando le iba a preguntar qué demonios quería decir esa frase, oímos ladrar a la simpática Dagmar del otro lado de la puerta. Un segundo después, alertado por los ladridos de Dagmar, quienes obviamente fungen cual timbre, Dan abrió la hermosa puerta, completamente desnudo.
Jake abrió la boca. Yo intenté decir “hola” pero no me salió. Dan sonrió con cara de bienvenida. Dagmar se abalanzó sobre nosotros. Por alguna razón, Dan se veía más desnudo que la vez anterior. ¿Eso es posible? Quizás se habría afeitado o algo, pero lo cierto es que se veía muy…encuero. Después de su “¡Viniste!” inicial, intenté recobrarme y abrazarlo. “Umm, trajiste a alguien”. “Este es mi novio Jake” dije yo, empujando a Jake para que lo abrazara. “Ya me extrañaba que alguien como tú se demorara tanto para encontrar un novio en esta ciudad”, me dijo un coqueto Dan. Yo le sonreí agradecido, mientras le dedicaba una seria mirada a Jake que quería decir: “Si hay algún mango encuero allá dentro, prepárate”.
Al entrar, justo al lado de la puerta principal, Dan nos señaló el cuartico para quitarse la ropa. Por alguna razón, no imaginaba que sería tan rápido. No es que esperara que nos presentaran a las personas mientras estuviéramos vestidos y después, ya en confianza, pidiéramos permiso y nos encueráramos; pero tampoco esperaba que fuera tan rápido. Ni sé qué esperaba, en realidad; esto era todo demasiado nuevo. Otra que nadie previó fue que Jake y yo tuviéramos que entrar juntos a desnudarnos. Nos dimos cuenta cuando Dan abrió la puerta, nos dio una bandeja plástica para poner la ropa y nos dijo: “Vamos, entren y apúrense” mientras sacaba a Dagmar del cuartico, al que había entrado no más abrir la puerta. Por supuesto, éramos “novios”, nos tocaba entrar juntos.
Entramos. Nos miramos con cara de: “Bueno, de todas formas nos íbamos a ver sin ropa, ¿no?”. Fingimos que aquello no era raro mientras nos quitábamos la ropa y poníamos relojes, zapatos, medias, pantalones, camisas, pulóveres, camisetas y calzoncillos en la misma bandeja. Hablábamos de cosas triviales y sin sentido. Obviamente, estábamos nerviosos. Justo antes de quitarme el calzoncillos me dije a mí mismo que una vez desnudo solo miraría a los ojos de Jake. Y así lo hice, increíblemente disciplinado. Jake, por su parte, tenía otros planes.
Justo cuando miré a sus ojos y sonreí como idiota, descubrí que Jake no miraba para nada los míos: miraba hacia abajo. No supe qué pensar. En el club de strippers, Jake apenas había mirado los penes que se le acercaban a la cara, pero obviamente la intimidad lo hacía más osado. Yo me sentí desnudo (literalmente). Así que decidí hacer lo que casi siempre hago cuando no sé qué hacer: decir exactamente lo que pienso. “Jake, estás mirándome el rabo”. Jake se rió nervioso y entonces me miró a los ojos. “Es que siempre que he visto uno ha sido en el gimnasio o en las duchas y nunca puedo mirarlos con detalle”. Uff, de madre con la bicuriosidad.
No supe qué responder. Por alguna razón, en algún momento entre el primer correo de Jake y nuestra primera cita, se había establecido tácitamente que nosotros no haríamos nada. Nuestra relación siempre fue de profesor-alumno y si bien había pensado en metérmelo en algún momento, cuando descubrí la etapa confusa en la que realmente estaba Jake, me había limitado a ayudarlo y verlo con otros ojos. Lo digo honestamente. Además, bastantes relaciones extrañas tenía yo ya en mi cabeza, como para agregar una más.
“Pues míralo, entonces” dije. “Ahora me da pena”, respondió. “Quizás si yo miro el tuyo, tú puedas mirar el mío con más confianza” dije, demostrando por qué soy un excelente profesor. Él, por toda respuesta, sonrió con cara de “Tú primero”. Así que le miré el pene a Jake. Tenía que hacerlo. No desentonaba para nada con su cuerpo grande y fuerte, así que me alegré por Jake, sea cual sea la sexualidad que elija para su futuro.
Después de uno de los minutos más extraños de mi vida, nuestras miradas se cruzaron de nuevo. “Creo que tenemos que salir y enfrentarnos a esa fiesta” dije. “Bien”, respondió mi alumno, con cara de tranquilidad. Por alguna razón, sentí que finalmente le había enseñado algo a Jake. Después de las frustradas experiencias de la sex shop y el bar de strippers, mi autoestima pedagógica necesitaba algo como aquella eficaz sesión de contemplación de vergas.
Así que salimos, bandeja plástica en mano. Dan no estaba ahí, pero justo cuando nos preguntábamos qué hacer, apareció nuestro anfitrión con su hija adoptiva, quien se abalanzó sobre nosotros. Ya estaba habituado a que Dagmar se tirara sobre mí, pero ahora sin ropa era algo bastante incómodo y doloroso. Dan, precavido, sacó un spray y se lo echó en la cara a Dagmar, quien sin ladrar siquiera, procedió a salir corriendo del pasillo. Yo miré a Dan con cara de asombro. “Es solo agua, no te preocupes”, me tranquilizó. En realidad lo que más me asombraba era de dónde había sacado el spray. No tenía ropa. Quizás lo tuvo en la mano siempre y yo no lo noté.
Y llegó el momento de abandonar el pasillo de recepción y mezclarnos con el resto de los nudistas. Hasta ese momento no habíamos visto ni a una sola persona a excepción de Dan. Caminamos hasta el final del pasillo, y nuestro anfitrión abrió la puerta de corredera que daba a la sala principal para ponernos frente a frente con la fiesta nudista. ¿6, quizás 10 personas? ¡Medio Montreal estaba allí! Había gente en todas partes: conversaban, bailaban, tomaban, entraban y salían por las otras puertas de la inmensa habitación, subían y bajaban la escalera del fondo que daba al segundo piso. Incluso había un camarero desnudo. No pude evitar pensar en cuánto le pagarían. Dan notó nuestro asombro. “Mi amigo Bertrand tiene un novio nuevo, quien también es nudista, y quien trajo a todo su grupo. Por cierto, he oído que sus fiestas son muy buenas, no quiero desentonar”. Perfecto, la crema y nata del nudismo montrealense se enfrentaba en competencia.
Dan dio dos palmadas para obtener la atención de las personas. Todos miraron, y puedo casi jurar que la música se detuvo. El que sí se detuvo fue mi corazón. Y el de Jake, estoy convencido. “Escuchen todos, estos son Raúl, de Cuba, y su novio Jake, de los Estados Unidos”. Todo el mundo puso cara de bienvenida mientras yo no podía dejar de pensar en que ese tenía que ser el momento más raro de mi existencia. Pero hice lo que casi siempre hago cuando estoy en medio de una situación extraña: fingir que no lo estoy. Así que dije “Hola, ¿cómo están?” como si nada pasara mientras Jake saludaba con la mano y se esforzaba en sonreír. Alguien dijo: “Vaya, es la primera vez que veo a un cubano en una fiesta nudista”. Dan se sintió orgulloso. Su fiesta estaba siendo juzgada y las cosas marchaban a la perfección. Pues bien, ya estábamos oficialmente en la fiesta nudista.
En caso de que alguno de ustedes vaya alguna vez a una fiesta de este tipo, le diré que el quid de la cosa radica en hacer absolutamente todo lo que se hace normalmente, pero ignorando que se está sin ropa. Esta teoría de “hacerlo todo normal” se complica en ocasiones. Así, al presentarme a una abogada de Vancouver le alargué la mano demasiado rápido, sin darle tiempo a que cambiara de mano su trago, por lo cual le toqué la teta derecha. Jake, al correrse hacia atrás para dejar pasar al camarero le tocó el culo a un veterinario y al lanzarse apresuradamente al otro lado avergonzado, me tocó el culo a mí, quien reaccioné precipitadamente corriéndome a la derecha y tocándole en el proceso la otra teta a la abogada. Cosas que solo pasan en una fiesta nudista, supongo.
Jake y yo intentábamos concentrarnos en las caras de las personas y no en sus cuerpos desnudos. Nuestra pequeña práctica en el cuartico de cambio había funcionado, dejándonos un tanto más cómodos. A veces sí nos daba un poco de risa inmadura las cosas que pasaban, como cuando, en pleno karaoke nudista, el hombre que cantaba “My heart will go on” enredó su pene con el cable del micrófono. Pero intentábamos controlarnos porque nadie más se reía de nada y todos insistían en actuar como si no estuvieran sin ropa.
Un hombre de unos 50 años se puso para Jake. He de aclarar que en la fiesta había de todo: homosexuales, heterosexuales, bisexuales. Y hasta un bicurioso. Bien por Dan: había logrado reunir a todas las clases sexuales en su fiesta nudista. Pues este viejo no paraba de sonreírle a Jake. Yo fingía que no me daba cuenta porque supuestamente yo era novio de Jake, pero se lo dije en secreto a este, quien admitió que ya lo había notado. “¿Y?” pregunté. “Y nada”, me dijo Jake, “no estoy aquí para buscar hombres”. Supongo que tenía la razón: Jake estaba en una fase de descubrimiento, no de cacería. “Además, es viejo”, agregó de pronto, tirando toda mi teoría por los suelos. “Jake, creo que tenemos que hablar sobre ti”. “No, no quiero” me respondió como si tuviera seis años. “Ok, no hablemos”. “Me iré a dar una vuelta por la cocina”, me dijo y se fue. Vaya, se había molestado conmigo. Creo, siendo francos, que estaba más molesto consigo mismo.
Pues me puse a buscar qué hacer sin Jake. Compartí con Dan y sus amigos abogados. Hice chistes de como tenían que implementar el estar sin ropa en corte y solo el juez podía usar una peluca. Usé la laptop de Dan para poner en Facebook que ya estaba encuero en plena fiesta (cobertura en vivo del evento). Incluso canté en el karaoke nudista como parte de un trío. Nos quedó bien. Para ese momento, el vino había hecho su trabajo y yo me sentía como si hubiese nacido desnudo. Bueno, sí nací desnudo, pero quise decir…Ustedes saben lo que quise decir.
Eso sí, no había un solo hombre que mirar en la fiesta. Parece que los nudistas no son tan atractivos. Mejor, no podía permitirme tener una erección en ese lugar. Hubiese sido como…Uff, hubiese sido horrible. Además, el ir a las fiestas y no flirtear con nadie era un buen paso en mi lucha contra los estereotipos. Bien por mí, no paraba de progresar.
Una media hora después, subí a explorar el segundo piso. Supongo que ya habrán notado que Dan no es un nudista pobre. Su penthouse de dos pisos lo demuestra. Por alguna razón que desconozco, Dagmar iba conmigo en mi viaje de reconocimiento y exploración. Cuando se está tranquilita es una perrita muy buena. Pero nunca se está tranquilita. Y justo cuando se terminaba la escalera, apareció Jake de la nada. “Ven conmigo, justo iba a buscarte”, me dijo. Tenía una cara de satisfacción y de emoción que me hizo temer lo peor. “¿Pasó algo?” pregunté casi con miedo. Ahora que lo pensaba, no había visto tampoco en esa media hora al viejo que lo acosaba. “Oh, no, Jake, ¿qué hiciste?”, pensé. Por toda respuesta, un misterioso Jake me dijo “Ven, entra” mientras, después de recorrer todo el pasillo, me introducía en la última habitación. No se veía nada. Jake buscó con la mano y prendió la luz. Era un baño. Y ahí, frente a nosotros dos, cual vedette: el inodoro inteligente.
Te acercabas y se subía la tapa solita. Te echabas para atrás y se bajaba y se descargaba sin que uno lo ordenara. Si te sentabas, tenía botones que al accionarlos te echaban agua y luego aire caliente. Uno no tenía que hacer nada. Era un inodoro muy inteligente. Jake parecía que tenía 3 años. Yo, inesperadamente, le seguí la rima. Nos acercábamos y alejábamos para verlo subir y bajar la tapa. Nos sentábamos y hacíamos correr el agua y el aire caliente. Mandábamos a Dagmar (quien se había metido en el baño cuando entramos) a que fuera solita hacia el inodoro a ver si este levantaba la tapa al sentir a la cachorrita. Pero no lo hacía. Probablemente el inodoro solo lo levantaba cuando sentía que eras mayor de cierta altura. “¡Claro, para que no se abra con los niños y no haya accidentes!” gritamos Jake y yo al mismo tiempo al imaginarnos que esa era la causa. Éramos dos criaturas: Jake, y su hermanito menor Raúl. Hasta Dagmar parecía más madura que nosotros.
De pronto, cuando intentábamos sentarnos los dos al mismo tiempo en el inodoro para comprobar qué quería decir el botón de “Accionar en caso de sobrepeso”, recobré mi cordura. “Jake, estamos encueros jugando con un inodoro”. Jake recobró en un segundo sus 28 años. “Esto es raro”, me dijo. “Vámonos”, le respondí avergonzado. Salimos del baño y, aunque tentados de dejar a Dagmar dentro, nuestros corazones la dejaron salir al darnos cuenta que el inodoro, al ser tan inteligente, podría atacarla cuando esta se las agenciara para molestarlo.
Al bajar las escaleras, había baile nudista en su mayor apogeo. Obviamente el alcohol estaba funcionando. Nos integramos formalmente. Veinte minutos después bailábamos como dementes. ¿Alguien ha intentado bailar encuero? Muy entretenido. En realidad, la estábamos pasando bastante bien, en sentido general. Y de pronto, Dagmar irrumpió en la habitación llevando algo en la boca. Yo no la vi en un primer momento, pero a medida que la gente iba deteniendo su baile para observarla, se fue haciendo evidente que algo no era normal. Así se fue abriendo un círculo para dejar a una ocupada Dagmar en el medio, quien intentaba masticar a su presa. Era una cámara fotográfica en su estuche.
Sacar una cámara fotográfica en una fiesta nudista de alta sociedad es como sacar ajo en una fiesta de vampiros. Todo el mundo se quedó tieso. Dan, al ver lo que hacía Dagmar, mandó a apagar la música y se la quitó a la perrita con un golpe de spray que, una vez más, no supe de dónde sacó. “Dan, tenías que esconder las cámaras, lo sabes bien”, le dijo Bertrand. “No, no es mía”, dijo nuestro anfitrión. “Dagmar debe haberse colado donde guardo las bandejas de los invitados”.”¿Quién trajo una cámara?” dijo, ya algo alterado, no solo por la aparición de la cámara sino por la acusación directa a su persona. Parece que en los anales del nudismo mundial, esta quedaría como una fiesta echada a perder por una perra paparazzi. Uff, alguien estaba en problemas. Pero nadie se responsabilizaba con la cámara.
De pronto, mientras hacía un recorrido por las caras de las personas y me divertía pensando cómo los lectores de mi blog amarían este momento, noté una cara de pánico entre los asistentes. Era Jake. Lo miré aterrado. “Oh, no”, le dije. “Siempre está en mi bolsillo, ni me acordaba de ella”, me dijo, susurrándome al oído. Lo miré con cara de “Pinga, Jake”, y él puso su mejor cara de “Lo siento”.
“Es nuestra cámara, Dan” salía de mi boca tres segundos después. Todo el mundo se viró hacia nosotros. Los nudistas/vampiros nos miraron con odio. Dan intentó solucionarlo: “Ah, claro, Raúl no tiene donde dormir y siempre anda con su mochila y sus cosas encima. No podemos culparlo, recuerden que viene de Cuba”. Tuve que amarlo por mentir. Puse mi mejor cara de “Sí, soy un vagabundo” y la gente se calmó un poco. Alguien puso la música y cada cual volvió a lo suyo. Dan vino hacia nosotros y me dijo: “Raúl, ¿una cámara?”. “Lo siento, Dan”. “Iré a ponerla en tu bandeja, esperemos que Dagmar no haya hecho más estragos”. Me viré y miré con odio a Jake. “Eres un hombre muy valiente” fue lo que dijo. No supe qué decir. Esperaba otro “Lo siento”. Entonces hice lo que siempre hago cuando un alumno me halaga para salvarse: puse mi mejor cara de “tienes toda la razón, pero sigues suspenso” y salí a dar una vuelta por la fiesta yo solito.
Pero ya la gente no me miraba igual. Les molestaba. Así que después de un par de vueltas en la que nadie quiso bailar conmigo, entendí que era el momento de irme. Subí al segundo piso a buscar a Jake, a quien no encontraba abajo. Y arriba me encontré algo para lo que no estaba preparado. En una habitación abierta, Jake y el viejo acosador conversaban en el borde de una cama con las caras a cuatro centímetros una de la otra. Intenté salir de la habitación antes de que me vieran, pero fue demasiado tarde. Jake se paró nervioso, y el viejo también. Yo les enseñé las palmas de ambas manos como diciendo: “Sigan en lo suyo”, pero entonces recordé que supuestamente Jake y yo éramos novios, así que supongo que el viejo debe haber interpretado mi gesto con las manos como “No puedo creer que esto esté pasando”.
El viejo salió y me miró con cara de “Siento haberte levantado al novio”. Pero era un “lo siento” con satisfacción morbosa incluida. Yo lo miré sin ningún tipo de emoción. Ninguna. Era una cara de “Disfruta tus cinco minutos, anciano; si de verdad fuera mi novio tú jamás te habrías podido acercar a tres metros”.
Cuando se fue, Jake miraba al piso. “¿Te gustaba ese tipo, Jake?”. “No, es viejo”, me dijo mirando al piso. “¿Entonces?”. Levantó los ojos y me miró con la mayor cara de tristeza que le había conocido. Se tomó dos segundos y lo dijo. “Estoy casi convencido de que me gustan los hombres”. Ahí el que bajó la cabeza fui yo. Ya lo sabía, no tenía necesidad de su confesión nudista para notarlo, pero no quise ser yo quien se lo dijera. “Y nunca me ha tocado un hombre ni nada y este vino y...”. No hacía falta terminar la frase. Yo entendía. Jake se sentía como yo cuando finalmente decidí estar con un hombre después de años de negármelo a mí mismo: desesperado, confundido y cachondo.
Así que en el bien de la salud mental de Jake, y en nombre de mi espíritu pedagógico, por supuesto, hice lo que tenía que hacer. Cogí a Jake por el brazo, lo llevé al baño del inodoro inteligente, cerré la puerta, encendí la luz, me paré frente a él, le cogí la mano, se la puse en mi pene y le dije: “Tócalo y haz lo que quieras con él”. Así soy yo. Bastante me había demorado en hacerlo, de hecho.
Y Jake lo tocó. Lo tocó, mirándome a la cara. Y yo lo besé. Lo besé con todas las de la ley. He de admitir que fue un momento muy excitante, incluso para mí que supuestamente estoy “acostumbrado”. Imagino lo que debe haber sentido Jake. Al terminar el beso, se sentó en el inodoro inteligente. Me miró y me sonrió como diciendo: “Bueno, hice algo”. Yo puse cara de “Algo hiciste”.
“Creo que quiero que vayas a mi casa conmigo y sigamos besándonos”, me dijo. “Jake, si voy a tu casa contigo no voy a besarte solamente”. Él miró hacia el piso y se encogió de hombros como diciendo: “Haz lo que tengas que hacer”. En realidad, yo sí puedo ir y besarme solamente con alguien, pero Jake necesitaba más que eso, y era hora de que ambos dejáramos de fingir que no lo notábamos.
Salimos del baño sintiéndonos raros. Buscamos a Dan y le dijimos que nos íbamos. Cuando pasamos por la sala y decíamos tímidamente adiós con las manos, alguien dijo: “Se van los fotógrafos”. Definitivamente era el momento de irnos. Dan aprovechó un momento en el que Jake caminaba delante para preguntarme si tenía problemas con mi “novio”. Nuestras caras obviamente no eran las más normales. Sonreí y estuve a punto de decirle que, al contrario, nuestra “relación” nunca había sido más íntima. Pero me limité a contestarle que no, que todo estaba bien, y a agradecerle por la preocupación.
Jake y yo nos vestimos sin hablarnos o mirarnos. Era una sensación rara. Es lo que pasa cuando el sexo se involucra entre dos personas que tenían otro tipo de relación. Pero no era necesariamente una mala sensación. Después de vestidos y ya en la recepción, mientras esperábamos el elevador, le di el ya habitual abrazo a un Dan desnudo (por cierto, nunca en mi vida lo vi vestido), seguido por un cariño a la hiperactiva Dagmar. “Chao, perrita nudista, cuida a tu dueño y a su inodoro intelectual”. Aunque nos separaban muchas cosas, desde la edad hasta nuestros sentimientos por la ropa, Dan es un buen tipo y me cayó muy bien. Dagmar igual.
En el metro ninguno dijo una palabra. Ni una sola. Jake y yo parecíamos llenos de colores. Era el efecto de estar tanto tiempo sin ropa. Ahora parecía que estábamos disfrazados. Llegamos a la casa en que vive Jake, y nos trancamos en el cuarto, continuando con nuestro mutismo. Casi lo rompo para preguntarle si estaba decidido por fin a hacer lo que íbamos a hacer, pero no tuve necesidad. Su cara, increíblemente madura y pacífica, demostraba que estaba convencido de lo que haría. Quizás al día siguiente se arrepentiría, pero esa noche estaba determinado a hacerlo. Nos quitamos la ropa, para descubrir que en la media hora anterior había extrañado sin darme cuenta el cuerpo desnudo de Jake. Pero ahí estaba de nuevo.
Sí, lo hicimos. Y, sorpresivamente, todo salió mucho mejor de lo que esperaba. Creo que Jake ha visto muchas veces esa película pornográfica, así que en todo momento supo lo que tenía que hacer. Si alguno de ustedes es un hombre que va a acostarse con un virgen en terrenos homosexuales, hay dos cosas que debe saber. La primera es que no se puede hacer todo en esa primera vez. Si no, el otro va a llevarse una idea mucho más complicada y dolorosa de lo que es el sexo homosexual. Es mejor dejar eso para otras ocasiones, en caso de que estas se concreten. Por eso nos limitamos a hacer muchas cosas, pero no lo hicimos todo. Estuvo bien. De hecho, estuvo muy bien. Fue todo muy cómodo e increíblemente sensual. Y digo “increíblemente” porque Jake no parece alguien muy sensual (o sexual) en la vida cotidiana, pero créanme cuando les digo que en la intimidad sí lo es.
Lo segundo que necesita saber todo hombre en una situación como la mía es que, una vez concluido el acto, hay que dejar al otro solo. No hay que hacer preguntas, no hay que hacer comentarios halagadores, no hay que quedarse tumbados en la cama conversando sobre temas triviales. Hay que vestirse e irse. El otro necesita reflexionar sobre el trascendental paso que acaba de dar. Y necesita hacerlo solo. El qué hará con su vida lo decidirá después, pero no esa noche. Esa noche le toca quedarse tirado en la cama, con la mirada perdida en el techo del cuarto. Como todo buen profesor, seguí ambas reglas. Me limité solamente a darle un beso en la frente húmeda.
Cuando me acompañó a la puerta no prendió ninguna de las luces de la casa, entre otras cosas, porque seguía desnudo. Así que nos despedimos entre penumbras, con las luces de la calle reflejándose en su cara y partes de su cuerpo. Lo miré, sonreí y le dije: “La pasamos bien en esa fiesta nudista”. Él sonrió y me dijo: “No creo que se nos olvide nunca”. Yo me reí bajito y él también. De pronto, todavía con el rastro de la risa anterior en la cara, le dije: “Siéntete bien, ¿vale? No importa lo que decidas hacer con tu vida. Solo…siéntete bien.” Él me miró y después de cinco segundos, me dijo: “Lo haré”, mientras afirmaba con la cabeza. Creo que Jake creció algo esa noche. Y ahí lo besé. Sí, ya sé, quizás no debí hacerlo, pero es que no soy solo profesor, también soy un ser humano que se permite algunas debilidades.
Así que me fui. Como el metro ya estaba cerrado, me tocó caminar a casa, lo cual me dio mucho tiempo para pensar mientras andaba por la hermosa St. Catherine. Mi noche había sido agitada: nudistas, bicuriosos, inodoros inteligentes, perras locas, cámaras fotográficas, sexo con vírgenes. No pude evitar sonreír al hacer la enumeración en mi cabeza. Fue divertido. Pero hay que admitir que todo había sido demasiado…original. Era como si, una vez más, me hubiera excedido un poquito en esta vida mía. Así que supe lo que tenía que hacer para equilibrarme. De hecho, todavía había tiempo y estaba en mi mismo camino.
Sky y su Noche de Salsa. Entré, busqué el lugar donde siempre se reúnen los cubanos, quienes al verme empezaron a gritar “¡Viniste!” mientras nos dábamos besos y abrazos. “¡Vine!” grité. “¿Te aburrías?” me preguntó uno. Si él supiera. Pero mentí: “¡Sí, mucho!”. Ellos sonrieron y me guiñaron un ojo. Y así pasé el resto de la noche, bailando al ritmo de sonidos tropicales, juzgando hombres y dedicando miradas lascivas. Estuvo bien. De hecho, fue un muy buen colofón para una noche rara. En ocasiones, para ayudarte a disfrutar las originalidades de la vida, no hay nada mejor que un buen y trillado estereotipo.
8 comentarios:
Ya que eres un experto te pedire ayuda y consejo para la fiesta nudista que voy a organizar en mi proximo viaje a Cuba... por supuesto eso solo sera si logro encontrar una mejor excusa para no verte como en los viajes anteriores jajajajaaaa!
Avant de lire ton billet, je ne m'attendais pas à être aussi transporté... mais dès les premières phrases, et par ton grand talent d'écrivain, je me suis senti comme un grain de poussière tout-présent pour les meilleurs moments de tes aventures. Ce texte est pour moi une bouffée d'air frais, merci R.
Espera, espra espera, yo entendí mal o acabo de leer que hay una película tuya por ahí, esa no me la sabía.
Mua
Haz conquistado otra fans de este blogg, es en serio lo de la pelicula? besos .Yiset Caridad
Me sorprende su labia y capacidad circunstancial. Va a ser un gusto seguir leyendo y sabiendo de ud. Saludos desde el fin del mundo...
"Y ahí lo besé. Sí, ya sé, quizás no debí hacerlo, pero es que no soy solo profesor, también soy un ser humano que se permite algunas debilidades."
Lo más tierno de todo el relato. Me encantó.
Oooh... ¡Qué aventuras!
Me gustó la parte del inodoro, recuerdo que una vez estuve haciendo lo mismo en casa de un amigo. Es divertido hahaha.
Me parece muy interesate todo lo que hiciste con Jake, se me hizo muy inocente.
Como sea, gran relato.
Un abrazo. :)
¡excelente el relato! me pareció dulcemente inocente lo que pasó con Jake, todos tenemos ese lado humano que nos vence mas allá de lo que somos...
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