viernes, 18 de noviembre de 2011

El juego de las sustituciones


Mi amiga Amelia y su novio se separaron. Su hermana me llamó hace unos días para decírmelo y pedirme que, cuando tuviera un tiempo, pasara por su casa para darle algo de necesaria psicoterapia. Accedí gustoso y unos días después me fui a verla, lleno de chistes y consejos preparados especialmente para la ocasión. Siempre se habían llevado muy bien, por lo que imaginé lo duro que sería para mi amiga esta repentina separación. Pero al llegar a su casa, algo en el ambiente me pareció extrañamente familiar. Cuando la hermana abrió la puerta y le pregunté por ella, puso esa sonrisa triste de resignación que ponen los familiares de alguien que está pasando por un muy mal momento. Al decirme que estaba durmiendo, a las cuatro de la tarde, mis sospechas comenzaron a cobrar vida. Para el momento en que entré al cuarto y Amelia, tendida en su cama, se secaba las lágrimas para fingir una sonrisa de bienvenida, ya yo sabía lo que estaba a punto de contarme: mi amiga había sido dejada por otra mujer.

Y es que podría pensarse que todas las separaciones son iguales, pero no es así. La manera que tenemos de afrontarlas, de lidiar con ellas, varía según los innumerables factores que la provocaron. Si bien ninguna es fácil, hay una, que por sus características particulares, la hacen aún más compleja y dolorosa, ya que mezcla las sensaciones negativas propias de toda separación, tales como la soledad o la sensación de pérdida, con otras como el desamparo, la ira y la humillación: cuando nos sustituyen por otras personas.

Mientras Amelia, su hermana y yo estábamos tirados en la cama y comenzaba a oír los detalles, no pude evitar abstraerme y pensar en aquella oscura primavera de hace varios años cuando fue mi turno de ser sustituido por otro hombre. En realidad me ha pasado dos veces, pero la primera no vale (a pesar de que ha sido uno de los momentos más tristes de mi vida) ya que esa relación, si se analiza más fríamente, era todo una mentira. Fue la segunda vez la que cuenta a los efectos de experimentar realmente lo que se siente el ser reemplazado en tu supuestamente importante papel de novio por alguien que hasta hacía unos segundos ni siquiera existía.

Que conste que yo también he dejado a personas por otras. Y a veces han dejado a otros por mí. Y no se crean que es tan fácil tampoco estar en estas posiciones. Pero el enfoque que quiero abordar ahora es solamente desde el punto de vista del “sustituido”. Los otros dos, en realidad, se tienen el uno al otro para hacerse compañía. Mi amiga Amelia no tiene a nadie, así que necesita estas letras. Como las necesité yo en aquella ocasión en que recibí una llamada matutina de algún lugar del Oriente del país en la que alguien no paraba de llorar del otro lado y me dijo algo como “yo te amo, pero tenemos que separarnos” que me cambiaría no solo el día, sino también, gran parte de mi vida.

Para aquellos que no se sientan identificados con el tema ya que nunca han sido “dejados” por nadie, quizás quieran reconsiderarlo y ser más abiertos al respecto, porque lo cierto es que en muchísimas ocasiones (innumerables) la verdadera causa nunca se nos es revelada. Explicaciones como “ya esto no tiene sentido”, “siempre hemos tenido problemas”, “nunca debimos haber sido novios” se barajan, y un ojo no entrenado podría caer en la trampa. Luego lo vemos saliendo con otro demasiado rápido o siempre que nos lo encontramos manifiesta una calma y una paz (en clara oposición con tu desesperación) que te puede hacer sospechar algo, pero nunca tienes la confirmación de si fuiste abandonado por otro o no. Sin embargo, hay una manera extremadamente eficaz de saber si nos están dejando por otra persona: nuestro novio (próximamente ex novio) está INCREÍBLEMENTE DECIDIDO a tomar el camino de la separación. Uno hace alusión a lo bien que se llevaron en una época, a todo lo que tienen juntos y él pone cara de “es verdad” en la que se traduce algo de nostalgia. Pero no cede. Insiste en que “esto no tiene sentido”, a pesar de que ustedes ya han tenido varias veces esta conversación cuando discutían y al final siempre regresaban. Ese hombre “tan decidido” tiene a alguien que lo está esperando cuando termine de hablar contigo. Bienvenidos al mundo real.

En mi caso personal no fue muy difícil obtener una confesión. Mi novio de casi un año se había ido por una semana a Santiago de Cuba y justo el día en que regresaba recibí la susodicha llamada. No había que ser tan perceptivo. Así y todo, lo negó al inicio. En el caso de Amelia el novio se lo dijo claramente. (Debemos felicitarlo, supongo). Por supuesto, luego de la confesión, enseguida cambian el argumento y te dicen cosas como: “De todas formas tú y yo no nos llevábamos bien”. A lo que uno podría argumentar: “Bueno, maricón, me hubieses dejado y ya, no había necesidad de que metieras a un santiaguero en nuestras vidas”. Pero de nada sirve decir ningún reproche, tu ya casi ex te mirará con una sonrisa como queriendo decir “qué simpático eres hasta en momentos como este”, cuando en realidad lo que quiere decir es “¿qué estará haciendo el otro ahora?”. Así que es mejor no decir nada. Queramos o no, nos tocó perder. Y nada de lo que podamos decir nos hará ganar en esta primera parte del juego de las sustituciones.

Este es tan solo el inicio de lo que será una época difícil. Nuestra autoestima, lo queramos o no, se verá profundamente dañada. No solo nos sentiremos feos, sino además incapaces de funcionar en casi todo. Nuestras virtudes desaparecerán y nos trancaremos en la casa para que nadie pueda ver lo defectuosos que en realidad somos. Tu ex y su nuevo novio, aunque los odies, subirán increíblemente en tu escala de valores y serán modelos a seguir. Esto te hará odiarlos aún más.

Intentarás acostarte con alguien más cuando te sientas algo inquieto, solo para darte cuenta, demasiado tarde, que no deberías haberlo hecho. Mientras regresas a casa, pensarás que tu ex y su nuevo novio ahora mismo están amándose intensa y sinceramente, cuando lo único que lograste tú fue ese sexo casual y carente de afecto. Entonces decidirás no tener más sexo por un tiempo, lo cual llevará a que tu mal carácter sea aún peor.

Después oirás historias por todas partes de cómo Santiago de Cuba ganó la serie nacional, y querrás matarlos a todos solo por haber nacido ahí. Siempre habrá algún imbécil que te dirá algo como “imagínate, la Tierra Caliente” como queriendo decir que, por muy inteligente y carismático que tú seas, no puedes competir con el buen sexo. En un momento normal, tú sabes perfectamente que nadie en este mundo es tan bueno como tú en la cama, pero en una época de crisis, este tipo de pensamientos te coge y te destruye. Tu autoestima está cayendo y no hay quien la pare.

Debemos cuidarnos en esta época de hablar mal de tu ex y del otro con todo el mundo. Nuestra desesperación puede ser olida muy fácilmente. Así que cuando se nos pregunte cómo estamos, debemos poner cara de “bastante bien, gracias”. Tampoco parecer extremadamente feliz, porque si no, no se lo creen. La gente, aparte de mala, es muy inteligente.

Eso sí, si bien no puedes hablar mal de ellos con todo el mundo, tampoco te puedes quedar con eso por dentro. Es ahí donde entran tus amigos para ayudarte. No todos, por supuesto. Siempre habrá algunos que digan cosas como “yo soy amigo de los dos” y “tú tampoco eras un santo”. Esos “amigos” son a evitar. No, búscate a algunos que sean incondicionales y empieza a gritar insultos como un loco. Te hará bien. Amelia se refiere a su ex novio como “subnormal, malo en la cama y cretino” y a la nueva novia como “pelandruja, anormal y gorda” mientras su hermana y yo asentimos con la cabeza. Ni diré lo que decía yo del mío y del santiaguero.

Para colmo ellos se pasean por toda la ciudad, dejándole saber al mundo lo enamorados que están. La gente, cuando se encuentra contigo te mira con lástima. Pobrecito Raúl, lo dejaron. Un día que estás hablándoles mal de ellos a tus amigos, descubres, por una palabra mal dicha, que ellos también los han visto por ahí, e incluso que han hablado con ellos. Con los dos. Entonces empiezas a gritar “traición” y la coges con tus amigos. Los pobres, ¿qué van a hacer ellos? ¿No hablarle más? Pero tú no estás para ser comprensivo (¡a ti te dejaron por otro tipo!) y deseas que se mueran todos juntos: tu ex, la gorda, los traicioneros de tus amigos y el equipo de pelota de Santiago.

A veces el ex querrá regresar, por supuesto. Esta etapa es cabrona, porque te hace pensar por algunos segundos que tu ex todavía te quiere y que lo que pasó es fácilmente reversible. En realidad él solo quiere tener sexo contigo. Y si lo tienen (yo no lo hice) luego te sentirás aún peor (como si eso pudiera ser posible) porque él te hará sentir que traicionó a “su verdadero amor”.

En el trabajo solo pensarás en tu crisis, todas las canciones tontas te harán llorar, y los pocos momentos en que te sientas bien serán opacados por el pensamiento de que luego lo volverás a ver todo negro. Acabado de despertar, que es nuestro momento más vulnerable, te esconderás debajo de las sábanas para sentirte protegido y estarás ahí un rato hasta que te sientas capacitado para enfrentarte al día.

En medio de tanta angustia, ¿qué podemos hacer para sentirnos mejor? Primero, no subestimar el poder curativo del tiempo. Y segundo, alguien nos puede ayudar a acelerar este proceso. Alguien que, curiosamente, fue la más afectada con la separación: nuestra autoestima. En mi caso personal, el recordatorio de que tenía una llegó en la forma de mi amigo Michel, quien, agudo en sentimientos humanos, llegó a mi casa un día a las cuatro de la tarde y entró a mi cuarto, en el que yo “dormía”. Y ahí, sentado en el borde de mi cama, luego de meses de estar oyendo mis quejas y mis gimoteos, casi como si hablara con él mismo, me dijo bajito e inesperadamente: “¿Por qué lloras por un tipo que se fue un día al campo y fue capaz de dejarte por otro hombre al que había acabado de conocer, a pesar de todo lo que tuvo contigo?”

No subestimen una frase como esta. Aun hoy, cinco años después, sigue siendo uno de mis paradigmas fundamentales, a pesar de que en ese mismo momento no la vi tan así. Pero unos días después, cuando caminaba por una calle y comenzaba a torturarme con mi vorágine de pensamientos en los que yo era la víctima, lo vi todo más nítido. Ahí estaba yo, llorando por un tipo. Por un tipo que a pesar de que tuvo la oportunidad de conocerme y saber quién soy yo realmente, no dudó en sustituirme. Por un tipo que ni siquiera se cuestionó el dejarme. Quizás el santiaguero y él tengan mucho más que ver, después de todo. Quizás yo esté mejor sin él. Y esos “quizás” fueron prontamente eliminados.

Y así fue cómo empecé a sustituirlo yo a él. A sustituirlo por un hombre imaginario, uno al que nunca se le hubiera ocurrido dejarme por otro hombre. Uno, tan inteligente, tan sensible, tan especial, tan real, que, al conocerme, no habría dudado en seguir conmigo para siempre. Yo soy una persona compleja y demasiado intensa; no espero que alguien esté conmigo “para toda la vida”. Eso es pedir demasiado. Pero que la causa de nuestra separación sea otra persona te hace, inevitablemente, alguien muy poco interesante. Y yo no me enamoro, ni sufro, por gente poco interesante. Así que se acabó el sufrimiento. Sí: la autoestima es una amiga muy especial.

Y así se te va quitando. Un día te das cuenta que puedes oír alguna noticia de Santiago de Cuba sin ni siquiera acordarte del otro. Otro día te das cuentas que te puedes acostar con la gente sin pensar en nadie más. Otro vas a donde están tus amigos y les pides disculpas por haber sido tan radical y haberlos puesto en situaciones complejas. Te das cuenta que el santiaguero nunca tuvo la culpa de nada, y te pones a pensar que, en efecto, ustedes se llevaban mal y lo mejor que pudo pasar fue que alguien le pusiera un fin a aquello. Ahora el que está decidido eres tú. Estás decidido porque llegó tu momento de sustituirlo. Y para cuando te das cuenta, la primavera se habrá acabado.

Mi amiga Amelia se parece mucho a mí y sé que algún día estará bien. Un día en el que aparentemente no pase nada, estará peinándose o caminando por la calle y se dará cuenta de que ella no puede llorar por un tipo que prefirió estar con otra. Por uno que pudo estar ahí, viéndola peinarse o caminar a su lado, y que sin embargo consideró mejor sustituirla. No: sus lágrimas, sus insultos, sus crisis, quedarán reservadas para hombres que se los merezcan más. Para otros que, al margen de los problemas, nunca pondrían a nadie por encima de ella. Lo habrá sustituido ella entonces a él. Lo habrá sustituido por otros hombres imaginarios y perfectos, lo habrá sustituido por ella misma y por su buena soledad, lo habrá sustituido por una vida en la que ella es la protagonista y el que no se dé cuenta, pues no tiene cabida en sus pensamientos. Y así, el juego de las sustituciones habrá concluido.


PD: Dedico este post a aquellos hombres a los que dejé por otros. No supe verlos, y no merezco absolutamente nada de consideración. Espero que me hayan sustituido ellos a mí también, y yo no sea más que un recuerdo insignificante y lejano. También se lo dedico a Michel, Sany, Osvaldo, Mayleni y Ray, por haber estado ahí para mí en aquella primavera oscura.

martes, 8 de noviembre de 2011

El herido


En un rincón de la casa, casi en una esquina, yace, agitado y sudoroso, el hombre herido por la bala del pasado.

Tiembla, gime, podría parecer incluso que llora. Pero no lo hace: aunque lo ha intentado, no sale nada. Algo, no podría decir si en el pecho o en el estómago, le oprime y casi no lo deja respirar. En medio de su agonía, piensa en la bala. Quizás doliera menos si no pensara en ella, pero no puede dejar de hacerlo.

Todo sucedió muy rápido cuando, al doblar en una esquina, se la encontró con un vestido blanco con rayas rojas con el cual nunca la había visto antes. Se saludaron y todo pareció normal. Todo fue normal. O por lo menos eso pensó. Pero, aunque no lo sabía, ya estaba herido.

De camino a casa empezó a sangrar. No se dio cuenta enseguida, pero dos cuadras después del encuentro con el pasado vestido de blanco con rayas rojas, ya casi no podía caminar. Temblaba, y todos los pensamientos que hasta hacía algunos minutos paseaban por su cabeza, se habían ido, como huyendo del pasado, de la bala o de las rayas rojas.

Al entrar a la casa, completamente vencido por el dolor, el cual se hizo aún más insoportable en los últimos minutos al tener que ocultarlo de los conocidos que lo saludaban en el camino, se lanzó al piso en cuanto pudo cerrar la puerta y se arrastró precipitado hacia esa esquina de la casa, como si el piso pudiera aliviarlo, como si al yacer en lo más bajo lo único que podría hacer después sería subir.

Intentó gritar, pero no pudo. Lo intentó de nuevo, con el mismo resultado. Algo, lo mismo que no lo dejaba llorar, no lo dejaba gritar. Se mordió una mano, intentó aguantar la respiración hasta ahogarse, dio puñetazos en el piso; todo lo que se le ocurrió para intentar dejar de pensar en la bala que, cuando menos lo imaginaba, cuando ya pensaba que no podía herirlo, venía a alojarse en alguna parte de su cuerpo. Pero en vano.

Una hora después, luego de contorsiones y temblores, espasmos y gemidos, es un hombre deshecho lo que yace bocabajo en el suelo de su casa. Sabe que está solo en esto. Que al pasado vestido con rayas rojas apenas si le cambió el curso del día. Este pensamiento hace que la bala sea aún más dolorosa y el dolor más triste.

De pronto, al recordarla con otro vestido, uno azul esta vez, con el cual la conoció y que ahora luce tan distante, tan efímero, algo lo lacera en lo más profundo. Es como si metiera el dedo en el hueco que dejó la bala para intentar sacarla. Un grito, un movimiento desesperado de los párpados, un momento en que todo se detiene, y sale una lágrima. Enseguida vienen otras, más inesperadas, más abundantes, más reales. Llora. Como un niño pequeño. Unos segundos en que desesperación y llanto confluyen, y luego ya no hay más desesperación. Solo llanto.

Luego de llorar como no sabía que era capaz, el hombre herido por la bala del pasado extiende los músculos contraídos, aprovechando que ahora su respiración lo deja. Hay algo de temblor, pero menos. Todavía bocabajo, estira las piernas, los brazos y el cuello. Así, más tranquilo, con la cara pegada completamente al piso, sus ojos se fijan en el borde inferior de una puerta que está a su lado. Y así, contemplando este borde, sin mover un párpado o un dedo, su respiración se va haciendo cada vez más lenta y su pulso más débil hasta que sus ojos finalmente se cierran.

No está muerto: las balas del pasado no matan, solo hieren, lo cual quizás sea peor. En unas horas abrirá los ojos de nuevo y lo verá todo oscuro. Al recobrarse y prender las luces, estará sereno. Pero no durará. Habrá otros ataques, que se multiplicarán en los días siguientes, hasta que empezará a tenerle más miedo a los ataques que al mismo pasado.

Pero pasará. La bala nunca saldrá de su cuerpo, pero el dolor sí. Se hará inmune a él, pero para ello tendrá que pasar por los espasmos, los ataques y los miedos. No hay manera fácil de librarse del pasado. No si el pasado era tan hermoso cuando se vestía de azul.

Mas eso será después. Por ahora, sigue tirado en el piso. Su respiración es normal, sus ojos están cerrados, su boca está medio abierta y sueña con un campo amarillo por el que corre sin preocupaciones. En alguna otra parte, el vestido blanco de rayas rojas ríe. En un rincón de su casa, bocabajo, el hombre herido por la bala del pasado, descansa. Un día, él también reirá. Por ahora, descansa.


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