Se singó. En la meseta, en el baño, en la butaca que se mueve. En la cama, por supuesto. Por varios de sus bordes. Dolió. No dolió. Se tuvo pudor. Se dejó ir. Se miró a los ojos. Los ojos miraron todos en la misma dirección. Se estuvo callado. Se gritó. Las manos se pusieron en la pared. Se apretaron. Se singó.
A las 6:35pm se acabó, pero esa hora no me convenía. "Necesito seguir un poco más", dije. "Sí", respondió. Y seguimos. Luego ya ni intentamos detenernos de nuevo. Se cayó en un trance en el que la cantidad sustituyó a la calidad y las caras de esfuerzo a las de placer. Un trance del que ya no se sale por sí solo porque ya no se quiere salir. A eso de las 9pm, de alguna forma, se terminó.
Puse la cabeza
encima de la puerta abierta del refrigerador. Exhausto. Ni feliz ni infeliz. Lo
sentí entrar a la cocina. "No puedo más. No quiero más. No puedo
más", dije. "Yo tampoco. Solo necesito abrazarte", dijo. Su
cuerpo delgado y alto, que ya me era completamente familiar, se pegó al mío. Su
sudor se mezcló con el mío. "Ven", dije, llevándolo de la mano a la
cama. Él me siguió, obediente. Siempre prefiero a los obedientes.
Acostado en mi pecho pasaba el dedo por mis brazos mientras yo miraba al techo
y metía una y otra vez los dedos en su pelo rubio. "¿Cómo te
llamas?", preguntó. "Gabriel", mentí. "Jared".
"Encantado". "Lo mismo". Me gustaba ese momento. Pero una
hora antes, cuando dijo algo que no puedo repetir, en un tono vulnerable y
masculino, me había dado cuenta que me gustaba más de lo que nos tocaba, así
que decidí ahora despegarme por el bien de ambos.
Cogí su cabeza, la puse en la cama, me paré y busqué algo urgentemente banal
que hacer. "¿Juegas Nintendo?"
"No soy muy bueno en los videojuegos". "Perfecto, no me gustan
los hombres que son buenos en los videojuegos", dije mientras le ponía un
volante de mentira en la mano. La luz del televisor nos alumbró como antes lo
había hecho el refrigerador. Era lindo en la oscuridad. Era lindo cuando mis
equipos lo alumbraban.
"Qué hermoso apartamento",
dijo. "Gracias. Tú eres hermoso". Sonrió y me abrazó por detrás.
"Ya suelta. Tenemos que jugar Naked Nintendo". "No puedo dejar
de abrazarte. Fue mucho tiempo. Pero me gusta eso de Naked Nintendo". Nos
sentamos uno al lado del otro en el borde de la cama e hicimos a Mario y
compañía arrancar sus autos de carrera.
Era verdaderamente malo con aquel volante en la mano. El hombre perfecto.
"¿Por qué siento que te conozco?", dijo mientras chocaba con todas
las paredes. "No sé. Pero los pingazos hacen eso". Reímos ambos.
"Es cierto. Nunca le hago caso a nadie que me diga que conoce a alguien si
no lo ha penetrado. Amigos, familiares...nada. No les creo nada". "Estás
buscando que te siga abrazando", dijo. Sonreí. "No: sigue
manejando".
"¿Eres soltero?", preguntó. "No. Pero hace meses no veo a mi
esposo. Fue a Londres a fotografiar cosas y con todas las fronteras cerradas no
ha podido regresar." "¿Lo extrañas?" "No, por su causa hace
muchos años que no me monto en una montaña rusa. Las montañas rusas son lo
único que me hace feliz". "Pero ahora están cerradas, de todas
formas". Lo miré. Me miró. "Todo es mentira, ¿cierto?". Asentí y
sonreí.
"¿Y tú?", pregunté. "Casado".
Obvio. "Qué bien". "Con una mujer". Entendí por qué era tan
cariñoso y obediente. "Qué bien". "Pero ella sabe que estoy
aquí". Mi carrito se estrelló contra algo y tuvo que venir la tortuga a rescatarlo.
Aproveché para mirarlo. Tampoco es que uno conozca todo de alguien por darle un
pingazo. "Pero llevas aquí cinco horas". "Sí, creo que hoy me
van a gritar", dijo. "Todo es mentira, ¿cierto?. Negó con la cabeza y
medio que sonrió. Medio que sonreí.
Nuestros carritos llegaron en 11no y 12mo lugar. Los últimos. Tan lindo, tan
obediente, tan cariñoso, tan poco habilidoso con un mando en la mano, tan
apasionado en la cama, en la meseta, en la butaca que se mueve. El hombre
perfecto. Tenía que sacarlo de mi hermoso apartamento y lo sabía.
Se corrió hasta el bastidor de la cama y me miró. Supongo que podía esperar un
poco más para decirle que se fuera. Solté el mando y me arrastré hasta caer
perfectamente acoplado encima de su cuerpo. "Hey". Beso.
"Hey". Beso. "Te extrañé". Beso. "Yo también".
Beso. Beso. Beso. "No puedo sin..." "Solo quiero estar cerca de
ti". "Tengo cosas que hacer". "¿Por qué me apartas de ti?
Yo sé que te gusto", dijo tocándome la parte del cuerpo que lo confirmaba.
"Yo...tengo reglas", dije,
con la actitud del que confiesa que es impotente. "¿Qué reglas?"
"Son muchas". "Di una". "No me acuesto con el mismo
hombre dos veces". "¿Por qué?" "Porque me aburro y me pongo
a pensar en otra cosa." "Di otra". "Si me siguen gustando
después que me vengo tienen que irse rápido para poner pornografía de hombres
muy distintos y venirme de nuevo pensando en esos".
"Otra". "Si voy a singar intentar hacerlo al atardecer".
"Otra". "Nombre falso". "Otra". "No
acostarme cinco horas con nadie".
"No me gustan tus reglas". "Imagino: casado con una mujer, la
mujer sabe que estás aquí, te pasas más horas de las que debes... no creo que
te gusten mucho las reglas". Ya no había besos ni nada erecto. Estábamos
tirados uno encima del otro por gusto. "Creo que ahora es cuando me
voy". "Disculpa. Eso fue injusto". "No te preocupes".
Me apartó y se levantó. No era violento ni agresivo; seguía incluso pareciendo
obediente. Siempre prefiero a los obedientes. Especialmente cuando me
confrontan.
"¿Siempre has sido así?", preguntó mientras se vestía. "No. Pero
es un mal año", dije. "Es un mal año para todos". "Quizás
para mí es peor. No sé". "Son reglas jodidas". "Quizás yo
estoy jodido". Fucked-up suena más lindo. Menos jodido. Se ponía los
zapatos y yo pensaba en cuánto odio ver irse para siempre a un hombre que me gusta.
Me alegré de tener mis reglas para evitar este tipo de accidentes emocionales
innecesarios. Me molesté por estar teniendo este.
"Me gustas mucho", le
dije. Ya sé que no era el momento de decirlo, pero fui criado con otra estricta
regla de tres: "Si te gusta un hombre, siempre díselo. Nunca se lo digas a
nadie que no te gusta. Si crees que estás enamorado, espera un tiempo antes de
decirlo. Casi siempre se te pasa". Reglas y más reglas.
"Adiós, Gabriel. O como quiera
que te llames", me dijo en su tono vulnerable y masculino. Obediente.
Perfecto.
Cuando cerré la puerta, fui a la
cama. Calmado. Quise darle una patada a la cama, pero no lo hice. Quise darle
otra. Y otra. Y muchas más. Pero no lo hice. Me abracé a Red, mi Angry Bird, me
acosté e invoqué la regla principal del manual: "No pienses en nada, no
pienses en nada, no pienses en nada...". En el televisor, nuestra carrera
era repetida una y otra vez.
Luego de un tiempo y ya sintiéndome
mejor, puse pornografía de hombres muy distintos.
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Meses después, el autor del
compendio de reglas estaba en su tercer viaje del día al supermercado de la
esquina, calculando el peso de lo que podía llevar en la mano en las dos cuadras
que tenía que caminar luego, cuando vio unos ojos que lo miraban detrás de una
mascarilla. Pelo rubio medio largo, camisa azul claro, actitud obediente.
"¿Eres tú?", dije. "Soy yo", dijo. "Hola".
"Hola". "¿Somos vecinos?". "Somos vecinos".
"¿Cómo estás?" "Bien. Pero tú estás en la línea
equivocada". "¿Disculpa?" Señaló las flechas en el piso que
indicaban que las secciones ahora son de una sola vía. "Oh, supongo que me
tengo que ir de esta sección", dije. "Sí, eso". Listo: me
estaban botando de la sección de pastas. Drama en el Publix. "Ok. Fue
bueno verte". "Igual".
En otra sección en la que no iba contrario me detuve a pensar en los pasados
dos minutos. Estaba excitado y me gustaba mucho Jared. Un hombre obediente que
me aparta de su camino y me bota de lugares públicos. El antiguo yo sin reglas
se hubiera lanzado de nuevo a la sección de pastas y lo tocaría por un hombro
para recordarle quién mandaba allí.
Un minuto más tarde me lanzaba a la
sección de pastas y lo tocaba por un hombro. Se viró, le bajé la mascarilla y
me bajé la mía. Voy por la sección que no es, bajo mascarillas: soy todo lo que
está mal con la sociedad floridiana. Una señora corrió en la otra dirección, no
sabremos si por homofobia, por espíritu de preservación o para llamar a la policía.
"Hey". "Hey". "Te extrañé". "Yo
también." "Siento lo que pasó". "Siento que tengas tantas
reglas que no me dejan ir a jugar Naked Nintendo". Le puse la mascarilla
de nuevo. Me puse la mía. Respiré hondo.
"Mi nombre es Raúl. No sé qué hago en Miami, pero aquí estoy. Hay pandemia
y nunca veo a otros seres humanos. Soy la única persona sin carro en esta
ciudad y tengo que venir cuatro veces al mercado. Tuve que convertir una casa
donde vivían dos en una casa donde vivo yo solo, pero todo me sigue recordando
al otro que vivía ahí. No hay montañas rusas en mi vida. Tengo miedo acostarme
a dormir porque cuando me despierto me siento desesperado. Desde que soy niño
me deprimo de 5 a 7 de la noche, y por estos días estoy peor".
Me tocó un brazo y lo apretó, con la
misma energía con la que me abrazaba sin poder controlarse meses atrás.
"Así que necesito mis reglas.
Porque si me dejo llevar y ser todo lo apasionado, adicto al sexo y enamoradizo
que puedo ser, voy a terminar completamente descontrolado, drogado y perdido en
saunas. Me ha pasado antes. Necesito mis reglas para que me controlen, para que
me centren. Son reglas jodidas pero tienen sentido cuando uno está jodido. Te
dan paz. Triste, pero paz".
Me apretó aún más el brazo.
"Raúl, un día, cuando todo esto se acabe, te llevaré y montaremos una
montaña rusa juntos". Sonreí. Mi mejor sonrisa de todo el 2020.
"¿Quieres ir a jugar Nintendo ahora? Quizás Naked Nintendo, quizás solo Nintendo", dijo el antiguo Raúl. "Mucho. Quiero ir y abrazarte y jugar Nintendo". "¿No tienes que llevar las compras a tu casa?" "Sí, así que imagino que me van a gritar". Los obedientes son muy desobedientes por otros lados. El hombre perfecto. "¿Pero y tus reglas? No quiero afectar tu paz triste".
Analicé seriamente su pregunta.
"¿Sabes qué? Creo que puedo agregar una nueva regla. Si ya estuve con
alguien y me gusta mucho y me lo encuentro en el supermercado y le confieso la
causa de mis reglas raras y él ofrece montañas rusas...puedo volver a
verlo".
"Finalmente una regla que me gusta". Sonreímos. "Ven", dije
y le di la mano. Él me siguió, obediente. Siempre prefiero a los obedientes.
Especialmente a los que no siguen las reglas.
A las 7pm nuestros carritos llegaron en unos felices 11no y 12mo lugar.