jueves, 14 de febrero de 2013

El día de los que no estamos enamorados (y nos va bien así)


Queridos amigos solteros, ha llegado ese infame día anual en el que la sociedad se arma de rosas y corazones con el único objetivo de recordarnos que a nosotros nadie nos quiere. Ese día en que por mucho que nos digan que “también es el día del amor y la amistad” para justificar en parte la existencia de tal criminal jornada, no podemos evitar sentirnos más solos que el último dinosaurio. Ese 14 de febrero anual (¿no podía ser el 29?), Día de San Valentín, que en Cuba – laica como ella sola – traducimos con un nombre mucho más sencillo y directo para que, al igual que con las películas americanas con títulos muy complejos, no tengamos que rompernos mucho la cabeza para saber de qué va: “El día de los enamorados”.

Escribo la frase y me sale una mueca. No puedo evitarlo; es un reflejo incondicionado. Pero - aunque mi párrafo inicial haga pensar lo contrario - este post no es en contra de tal celebración. Este post es, precisamente, a favor del amor. Pero de un amor que la sociedad nos ha llevado a olvidar y que hasta aún a los más avanzados de nosotros nos cuesta años hasta darnos cuenta de que es perfectamente legítimo: el amor a ser solteros.

Por supuesto que me seguiré burlando durante toda mi vida del 14 de febrero, no solo porque la ironía es lo que nos separa de los primates, sino porque es muy fácil burlarse de algo que está lleno de corazones rosados. Pero odio no le tengo (antes sí). Incluso me parece que está bien. Si hay un día del orgasmo femenino y otro de la protección de datos en Internet, bien puede haber uno para que la gente que se quiera se de regalos y se vayan a comer camarones a algún restaurante caro.

Ahora bien, antes de dejarlos tranquilos y pasar a nosotros, seamos un poco cínicos (y no por ello menos verdaderos). Cuando uno está en una relación, el 14 de febrero es una tortura igual. Tómenlo de mí, que he estado en muchísimos de estos días en el papel de “enamorado”. Ni nos queríamos más porque fuera el día de los enamorados, ni nos poníamos a pensar en qué dichosos éramos por tenernos, ni siquiera teníamos sexo ese día porque era todo estrés con el regalo y con encontrar algún bar donde no hubiera mucha gente. Así que si usted nunca ha tenido novio; créame, no se pierde nada en este día.

Puedo ser más ácido y afirmar que la mayoría de los “enamorados” que yo conozco no se quiere realmente; solo tienen problemas de soledades y autoestimas y por eso están juntos. Se engañan, se dan golpes, se desprecian y se hacen mil barbaridades. Si les contara con cuántos hombres casados he estado en las mañanas del Día de San Valentín poco antes de que fueran a comprar el regalo de sus esposas…Y sin embargo, en este día, como si fuera un juego de sillas musicales, todos se aguantan a sus parejas como para gritarle al mundo “¡yo tengo una silla, no me quedé fuera cuando paró la música!”. Patético.

Pero también hay muchos otros que se quieren de verdad y no son hipócritas cuando se comen los camarones. Son los menos, pero existen. ¿Por qué no entonces felicitarlos por su amor? Claro que se pueden demostrar su amor todos los días, pero en esa fecha se miman un poco más. Nada malo en eso. Además, nosotros los solteros amamos muchísimas cosas también. Los amigos, las mascotas, nuestras profesiones, las orgías, Québec, las aceitunas, nosotros mismos. Definitivamente, no está mal la fecha (aunque pudieran ser menos empalagosos, eso sí).

Pero vayamos a lo que sí me molesta: nosotros sintiéndonos mal por ser solteros. Dejándonos llevar por estereotipos sociales y pensando que somos unos incompletos solo porque no tenemos a nuestra “media naranja” (la persona que inventó esa frase se merece la guillotina por inventar una de las frases más codependientes de la lengua española).

Lo primero que debemos hacer es darnos cuenta qué tipo de soltero somos. ¿Es usted soltero porque tiene que ver más con su personalidad o es soltero porque no tiene suerte y no se ha encontrado a nadie? Lea de nuevo el primer párrafo y este lo ayudará a darse cuenta: ¿se siente usted así o no en este 14 de febrero? Si es usted de los segundos, el único consejo que le puedo dar es que siga buscando ya que en este mundo, como diría mi tía, para cada roto hay un descosido. No ceje y ya verá que podrá tener sus 14 de febrero con alguien. En serio.

Pero los protagonistas de mi post somos los otros. Mis enemigos me disculparán, pero yo me considero una naranja en su totalidad. No necesito a nadie que me complete. ¿Me gusta interactuar con otras naranjas? Por supuesto. ¿Dejarme llevar por ellas e integrarlas a mi personalidad hasta que ambos seamos la misma naranja? Pues miren que no. Y tengo más de una razón para ello.

Primero: yo considero que he llegado a un nivel de depuración de pensamiento y de satisfacción espiritual tal que otra persona tan cerca de mí lo único que podría hacer es empañarlo. Segundo: nadie es lo suficientemente sensual/sexual/bueno en la cama como para tomar el lugar de muchísimos hombres sensuales/sexuales/buenos en la cama juntos (y sí: esas cosas son muy importantes para mí). Tercero: no tengo ganas de poner en peligro mi estabilidad emocional (o mi descalabro emocional) por el pasado, el presente o el futuro de otra persona. Cuarto: no tengo absolutamente ningunas ganas de mejorar los defectos que sé que tengo para poder caer bien en la vida de nadie. Quinto: yo le doy más importancia a la pasión que al amor, y como ninguna pasión dura más de seis meses prefiero levantarme por las mañanas con esa incertidumbre fabulosa de “¿qué me pasará hoy?”. Sexto…Pudiera seguir toda la tarde y muchos de ustedes tienen que ir a comer camarones.

Por supuesto que a veces uno se cuestiona todas estas cosas. Y en ocasiones se dice “¿cómo sería casarse y tener un hijo?” Y me arengo todo el derecho de sentirme solo a veces y querer que me acurruquen. Pero eso no quiere decir que quiera dejar de ser soltero o que esto “sea una fase”. Es el mismo cuestionamiento que se hace un “enamorado” cuando se dice “¿y si lo dejo todo y me voy pal’ carajo?”. Ambos estados tienen sus cosas buenas y sus cosas no tan buenas y uno tiene que asumirlo todo en el mismo paquete. Incluso está en todo su derecho de cambiar de estado cuantas veces lo quiera según el estado de ánimo. Lo que si no puede pasar es que se vea a sí mismo como un error por ser soltero y feliz (los solteros infelices insisto en que no pertenecen a esta categoría) solamente porque la sociedad le dijo un día que lo fundamental en esta vida era la familia y la reproducción de la especie (otro que debían llevar a la guillotina por ausencia de personalidad).

Pero que yo sea feliz con mis actos y mis decisiones no quiere decir que mis amigos lo sean. Nada me molesta más que la pregunta de “¿tienes novio fijo?” Es como si hasta que no responda “sí” estoy en la adolescencia o en un estado de stand-by previo a la felicidad. ¡Por favor! Pregúntenme “¿te sientes pleno?”, “¿sonríes sin motivos a veces?”, “¿el corazón te late más rápido en ocasiones?”. No me pregunten cosas tan fuera de lugar como “si tengo novio fijo”.

Hay que aclarar que mucha de esta gente lo pregunta por una preocupación genuina por uno (aunque obviamente llena de estereotipos erróneos y arcaicos), pero muchos otros lo hacen por pura envidia. Necesitan que uno tenga un ancla para ellos sentirse mejor con las suyas. Uno anda por ahí acostándose con mangones, llorando en terminales de metro y viviendo la vida de la manera que quiere vivirla mientras ellos están aburridos con sus esposos aburridos en sus aburridos 14 de febrero.

Anécdota: hace unos meses en La Ronde (el parque de diversiones) hice una cola enorme para montarme en la gigantesca estrella, emocionado por oír mi iPod mientras veía toda la ciudad de Montreal a mis pies, solo para descubrir al llegar mi turno que una sola persona no se puede montar en una cabina de la estrella. Tienen que ser al menos dos. Puse el grito en el cielo, por supuesto, y el muchachito me dijo: “traiga a su novia”. Eso: doble ofensa. Lo miré y le dije: “Para tu información, no me gustan las mujeres: me gustan los hombres. Pero ningún hombre me gusta tanto como para compartir mi viaje en la estrella con él. Díselo al imbécil que inventó esa regla tan estúpida.”

Sí: hay grandes probabilidades de que los demás no nos entiendan jamás. Que nos pongan mínimos de dos, que nos sigan preguntando tonterías y que sigan diciéndonos cosas como “el año que viene ya verás que tienes a alguien”. Pero no importa. Si usted - aunque sea uno solo - entiende lo que estoy diciendo y logra aplicarlo a su vida y ser feliz, al margen de todo eso, estas tres páginas de Word habrán valido la pena.

Por eso exijo la creación de un “Día de los que no estamos enamorados y nos va bien así”. Escojan cualquier fecha (lejana del 24 de octubre que es mi cumpleaños y no quiero que me hagan un solo regalo) y celebrémonos. Felicitémonos, hagamos que los enamorados nos feliciten, brindemos por nosotros mismos y comamos camarones nosotros solos pensando en lo bien que nos va. “¿No tienes una mujer que te robe el oxígeno? ¡Felicidades!”, “¿Te sientes seguro contigo mismo y eres autosuficiente? ¡Felicidades!”, “¿Te acuestas con quien quieres y no te sientes culpable? ¡Felicidades! “¿Eres feliz aunque no te dejen montar en la estrella? ¡Felicidades!”

Así que no nos molestemos con los 14 de febrero (sigamos burlándonos tan solo para ejercitar la mente) y valoremos también a las personas que se aman entre ellas. A las que se aman de verdad. No hay nada de malo en eso. No son el enemigo. Son nuestro complemento, aunque no lo sepan. Cuando pare la música y no nos sentemos en ninguna silla, sigamos bailando de todas formas y dejemos que los demás piensen que estamos locos por ser felices aun sin silla. Al día siguiente, al levantarnos en la mañana, tendremos esa incertidumbre fabulosa de “¿qué me pasará hoy?” que – para algunos de nosotros – es tan importante como la mejor silla del mundo.

lunes, 4 de febrero de 2013

White Trash Friends



Todo comenzó cuando en septiembre de 2002 un muchacho marianense bien flaquito entró a la carrera de Lengua Francesa en la Facultad de Lenguas Extranjeras de la Universidad de la Habana, justo al mismo tiempo que otro muchacho bien gordito acabado de llegar de Las Tunas comenzaba en el mismo lugar y a la misma vez la carrera homóloga de Lengua Inglesa. Y de esta forma - que podría incluso considerarse como tímida - sería la entrada a la FLEX de dos de las personalidades más carismáticas que pasaron por ella en los últimos diez años y quizás en mucho más tiempo. Pero este no es un relato de sus “logros” en la magna institución o ni siquiera de sus proezas fuera de esta. Esta es la historia de su amistad. Sí, lectores míos que siempre han oído hablar de él, esta es la historia de mi amigo Ray y yo.

Yo enseguida vi a Ray - difícil no hacerlo – pero no estoy muy seguro de que él me haya visto a mí. Sea como sea, lo cierto es que estuvimos más de un año y medio sin reparar mucho uno en el otro, sin saber nuestros nombres ni intercambiar ni palabras ni miradas, consagrándonos a nuestros respectivos idiomas. Pero cuando se pasa del curso preparatorio y se llega a primer año (nuestras carreras duran un año más que las demás) uno se relaja y se dedica a vivir su vida de universitario, que incluye muchísimas más cosas además de estudiar. Así fue como, gracias a Kerla, conocí oficialmente a inicios del 2004 a Rainer S. Rodríguez Peña (tengo prohibido revelar qué se esconde detrás de la S), alias Ray. Kerla - quien estudiaba con él y a quien este le había confesado su homosexualidad un día en una guagua no mucho antes - y Ray andaban juntos todo el tiempo. Entonces Kerla (con quien me he fajado 6548 veces pero siempre nos hemos querido mucho), en total secreto, me confesó que su amigo “el gordito” estaba “enamorado” de uno de mis grandes amigos pero no tenía “experiencia” en nada de eso así que quería que yo lo “ayudara”.

Esa primera tarde, en la que ni siquiera sé qué hicimos los tres en nuestra primera sesión de “ayuda” secreta, sí recuerdo (¿cómo no hacerlo?) que al Kerla irse para su infame beca ya al caer la tarde, Ray y yo, quienes somos vecinos del Vedado a pesar de que ninguno nació ahí, nos quedamos solos y lo primero que hice fue pedirle descaradamente sus zapatos para correr en el maratón de la universidad que sería dos días después. Y así, en las escaleras del banco de J y 23, cerca de la parada de Coppelia, me probé los zapatos de Ray, a quien apenas conocía. Luego, inspirado por mi frescura de carácter, me confesó su amor por mi amigo y yo le di consejos al respecto luego de fingir que nunca me había imaginado nada (Kerla y yo habíamos repasado bien el guion). Y así fue como, en original intercambio de zapatos y secretos, empezamos Ray y yo a andar para arriba y para abajo.

El primer día que entró a mi casa, mi tía, quien no tiene una gota de tacto, lo primero que dijo, como una niña pequeña que se alegra de ver a un hombre inmenso, fue “¡qué gordo!”. Ray sonrió tímidamente y yo regañé severamente a la niña de 66 años. Por si fuera poco, un segundo después Ray se sentaba en un sillón de la casa y lo rompía. Se puso rojo y se paró asustado. Entonces mi tía, con la cara más alegre del mundo, le hizo una seña con la mano para que se sentara a su lado en el sofá. Y así fue como mi tía acogió a Ray como a un sobrino. O sea: alguien a quien hacerle la vida un yogurt. No todo el mundo ha tenido acceso a esa categoría, pero Ray se la ganó entrando por la puerta.

Ray es gordo y negarlo o ignorarlo es una ofensa. Como mismo lo es regodearse en el asunto. En mi caso particular, yo olvidé que Ray es gordo desde que lo conocí. Le he gritado de todo cuando nos fajamos pero nunca “gordo” y no por respeto (yo cuando estoy bravo soy lo peor) sino porque no considero eso como un defecto capital que uno deba gritarle a los demás para ofenderlos. Como diría la prostituta Aurora (uno de mis personajes favoritos de mi propia literatura) “lo importante en esta vida no es ser gordo ni flaco sino tener un gran corazón y ser bueno en la cama”. Además, yo estoy lejos de ser físicamente perfecto (aunque me considere así) como para estar evaluando los físicos de los demás o mucho menos considerando esas cosas a la hora de incorporar a alguien a mi círculo de amistades.

Ray lo negará toda la vida, pero gran parte de la personalidad que tiene ahora me la debe a mí. Por supuesto que exagero (egocéntrico que soy) pero lo cierto es que cuando lo conocí Ray tenía mucho de gay tapado todavía. Y ser gay tapado es lo peor. La gente (que siempre lo sabe) usa tu “secreto” en tu contra para ofenderte, humillarte y chantajearte. Por eso, para ser libres, uno tiene que ponerle la homosexualidad en la cara. Para que griten y se revuelquen (o no) mientras nosotros seguimos sonriendo y jugando con los penes de otros hombres. Y si me ofendes te entro a palazos. Yo no hacía mucho que había salido del closet tampoco pero siempre he sido muy rápido en lo que a progresar se refiere. Así que ese día, después de tan solo unos meses de frecuentarnos, en que Ray gritó en su aula, a raíz de una discusión, que él era pájaro y agregó las palabras “¿y qué?” en puro desafío y con gesto de las manos amenazante incluido, me lo tomo como mi responsabilidad.

Y vaya si me siento orgulloso. Otros pueden torturarse por su estilo de vida, pero mi amigo Ray y yo somos demasiado superiores para eso. De la misma forma, hace muchísimo que nos olvidamos que somos gays y superamos esa etapa también. Como diría Jorge (otro avanzado) “no hay nada peor que esos gays con 30 años que o todavía están en el closet o recién saliendo y pensando que el ser homosexual es algo del otro mundo”. Dios mío, con todo lo que hay que hacer en esta vida tan corta. Pero para eso, para poder ser libres, en nuestras sociedades machistas, subdesarrolladas e ignorantes, hay primero que gritar cuando se tiene 20 años que uno es pájaro y agregar “¿y qué?” con gesto de las manos amenazante.

Aquella otra vez que dijo que debíamos ir “a la Coppelia” me di cuenta que había que instruirlo un poco más y quitarle el guajirito de encima (en estos momentos Ray lee esto y da golpes en la mesa de la computadora). Pero no, mentira: Ray siempre ha sido un original con luz propia, a pesar de que yo diga que todos sus chistes son herencia de los míos y todas esas cosas. A él solo había que ayudarlo a salir un poco de su concha y ahora no hay Dios que lo haga entrar de vuelta. Pero controlado, que conste. Ray es el tipo de persona que uno puede presentarle a todo el mundo y él siempre va a ser agradable, atento y educado. Sí: eso también lo heredó de mí (más golpes en la mesa de la computadora).

Ray y yo entramos al mundo del consumo del arte juntos aunque cada cual traía su bagaje ya. Al comenzar nuestra relación él aportó un cassette VHS de la primera temporada de Friends y un disco de grandes éxitos de los Bee Gees, los Beatles y los Rolling Stones y yo mi colección dorada de Sex and the City. Luego llegaron los DVDs a nuestras vidas, y luego las computadoras y los archivos Mp3. Y luego los discos de 500GB sustituyendo a nuestras memorias de 128 megas (Dios mío) con la que íbamos a buscar los capítulos de alguna serie que el vulgo no tenía. Y no solo de cosas buenas, también somos especialistas en cosas malas. Y es que Ray y yo somos white trash and we’re proud. Tienen que oírnos hablar. Es una mezcla de términos en todas las lenguas que conocemos que incluye además jerga del show business, de la pajarería en inglés y de American Idol, que realmente logran que nuestros interlocutores no entiendan absolutamente nada cuando nos ponemos a hablar entre nosotros.

No lo duden: cuando usted logró encontrar una película acabada de salir o está descubriendo a un cantante nuevo puede estar convencido de que Ray y Raúl hace muchísimo que los tienen. Si no que lo diga Adele, a quien conocimos no con 19, sino con 17 (el público la conoció con 21), o aquella película horrible de Wolverine que la tuvimos antes de que se estrenara en Estados Unidos porque alguien desde Japón la pirateó y en la que Hugh Jackman estaba lleno de cables que luego se quitaron en la versión final. También corre el rumor de que tuvimos la copia de Harry Potter 7 incluso antes que las hijas de Meryl Streep en “El Diablo se viste de Prada” pero no daré detalles por temor a perder nuestras fuentes distribuidoras. Y eso es en Cuba; imagínense lo que haríamos Ray y yo en el primer mundo donde la basura blanca se desenvuelve a su antojo.

¿Qué puedo decir de las cosas que Ray y yo hemos hecho juntos? ¿Es que acaso habrá algo que no hayamos hecho? Eso incluye cosas inenarrables que tanto él como yo tenemos prohibido revelar (sobre todo cosas mías, claro) y que cuando yo sea famoso, él pondrá en una escandalosa biografía que yo negaré todo el tiempo acusándolo de “chupasangre” y “buscafamajena”. Uff, esos días en que seremos white trash de alcurnia y tengamos nuestro propio reality show como las Kardashian. Dice Ray que si algún día comienza un blog, las primeras palabras del primer post serán: “Este blog no tiene nada que ver con el de mi amigo Raúl”. Pero me pregunto si serían, en realidad, tan diferentes.

Recordar aquellos primeros años en que íbamos al Malecón absolutamente todos los días (shame on us, Ray) y llegábamos a la casa a las cinco de la mañana para estar en la escuela a las nueve. De la Facultad nos íbamos para su casa (Ray vivió solito durante toda la carrera así que su casa se prestaba para salón de operaciones) donde creamos bandas inmensas de “amistades” que con el tiempo demostraron que o no servían para nada o que eran muy buenos amigos. Organizamos fiestas en las que encontramos a lesbianas infieles besándose en el baño y nos abalanzamos a la sala a bailar con la masculina y atemorizante novia engañada para que no se diera cuenta de nada y no matara a alguien en nuestra fiesta. O de cuando nos sentamos en la segunda fila en aquel día sublime del estreno de la tercera parte del Señor de los Anillos en el Chaplin y gritamos “Dura, Galadriel” sin pudor o nos abrazamos asqueados cuando aquel negro pajuzo se masturbaba en frente de Meryl Streep en el Riviera. O de cómo en todas y cada una de las veces que estrené una obra Ray siempre estuvo ahí, incluido el día de “Historia de Madera” donde lo oí desde la primera fila decir “ahora le toca a Raúl con el muñeco de palo ese” y casi le meto una patada aprovechando que lo único que nos separaba era una cortina.

O cuando pasamos por dietas de Ray en las que comía pepinos como si fueran chocolates para complacer al novio de la época. O de cuando corrimos escondidos hacia la cafetería de la esquina para comernos unas pizzas y violar así la forzosa dieta de pepinos. De cuando me obligó a  ver todo lo que hay que ver sobre Céline Dion en los 80, hecho del cual nunca he podido recuperarme. O de cuando se acostó con mi amigo, del que siempre estuvo “enamorado” (como todo buen seguidor de la ley de la atracción, yo no solo logro todo lo que me propongo, sino además logro que mis amigos hagan lo mismo). O de los años y años que nos pasamos subtitulando películas como esclavos para casas rivales, cual Romeo y Julieta del subtitulaje (usted no va a encontrar a dos como nosotros en el mundo del subtitulaje en Cuba, dicho sea de paso). O cuando me comí 12 bisteces el día de su graduación aún sin conocer bien a su mamá, la cual me seguía sirviendo bistec tras bistec, maravillada del apetito del amigo de su hijo. O de las miles de noche en que mi tía llamaba a las tres de la mañana a su casa a preguntar dónde estaba yo y él le respondía que esas no eran horas de llamar a una casa decente y ella le decía que nosotros éramos cualquier cosa menos decentes. Y miles y miles de anécdotas más.

Eso fue en nuestros años “salvajes”. Luego me busqué mis novios y si bien nunca me distancié de Ray, ya no nos veíamos tanto y nos salimos de las calles. Luego terminaba mi vida de casado y regresaba a la vida loca por un tiempo y él no me acompañaba o viceversa. Y luego a mí se me metió entre ceja y ceja viajar y no paré hasta que lo conseguí, así que ya no nos veíamos tanto como cuando estudiábamos en la FLEX. También, desde hace unos cuatro años, su tía y sus dos hijos (con los tres me llevó muy bien) regresaron a vivir con Ray, quien al no estar ya solo en la casa le dio un poco más de orden a su vida. Además hay que decir que Ray y yo somos muy diferentes, de ahí que tengamos cada cual otros amigos con quienes compartir otros intereses. De ahí que ya no anduviéramos todo el tiempo pegados como antes.

Pero al margen de todo, Ray siempre ha estado conmigo. Jamás nos hemos distanciado mucho. Hablamos toneladas de horas por teléfono y ponemos el  mismo video a la misma vez para verlos juntos y hablar de él. Cuando se dan las nominaciones a los Oscars nos las mandamos por hyperterminal y no las vemos hasta que estamos de vuelta al teléfono en donde las vamos leyendo como si fuéramos los presentadores en vivo. Seguimos teniendo esas noches en las que llego a su casa a las once y me voy a las seis de la mañana con el disco duro repleto de series y de música. Y mientras se pasan los 60 y 70 gigas nos tiramos bajo su colcha (Ray tiene la colcha más rica del mundo) y nos ponemos a hablar de lo que sea. Sin correcciones políticas y jurándonos no decir nada nunca a nadie nos confesamos barbaridades. ¿Quién dijo que no tener novio es malo? Lo malo es no tener un amigo con el cual hablar sobre cómo no tienes novio debajo de una colcha. Y, por supuesto, ver juntos una y otra vez los mejores momentos de nuestras series favoritas.

Ray me entiende como nadie. Y si esto pasa - y se lo he dicho muy poco pero creo que él sabe que yo pienso así - es porque Ray es una de las personas más maduras emocionalmente que conozco. Ya sé que no lo parece, pero créanme cuando les digo que lo es. Si no no fuéramos tan íntimos. Los sentimientos más raros, más extraños, los que vienen directo del corazón y que la sociedad no está entrenada para entender, Ray los entiende al dedillo. ¿Les recuerda a alguien? Por supuesto que tuvo su crisis (como todos mis amigos) adaptándose a mi carácter “muy feliz” pero cuando me conoció bien se le quitó. Y nunca tuve que sentarlo y explicarle nada de mi vida: él solito entendió todas las causas de mi personalidad y en su cabeza me elevó a la categoría de héroe (no lo niegues). Esos son los amigos, señores. Los de verdad. A los que no hay que explicarles nada y no intentan cambiarte, sino adaptarse a ti al igual que tú a ellos. Por supuesto que tiene defectos. Como yo. Pero este post no está dedicado a ellos - entre otras cosas - porque no son ni siquiera tan importantes. Lo esencial lo tenemos: el gran corazón, las habilidades en la cama y un gran amor el uno por el otro.

Y es que Ray, desde aquel día que mi tía lo invitó a sentarse en el sofá a su lado, más que mi amigo, es mi familia. Jamás me he cuestionado si conservarlo o no porque sé que Ray siempre estará ahí. Otros irán y vendrán, pero no Ray. Como mis hermanos. No importa que no nos hablemos todos los días, que no tengamos los mismos gustos e intereses, que a veces nos fajemos. Siempre seremos Ray y Raúl. No creo que haya alguien en Cuba que no le pregunte por mí a Ray cuando lo ve e incluso aquí en Montreal me he encontrado a gente que me pregunta por Ray. Inseparables. Como las Kardashian.

Hoy mi amigo Ray está de cumpleaños. Y creo que por primera vez no estamos juntos. No es que hiciéramos mucho tampoco en nuestros cumpleaños, nada como salir del cake cantando “Happy Birthday, Mr. President” (Ray, tenemos que hacer eso algún día), pero casi siempre nos sentábamos desde las once a esperarlo en la terriblemente aburrida G y nos programábamos para el año que vendría. “Este año me buscaré un novio”, “Este año me iré del país”, “Este año…” Y luego, como reloj, a hablar de nuestras series y nuestra música. Nunca le di ningún regalo a Ray, a pesar de que él siempre me dio un disco sorpresa en el mío. Yo ripostaba diciendo que gran parte de su carácter me lo debía a mí así que qué mejor regalo que ese. Soy white trash completo.

Pero los cubanos tenemos que cargar con eso de separarnos de nuestros amigos. Viene en nuestro ADN y no hay nada que podamos hacer salvo rezar para que un día estemos todos juntos de nuevo en alguna parte. Así, cuando tenemos un problema no podemos contárselo y cuando queremos decirle que los queremos no sabemos dónde encontrarlos. Por eso, en esta noche en la que se espera su cumpleaños, él está en Cuba y yo estoy en Montreal y lo más que puedo hacer es enviarle un SMS a las doce.

Pero ¿de qué sirve tener un blog si no puedes escribirle posts a tus mejores amigos? Así que decidí hace unas horas escribir esta recopilación sucinta de nuestra historia en común a manera de regalo, no solo para justificar tantos años de discos sorpresa, sino para sentirme un poco que estoy yo también en el banco de G programándonos para el futuro.

Ray no lee casi nunca mi blog porque - y lo cito - él no necesita leerme para saber de mí: él tiene acceso a la “versión deluxe”. Descarado. Pero sé que este lo leerá porque es suyo. Su post que bien se merece. El post de mi amigo Ray, quien me “vigila” a mi tía y a mi gata en mi ausencia y se comen bocaditos a deshora los tres mientras yo estoy “en el primer mundo”. De mi amigo Ray, quien me envía los correos más cómicos y más tristes que nadie nunca (lo siento, resto del mundo) podrá enviarme jamás. De mi amigo Ray, en el que no puedo evitar pensar cada vez que me siento en un cine con mi Coca-Cola gigante e imagino lo bien que nos la pasaríamos juntos viendo los trailers y probándonos los espejuelos de tercera dimensión. De mi amigo Ray, a quien quiero más que a mucha gente en este mundo y me alegra saber que él lo sabe. De mi amigo Ray, el gordito de Las Tunas, quien junto a Raúl, el flaquito marianense, fueron los mejores white trash friends forever and ever.


PD: Dedico este post a uno de los protagonistas desde siempre de este blog: Rainer S. Rodríguez Peña, alias Ray, alias MI AMIGO, quien hoy está de cumpleaños. Muchos besos, sis, y muchas felicidades. Sabes que te amo y que te extraño. Un día - mucho antes de lo que ambos pensamos - nuestros sofás estarán cerca de nuevo y bajo ricas colchas esperaremos que se pase la música a nuestros discos duros mientras hablaremos sin corrección política alguna de lo que nos venga en gana y veremos nuestras series favoritas una y otra vez. ¿Quién necesita un novio? Es muchísimo mejor tener un Ray.

Da click para agrandar

Instagram