lunes, 31 de octubre de 2011

Los hijos de la noche (Una historia de Halloween)


En cuanto cayó la noche, Ray abrió los ojos. Se sentía extrañamente emocionado. Unos segundos después de haberse levantado ya trabajaba en su poción habitual. Un par de ramitas, algunas lagartijas y un extraño líquido azul eran los principales ingredientes de esa noche. Un movimiento con la mano de Ray, un segundo de espera, y nada pasó. Por alguna razón, nunca funcionaba. Lo había intentado todo, pero la poción no acababa de surtir efecto. Algo decepcionado, decidió hacer otras cosas para alejar su mente del ya acostumbrado fracaso de la poción. Fue así que me llamó.


-      Oigo - respondí somnoliento por el otro lado.
-      ¿Todavía durmiendo? - me dijo Ray, con algo de crítica en la voz.
-      Acaba de caer la noche, ¿qué esperabas? - contesté a la defensiva.
-      Supongo que tienes razón - dijo lacónico - ¿Haremos algo esta noche? Es Halloween.
-      Hablas como si nos fuésemos a encontrar a niños disfrazados en la calle. Salvo gente muy excéntrica, Halloween no se celebra aquí.
-      Sí, pero así y todo nosotros podríamos hacer algo. Es lo más parecido a nuestra fiesta.
-      Es muy temprano para ser irónicos. Además, esta ciudad es tan aburrida, ¿qué podríamos hacer?
-      Vamos a G.
-      ¿A G de nuevo? Sabes cuánto me aburre.
-      Dale, chico, algo hay que hacer. Además hace rato no nos vemos.
-      Bien - dije resignado - llamaré a Jorge para que vaya con nosotros.
-      Perfecto. Seguiré ahora con mi poción.
-      Odio esa poción. Te tuvo un mes en Las Tunas aislado y así y todo no lo lograste. ¿No deberías dejarla ya y probar otra cosa?
-      No quiero, sé que funcionará en el momento en que menos me lo espere. Solo tengo que encontrar el ingrediente perfecto.
-      Bueno, por lo menos estás emocionado con algo. Yo no lo logro desde hace años. ¿Crees que si hago pociones podría recuperar la emoción?
-      Ahora el irónico eres tú. Bueno, dejemos de hablar ahora. Te veo a la una en el banco de siempre.
-      Está bien.

Al colgar, Ray siguió con su poción. Pensó en agregar algo de ajo, pero descubrió que ya no tenía. Entonces siguió buscando por la casa. Hacía un par de años del cambio de Ray. Una noche en la que regresaba de buscar unas películas a altas horas de la noche, algo parecido a un rayo cayó sobre él, dejándolo tirado en la acera por unos minutos. Al despertar, luego de preguntarse qué habría pasado, descubrió que se sentía diferente. Al llegar a casa, se dio cuenta que tenía la necesidad compulsiva de mezclar cosas. Desde ese entonces, solo pensaba en hacer pócimas y lanzar maleficios. Algunos eran muy buenos: podía desaparecer por unos instantes, convertirse en cucaracha para espiar a los demás, y borrar cosas de la mente de las personas. Odiaba la luz del día, y solo salía en ocasiones muy contadas. Su familia se pasaba el tiempo protestando, no solo por sus horarios invertidos, sino también por las condiciones de su cuarto, lleno de telarañas, pócimas y olores rarísimos.

Luego de la llamada de Ray decidí que era hora de salir de mi ataúd. Siempre me gustaba quedarme un rato más después de despierto, entre otras cosas porque no tenía muchas razones para levantarme. Pero antes de salir resolví llamar a Jorge.

-      Dime - una voz casi brutal, contestó del otro lado.
-      ¿Y esa voz? ¿Estás en una crisis? - le pregunté.
-      No, esa es mi voz cuando me levanto.
-      Umm. Sexy - dije, esbozando una sonrisa - Ray quiere que nos veamos en G.
-      Oh, no, ¿de nuevo lo mismo? Odio G.
-      Yo también. Pero es Halloween. Además, creo que Ray está molesto; su poción sigue sin funcionar.
-      ¿Sigue con eso? Bueno, él sabrá. ¿Sobre qué hora?
-      Sobre la una.
-      Siempre decimos que no vamos a ir ahí y terminamos siempre regresando a ese lugar aburridísimo.
-      Pero, ¿qué más se puede hacer en esta ciudad por la noche? Hoy, con suerte, habrá gente disfrazada.
-      Oh, sí, justo lo que necesito, gente disfrazada de monstruos.
-      Bueno, te dejo, que estás insoportable. Nos vemos ahí a la una.
-      Dale.

Al salir de mi ataúd, y de debajo de la cama, me miré en el espejo. No vi nada, pero seguía  con la costumbre de hacerlo. Me miré las manos y comprobé que cada día estaba más blanco. Más pálido, en realidad. Casi un año atrás, cuando venía de una fiesta a altísimas horas de la madrugada, un muchacho de ojos muy claros se quedó mirándome en la calle. Luego de comprobar que yo era el objeto de su interés, decidí virar para saludarlo. Dos minutos después nos dábamos besos detrás de un árbol.  De pronto, lo que parecía una mordida inocente en el cuello, terminó siendo uno de los dolores más intensos de mi vida, después del cual, sintiendo un mareo casi insoportable, me desvanecí en el suelo inmediatamente. Al despertarme un rato después me sentía sorpresivamente bien. De hecho, no sentía absolutamente nada.

En los días siguientes, descubrí que no podía salir de día, que mi pelo estaba siempre increíblemente peinado, que era completamente frío para todo y que el olor de la sangre me excitaba sobremanera. Fue así que comencé a alimentarme de los hombres que me encontraba en la calle, teniendo mucho cuidado que nunca lo notaran. A veces sí me emocionaba demasiado y necesitaba morderlos hasta sacar buena parte de su sangre, luego de lo cual tenía que matarlos virando sus cabezas, justo antes de arrojarlos al río.

Cuando llegué a la calle G, ya Jorge estaba ahí. Siempre había sido muy puntual. Ray, para variar, no había llegado. No había que oler la sangre de Jorge para darse cuenta que estaba molesto. En realidad, Jorge siempre estaba molesto desde hacía unos meses. Una noche en la que regresaba a su casa, luego de una de nuestras aburridas reuniones en G, al bajarse de la guagua y caminar unas cuadras, un perro que parecía perseguirlo mordió su mano. Después de unos días en que apenas pudo moverse, Jorge se levantó, sintiéndose increíblemente carnal. Además, podía oler, ver y oírlo todo con una agudeza que casi lo volvían loco. De hecho, esta agudización de sus sentidos era la causa de su constante mal temperamento. Si bien podía salir de noche, casi nunca lo hacía porque el exceso de luz afectaba sus ojos, además del ruido insoportable provocado por la multitud de personas. Una noche de luna llena, se levantó con el cuerpo completamente cubierto de pelos negros y una ira profunda, que no sació hasta salir corriendo de la casa y hubo degollado  a dos muchachitas que encontró en su camino. Esa molesta costumbre la siguió practicando una vez por mes, luego de la cual nos llamaba. Ray y yo debíamos ir y hacer desaparecer los cuerpos y borrarle la mente a más de uno, mientras Jorge se tiraba en el piso, casi desnudo, sudoroso y agitado.

-      Odio que no tengas control de ti mismo, con lo cínico que solías ser - le dije esta noche, rememorando su última aventura de este tipo.
-      Sigo siendo cínico. Es solo un día al mes.
-      Sí, pero así y todo tienes un carácter execrable el resto del tiempo.
-      Es aburrimiento.
-      Como sea, ya no te resisto.
-      ¿Ray llegará algún día  a tiempo?
-      Los brujos no se caracterizan precisamente por llegar temprano.
-      ¿A cuántos brujos conoces?
-      Unos cuantos.

Justo en ese momento apareció Ray, vestido todo de negro, al igual que nosotros. En realidad, si bien odiábamos G, era uno de los pocos lugares en los que siempre pasábamos desapercibidos. Apenas si nos notábamos entre tanta gente rara. Así y todo, no nos mezclábamos. Nos sentábamos en nuestro banco de siempre, sin nadie que se nos acercara. A veces pasaba alguien de nuestro pasado, pero no se sorprendía al vernos ahí, porque ese había sido nuestro punto de reunión durante muchos años, aún antes de nuestros cambios. Estos seguían siendo ocultos para el resto de la sociedad, la cual no había visto con extrañeza que hubiésemos abandonado nuestros trabajos o cambiado totalmente nuestros horarios. De hecho, poco antes de convertirnos en lo que éramos ahora, ya este se había vuelto nuestro ritmo de vida habitual. 

-      ¿Alguien sabe algo de Adolfo? - pregunté.
-      Casi nunca sale. Bueno, es que casi no puede, todo el mundo lo notaría - respondió Jorge.
-      Ser una momia es una mierda. Nosotros estamos mejor - dijo Ray.
-      Mucho mejor - dije.
-      ¿Alguien extraña el sol? - preguntó Ray.
-      Por Dios, ¿quién podría extrañar el sol de este país? - respondió Jorge - Bastante calurosas son las noches ya, para además ponernos a extrañar el sol.
-      Dios mío, qué aburrimiento - dije.
-      No hay nada que hacer - dijo Ray - Tener que salir solo de noche es horrible.
-      Pero aquí no hay nada que hacer ni de día ni de noche, ni vivo ni muerto. Es la ciudad más apagada del mundo - dije, sentencioso.
-      Y pensar que tenemos fama de fiesteros - agregó Jorge.
-      Aquel está disfrazado de vampiro - señaló Ray.
-      Qué horrible. Me dan ganas de morderlo - dije.
-      Por lo menos ya hay quien se disfraza - dijo Ray - ¿Estaremos avanzando?
-      ¿Estamos mejor ahora que antes? - preguntó Jorge.
-      ¿Quién? ¿El país? - dije.
-      No, chico: nosotros - dijo Jorge.
-      Yo diría que sí. Por lo menos hace tiempo que no me cuestiono cosas como el amor, la soledad o la ingratitud de la gente - respondió reflexivo Ray.
-      Ja, ja: “amor” - dije cínicamente.
-      Tienes toda la razón, cuánto tiempo perdido hablando de esas mierdas. Lo mejor que pudo pasarnos fue esto. Además, ya teníamos fama de no querer a nadie, ahora por lo menos es cierto - bromeó Jorge.
-      Es bueno verte haciendo chistes - le dije.
-      La semana que viene cambian el horario. Así que ahora tenemos una hora menos por las madrugadas - nos dijo Ray.
-      Por Dios, ¿por qué cambian el horario? Cuando estaba vivo, odiaba salir de la escuela a las 6 y que ya fuera de noche. Me deprimía - dije.
-      ¿Por qué dices “vivo”? No estamos muertos, ¿o sí? - preguntó Jorge.
-      Yo me siento muerto. Y me encanta. Es lo mejor que me ha pasado en mi vida. Bueno, en mi muerte - rió Ray.
-      Yo igual. Pero el aburrimiento es el que me vuelve loco - agregué.
-      Pero cuando estábamos vivos era igual. Nada qué hacer, ningún lugar a dónde ir, ninguna persona interesante que conocer - dijo Jorge.
-      Lo llaman “Tercer Mundo”- dijo Ray.
-      Y los pájaros, ¿alguien los extraña? - pregunté.
-      No.
-      No.
-      Yo tampoco - agregué - Odio a los pájaros.
-      Y yo.
-      Y yo.
-      Deberíamos hacer algo. ¿Qué les parece si matamos a alguien? - propuse.
-      Suena bien - dijo Ray.
-      Me apunto - dijo Jorge - Pero, ¿a quién?
-      Busquemos a alguien que odiábamos cuando estábamos vivos - dije.
-      Ya los hemos matado a todos. Nuestros ex incluidos - dijo Ray.
-      Ni me hablen de eso. Tuve que ir al funeral de Abel. Todos lloraban y yo no paraba de reír pensando en cómo habíamos acabado con él la noche anterior mientras gritaba: “¡Yo te amaba!” - dije.
-      Siempre los escogiste mal - me recriminó Ray.
-      Definitivamente - le di la razón.
-      Bueno, ¿a quién matamos? - dijo Jorge.
-      Ahora veremos. Y aprovecho para decirte que la vez pasada no hiciste nada - le recriminé yo ahora a Jorge.
-      Si no me pongo en un espíritu agresivo, no me salen ni las garras - se justificó Jorge.
-      Ray y yo tuvimos que hacerlo todo - seguí.
-      Ya basta, intentaré que ahora no me pase - dijo Jorge, molesto - ¿Ese es Adolfo?
-      No, es un cretino disfrazado de momia - dije.
-      Lástima, me hubiese gustado verlo - dijo Jorge.
-      Miren a aquel - propuso Ray.
-      ¿El drogado? - pregunté.
-      Está tan mal que nadie lo notará - dijo Ray.
-      No puede ni mantenerse en pie - agregó Jorge - Ese me parece bien.
-      ¿Qué hacemos? Ni piensen que tomaré de su sangre. Siempre he odiado la sangre heterosexual - agregué.
-      Me gustaría paralizarlo para que pueda ver todo lo que hacemos y se horrorice - dijo Ray.
-      Ya está tan mal que no hay necesidad de paralizarlo - dijo Jorge.
-      Bueno, ya veremos qué hacemos. No se puede planificar todo, se pierde la emoción - dije. Matar era lo único que me emocionaba un poco.
-      ¿Dónde lo hacemos? - preguntó Jorge.
-      En el parque de H y 21 - dije.
-      ¿Y qué hacemos con el cuerpo? - volvió a preguntar Jorge.
-      Lo quemamos - respondí.
-      ¿Cómo? - insistió Jorge.
-      Con la pócima de Ray de combustión espontánea - dije.
-      Adoro esa. Así nos deshicimos de aquel tipo de la escuela de Jorge - dijo Ray, orgulloso.
-      Uff, ese imbécil - dijo Jorge.
-      Bueno, ¿quién lo lleva hasta allá? - pregunté
-      Tú.
-      Tú.
-      Vaya, qué sorpresa, soy yo quien tiene que hablar. Bueno, vayan adelantándose al parque y sacando a la gente de ahí - dije mientras me paraba y me arreglaba la camisa negra - Manos a la obra.

Dicho esto, me levanté y crucé la calle para acercarme al tipo. Estaba tan drogado que nadie entendía lo que decía. Le pasé la mano por encima y le dije tiernamente al oído que me acompañara. Así logré sacarlo de allí sin que nadie notara nada. Olía muy mal y se babeaba. Estaba loco por matarlo. Después de todo, era un acto de piedad. Cuando llegamos a H y 21, ya Ray había lanzado un maleficio para que el parque emitiera un hedor desagradable que provocó que todo el mundo se fuera. Además había comenzado un fuego a tres cuadras de allí para que la siempre molesta policía estuviera entretenida. Una vez en el centro del solitario y oscuro parque nos pusimos alrededor del drogadicto.

-      ¿Qué hacemos? - preguntó Jorge.
-      ¡”Delosnet”! - gritó Ray.
-      ¿Qué es eso? ¿Latín? - dije sarcásticamente
-      Gracioso. Ahora verán - dijo Ray. Dicho esto, aquel hombre incoherente empezó a emitir un sonido angustioso mientras daba algo parecido a pequeños saltos.
-      ¿Se está ahogando? - preguntó Jorge.
-      No, es una nueva pócima que aprendí. Según los libros ahora debe estar experimentando algo así como si el cuerpo le quemara por dentro - respondió Ray.
-      ¡Vaya! - dije, entusiasmado.

En efecto. Comenzó a retorcerse en el piso y ahí intentó atacarnos con las manos. Nos corrimos hacia atrás, pero aquello comenzaba a tener algo de emoción.

-      Estoy excitado - dije - tengo ganas de morderlo.
-      Pensé que habías dicho… - dijo Ray.
-      Ah, eso fue antes - no lo dejé terminar - A no ser que Jorge quiera hacer algo - agregué, provocador.
-      No sé, no creo que pueda…estoy algo… - balbuceó Jorge.
-      Vamos, acaba con él. Piensa que es un ternerito y tú eres un gran lobo. Dale, solo saca esos dientes y muérdelo - le dije, en tono muy suave, casi seductor.
-      Sea quien sea, háganlo ya porque está a punto de morirse él solo - intervino Ray.
-      Vamos, Jorge, tú puedes. Saca la bestia que hay en ti - insistí.


Jorge fue poniéndose cada vez más agitado. No podría decir si de verdadera brutalidad o de tanta presión. Yo lo miraba emocionado.

-      ¡Hazlo ahora! - grité, perdiendo la calma al ver que el hombre seguía retorciéndose en el piso.
-      ¡No puedo! - gritó Jorge.
-      ¡Ah, mierda! - grité, mientras me abalanzaba sobre aquel tipo, lo tomaba por el cuello y comenzaba a morderlo, chupando su sangre.

Un minuto después, mientras aún lo mordía, el tipo comenzó a moverse compulsivamente con un frenesí espantoso, hasta que, después de un momento, sus pies dejaron de hacer ninguna resistencia. Me despegué. Me senté al lado, algo agitado, y me limpié la boca con la manga de la camisa. Me paré y miré con reproche a Jorge.

-      De nuevo lo mismo - le dije.
-      Parece que esto no es lo mío - dijo, avergonzado.
-      ¡Ah, por Dios! - le dije, molesto.
-      Voy a quemarlo. Necesito que se aparten - dijo Ray, cambiando el tema.

Pero en ese momento comencé a verlo todo doble.

-      Mierda, estoy mareado - dije.
-      Nunca te he visto mareado desde que no tomas - dijo Jorge.
-      Sí, lo sé, pero lo veo todo doble - dije, perdiendo un poco mi frío temperamento habitual.
-      ¡Ahhhhhhhhhhh! - gritó de pronto una mujer, que nadie había visto llegar.

Todos la miramos asombrados.

-      ¡Mata a esa estúpida!  - le grité a Jorge.
-      ¡No puedo! - me dijo.
-      ¡Solo cógela y tápale la boca! - grité alterado, mientras algo en el estómago me hacía doblarme sobre mi cuerpo.
-      ¡Así no puedo matarla! ¡Me da cosa! - gritó Jorge, histérico.
-      ¡Hazlo! - grité, aún más bravo y tirándome al piso de la horrible molestia que tenía ya casi por todo el cuerpo.

La mujer salió corriendo y Ray detrás de ella. Yo intenté levantarme y ponerme de rodillas.

-      ¿Qué mierda me pasa? ¡Ese maldito drogadicto! - grité histérico mientras le di una patada con todas mis fuerzas al muerto, que estaba justo a mi lado.

Al recibir el golpe, este se movió.

-      ¡Ah! - gritamos Jorge y yo, al mismo tiempo.
-      ¡Está vivo! - gritó Jorge.
-      ¡No puede ser! - dije, mientras comenzaba a convulsionar, aún cuando intentaba pararme.

El drogadicto empezó a incorporarse. Jorge y yo lo miramos horrorizados.

-      ¡No está vivo!  - gritó Jorge - ¡Es un zombie!
-      ¡¿Un zombie?! - grité asombrado - ¡No, no, no, no! -comencé a hablar bajito, como para mí mismo - ¿Tomé la sangre de un muerto? ¡Oh, no, no, no! ¿Qué hago? - dije, mientras, ya sin fuerzas, me dejaba caer completamente al piso y convulsionaba estrepitosamente.

En ese momento el zombie se viró en mi dirección. Desde el piso lo vi pararse por completo y caminar hacia mí. Intenté arrastrarme en dirección contraria, pero fue casi por gusto: estaba demasiado mal. De pronto, cuando estaba ya sobre mí y casi podía sentir su aliento, algo peludo se abalanzó sobre él, apartándolo de mí y destrozándole la garganta inmediatamente.

Ya casi no veía nada. Cuando podía abrir los ojos veía, a pocos metros de mí, a lo que hasta hace unos segundos había sido Jorge, destrozando al zombie. Ya no convulsionaba, pero podía sentir como mi propio aliento ya dejaba de existir. Cuando casi me desvanecía, vi la cara de Ray erguirse sobre mí.

-      Estaba muerto. Era un zombie - dije con muchísimo trabajo y muy débil.
-      ¡”Merdoles”! - gritó Ray, y en ese mismo instante me erguí automáticamente y vomité encima de él toda la sangre que había tomado.

Me sentí mejor inmediatamente. Aún débil, volví a tirarme en el piso, miré a Ray lleno de sangre y le sonreí.

-      ¿Qué fue eso? ¿Latín?
-      Gracioso - dijo Ray, aliviado al ver que ya hacía bromas.

Quince minutos después, luego de haber quemado el cuerpo destrozado del zombie, nos sentamos los tres en un mismo banco. Ray estaba completamente cubierto de sangre, Jorge, ya en su forma habitual, estaba todo tembloroso, mientras mi pelo estaba completamente despeinado. Nuestras ropas daban asco. Parecía que habíamos ido a la guerra.

-      Odio G.
-      Es una pinga.
-      Esta es la ciudad más aburrida del mundo.
-      ¿Qué hiciste con la gritona? - pregunté.
-      Le borré la mente. No se acuerda de nada - dijo Ray.
-      Perfecto - dije - ¿Para qué le cogiste esos pelos de la cabeza al zombie?
-      Creo que pueden funcionar en mi poción - dijo Ray, entusiasmado.
-      Supongo que tengo que agradecerles - dije, después de un silencio.
-      Nunca has sido bueno en eso - dijo Jorge y sonrió.
-      Ummm, el perrito muerde, después de todo - bromeé.
-      Jaja, era un maldito zombie - dijo Ray, y los tres nos echamos a reír.
-      No podemos irnos así. Parece que nos fajamos con un zombie - dijo Jorge.
-      En realidad no es tan grave: es Halloween, nadie nos notará - dije.

Y así salimos de nuevo a G. Caminábamos uno al lado del otro, sin decir una palabra. Yo estaba tan cansado que casi me sentía vivo de nuevo. Nadie nos miraba, demostrando que a pesar de nuestro odio, G era el mejor lugar para camuflarse. Al despedirnos, nos prometimos formalmente no ir más a G. La misma promesa de siempre.

Cuando llegué a casa me di una necesaria ducha. Al salir ya estaba como nuevo, mi pelo estaba peinado y me sentía tan frío como siempre. Me metí bajo la cama, abrí el ataúd y me encerré dentro. Somnoliento, me puse a pensar en G y en lo aburrido que es todo, y en cómo en realidad no habíamos cambiado tanto desde que éramos humanos. Para cuando el primer rayo de luz salió, ya hacía rato que estaba dormido.


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