miércoles, 12 de diciembre de 2012

Trilogía fiel sobre la infidelidad (III)



Tercera parte: El otro

Aquello tenía que ser una broma. Una muy sádica. ¿Qué hacía en aquel auto mientras Jean-Luc y su novio rubio estaban en el asiento de atrás casi abrazados? Era como si la ley de atracción funcionara solo para molestar. El novio rubio del que tanto había oído hablar, al que tanto detestaba aún sin conocer, estaba a menos de un metro de él. Y acurrucado a Jean-Luc. El Jean-Luc con el que tanto sexo tenía y del que tanto dependía. Culpables. Necesitaba culpables. Edgar. Eso: Edgar era el culpable. Edgar y él mismo, por supuesto. Cuando Edgar le dijo que lo invitaba a un chalet en el campo por un día, tenía que haber preguntado quién más iría. Había olvidado que Edgar y Jean-Luc se conocían. Tampoco le había dicho a este el último día que se vieron a escondidas que se iba a un chalet el domingo. Y Jean-Luc, por supuesto, no le había dicho que se iría a un chalet con su novio rubio y con Edgar. Así que, por falta de comunicación, ahora estaban todos en el mismo auto: Edgar al volante, un hombre que no conocía detrás, a su lado Jean-Luc y el novio rubio bien pegados, y Leonel en el asiento del copiloto, pensando que todo aquello tenía que ser una siniestra broma del destino.

“Jean-Luc y Leonel, ¿de dónde se conocen ustedes?”, preguntó Edgar, para lograr tensionar aún más el ambiente. “De tu cumpleaños” respondieron ambos al mismo tiempo. “¡Claro!” dijo Edgar. Ahí se habían conocido, en efecto. Un día en que Jean-Luc había dejado al novio rubio en casa y solo había llevado su encantadora sonrisa. Dos minutos después y ya se miraban. Dos horas después y ya habían tenido sexo. Dos meses después y ya Leonel gritaba que odiaba al novio rubio. “¿También conoces a Louis?”, dijo Edgar. “No”, dijo Leonel, mientras se viraba y le sonreía al novio de su amante. Este le dirigió una sonrisa rara. Leonel pensó que era un buen momento para tener un accidente en la carretera. “Y el otro es Alex”, dijo, señalando al hombre desconocido al lado de la feliz pareja. La misma sonrisa de nuevo. “Y después conocerás a mi nuevo novio”. “El de esta semana”, dijo Alex sonriendo. “En realidad nos conocimos el jueves y no creo que pase de hoy así que es el de la mitad de semana”, dijo Edgar y todos rieron.

Leonel no sabía cómo sentirse. Hacía mucho se había dado cuenta de que Jean-Luc era lo mejor que había pasado por su vida. Pero por supuesto que las cosas nunca podían ser fáciles para él. Jean-Luc tenía su novio. Uno lindo, al que todos conocían y del que estaba supuestamente muy enamorado. Aunque Leonel gritaba y amenazaba sabía internamente que Jean-Luc nunca dejaría a su novio. Esa costumbre de los gays de coger lo peor de los heterosexuales. Al mismo tiempo, al estar sentado en aquel auto se sentía, de una manera enferma pero quizás comprensible, parte de la acción. Tanto tiempo oculto de un novio que no tenía ni idea de su existencia lo hacía sentirse rebajado, apartado. Pero ahí estaba ahora. A un metro de los dos y con todo un día por delante para exhibirse. No sabía muy bien cómo sentirse, pero algo le decía que aquel día inesperado sería, resultara como resultara, definitorio para su relación con Jean-Luc.

El chalet era pequeño pero hermoso. La mezcla de madera y cristal era fabulosa. “Hola”, dijo el hombre que no conocía, el tal Alex, al bajarse del auto. Leonel no había tenido mucho tiempo de mirarlo, ya que aunque le dolía el cuello de pensar durante todo el viaje en lo que pasaba detrás, solo se había volteado cuando las introducciones. “Hola”, respondió Leonel. Sabía que todo estaba preparado para juntarlo con este Alex. Jean-Luc y el novio rubio, Edgar y el novio de la mitad de semana…Leonel y el hombre nuevo. Pensó que no estaba mal darle algo de celos a Jean-Luc, después de todo. Este se había bajado del auto y enseguida se había perdido con el novio dentro del chalet. Fingía mucho mejor que él. Por supuesto, estaba acostumbrado.

Dentro del minúsculo chalet todos hablaban y planificaban cosas que nadie materializaba. Hacer un fuego, caminar por el lago…nada: con la excusa de esperar al novio de la mitad de semana todos estaban sentados en la cocina-salón mirándose las caras. Jean-Luc y Louis (Leonel había decidido llamarlo en su cabeza por su nombre por miedo a que se le fuera a ir “el novio rubio” en algún momento) estaban sentados uno encima del otro en una butaca. Leonel no entendía la necesidad de que se estuvieran tocando todo el tiempo. Como si no vivieran juntos. Quizás habían tenido una pelea antes y estaban reconciliándose. O quizás el novio rubio - Louis - quería marcar el territorio. Fuera como fuera, era muy desagradable.

Se veían muy bien juntos. Eso no se podía negar. Sabía que si a alguien al azar se le pidiera que escogiera el novio ideal para Jean-Luc, seleccionaría al novio rubio Louis y no al simpático de Leonel. Este pensamiento no ayudaba. Intentó recordar que a pesar de todo Jean-Luc no podía vivir sin verlo al menos dos veces por semana y llamarlo casi todos los días. Las victorias pírricas de los amantes. Louis lo miraba extraño. Eso incomodaba a Leonel ya  que lo hacía pensar que quizás sospechara algo. Pero, de alguna forma, no estaba muy seguro si esto le gustaba o no. Con todo esto en la cabeza y mirando con el rabillo del ojo a los enamorados de la butaca, intentaba en vano concentrarse en una conversación con Edgar y Alex.

En un momento Jean-Luc se paró y entró al baño, el cual estaba justo al lado de ellos. Louis se quedó solo en la butaca, pero dos segundos después se levantó y fue detrás de él. A Leonel le costaba seguir hablando. Lo intentaba pero aquello era demasiado. Toda su atención estaba en la puerta del baño. ¿Ese cretino rubio no podía controlarse las hormonas? ¿Y el otro no podía aunque sea recordar que él estaba allá fuera? Que los demás no lo supieran no quería decir que él no lo supiera. Pasaban los minutos y nadie salía. Creyó que se volvía loco, ahora sí que le molestaba estar en aquel lugar. Inventó una llamada telefónica y salió del chalet. Se sentó en las pequeñas escaleras y se puso a pensar en cómo quizás aquel era el momento en que más solo se había sentido en su vida. Ni siquiera cuando estaba solo en verdad y no tenía a nadie se había sentido tan solo como ahora.

Luego que llegara el novio de la mitad de semana - uno de los hombres más lindos que Leonel había visto en mucho tiempo - se fueron finalmente, menos Edgar y el recién llegado, a dar un paseo por los alrededores. Todo prometía ser aún más incómodo, ya que Leonel tendría que ponerse a conversar o con su supuesta cita, Alex, o con los otros dos, pero, para su sorpresa, todo mejoró. La conversación giraba acerca de los paisajes y Leonel casi pudo olvidar por un instante todo lo que estaba sucediendo. Hablaban como si fuesen desconocidos que se esfuerzan por hablar de un tema neutro para aprender a conocerse. Como debería ser si Jean-Luc y Leonel no fuesen amantes. En un momento, Alex y Louis intentaban ver quién se subía más rápido a un árbol, así que Leonel y Jean-Luc se quedaron uno al lado del otro, mirándolos. Podían haberse dicho algo perfectamente sin ser escuchados, pero ninguno de los dos dijo nada. Ni siquiera se miraron.

En otro momento, fue Jean-Luc quien le tiraba unas fotos a Alex en una roca, así que Leonel y Louis se quedaron uno al lado del otro. Se sonrieron tímidamente. “Bonito día”, dijo Leonel. “Sí”, dijo Louis. Leonel lo miró fijo. Para su sorpresa, descubrió que no tenía ningún sentimiento negativo en contra de Louis. Siempre hablaba mal de él, pero en realidad no tenía motivos y ahora que lo tenía a su lado, comprobaba que no le desagradaba. Louis también lo miró fijo. Con una mirada extraña, como si lo observara detenidamente. Al descubrir que se miraban a los ojos, Leonel cambió la vista.

Al final quedaron los cuatro sentados en círculo al lado del lago. “Buen momento para sacar esto” dijo Alex, sacando un cigarro de marihuana del abrigo. Jean-Luc y Leonel sonrieron y Louis aplaudió. Algo de marihuana no le vendría mal, pensó Leonel, aunque desde que habían salido del chalet se sentía mejor. Se pasaban la marihuana como adolescentes. Alex, Jean-Luc, Louis, Leonel. Cuando llegó a Louis por cuarta vez ya no quedaba casi nada del cigarro, así que este fumó todo y lo botó. “Pues se acabó”, dijo Alex mirando a Leonel, quien estaba acostado bocarriba. “Oh, no importa, creo que con lo que fumé fue suficien…”

Nada podría haberlo preparado para aquello. Lo próximo que vio y que no lo dejó terminar su frase fue la rubia cara de Louis justo encima de él. Sin mucho preámbulo, este pegó su boca a la de Leonel y le pasó poco a poco todo el humo que tenía dentro. Lento, como si no hubiese prisa alguna. Leonel podía sentir su olor perfectamente. También, por encima del sabor del humo, podía sentir su aliento. Al terminar, Louis apartó la boca lentamente, Leonel expulsó el humo muy suavemente, casi en la cara del otro y ambos se quedaron mirándose con las cabezas a tres centímetros. Entonces Louis sonrió. Con una de sus sonrisas raras.

Si a alguno de los demás le pareció raro todo aquello, pues lo fingieron muy bien. Leonel se quedó tirado en el piso. Ni pensó en mirar a Jean-Luc. No sabía cómo mirarlo. No tenía idea de qué pensar, decir o sentir. Así que ni pensó, ni dijo, ni sintió nada. La marihuana ayudaba a cumplir esta función. Se quedó  tirado en el piso, al lado del lago y mirando al cielo sin ningún pensamiento en la cabeza.

El resto de la tarde pasó sin grandes eventos. De una extraña forma, Leonel ya casi se acostumbraba a todo aquello. Fingía, consigo mismo más que con nadie, que no era más que un amigo de Edgar y actuaba en consonancia. Hasta que en la mesa, luego de la cena, Edgar le preguntó a Jean-Luc y a Louis si pensaban casarse alguna vez. La sola pregunta molestó enormemente a Leonel. Se sintió inmediatamente abandonado. Se concentró en picar su carne para que no se le notara. “Sí”, respondió Louis, “el año que viene, quizás”. Leonel miró a Jean-Luc, quien, para imitar su actuación de todo el día, no lo miraba. Leonel siguió picando la carne en pedacitos al darse cuenta que era incapaz de llevársela a la boca.

Después de otras conversaciones sin importancia, Alex le preguntó a Leonel en alta voz si tenía novio o si estaba saliendo con alguien. Todos lo miraron. Leonel no supo qué decir en un primer momento, entre otras cosas porque su molestia no lo dejó oír bien la pregunta. “Pues…no”, dijo finalmente. “¿Por qué?”, dijo Alex. “Leonel ama ser soltero”, dijo Edgar. Leonel lo miró y sonrió mientras seguía picando la carne. “No es tan así, solo que…”. “¿Le tienes miedo al compromiso?” dijo el novio de la mitad de semana. “Al compromiso como tal no, pero a algunas cosas que vienen con él sí”. “¿Cómo cuáles?”, preguntó Alex. “Pues si no tengo un novio, nunca podrán engañarme, por ejemplo”, dijo Leonel, con plena consciencia de lo que decía. Sintió la mirada de Jean-Luc pero no lo miró de vuelta.

“¿Ese es tu miedo?”, dijo el novio de la mitad de semana. “Sí, debo confesar que me aterra un poco”. Era mentira, pero sabía lo que decía. Todos lo miraban. “Pero no se puede vivir con ese miedo, ¿no?”, dijo Edgar. “Lo sé, pero me asusta pensar que alguien me diga que me ama y todo eso y que luego se vaya con el primero que pase y le cuente mis cosas íntimas, le diga que no me quiere tanto, que solo está conmigo por…por lo que sea”. Si sus palabras habían tenido como propósito fijar a Jean-Luc en el asiento, lo había logrado. Sus ojos azules lo miraban con odio y miedo. Podía sentirlo, aún sin mirarlo.

“Bueno, pero ese hombre tendría que ser muy cabrón, ¿no?”, dijo Alex. “Pasa mucho”, dijo Leonel. “Todo el mundo engaña”. Quería que Louis dijera algo como “No todo el mundo”, pero este no dijo nada. Lo escuchaba con mucha atención. Como el resto. “Todo el mundo engaña, pero no todo el mundo lo hace igual”, dijo el novio de mitad de semana. “Unos son infieles todo el tiempo sin problemas, otros lo hacen un día y se sienten culpables luego por mucho tiempo, otros lo hacen porque quieren demostrarse que le gustan a los demás todavía, otros porque conocen a personas verdaderamente extraordinarias y no pueden dejarlas pasar…hay muchos modos de ser infiel”. “¿Se supone que eso me haga sentir mejor?”, dijo Leonel. “Al final es una mierda igual”.

“La infidelidad hay que entenderla”, dijo entonces Louis. Nada más y nada menos que Louis. Leonel lo miró interesado. Hasta ahora había hablado para provocar, pero ahora se sentía realmente interesado. “¿Por qué?”. “Los seres humanos tienen miedo muchas veces. Y ese es su escape.” “¿Entonces justificas a los que engañan?” “Digamos que los entiendo”. “O sea, si Jean-Luc te engañara, ¿lo entenderías?” Aunque no lo miraba podía sentir la mirada de Jean-Luc. “Pues no sé, depende de la ocasión. Pero no lo vería como el malo y a mí como el bueno inmediatamente.” “¿Por qué no?” “No lo sé…no califico a la gente de esa forma normalmente”.

“Peor la tiene el otro”, dijo el novio de la mitad de semana poniendo fin al diálogo personal entre Leonel y Louis. “¿Qué pasa con él?” dijo Alex. “El supuesto bueno y el supuesto malo puede que no sean ni tan buenos ni tan malos, pero el otro siempre será el otro. Su categoría no cambia. Siempre estará en una esquina, apartado, viendo como los demás son felices o infelices enfrente de los demás sin que nadie sepa de su existencia”. Leonel sintió que le encajaban un tenedor en la barriga. “No se hubiera metido en eso”, dijo él mismo, volviendo a picar la carne. “Nunca es tan fácil”, dijo el novio de la mitad de semana.

“Lo que más me asombra siempre”, dijo Edgar, “es cómo la gente engaña sin analizarlo mucho, y sin embargo, si se lo hacen a ellos se quieren morir y el mundo se les viene abajo”. “¡Pero eso es más que lógico!” dijo de pronto Leonel, casi gritando y con un cubierto en cada mano como si los amenazara. Todo el mundo lo miró fijo. “La gente se acuesta con lo que sea porque son débiles. Necesitan tener más de uno para reafirmarse. Mientras más, pues mejor. Pero como acostarse con la gente no los hace más fuertes, si algún día descubren que se lo hacen a ellos se vienen abajo. Es como si hubiesen perdido la batalla que ellos mismos habían comenzado. ¡Es pura lógica!”. Su última frase había sido un grito con una sonrisa histérica. Al tomar consciencia de su actitud miró hacia el plato con la carne más que picada. No sabía si Jean-Luc lo miraba o no. No le interesaba.

Después de un silencio, Edgar preguntó: “¿Pasa algo?”. Leonel levantó la cabeza y sonrió. “Estoy teniendo un romance con un hombre casado…con una mujer.” Sabía que tenía que decir algo para justificar todo aquello. Se escuchó un murmullo general que quería decir algo como “Acabáramos”. De pronto todos estaban en el mismo equipo de nuevo. “Los bisexuales son lo peor”, dijo el propio Edgar. “Quieren hacernos creer que lo de ellos no es engaño porque necesitan a alguien de otro sexo que se los meta”. “Hijos de puta”, dijo Alex. “Los heterosexuales no son mucho mejores. Se pasan el tiempo engañando. Creen que así complacen a sus padres”, dijo el novio de la mitad de semana. “Hijos de puta”, dijo Alex. “Y las mujeres”, dijo el propio Leonel, “esas zorras engañan todo el tiempo y nadie se da cuenta”. “Hijas de puta”, dijo Alex y todo el mundo se echó a reír, incluido el propio Leonel. El exabrupto había pasado.

“Uff, la infidelidad no es tan fácil como parece”, dijo Edgar. “En realidad es entretenida” dijo de pronto Jean-Luc. Sus primeras palabras en toda la conversación. Leonel lo miró y Jean-Luc lo miró de vuelta. Era la primera vez en el día que sus ojos se habían cruzado. “Hasta que alguien decide enamorarse y entonces se complica”, agregó. No había rencor. No había reproche. Ni siquiera había miedo. De hecho, le recordó  al Jean-Luc de encantadora sonrisa del primer día. Su mirada era la misma que si hubiera dicho “lo siento” o “te quiero”, confirmando que se había referido a él mismo cuando dijo “alguien se enamora”. Nadie se dio cuenta de nada. Louis miró a Jean-Luc, luego a Leonel y sonrió diáfanamente. ¿Qué querían decir las sonrisas de Louis? Pues nunca lo sabría. Leonel, con mucho menos en la cabeza, se llevó un trozo de carne a la boca.

En el auto de regreso, como eran más que en la ida, tuvieron que ponerse unos encima de los otros en el pequeño auto. Leonel, desplazado del asiento del copiloto por el novio del fin de semana, se sentó detrás al lado de una ventanilla, justo al lado de Jean-Luc, quien cargaba a Louis. Alex estaba del otro lado. Inspirados por la dulce noche de la carretera, casi todos dormían. Después de un momento en que Jean-Luc protestó por el peso de Louis, este le preguntó a Leonel si podía usar su rodilla para compartir la carga. Leonel aceptó. En cualquier otro momento hubiera lucido raro, pero después de aquel día, lucía como algo bien normal. Y así se quedaron en la pacífica oscuridad, todos bien cerca, Jean-Luc durmiendo, Louis con la cabeza recostada al asiento delantero y Leonel mirando por la ventanilla una luz alejada que resaltaba en lo alto de una montaña oscura. 


Instagram